02 jul 06 Solito otra vez, naturalmente

Nada, nada, no ha pasado nada grave. Sólo que Ana ha vuelto a casa por Navid… ehm… por verano. Terminados los últimos exámenes, y entregados los últimos trabajos, ayer por la tarde puso rumbo de vuelta a Pontevedra. ¿Y qué hice yo para intentar no echarla tanto de menos? Lo obvio: un partido de fútbol-7 con los amigos, nada más llegar de Sevilla.

¿El partido? Bueno, es el primero de los tres jugados que he perdido (5-2), aunque el gol que marqué compensó bastante: un balón caído del cielo a nuestro campo, Sergio Alba intenta controlarlo con el pie, y se lo quito de un cabezazo. Éste le cae a Manolo Estévez, insto a seguir el juego (a punto estuvo Sergio de pegarme una patada en la cabeza, o mejor dicho, yo a Sergio un cabezazo en el pie), corro al área rival, desde allí Manolo me hace un paso hacia atrás, y remato a gol con la izquierda. Como dijo alguien (¿Jose?), un gol al más puro estilo Puyol.

En cuanto a las botas, conseguí ponerle tacos de goma, que encontré en una tienda de Sevilla, tras decirme en casi todas las tiendas de Córdoba que no, que los tacos no se venden sueltos, y que si los quería que me comprara unas botas que trajeran repuestos. Tiene narices: ¿y qué pasa si pierdes un taco?, preguntaba yo. Ah… misterio.

Luego, a la vuelta, ver el final del partido Francia-Brasil, y después a leer un poco de La Corona de Hierba, segundo libro de la pentalogía de Collen McCullough sobre los últimos años de la República Romana. Es el último que me queda por leer, ya que empecé por el tercero. Es lo que tiene el tener una debilidad por Cayo Julio César.

¿Y Ana? Claro, la sigo echando de menos. Estas cosas ayudan, pero no sustituyen. Al menos ayer echamos una mañana apañada en los Reales Alcázares de Sevilla (donde, por cierto, la recién arreglada fuente musical no funcionaba -con el consiguiente mosqueo del personal-), y en la catedral de Sevilla, con una imprescindible escalada a la Giralda.