El pasado 15 de octubre Ana, Rafa y yo realizamos una nueva etapa de entrenamiento ciclista. Hay que admitir que había sido una semana bastante activa, y dado que el buen tiempo seguía acompañando, no era cuestión de dejar pasar la oportunidad de salir a rodar un poco.
En este caso, el recorrido escogido varió un poco del entorno por el que salía a rodar con Ana: Mairena del Aljarafe. Decidí realizar una variación del recorrido que había efectuado con Pedro el pasado agosto, si bien un poco recortado, para permitir a Ana ganar kilómetros de una manera algo más asequible.
Así pues, salimos de Mairena Rafa, Ana y yo pasadas las 9:10h. Como de costumbre, dejamos atrás Mairena y bajamos al río Pudio por el camino de la Venta del Río, hasta llegar al puente romano. Allí giramos a la izquierda, y bajamos por la Cañada Real de las Islas en paralelo al río. Pasamos junto a Almensilla, y pasamos junto al cementerio de Coria. En esta ocasión seguimos descendiendo hasta alcanzar la vereda de Aznalcázar, donde giramos a mano derecha. Este recorrido era considerablemente más cómodo que el que había seguido con Pedro en agosto, y en esta ocasión no tuvimos problemas de maleza alguno.
Avanzamos a un buen ritmo, hasta que en las cercanías del desvío de la Cañada de la Barca nos encontramos con las consabidas trampas de arena, lo que nos hizo bajar sensiblemente el ritmo.
Nos detuvimos un momento en el cruce con la Cañada a realizar un breve descanso. Era la segunda vez que pasaba por la zona, y la cañada cada vez me intrigaba más. No era cuestión meterse a explorar en lo desconocido -al menos ese día-, pero me prometí que no pasaría mucho tiempo antes de que recorriera la zona. Promesa que cumplí no mucho tiempo después -y cuyas consecuencias aún arrastro-, pero esa es otra historia… que en su momento será contada.
Seguimos avanzando por la Vereda. Pasamos por el pinar de Matatontos, que constituyó un agradable contrapunto a la aridez del terreno por el que veníamos rodando, pero que no duró demasiado, ya que muy pronto volvimos a encontrarnos en terreno abierto… y en las trampas de arena.
Hicimos el siguiente descanso en la cercana Ermita de San Diego. Fue un descanso breve, apenas el tiempo de tomar algunas fotos y estar un rato de palique, pero que después del exigente tramo de arena que habíamos pasado -y el que nos quedaba por pasar- agradecimos bastante.
Una vez finalizado el descanso, seguimos avanzado en dirección al aeródromo. Era una mañana clara, y pudimos ver a varios grupos de paracaidistas que se dejaban caer suavemente por el aire. Bastante bucólico, la verdad.
Llegamos al cruce con el cordel de Triana a Villamanrique, en las cercanías del aeródromo, a las 10:55h. Era el momento de volver. A esas alturas llevábamos entre pecho y espalda 20 kms. de etapa. Y aún nos quedaba lo más duro. Así que nos dispusimos a tomárnoslo con calma.
La vuelta no tuvo nada en especial. Pasamos junto al aeródromo, cruzamos la carretera de Almensilla, y dejamos atrás la Hacienda Torrequemada, antes de cruzar las obras de la SE-40. La única variación vino después de pasar de nuevo el puente romano: en la subida hacia Mairena nos desviamos del camino habitual, y tomamos una calle recién terminada que llega hasta el camino de la Venta, lo que nos hizo entrar en Mairena al norte de la parte antigua del pueblo, en las cercanías del Polígono Pisa. Sin muchos más trámites, nos dirigimos hacia la cervecería Macarena, punto de inicio y final de la etapa, que dimos por finalizada a las 12:00h.
Como colofón a nuestro bonito recorrido, disfrutamos de unas buenas -aunque pequeñas- tostadas en una cafetería cercana.
El mapa de la etapa es el siguiente:
Ver 2011/10/15: Mairena del Aljarafe – Aeródromo de la Juliana en un mapa más grande
Los datos de la etapa son los siguientes:
Etiquetas: aeródromo la juliana, aljarafe, ermita de san diego, mairena del aljarafe, mtb
El sábado 27 mi amigo Pedro y yo volvimos a rodar por la zona de Mairena. COn la sola excepción de una pequeña etapa de entrenamiento por el aeródromo de La Juliana, hacía ya meses que no rodaba por la zona de Mairena, y tenía preparado algo especial para esa etapa: una incursión por la zona de los pinares de la Puebla del Río y, si había ganas, llegar hasta el vado de Quema. Dado que la etapa prometía ser algo larga, y que discurriría por zonas con abundante arena -con bancos que podrían tragarse a un hombre adulto- habíamos tomado dos medidas: salir a las 8:00h, y cambiar la cubierta trasera por una Small Block Eight de 2.1”. Y aunque tengo afición a llevar la Larsen TT de 1.9”, tengo que admitir que en las zonas donde abunda la arena la corta como escalpelo, clavándose en el banco hasta el fondo.
Así pues, monté la bici en el Alfa y me encaminé hacia Mairena del Aljarafe. Comenzamos la etapa un poco antes de las 8:15h., con una climatología ciertamente agradable: viento suave a favor, frescor en el ambiente y ni una sola nube en el cielo. No muchas horas después, íbamos a lamentar todo eso. Salimos de Mairena por el camino de la venta del Río Pudio, hasta alcanzar el puente romano. Allí giramos a la izquierda, por la Cañada Real de las Islas, camino de Coria del Río. Pasamos junto a Almensilla y el poblado de La Alegría, antes de girar a mano derecha, en las cercanías de Coria y la Puebla del Río.
Tomamos el camino de la ermita de Don Diego. Este camino nos llamó bastante la atención porque discurría entre campos de olivar que -contra cualquier costumbre conocida- estaban vallados por alambre de espino. La situación era un tanto sorprendente, ya que me recordaba bastante a los caminos rurales de la Galicia profunda: un pequeño sendero, encajonado en sendos terraplenes formados por las fincas contiguas, y cerrado por un vallado. La única diferencia era que en Galicia los vallados acostumbran a ser de piedra, no de alambre de púas. En fin. Seguimos avanzando en dirección oeste hasta que el camino se vio completamente cerrado por la vegetación. No nos quedó más remedio que colarnos entre la alambrada -que hábilmente había sido preparada por alguien para permitir el paso- y adentrarnos en un olivar hasta salvar la parte de camino comida por la vegetación, justo en el punto en el que nuestro camino desembocaba en uno más grande.
Tomamos este camino, claramente más cómodo de recorrer, siguiendo continuamente hacia el oeste. El camino que habíamos pasado a seguir se encontraba señalado por abundantes flechas amarillas -como el Camino de Santiago, rojas y blancas, lo que no dejaba lugar a dudas de que se trataba de un camino sumamente transitado, especialmente por rocieros. La presencia de la propia ermita de San Diego así lo atestiguaba.
Seguimos avanzando hacia el oeste. A las 9:30h, cuando ya llevábamos casi hora y media de recorrido, llegamos a un cruce de caminos, con una indicación hacia la Cañada de la Barca, en la zona de los Pinares de la Puebla del Río. Nos detuvimos unos instantes: la zona tenía un aspecto interesante, pero no era ese el día que exploraríamos la zona, sin ninguna guía ni prácticamente indicación a seguir: si esos pinares eran como los de Aznalcázar, constituirían un dédalo de senderos en los que sería fácil perderse. Aun así, la zona era atractiva a la cámara, y no pude menos que inmortalizar nuestro paso por la zona, con la esperanza de volver en otra ocasión para explorarla más detenidamente.
Continuamos, siempre hacia el oeste. Hasta el momento los bancos de arena apenas habían sido una molestia ocasional, pero poco a poco su presencia iba haciéndose más y más molesta. Aunque eso no era nada comparado con el espanto que sabía que aún teníamos por delante. Apenas 10 minutos después llegamos a la Ermita de San Diego, donde hicimos una parada algo más larga, en la que aprovechamos para comer algo de fruta, para recuperar fuerzas.
La zona era agradable: una pequeña mancha de pinos entre campos de olivos y frutales. Sin duda, una agradable escala para los rocieros en su marcha hacia Doñana.
No nos detuvimos mucho más antes de continuar con la etapa: el fresco de la mañana, que tan fácilmente nos había hecho salir a rodar con alegría, poco a poco estaba dejando paso a un calor que prometía apretar a lo largo del día, que seguía siendo claro y sin una nube en el horizonte. Aún teníamos el viento a favor, y claro, eso ayudaba a confiarse.
Seguimos avanzando, y pasamos junto a la finca de la Juliana y el aeródromo del mismo nombre. Poco después llegamos hasta el cordel de Triana a Villamanrique, el principal camino seguido por los rocieros, y bastante más conocido por nosotros. Eran las 10:00h en punto, y nos encontrábamos bien de fuerzas. Decidimos seguir hasta los pinares de Aznalcázar y, si había ganas, seguir avanzando hasta el Vado de Quema. Y el caso es que hubo fuerzas.
Atravesamos los pinares siguiendo el trazado del cordel, famoso por sus trampas de arena. El camino realiza un suave descenso, primero, para luego transcurrir prácticamente plano hasta llegar a la carretera A-3114. Y esto, que podría parecer fácil, con la arena se transforma en una lucha constante. Lucha contra la arena que te impide avanzar, contra las ruedas que se clavan en la arena, y contra el deslizar de izquierda a derecha cada vez que intentas dar una pedalada. Por suerte hacía unos días que había llovido, por lo que la arena se encontraba algo compactada en algunas zonas, y con una ligera costra que permitía rodar algo más facilmente. Aun así, seguía siendo sumamente duro. Al menos las Small Block Eight se estaban portando razonablemente bien, y me permitían rodar sin que el avanzar constituyera una tortura. Aunque tengo que admitir que echaba de menos la cubierta High Roller de 2.35” que tengo guardada en la cochera de Córdoba.
Una vez que pasamos la carretera, y sabiendo que el vado de Quema estaba a tiro de piedra, ¿por qué detenernos ahí? Dejamos a nuestra derecha la torre de vigilancia de incendios, y recorrimos los escasos 5 kilómetros que nos separaban del vado, por una pista asfaltada que respondía al nombre de Cordel del Camino de los Playeros, y que no deja de ser parte del Cordel de Triana a Villamanrique. Y así, con viento a favor y en suave descenso, llegamos a uno de los puntos rocieros por excelencia: el Vado de Quema.
(Nota: no es que el contacto con las famosas aguas del río Guadiamar en el vado del Quema dieran a unos protorocieros ciclistas como nosotros -o al menos a Pedro- el poder místico de la bilocación: el milagro sólo lo es desde el punto de vista tecnológico. Gracias, autostitch)
Eran las 11:00h, y habíamos alcanzado el punto más lejano de nuestro recorrido. O al menos lo sería, si dejábamos de remolonear en torno al vado, el área de descanso, y la pequeña ermita con una imagen de la Virgen del Rocío que se alzaba en la zona, protegida por una gruesa malla de acero para evitar desperfectos, quién sabe si causados por el propio fervor popular.
El caso es que ahí estábamos, y ahí estaba el vado. El calor se empezaba a notar, y ya puestos… ¿por qué no cruzar el vado? Porque una cosa era llegar al límite propuesto, y otra sobrepasarlo. Y llegados al sitio… bueno, sería triste volver para decir que no habías pasado el vado. Total, el caso es que como no había nadie para vernos hacer el ridículo, nada nos detuvo cuando descendimos hasta el vado, primero, y cuando metimos rueda en el agua, después. Y así, chorreando agua por encima de los tobillos, cruzamos el vado del Quema. Ya habíamos pasado el bautismo rociero. Sólo que ahora teníamos que darnos la vuelta y volver a Mairena. La vuelta, eso sí, la hicimos por un apañado puente que se alza apenas una decenas de metros aguas arriba del Guadiamar.
Y fue aquí donde empezamos a lamentar las excelentes condiciones de la mañana cuando salimos de Mairena: el viento a favor, el frescor y el excelente día nos habían hecho llegar lejos, muy lejos. Para encontrarnos que ahora el viento era de cara, el día claro lo seguía siendo, pero con el sol mucho más alto, y el frescor no era más que un agradable recuerdo. Tocaba apretarse los machos. Habíamos recorrido algo más de 30 kilómetros, y nos quedaba otro tanto de vuelta.
Desandamos el cordel del Camino de los Playeros hasta los pinares de Aznalcázar sin gran novedad, salvo que el hambre empezaba a hacer mella en mí. Al menos esta vez iba sobrado de agua. Optamos por atravesar el pinar por un camino algo más al norte, cercano al cortijo de Alarcón, con la esperanza de que este camino estuviera menos invadido por la arena. Futil esperanza, ya que no sólo no tenía menos arena, sino que nos encontramos incluso más. Al menos tuvo una ventaja: el trazado era considerablemente más plano en su parte final que el cordel de Triana a Villamanrique, por lo que nos ahorramos realizar ls subida por la arena. Sin embargo, tardamos tres cuartos de hora en recorrer los escasos 4500 metros que separaban la carretera de la entrada de los pinares.
Una vez salimos de los pinares el camino se hizo bastante más cómodo. Pero Pedro, que había hecho un considerable esfuerzo para mover sus cubiertas de 2.35” por las dunas que acabábamos de pasar, recibió la desagradable visita del tío del mazo, acompañado de unos molestos pinchazos en los cuadriceps. No nos quedaba más remedio que bajar el ritmo en la vuelta, a fin de evitar un chungo como el que yo mismo había sufrido en una etapa similar un año antes. Así pues, nos lo tomamos con calma.
Volvimos hasta el aeródromo de la Juliana, y seguimos en dirección al puente romano del río Pudio. Cruzamos la carretera de Almensilla al filo de las 13:00h, y pasamos por el cortijo de Torre Quemada tras 10 minutos de rodar tranquilo, antes de empezar el descenso hasta Entrecaminos. A esas alturas los brazos, especialmente el derecho, empezaban a arderme. Si no me equivocaba, estaba a punto de recuperar casi todo mi corte ciclista. E incluso la mancha de moreno de la mano provocada por los agujeros de los guantes en donde el velcro tiene su cierre.
A las 13:20h empezamos el último ascenso de la jornada, el del camino de la Venta del río Pudio. Apenas 2 kilómetros hasta Mairena, y 3’5 hasta el final de nuestra etapa. Finalizamos el ascenso con calma, y descendimos por carretera hasta casa de Pedro, con una parada incluida en un lavadero para adecentar las bicis. Dimos por finalizada la etapa a las 13:41h, después de 56’9 kms., y casi 5 horas y media de etapa. Una etapa sin grandes subidas, cierto, pero con tramos sumamente duros por la arena. Una etapa con tramos ciertamente interesantes, y con grandes perspectivas para realizar recorridos alternativos. Habíamos sufrido, sí, pero había merecido la pena.
El recorrido de la etapa en Google Maps es el siguiente:
Ver 2011/08/27: Mairena del Aljarafe – Vado de Quema – Pinares de Aznalcázar en un mapa más grande
Los datos de la etapa son los siguientes:
Etiquetas: mairena del aljarafe, mtb, pinares de aznalcázar, puebla del río, río guadiamar, río pudio, sevilla, vado de quema
El domingo 3 de abril volví a salir con mis compañeros de Sevilla con la bici. Hacía ya algunas semanas que sólo salía en Córdoba, y me apetecía volver a rodar con ellos. Además esta etapa tenía como novedad la incorporación de Jesús al pelotón. Después de más de una década sin dar pedales, se había convencido de volver a coger la bici. Una decisión muy sabia.
Dado que teníamos una nueva incorporación que necesitaba rodaje, nos decidimos a realizar una etapa relajada: Mairena del Aljarafe – Aeródromo de La Juliana. Una etapa de unos 28 kms. entre ida y vuelta, bastante plana, pero agradable para ir haciendo piernas. Además, tampoco le vendría mal a Manolo, que tras unos meses sin salir con nosotros, se había decidido a volver a salir. Dicho y hecho.
Salimos Miguel, Manolo, Jesús y yo de la cervecería Macarena de Mairena a las 9:10h en dirección Mairena pueblo, en una mañana fresca y gris, que no tenía nada que ver con el tiempo que habíamos tenido el resto de la semana. A decir verdad, era agradable rodar con ese tiempo, pero la chaquetilla no me sobraba, y el no parecía que fuera a mejorar -más bien lo contrario- a lo largo del día. Sin mucha novedad llegamos al pueblo, y emprendimos la bajada hasta el puente romano sobre el río Pudio.
Desde el puente seguimos en dirección al aeródromo, sin gran novedad. Manolo y Jesús iban bastante bien, con un ritmo bastante ligero. Tan ligero, que los 14 kms. hasta el aeródromo, que recorrimos en una hora escasa, se les hicieron cortos. Una vez alcanzado ese punto, sugerí dar la vuelta. No quería forzar demasiado la máquina para ellos, ya que pese a que el perfil de la etapa era bastante plano, la vuelta la íbamos a hacer en ligero ascenso. Pero decidieron continuar. Miguel y yo apostamos por seguir hasta los pinares de Aznalcázar, siguiendo el recorrido del cordel de Triana a Villamanrique, por donde los rocieros peregrinan anualmente. La zona de los pinares es bastante divertida, con un cambio de paisaje tremendo con respecto al olivar que no nos había abandonado desde Mairena, pero con unas trampas de arena bastante fastidiosas. Manolo y Jesús estaban decididos a seguir adelante. Sin más preámbulos, reemprendimos la marcha.
Pasamos la finca La Juliana y alcanzamos los primeros pinares. La mañana seguía fría, y el descenso por los pinares no contribuía a calentar el ambiente. Además, el camino estaba cuajado de grandes charcos de agua, que nos obligaban a bordearlos saliéndonos hacia la maleza, o bien a echarle valor y atravesar el agua pestilente. Al menos, no estábamos teniendo demasiadas trampas de arena… hasta que salimos a un claro, bien conocido por Miguel y yo, que era la primera de las trampas de arena de verdad. Miguel la pudo salvar razonablemente bien con sus cubiertas de 2.35”. A mí, con las de 2.10” me costó algo más. Jesús las pasó razonablemente bien y Manolo, con cubiertas 1.90”, se quedó clavado. Paramos un momento para consultar el GPS y el velocímetro. Llevábamos más de 18 kms., lo que hacía que la vuelta se fuera hasta los 36, mínimo. Era momento de dar la vuelta. Por no volver por el mismo camino, aprovechamos el dédalo de senderos que cruzan los pinares, para dirigirnos hacia el norte, hasta el cortijo de Alarcón, para posteriormente girar al este, y enlazar de nuevo con el cordel. Reanudamos la marcha entre los pinares. Como era de esperar, las trampas de arena no habían hecho sino empezar.
Nos tocó sufrirlas un rato. El que peor lo pasó, merced a que llevaba las cubiertas más finas, fue Manolo. Por suerte, apenas tuvimos que sufrir 3’5 kms. de dunas, antes de volver a salir al cordel. Para colmo, una lluvia fina hizo acto de presencia. Tocaba volver rápidamente a Mairena. La vuelta no tuvo grandes novedades, salvo una caída de manolo en una trampa de arena, al vadear un arroyuelo junto a la Hacienda Monasterejo, que lo dejó marcado el resto de la etapa. Jesús, por su parte, empezó a sufrir tirones en los cuadríceps. Pese a que había aguantado bastante bien, la etapa estaba empezando a pasarle factura. Llegamos de nuevo al puente romano sobre el Río Pudio. Manolo, que había decidido no parar, ya que una de las rodillas le molestaba a raíz de la caída, se equivocó de camino, y subió por la izquierda, por el trazado del Cordel. Para no perderle, dejé a Miguel y Jesús, y fui a buscarle. Le alcancé, pero dado que no se encontraba en condiciones de dar la vuelta, subimos a Mairena por este camino, para posteriormente ir a la cervecería Macarena, punto de finalización de etapa, a donde llegamos a las 12:10h. Contrariamente a lo que esperaba, Miguel y Jesús no se encontraban allí. Conseguí contactar con ellos, y nos estaban esperando en Mairena pueblo, que dejaron tras la llamada para venir al punto de encuentro.
Mientras tanto, Manolo y yo aprovechamos para lavar las bicis en la gasolinera de la zona, ya que teníamos las bicis emborrizadas en arena. Cuando estábamos terminando de limpiarlas, llegaron Jesús y Miguel, cabalgando justo por delante de la tormenta, que empezó a descargar justo cuando terminamos de lavar las bicis. Así que, sin más novedad, dimos por finalizada la etapa.
El mapa de la etapa en Google Maps es el siguiente:
Ver 2011/04/03: Mairena – Pinares de Aznalcázar en un mapa más grande
Los datos de la etapa son los siguientes:
Etiquetas: mairena del aljarafe, mtb, pinares de aznalcázar, río pudio
El pasado domingo 20, el último día de la primavera, cinco compañeros del trabajo realizamos la -hasta la fecha- más larga salida ciclista que he efectuado en Sevilla: un recorrido circular, con salida y llegada en Mairena del Aljarafe, en el que pasamos junto a Salteras, Valencina, Santiponce, Guillena, Camas, Sevilla y San Juan de Aznalfarache.
Salimos de Mairena a las 9:15h, desde la conocida cervecería Macarena. Atravesamos Mairena para desembocar en el camino del río Pudio, que seguimos hasta cruzarlo por el puente romano. Desde allí giramos a la derecha por la Cañada Real de las Islas. Cruzamos varias carreteras, y pasamos bajo la autovía de Huelva por un paso inferior. En este tramo el camino no ofrecía dificultad alguna. Llevábamos un ligerísimo ascenso, que se hacía prácticamente imperceptible.
Poco antes de llegar a Salteras encontramos la vía férrea de Huelva, que bordeamos hasta llegar a la carretera de Valencina a Salteras. Cruzamos la vía del tren, para afrontar una frenética bajada por la cañada real, en la que llegamos a alcanzar puntas de 52 km/h por pista de tierra, hasta la vía verde de Itálica. Ésta fue la primera pausa de la jornada.
Cruzamos el puente sobre el arroyo del Judío, y retomamos la cañada real. El perfil, tras la bajada, no cambió en demasía, aunque pasó a ser algo más típico de campiña, con suaves subidas y bajadas. Pronto alcanzamos la carretera que enlaza la N-630 con Valencina, que atravesamos, retomando la cañada real. No encontramos mayor dificultad hasta llegar al vado del arroyo de los Molinos. En esta zona la vegetación, a diferencia del resto de la etapa, se deja notar con mayor feracidad, lo que se traducía al llegar al vado en que el camino estaba prácticamente perdido por la vegetación.
Contra lo que pueda parecer, el cruce del arroyo no tuvo mayor dificultad que el evitar llenarnos los pies -así como las bicicletas- de maloliente barro. Hacía apenas dos semanas que Rafa y yo habíamos pasado por allí, y era impresionante ver cómo había descendido el nivel del agua. Sobre todo teniendo en cuenta que no estaba siendo un final de primavera caluroso. En cualquier caso, nos lo estábamos pasando bien.
Tras cruzar el arroyo, llegamos a la estación de servicio de la venta de Ana Velázquez, donde paramos para realizar una pequeña labor de mantenimiento: hinchado de neumáticos. No sería la última.
Una vez finalizada la parada, emprendimos el descenso hacia Guillena. A diferencia de la vez anterior, decidimos evitar la carretera, y bajar por una pista paralela a ésta que había observado la vez anterior. Sin embargo, no fue posible tomarla debido a que su inicio se encontraba bastante perdido por el pasto. Por ello, tomamos un camino que pasaba junto a el cortijo que tenía por llamativo nombre Mata Hijas”, que nos condujo más rápidamente de lo esperado a la Vía de la Plata. Tras descender del cortijo llegamos hasta lo que en apariencia se trataba de la antigua plataforma del ferrocarril del Cala, hoy perdido.
Recorrimos la vía de la plata en sentido inverso, cruzándonos con varios esforzados peregrinos. En este tramo tuvieron lugar dos de los incidentes más significados de la jornada. Al vadear por segunda vez el arroyo de los Molinos (aunque esta vez sin hacer el bestia), Rafa sufrió un enganchón de la cadena en el plato grande, que le hizo dar con sus huesos en el suelo (aunque, afortunadamente, sin consecuencias graves). El vado, como en el caso anterior, se encontraba con bastante menos agua que en semanas anteriores.
La segunda incidencia la sufrí en mis carnes: casi al final de la vía verde existe una pequeña bolsa de agua, que hasta la fecha había venido bordeando sin mayores consecuencias, ya que por su límite izquierdo apenas alcanzaba una profundidad de unos centímetros. Así que esta vez, ni corto ni perezoso, me dispuse a afrontar el charco de agua cenagosa sin adoptar mayores precauciones, como en veces anteriores. Cuál no sería mi sorpresa cuando ví cómo la rueda delantera se hundía hasta tres cuartas partes de su diámetro. Si no salí descabalgado por encima del manillar fue gracias a que pude sacar rápidamente el pie de las calas, y echarlo a… agua.
Una vez superados estos incidentes, entramos en Santiponce, donde hicimos la última parada de la jornada. La justificación de esta parada fue realizar un pequeño ajuste del sillín de la bici de Rafa, que había venido dando guerra desde la salida, y que apenas habíamos podido enmendar debido a la carencia de una llave allen del tamaño adecuado. Pero, como pasamos por delante de casa, pude hacer el arreglo adecuadamente, además de repostar.
El último tramo de la etapa no tuvo mayor complicación, si bien no estuvo a la altura del resto de la etapa en cuanto a estética o interés. Abandonamos Santiponce por un camino lateral que conduce hasta el campo de tiro olímpico de Camas, y tomamos un camino que nos llevó hasta el Guadalquivir, a la altura del cortijo de El Alamillo. Una vez allí, bordeamos el río hasta alcanzar San Juan de Aznalfarache. Llegamos al pueblo en las vísperas de sus fiestas, y pudimos ver cómo se levantaban las carpas de su feria local. Lástima -nos dijimos- haber llegado con unas fechas de adelanto, y no poder disfrutar de unas buenas cañas con sus correspondientes tapas.
Emprendimos el tramo final de la etapa: la subida a Mairena desde San Juan, tomando la calle 28 de Febrero y la avenida de Mairena, ambas en suave pero constante ascenso. Fran y Manolo aprovecharon para demarrar, y abrieron un pequeño hueco, desintegrando el grupo. Ambos llegaron, con Fran en cabeza, al final de la etapa: la cervecería Macarena. Llegué en tercer lugar, a unos diez segundos; unos 20 segundos después llegó Rafa, y por último, a unos 30 segundos, cerró la etapa Miguel. Habíamos empleado 3 horas y 25 minutos en recorrer 48’76 kilómetros de etapa.
El tercer tiempo, cómo no, fue celebrado en la propia meta. Corrieron la cerveza, el vargas (aunque aquí no lo llamen así), la coca-cola, y se degustaron altramuces, a la par que se comentaban los avatares de la jornada. Una bonita etapa, pese a que, para mi gusto, le sobraron 10 kilómetros del final, bastante feos.
El recorrido fue el siguiente:
Ver Mairena del Aljarafe – Guillena – San Juan de Aznalfarache (20/06/2010) en un mapa más grande
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