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12 sep 05 Crónica de la I Maratón MTB Sierra Morena

Sigo vivo. Pese a todo, lo conseguí. Y aquí estoy para contarlo. Pero empecemos por el principio.

La víspera a la maratón el cielo se mostraba inclemente con la ciudad de Córdoba. Una pesada lluvia caía por la tarde sobre nuestra ciudad, haciendo que la impresionante cola de gente que esperaba, paciente, su turno en las instalaciones del Fontanar para recoger su dorsal y resto de efectos identificativos de la maratón tuviera que guarecerse bajo paraguas o parapetos de fortuna. Fue ahí donde pude comprobar de primera mano la increíble acogida que ha tenido esta I Maratón. Más de 700 personas se habían inscrito para participar. Todo un éxito.
Tras esperar algo más de una hora, pude al fin recoger mi dorsal, con el número 148 serigrafiado en él, así como la numeración para la bicicleta y un chip identificador.

La mañana de la maratón el cielo parecía haber concedido una tregua. A diferencia de las jornadas anteriores, la niebla no había hecho acto de presencia, pero eso podía anunciar algo peor: lluvia. Así fue. Mientras acudía a la concentración en El Fontanar, a las 8:00h, un chaparrón, por suerte breve, cayó sobre la ciudad.
Entre las 8:00h y las 9:30h los participantes fueron acudiendo al punto de salida neutralizado, hasta formar un grupo algo superior a los 700 ciclistas. La nota divertida de la salida la puso uno de los participantes, que cabalgaba sobre un patinete equipado con ruedas neumáticas y manillar extensible. Para completar el cuadro, el amigo llevaba pesas de plomo en los tobillos. Alguien apuntó: “Y lo peor es que nos dará una paliza.” No sabía aún cuán proféticas serían aquellas palabras.

La serpiente multicolor empezó su marcha en dirección a Conde Vallellano, avenida que se alcanzó tras pasar frente a la central de bomberos y ser vitoreados por éstos. A continuación se cruzó el puente de San Rafael, para dirigirse acto seguido hacia el Parque de Miraflores. Una nueva parada en el puente de Miraflores estuvo motivada por el corte de tráfico de la Ribera, tras el que se continuó en dirección a la Mezquita.
En la Mezquita se produjo un hecho sumamente divertido: al ir el grupo sumamente estirado, y el recorrido rodear la Mezquita, la cabeza del pelotón se encontró con la parte media de éste, hecho que provocó las risas de los asistentes e hizo aprovechar a algunos para “escalar” posiciones en el grupo, lo que fue seguido de un abucheo (y cachondeo) generalizado. Tras el rodeo a la Mezquita, se volvió a enfilar Vallellano arriba, la Victoria, Ronda de los Tejares, y finalmente el Pretorio, donde se dio la salida oficial.

Tras la salida oficial todo transcurrió poco más o menos igual, siguiendo Brillante arriba hasta llegar a los jardines de Escultor Fernández Márquez, en los que se giró para enfilar el primer repecho de la jornada: la Avda. Escultor Ramón Barba, más conocida como “La Cuesta Negra”. Fue aquí donde se puede considerar que fue la salida real de la prueba, y donde empezaron a hacerse las primeras selecciones, y en la que, aunque tomándomelo con calma, empecé a escalar unos pocos puestos en el pelotón. Al pasar frente a mi casa tuve la agradable sorpresa de ser vitoreado por mis padres, mi hermana y Anita. No hay mejor manera de empezar el día. Sin embargo, negros nubarrones asomaban al llegar a lo alto de la Cuesta Negra: el día se presentaba sumamente frío, apenas se podía ver la Sierra por la niebla, y el eje del pedalier empezaba a chirriar de una manera bastante siniestra.

Al final de la Cuesta Negra se tomó la Avenida de San José de Calasanz en dirección al Tablero, para posteriormente girar a la derecha y subir por la Avenida de la Arruzafa, que aproveché para seguir escalando algunas posiciones. Al pasar el Parador nos introdujimos en el Patriarca, bajando por la calle Espino Negro, para penetrar posteriormente en la Finca del Patriarca. Desde allí se volvió a enlazar con la carretera de las Ermitas por la pista principal que cruza la finca desde abajo hasta arriba (quizás recordada por algunos debido a los maléficos acontecimientos allí vividos durante una noche, tras los exámenes de Selectividad). El grupo se seguía estirando, y yo subiendo puestos en el grupo. El frío continuó apretando, y la niebla no permitía ver la cima de las Ermitas. Pero ya desde tan abajo se veía que la cabeza del grupo había alcanzado ya el comienzo de la Cuesta del Reventón, donde se termina el tramo asfaltado.

La subida a las Ermitas fue mucho más dura de lo esperado. A la habitual dureza del recorrido, se sumó el barro y el agua, lo que hacía que fuera sumamente difícil no echar pie a tierra de cuando en cuando. Pero lo peor de todo fue que se produjo una aglomeración tal de gente, que hubo que subir casi la mitad de la Cuesta arrastrando la bicicleta. Además, la niebla daba un aspecto fantasmagórico al recorrido, que se veía además potenciado por los rugidos de los caballos de vapor que disputaban la subida a Santa María de Trassierra a unos pocos kilómetros de allí.
Al llegar a la cima de las Ermitas llevaba recorrido algo más de 14 kilómetros. Un momento perfecto para parar a recobrar fuerzas y comer algo. Saqué ciruelas pasas y un par de jícaras de chocolate, y me tomé en breve descanso. El recorrido iba a ser largo y duro, así que más valía ser precavido. Disfruté un momento del paisaje, y pude contemplar el banco de niebla que habíamos atravesado desde arriba: estábamos por encima de las nubes. Como los ángeles.

Tras este pequeño receso, continué con la marcha. Lo siguiente era subir en dirección al Lagar de la Cruz, hasta pillar una pista de una urbanización, a la izquierda, más o menos a medio camino entre las Ermitas y el Lagar de la Cruz. En este tramo empezaron a confirmarse las sospechas que albergaba desde el comienzo de la etapa. Era tremendamente pesado mover el desarrollo: el eje del pedalier no iba nada fino, hacía un ruido bastante malo y ofrecía muchísima resistencia. Sin embargo, algo así no iba a poder detenerme. O eso al menos esperaba yo. Una vez tomada la pista, la marcha transcurrió entre urbanizaciones de la sierra. Merece la pena destacar el magnífico señalizado del recorrido por parte de la organización, tanto con señales, carteles, cintas, así como por voluntarios y soldados de la Brigada Mecanizada. Imposible perderse. Así que sólo quedaba fajarse un poco, dar pedales, disfrutar del paisaje y mantener una cadencia de pedalada decente. Esto último era lo malo. Mover el plato mediano con un piñón intermedio era como intentar ir con el plato grande arrastrando un ancla. No quedaba más remedio que recurrir a los piñones altos, y cuando el camino picaba un poco hacia arriba, meter rápido el plato pequeño. Estaba teniendo que hacer un desgaste mucho mayor del esperado. Las cosas no iban nada bien. Y pese a todo, me mantenía en los tiempos que más o menos había calculado. Cuando llevábamos cerca de una hora y media rodando, uno de los miembros de la organización nos informó que el primero en pasar por ese punto, Trujillo (que a la postre sería el vencedor de la prueba) había pasado hacía 40 minutos. Estremecedor.

Un rato después llagamos a parajes conocidos: el Lagar del Caño del Escarabita y la Fuente del Elefante. De nuevo teníamos público vitoreándonos. Algo muy de agradecer. Entonces fue cuando llegaron los problemas. En una zona de baches muy pronunciados el eje del pedalier hizo acto de presencia en toda su magnitud. Algo chirrió fuertemente, y pareció que los rodamientos se hubieran salido de su sitio. El giro se hizo de repente muy desacompasado y molesto. Estaba apenas a unos pocos kilómetros de Trassierra y ni siquiera sabía si iba a poder llegar hasta allá. Continué como pude, tomando la rueda de un ciclista que llevaba un maillot de un grupo ciclista del País Vasco, y tras incluso pasarle, conseguí llegar al punto de avituallamiento sólido de Trassierra. Llevaba recorridos unos 30 kilómetros, y pasaba ya de las 12:00h del mediodía. Llevaba algo más de dos horas dando pedales.

Acudí al punto de asistencia mecánico, pero allí poco pudieron hacer por mí, más que limpiar un poco el eje del pedalier del barro que me salpicaba hasta los ojos, e inyectar grasa en el eje. El giro se hizo algo mejor y casi desapareció el chirrido, pero el girar de éste seguía siendo terriblemente duro. Las cosas se estaban poniendo feas de verdad. Estuve descansando un poco en la zona de avituallamiento, comí más ciruelas y algo de chocolate. A estas alturas ya no existía un grupo propiamente dicho, sino una procesión en estación de penitencia de ciclistas desperdigados por la Sierra de Córdoba. De Trassierra se seguía en dirección al Cortijo del Bejarano y las Fuentes del citado arroyo con su famosa cascada, que, como no todo el mundo sabe, no son es más que la cabecera del acueducto romano “Aqua Augusta”, uno de los que abastecía a la Corduba romana y que, pasado el tiempo, también llevaría sus aguas a Medina Azahara. Aún hoy en día parte de su trazado sirve para alimentar las fuentes del Patio de los Naranjos de la Mezquita de Córdoba.

El girar de los pedales seguía siendo sumamente pesado, pero conseguía avanzar a buen ritmo, aunque estaba empezando a desfallecer. Seguíamos en dirección al Lagar de la Cruz, por los caminos de Las Dos Columnas. A estas alturas del camino ya reconocía a algunos compañeros de marcha, gente que iba rodando en mis cercanías, unas veces por delante y otras por detrás. Compañeros de fatigas.

Pese a todo, llegué al Lagar de la Cruz, nuevo punto de avituallamiento, esta vez líquido. La sombra del abandono seguía pesando sobre mí. La resistencia del pedalear seguía siendo muy molesta, pero temía sobre todo que los rodamientos no aguantaran el castigo y terminaran por saltar. Empezaba a considerar seriamente optar, desde el Club de Golf, por tomar el recorrido B, más corto, de unos 55 kilómetros, y al menos asegurar el poder terminar la prueba, y no arriesgarme a romper más adelante, por el Naranjo o el Club Asland, y tener que irremediablemente retirarme. Eran aproximadamente las 13:00h. Llevaba ya en el cuerpo unos 37 kilómetros, y acumulaba una media hora de retraso sobre mi horario previsto. El tiempo comenzaba a cambiar. La tregua concedida desde la mañana parecía expirar, y una suave llovizna comenzó a caer sobre aquellos que nos encontrábamos en el Lagar de la Cruz. El frío se hacía más intenso, y hacía desagradable el estar parado, pese a estar perfectamente abrigado por mi equipación de invierno. Pese a todo, me forcé a descansar un rato, y traté de reponer fuerzas dando buena cuenta de las ciruelas, más chocolate, y una bolsa de frutos secos que me dio uno de los soldados, así como un bote de Acuarius.
Un poco antes de reanudar la marcha, un quad de la organización trajo a un herido, junto con su bicicleta. Lo introdujeron en una ambulancia militar y lo evacuaron. Lástima por él.

Una vez decidido a continuar, seguí el recorrido marcado, que tomaba la pista que, desde el Lagar de la Cruz, pasa por detrás de los repetidores, en dirección al cruce del 14%. Casi al final se giró a mano izquierda, por lo que llaman “La Calzada”, bajando en trepidante descenso hacia el Arroyo Don Lucas, rodeando el Cerro de la Miniya, para llegar a las cercanías del Embalse de la Encantada. Los problemas mecánicos en el grupo, que no habían dejado de aparecer desde el comienzo de la prueba, se veían ya bien acompañados de problemas musculares. La falta de azúcares en los organismos ya se dejaba sentir, y menudeaban tirones musculares y desfallecimientos. Yo, por mi parte, sentía terriblemente cargados ambos gemelos, por el sobreesfuerzo al que me obligaba el exceso de dureza del eje del pedalier, y a esas alturas ya acumulaba tres amagos de tirones, que afortunadamente había logrado controlar.

El descenso había acabado, y de nuevo tocaba ascender. El paisaje que nos rodeaba era sencillamente espectacular, y valía la pena demorarse un poco para deleitarse con él. Lamentablemente, el camino a seguir no era tan idílico, y fue necesario en amplios tramos echarse la bici al hombro para superar algunos tramos totalmente trialeros. Pero valía muy mucho la pena. A unos tres kilómetros del avituallamiento sólido del Club de Golf, hice un nuevo alto para comer. Devoré ciruelas y chocolate. Y en esto vi como me pasaba el participante del patinete, que me daba ánimos para seguir. Tuve que descubrirme ante su pundonor. Eso era un hombre de hierro, y lo demás son tonterías. Sencillamente impresionante.

Continué, y un poco antes de entrar en los terrenos del Club de Golf me uní a un grupo de ciclistas de un club de Écija. Continuamos rodando juntos, de cháchara, y aprovecharon para preguntarme por lo que quedaba del recorrido, desde el Club de Golf. Fui sincero: una bajada emocionante, pero muy peligrosa, por el sendero del 14%, Santo Domingo y el Naranjo, luego el Canal un rato para tomar la Vereda de Linares, y desde ahí la terrorífica subida de la Vereda de la Alcaidía (en especial el tramo junto a la Casa de la Víbora, y sobre todo con lo que llevábamos a esas alturas del baile en las piernas), y luego el Camino de Decalamano hasta el Muriano, duro en sus rampas finales. Se decidieron por el recorrido B. Y así, finalmente, llegamos al Club de Golf y su punto de avituallamiento sólido. Eran aproximadamente las 14:15h, y acumulaba un retraso que rondaba los tres cuartos de hora sobre mi horario previsto. Un tiempo nada despreciable si tenemos en cuenta mis problemas mecánicos. Sopesando estos factores, añadidos a mi cansancio por el sobreesfuerzo al que me veía sometido, el riesgo de romper y tener que abandonar, y que, al fin y al cabo, me lo había pasado bomba y había disfrutado como un enano, que era de lo que se trataba, tomé mi decisión. Recorrido B.

Una vez hubimos comido un poco, un bocadillo, fruta y chocolate, tomamos la carretera del 14% en dirección al Muriano. En el descenso hasta la base militar dejé atrás a mis compañeros ecijanos, y entré en la base. Me hicieron tomar una pista asfaltada que, a mano derecha desde la entrada, sigue la verja de la base y pasa junto a unos campos de entrenamiento, para entrar a contramano, finalmente, en la explanada de meta, junto a unos barracones y los aparcamientos. Tras entrar por la parte posterior en la meta, y tras una breve confusión, nos hicieron entrar en meta por la parte delantera para contabilizar el tiempo de llegada, justo cuando me llamaban de mi casa para enterarse de cómo iba. Así que entré en meta hablando como el móvil, como si en vez de estar haciendo una prueba de ciclismo de montaña estuviera de paseo por el Vial Norte. Con un par. Eran las tres menos veinticinco de la tarde, y llevaba en el cuerpo algo más de 56 kilómetros.

Córdoba, noviembre de 2004.

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Comentarios de los lectores

  1. |

    [...] El primero de ellos va a ser la crónica que redacté sobre la I Maratón MTB Sierra de Córdoba. [...]

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