Esta historia comienza una brumosa mañana de Julio, en un tren, camino del Ferroltingham. Un 18 de Julio nuestro protagonista se encuentra en los preliminares de un largo y duro viaje que habrá de enfrentarle al Señor de Compostela en las profundidades del Monte del Granito (también conocido como casco histórico de Santiago de Compostela).
Nuestro héroe, al que llamaremos Yuri, se dirigía acompañado por su lugarteniente, y padre a la sazón, camino del comienzo de todo. Hasta momentos antes se habían visto secundados por una hueste de montaraces jiennenses, así como de ElfoScouts, pero su aventura habría de discurrir por caminos diferentes, y la numerosa tropa se separó de ellos en Sarria.
La llegada a Ferroltingham, lugar de comienzo de la senda, coincidió con la apertura de la mañana, que hasta ese momento se había mostrado gris y amenazadora. Mientras esperaban la llegada de la Dama Blanca (también conocida como Ana), engañaron al hambre en una tosca posada, en la que el único sustento sólido disponible eran churros.
A la llegada de Ana en el carromato de las 10:35h, nuestros protagonistas se dirigieron a la casa del alguacil, donde les sellaron las credenciales de guerreros (cómo está la Terra Media, hasta para eso piden ya papeleo). Una vez solventado esto, se encaminaron al Monolito Primo, lugar del comienzo de la aventura.
El Monolito Primo se encuentra ubicado junto al puerto del Ferrol, lugar en donde las hordas de goblins… digo… de ingleses desembarcaban en Terra Media para dirigirse hacia el Monte del Granito. En su búsqueda coincidieron con dos montaraces de la región de Val-Ent-Zia. Éstos debían de ser montaraces de saldo, porque incluso con un mapa del tesoro fueron incapaces de hallar el Monolito. Cierto es que encontrar la ubicación exacta para los no iniciados es un misterio casi irresoluble, una gymkana que resolver, en la afortunadamente contaron con la ayuda de la Señora de la Oficina de Turismo.
Tras las apropiadas ofrendas en el Monolito Primo, nuestro trío de héroes, así como la pareja de montaraces, partieron hacia Compostela, justo en la hora donde la sombra es más corta. Habían decidiro seguir el antiguo Camino del Rey, casi abandonado y perdido en algunos tramos; más largo y oculto, pero por ello más seguro y discreto. Siguieron las marcas dejadas por innumerables guerreros antes que ellos, dado que el pergamino obtenido días antes en la Magna Biblioteca de Int-Tir-Nit no daba información exhaustiva en ese estadio de la ruta. Los lugareños ferrolanos los despedían con canciones e incluso les indicaban los lugares peligrosos de la senda, bien por mor de las zanjas de defensa contra las invasiones de turistas, o bien por aviesos desvíos planificados por el malvado sheriff de Ferroltingham. Los montaraces de Val-Entzia sucumbieron pronto a una de estas trampas. Resultado: tardarían dos horas más en llegar al final de esta etapa.
La salida del Ferroltingham fue tal y como indicaba el pergamino: fea, triste, gris, y por medio de un polígono industrial. Durante tres horas nuestros caminantes atravesaron extensiones pobladas por pequeñas casas, así como muestras de obras de desaforados gigantes. El camino a seguir discurría bordeando la ría del Ferroltingham, en un día el que el sol estaba empezando a caer a plomo sobre las cabezas del trío del Anillo. Tuvieron que resistir la tentación de tomar varios puentes que les hubieran ahorrado una larga caminata por el fondo de la ría, pero la absoluta seguridad de que se hallaban custodiados por feroces Nâzgul les hicieron optar por ir mejor por caminos secundarios.
Tras pasar Narón, población en la que pararon junto al Monasterio de San Martín de Xubia, siguieron hasta llegar a un curioso molino elfo en que se molía el trigo usando la fuerza de las mareas: se dejaba pasar el agua en la marea alta por unas compuertas, y cuando ésta empezaba a bajar, se cerraba, y tras un tiempo, se abría otra compuerta junto a la rueda del molino, y la fuerza del agua trituraba el trigo.
A continuación pasaron junto a una magna herrería de enanos, dedicada al reciclaje de chatarra. Las pilas de detritos formaban auténticas montañas de hierro, ominosas por su color marrón óxido, en tan flagrante contraste con el verde de los montes y el turquesa del mar. Numerosas fuentes, de hierro, jalonaban el camino junto a la hererría, pero todas salvo una se hallaban secas.
Una vez el trío hubo pasado la herrería enana llegaron junto a un puente de hierro y madera, que les condujo directamente a la primera posada del camino: el Albergue de Neda. Habían pasado unos minutos de las tres de la tarde. Lamentablemente el posadero no abriría el Albergue hasta las seis de la tarde, por lo que nuestros amigos tuvieron que descansar en un prado junto al albergue. Allí se encontraron con un nuevo acompañante: un mago inglés, llamado Alex, que decía residir en un lejano lugar llamado República Checa, y ser parte de un grupo de escribanos que se llamaban a sí mismos Skriptorium, dedicados a la traducción de conjuros históricos del checo al inglés y viceversa. Dado que no hablaba ni una palabra del Idioma Común, Yuri tuvo que hacer de traductor, dado que él podía expresarse en la endiablada jerga de Las Islas.
Mientras consumían sus vituallas, un rápido mensajero, que decía proceder del Valle de Olid, apareció fugazmente por el Camino, y siguió veloz su camino al Monte del Granito. Decía haber estado allí el día anterior, procedente de la Senda de Portus-Calis, pero como no había conseguido los suficientes PXs para mostrarse ante el Señor de Compostela, se había decidido a emprender una nueva aventura. Y, en esto, llegaron los valentzianos.
Al cabo de un rato, tras contactar mediante un conjuro de tipo Vodafone con él, el posadero abrió el albergue. Informó a nuestros héroes de que la próxima posada se encontraba a 25 km. de allí, por lo que, pese a haber recorrido sólo 12 km., decidieron terminar aquel día el recorrido. Adecentaron sus vestiduras, y visitaron por la tarde el pueblo de Neda, donde un curioso Cristo bifaz, cual Jano católico, les asombró junto a una iglesia.
Por la tarde nuestros caminantes tuvieron una sorpresa: un guerrero que se habían encontrado previamente en Ferroltingham había ido hasta la posada, junto con su familia, buscando acreditaciones para emprender el camino como las que disponían nuestros amigos, pues éstos le informaron que ellos las habían conseguido en posadas de guerreros en Córdoba y Ponte-Antiguo. Lamentablemente el posadero de Neda no disponía de ellas. No sería la última vez que lo encontraran.
A la mañana siguiente, nuestro grupo de héroes partió al alba, en torno a las 7:30h. A esas horas los montaraces de Val-Ent-Zia ya habían partido, y el mago inglés tenía decidido emprender la senda más tarde, pues sus etapas eran más cortas, por lo que allí se despidieron de él. Se acoplaron a las muñecas unos sistemas mágicos que parecían emitir luz en la oscuridad, de tal manera que pudieran ser vistos por posibles carromatos, y salieron de la posada.
La salida de la villa de Neda fue para nuestros aventureros sumamente peculiar, pues para salir del pueblo hubieron de entrar primero en él, ya que la posada donde habían hecho noche ni siquiera estaba dentro de las murallas del pueblo. Tras atravesar el pueblo, entraron en una zona de sotomonte con amplia cantidad de pequeñas granjas en su camino. En constante subida y bajada, se aproximaron al importante puerto de Fene, donde la mole de los Astilleros mandados costruir por un cónsul Franco se yerguen ominosamente sobre la ría.
En la villa de Fene nuestros héroes contrataron los servicios de un mensajero para deshacerse de parte de la carga innecesaria que llevaban a sus espaldas: el posadero de Neda les había aconsejado deshacerse de las tiendas de acampada que llevaban, pues el recorrido hasta el Monte del Granito estaba adecuadamente jalonado de posadas, y en el único punto donde no era así, era más razonable acogerse a la hospitalidad de los pueblerinos de la zona (que no de sus autoridades, definidas como los de protección civil de Leiro son unos cabrones) que hacer noche en campo abierto, a riesgo de caer bajo una emboscada de Nâzgul, Uruk-Hais, Fragas errantes o vaya usted a saber. Antes de salir de Fene, nuestros aventureros pudieron admirar los curiosos frescos que remataban los edificios oficiales de la ciudad.
A la salida de Fene, el trío del Anillo empezó a afrontar las verdaderas dificultades de la etapa. La población humana empezó a hacerse escasa, y casi sin solución de continuidad se vieron rodeados tan sólo de la soledad de los montes, con su camino en franca y dura subida. Sabían que les quedaba un buen trecho hasta el Puente del Eume, pero en vez de tomar la pista de la costa, tuvieron que tomar la senda que pasa por los montes, estrecha, fría, silenciosa, pero por ello más adecuada a su cometido final. En las soledades del bosque gallego, pese a todo, encontraron señales que alentaban su paso,
a la par que escalofriantes, pero inofensivas monstruosidades de la naturaleza.
Había que tener cuidado.
Tras superar la orografía de la zona, el trío del Anillo consiguió llegar hasta el Puente del Eume, y la villa que está junto a él. Antes de cruzar el puente pararon a descansar y reponer fuerzas. El sol de la mañana estaba empezando a pegar duro.
Tras la obligatoria parada para sellar la credencial de guerrero en el Castillo, nuestros héroes afrontaron las duras rampas de salida del pueblo, verdadera mezcla de aldea fluvial y nido de águilas, por más contradictorio que pueda parecer.
Tras pasar por el templo de los dioses, siguieron el duro ascenso hasta culminar el cerro por donde se extiende la villa del Puente del Eume. Llevaban recorridos unos 17km. Aún les restaban otros 18 km. para terminar la etapa. El Camino del Rey afrontaba duras subidas y peligrosas bajadas en este tramo.
Algunos kilómetros más adelante, encontraron a un caminante, humano, que les indicó que el Camino del Rey se hallaba cortado por la construcción de una nueva zona de construcciones humanas, y les indicó a nuestros protagonistas una senda por la que podían retomar el Camino sin perder mucho tiempo. Pese a todo, el antiguo Camino del Rey se hallaba cortado por una nueva vía de comunicación más moderna, pero más transitada, que obligó al trío a seguir una senda indicada como vía de servicio de la autovía que, con contínuas subidas y bajadas, y un empedrado que dejaba mucho que desear, acabaría desembocando tras un par de repechos horrendos en la villa de Miño. Eran en torno a las tres de la tarde, y el trío del Anillo llevaba unas ocho horas de marcha casi ininterrumpida. Habían recorrido 25 km.
A esas alturas, las expresiones de dolor y de cansancio eran generalizadas, y los efectos de la marcha pudieron notarse al rato de haber descansado en la posada de Miño: había nacido La Comunidad de la Ampolla. Posada en la que, por cierto, se encontraba refugiada una tal Anna, refugiada política de Escandinavia. Nunca supieron nada más de ella.
Sin embargo, Yuri hubo de sobreponerse al dolor y al cansancio, y tuvo que salir a cazar algo para el almuerzo. Pese a que la villa contaba con un sistema de comida a domicilio (innovación increíble por aquellos lares), todos los jinetes se encontraban a aquellas horas fuera de servicio, y no había ningún Rohirrim de guardia. Yuri, tras mucho buscar, consiguió finalmente cazar algo de pavo, y procurarse queso, pan, yogur, bebidas y chocolate.
Tras unas horas, a las siete de la tarde, llegaron los montaraces valentzianos. Se habían perdido tras pasar el Puente del Eume, y tras vagar varias horas perdidos por las soledades de los bosques, habían encontrado una débil pista que los llevó hasta el punto de encuentro (“como no encontrábamos el camino, bajamos hasta el mar y seguimos la línea de la costa“). Yuri pensó que mejor sería no tener que depender nunca de sus habilidades de orientación.
La posada de Miño se encontraba a las afueras del pueblo, pero con una magnífica ventaja: estaba emplazada a 400 m. de una magnífica playa, donde Yuri, Pietro y Ana disfrutaron de un magnífico reposo del guerrero, pues al día siguiente tendrían que afrontar una escalofriante etapa: Miño-Leiro, tramo muy duro, advertido por los posaderos que los habían hospedado, donde no se contaba con el apoyo de las autoridades locales, y en donde no había ni una sola fuente de agua en los 15 km. finales.
A la mañana siguiente, la Comunidad de la Ampolla se puso en marcha aún más temprano que el día anterior. Sabían que deberían afrontar una dura etapa en la que el recorrido iba a ser duro, el agua, escasa y la posada, inexistente. Los montaraces valentzianos, fieles a su formación castrense, ya hacía un rato que habían partido cuando la Comunidad empezó a andar; sin embargo, también fieles a su falta de orientación, digna del propio Ryoga Hibiki, se habían perdido por el pueblo, y fueron prontamente alcanzados por nuestro trío de aventureros.
La salida del pueblo de Miño fue, como era de esperar, en descenso, hasta un puente con el desgraciado nombre de Do Porco. Pasado el puente, y recién saliendo del pueblo, una frondosa higuera marcaba por dónde habría de transcurrir el camino. En ascenso, obviamente. Un duro, muy duro ascenso, que fue mitigado en parte gracias a los jugosos frutos del árbol.
El pergamino de guía seguía siendo tan preciso en las descripciones del entorno como falaz en las de las distancias. Indicaciones de apenas unas líneas correspondían a grandes distancias, cercanas a la hora de caminar. Decenas de construcciones religiosas jalonaban el camino, y muchas de ellas eran dignas de ser observadas con detenimiento.
Frisadas las diez de la mañana, tras un peligroso descenso desde los montes circundantes, por los que la Comunidad había estado llamando la ruidosa atención de los perros, nuestros protagonistas entraron en la populosa villa de Betanzos, lugar de nacimiento del guardián de los Argonaths, puerta de acceso al Nen (¡que pasa neng!) Hithoel desde el Anduin, el inmortal Francisco Buyo.
La villa hacía pocos días que había terminado su mercado contemporáneo, por lo que aún podían observarse las calles engalanadas, y los restos de las fiestas. Tras obtener la bendición de las autoridades locales para la expedición, la Comunidad se distrajo por unas horas por la villa (cosa que no hicieron los montaraces valentzianos, con quienes se encontraron nuestros aventureros, cuando aquéllos abandonaban ya la villa monumental), dado que su belleza monumental invitaba a perderse por sus templos,
sus calles,
observar las idiosincracias de la cultura local,
descansar un poco,
pero eso sí, siempre con una pose orgullosa y digna.
Lamentablemente, y dado que el tiempo del que disponía para llegar al final de la etapa era escaso, la Comunidad tuvo que abandonar Betanzos rápidamente, apenas pasada la una de la tarde, bien provistos de agua debido a la anunciada carencia del líquido elemento por el camino, tras haberse solazado con las delicias del dulce local (impresionante Tarta de Santiago y sorprendente arroz con leche gratinado) y con un auténtico infierno lloviendo en forma de rayos solares desde el cielo.
Los problemas no hicieron sino empezar nada más empezar a andar. La mochila de Pietro anunció que hasta allí había llegado, rompiéndosele un asa. Tras un apaño de urgencia con aguja e hilo, así como vendas mágincas pegajosas, se pudo seguir adelante, no sin ser casi atropellados por un carro sin control, en una cuesta abajo, que acabó chocando contra un muro. Su conductor se tiraba de los pelos.
Las rampas que hubo que afrontar a la salida de Betanzos fueron las más duras que la Comunidad había tenido que afrontar desde la salida desde Ferroltingham, y la asfixiante temperatura no ayudaba en nada. Por otro lado, la cobertura vegetal, consistente en la mayoría de los tramos en eucaliptos, o bien más adelante sembrados no ofrecía una sombra mínimamente aprovechable, e incluso contribuían a secar más el ambiente. Además, la enorme cantidad de terreno asfaltado por el que se hubo de andar no hacían sino castigar aún más a los pies, e incrementar el sentimiento de hermanamiento de la Comunidad de la Ampolla.
Pese a todo, el día tuvo sorpresas, como la inesperada existencia de una pequeña fuente, casi perdida en la maleza, pero de un agua limpia y fresca a más no poder. El manantial, encontrado por Yuri, surgía de entre dos placas de pizarra, y sirvió de auténtico salvavidas a media etapa, donde ya había sido necesario empezar a racionar el agua, pese a que la Comunidad había dispuesto de 5 litros al salir de Betanzos.
Pero no había que engañarse: el caminar era cada vez más trabajoso, el sol abrasador, de tal modo que la Dama Blanca empezó a manifestar enormes molestia, debido al franco deterioro de su calzado en la zona del talón, así como del ardiente sol, y fue necesario parar a restablecer fuerzas en un pinar, dado que Ana estuvo a punto de sufrir una lipotimia en dos momentos especialmente dramáticos.
Incluso la Comunidad se planteó hacer noche allí, y continuar la etapa durante la noche hasta Bruma, pasando por alto la parada en el lugar de Leiro. Pero el haber enviado por mensajero las tiendas de acampada al hogar, los peligros de la ruta nocturna (Nâzguls, Santa Compaña o perder las marcas del Camino del Rey), y la importante caída de la temperatura al frisar el día las siete de la tarde, les hizo retomar el camino, para llegar a Leiro al filo de las ocho de la tarde.
Los lugareños, gente muy amable, acogieron sin reservas a nuestros caminantes, ofreciéndoles agua fresca y descanso (“¿Queréis agua del pozo? Está muy fresca, que se ve que tenéis mala cara. (…) ¿Vosotros sois del sur, verdad? Mi marido es malagueño y reconozco el acento, aunque lleva 35 años viviendo aquí”). Un rato después Yuri se acercaba a la taberna (Bar Zapatero), donde le daban las llaves de la antigua escuela, sitio donde la tabernera le informaba de que podían pasar la noche. Además, le dió noticias de los dos montaraces valentzianos: había llegado allí en torno a las seis de la tarde (las dos horas de diferencia que la Comunidad había empleado visitando Betanzos), pero dado que Bruma distaba sólo 11 km, habían decidido prolongar la etapa. Nunca lo hicieran: al día siguiente la Comunidad se enteró de que habían llegado a Bruma frisando las 10 de la noche, tras casi cuatro horas de durísima marcha para esos 11 km, los más duros de toda la marcha hasta El Monte del Granito.
La antigua escuela era aprovechada por los lugareños como lugar de instrucción para bailes tradicionales, ya que ni niños quedaban ya por aquellos lares. Su estado de conservación era correcto, pero las comodidades prácticamente inexistentes. Medianamente pudieron adecentar sus vestiduras y asearse gracias a una espuerta de canteros que había abandonada allí, y tras cenar con sus raciones de viaje, dispusieron una estancia, antiguo hogar del druida encargado de instruir a los niños, para pasar la noche. Corta noche, pues para evitar un día duro de calor como se avecinaba el siguiente, habían decidido marchar de allí a las cinco de la mañana, para llegar a Bruma a media mañana, y continuar hasta el pueblo de Órdenes, distante de Leiro unos 25 km.
No podían saber aún que sus planes no iban a cumplirse en absoluto. Sin embargo, habían conseguido superar la primera etapa-cuerno. Y eso les hacía felices.
Las cuatro de la mañana no tardaron en llegar. Yuri, raudo, se levantó del sofá donde había dormitado, y despertó a su vez a Ana. Pietro, quien no había dormido en toda la noche, ya se encontraba en la planta inferior del edificio, en duermevela. Rápidamente los miembros de la expedición recogieron sus equipajes, y tras un frugal desayuno consistente en café instantáneo preparado con agua, y algo de chocolate, abandonaban el pueblo de Leiro en torno a las cinco de la mañana, para evitar el calor que se había anunciado para ese día.
La Comunidad, esta vez, prefirió evitar el viejo Camino del Rey, yendo por el nuevo Camino Negro, que evitaba las frondosidades de los bosques, ya que pese a que la luna llena iluminaba el camino, era necesario utilizar antorchas para iluminar el camino. Tras un rato en descenso, la Comunidad llegó a una bifurcación del camino. ¿Qué hacer? Dado que no seguían el Camino del Rey, no había marcas, y el pergamino no decía nada al respecto. Tras un rato de duda, tuvieron la suerte de que un comerciante que iba en dirección contraria amablemente les indicara el camino. Un poco más adelante un vecino del lugar se ofreció a llevar a la Comunidad hasta la Cima de los Vientos, donde se hallaba el famoso Mesón del Viento, junto al cual se encontraba la posada de Bruma, la primera escala del día. Sin embargo, la Comunidad decidió rechazar la oferta, pues preferían afrontar la dureza del camino para llegar en plenitud de comunión espiritual hasta el Monte del Granito.
Poco después, Yuri se percataba de que se le habían caído sus anteojos de visión diurna, y, sospechando que había sido en la bifurcación anterior, tuvo que desandar veinte minutos de camino. El día empezaba cruzado.
Retomada la marcha, los caminantes llegaron al fondo del valle por el que estaban descendiendo. Sospechaban que la bajada no iba a durar mucho, dado que si te diriges a un lugar que se llama Cima de los Vientos, no es muy aconsejable bajar. Así fue. Una escalofriante subida, primero por un amplio camino de asfalto, posteriormente, por una pista, y finalmente por una espectacular sucesión de rampas por una senda entre extensiones de eucaliptos, marcó de manera dramática el comienzo de la mañana.
Pese a todo, el segundo cuerno del viaje fue superado cuando la aurora empezaba a asomar sus rosados dedos por la cúpula celeste. Poco después la Comunidad se encontraba entre prados en los que menudeaban las granjas de vacas, engañosas en su placidez, pero que escondían auténticas bestias capaces de asustar al más pintado, sobre todo cuando se te abalanzaban mugiendo como locas, y con los ojos vueltos.
Superada la aventura vaquera, el sol, lentamente, empezó a alzarse sobre los montes por los que la Comunidad poco tiempo antes había estado sudando la gota gorda, bajando, subiendo, y huyendo de vacas asalvajadas.
Tiempo después, un solitario crucero de piedra, erguido en la soledad de los montes, parecía marcar en su soledad la senda a los caminantes, como un recordatorio de que aún en aquellos desiertos, la mano del hombre era dueña y señora.
Poco después, el demonio de la desmoralización empezaba a sembrar las semillas de la discordia en la Comunidad: sonidos no muy lejanos parecían indicar la existencia de una gran vía de comunicación en las cercanías, pero el Camino del Rey parecía esquivarla de manera aviesa. Al cabo de un rato de caminar, un puente pasaba por encima de esta vía, y se alejaba de ella en una nueva subida.
Una subida que llevaba a una nueva zona boscosa; el lugar de Bruma parecía alejarse del lugar donde supuestamente se encontraba. Jamás once kilómetros se habían hecho tan largos. Y sin embargo, tras un largo caminar, el pueblo, aldea más bien, apareció tras unos árboles. Rápidamente una señora, madre a la sazón de la responsable de la posada de Bruma, corrió a alertarla de la presencia de la Comunidad, informado también a los caminantes que podían dirigirse hacia ésta, y allí descansar un poco.
La amabilidad de los hospitaleros, así como la constatación de que el pueblo al que se dirigían, Órdenes, carecía de posada, albergue o sitio similar para pasar la noche, fuera de un pabellón de recreo, hizo que la Comunidad se decidiera a terminar la etapa en Bruma, pese a que apenas se habían alcanzado las nueve de la mañana. Sin embargo, dado que la aldea no disponía de ningún tipo de comercio, el hospitalero se ofreció a llevar a nuestros héroes hasta la Cima de Los Vientos, donde sí se disponían de esas comodidades, en el pueblo allí sito, el Mesón del Viento.
Dicho y hecho, tras adecentarse un poco, el hospitalero, de nombre Benigno, condujo a nuestros tres héroes en su carro hasta el vecino pueblo, distante kilómetro y medio. Allí pudieron comprar vituallas, relajarse un poco,
contemplar la fauna y flora del lugar,
y, cuando abrieron los mesones del pueblo, reponer fuerzas a base de una buena comida.
La tarde la emplearon nuestros aventureros en explorar el entorno,
visitar la vieja iglesia de Bruma, en la que pudieron contemplar cómo se desarraiga un castaño.
Yuri, además, se dirigió al cercano arroyo, de aguas límpidas y heladas, pese a la época del año, para refrescar sus fatigados pies. Caballitos del diablo, de tonos azul y negro, sobrevolaban las aguas. Yuri intentó plasmar la belleza de los insectos en su cámara oscura. Concentrado en tal labor, no percibió que las aguas empezaron a adoptar un movimiento giratorio de los remolinos calmados y parecieron formar el germen de otro más vasto. De pronto -muy de pronto-, adquirió éste una clara y definida forma en un círculo de más de una cuarta de diámetro. El borde del remolino estaba indicado por una amplia faja de espuma brillante; pero ni un fragmento de esta última se deslizaba en la boca del terrible embudo, cuyo interior, hasta donde podía llegar la vista, estaba formado por un muro de agua, limpio, brillante, de un negro azabache, inclinado hacia el horizonte en un ángulo de unos cuarenta y cinco grados, girando, vertiginoso, a impulsos de un movimiento oscilatorio, hirviente y elevando por los aires una voz aterradora, mitad aullido, mitad rugido, tal como la poderosa catarata del Niag-Arah-Dur no ha elevado nunca hacia el cielo.
Entre los pies de Yuri se había formado un Maelstrom. Y en el fondo de éste, sonriente y con los restos de uno de los caballitos del diablo aún asomando entre sus fauces, sonreía una rana.
La Comunidad había planificado salir al día siguiente temprano, a las cinco de la mañana, con el objetivo de llegar a Sigüeiro, y lanzar la ofensiva final sobre el Monte del Granito en una sexta jornada, en la que solo tendrían que recorrer 15 km. Para ello, tenían previsto irse a dormir a las nueve de la noche, como muy tarde. Pero nada pueden los planes humanos contra los hados, y éstos hicieron que el matrimonio de hospitaleros tuvieran a bien honrar con su amena charla y su agradable compañía a la comunidad hasta altas horas de la noche, hablando de todo lo divino y lo humano, y en la que Benigno advertiría a los miembros de la Comunidad acerca de las otrora agradables brumas que daban nombre al pueblo, pero que desde hacía años se hallaban convertidas en unas brumas ácidas, contaminadas por la funesta magia negra que desprendían las cercanas torres de las poderosas fábricas de rayos y centellas de los alrededores (“Desde que pusieron las dos centrales térmicas de los alrededores, las nieblas vienen contaminadas y queman todos los cultivos, salvo la hierba para las vacas, pero no podemos tener vacas porque con la cuota de Bruselas la producción permitida no nos llega para poder vivir de ello.).
Finalmente, pasadas las doce de la noche, nuestros aventureros podían descabezar un breve sueño, para afrontar la siguiente jornada con renovadas energías.
El quinto día de marcha, la Comunidad abandonó la posada de Bruma a las seis de la mañana. Beningno, el posadero, les había comentado que el camino hasta la siguiente parada, Siweiro, sería fácil y rápido. Unas seis o siete horas de marcha, si salís a las siete de la mañana, para la una o las dos estáis allí. Teniendo en cuenta el ritmo de marcha de los días anteriores, se antojaba poco para los, según el pergamino y el propio Benigno, 33 kilómetros de marcha. Y sin embargo, lo clavaron.
Las misteriosas brumas tóxicas que daban nombre al pueblo se hicieron presentes en aquella salida del pueblo, por lo que nuestros caminantes tuvieron que apresurar su ritmo, cosa fácil dado que el camino adoptaba un suave perfil descendente, para no ser engullidos por aquella misteriosa niebla que derretía todo tipo de cultivos salvo la hierba de pasto. Pronto conseguirían dejarlas atrás.
No mucho tiempo después, de nuevo nuestros aventureros entraban en zonas de población rural dispersa, donde les llamó poderosamente la atención una casa en particular: concentraba en sus jardines gran cantidad de restos de construcciones de siglos pasados, así como viejos aperos de labor, conformando con todo ello curiosas esculturas, así como motivos decorativos de gran interés. Algún mecenas rural habitaba aquellos lares. Curioso, muy curioso.
Frisaban las ocho de la mañana cuando la Comunidad alcanzó la aldea de San Pelayo de Buscás, donde se veneraba una antiquísima estatua del citado santo, cuya peculiar decoración, así como la de los capiteles, suscitó la extrañeza de nuestros aventureros.
Y de sorpresa en sorpresa. Más adelante, en Poulo, hallaban la casa donde el viejo rey don Felipe II había pasado una noche en su camino hacia el puerto de la ciudad de Crunia, donde partiría hacia las lejanas islas de Albión. Pero más llamativa aún resultaba la placa que recordaba tal hecho.
No mucho tiempo después, el Camino del Rey abandonaba las zonas habitadas y se internaba de nuevo en las florestas. En cierto sentido resultaba de agradecer para los caminantes, pues pese a que la mañana había sido fría, poco a poco el calor se empezaba de nuevo a adueñar de la situación. En una vieja fuentes, junto a unas casas, los héroes del Anillo aprovechaban para repostar agua, que sería de gran ayuda para superar acaso el único repecho del día.
Superado éste, nuestros caminantes tuvieron que detenerse para hacer algunas curas en los pies; la abundancia de camino de nuevo cuño, con su dura superficie, se dejaba notar. Más adelante, una vez el Camino del Rey hubo cruzado bajo el nuevo Camino Negro, el acuciante calor obligaba a nuestros héroes a hacer una nueva parada. El lugar escogido, un agradable pinar, tuvo que ser desechado cuando las pulgas, perseguidas por enormes arañas, empezaron a corretear sobre los aislantes que conformaban una superficie agradable sobre la que reposar. El campamento tuvo que ser rápidamente desplazado a mitad del camino.
Tras un rato de descanso y en el que se consumieron las vituallas de viaje, los caminantes se pusieron de nuevo en marcha. Tras un recodo del camino, llegaron a la parte más agobiante del camino, tal y como les había advertido Beningo: una pista, perfectamente recta, tan sólo quebrada por la ondulación del terreno, que se extendía junto a una conducción de aceite de roca, y cuya dureza no consistía en las leves subidas y bajadas, sino en que sus seis kilómetros de exasperante rectitud minaban la resistencia mental de los que se enfrentaban a ella, ya que parecía no terminar jamás. Además la ausencia de sombras y el sol que pegaba de plano contribuían a hacer asfixiante la atmósfera de desolación que imbuía al camino.
Y sin embargo, el camino llegó a su fin. La Comunidad entró a Siweiro cruzando un pequeño puente de madera sobre el río Tambre, en el que nuestros héroes pararon a reponer fuerzas, dejarse refrescar por la vegetación que rodeaba al río, y olvidar la desolada pista. Era la una menos cuarto. La etapa había pasado volando.
A la entrada del pueblo, la Comunidad se encontró con un miembro de la seguridad del pueblo (Protección Civil), que les condujo en su carromato todoterreno hasta el pabellón de deportes del pueblo, donde habrían de pasar la noche. Posteriormente les enseñó el pueblo, en especial un claro del bosque junto al río Tambre, en el que, si así lo deseaban, podrían descansar a la sombra y bañarse en una agradable playa fluvial.
De vuelta al pabellón, los miembros de la Comunidad se ducharon y curaron sus heridas antes de ir a comer a una taberna del pueblo. A la vuelta, les esperaba una sorpresa: no iban a estar solos en el pabellón: un joven del pueblo iba a pasar allí unas cuantas noches. Su sospechoso aspecto les hizo estar sobre aviso, pensando que pudiera ser un Nâzgul disfrazado, e hizo que la Comunidad se planteara hacer la parada en Siweiro lo más breve posible. El emprender el camino esa misma tarde se hacía un poco cuesta arriba, pues el cansancio acumulado era considerable, por lo que la posibilidad de emprender una etapa completamente nocturna iba empezando a cobrar forma. Además, el hecho de que el pabellón iba a estar en uso hasta altas horas de la noche suponía otro grave inconveniente.
Sin embargo, la puntilla a la situación la proporcionó la llegada al pabellón de un numeroso grupo de viajeros procedentes de la Marca Hispánica. Un grupo de 15 mozalbetes, acompañados de 5 tutores, hicieron su llegada a media tarde. Benigno había hablado de ellos a nuestros amigos, pero se suponía que iban a pasar aquel día en la posada de Bruma. Tras hablar con uno de los tutores, se desveló el misterio: tras haber llegado a Bruma, habían sometido a votación el quedarse allí o continuar, y los nenes habían decidido bajar hasta Siweiro, así que se montaron en su transporte y habían dejado los equipajes en un carromato que mas tarde los transportaría hasta Siweiro.
Los monitores se mostraban, con razón, descontentos: no era lo mismo dormir aquella noche en una buena posada que en aquel pabellón, pero la democracia era la democracia. Muertos de risa por dentro (“¿A quién se le ocurre hacerle caso a los nenes, que lo que quieren es llegar a un pueblo grande para ir de cachondeo?”), los miembros de la Comunidad se compadecieron de los responsables de aquella horda de larvas de yuppie. Y es que así le luce el pelo a la Marca Hispánica: mucha burguesía acomodada haciéndose pasar por superguay y superalternativa, y que dejan a la decisión popular cosas que no se pueden dejar, y luego tienen que tragar carros y carretas. En fin; al menos en ese caso, en el pecado llevaban la penitencia.
La decisión estaba clara: saldrían al día siguiente a las cuatro de la mañana. E irían por el Camino Negro, ya que el viejo Camino Real se encontraba bajo éste, y la alternativa, para evitar circular por esta congestionada vía, sugerida por las autoridades no hacía más que dar vueltas y revueltas sobre el Camino Negro. Además, se acortaba la etapa hasta los 12 kilómetros.
Pero al caer la noche, negros presagios en forma de nubes de tormenta encapotaron el cielo sobre Siweiro. Además, un frío viento que olía fuertemente a humedad empezó a azotar el pabellón. Todo hacía prever que la llegada al Monte del Granito iba a estar acompañada de frío, viento y lluvia.