El Camino Primitivo entra en la parte vieja de Lugo por la Puerta de San Pedro, para atravesar la ciudad prácticamente de sur a norte. Para que el peregrino no se despiste, junto a la puerta un miliario indica que aún restan 103’623 kms. hasta Santiago:
Atravesamos la puerta apenas pasadas las ocho de la mañana. Era una mañana fría y gris que me hizo tener que echar mano de la chaquetilla de la bici que había echado en la mochila para resguardarme del frío. Aún no podía sospechar que durante dos días la iba a agradecer sobremanera. El sombrero, claro, estaba un poco fuera de lugar, aunque sospechaba, acertadamente, que más tarde o más temprano no iba a echarlo en falta.
Apenas pasada la muralla, a mano derecha, se encontraba el albergue de peregrinos. Albergue que, por esta vez, no íbamos a necesitar. Continuamos en dirección a la plaza de la catedral, donde nos encontramos por primera vez, junto a la oficina de correos, con una pareja de peregrinos belgas que nos acompañarían durante casi todo nuestro trayecto.
Cerca de la catedral se abre en la muralla la puerta de Santiago, lugar de salida de Lugo para los peregrinos. Llegamos a ella en apenas doce minutos, con tiempo sobrado para hacer fotografías y perder un poco el tiempo cerca del albergue de peregrinos. El casco histórico de Lugo es, ciertamente, muy pequeño.
La salida del casco histórico marca el inicio del descenso del camino hasta alcanzar el río Miño, que se atraviesa por el puente romano. Una vez atravesado el río puede contemplarse una bonita vista de la ciudad, en la que destaca la Catedral:
Sin embargo, como tras cada descenso suele haber una subida, el rato de relax no fue, por desgracia, demasiado grande. Afrontamos poco después un fuerte repecho pasado el río que no fue sino el preludio de un recorrido ascendente que se prolongaría durante 5 kilómetros. Todo el rato estuvimos recorriendo carreteras rurales y barrios periféricos de Lugo, lleno de casitas adosadas y chalets, algunos de ellos ciertamente curiosos:
La mañana seguía bastante fría, y lo que era peor, ventosa. Además amenazaba lluvia que, si bien no nos llegó a caer, sí que hizo un aviso de sus intenciones en forma de lloviznas ocasionales.
Hicimos la primera parada del día sobre las diez y media de la mañana, en la Fuente de Ribicás, donde hay habilitada una pequeña área de descanso. Allí repusimos fuerzas y bebimos el agua de la fuente, que salia… ¡helada!
El camino, todo el rato por carretera, no ofrecía nada de particular, salvo la bellaza propia del agro gallego. No mucho tiempo después de dejar la fuente dimos alcance a otro peregrino, guipuzcoano, pero de familia andaluza. Pegamos la hebra, y de esa manera recorrimos la falsa meseta que nos habría de llevar hasta el final de nuestra etapa, San Román de Retorta.
San Román es apenas una pequeña aldea, que cuenta con tan sólo un bar, y un pequeño albergue para peregrinos unos cuantos kilómetros camino adelante. Sin embargo, posee dos elementos claramente distintivos: el primero de ellos es una iglesia románica, del siglo XII, pequeña pero de una sobria belleza que no deja indiferente.
El segundo elemento es un miliario romano. En realidad, lo que hoy en día se puede contemplar a la salida de la aldea es una réplica del original, erigido en época de Calígula, y que servía para indicar que se había recorrido una nueva milla de la vía romana. El original, según nos comentaron en San Román, se encuentra expuesto en un museo dedicado a las calzadas romanas del norte de españa, en Astorga.
Así pues, apenas habían pasado las doce y media de la mañana cuando habíamos terminado la etapa. Teníamos habitación reservada en el hostal de la gasolinera de la Cruz da Veiga, localizada en la provincia de La Coruña a unos 8 kilómetros, en el cruce de la N-540 con la LU-1611, en el concello de Guntín. Dado que en el propio San Román no hay albergue, los dueños del hostal se ofrecen a recoger a los peregrinos, llevarlos a éste, y a la mañana siguiente devolverlos a San Román, para continuar el Camino. Así hicimos.
El hostal era lo que se podía esperar de un hostal de gasolinera: sencillo y barato. Bien es verdad que no necesitábamos nada más. Además contaba con la ventaja de que la gasolinera disponía de un pequeño colmado donde pudimos comprar fruta y algo para picar, y un buen restaurante donde, por vez primera en el viaje, pudimos disfrutar del magnífico pan que se sirve a la hora de comer, en grandes chuscos, a lo largo y ancho de la tierra gallega.
Por la tarde, como manda la tradición, lavamos ropa y preparamos la etapa del día siguiente. Tampoco es que hubiera mucho más que hacer, ya que la gasolinera se encontraba en un cruce de carreteras, sin ninguna población cercana.
En el primer día habíamos recorrido 19’8 kms., y habíamos empleado unas cuatro horas y media. Había sido apenas una toma de contacto con el Camino, en la que lo mejor que se puede decir es que estábamos recorriendo una senda de dos mil años de antigüedad, si nos retrotraemos a su origen romano, y probablemente muy anterior. Aunque nos teníamos que limitar a saber que estábamos recorriendo esa senda, ya que hasta el momento no habíamos tenido, salvo el miliario de San Román, muestra alguna de ello. Los días posteriores se encargarían de darnos muestra sobrada de ello.
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