En la Semana Santa de 2015, fieles a una tradición que en 2015 cumplía 10 años, mi padre y yo nos volvimos a poner en marcha para completar una aventura jacobea. En este caso, se trataba de culminar el Camino Mozárabe entre Córdoba y Santiago de Compostela, del que ya habíamos hecho dos tramos:
Se trataba, en este caso, de culminar el tramo intermedio, entre Mérida y Zamora. 358 kilómetros a realizar en 6 jornadas, alternando asfalto, pista, senderos y -gracias, gracias, gracias- antiguas vías romanas que cruzan la Península de Sur a Norte, con 2000 años de historia a sus espaldas.
La fecha escogida, como en otras ocasiones, fue la Semana Santa, al disponer de una serie de días de vacaciones que facilitaban enormenente estas tareas logísticas. A fin de poder aprovechar la Semana Santa de manera íntegra, decidimos realizar entre el Sábado de Pasión y el Jueves Santo, y poder tener algunos días para otros menesteres: mi padre -el auténtico héroe- salir el Viernes en procesión con la Hermandad de Los Dolores, y yo pasar unos días de vacaciones en Galicia con Ana.
En esta ocasión, y para evitar dolores de cabeza, decidimos salir juntos desde Sevilla el mismo Viernes de Dolores. Tras finalizar mi jornada laboral, me dirigí a Santiponce, cerré la casa, y con la bicicleta ya preparada, me dirigí a la estación de autobuses de Plaza de Armas.
Mi padre, por su parte, tomó el regional entre Córdoba y Sevilla, para llegar a la estación de tren de Santa Justa. Desde allí cruzó Sevilla hasta llegar a Plaza de Armas, donde nos encontramos. El día era caluroso y seco. Qué diferencia con la Semana Santa de 2013. No había color.
En Plaza de Armas empaquetamos las bicis y nos dispusimos a esperar el autobús. Era un día de mucho trasiego de viajeros, y se notaba. Comienzo de vacaciones para muchos, y de aventuras para unos cuantos, entre los que nos encontrábamos. Las aventuras, en realidad, empezaron pronto. El autobús venía con retraso, a resultas de lo cual no llegamos hasta Mérida hasta el filo de las once de la noche. Al menos no tuvimos que preocuparnos de buscar restaurante para cenar, ya que lo hicimos en una de las paradas del autobús. Y, al llegar tan tarde, pudimos captar alguna bonita fotografía del Puente Lusitania, desde el Puente Romano de Mérida. Que hubiera sido el interesante de fotografiar, pero no se puede tener todo…
La noche en Mérida la pasamos en el Hotel Nova Roma, que ya conocía de haber visitado Mérida con Ana unos años antes. Céntrico y con un precio razonable, nos permitía hacer una salida temprana desde una ubicación inigualable en nuestra primera jornada.
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El Sábado de Pasión empezamos nuestro rodar. Seis jornadas que comenzaban, como no podía ser menos, con un buen desayuno. Para ser el primer día, y pese a que teníamos por delante la segunda etapa en longitud de todo nuestro viaje, no empezamos especialmente temprano. Desayunamos prácticamente solos en el restaurante del hotel, y empezamos nuestra marcha al filo de las 9:00h.
Pese a que no era demasiado temprano, incluso para un sábado, no había prácticamente nadie en la calle. Mérida aún dormía. Ascendimos por la calle Suárez Somonte hasta las cercanías del Teatro y el Anfiteatro Romanos. No fue posible obtener ninguna buena foto, pero sí pudimos, al menos, tomar una frente al Museo Nacional de Arte Romano, cuya visita recomiendo encarecidamente. A continuación nos dispusimos a cruzar el río Albarregas, para lo cual bajmos hasta la estación de tren, pasamos junto a la basílica de Santa Eulalia, y pasamos junto al espectacular Acueducto de los Milagros, donde pudimos inmortalizar nuestro viaje en la que, a la postre, sería una de las mejores imágenes del viaje:
Cruzamos el río Albarregas sobre el puente romano -el segundo de nuestro viaje, y de muchos que habríamos de cruzar-, y nos encaminamos hacia el embalse -romano, cómo no- de Proserpina. Tomamos en ligero ascenso, bien acompañados de flechas amarillas, la carretera del Lago, en la que se ha construido un carril bici que lleva al ciclista hasta el mismísimo embalse. Algo de agradecer, desde luego.
El ascenso se fue haciendo un suave ascenso, que nos llevaría desde los 208 m. al cruzar el Albarregas hasta casi 300 m. de altitud, para luego volver a bajar al llegar al embalse. La mañana estaba algo fresca, y pelín ventosa, pero despejada y agradable para rodar.
Llegamos al embalse al filo de las diez menos cuarto. Tras las obligadas fotos de rigor, y tomarnos un rato para contemplar la maravillosa obra de ingeniería, seguimos avanzando, siempre hacia el norte. Nos encontramos con numerosos ciclistas, paseantes, y también un continuo goteo de peregrinos, nunca demasiados, pero nunca ausentes.
Bordeamos durante un rato el embalse, antes de tomar una vieja carretera llena de baches durante unos cuantos kilómetros. Una de esas carreteras por las que parece que, más que pasar los años, pasan las centurias. Tres kilómetros después de dejar atrás el embalse, tomamos una pista que nos introdujo directamente en la dehesa extremeña, camino del pequeño pueblo de EL Carrascalejo.
El camino era ancho, agradable y cómodo, si bien en un pequeño y suave ascenso, que marcaría su máximo (307 m.) poco antes de llegar a El Carrascalejo. Un camino cómodo y sin demasiados sobresaltos.
Dejamos atrás El Carrascalejo y su sólida iglesia de estilo tardomedieval -apenas hay mucho más para ver en el pueblo-, camino de la que sería la primera pausa de nuestra jornada: Aljucén. Esta población se encuentra en una vaguada cercana al río del mismo nombre, y llegamos a ella en una suave bajada tras un pequeño alto en el que pudimos encontrar una de las cruces de Santiago hechas en forja que decoran esta parte del Camino:
En el mismo Aljucén encontraríamos otra de estas cruces, colocada en un miliario romano que se alza en un parque junto a la iglesia local. Eran las once menos veinte, y llevábamos ya 16 kilómetros de etapa. Apenas una pequeña porción de lo que teníamos por delante. Hicimos una pausa para tomar un café, y pegamos algo la hebra al camarero del bar. Nos comentó la posibilidad de visitar un cercano dolmen ibérico, pero ello hubiera añadido unos 28 kilómetros más a nuestra etapa, ya larga de por sí, así que optamos por descartarlo.
Por delante teníamos dos alternativas: seguir rodando por la N-630, o continuar por el Camino. Creo que no es necesario decir quién optaba por cada una de las alternativas. Tras un pequeño debate, optamos por seguir el plan previsto: el Camino. Sin embargo, algo más adelante, y de acuerdo a nuestra guía, había dos variantes en el Camino. A este respecto, la Junta de Extremadura hizo hace algunos años un trabajo interesante: delimitó la Vía de la Plata con una serie de cubos de granito, a los que hay adheridos unos azulejos. En color verde indican el trazado original de la Vía de la Plata. En amarillo indican alguna alternativa transitable en caso de que el trazado original esté perdido o sea de difícil acceso, y bicolor en caso de que ambos trazados coincidan. En este caso concreto, la Vía presentaba algún problema de tránsito por la finca de un particular.
Salimos de Aljucén y tomamos por un corto período de tiempo la N-630, hasta cruzar sobre el río Aljucén, justo tras lo cual abandonamos la carretera y tomamos, a nuestra derecha, una pista que iba paralela al río. Algo menos de 2 kilómetros después, llegamos hasta los restos del puente romano sobre el río, atribuido al emperador Trajano, y del que tan sólo se conservan los cimientos:
…y, en efecto, encontramos el punto de la polémica. Se podía apreciar cómo los cubos marcaban diferentes trazados, así como las flechas amarillas del Camino. Optamos por descartar el camino presuntamente problemático (pero fiel al original), y continuamos por el trazado alternativo.
Continuamos, por tanto, por el camino señalizado en amarillo, camino del Cruce de las Herrerías, cercano a Alcuéscar. Unos 13 kilómetros hasta el Cruce, en lo que iba a convertirse en la segunda de las dos mayores subidas del día, en la que pasaríamos de los 261 m. hasta los 492. El paisaje continuaba siendo una dehesa extremeña, plagada de encinas ocasionalmente de monte bajo, en lo que constituía parte del Parque Natural de Cornalvo y Sierra Bermeja. El camino, pese a todo, no era malo, pese a que en algún momento fuera necesario vadear algún arroyo, que se cobró su peaje en forma de pies mojados. Cosas de calcular mal la profundidad y la consistencia del fondo.
Afrontamos la subida, que en ocasiones se hacía ciertamente pesada, sobre todo con alforjas, con la obligada paciencia. No se trataba de reventar, sabiendo que aún teníamos por delante más de la mitad de la jornada, y especialmente, las dos principales cotas del día. El clima, por lo demás, ayudaba: un viejto fresco, que no molestaba demasiado, y una temperatura agradable, que invitaba a quitarse capas de ropa. Algo que, a la larga, se revelaría como un error.
La subida al Cruce de las Herrerías acabaría atragantándosenos un poco. Por el camino encontramos a unos cuantos peregrinos más, especialmente centroeuropeos. Nos llamaba la atención verlos ya coloraditos por el sol, pese a que -pensábamos- no estaba picando tanto. Qué poco aguante tienen estos extranjeros, bromeamos.
Coronamos el puerto a las 12:46h. Allí teníamos dos alternativas: dirigirnos hacia Alcuéscar, y desde allí ir a Casas de Don Antonio por el trazado de la Vía, o bien desviarnos hasta el Cruce y tomar la N-630. En este caso, y tras la exigente subida, optamos por esta segunda opción. Rodamos rápidamente por la Nacional, para llegar, en suave bajada, tras 7 kilómetros hasta Casas. Hicimos una pequeña pausa en un decrépito bar de carretera para tomar unos Acuarius. La idea era parar allí a comer, pero el sitio no invitaba especialmente a ello.
Seguimos otros 6 kilómetros por carretera hasta Aldea del Cano. Poco antes de llegar encontramos el Puente de Santiago, medieval…
…y una reproducción de un miliario romano, en concreto del miliario XXV. Entre miliarios originales y reconstrucciones llevábamos ya unos cuantos en el cuerpo.
Seguimos nuestra ruta, para llegar poco después a Aldea del Cano, donde sí encontramos un sitio más acogedor para parar a comer. Nada del otro mundo, en cualquier caso. Un par de bocadillos y a seguir. Pero disfrutamos la pausa. No en balde llevábamos ya 50 kilómetros de etapa y 5 horas largas de recorrido. Viendo que la jornada iba a ser larga, y la llegada a Cáceres tardía, optamos por buscar algún albergue por Internet en Cáceres. Encontamos y reservamos en el Albergue Las Veletas, cercano a la Plaza Mayor. Un problema menos en mente.
Reanudamos la marcha a las 15:00h. Dado que en el tramo de Nacional habíamos recuperado un buen tiempo, optamos por abandonar -pese a las protestas de mi padre- la carretera para seguir un rato más por el trazado de la vía, pese a que con ello nos íbamos a perder una pequeña atracción de la carretera: el paso junto al castillo del Garabato.
Cruzamos sobre la autovía A-66 para internarnos, de nuevo, en la más pura dehesa extreñema. Tras un tramo de pequeñas subidas y bajadas llegamos hasta el aeródromo de La Cervera, que se encontraba poco menos que abandonado. Parecía más un escenario de una película que un verdadero aeródromo. Cruzamos -no quedaba más remedio- por mitad de la pista. De todas maneras, parecía poco probable que un avión fuera a aterrizar en ese preciso momento. Obvio es decir que no fue así.
Poco después llegamos hasta un curioso pozo con el mal nombre de La Reventada, y seguimos, siempre al norte, en constantes subidas y bajadas, hacia el río Salor y el puente romano de La Mocha, que permite cruzarlo.
Una vez pasado el puente, llegamos a la cercana población de Valdesalor. Hicimos una nueva parada, la última ya, antes de Cáceres. No era para menos. Teníamos por delante el mayor desafío del día. El puerto de Las Camellas. Aunque en altitud era inferior al Cruce de las Herrerías (477 m. frente a 492), tenía la desventaja de ser más corto, y de llevar nosotros más kilómetros en las piernas. En esta ocasión tocaría subirlo por asfalto.
Dejamos atrás Valdesalor y tomamos de nuevo la N-630, que ya no abandonaríamos hasta coronar el puerto, junto a la base militar de Santa Ana. El viento, que nos había acompañado durante todo el día se dejaba notar con gran fuerza en el puerto. Pero después de lo que llevábamos encima, no quedaba sino apretar lo dientes, y seguir avanzando. Tras coronar el puerto abandonamos la carretera y, por un descampado bastante desolado, junto a la cerca de la base, emprendimos la bajada hacia la cercana Cáceres. Entramos por un polígono industrial sin nada que destacar para, poco después, llegar a una versión más amable de la ciudad Patrimonio de la Humanidad, al llegar a la plaza del puente de San Francisco. Desde allí bordeamos la muralla por la calle de San Roque, y entramos en el casco antiguo por la Puerta del Concejo.
Deambulamos un poco por el casco de Cáceres, para llegar a la Concatedral, donde sellamos las credenciales, y posteriormente a la Plaza Mayor, pasando por el Arco de la Estrella, y pasando junto a la Torre Bujaco. La primera jornada había terminado.
Pero no así el primer día. Nos dirigimos al albergue de Las Veletas, una bonita casa antigua convertida en casa de huéspedes. Allí compartimos habitación con un peregrino a caballo. Nos duchamos, preparamos bicis y arreos para el día siguiente y… ¡vimos que estábamos quemados como cangrejos! Tanta brisa y tan poca sombra, y nos habíamos quemado como vulgares guiris sin darnos cuenta.
Empleamos el resto de la tarde en buscar una farmacia donde comprar crema para después del sol y protector solar, mi padre escuchó misa en las cercanías de la Plaza Mayor, mientras yo leía, en una terraza en la Plaza, tomando un vermú. Luego cenamos en otra terraza, con una excelente vista de la torre de los Galarza, y nos recogimos temprano.
Los datos de la etapa son los siguientes:
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El Domingo de Ramos, 29 de marzo de 2015, empezamos la segunda etapa de nuestro peregrinar. Nuestro compañero de habitación, el peregrino a caballo, aún dormía cuando nos levantamos, en torno a las 8 de la mañana. Desayunamos en el albergue Las Veletas y empezamos a rodar a las 9:15h. La mañana no estaba especialmente fría, pero sí ventosa, algo que a lo largo del día nos iba a dar bastante guerra. El cielo, eso sí, estaba completamente despejado. En esta ocasión, y para evitar desastres como los de la etapa anterior, nos embadurnamos bien en protector solar, y optamos por llevar manga larga, algo que en mi caso sería ya una tónica a lo largo de todo el viaje. La piel enrojecida del sol me picaba con la manga larga, pero mejor eso que seguir churruscándome por media Extremadura y Castilla.
Salimos de Cáceres pasando junto a su plaza de toros, para dirigirnos por carretera hacia el cercano pueblo (11 kms) de Casar de Cáceres, archiconocido por su queso. La vía coincide con el trazado de la carretera, CC-38, hasta prácticamente el pueblo. Circulamos también durante un rato en paralelo a una vieja vía de tren desmantelada. El perfil era descendente, si bien con pequeños cambios de rasante, y el entorno estaba completamente deforestado. Una llanura abierta a todos los vientos del mundo, que ese día -como suele ser de rigor- soplaban en contra. Atravesamos Casar de Cáceres, aún sumidos sus habitantes en el sueño, y tras hacer una pequeña parada en su iglesia parroquial, continuamos nuestro camino, para salir del pueblo junto a la ermita de Santiago.
Nada más salir del pueblo acabamos con el asfalto. La salida era una subida por pista de tierra, bastante bien mantenida, que nos habría de dirigir, en un trazado prácticamente rectilíneo, por una serie de fincas, siempre en dirección norte, hasta el cercano embalse de Alcántara.
Un trazado que no sería nada del otro mundo, si no fuera por la increíble sucesión de miliarios romanos que a ambas márgenes del mismo se encontraban. Pero no dispuestos, como uno pudiera pensar, con una distancia de mil pasos entre ellos. Lo habitual era encontrarlos juntos y en pie…
…en la mayoría de los casos…
…y en sorprendentes aglomeraciones, en ocasiones.
Semejante colección de miliarios haría las delicias de cualquier museo de historia que se preciara. Y allí se encontraban, en una suerte de almacén al aire libre (y utilizo este término por ser piadoso), para el disfrute de los ojos del viajero avisado.
Seguimos cruzando fincas, cotos de caza y cercados ganaderos, para aproximanos poco a poco al inmenso embalse de Alcántara. En sus cercanías nos encontramos con las malhadadas obras del AVE a Extremadura y Lisboa, aún en marcha en España, pero interrumpidas en Portugal por la crisis.
Dichas obras, que interrumpen el camino, obligan a realizar un rodeo por una pista de obra hasta salir, en fuerte descenso, a la N-630. Algo que para los ciclistas no es mayor problema, pero que sí es una importante molestia para el peregrino a pie. En paralelo a la Nacional el camino sigue por unos abruptos senderos con la marca de GR, que preferimos evitar, afrontando un descenso rapidísimo por la carretera hasta el río Almonte, donde nos encontramos con el primero de los puentes del AVE que en 2015 aún estaban en construcción.
Lo malo de bajar es que -por lo general- suele tocar subir. Y en este caso no iba a ser distinto. Con el fastidio añadido de que había que subir para, acto seguido, volver a bajar, esta vez para cruzar el río Tajo. Ascendimos y pasamos junto a la solitaria estación de tren de Río Tajo, prácticamente abandonada.
A esas alturas yo iba buscando de manera obsesiva la torre Floripes, que emerge de las aguas del pantano cuando éste se encuentra bajo, y prácticamente nunca se oculta bajo sus aguas. Y pese a que el pantano se encontraba bastante lleno, no lo estaba lo suficiente como para poder ocultarla en esa ocasión. Sin embargo, no fuimos capaces de encontrarla. Tan sólo vimos un abandonado caserío que emerge en la cúspide de una loma casi oculta por las aguas.
De nuevo al nivel de las aguas del pantano, cruzamos el Tajo, para contemplar el segundo puente del AVE, gemelo del anterior, alzarse a nuestra derecha. Cuesta trabajo imaginar si alguna vez estas obras llegarán a rentabilizarse. Al poco de pasar el puente y -de nuevo en subida- hicimos la primera parada larga del día en el bar del club de pesca del embalse de Alcántara. Eran las 12:15h, y llevábamos ya 33 kilómetros de etapa. No estaba mal, pero eran los 33 kilómetros fáciles. Desde allí todo lo que nos esperaba era en subida. Nuestra siguiente parada era el pueblo de Cañaveral, a unos 11 kilómetros de distancia. Y de nuevo, teníamos dos alternativas: tomar la pista que, junto al club, surgía a la derecha de la carretera, y que sube por cerro Garrote, o bien seguir por la carretera y entrar en el pueblo por la misma. Y pese a que suelo ser un defensor de hacer uso de la pista, en este caso tenía dos poderosas razones para optar por la carretera. La primera es que, en realidad, el trazado más fiel es el de la carretera (sobre todo si tenemos en cuenta que el trazado de la vía de la Plata yace bajo las aguas del embalse). La segunda no era otra que el puente de Alconétar.
El puente de Alconétar es un puente romano del siglo II d.C., atribuido al emperador Trajano y a su genial arquitecto Apolodoro de Damasco, y que uno de los más antiguos puentes en arco segmentales del mundo. Tal es su importancia que sus restos fueron desmontados y trasladados a su actual ubicación cuando se construyó la presa de Alcántara, cuyo embalse acabaría inundando su ubicación original. Valía la pena recorrer algo más de tiempo por asfalto si con ello podíamos contemplarlo. Sobre todo si, para mi frustración, nos habíamos perdido la Torre Floripes.
Pasado el puente de Alconétar seguimos por la Nacional camino de Cañaveral. Al principio, sobre todo cuando seguíamos cerca de las colas del embalse, de manera suave, pero poco a poco en un ascenso más acusado, para acabar llegando al pueblo en franca subida. Poco antes de llegar al mismo nos encontramos, a nuestra derecha, el trazado de la vía de romana, que nos ofrecía una bonita vista de un puente, posiblemente medieval.
Hicimos una pequeña parada en el pueblo para abasternos de agua, y continuamos nuestro rodar. Salimos del pueblo con el siguiente objetivo en mente: el puerto de Los Castaños. Como el lector podrá imaginar, no iba a ser precisamente en bajada. Hicimos un pequeño alto en la ermita de San Cristóbal, justo al pie del puerto. Allí teníamos de nuevo dos alternativas de subida: lo indicado por el Camino, en pista por detrás de la ermita, o por carretera, a su derecha. Y de nuevo, en esta ocasión, lo hicimos por carretera, si bien a regañadientes por mi parte. Aunque esta decisión tuvo un buen final: en la cima del puerto encontramos un trozo rehabilitado de la calzada romana, junto con una reproducción de un miliario. Una bonita foto para culminar el puerto. Llevábamos ya 50 kilómetros de etapa.
Recorrimos los 3 kilómetros de asfalto que nos separaban de Grimaldo, para llegar al que habíamos planificado que fuera nuestro final de etapa a las 14:30h. Tras tanto asfalto, habíamos finalizado la etapa antes de lo previsto. Y dado que Grimalno no ofrecía nada de especial interés, y que la etapa siguiente iba a ser larga y dura, decidimos continuar hasta el siguiente pueblo, Riolobos. No sin antes, disfrutar de una más que razonable comida en el restaurante del pueblo.
Volvimos a ponernos en marcha AL filo de las 16:00h. Y esta vez, de nuevo, por senda. Al principio pista, pero que poco a poce se iba estrechando, a medida que nos internábamos, una vez más, en la dehesa extremeña.
A la salida de Grimaldo llegamos a las cercanías de la finca Larios. Este tramo presenta su polémica, ya que el propietario de la finca impide el paso de los peregrinos, de manera ilegal. Pero mientras la Junta resuelve sus contenciosos con el mismo, es necesario tomar un desvío que, a mano izquierda, lleva hacia Riolobos, mientras que la Vía, en realidad, esquiva esta población para digirse directamente a Galisteo. Para nosotros, sin embargo, tuvo la ventaja de poder hacer unos cuantos kilómetros más sin demasiado esfuerzo. El camino desde Grimaldo, es en descenso, a veces vertiginoso, a tramos técnico, y en todo momento muy divertido, aunque con alforjas es necesario tomárselo con calma.
El tramo final hasta Riolobos es por una buena pista, en fuerte descenso, hasta llegar al pueblo. Dimos por finalizada poco antes de las 17:30h, después de 65 kilómetros de etapa, cuando llegamos a la casa rural La Troje, donde hicimos noche, y que no puedo menos que recomendar encarecidamente, tanto por sus excelentes instalaciones como por el trato amable de sus propietarios.
Una vez llegados a Riolobos, y después de ducharnos y descansar un poco, invertimos la tarde en visitar el pueblo, pequeño pero agradable, y cenar a base de hamburguesas en un bar cercano a la casa rural. El día había sido largo, pero lo habíamos disfrutado con ganas. Y en nuestra siguiente etapa nos esperaba algo que, por sí solo, hacía que valiera la pena el viaje: el Arco de Cáparra.
Los datos de la etapa son los siguientes:
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El Lunes Santo, 30 de abril, empezamos a rodar en nuestra tercera etapa a las 9 de la mañana. Era otro día claro y despejado, tónica a lo largo de todo nuestro viaje, de los que invitaban a rodar. Y buena falta hacía. Teníamos por delante una buena etapa rodadora, en principio hasta Aldeanueva del Camino, a 60 kilómetros de distancia de Riolobos, con un perfil bastante llano, pero en suave y permanente ascenso, hasta el atracón final: empezar a subir las primeras estribaciones de la Sierra de Béjar, que separan Extremadura de Castilla. Un bonito desafío para esa jornada. Y ya veríamos si además prolongábamos la etapa hasta Baños de Montemayor, una hermosa población, la última de Cáceres antes de entrar en Salamanca, famosa por sus aguas termales, de tiempos de los romanos, y de enorme predicamento en los siglos XIX y XX. Pero eso estaba por ver, en función de cómo se diera la etapa.
Salimos de Riolobos por carretera, en dirección a Galisteo. Variación obligada, recordemos, por los problemas de paso que presenta el dueño de la cercana finca Larios, y que en 2015 impedían el paso por el trazado original de la Vía de la Plata. Aunque dicha variación nos iba a plantear una ventaja: íbamos a poder rodar un buen rato por el Valle del Jerte. El rodar por las carreteras del valle fue rápido, y pronto llegamos a la cercana Ermita de Nuestra Señor de La Argamasa, donde hicimos la primera foto del día:
Seguimos en dirección noreste por una carretera comarcal, que en unos pocos kilómetros, y con alguna subida y bajada, pronto nos llevó a la cercana población de Galisteo, de origen bereber, y con una impresionante muralla almohade:
…y un no menos espectacular puente renacentista sobre el río Jerte:
No nos detuvimos mucho tiempo en Galisteo. La mañana estaba fresca y era cuestión de aprovecharlo. Cruzamos sobre el Jerte, y seguimos nuestro rodar, siempre por carretera en este tramo, en dirección a la siguiente población: Aldeanueva del Jerte, distante 5 kilómetros de Galisteo. Valga la anotación de que, en puridad, estábamos yendo por el lado equivocado del río. La calzada romana se encuentra bajo una carretera rural que, por el otro lado del río, comunica la población de San Blas, aneja a Galisteo, con Carcaboso. El paseo hasta Aldeanueva fue un paseo tranquilo, por carretera, sin mayor complicación ni sobresalto. Dejamos atrás Aldeanueva sin hacer ninguna parada, con el objetivo puesto ya en la mencionada población de Carcaboso, donde íbamos a recuperar, al menos en parte, el trazado de la vía romana.
Entramos en Carcaboso al filo de las 10:30h, por la calle de la Iglesia, y desembocamos en la parroquia de Santiago Apóstol, donde hicimos la primera parada de importancia de la jornada. Una iglesia, la de Santiago, que no tendría nada en especial (es relativamente moderna y está encalada), si no fuera por el peculiar hecho de que los pilares de su entrada están hechos nada más y nada menos que con miliarios romanos:
…siendo esto algo de lo que no sabes si admirar o lamentar. Junto a la iglesia se encuentra un pequeño parque arqueológico con más restos de yacimientos romanos.
Tras esta breve parada, salimos de Carcaboso, siempre en dirección noroeste. A la salida del pueblo una señora nos recomendó ignorar durante un tramo las señales del Camino, que se desvían hacia el este, y nos recomendó seguir la pista de mantenimiento del canal de riego, que nos llevaba mucho más directa hasta la cercana Laguna de Valverde, donde volvíamos a encontrarnos con el trazado más fiel del camino. Optamos por hacerle caso, y avanzamos por la pista, en ligero ascenso, y sin mayor novedad. Tras 3’7 kilómetros salimos a una pequeña carretera, que no tardamos en abandonar, a mano derecha, tomando una pista que se adentraba en una finca. Aquí nos pasó una cosa curiosa: al poco de entrar en la finca nos en contramos con un trabajador de la misma, en todoterreno, al que preguntamos si íbamos bien, para mayor seguridad. Éste se hizo el asombrado y negó conocer que en la misma hubiera algún camino público. Cuando le respondimos que las flechas, en la misma cancela, así como los cubos de granito que podíamos ver en el mismo camino indicaban lo contrario, siguió haciéndose el despistado, y se negó a darnos una respuesta concreta. Se ve que al dueño de la finca no le hace gracia que la gente transite por la misma. En fin.
El perfil de la etapa empezaba a hacerse un poco más abrupto. No mucho más, pero la entrada a la finca era el primer desnivel medianamente serio de la jornada. Y para nuestra suerte, el paisaje había cambiado de nuevo. De un valle agrícola pasábamos de nuevo a dehesa extremeña. Un placer para los sentidos.
En este tramo el Camino no presentaba pérdida alguna, y era tan sólo cuestión de rodar recto, dirección noreste, por la pista. Pronto empezamos a notar un fenómeno llamativo. La pista que llevábamos se empezaba a encontrar delimitada por sendos muros de piedra, , que se abrían en ocasiones su buena cincuentena de metros, e incluso más. Y es que nos encontrábamos en una vereda pecuaria, con su anchura bien definida desde hace siglos, que sigue el trazado de una vía romana, y cuya anchura ha sido respetada por los dueños de fincas colindantes. Era algo que empezaba a verse, y que en tramos posteriores veríamos en todo su esplendor.
Hicimos una nueva parada al llegar a una cerca de piedra, donde hallamos unos nuevos miliarios, así como cipos funerarios. Llevábamos ya 26 kilómetros de etapa, y 2 horas largas de pedaleo. Allí pegamos la hebra un rato con un peregrino a pie, salmantino, pero que venía peregrinando desde las Canarias, vía Cádiz, donde tenía su residencia.
Reanudamos la etapa a eso de las 11:45h, al otro lado de la cerca, pero siempre en línea recta. En este caso la pista dio paso a un estrecho sendero, pero siempre en el amplio trazado de la vereda. A ratos salíamos a pistas mejor definidas, que luego se volvían a perder, según nos acercábamos a tramos con mayor explotación ganadera.
Y así, 8 kilómetros después de haber entrado en la finca, salimos de ella, a una pequeña carretera, justo a la altura de la Hacienda Ventaquemada, que da nombre a la nueva dehesa que tendríamos que atravesar. Allí fue donde tuvimos la primera visión de la Sierra de Béjar, que aún se encontraba nevada a esas alturas del año.
Nuestro paso por la dehesa fue una continuación de lo observado en la anterior, pero en todo su esplendor: la pista serpenteando entre la zona delimitada de la Cañada Real de la Plata, de enorme anchura, y con cercas de piedra a ambos lados. Y la calzada romana subsistiendo en algunos tramos. Una delicia para rodar, si no fuera porque en algunos tramos encontrábamos algo de arena, que con las alforjas no era precisamente plato de buen gusto. Aun así, espectacular. Pero todo esto no era sino un mero aperitivo de lo que estaba por llegar: el símbolo mismo de la Vía en Extremadura. Poco a poco nos fuimos acercando al Arco de Cáparra.
Y es que la vía de la plata pasa por medio de la antigua ciudad romana de Cáparra, por cuyas ruinas se puede transitar, en mitad de la soledad de una dehesa en el valle del Ambruz. Se entra directamente en la misma, tras pasar un grupo de casas, en el que el camino se convierte directamente en vía romana, y se pasa a rodar, mal que bien, por la misma. Pero vale la pena. Todo este viaje, en realidad, estaba justificado tan sólo por poder disfrutar de ese momento.
Tras un rato de descanso y de contemplación de los restos de la antigua urbe, seguimos nuestra marcha, no sin despedirnos de un miliario de época de Nerón, que marca la salida del yacimiento.
Cruzamos otra pequeña carretera rural, y nos internamos en una nueva dehesa. Menos arbolada, esta vez, con más subidas y bajadas, y con unos pocos arroyos que vadear. Algo asaz complicado, ya que los arroyos se encontraban crecidos, y no nos quedó más remedio que ingeniárnoslas para cruzar, haciendo equilibrios, sobre bloques de granito en el lecho de los mismos. Algo relativamente sencillo cuando vas a pie, pero algo más complicado cuando arrastras una bici con alforjas.
Tras 5 kilómetros de subidas y bajadas por la dehesa, salimos a una carretera de servicio del valle del Ambroz. Algo de respiro tras unos ratos complicados en la dehesa, pero que es posible evitar, si así se desea, siguiendo una pequeña pista que transcurre al lado de la carretera. En nuestro caso, optamos por seguir por la carretera. Eran la las 13:45h, llevábamos casi 45 kilómetros entre pecho y espalda, y no se avistaba ningún lugar donde poder almorzar. La etapa se nos estaba haciendo algo larga, y eso que aún no habíamos empezado a subir de verdad.
Seguimos por la carretera hasta llegar, casi 7 kilómetros después, hasta la autovía y la antigua N-630. Allí nos incorporamos a la nacional, con la idea de parar a comer en el primer bar de carretera que encontráramos. Algo que no habría de tardar demasiado. 1700 metros después habríamos de llegar hasta el cruce de La Granja donde se encuentra, como caído del cielo, el Restaurante El Trébol. Un viejo bar de carretera, que se notaba había vivido tiempos mejores, pero cuya comida era buena, el servicio muy correcto, y de precio comedido.
Allí, además, recibimos consejo del hostelero sobre una duda que nos llevábamos planteando casi desde el inicio del recorrido: cómo salvar el Puerto de Béjar, si hacerlo por el Camino -como era mi intención- o subir hasta Béjar por la vieja Nacional -como quería mi padre-. El dueño del local nos recomendó evitar la subida a Béjar, ya que nos haría subir mucho más, para después de tener que bajar de nuevo. El trazado del Camino era mejor y menos complicado. Punto a favor de mi tesis.
Volvimos a rodar a las 15:30h. Habíamos hecho ya 51 kilómetros de etapa, y apenas nos separaban 5 kilómetros de nuesto final de etapa previsto, Aldeanueva del Camino. Sin embargo, Baños estaba a tan sólo 15 kilómetros. Tras una subida respetable, desde los 423 metros de donde nos encontrábamos hasta los 726. Pero cualquier kilómetro que nos quitáramos sería un kilómetro menos al día siguiente, una etapa mucho más dura que la que estábamos haciendo ese día. Así que decidimos prolongar nuestra marcha hasta Baños de Montemayor.
Empezamos la subida a Aldenueva del Camino, en la que ya no abandonaríamos la N-630 en ningún momento. La subida era intensa en algunos tramos, en los que se pasaba por encima de la autovía, pero en ningún momento era excepcionalmente dura. A cambio, era sostenida, larga y tendida, así que era necesario armarse de tesón para seguir nuestro avance. Pasamos Aldeanueva sin hacer ninguna parada, y así, poco a poco, nos fuimos aproximando a Baños de Montemayor. Dejamos atrás para siempre las dehesas extremeñas, y nos fuimos adentrando, de manera clara, en un paisaje serrano.
A medida que nos aproximábamos a Baños empezamos a encontrar recreaciones de los miliarios que jalonaban la vía de la Plata. En Baños, conscientes de la importancia de cara al turismo de poner en valor esta herencia, han hecho un ímprobo esfuerzo por recuperar su herencia romana, tanto con la recreación de estos miliarios, como en el cuidado y rehabilitación de la calzada a su paso por la población, aunque hay quien estima que en algunas ocasiones este esfuerzo no ha sido todo lo respetuoso que podía haber sido con los elemenos originales en sí. En nuestro caso, el primer hito que encontramos fue el miliario CXXV, tanto el original (o al menos el rehabilitado por Trajano) como su reconstrucción. También fuimos encontrando el CXXVI, de Adriano…
…y así sucesivamente, hasta entrar en Baños por una reconstrucción de la calzada:
…y llegar a la bonita población de Baños de Montemayor, distante 569 kilómetros de Santiago de Compostela, pasadas las 17:00h, más de 8 horas después de haber salido de Riolobos, y con más de 70 kilómetros de rodar, según marcaba el cuentakilómetros.
Dimos por finalizada la etapa al llegar al Centro de Interpretación de la Vía de la Plata, que hace las veces de albergue de peregrinos, y que se encuentra excepcionalmente cuidado. Cuando llegamos sólo había un peregrino a pie, alemán, pero esa tarde llegaron otro par de peregrinos en bici.
Empleamos la tarde en visitar la pequeña villa, que bien merecía una estancia más prolongada.
Esa noche cenamos en un bar del pueblo, a base de tapas, que nos sentaron divinamente, y ya caída la noche, paseamos un rato por el pueblo. Por desgracia, no tuvimos ocasión de visitar el balneario ni los baños romanos. Eso habría de quedar para otra ocasión.
Los datos de la etapa son los siguientes:
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El 31 de marzo, Martes Santo, emprendimos la cuarta etapa de nuestro viaje, en la que abandonaríamos la comunidad de Extremadura, para internarnos en Castilla y León. Desayunamos en el albergue de Baños de Montemayor, y empezamos a rodar a las 8:45h. Bajamos desde el albergue hasta la vieja N-630. Antes de abandonar Baños (cosa que, a la larga, tardaría un poco más de lo que pensamos), tomamos algunas fotos en el famoso balneario que da nombre al pueblo, y cuya visita fue algo que nos quedó pendiente por hacer.
La mañana estaba clara y especialmente fría, algo que no era de extrañar, teniendo en cuenta que estábamos a los pies de la Sierra de Béjar, y que ésta aún se encontraba nevada. Sin embargo, era algo bastante soportable. Como decía, salimos de Baños por la N-630, que para salvar la subida al puerto es especialmente sinuosa en este tramo. Ello supuso que, tras un par de curvas y un buen rato de marcha, volvíamos a estar en Baños, aunque en su parte más alta.
Pasada la segunda curva, y tras dejar atrás una bonita vista de Baños y del valle del Ambroz, nos encontramos ante nuestra primera disyuntiva de la jornada: realizar la subida por el tramo restaurado de la calzada romana en fuerte pendiente y firme, digamos, pedregoso, o hacerlo por la carretera.
Esta vez ganó la opción de la carretera. No era plan reventar tan temprano. Aún nos quedaban 5 kilómetros de subida al puerto y salvar un desnivel acumulado de 200 metros (de 700 a 900), y una buena tirada de kilómetros hasta nuestro destino previsto, el pueblo de Fenterroble de Salvatierra. Algo que, dicho sea de paso, estaba abierto a modificaciones.
Así pues, iniciamos un ascenso bastante tranquilo por carretera, en el que el desnivel no pasó en ningún momento del 9%, sí era bastante constante, lo que exigía ser constante en el esfuerzo. Y así llegamos hasta el límite autonómico entre Extremadura y Castilla y León, y entramos en Salamanca.
Seguimos ascendiendo hasta llegar a la población de Puerto de Béjar. 900 metros de altitud, y una mañana clara y despejada. Pronto encontramos, tras pasar una gasolinera, el desvío por la calzada romana a mano izquierda, impecablemente señalizado.
Pasamos por debajo de la autovía, y tras dejar atrás una réplica del miliario CXXXII, iniciamos un divertido descenso hasta el puente de la Malena, por el que cruzamos el río Cuerpo de Hombre. No sólo habíamos subido el puerto de Béjar, sino que primera de las tres grandes subidas del día, sino que, encima, habíamos bajado incluso por debajo de la altitud que teníamos en Baños de Montemayor: 665 metros de altitud.
Empezamos a rodar por el valle del Cuerpo de Hombre, en dirección noreste. A medida que avanzábamos, entre dos macizos montañosos, íbamos pasando junto a diversos miliarios, algunos mejor y otros peor conservados, pero que contribuían a dar aún más sabor al hermoso paisaje por el que transitábamos.
Así, 3 kilómetros después del puente, llegamos a una carretera comarcal, que tomamos en dirección a nuestro siguiente objetivo: Calzada de Béjar, y la segunda subida de la jornada. Existen dos maneras de subir a Calzada de Béjar: por la margen derecha o por la margen izquierda de un arroyo tributario del río Cuerpo de Hombre. La calzada sube por la margen derecha, y existe una carretera, algo más cómoda, que lo hace por la margen izquierda. En nuestro caso tomamos la carretera, ya que en ella se encuentran rehabilitados un mar de miliarios que se encontraron en el fondo del valle, y que fueron dispuestos junto a la carretera, pese a que la calzada se encuentra en la otra margen.
Y así, tras una nueva subida de 2 kilómetros, en los que ascendimos otros 100 metros, llegamos a Calzada de Béjar. Eran las 10:45h de la mañana. Llevábamos dos horas de etapa, en las que habíamos recorrido algo menos de 15 kilómetros. Hay que admitirlo, no era una gran media, pero habíamos ya superado dos de las tres principales dificultades de la jornada.
Nuestra idea era hacer una pequeña pausa en la población, para sellar credenciales y tomar el segundo desayuno de la jornada. Pero el pueblo se encontraba prácticamente vacío, sin bares abiertos, y con el ayuntamiento cerrado. Parecía un pueblo fantasma. Así que decidimos dejar atrás la población, tomando un desvío para visitar el fortín romano que se alza en sus cercanías. Y es que la principal atracción de la zona es uno de los escasísimos fortines romanos que se conservan en la Península. No podía dejarlo pasar. Especialmente tras la sobredosis de asfalto que llevaba esa mañana. Por suerte nos encontramos con una vecina que nos confirmó la existencia de un sendero que subía hacia el castillo, por el que pronto nos aventuramos. El sendero era poco más que un camino de cabras, que ascendía a cuchillo por el monte, entre maleza, zarzas y cercas de piedra inmemoriales. Casi no se podía hacer andando, por lo que arrastrar de las bicis hacia arriba -de ir montados, ni soñarlo- era una auténtica proeza. Pero el fortín lo merecía.
Tras un rato de deambular por las venerables piedras, nos tocó volver a la marcha. Oíamos el cercano rumor de una carretera, así que en vez de volver sobre nuestros pasos a Calzada de Béjar seguimos ascendiendo, aprovechando que el perfil se suavizaba bastante. En efecto, no tardamos en salir a la carretera de Béjar, que tomamos en descenso, para volver a encontrarnos con la vía de la Plata, transmutada en este tramo en una pista perfectamente conservada que, recta como una flecha, durante 8 kilómetros hasta Valverde de Valdelacasa.
Durante los 11 kilómetros de recorrido nos fuimos encontrando con una excelente colección de miliarios -todos ellos originales- que jalonan el recorrido, ora a izquierda, ora a derecha del mismo. Algunos tan señalados como aquellos en los que se han grabado cruces…
…y otros que -si bien movidos de su ubicación original- marcan la zona donde se vadea alguno de los arroyos que la vía cruza.
Llegamos a Valverde de Valdelacasa tras rodar, de una manera rápida y sin mayor contratiempo, por la vía. Nos detuvimos en el bar del pueblo para tomar un tentempié, y estuvimos un rato de charla con el dueño del bar, con el que intercambiamos anéctodas del Camino. Nos venía bien un descanso, ya que el siguiente tramo, hasta Valdelacasa, suponía también una buena subida. Tras el rato de buena charla, dejamos atrás el pueblo, que no ofrece mucho más al visitante, más allá de saber que en la zona se encontraba la mansio ad Lippos de la vía romana.
La subida a Valdelacasa se realiza por carretera. Son tres kilómetros y medio con pendientes del 8% que, tras los duros 25 kilómetros que llevábamos encima, se dejaron notar. Aunque más que los 25 kilómetros se notó la excursión al fortín romano. Aun así, no quedó otra que subir, con los inseparables miliarios que seguían surgiendo a nuestro encuentro, en ocasiones incluso formando parte de cercas de piedra. Pronto habríamos de llegar al punto más alto de lo que llevábamos de jornada, 950 metros de altitud, y tercera cota del día.
Llegamos a Valdelacasa poco después de las 13:00h. Pronto para almorzar, sobre todo con la reciente parada de Valverde, así que decidimos seguir hasta nuestro final de etapa en Fuenterroble de Salvatierra, distante sólo 8 kilómetros. Salimos, pues, manteniendo rumbo noroeste. A la salida de Valverde encontramos un cruce de caminos, en el que era posible tomar tres trazados diferentes para seguir hasta Fuenterroble.
En nuestro caso, optamos por seguir por la carretera que, a mano derecha, conducía directamente hasta nuestro punto de destino. Los otros dos caminos, a la izquierda y por el centro, son aproximaciones más o menos fieles a la calzada romana, y suponen poca diferencia, si bien es verdad que el camino de la izquierda es el más fiel a la vía romana: éste pasa por el llamado Bosque del Peregrino, donde se ha rehabilitado el miliario CXLVIII, que nos perdimos.
Seguimos ascendiendo por carretera durante un rato, con ocasionales bajadas, bordeando bosques, hasta que llegamos a la que sería la cota máxima de la jornada, a 1012 metros de altitud, antes de emprender un rápido descenso hasta Fuenterroble de Salvatierra. Y dado que habíamos llegado a nuestro final de etapa antes de las 14:00h, y que aún teníamos toda la etapa por delante, decidimos prolongarla, a fin de hacer más corta la etapa siguiente, que nos habría de llevar a Salamanca. Pero no sin antes almorzar en Fuenterroble de Salvatierra. Y qué almuerzo. El sitio se llamaba el Mesón El Pesebre. No tenía nada en especial por fuera que llamara la atención, y por dentro la decoración era rústica pero agradable. Ahora bien, el almuerzo fue espectacular. Recuerdo con especial cariño una morcilla con pimientos y reducción de P.X. que era gloria pura.
Durante el bien merecido almuerzo, estudiamos nuestras posibilidades. Éstas eran básicamente dos, ya que la Vía se bifurca unos cuantos kilómetros después de Fuenterroble: San Pedro de Rozados y Pedrosillo de los Aires. Si bien la primera población tenía a su favor ser de mayor tamaño y tener mejores servicios, tenía dos graves inconvenientes: una mayor distancia a recorrer (unos 25 kilómetros adicionales), y tener que salvar el Pico de las Dueñas. Pedrosillo de los Aires, por su parte, estaba más cercana, pero era una población más pequeño. Pero no habíamos tenido malas experiencias hasta el momento, así que optamos, en principio, por ir a Pedrosillo. A toro pasado poco me equivoco si digo que habríamos optado por San Pedro.
Reanudamos la etapa a pasadas las 15:15h. Tomamos una carretera comarcal para volver a enlazar de nuevo con la calzada romana, que sigue su rumbo a Salamanca, siempre en dirección noreste. Y aquí nos encontramos con una de las mayores partes del Camino: 5 kilómetros de calzada romana perfectamente recta (que suben hasta 8 si admitimos unos pequeños cambios de rumbo), en los que se han conservado no sólo los miliarios, sino también la estructura misma de la calzada, y que transcurren, entre cercados, a la vista de la Sierra de Béjar, al sur, y del Pico de las Dueñas, al norte.
Pasados estos 5 kilómetros, entramos en un pequeño bosquecillo, que marcó el final del suave descenso que veníamos teniendo desde que tomamos la calzada romana. A partir de ahí no nos quedaba más que terreno ascendente o, como mucho, quebrado en subidas y bajadas.
Pasado el pequeño bosquecillo seguimos por lo que se podía reconocer como el trazado de la vía romana, pero que había sido invadido en parte por una finca colindante: no sólo permitían al ganado pastar en la vía, sino que habían llegado a construir una balsa de recogida de aguas en la mismísima vía. Un atentado al patrimonio, se mire por donde se mire. Pasado ese espanto, empezamos a ascender por una pista en dirección a Navarredonda de Salvatierra, población en la que no llegamos a entrar. Poco después de la misma, llegamos a la bifurcación del camino, donde tendríamos que decidir por ir a San Pedro de Rozados, subiendo el Pico de las Dueñas, o ir a Pedrosillo de los Aires, más cercano, y con un trazado más fiel a la vía romana. Optamos por esta última opción, ya que el cansancio empezaba a hacer mella en nosotros. No en balde llevábamos a esas alturas la friolera de 49 kilómetros y 7 horas y 45 minutos de etapa.
Empezamos un descenso por pista que nos llevó a las cercanías de otra finca ganadera, cuya entrada se encontraba decorada por sendos miliarios romanos. Acabado el descenso nos tocó afrontar la subsiguiente subida que, con rampas del 6% por tierra se nos atragantó un poco, pero que una vez superamos nos permitió contemplar, por vez primera, nuestro final de etapa: Pedrosillo de los Aires. Que se encontraba, como no podía ser menos, en un alto. Nos tocaba bajar para volver a subir.
Llegamos a Pedrosillo de los Aires a las 17:15h, tras 59 kilómetros de etapa y la friolera 8 horas y media largas de recorrido. Hicimos una primera parada en el primer bar que encontramos para descansar y tomar unos Acuarius. Luego nos dirigimos al cercano albergue municipal, situado al lado del ayuntamiento, y del bar de la plaza del pueblo, donde nos dieron las llaves del mismo.
El albergue no era sino una vieja casa con dos habitaciones y un baño que se había habilitado con literas. Y cuando digo vieja no utilizo este adjetivo a la ligera. Cierto es que el peregrino no exige nada, y agradece la ayuda que le prestan, pero tengo que admitir que he visto cuadras más limpias. Fue en ese momento cuando empezamos a plantearnos si no hubiéramos hecho mejor en ir a San Pedro de Rozados. Tanto era así que incluso nos planteamos seguir avanzando hasta el siguiente pueblo. Pero la etapa había sido dura, y nos lo tomamos como otra aventura más.
Y vaya si lo fue. Incluso el trato en el bar cercano fue bastante seco. Casi parecía que molestáramos. Esa noche acabamos cenando unos sobrios bocadillos con tinto de la casa, mientras veíamos un partido de la Selección en la televisión del bar. Y luego, al saco de dormir, porque en el pueblo no había gran cosa que ver ni que hacer. Y lo del saco de dormir fue obligado, por varias razones: la ausencia de sábanas, mantas, o cualquier ropa de cama más allá de unos cobertores raídos, el lamentable estado de los colchones, que saltaba a la vista que habían vivido décadas mejores, y el intenso frío que hacía esa noche en el pueblo, abierto a todos los vientos del mundo. Algo que su nombre debía de habernos sugerido.
Así que a las 21:45h ya estábamos en cama, dando por finalizado un día que había sido excelente, y rogando por que la mañana del primero de abril llegara lo antes posible.
Los datos de la etapa son los siguientes:
Etiquetas: baños de montemayor, béjar, calzada de béjar, fortín romano, fuenterroble de salvatierra, mtb, pedrosillo de los aires, pico de las dueñas, puerto de béjar, san pedro de rozados, sierra de béjar, valdelacasa, valverde de valdelacasa