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10 dic 20 Camino del Cid 2019. Etapa 4: Sagunto – Valencia (06/VI/2019)

Esta entrada es la parte 6 de 7 de la serie Camino del Cid 2019

La última etapa de nuestro Camino del Cid la empezamos con algo de retraso con respecto a lo habitual: y no era para menos, ya que teníamos por delante la etapa más corta y sencilla de todo el trayecto, pero la que nos permitiría hacer algo de turismo, ya que teníamos en nuestro viaje nada menos que Segunto y Valencia, dos de las ciudades más importantes del Levante, cada una por méritos propios.

Y precisamente con la idea de hacer algo de turismo en mente salimos del hotel sobre las 8:45h. No tenía sentido salir más temprano, ya que ni el Teatro Romano ni el Castillo abrían antes de las 10:00h.

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Dejamos atrás Canet, y remontando el cauce del río Palancia, cruzamos de nuevo hasta Puerto de Sagunto, para desde allí subir hasta la inmortal Sagunto. Excusa por la que Roma y Cartago combatieron a muerte en la II Guerra Púnica, con Aníbal cruzando los Alpes con sus elefantes, que aterrorizarían a Roma durante años, la ciudad se alza en una cresta rocosa, donde se amontonan los restos iberos, romanos, musulmanes y cristianos, que se pueden conocer en tres ubicaciones concretas: Teatro, Castillo y Museo.

En nuestro caso, nos encaminamos en primer lugar a la oficina de turismo, donde conseguimos un nuevo sello en el salvoconducto, y una nueva chapa para la colección. Desde allí subimos hacia el Teatro y el Castillo. Imposible perderse: se sube por la Calle del Castillo.

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La subida hasta el Teatro es criminal, pero vale la pena el esfuerzo. Nosotros llegamos pronto, antes de la apertura, y nos tocó esperar un poco.

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Dado que no teníamos nada donde atar las bicis (ni con qué) no hubo otra que hacer la visita por turnos. El Teatro Romano de Sagunto sufrió hace algunos años una polémica restauración, pero que no por polémica permite entender de manera clara las dimensiones reales de un teatro romano, cosa que muchas veces se nos escapa (salvo en sitios concretos como Mérida o Santiponce) ya que por lo general se conservan sólo las gradas, pero no el escenario. En este caso era así, pero -merced a la restauración comentada- se reconstruyó el fondo escénico. Una vista impresionante.

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Después del teatro, como no podía ser menos, tocaba el castillo. Si ya la subida al teatro había sido criminal, la del castillo fue matadora. Desde el mar -0 metros- hasta Sagunto -45 msnm- habíamos subido de manera suave, pero de ahí al teatro -82 msnm- y al castillo -125 msnm- tuvimos que salvar rampas de más del 15%, y encima por adoquín. Determinados tramos tuve que hacerlos haciendo eses. Para echar el bofe.

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La visita al castillo no desmerece, pero por nuestra parte de nuevo nos tocó hacerla por turnos, y por desgracia apenas pudimos visitar una pequeña parte. El tiempo empezaba a apremiar. Aun así, es altamente recomendable, y valía bien mucho el esfuerzo de la subida.

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Dejamos atrás el castillo y el teatro, y nos internamos por la judería de Sagunto, callejeando un poco por ella, antes de dirigirnos al museo arqueológico. De nuevo, dos visitas que vale la pena hacer con tiempo, algo de lo que nosotros empezábamos a carecer.

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Una vez salimos del museo, tomamos rumbo sur con dirección a Puzol. Nos separaban 25 kilómetros de Valencia, que íbamos a recorrer por una nueva vía verde, abandonada ya nuestra querida Ojos Negros: la Vía Verde Xurra. Esta vía verde, el tercero de los trazados ferroviarios que atravesaban la huerta norte valenciana (junto con el FGV y el de RENFE) fue desmantelado por la competencia de estos dos trazados, y convertido en una estupenda vía verde, casi completamente rectilínea, que atraviesa naranjales y huertas, para llegar a Valencia, y que guarda algunos secretos interesantes.

Llegamos a Puzol sin mayor novedad, donde aprovechamos para comprar algo de lotería (huelga decir que no tocó), y desde allí tomamos nuestra vía verde. Un trazado excelente, y que tiene la particularidad de pasar por lugares cidianos bastante señalados, como El Puig, que hizo varias veces de cuartel general del de Vivar en varias de sus algaradas. Pasamos rápidamente por diversos municipios, como La Pobla de Farnals, Massamagrell, Museros, Albalat del Sorells y Meliana, antes de llegar a Alboraya.

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Y me detengo aquí porque, poco antes de llegar a Alboraya, tuvimos una sorpresa en forma de miliario romano. Reconstruido, claro. Y es que estábamos siguiendo el trazado de la Vía Augusta, que unía Cádiz con Roma, y que a día de hoy en buena parte de España se conoce como N-340. También fue en este punto donde tuve el primer incidente mecánico del viaje, y que a punto estuvo -5 kilómetros de nuestro destino- de dar al traste con el viaje: se me soltó una biela del plato.

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Era este un fallo que venía experimentando desde que le pues el monoplato al cuadro de la Fuji: el problema de poner un monstruoso plato de 48 dientes, pensado para una bicicleta en pista, en un cuadro de MTB es que hay grandes posibilidades de que los dientes del plato rocen en las vainas del cuadro, como era mi caso. Para evitar esto, tuve que poner una serie de espaciadores en el eje del pedalier por la parte del plato, que hicieron que el pasante del eje no sobresaliera todo lo que debía por el otro lado del pedalier, y que la biela no se ajustara de manera adecuada. Como resultado, tenía que andar de cuando en cuando reajustando la biela y volviendo a apretar tornillos. Sin embargo, desde hacía algunos meses estaba bastante estable, y no había experimentado problemas. Pero estaba claro que los brutales esfuerzos del puerto de Arenillas y de la subida al castillo de Sagunto habían reavivado el problema. Lo malo es que necesitaba apretar con enorme fuerza los tornillos de la biela para poder asegurarla, usando para ello una llave de carraca. Y conmigo no tenía más que una triste allen de mi kit de herramientas. Iba a ser complicado. Apreté todo lo que pude, y crucé los dedos para que la biela aguantara en su sitio todo lo que pudiera. Que por desgracia, no iba a ser mucho.

Pero habíamos llegado a Alboraya, a las puertas de Valencia. Nuestro viaje llegaba a su fin, pero antes de dirigirnos a la joya de la corona del Cid, no podíamos menos que hacer una parada con la que llevaba tiempo relamiéndome: la horchatería Daniel, una de las más afamadas de Valencia, que cuenta a Salvador Dalí o Rafael Alberti como algunos de sus más ilustres visitantes. Y donde nos íbamos a hinchar a horchata y fartóns, por recomendación de mi gran amigo Carlos Navarro.

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Tras esta estupenda parada, seguimos camino de Valencia. No tardamos en entrar en el extrarradio de la ciudad, si bien en mi caso con problemas en la biela, que no dejaba de aflojarse, y que me obligaba a recolocar a pataditas en su sitio. Absurdo esfuerzo, pero a esas alturas no nos íbamos a parar a buscar una tienda de bicis. Entramos en la ciudad por las avenidas de Cataluña y Aragón, por las que desembocamos en el viejo cauce del Turia. Allí era tentador entrar en la ciudad, y dirigirnos rápidamente a la Catedral, pero en su lugar, hicimos algo mejor: remontamos el viejo cauce, convertido hoy en día en un estupendo parque urbano, hasta llegar al Puente de los Serranos, y la espectacular Puerta que flanquea la entrada a la ciudad. Habíamos cumplido nuestro objetivo. Valencia era nuestra. Apenas unos segundos antes de las dos de la tarde. Habíamos concluido nuestra Conquista de Valencia.

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Entramos en el casco viejo de Valencia, y nos encontramos con una riada de gente. Principio de verano y una temperatura estupenda, por lo cual era algo de esperar. No tardarmos en llegar a la cercana Catedral, con su archifamoso Miguelete:

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Desde allí, no tardamos en encaminarnos al ayuntamiento, donde teníamos que obtener el último de los sellos de nuestro salvoconducto. Hasta allí nos guio amablemente un cartero, que -cosas de la vida- había hecho la mili en Cerro Muriano, y que nos conoció el acento. Además de guiarnos, nos recomendó encarecidamente visitar la Oficina Central de Correos, una auténtica preciosidad.

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Y ya en el Ayuntamiento (que tampoco desmerece) conseguimos el tan ansiado sello, y la última de nuestras chapas. Allí nos atendió una chica -qué cosas- también con lazos familiares con Córdoba, a donde quería desplazarse para trabajar de guía turística.

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Con el objetivo cumplido, nos quedaba algo de tiempo -no mucho- para visitar el centro de la ciudad, antes de tener que embarcar en el tren camino de Cella. Y es que nuestro recorrido tenía una ventaja: teníamos un tren directo, que pasando por Sagunto y Teruel, nos devolvía a Cella, nuestro punto de partida.

Almorzamos en una bocatería cercana al ayuntamiento (lástima de no disponer de mucho tiempo para degustar una paella o un arroz del señoret como bien se merecía), y luego volvimos a dar un paseo en torno a la catedral…

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…antes de encaminarnos a la preciosa Estación del Norte, que irónicamente está al sur del casco antiguo. En fin.

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Allí esperamos tranquilamente la salida de nuestro tren, no sin antes tener un absurdo problema en mi objetivo de comprar mi propio billete de tren de Córdoba a Sevilla con bicicleta, y que fue imposible de tramitar en la estación, ya que al parecer ese tipo de billetes -media distancia de otra comunidad autónoma, pero de la misma compañía ferroviaria- no se pueden comprar, ni en ventanilla, ni con máquinas automáticas. Completamente absurdo.

Ya en el tren, nos acomodamos para un tranquilo viaje que nos habría de llevar de vuelta a Sagunto, para acto seguido, continuar a Teruel. En la estación de Sagunto se nos unieron otros dos ciclistas, por lo que en un momento dado íbamos casi más bicicletas que personas en nuestro vagón, y que obligó a algunos malabarismos como los billetes al revisor, ya que -en teoría- sólo se permiten 3 bicicletas por convoy.

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Al llegar a Teruel, parada anterior a nuestro destino, conocimos a a Pedro, un trabajador de Adif, y que vive en Cella. Nos dio conversación al vernos con las bicis, ya que también era ciclista. Nos comentó algunos aspectos curiosos sobre la vía verde de Ojos Negros, y el estado del ferrocarril minero restante en la propia mina. Y así, de palique, llegamos a la estación de Cella. Continuamos con Pedro, conversación va y conversación viene, hasta llegar a Cella, donde nos ya nos separamos. Y así, casi sin pensarlo, llegamos de nuestra a nuestra casa rural.

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Tras unas duchas y un poco de descanso, nos dirigimos al bar junto a la fuente de Cella. Para nuestra suerte, en los días transcurridos desde nuestra partida habían fumigado el pueblo, y no tuvimos que sufrir -al menos, no tanto, los voraces mosquitos de la zona-. Y de esa manera, pudimos disfrutar más a gusto de una estupenda cerveza, como la que nos tomamos la víspera de la partida.

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Una Turia. Por supuesto. Una estupenda manera de cerrar el círculo.

Datos de la etapa

Distancia: 45’979 km
Distancia (según el GPS): 45’98 km
Altitud ascendida: 287 m
Tiempo de etapa: 2:48:49
Tiempo desde el inicio de la etapa: 5:34:00
Calorías consumidas: 1945 kcal

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15 nov 20 Camino del Cid 2019. Etapa 1: Cella – La Puebla de Valverde (03/VI/2019)

Esta entrada es la parte 3 de 7 de la serie Camino del Cid 2019

La primera de nuestras etapas del Camino del Cid la empezamos bien temprano, con la clara idea en mente de recorrer los aproximadamente 50 kilómetros que nos separaban de nuestro final de recorrido antes de la hora de comer, a fin de evitar las horas de más calor del día. Con este objetivo en mente, a las 7:30h ya estábamos desayunando en un bar cercano a la Fuente de Cella, que habíamos tenido la precaución el día anterior de averiguar si abría temprano, como era el caso. Era el típico bar de pueblo, donde puedes encontrar a tales horas de la mañana a labradores y trabajadores que se preparan para afrontar la jornada metiéndose algo caliente entre pecho y espalda, y no me refiero sólo a las buenas tostadas que nos sirvieron, sino bebidas con algo más de cuerpo. Lo que ya sí que me sorprendió era que la partida de cartas ya se estuviera jugando, y por el tono de las conversaciones y la dinámica de la misma, desde hacía un tiempo apreciable. Una vez que desayunamos, nos dirigimos al Ayuntamiento para obtener el primer sello de nuestro viaje.

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Tiene Cella un ayuntamiento hermoso como pocos, ubicado como era de esperar en la plaza mayor -lugar donde, por cierto, finalizaba el acueducto Albarracín-Cella, y donde se ha encontrado una gran cisterna de aguas-, en el que nos atendieron amablemente para sellarnos las credenciales. Lamentablemente no disponían de chapa del Camino. Solventado el trámite, volvimos a la Avenida de la Fuente, y bordeamos el pueblo, buscando la salida hacia la estación, en cuyas cercanías tendríamos que enlazar con el trayecto de la Vía Verde de Ojos Negros, que comparte trayecto durante algunos kilómetros con el Camino del Cid.

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No tiene mucha problemática seguir el trazado, ya que se encuentra con señalizaciones abundantes, y el Consorcio del Camino ha hecho un buen trabajo proporcionando mapas del recorrido y ficheros de GPS para descargar. En este caso, además, era bastante sencillo: carretera hasta llegar hasta la maderera que se encuentra junto a la estación. Nada complicado, pero con algo de tráfico pesado, que conviene tener en cuenta. Llegados a la rotonda de la maderera, se bordea ésta por una carretera secundaria, hasta la entrada de la Vía Verde, donde ya se deja atrás el asfalto, y empieza a rodarse por una buena plataforma terriza, que es utilizada para dar servicio a las fincas agrícolas que bordean la misma.

Es un trazado sin grandes problemáticas, recto como una flecha, y en suave descenso que nos acompaña desde la salida de Cella (1039 msnm en el Ayuntamiento), y que no cesará hasta llegar a la misma Teruel. Esta linealidad del camino apenas se ve interrumpida al pasar junto al Aeropuerto de Teruel. Es éste un caso sorprendente en la aeronáuta española: antigua base militar, cuando ésta fue cerrada y pasó a convertirse en un aeródromo civil, en vez de intentar convertirlo en un aeropuerto de pasajeros, condenado al fracaso por la escasa población de la zona y la cercanía del aeropuerto de Zaragoza, optaron por especializarlo en aparcamiento de larga duración para aviones, lugar de reparación de los mismos y, de manera ocasional, de zona de lanzamiento de microsatélites, con el resultado de que es uno de los aeropuertos más rentables de España. Todo un acierto.

Como decía, en una de las ampliaciones de la pista del aeropuerto se realizó un pequeño cambio de trazado de la vía verde, que quedó afectada por la zona de seguridad del aeropuerto, siendo por ello que se abandona el trazado rectilíneo que veníamos trayendo, para realizar un pequeño rodeo, que además nos lleva a rodar por encima del ramal ferroviario que da servicio al aeropuerto, retomando poco después el trazado original de la vía. Sin embargo, nuestro rodar por la misma no se prolongará durante mucho tiempo, ya que apenas 1,3 km después, a la entrada de Caudé, el trazado del Camino del Cid se separa del de la vía verde. Al ser ésta la heredera de un antiguo ferrocarril minero, sin servicio de pasajeros, su trazado evita las poblaciones, alejándonos de éstas. Aunque es perfectamente posible seguir el trazado de la vía en su totalidad, por nuestra parte optamos por seguir el trazado del Camino del Cid, que nos conducía a través de diversas poblaciones hasta llegar a Teruel: Caudé y Concud, las más destacadas.

Dejamos, pues, la vía verde, para seguir por una pista, y posteriormente girar en una carretera a mano izquierda y entrar en el casco urbano de Caudé. Es esta una pequeña población que se atraviesa en escasos minutos. Nos dirigimos al ayuntamiento, con la idea de sellar el salvoconducto, pero lo encontramos cerrado. Salimos del pueblo por una nueva pista agrícola, que nos condujo en permanente bajada hasta Concud, donde se repitió el escenario de Caudé. Seguimos descendiendo por la misma pista agrícola, hasta que llegamos a las cercanías de una granja. Allí es necesario cruzar una verja de mallazo para poder continuar. La pista poco a poco se iba convirtiendo en sendero, hasta que llegamos al cauce del arroyo de Concud, que fue necesario vadear para seguir nuestro camino.

Al poco de cruzar el arroyo, y llegar a un nuevo camino que discurría junto a algunas casas aisladas, tuvimos un encuentro ciertamente extraño: un lugareño que paseaba por la zona se puso a darnos algo de conversación, al vernos llegar con alforjas y ropa ciclista. Amablemente nos dio algunas indicaciones de cómo llegar a la cercana Teruel, y conversamos un poco del trayecto que estábamos haciendo. Todo muy amable y correcto, por la mera salvedad de que el lugareño iba vestido tan sólo con un bañador deportivo que no dejaba nada a la imaginación. Era casi como estar hablando con un nudista, a 100 kilómetros de la playa más cercana, y en una hora de la mañana en la que el calor, precisamente, no había hecho acto de aparición. Con cara de póker mantuvimos la conversación, y poco después, seguimos nuestro camino. Apenas un kilómetro después llegamos a la vieja N-234, y tomamos para entrar en Teruel. Habíamos llegado a Teruel, recorriendo unos 23 km de distancia en algo menos de hora y 40 minutos. Nos encontrábamos además en la cota mínima de nuestro viaje, a 877 msnm. A partir de ahí, todo iba a ser en subida.

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Y en subida, cómo no, entramos en Teruel. Capital de la provincia homónima, es una verdadera joya del mudéjar, cuyos mejores representantes en la ciudad son las torres mudéjares: Santa María de Mediavilla, San Pedro, San Martín y el Salvador. Entramos en la ciudad medieval pasando bajo la torre de El Salvador, y nos dirigimos a la cercana Plaza de Caros Castel, más conocida -al menos para los foráneos- como la plaza del Torico, al ubicarse en la misma la famosa estatua.

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Nos dirigimos a la Oficina de Turismo, junto a la cercana iglesia de San Pedro, lugar de reposo de los Amantes de Teruel, y que cuenta con otra de las torres mudéjares de la ciudad. En la oficina, un nuevo sello, y una nueva decepción: tampoco tenían chapas, andaban algo cortos de ellas. En fin. Seguimos recorriendo el centro de la ciudad, que cada vez se iba animando más, y visitamos la Catedral de Santa María de Mediavilla, que tuvimos la suerte de encontrar abierta.

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Tras una visita rápida, pasamos a la torre de San Martín…

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…y salimos del casco histórico para llegar al acueducto medieval que abastecía la ciudad. A cuyo pie descansamos un rato.

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Pasadas las 11:00h seguimos con nuestro recorrido. Cruzamos el viaducto que une la parte antigua con la parte moderna de la ciudad, y salimos de la misma junto a Dinópolis Teruel, tomando por unos momentos la N-234. Allí tomamos a mano izquierda un camino que, tras un breve ascenso, nos llevó en fuerte bajada a una zona boscosa, donde estaríamos rodando un buen rato, en sueave pero constante ascenso, hasta pasar por debajo de la Autovía Mudéjar y encontrarnos, poco después, de nuevo con la vía verde de Ojos Negros, a la que hubo que subir desde el fondo del valle en el que nos encontrábamos. Estábamos en el km 35 de la etapa, y de nuevo por encima de los 1000 msnm. Eran las 11.45h.

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A partir de ese punto, teníamos unos 9 km de ascenso constante hasta la cota máxima de la etapa, el puerto de Escandón. A esas alturas los kilómetros se empezaban a notar, pero seguimos rodando a buen ritmo, pasando sobre viaductos y por túneles que jalonan la vía verde en su ascenso por el sistema montañoso. Tras coronar Puerto Escandón y pasar junto a la estación de tren que allí se encuentra, empezamos un suave descenso, marcado por la presencia de la vía de tren a Sagunto a nuestra derecha, y la Autovía Mudéjar a nuestra izquierda. A las 12:45h hicimos una breve parada en un calvero completamente pelado, que no ofrecía ninguna sombra, pero sí algunos bancos hechos con antiguas traviesas de ferrocarril, junto a las ruinas de lo que supongo era una casilla de ferroviario. Menos era nada.

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Como no era plan tostarse bajo el sol, no tardamos en continuar con nuestro trayecto, que iba ya tocando a su fin. Continuamos en bajada durante otros 5 kms hasta llegar a la estación de tren de La Puebla de Valverde. Allí abandonamos de nuevo la vía verde, para tomar la carretera al pueblo en sí, nuestro final de etapa, al que no tardamos en llegar. Llegamos a nuestro hotel, el Horno, a las 13:20h, tras 54 km de etapa. Y allí, por fin, conseguimos la tan ansiada chapa del recorrido. Se trata de un hotel-restaurante pequeño y agradable, donde están acostumbrados a acoger a viajeros del Camino del Cid y de la Vía Verde, por lo que no hay problemas para ir a él con bicicletas, que se guardan en una cochera cercana.

Tras un estupendo almuerzo y mejor siesta, salimos a recorrer las calles del pueblo, en el que destacan su iglesia y dos puertas de las cuatro existentes en la muralla, siendo quizás la más destacada la Puerta de Valencia.

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Terminado el día, tocaba prepararse para la siguiente jornada, a recorrer íntegramente por la Sierra de Gúdar, y que nos tendría que llevar hasta el castellonense pueblo de Montanejos. Era el primer día y había sido el más sencillo. A partir de ahí, las cosas iban a ponerse más interesantes. :mrgreen:

Datos de la etapa

  • Distancia: 56,482 km
  • Distancia (según el GPS): 54 km
  • Altitud ascendida: 595 m
  • Tiempo de etapa: 3:31:51
  • Tiempo desde el inicio de la etapa: 4:45:51
  • Calorías consumidas: 3008 kcal

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14 nov 20 Camino del Cid 2019: Prólogo (01-02/VI/2019)

Esta entrada es la parte 2 de 7 de la serie Camino del Cid 2019

Nuestro comienzo del Camino del Cid estuvo precedido de un viaje que, de por sí, merece ser narrado. Ya he comentado la planificación que habíamos establecido, pero vale la pena refrescarla: por mi parte, tendría que viajar desde Sevilla a Córdoba, para allí unirme a mi padre, y viajar ambos hasta Cella. Allí haríamos noche en una casa rural, y empezaríamos a rodar el 3 de junio. Una vez finalizado nuestro viaje, el día 6, volveríamos esa misma tarde en tren regional hasta Cella, donde habríamos dejado el coche, para volver a Córdoba el 7.

Con este plan, salí de Santiponce en la sobremesa del día 1, para coger el cercanías en la estación de Valencina-Santiponce, y en Santa Justa tomar el tren regional hasta Córdoba. Siempre hay un punto de incertidumbre en este tipo de trasbordos, ya que te arriesgas a que algún retraso en los trenes implicados pueda dar al traste con los planes establecidos, pero en este caso tengo que decir que los trenes cumplieron con lo que de ellos se demandaba. Incluso ahora, que es necesario hacer una reserva previa para el transporte de bicicletas, y cuyo número está muy restringido por convoy. Todo fue como la seda, y el viaje hasta Córdoba fue muy agradable, excepción hecha del calor que empezaba ya a azotar ambas ciudades.

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La situación empezó a torcerse al poco de llegar a Córdoba. Tenía una cierta desconfianza en la llanta trasera que montaba en la Fuji. Era una llanta que había desechado en el pasado, merced a una insólita fragilidad en los radios de la misma, que tendían a saltar a la mínima de cambio, y que precisamente en etapas de alforjas me las había hecho pasar canutas. Y no había hecho sino rodar un poco en subida, en la Cuesta Negra, cuando escuché un clang terriblemente familiar: el de un radio rompiéndose. Y como no tardé en confirmar, por la parte de la corona. Estaba claro que esa llanta no iba a aguantar. Así que no me quedó más remedio que hacer un viaje de urgencia a una tienda de bicicletas para conseguir una nueva llanta, seguido de una sesión de ajuste de frenos y cambio de cubiertas. Desde luego, algo así era mejor que pasara al comienzo del viaje, que más tarde, pero no se trataba, ni por asomo, de un buen augurio.

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Solventado el problema, y tras una buena cena, nos preparamos mi padre y yo para el viaje que teníamos al día siguiente: unos 570 kilómetros de coche entre Córdoba y Cella. Salimos al filo de las 9 de la mañana, y condujimos hasta Manzanares por la A-4, para llí tomar la A-43 hasta su confluencia con la A-3 en las cercanías de Tébar. Un viaje agradable y con poco tráfico a través de Andalucía y La Mancha. La dinámica cambió un poco al tomar la A-3, ya que se notó una importante incremento de tráfico en sentido a Valencia. Se notaba que estábamos en fin de semana y en período vacacional. Continuamos por la autovía, entrando en Valencia por la zona de las impresionantes Hoces del Cabriel. Dejamos esta carretera y tomamos la N-330 a la altura de Utiel. Una Nacional con un excelente trazado y firme en los primeros kilómetros, pero que poco a poco fue cambiando su fisonomía, a medida que entrábamos en el Sistema Ibérico.

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Paramos a almorzar en Ademuz, exclave valenciano entre Castilla-La Mancha y Aragón, en una zona de esparcimiento junto al río Turia. Muy agradable, pero con muchas semillas de álamo volando por la zona en esa jornada, que cubrían el suelo de blanco, en una suerte de nevada fuera de temporada. Sin mucho más trámite, más allá de un café, continuamos con nuestro viaje, que se seguía adentrando en el Sistema Ibérico, por el valle excavado por el Turia en la dura roca. El paisaje seguía cambiando, y la carretera, ahora unida a la N-420, seguía haciéndose más sinuosa, y pegada a unos impresionantes cortados en la roca, que en ocasiones obligaban a tender redes de mallazo para evitar la caída de escombros a la calzada. Suerte del poco tráfico existente, pues en esas circunstancias era imposible adelantar. No quedaba otra que disfrutar del paisaje, y tomárselo con calma. Nos preguntábamos cómo tendría que ser viajar por esa zona en pleno invierno, con nevadas como las habituales por esa zona.

Tras llegar a Teruel, nos dirigimos a la cercana Cella por la N-234. Descargamos nuestro equipaje en la casa rural La Posada de Clotilde, donde habíamos reservado para esa noche, y para la vuelta desde Valencia, y que para nosotros contaba con la gran ventaja de que dispone de un aparcamiento privado donde podríamos dejar el coche durante toda la semana. Aunque, como descubrimos, la tranquilidad de Cella lo hacían completamente innecesario. La casa rural era tremendamente agradable y acogedora, así como su responsable. No puedo menos que recomendarla.

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Tras un rato de descanso, nos decidimos a hacer un poco de turismo por las cercanías. Y la decisión de a dónde ir estaba más que clara: la cercana Albarracín, por mérito propio declarada en sí misma Monumento Nacional desde el año 1961. Y hay que decir que no desmerece dicha calificación. Salimos de Cella para tomar la carretera de Albarracín, que transcurre junto al cauce del río Guadalaviar. De nuevo un precioso recorrido por zona de ribera y valle cerrado, rodeado de un impresionante sistema montañoso. Pero lo que pensábamos que iba a ser un viaje sin más hasta Albarracín pronto se vio interrumpido con algo que no esperábamos encontrar en absoluto: un acueducto. Romano, para más señas. Y excavado en roca viva. Demasiado tentador como para dejarlo pasar sin más.

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Paramos el coche y nos aprestamos a recorrer parte del trazado del acueducto. Se trataba del acueducto de Albarracín-Cella, de 25 kilómetros de recorrido, y que condujo las aguas del Guadalaviar hasta la cercana Cella desde el siglo I d.C. hasta mediados del siglo XII. Lo característico de este acueducto, y lo que lo hace verdaderamente espectacular es que gran parte de su trazado se encuentra excavado en roca viva, con respiraderos laterales en la montaña. No hay que esperar grandes arcadas estilo Acueducto de Segovia o similar, pero no por ello deja de ser digno de admirar, ni mucho menos.

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Estuvimos durante un rato recorriendo la sección de la Galería de los Espejos, llamada así por los respiraderos que permiten visualizar el valle en determinadas zonas (specula, atalaya de vigilancia), antes de volver al coche, y continuar el viaje a Albarracín. Pero no tardamos mucho en detenernos de nuevo, ya que no tardamos en encontrarnos con el Castillo de la Santa Croche, creado precisamente para controlar y proteger el suministro de agua del acueducto.

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Pasado el castillo de Santa Croce, por fin llegamos a Albarracín. Y como decía antes, no desmerecía en nada su bien ganada fama. Un pueblo medieval, bien mantenido, mejor cuidado, encaramado en un cerro junto al que por tres de sus lados transcurre el río Guadalaviar, y al que el cuarto protege una fabulosa fortificación medieval que trepa por la montaña. Y todo eso coronado por un castillo, junto al cual se alza una catedral. Una maravilla entre las montañas.

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Estuvimos un rato paseando por el pueblo, calle arriba y calle abajo, con una parada en la oficina de turismo, donde nos dieron abundante información del pueblo, y la primera de las chapas del recorrido. Y es que, como complemento al recorrido en sí, los municios adscritos al Camino del Cid entregan a los viajeros unas chapas identificativas de los lugares por donde has pasado y sellado el salvoconducto. Un detalle que nos daría bastante diversión a lo largo de nuestro viaje.

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Como decía, estuvimos buena parte de la tarde recorriendo Albarracín, y contemplando las vistas del pueblo.

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Desde lo alto de la Catedral bajamos hasta el cauce del río, que cruzamos, y estuvimos desandando el camino hasta llegar de nuevo a la oficina de turismo.

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Era hora de volver a Cella. Recorrimos la carretera de vuelta hasta nuestro inicio de etapa, para hacer noche en el pueblo. Cella es también digna de visitar, y destaca, aparte por su famoso canal, por su aún más conocida Fuente. Se trata, en realidad, de un gigantesco pozo artesiano por el que desaguan gran parte de las aguas subterráneas de los sistemas montañosos circundantes. Tiene a gala haber sido creada por los Templarios en el siglo XII, y en parte explica el abandono del primitivo acueducto romano.

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Tras dar una vuelta por el pueblo, empleamos el resto de la tarde en cenar en un bar junto a la Fuente donde, aparte de degustar la primera cerveza Turia del recorrido, fuimos devorados por inmisericordes mosquitos. Y es que eran grandes como aviones, y voraces como langostas.

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Ya caída la noche, volvimos a la casa rural. Para ser verano hacía algo de fresco, por lo que no quisimos imaginar cómo sería el clima en pleno invierno. Echamos pronto el cierre, en mi caso tras algo de lectura escogida.

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Quien quiere ir conmigo çercar a Valencia,
todos vengan de grado ninguno no ha premia,
tres días le speraré en Canal de Çelfa.

Esto dixo mio Çid el Canpeador leal.
Tornávas a Murviedro, ca él ganada se la á.
Andidieron los pregones, sabet, a todas partes,
al sabor de la ganançia non lo quieren detardar,
grandes yentes se le acojen de la buena cristiandad;
creciendo va riqueza a mio Çid el de Bivar;
Cuando vio las gentes juntadas, compeçós’ de pagar
Mio Çid don Rodrigo no lon quiso detardar,
adelinó pora Valencia e sobr’ella se va echar.

En pocas horas estaríamos empezando nuestro viaje a Valencia.

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09 nov 20 Camino del Cid 2019: Introducción

Esta entrada es la parte 1 de 7 de la serie Camino del Cid 2019

Quien conmigo quisiera venir para cercar a Valencia (…) sepa que le esperaré tres días en el Canal de Cella

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A principios del mes de julio de 2019 mi padre y yo recorrimos en bici el recorrido entre Cella (Teruel) y Valencia, siguiendo el trazado del Camino del Cid. Era éste un recorrido que llevaba casi quince años queriendo recorrer, camino que sigue las andanzas del gran héroe castellano, uno de los grandes personajes que se alza entre la historia y la leyenda, y que es en parte mito fundacional de la Corona de Castilla y, por ende, del concepto de España.

Es, sin embargo, el Cid un personaje histórico, al que grandes literatos como Menéndez Pidal dedicaron su vida, y al que se le puede seguir la pista con razonable exactitud histórica, a diferencia de otros personajes medievales. Fruto de esta capacidad de ser seguido, plasmada en una serie de documentos, cantares, y leyendas, se diseñó a principios del Siglo XXI un recorrido que une Burgos con Valencia, además del gran cantidad de sitios históricos relacionados con el Cid. Tuve conocimiento de este recorrido en torno a 2006, y desde entonces estuve soñando con poderlo recorrer. Tendrían que pasar 13 años hasta poder realizarlo.

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Es costumbre de mi padre y mía dedicar a finales de primavera o principios de verano algunas jornadas para hacer un viaje juntos. Por lo general habíamos realizado distintos trazados del Camino de Santiago. Pero para el primer recorrido tras mi vuelta de Irlanda había pensado en realizar algo especial. No pudo ser algo que hiciéramos de inmediato, pero pronto tuve claro que el escogido sería el Camino del Cid. Faltaba por determinar el tramo. El punto de destino, cómo no, tenía que ser Valencia, pero no tenía claro el origen. ¿Burgos? Ojalá, pero hubiéramos necesitado muchos días. Al final la respuesta la dio el propio Camino, gracias a una estupenda herramienta para calcular trayectos en función de tu medio para recorrer el Camino del Cid, y tu disponibilidad. Teníamos cuatro jornadas. Y la respuesta fue Cella, punto de partida del recorrido denominado La Conquista de Valencia.

Cella, una pequeña población cercana a Teruel, y mencionada en El Cantar de Mío Cid con las palabras que abren este artículo. Una excelente opción. Nos permitía viajar desde la zona de Teruel (capital que sí conocía) atravesando la parte sureste del Sistema Ibérico, descender hasta Sagunto, y desde allí enlazar con Valencia, todos estas zonas desconocidas para mí. Y como guinda del pastel, recorriendo dos trazados de vías verdes: la de Ojos Negros y la de Xurra. La primera de ellas un impresionante recorrido por un antiguo ferrocarril minero, desde la mina de hierro más importante de Europa, y la segunda, un precioso recorrido por la huerta valencia, entre campos de naranjos, verduras y… chufas. Algo a lo que no podía resistirme.

Determinamos empezar nuestro recorrido el 3 de junio de 2019, y contar con algunas jornadas adicionales para los desplazamientos. Finalmente, el plan de viaje escogido fue salir de Córdoba el 2 de julio, y dirigirnos a Cella en coche. Allí nos hospedaríamos en una casa rural durante una noche y donde el coche nos esperaría hasta nuestra vuelta. Viajaríamos durante 4 jornadas hasta Valencia, para volver en tren regional hasta Cella (donde hay parada de tren), volver a hacer noche en la casa rural, y posteriormente volver a Córdoba. Un plan redondo. Y que, en mi caso, implicaba a mi vez viajar el 1 desde Sevilla a Córdoba en tren.

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En cuanto a nuestras monturas, escogimos lo siguiente: mi padre su por entonces flamante bicicleta de montaña eléctrica, que le permitía rodar con alegría en cualquier tipo de trazado, como los que nos íbamos a encontrar: vía verde, carreteras secundarias, algún que otro puerto de montaña y algo de pista. Por la mía, mi vieja y querida Fuji Sundance SE, cuyo cuadro rajado hacía no demasiado tiempo que había hecho restaurar, y que había equipado para ciclismo urbano, a fin de utilizarla en mis desplazamientos al trabajo.

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Sin embargo, sobre este punto de partida hice un par de modificaciones. Sabiendo lo que se me venía encima, reemplacé la corona de piñones de ciudad, un grupo de carretera adecuado para rodar rápido y bien, por la corona XT de montaña. Con el único plato de 48 dientes, y sabiendo que había que superar puertos de montaña, consideré necesario disponer de un poco de ayuda a la hora de subir. Nunca podré dar suficientes gracias por haber realizado dicho cambio. Y el segundo, sustituí el sillín Selle de carretera por uno de gel de cicloturismo. Nunca podré lamentarlo lo suficiente. Y es que, si en el Camino de Santiago se dice que nunca has de estrenar botas para recorrerlo, tendría que haber imaginado que algo similar se ha de tener en cuenta en el caso de los sillines. Pero no adelantemos acontecimientos.

Esta es la introducción de las jornadas que vivimos recorriendo el fascinante trayecto del Camino del Cid: La Conquista de Valencia.

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