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¿Era necesario que te fumigaras a toda la comisaria? La señora de la limpieza se pondrá furiosa
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19 sep 08 Camino de la Costa: días previos

Esta entrada es la parte 1 de 7 de la serie Camino de Santiago 2008

El Camino de Santiago de 2008 que hicimos este verano mi padre y yo arrancó desde la ciudad de Ovideo. Sin embargo, tuvo un prólogo interesante en la ciudad de Sevilla y la propia Oviedo. Empezamos nuestro viaje desde Sevilla, la tarde del viernes 18 de Julio, en la que hacía un calor infernal. El viaje hasta Oviedo, como no podía ser menos teniendo en cuenta que viajábamos con las bicis y las alforjas, lo hicimos en autobús.Once horitas de viaje hasta la capital de Asturias, que se presentaban largas y fastidiosas. Pero aun así no era ánimo, ni mucho menos, lo que nos faltaba. Quizás un poco más de fresco no hubiera venido mal. Qué lejos estaba de pensar que no demasiado tiempo después casi iba a echar de menos ese calor. Casi.

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Del viaje en sí no hay gran cosa que contar: largo, pesado y aburrido. El único motivo de interés era conocer las paradas del viaje que diferían con respecto a la ruta con Galicia, que es la que -obviamente- me conozco bastante bien. Eso y la lectura que llevaba: “El juego de Ender”, de Orson Scott Card. Mi padre iba leyendo a Lovecraft, una recopilación de cuentos que había cogido de mi pequeña biblioteca.

La primera imagen de Asturias que guardo en mi memoria es la del descenso a un valle bañado por la niebla, en la que poco a poco nos fuimos sumergiendo. El contraste con la parte leonesa de la cordillera Cantábrica era brutal, ya que todo el verdor que uno presumía que adornaba la zona parecía haberse resguardado de los calores veraniegos en la parte norte de las montañas. El verdor y el blanco lechoso de la niebla. Como contraste con Sevilla no estaba mal. Y así, a las ocho de la mañana, nos encontramos en una ciudad de Oviedo en la que el tiempo parecía haberse detenido en primavera: fresco, nublado y con la sensación de que podía ponerse a lloviznar en cualquier momento.

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Nos dirigimos al hotel en el que teníamos reservada habitación, pero al no tener disponible la habitación hasta pasado el mediodía, desayunamos allí y posteriormente fuimos a dar una vuelta por la ciudad. Una de las primeras cosas que tuve la oportunidad de ver fue la estatua de cierto personajillo hipocondríaco, que tardé algunos segundos más de la cuenta en reconocer porque algún desaprensivo -por cierto, bastante bestia- le había quitado las gafas:

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El resto de la mañana lo empleamos visitando el casco histórico de la ciudad, prestando especial atención a la Catedral. Suelo ser un purista para el tema de las catedrales, y siempre he afirmado que de las españolas, la Pulchra Leonina es mi favorita (pese a la evidente asimetría del remate de las torres). Sin embargo, la catedral de Oviedo es digna de mención, aunque sea tan sólo porque en su claustro tiene el olivo más enorme que he visto jamás:

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Antes de volver al hotel tuvimos la oportunidad de visitar la basílica de San Julián de los Prados, de estilo prerrománico, en la que destacan unos magníficos frescos de la época:

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Por la tarde, tras almorzar en un buen restaurante italiano (en el que posteriormente también iríamos a cenar), y teniendo la tarde libre, nos dimos un pequeño paseo a pie hasta Santa María del Naranco, donde pudimos visitar la iglesia de Santa María (originariamente había sido un palacio o pabellón de caza):

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Posteriormente, subimos hasta la iglesia de San Miguel de Lillo, la iglesia original del complejo palaciego, de la que 2/3 se derrumbaron por un corrimiento de tierras, lo que motivó que el palacio fuera usado posteriormente como iglesia. Aun así, como nos comentó el guía, podía verse que el estilo constructivo estaba mucho más emparentado con el basilical romano que con el románico posterior. De hecho, como nos comentaba, quizás el prerrománico asturiano fuera la última manifestación del estilo constructivo romano.

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Por último, y mientras descendíamos de vuelta a Oviedo, tuvimos la oportunidad de contemplar la preciosa vista de la ciudad, en la que destaca poderosamente la mole del edificio que se está construyendo en el antiguo emplazamiento del estadio Carlos Tartiere, y que es obra de Santiago Calatrava:

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De vuelta al hotel tuvimos la oportunidad de conocer a un grupo de ciclistas alemanes que me contaron que habían llegado esa misma tarde de subir el Angliru. Esa noche nos recogimos temprano. No sabíamos lo que nos depararía el día siguiente, pero una cosa sí que teníamos clara: la lluvia, que esa misma tarde empezó a caer de manera ininterrumpida sobre Oviedo, iba a ser compañera de camino.

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29 nov 08 Camino de la Costa: Etapa 1. Oviedo – Avilés – Cudillero

Esta entrada es la parte 2 de 7 de la serie Camino de Santiago 2008

La mañana del 20 de julio se presentó fría y lluviosa. Resultaba un duro contraste con el clima al que estábamos acostumbrados de Andalucía, pero ya estábamos demasiado lejos como arrepentirnos. Sin embargo, pronto nos dimos cuenta de que habíamos cometido un error relativamente grave: habíamos contado con la lluvia, para lo cual habíamos llevado chubasquero e impermeables para las alforjas. Con lo que no habíamos contado era con encontrarnos con 12ºC de temperatura ambiente. Por ello, toda nuestra ropa ciclista era de verano. Los chubasqueros, desde luego, ayudaban, pero al cabo del rato servían de bien poco, pues hacían que estuvieras mojado por fuera por la lluvia, mojado por dentro por el sudor, lo que combinado con el frío ambiente hacía que a la mínima que pararas, o que el camino fuera mínimamente descendente, te helaras. Pero ya no había vuelta atrás, y sólo nos quedaba empezar a dar pedales y esperar que el tiempo mejorara un poco.

La salida de la ciudad de Oviedo se hacía en descenso, si bien al poco de salir a las zonas rurales empezamos un suave pero mantenido ascenso que duró aproximadamente 5 km. La lluvia nos acompañaba de manera continua (orballaba, que dicen por aquellos lares), pero incansable. La pendiente se comportaba exactamente igual. Apenas nos percatábamos de ello, pero al poco tiempo nos encontrábamos con una altura considerable sobre la ciudad de Oviedo. Por segunda vez en dos días podíamos contemplarla desde las alturas. Aunque esta vez con una perspectiva completamente diferente.

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El paisaje que nos rodeaba no ofrecía mucha variedad: esa especie de mezcolanza de lo urbano y lo rural con zona residencial que ofrecen muchas zonas semiurbanas del norte, y que tan sorprendentes suelen resultar a los que venimos del sur. Ese tipo de conglomerado humano en el que la única manera de distinguir un pueblo de otro es fijarse en los letreros de las carreteras. Así, se sucedieron las afueras de Oviedo, y los pueblos de Puente de Cayés, Campiello, La Habana y Posada de Llanera. El perfil sí que cambió un poco, pero no para mejor: pronto empezaron los toboganes, y las contínuas subidas y bajadas. Y asfalto. Prácticamente todo asfalto.

Poco después de Posada de Llanera llegamos al comienzo de una zona boscosa. Por primera vez íbamos a abandonar de manera seria el asfalto, y tomar una pista que nos habría de conducir hasta La Miranda. Aprovechamos para hacer una parada de avituallamiento. La niebla, ausente a causa de la lluvia suave, empezó a hacer acto de presencia, justo a la entrada del bosque. La cosa se empezaba a poner interesante.

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Tras unos minutos, reemprendimos el camino. No era plan quedarse mucho tiempo pasado, con el frío y la lluvia arreciando. El camino que pasaba por el bosque representó una nueva variación sobre los toboganes anteriores: de nuevo subida, si bien esta vez aderezada con charcos y barro. Después del Camino Francés, tenía experiencia con este tipo de barro: es agradecido, ya que no se queda pegado a las ruedas como el arcilloso del valle del Guadalquivir, con lo que no dificultaba demasiado el rodar. Sin embargo, a mi padre empezó a costarle dar pedales más de la cuenta, y no se encontraba demasiado seguro sobre un firme tan irregular. Así que no demasiado tiempo después, al llegar a una cima que nos acercó a la carretera de Avilés. tomamos la determinación de hacer el descenso por la carretera.

La bajada hasta Avilés fue larga, fría y, sobre todo, mojada. La lluvia arreció, y pronto tuve un problema con mi equipaje con el que no había contado: el impermeable de quita y pon de mis alforjas está pensado para acoplarse sobre las alforjas laterales y la maleta superior. Pero este año, a diferencia del anterior, no había tenido necesidad de llevar la maleta. Como resultado, el impermeable se abolsaba en los laterales, recogiendo agua y metiéndose entre los radios. A la altura de Cancienes, apenas a 8 kilómetros de bajada, y aún a medio camino hasta Avilés, había acumulado varios litros de agua negruzca, que amenazaba con empapar el contenido de las alforjas. Tuvimos que parar y hacer un pequeño apaño para evitar este problema:

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Y así, seguimos hasta las cercanías de Avilés, donde paramos en un bar a tomar algo caliente y quitarnos el frío. Y así, seguimos hasta Avilés, el punto intermedio de nuestro recorrido. No teníamos previsto pasar mucho tiempo en este pueblo costero de Asturias, ya que la fama de lugar industrial que tiene no nos animaba demasiado a hacer una parada larga. Y la lluvia, que había vuelto a apretar, tampoco nos animaba a ello. Sin embargo, no tardaríamos mucho en darnos cuenta que el pasar de largo hubiera sido un tremendo error: Avilés posee uno de los cascos antiguos más cuidados, hermosos, y por desgracia desconocido, de la costa asturiana. Así que no dejamos pasar la oportunidad de parar un rato en los soportales de la plaza principal del pueblo:

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Allí nos encontramos con un grupo que, de manera intermitente, nos acompañaría a lo largo de todo nuestro viaje a Santiago: un grupo de tres peregrinos suizos, dos chicos y una chica, que también hacían el Camino en bici. Curiosamente, en todos nuestros encuentros posteriores con ellos, siempre estaría lloviendo. También tuvimos el curioso placer de conocer a un heavy madrileño, exiliado en Asturias, que a las 11 de la mañana de ese domingo ya se encontraba bien cocido en cerveza. Muy amable y servicial, eso sí. No recuerdo cuántas veces nos indicó el camino para ir al albergue de peregrinos de Avilés. Lástima que nos pillara justo en dirección contraria a nuestro itinerario hacia Cudillero. Y que no fuéramos a parar en Avilés. Aún así, nos dimos una vuelta por el centro de la ciudad, ya que merecía muy mucho la pena hacerlo. Lástima que la lluvia, que nos había dado una breve tregua, volviera a arreciar.

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Pronto tuvimos que volver a dar pedales. Nos quedaban aún unos 30 kilómetros de etapa hasta Cudillero, de perfil rompepiernas y para colmo pasada por agua. Tuvimos algunos problemas de orientación para salir de Avilés en dirección a Cudillero, pero al final conseguimos encontrar la N-632, si bien por la zona sur de la ciudad, en vez de la oeste, con lo que nos tuvimos que tragar varios kilómetros de rodeo por una circunvalación con abundante tráfico. Sin embargo, una vez que abandonamos Avilés, la carretera perdió gran parte de su tráfico rodado, merced a la cercanía de la autovía A-8, que absorbe la mayor parte del tráfico de la zona.

No hay gran cosa que contar del resto del recorrido, ya que lo hicimos prácticamente todo por la N-632, hasta el desvío a Cudillero, donde finalizábamos la etapa. Lo más destacable es que el tiempo fue clemente con nosotros, y poco después del mediodía dejó de llover.

Cudillero se encuentra fuera del recorrido del Camino del Norte. Es un pequeño pueblo que fue marinero y hoy es turístico. Se encuentra en una impresionante cala con forma de teatro griego, que hace que las casas cabalguen las unas sobre otras hasta llegar a la orilla del mar. Es por ello que la bajada hasta el pueblo se puede calificar de cualquier cosa menos “suave”:

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Llegamos a nuestra pensión, apenas a un paso del puerto, a las 14:00h. Tras ducharnos, y ponernos ropa limpia, nos dirigimos al puerto viejo, donde nos dimos un buen homenaje a base de pescado y sidrina (que no fue barato, aunque sí delicioso). Esa tarde la dedicamos a dar un paseo por el pueblo, lavar ropa y acondicionar las bicicletas para la etapa del día siguiente. No habíamos tenido mucho barro, pero sí bastante agua.

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Antes de la cena, de nuevo en el puerto viejo, tuvimos la oportunidad de contemplar una panorámica del puerto nuevo. Lo que más me llamó la atención era algo que ya me tenía algo mosca: ¿cómo sería la carretera que nos tenía que llevar de vuelta a la N-632? Sabía, por suerte, que no era la misma por la que habíamos bajado. Pero no sabía cuál era ni donde estaba. Y entonces la vi. Al final del puerto nuevo. Con una pendiente cuanto menos preocupante. Pero aún faltaban unas cuantas horas para que supiera hasta qué punto.

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Datos de la etapa:

  • Distancia recorrida (según cuentakilómetros): 61’355 km
  • Tiempo empleado: 4:00:17
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13 dic 08 Camino de la Costa: Etapa 2. Cudillero – Luarca

Esta entrada es la parte 3 de 7 de la serie Camino de Santiago 2008

EL 21 de julio nos levantamos a las seis de la mañana para emprender la etapa. Tras desayunar y preparar las bicicletas, empezamos la etapa al filo de las siete de la mañana. Ésta se presentaba soleada, pero muy fría. Sin embargo, pronto íbamos a entrar en calor. La carretera que nos devolvía al a la N-632 se encontraba al final del puerto. Tan sólo dos kilómetros, pero no iba a ser nada fácil. En ellos había que salvar un desnivel de 100 metros. Lo que, lastrados con unos 10 kilos de equipaje, no era moco de pavo.

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La subida fue, como era de esperar, durísima. De esas en las que tienes que clavar la vista en los platos, y limitarte a mirar cómo suben y bajan tus propios pies, pues si tratas de ver la siguiente curva, ésta parece que nunca va a llegar. Aun así (qué remedio) lo subimos. Unos quince minutos que parecían, también, que nunca iban a terminar. Pero la vista merecía la pena:

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La etapa puede resumirse fácilmente como una etapa “rompepiernas”. Contínuas subidas y bajadas a medida que íbamos salvando arroyuelos hacían que la carretera (al principio la N-632A y posteriormente la N-634) subiera y bajara por pequeños valles cuajados de vegetación.

Antes de abandonar el concejo de Cudillero, nos desviamos para contemplar los impresionantes acantilados de Cabo Vidio, que constituyen un espectáculo sin igual con sus cien metros de caída hasta el nivel del mar.

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Una vez recuperamos el Camino, seguimos avanzado en dirección oeste por la N-632A. El perfil, como hasta entonces, seguía ofrenciendo contínuas subidas y bajadas sin excesiva dureza, pero que imposibilitaban mantener un ritmo cómodo.

A media mañana llegamos a uno de los puntos interesantes del Camino en esta etapa: la bifurcación del Camino antes de llegar a Albuerne. Escogimos la alternativa de Ballotas, más larga, por carretera, pero más descansada; antes de abandonar el Concejo, pudimos deleitarnos con unas magníficas tostadas de buen pan de pueblo.

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Una vez retomada la etapa, con el calor arreciando, continuamos por la carretera en dirección a Luarca, nuestro fin de etapa. Antes de llegar tuvimos la magnífica ocasión de contemplar la visión del estuario y la playa del río Esva, en las cercanías de Cuevas.

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Pronto llegamos a las cercanías de Luarca, nuestro fin de etapa. Apenas pasado el mediodía dimos con el albergue de peregrinos de Luarca, que se encuentra unos tres kilómetros antes de la localidad. Se encontraba aún cerrado, y dado que no nos ofrecía nada, salvo un enjambre de moscas (“Kingdom of Flies”, había dejado escrito algún peregrino de parla inglesa), decidimos continuar hasta el pueblo, comer allí, y buscar alojamiento en el propio pueblo. Comimos en un restaurante cercano a la oficina de Turismo. Aún recuerdo el magnífico marmitaco con el que sacié mi hambre. Tras comer, encontramos una pensión agradable y a buen precio en la calle, cómo no, Crucero. Por la tarde visitamos el pueblo, hicimos la compra, y nos concedimos un pequeño lujo: llevar la ropa a la tintorería para que nos la lavaran.

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Luarca, parte del concejo de Valdés, es una pequeña población costera, agradable y turística. Cuenta con un singular cementerio marinero en lo alto de un cerro junto al mar, y con unas curiosas playas hormigonadas en la desembocadura del río Negro, que atraviesa la localidad.

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Esa tarde, tras recoger la ropa, nos dedicamos a pasear por Luarca, y hacer un reconocimiento previo del terreno, de cara a la etapa del día siguiente. La salida, cómo no, iba a ser de nuevo en alto, pasando junto a una ermita que dominaba el pueblo desde un cerro cercano.

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Datos de la etapa:

  • Distancia (según cuentakilómetros): 66’920 km.
  • Tiempo empleado: 4:11:00
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16 dic 08 Camino de la Costa: Etapa 3. Luarca – Ribadeo

Esta entrada es la parte 4 de 7 de la serie Camino de Santiago 2008

Comenzamos la tercera etapa de la misma manera en que lo habíamos hecho los días anteriores: subiendo. El Camino salía de Luarca de vuelta a la N-634 yendo en dirección a Ribadecima que, como su nombre parece indicar, estaba “arriba de una cima” (y si no lo indica, lo propongo como etimología alternativa, pues le viene que ni pintado).

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El día comenzaba genial en lo meteorológico: completamente despejado, y agradable de temperatura. Lo único que resultaba fastidioso era un fuerte nordeste que nos acompañaría durante todo el día. Al poco de salir de Luarca nos tropezamos con la iglesia en ruinas de Santiago de Ribadecima. La iglesia fue abandonada en 1922 debido a que su cementerio estaba lleno de víctimas de la gripe de 1918, y el párroco temía que resultara contagioso para los vecinos. Impresionaba ver el grado de destrucción sufrido por la iglesia en apenas 90 años.

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La etapa transcurrió sin incidentes hasta Navia, donde hicimos la primera pausa de la mañana, en el parque dedicado a Ramón de Campoamor, nacido en esta localidad. En esta población intentamos comprar el billete de vuelta de mi padre a Sevilla desde Santiago, pero la oficina de la empresa Alsa se encontraba cerrada. Allí también pudimos ver a un gran grupo de ciclistas que parecían tambien estar realizando el Camino, a juzgar por las alforjas.

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La salida de Navia se hace en ascenso. El Camino se desvía poco después de cruzar el río que parte en dos a la localidad, dejando la Nacional a su derecha. Nosotros, sin embargo, optamos por seguir por la carretera. No fue una mala decisión, ya que no mucho tiempo después vimos cómo el grupo de ciclistas que ya nos habían pasado en Navia se volvían a incorporar de nuevo a la N-634 procedentes de caminos secundarios que atravesaban diversas aldeas. Seguimos nuestra marcha sin muchas novedades hasta El Franco, donde paramos en un bar de carretera a tomar café y tostadas. Allí tuvimos que tomar una decisión con respecto al camino a seguir: teníamos tres alternativas. La primera era seguir por la N-634 (que presentaba la problemática de transformarse no mucho tiempo después en autovía, y desconocíamos si presentaba vía de servicio), tomar carreteras por los pueblos que bordean la costa, o retomar el trazado recomendado del camino, por pueblos del interior. Optamos por esta tercera opción, no sin antes desviarnos para contemplar la playa de Porcía, otra belleza natural en la que Asturias parece ser tan pródiga.

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Una vez retomado el Camino, volvimos a rodar, por primera vez en dos días, por caminos de tierra. Fue una novedad interesante, con respecto al hasta entonces imperante asfalto de nuestro recorrido. Pasamos junto a casas de campo, donde perros del tamaño de osos nos acosaban, y rodamos entre campos sembrados, olvidándonos por un rato del tráfico y de su molesto ruido. Sin embargo, este plácido recorrido iba a causarme el primer problema mecánico de la jornada. A la altura de Tol, a unos 15 kilómetros de Ribadeo, noté que un radio de la rueda trasera se me había partido. Para más inri, correspondía al lado de la corona de piñones por lo que, pese a tener radios de repuesto, me imposibilitaba cambiarlo, ya que no disponía de llave para desmontar la corona. Tras pesquisas infructuosas en la constelación de aldeas por la que íbamos pasando, tuvimos que hacernos a la idea de no poder reparar la rueda hasta llegar a Ribadeo. Un señor nos aconsejó, si nos venía mejor, acercarnos a Castropol, ya que allí estaba seguro de que podrían repararnos la rueda. Pero como no nos venía de camino, optamos por ir a lo que creíamos seguro. Tendría que haberle hecho caso. Pero como en todo, estas cosas sólo se saben a toro pasado.

Otra de las curiosidades que nos ofreció esta excursión por las aldeas alejadas de la carretera principal fue la sorprendente fauna asturiana. No era, ni mucho menos, lo que me había imaginado:

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Pero claro, si luego te enteras de que el Circo Francés está acampado en el campo de fútbol de la zona, empiezas a comprenderlo.

Tras un rato de marcha algo molesta por el problema del radio, que hacía que la llanta me tocara un poco en los frenos, llegamos hasta Figueras, el último pueblo asturiano antes de llegar a Galicia. Allí nos encontramos un cartel que informaba a los peregrinos que el puente sobre la ría estaba en obras de conversión a autovía, lo que imposibilitaba a los peregrinos a pie cruzarlo, obligándolos a dar un rodeo por Vegadeo, al fondo de la ría, de unos 25 kilómetros. A nosotros no nos afectaba, pero las obras sí que nos impidieron tomar fotografías desde el impresionante puente a la ría, ya que los andaderos peatonales se hallaban desmantelados por la obra, no pudiendo, por tanto, detenernos. Nos despedimos de Asturias con un fuerte Noroeste, una vista preciosa de la ría, y ruido de obras a tutiplén.

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Una vez entrados en Galicia, y en Ribadeo, nos dirigimos a la oficina de Turismo para obtener algo de información del pueblo, y preguntar por tiendas de bicicletas para reparar el radio. Nos pasaron dos direcciones. Una de las tiendas ya no existía, y la otra, tras conseguir dar con el dueño, me informó de que no realizaba reparaciones, pero que si yo me atrevía me dejaba las herramientas. Un buen señor, ex-ciclista retirado por problemas cardíacos, ya nos había avisado de que tendríamos que ir a Castropol, al otro lado de la ría, para que me arreglaran la bicicleta. Un polícía local que lo hace por afición y amor al Camino, dijo. Vista la situación, optamos por dirigirnos al albergue de peregrinos, descargar allí las cosas, y encaminarme yo de nuevo a Asturias (que se dice pronto) para realizar la reparación.

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El albergue de peregrinos de Ribadeo es de nueva construcción, y se encuentra bastante cerca del puente de la ría. Cuando llegamos al albergue sólo nos encontramos a un turista extranjero, y a un matrimonio formado por un catalán y una sevillana que estaban realizando el Camino. Trabamos conversación y el catalán, muy amablemente, nos informó, guía del Camino de Santiago en mano, de que no podíamos quedarnos en el albergue porque los peregrinos a pie tenían preferencia, y que tendríamos que buscarnos otro alojamiento. Mi padre y yo nos miramos en silencio. Era una información que ya conocíamos, pero no es que fuera ésta la persona más adecuada para decirnos esto. Especialmente cuando unos minutos antes se había mostrado muy ufano por cruzar a pie el puente de la ría, cuando expresamente estaba vedado el paso a personas a pie por las obras. Pero se ve que era de las personas que creen que las normas están para cumplirlas, salvo cuando se le tienen que aplicar a uno. Decidimos esperar a que los responsables de Protección Civil dijeran algo al respecto. Yo mientras tanto iría a Castropol para que me repararan la bici. Era ya la una y media pasada.

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La vuelta a Asturias la hice volando como el viento. Esta vez el viento me soplaba casi a favor, e iba sin lastre. Pero lo de Castropol era un tiro a ciegas. Sólo sabía que tenía que llegar al pueblo, y averiguar dónde estaba la tienda del policía local. Por el camino, un radio contiguo al anterior dijo “basta”. El oscilar de la rueda empezaba a ser intolerable, y pronto se hizo imposible rodar sobre ella.

Llegué a Castropol, que se encuentra a unos 8 km. de Ribadeo, al filo de las dos de la tarde. Tras buscar infructuosamente, la farmacéutica del pueblo me puso en contacto con el policía en cuestión. Éste me citó a las tres de la tarde, cuando salía de servicio, en la nave donde realizaba las reparaciones, en un edificio casi en ruinas a la salida del pueblo, camino de Vegadeo.

Estuve esperando un rato hasta que llegaron las tres, en el que hablé con mi padre, y me comentó que los de Protección Civil no le habían puesto ninguna pega para que nos quedáramos en el albergue. Pero como yo me había llevado inadvertidamente las credenciales de peregrino conmigo, no pudieron registrarnos en el albergue. Que tendríamos que esperar hasta las ocho de la tarde.

Poco después e la tres, llegó el policía de Castropol, y me realizó la reparación. Sólo quiso cobrarme el importe de los radios, y se negó a que le pagara por la mano de obra. Desde aquí le agradezco todo lo que hizo por mí. Quiero manifestar que es un orgullo para todos los que amamos el ciclismo, y el Camino.

Una vez realizada la reparación, volví, una vez más, a Ribadeo. Eran las tres y media pasadas. No había comido nada desde media mañana, tenía de nuevo el viento de frente, y empezó a darme un bajón. Pero ya me daba todo igual. Tan sólo quedaba disfrutar del paisaje y volver a entrar en Galicia.

De nuevo en el albergue, decidimos recoger bártulos e ir a comer. Acabamos comiendo -necesitaba comida basura- en una pizzería donde, aparte de comer, nos informaron de la existencia de un cibercafé donde alquilaban habitaciones. Nos dirigimos hacia allá, y nos encontramos con el palacio de Versalles.

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Consistía en una habitación triple, que no era ni más ni menos que un pequeño apartamento (sin cocina), con tres camas, un enorme sofá y una magnífica televisión. Por 50€ la noche, lo tuvimos bastante claro.

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La tarde, como el resto de los días, la dedicamos al turismo. Ribadeo es una preciosa villa en la que se nota la mano de los indianos: emigrantes que se fueron a hacer las américas, y volvieron ricos a su pueblo, donde se preocuparon de construirse palacetes en los que lucir el dinero ganado a base de sangre y sudor al otro lado del charco.

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Además, tiene un casco histórico con el sabor de los pueblos del norte, en los que la Historia te sale al paso en cada paso. Y para colmo una ría, la del Eo, que le da un magnífico entorno natural. La única pena es que sólo disponíamos de una tarde para realizar la visita. Y todo ello sin hablar de la maravillosa Playa de las Catedrales, que no pudimos visitar debido a que sólo puede hacerse con la marea baja, habiendo sido ésta a las dos de la tarde, y encontrarse la Playa a unos 4 km. del pueblo.

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Pese a todo, disfrutamos enormemente la visita, y anduvimos arriba y abajo por el pueblo, contemplando la ría, viendo los palacetes, tomando un rato el sol en la plaza principal, junto -obviamente- a la iglesia y el ayuntamiento.

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A la caída de la tarde, hicimos la compra para la cena, y de nuevo, preparamos la etapa del día siguiente. Supuestamente hasta Abadín, pequeño pueblo lucense a mitad de camino entre Villalba.

Datos de la etapa:

  • Distancia (según cuentakilómetros): 85’000 km. (contando el viaje a Castropol)
  • Tiempo empleado: 4:59:16

Incidencias: rotura de dos radios en la rueda trasera de mi bicicleta

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25 ene 09 Camino de la Costa: Etapa 4. Ribadeo – Villalba

Esta entrada es la parte 5 de 7 de la serie Camino de Santiago 2008

La mañana de la cuarta etapa del Camino, primera en la que partíamos ya desde tierras gallegas, amaneció fría, nublada, y con amenaza de lluvia. Esta etapa la iniciamos con una importante variación en el recorrido. En vez de seguir estrictamente el Camino, continuamos bordeando la costa desde Ribadeo por la N-634, previa parada en una gasolinera para hacernos con un mapa de carreteras de Galicia, hasta Barreiros. Una vez allí, tomamos seguimos por la nacional en dirección a Mondoñedo. El trayecto por la carretera, en constante ascenso, fue bastante tranquilo hasta Vilanova de Lourenzá.

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Hicimos la primera para de la mañana en Lourenzá, junto al Monasterio de San Salvador, magnífica muestra del Barroco gallego, y en el que se puede visitar un conocido museo de Arte Sacro, y en la que destaca la preciosa iglesia de Santa María.

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Una vez finalizado el descanso, continuamos en dirección a Mondoñedo. Optamos por seguir por un viejo tramo de la N-634, evitando el nuevo trazado. No fue una mala decisión, ya que el trazado del tramo era mucho más cercano al recorrido señalizado del Camino.

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Por otro lado, proporcionaba un ascenso mucho más descansado hasta Mondoñedo, y nos permitió contemplar unas bellas vistas de Lourenzá.

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Sin embargo, la mañana estaba empezando a complicarse. La lluvia que llevaba amenazando desde la salida de Ribadeo, hizo acto de presencia, si bien es verdad que apenas en forma de una breve llovizna.

Tras recorrer los apenas 10 km. que separan Lourenzá de Mondoñedo, entramos en la bella ciudad de Mondoñedo, capital de una de las siete provincias históricas de Galicia, y co-sede del episcopado de Mondoñedo-Ferrol. Su importancia a lo largo de la Historia ha dejado huella en el entramado urbano de Mondoñedo y, pese a que actualmente no llega a los 5000 habitantes, es una hermosa población con un importante legado artístico.

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La siguiente parada, como no podía ser menos, la hicimos frente a la catedral, donde, en los soportales de la plaza, pudimos tomar un buen tentempié a base de café y tostadas; estas últimas, pese a ser de pan Bimbo, cayeron maravillosamente bien. Aproveché este rato para enviar un par de postales.

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Dado que la lluvia volvía a hacer acto de presencia, decidimos hacer una pequeña parada para visitar la catedral. Algo que fue, sin lugar a dudas, una decisión muy acertada. En la catedral, de un estilo gótico de transición con el románico, pudimos disfrutar de unos magníficos murales.

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También merece ser destacado el precioso rosetón que corona la entrada.

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Dado que seguía lloviendo de manera intermiente, seguimos postponiendo el momento de seguir el Camino. Aprovechamos para ver la Fuente Vieja, construida en la época de Carlos V.

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Posteriormente, y siguiendo la ruta cultural por la ciudad, contemplamos el imponente edificio del Seminario de Santa Catalina, del siglo XVI.

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Mediada la mañana, el tiempo empezó a mejorar bastante. El cielo se despejó, e incluso empezó a brillar un sol bastante fuerte, lo que nos permitió retomar el camino. Desde Mondoñedo, dado que el Camino transcurría por una vieja carretera cercana en su trazado a la Nacional, decidimos seguirlo, para evitar el tráfico pesado de la N-634. El Camino sale en ascenso del pueblo, y la carretera es una contínua sucesión de subidas y bajadas, algunas de ellas de fuerte pendiente.

Nada más salir de Mondoñedo pasamos por un alto en el que hay una casa que presentaba una curiosa hornacina, en la que en algún momento hubo una imagen. Ahora tan sólo queda la siguiente inscripción:

“El Ylmo. Sr. Obispo de Moñdo [Mondoñedo] concede cuarenta días de yndulgencias a los fieles que devotamente ante esta ymagen rezaren V.G. el Padrenuestro o el Credo. 2 de Enero de 1903″

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La carretera continuaba con contínuos ascensos y descensos hasta la aldea de Lousada, a unos siete kilómetros y medio, en los que prácticamente ninguna casa flanquea la carretera (salvo por la aldea de Sopena), algo bastante inaudito en el agro gallego. Pasado Lousada, hay que superar un duro ascenso hasta el Llano de la Aldea, donde se desemboca de nuevo en la Nacional. Justo antes de llegar a ésta hay una fuente de agua helada que hace las delicias de los caminantes.

De nuevo en la carretera, pronto llegamos al Alto da Xesta, que marca el inicio de un largo descenso que lleva prácticamente hasta Gontán, el pueblo donde teníamos previsto terminar esta etapa. Sin embargo, dado que aún era algo temprano para comer, decidimos continuar hasta el vecino pueblo de Abadín, que también cuenta con albergue de peregrinos.

Una vez allí, entramos en un bar de carretera, recomendado por unos obreros que realizaban reparaciones en la carretera, para comer. En efecto, disfrutamos de una magnífica comida. A la salida, dado que aún era bastante temprano, y que apenas teníamos 20 kilómetros de recorrido bastante asequible hasta Villalba, decidimos continuar la etapa.

En efecto, el recorrido hasta Villalba apenas presentó dificultades. El terreno era prácticamente plano, con apenas subidas y bajadas, e incluso la carretera, antes de llegar a Villalba, era una recta perfecta de unos 10 kilómetros. El Camino, en este trayecto, no discurre exactamente por la Nacional, sino por una pista cercana que va acercándose y separándose de la carretera. Decidimos continuar por ésta, si bien pudimos ver a un gran grupo de ciclistas que iban por el Camino. Pronto los volveríamos a encontrar.

El albergue de peregrinos de Villalba se encuentra justo a la entrada de esta población, en un polígono que está junto a la N-634. Es un edificio bastante moderno y con buenos servicios. Es gestionado por Protección Civil. Como hecho curioso puede citarse que ha sido el primer albergue del Camino, de todos los realizados, donde hemos pagado en vez de realizar el correspondiente donativo, con entrega de una entrada serigrafiada y todo. Todo esto viene de una normativa que publicó la Xunta en 2006, en la que, para evitar que los albergues fueran invadidos por turistas que no estuvieran realizando el Camino, decidió establecer un cobro de una pequeña cantidad, previa muestra de la credencial de peregrino.

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La tarde la empleamos en ajustar las bicis, lavar ropa, y reposar tranquilamente en el albergue. No mucho tiempo después llegó el grupo de ciclistas que habíamos visto con anterioridad. Cenamos con ellos en un restaurante cercano, en el polígono. Allí les recomendamos, dado que aún no tenían sitio donde parar en Santiago, que acudieran al Seminario Mayor, el sitio donde nosotros teníamos reservada habitación.

Recapitulando, habíamos realizado etapa y media en el mismo día. Ello implicaba que la etapa del día siguiente iba a ser demasiado corta, o que, por el contrario, tendríamos que volver a hacer etapa y media en la siguiente jornada. De acuerdo al perfil de la etapa, esto último parecía ser la opción ganadora. Sin embargo, ello implicaba que íbamos a llegar a Santiago con un día de antelación: el 25 de julio, día de Santiago. Algo que precisamente habíamos tratado de evitar. Pero algo que, finalmente, creíamos que merecería la pena.

Datos de la etapa:

  • Distancia (según cuentakilómetros): 77’048 km.
  • Tiempo empleado: 5:16:45
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