El domingo 12 de febrero realicé una de las etapas más brutales de las que he hecho hasta el momento. Hay que admitir que no se trata de la más dura en cuanto al recorrido de las que hasta ahora haya disputado, sino ,por la combinación de recorrido, distancia, perfil ym sobre todo, climatología.
Durante la semana anterior habíamos estado el grupo de amigos de Córdoba disparatando sobre recorridos brutales para hacer con la bici en ese fin de semana, y finalmente habíamos consensuado un recorrido al que denominamos “Brutal2″: Loma de los Escalones – Cuesta de Arrastraculos – Cerro Muriano – El Vacar – Cerro Muriano – Torreárboles – Los Postes – Meseta Blanca – Trialera. Un disparate largo, duro y, como su nombre indicaba, brutal. Una etapa que nos iba a obligar, dado su kilometroaje, a salir bien tempranito en la mañana. Con lo que no contábamos es que íbamos a salir en el que probablemente fuera el día más duro de lo que llevábamos de invierno.
Así pues, recogí bártulos de Málaga y regresé a Córdoba la víspera de la etapa, dispuesto a realizar la etapa brutal. Por suerte para mí, seguía teniendo en Córdoba mi ligera Fuji. Cuando llegamos, tentado estuve de reemplazar la cubierta Small Block Eight de 2.1” trasera por la veterana Larsen TT de 1.9”. Pero teniendo en cuenta que la bajada de los postes era parte del recorrido, opté por conservar una cubierta con algo más de superficie. Si hubiera sabido lo que acabaría pasando, habría optado sin dudarlo por la Larsen.
Habíamos quedado para comenzar la etapa a las 8:30h del domingo. Cuando asomé la cara a la calle, un poco antes de la hora fijada, tuve una indudable confirmación de que la etapa iba a ser sumamente dura. Se me helaron hasta las ideas. El termómetro de la bici indicaba -1.5ºC. Y aún estábamos en la ciudad. Poco a poco fueron apareciendo Marcos, Ángel y Mané. Auténticos héroes. Pero el más heroico de todos, a esa hora de la mañana, fue Javi Aljama, que había bajado todo el Brillante hasta el punto de encuentro. Teniendo en cuenta la velocidad de bajada y la temperatura en la Sierra, la sensación térmica de que tuvo que sufrir en la bajada era de -18ºC.
Merced a un pinchazo de Mané, acabamos empezando la etapa al filo de las 9:00h. Nada más salir realizamos la primera variación sobre el recorrido previsto: para enlazar con la Loma descartamos subir desde el puente romano del arroyo Pedroche, sino que optamos por cruzar el barrio Naranjo, bajar hasta Puente de Hierro, y subir por la trialera. Una mala decisión. Nada más entrar en la trialera, la temperatura descendió hasta los -3ºC, y a medida que íbamos remontando el arroyo, la temperatura seguía bajando. Pasamos la fuente de la Trinidad, que se encontraba helada, y seguimos subiendo, y la temperatura cayendo. Llegamos a alcanzar los -5.6ºC. Ángel y yo nos encontrábamos razonablemente bien, ya que ambos llevábamos guantes de invierno -de neopreno, en mi caso- que nos hacían soportar el frío en las manos bastante bien. Pero Marcos, Javi y Mané, pese a llevar guantes largos, eran guantes convencionales. Ellos llegaron a sufrir rigidez en los dedos, lo que les imposibilitaba accionar las manetas de freno. Para nuestro horror, pronto descubrimos que el agua de los camelback se nos había congelado en el tubo. Y es que a esas alturas hacía una temperatura más agradable en el interior de nuestras neveras.
Paramos un momento al llegar a la pista de la cantera, para entrar un poco en calor al sol. Llegamos Ángel, Javi, Marcos y yo. Pero Mané no aparecía. Marcos se dio la vuelta, y se lo encontró sentado en una piedra, aterido de frío, y con la braga protectora cubierta de escarcha, de su propio vaho. Le había dado un bajón en la subida, y se había tenido que sentar mareado. Cuando se unió a nosotros, vino con la intención de darse la vuelta. Y es que, para entrar en calor en la trialera, habíamos marcado un ritmo intenso, lo que le había provocado un choque térmico.
Pese a todo, tras unos veinte minutos de descanso, en el que subimos hasta la maravillosa temperatura de -1.5ºC, Mané decidió continuar con nosotros. Subimos a ritmo tranquilo la pista de la cantera hasta la carretera, y atravesamos la urbanización Torreblanca. Posteriormente tomamos el Camino de Santiago, y empezamos, sin muchos más trámites, el ascenso de la Loma de los Escalones. Como hito llamativo personal, es la primera vez que conseguí realizar todo el tramo justamente anterior a la Virgen de Linares sin poner pie en tierra en ningún momento, incluyendo el pequeño cortado que hay justo antes del descenso.
No dejamos de constatar que el número de gente que nos encontrábamos era bastante más menguado que el habitual en cualquier otro domingo. Y es el que el frío estaba haciendo estragos. Iniciamos la subida a las 10:00h, y tardamos 37 minutos en subir hasta la curva del Frenazo. Contra lo habitual en otras ocasiones, no realizamos prácticamente parada alguna en ningún tramo. Y es que Ángel y Mané optaron por no interrumpir la marcha, y seguir con el ritmo que se habían conseguido marcar.
Apenas nos detuvimos, igualmente, en la curva, y atacamos la subida sin mayor dilación. Arrastraculos nos estaba esperando. Subimos todo el rato por el Camino Mozárabe, y tampoco Arrastraculos se nos resistió. Así llegamos a la primera cota de la etapa, en la que -de nuevo- tampoco nos detuvimos, ansiosos como estábamos de llegar al Muriano y meternos algo caliente entre pecho y espalda. Entramos en Cerro Muriano a las 11:00h, y paramos en el bar de la entrada del pueblo a comernos unas tostadas con unos cola-caos bien calientes. Y es que aunque Marcos y yo preferíamos ir a la churrería del final de la barriada, hay que admitir que allí hubiéramos tenido que estar a la sombra, y en ese bar podíamos estar sentados ricamente al sol. Algo que, la verdad, nos hacía bastante falta. Nos demoramos tres cuartos de hora, desayunando tranquilamente y entrando en calor, algo a lo que -en el caso de Ángel, Mané y yo- ayudaron sendas copas de Machaquito Seco bidestilado. 55º alcohólicos que compensaban los -5.6ºC que habíamos tenido que sufrir. Y que nos acompañarían, regusto anisado mediante, el resto de la etapa.
Como decía, reanudamos la etapa a las 10:45h. De ahí en adelante teníamos 14 kilómetros de pedaleo hasta llegar a la siguiente parada del día: El Vacar y su castillo. Aunque el terreno era desconocido para nosotros, lo teníamos fácil para llegar. Se trataba tan sólo de seguir las fechas amarillas del Camino Mozárabe y los postes blancos y rojos del GR-48 (he de hacer constar que mi querencia por este apasionante recorrido me está ya causando ser objeto de algunas bromas por parte de mis amigos; pese a todo os quiero igual, malditos. )
Nada más salir del Muriano nos encontramos con una sorpresa: lo que teóricamente tendría que ser una senda paralela a la carretera, había sido convertido en todo un carril bici que llevaba más allá de la base militar. Y de color verde. Esta sorpresa nos permitió rodar de manera bastante cómoda en ese rato, pero hay que admitir que resultaba un tanto aburrida.
Poco después de la base, a la altura de la estación de Obejo, acabó el carril-bici. Desde allí encontramos lo que habíamos esperado: senda. Y como hacía el GR-48 en la zona de Los Villares, corría paralela a la carretera, realizando abundantes subidas y bajadas. Al menos hay que admitir que eran menos intensas que en Los Villares. En una de ellas tuve el percance del día: un arroyo había excavado un profundo tajo en el camino, que no obstante, se podía cruzar sin excesivos inconvenientes… salvo que, como en mi caso, te desviaras un par de centímetros de más a la izquierda: bloqueé la rueda en la bajada, y salí despedido sobre el manillar contra el talud. Por suerte, pude amortiguar la caída con los brazos, y me evité sufrir un golpe seco como en la Cañada de la Barca (cuyas consecuencias aún estoy sufriendo). Aun así, a decir de Mané, que iba detrás mía, la caída fue peligrosa.
En fin, sin mayor percance, volvimos a rodar. Pasados estos tramos de subidas y bajadas por bosque mediterráneo, salimos a un tramo de dehesa más abierto, y más amigable para rodar. O lo hubera sido si no hubiéramos encontrado algunas zonas embarradas, que nos dieron algún que otro susto. Lo que seguía impresionándonos es que, a esas alturas del día (pasaba ya del mediodía), siguiéramos encontrándonos charcos congelados. Sería una tónica de todo el día.
Llegamos a El Vacar a las 12:45h. Cruzamos rápidamente la aldea, y avanzamos hasta las estribaciones del castillo. Y es que no íbamos a llegar hasta allí, y luego no subir -qué menos- hasta la fortaleza de Mano de Hierro. Al menos, eso es lo que yo pensaba. Pero cuando llegamos hasta allí, Mané, que seguía con el cuerpo descompuesto desde la trialera, y Ángel, que en un alarde de osadía estaba haciendo la etapa con su bicicletón de descenso, dijeron que allí se plantaban, y que ellos se iban de birras a El Vacar.
Así pues, sólo Javi, Marcos y yo realizamos la subida al castillo. Y es que como bien dijo Javi, cuando sugerí que si no íbamos al castillo siempre sería una excusa para volver, iba a subir al castillo con tal de no tener que volver nunca hasta ahí. La subida no tuvo nada de especial. Fueron apenas 300 metros desde la zona en la que nos habíamos detenido, y nos proporcionó una excepcional visita al castillo.
…así como unas inmejorables vistas de la zona (y del dedo de Marcos):
Así como un buen rato de palique:
…hecho lo cual, rodeamos completamente el castillo, y emprendimos la vuelta a El Vacar, decididos a no hacer esperar excesivamente a nuestros amigos. Y es que pese a lo avanzado del día, la temperatura seguía siendo bastante fría: 12ºC. Aunque la verdad sea dicha: a esas alturas quien más quien menos de nosotros tenía casi calor después de lo pasado.
Llegamos poco después a El Vacar, donde encontramos rápidamente a Ángel y Mané, que ya habían dado buena cuenta de una ronda de cervezas. No nos quedó menos que unirnos a la fiesta.
Dimos por finalizada la escala técnica a las 13:30h. Era ya sumamente tarde y aún teníamos que volver hasta el Muriano, realizar la subida a Torreárboles y la bajada de los Postes. Al menos, esa era la teoría. Teoría que estaba claro a esas alturas que difícilmente íbamos a cumplir. Viendo el percal, decidimos parar a comer en Cerro Muriano, y ver qué plan adoptar a partir de entonces. La vuelta fue bastante más rápida que la ida, ya que la tendencia general del tramo era en subida hacia El Vacar. Tanto fue así que tardamos apenas 50 minutos en realizar la vuelta, frente a la hora y media que habíamos empleado en la ida. Y seguíamos encontrándonos, casi a las dos de la tarde, charcos congelados:
Tan rápido volvimos, que Marcos y yo aprovechamos la parte del carril-bici para hacer relevos a toda velocidad. Demasiada velocidad: los de las rígidas dejamos atrás a los de las dobles en un abrir y cerrar de ojos. Reagrupados a la entrada del Muriano, volvimos al mismo bar de la ida. El menú cambió un poco con respecto a la ida: flamenquín con patatas y dos huevos fritos, que cayeron en un visto y no visto.
Allí decidimos, por lo avanzado del día y por el mal cuerpo que tenía Mané (del frío ni siquiera se quitó el casco durante la comida) recortar la etapa. Tuvimos una pequeña discusión acerca del mejor camino de vuelta (carretera hasta los Villares, y desde allí bajada por el 14%, salvo Javi que enlazaría con las Ermitas; o bien Loma de los Escalones y trialera), en la que finalmente decidimos bajar por la Loma, la opción preferida por Mané.
Eran las 15:30h cuando emprendimos la última fase de la etapa. Salimos del Muriano -por vez primera- por carretera, y realizamos íntegramente por ella la bajada hasta la curva del Frenazo. Fue en este tramo donde alcanzamos la punta de velocidad del día (60’9 km/h en mi caso, sin dar pedales). Desde allí tomamos la pista hasta la Loma, y realizamos la bajada. Una bajada sin gran novedad, salvo el comprobar de nuevo cómo de diferente es realizar esa bajada con una rígida frente a una doble. Y es que ya estaba empezando a olvidarlo. ^_^u
Una vez en Linares, la vuelta la hicimos por carretera hasta Torreblanca. Allí desandamos el camino hecho a la ida, y bajamos por la trialera hasta el Puente de Hierro. Nos despedimos de Javi junto al castillo del Maimón, ya que él optó por dirigirse a su casa enlazando por la parte alta de la calle San José de Calasanz. Nosotros, por nuestra parte, cruzamos el Naranjo, y salimos a casa por el Parque de la Asomadillo. Allí Mané y yo nos separamos de Marcos y Ángel, que emprendieron el descenso a sus casas. Mané y yo llegamos a las nuestras a las 16:35h. Tras más de siete horas y media de durísima etapa. Pese a haberla recortado sustancialmente. Y es que la etapa había finalmente no había sido la “Brutal2″ que habíamos planeado. Como dijimos medio en serio, medio en broma, se había quedado en “sólamente bruta.”
Los datos de la etapa están esta vez algo más menguados. Debido al enorme frío de la etapa, mi pulsómetro no funcionó adecuadamente, por lo que tan sólo tengo disponibles los datos de velocímetro y GPS, más la información de kilocalorías de Javi Aljama:
Y aquí está el enlace al recorrido de la etapa: Córdoba – El Vacar
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El pasado domingo salí de nuevo a rodar por Córdoba. Aunque quería haber salido con mis amigos de allí, por circunstancias varias acabé dando pedales yo solo a las 8:30h. Y aunque había previsto una etapa larga, con la subida al cortijo de la Alcaidía, una bajada por la zona de los tubos del canal, y por último recorrer la vereda de Linares hasta la ermita, me decidí a recortar la etapa y dejarla sólo en este último tramo, que era el que de verdad tenía ganas de hacer.
Como decía, salí de casa a las 8:30h, y me dirigí hacia el vial norte. Crucé por debajo de la joroba de Asland, y pasé el arroyo Pedroche por el puente romano. Me dirigí posteriormente a la Campiñuela Baja, donde, por variar, tomé la pista de mantenimiento del canal del Guadalmellato. Generalmente tomo el trazado de la vereda de Alcolea, pero hacía tiempo que no pasaba por allí, y quería ver su estado. Pasé cerca del sospechoso lago azul formado por una antigua cantera inundada, antes de cruzarme con la vereda, y tomarla en dirección noreste, en dirección al cruce de las tres veredas: Alcaidía, Alcolea y Linares. Llegué al cruce a las 9:07h, y tomé, como tenía previsto, la vereda de Linares, girando en dirección oeste. La vereda empieza bordeando las estribaciones de Sierra Morena, y transcurre con una pequeña subida, primero, y una bajada, después en sus primeros kilómetros. Pasa cerca de las canteras de Asland, y poco a poco se va internando en el valle que forma el arroyo Rabanales. Justo antes de llegar al arroyo se toma una fuerte, aunque breve, bajada, que sirve de aperitivo a lo que viene después.
El arroyo de Rabanales es ancho y poco profundo en esta época del año, pero tiene excavado un cauce con casi un metro de altura, lo que da una idea de la cantidad de agua que puede llevar en invierno. En esta época del año, sin embargo, no presentaba ningún problema cruzarlo, si bien merecía la pena pararse a disfrutar de la vista, como no dejé de hacer:
El arroyo marcó el punto de inflexión de este tramo de la etapa. De la misma manera que había disfrutado con la bajada anterior, no me quedaba más remedio que afrontar una dura, aunque breve, pared de apenas 300 metros, pero con rampas del 11%. Pared a la que seguía una breve bajada, y la verdadera subida del día. 400 metros de subida con un brutal desnivel del 18.5%. Y con unas vistas excelentes:
Alcancé a dos ciclistas que también estaban realizando el ascenso. Los sobrepasé y continué con mi subida. Una vez superada la tortura, (cuyo fin lo marcan unos postes de gasoducto) empezaba la parte divertida: la bajada hasta la Virgen de Linares. La vez que había tomado la vereda no había realizado este ascenso, sino que había seguido a la izquierda de la casa que se encontraba en el fondo del valle, en vez de hacerlo por la derecha. Por ello, esta bajada iba a ser inédita para mí:
Tras una bajada sumamente divertida, llegué a la Virgen de Linares a las 9:38h. No me detuve demasiado antes de emprender la vuelta por el tramo de la Vía Augusta que confirma el Camino Mozárabe. Entré en la aberración urbanística de Torreblanca poco después, con idea de bajar por el arroyo Pedroche hasta Puente de Hierro. Sin embargo, me confundí al atravesar la urbanización, y acabé saliendo al tramo antiguo de la N-432 por debajo de la rotonda que antecede a la bajada al arroyo. Subí hasta la rotonda, y allí decidí cambiar el plan previsto: en vez de bajar por el arroyo, tomé el tramo abandonado del ferrocarril de Almorchón en dirección Córdoba, que no abandoné hasta llegar a la gasolinera de Repsol de la Carrera del Caballo. La vía, pese a encontrarse con abundante balasto y algunas traviesas de madera, es transitable, pero no es demasiado cómodo rodar por ella.
Finalmente, crucé por debajo de la variante de la N-432, y llegué a la parte superior de la cantera abandonada de áridos. Estuve un poco subiendo y bajando por la cantera, antes de tomar una pista que desciende por una abrupta pendiente -muy divertida- hasta el arroyo, y que llega justamente hasta el viejo acueducto romano que transcurre por la margen izquierda del arroyo.
(Imagen correspondiente a otra etapa)
Una vez en el arroyo, subí hasta Puente de Hierro, donde crucé al otro lado del cauce. En esta ocasión no subí hasta el castillo del Maimón por la pista que asciende junto a la vía del tren, sino que seguí subiendo hasta alcanzar la fuente de la Palomera, y desde allí tomé el camino que asciende hasta el castillo. Al llegar al comienzo de la bajada, para mi sorpresa, encontré una puerta metálica puesta recientemente, pero que no presenta ningún problema saltar, aparte del evidente fastidio. Y como el día estaba siendo prolífico en variaciones, decidía añadir una más. En vez de dirigirme hacia el barrio Naranjo, giré a la derecha para aparecer en la zona de chalets de Sansueña, desde donde -esta vez sí- volví a casa, dando por finalizada la etapa a las 10:25h. Una etapa corta, pero bastante interesante.
El mapa de la etapa es el siguiente:
Ver 2011/05/15: Vereda de Linares – Puente de Hierro en un mapa más grande
En esta ocasión no hay muchos datos de la etapa, ya que el pulsómetro no me funcionó bien:
Etiquetas: arroyo pedroche, Camino Mozárabe, córdoba, mtb, puente de hierro, vereda de linares
El pasado domingo volví a salir con la bici por Córdoba con mis viejos amigos. En esta ocasión salimos a dar pedales Marcos, Mané y yo. Había estado planificando la etapa con Mané a lo largo de la semana, en la que habíamos definido tres hitos clave: subida de la Loma de los Escalones, pasar por Villa Alicia y enlazar con la carretera del 14%, y bajar a Córdoba por Los Postres, cortafuegos que coincide en su recorrido con el gasoducto a Badajoz (y cuyas tomas de ventilación son los que dan el nombre a la bajada). No conocíamos el punto de comienzo exacto de Los Postes, ante lo cual decidí echar en la mochila el mapa topográfico de la zona.
El domingo amaneció con una intensa niebla, y con frío, mucho frío. Habiamos quedado a las 9:00h en casa de Mané, y cuando asomé por la puerta, teníamos una temperatura de 7ºC, que prometía bajar cuando saliéramos de la ciudad. Marcos llegó con un poco pasadas las 9:00h, y nos encaminamos a Santa Rosa. Había propuesto tomar la subida de la Loma de los Escalones desde el puente romano del arroyo Pedroche, siguiendo el trazado del Camino Mozárabe, cosa que hicimos. Por suerte conocía bien el trayecto, ya que la intensa niebla apenas nos permitía seguir las flechas amarillas, en especial una vez pasado el puente y el Molino de los Ciegos. Pronto llegamos a la zona de Torreblanca, donde el espanto constructor que ha destrozado la zona hizo mella en nuestro ánimo. La primera dificultad vino porque parte del trazado del Camino se encuentra perdido, vallado por una obra inconclusa. Esto nos obligó a desviarnos por una calle paralela al trazado, si bien pudimos recuperar el Camino poco después, para internarnos en una zona boscosa, donde hicimos la primera parada del recorrido.
Descendimos por el trazado trialero hasta retomar la carretera de la Virgen de Linares justo a su final. Siempre siguiendo las flechas amarillas, nos dispusimos a realizar el ascenso de la Loma de los Escalones. Subimos como buenamente pudimos el primer repecho de sendero quebrado, con una niebla que nos hacía gotear humedad condensada, y con 5.5ºC. Enormemente agradable.
Conseguí pasar las primeras paredes con un razonable éxito, pero a costa de desfondarme completamente, lo que pagaría posteriormente. Seguimos ascendiendo por el trazado de la calzada romana, con sus impresionantes cortados en la roca de la loma. Una vez pasada la primera pared, seguimos ascendiendo por un tramo algo más favorable, antes de llegar a la bifurcación que hay junto a un poste de la luz, donde empecé a pagar el esfuerzo del tramo anterior. A medida que íbamos ascendiendo se veía que la niebla estaba despejando en las partes altas, por lo que no debíamos de tardar mucho tiempo en salir de ella por encima.
Así fue, al llegar a la parte de los escalones de caliza asomamos a un día radiante por encima del banco de niebla. Pasamos los escalones con algún percance y haciendo bastante equilibrismo sobre la caliza mojada, lo que le daba un extra de complejidad a la subida. De esta manera asomamos a la parte superior de la loma, donde se encuentra la parte arrasada por la cantera en explotación.
Desde allí seguimos ascendiendo por el camino de cantera que lleva hasta la curva del Frenazo, en el trazado antiguo de la N-432. Hacía tiempo que no transitaba por allí, y tengo que admitir que no recordaba ese ascenso tan duro como se me hizo. Estaba empezando a arrastrarme sobre la bici. Por suerte, no mucho después llegamos a la Curva, donde hicimos una segunda parada, en la que Mané y yo aprovechamos para reponer algo de fuerzas a base de barritas de cereales.
Una vez descansados, y disfrutando de un agradable sol, continuamos nuestro ascenso, siempre ciñéndonos a las indicaciones del Camino Mozárabe, lo que implicó cruzar el viejo trazado del ferrocarril de Almorchón. Subimos por una parte bastante abrupta donde existe una placa que recuerda a Vicente Mora Benavente, gran impulsor del Camino Mozárabe, ya fallecido:
Durante un rato circulamos en paralelo a la vieja Nacional, hasta que llegamos al comienzo de la cuesta que tiene por mal nombre Arrastraculos, y que forma parte del trazado original de la calzada romana que veníamos siguiendo. Afrontamos razonablemente bien las primeras rampas del ascenso, aunque con gran cansancio por mi parte. Iba necesitando un descanso. Pese a ello, Marcos y Mané no se me fueron tanto como pensaba, y nos reagrupamos en la pared final de subida a la Ermita. Atacamos la pared con desigual éxito: Marcos consiguió subirla al segundo intento, Mané lo hizo a la primera, y por un inoportuno bloqueo de la rueda delantera me quedé en clavado en mitad de la subida. Creo que hubiera podido subirla, porque, como bien comentó Mané, era una cuesta más de pulmones que de piernas, y las piernas me habían respondido bien.
Desde la ermita bajamos hasta Cerro Muriano, pasando junto al comienzo de la vereda de la Posada del Pino, que atraviesa la finca de Villa Alicia. Como nos temíamos, el propietario tenía vallada de manera ilegal el comienzo de la vereda, imposibilitando el acceso a ella. De momento decidimos bajar hasta el Muriano, y allí hacer un descanso. Durante éste, que aderezamos con unas bien merecidas tostadas, nos encontramos con un grupo ciclista de amigos de mis compañeros de etapa. Les comentamos nuestra intención de pasar por Villa Alicia, cosa que nos desaconsejaron debido a los pleitos que desde hace tiempo mantiene el propietario, y las dificultades que pone a los transeúntes.
Aun así, decidimos volver a la vereda. Vimos que estaba completamente cercada por vallas, restos de escombros, que se había cavado una zanja para impedir el paso, y arrasado la cobertura vegetal para intentar hacer desaparecer el camino. Estuvimos dudando un rato, hasta que vimos en el topográfico un posible trazado a seguir, intentando evitar la casa principal. Dicho y hecho. Con la ayuda de mi amiga Roberta salvamos la cerca, y nos adentramos en una antigua cantera. Pronto salimos a un camino que habría de llevarnos hasta una edificación. Viendo que había coches decidimos dar la vuelta para evitar problemas. Volvimos al trazado original de la vereda, y nos encontramos otro coche apostado en ésta. Al oír ladridos de perros, y para evitar males mayores, volvimos sobre nuestros pasos y salimos de la finca. El segundo objetivo del día había quedado frustrado.
Así pues, bajamos de nuevo al Muriano, y tomamos a la izquierda la carretera que comunica con la variante de la N-432. Al llegar a la incorporación, nos detuvimos. Desde allí teníamos dos posibilidades: ir por la N-432 hasta divisar la vereda, que pasa por debajo de la Nacional, salir de ésta, y tomarla hasta su final, en la carretera del 14%; o bien tomar directamente la carretera del 14%. Optamos por la segunda opción, debido a la peligrosidad de la N-432, si bien con la idea de quedarnos con la zona en la que la vereda enlazaba con la carretera.
Afrontamos el ascenso por carretera. Rápidamente Mané empezó a sufrir sus ruedas de 2.35”, así como el llevar una doble suspensión, frente a las rígidas con suspensión que llevábamos Marcos y yo. No tardamos en abrir hueco, ante lo que tuvimos que moderar el ritmo. No era plan de descolgarnos.
Seguimos subiendo hasta llegar a la zona donde teníamos que tomar el desvío para el cortafuegos de Los Postes, entre el campo de tiro olímpico y la entrada al club de golf. Localizamos el desvío justo al final de la rampa existente, y nos dirigimos hacia la estación de control del gasoducto. Empezaba el descenso de Los Postres. Bajamos un primer tramo hasta unos postes eléctricos, donde disfrutamos de una impresionante vista del valle bañado aún en la niebla. Espectacular.
El primer descenso era terrible: con un enorme desnivel, erizado de pinos a nuestra derecha, con un abrupto barranco a la izquierda, y una curva a derechas al final del trazado. Al menos no se veía con tierra suelta. Mané tardó poco tiempo en decidirse a bajar, y lo hizo como un campeón.
Marcos lo afrontó poco después, con razonable éxito. Yo, por mi parte, tenía reciente la caída de hacía dos semanas en Avionetas Express, por lo que decidí bajar este tramo con algo más de tranquilidad. Desde abajo, la verdad, la vista tampoco animaba demasiado a lanzarse por él. Al menos, no con la bici que llevaba.
Teníamos aún más de 2,5 kms. de descenso por el cortafuegos por delante, y llevábamos ya 25 kms. de etapa entre pecho y espalda. El cortafuegos constituía una sucesión de bajadas aderezadas con ocasionales subidas que nos hacían desesperar. Empezábamos a acusar el esfuerzo de toda la jornada, y pasábamos ya de la una de la tarde. Y así, entre subidas y bajadas, llegamos al desvío. Al principio nos costó identificarlo, ya que era un sendero bastante estrecho que surgía a la derecha, pero las inconfundibles marcas de motocicleta, y la vista de la Meseta Blanca a nuestra derecha ayudaron a despejar nuestras dudas.
Afrontamos el cambio de terreno, pasando de descender por un cortafuegos a seguir un sendero de cazadores sobre los riscos de una loma, entre abundantes arbustos, y pasando por zonas embarradas que me hicieron temer por mi integridad física, merced a que mi cubierta trasera se había convertido en un bloque de barro uniforme. Y la caída, por un sendero que hacía equilibrios en una ladera enormemente empinada, no era precisamente moco de pavo.
Poco a poco nos íbamos acercando a nuestro objetivo: la meseta blanca. Pasamos por una zona de cuevas, en donde vimos a una solitaria oveja pastando. No pudimos menos que echarnos unas fotos. Primero en la entrada de la cueva…
…y después con la oveja:
Al fondo del valle pudimos ver una casa, justo a la que llevaba el cortafuegos de Los Postes. Pudimos ver que de la casa surgía un camino que llevaba a la N-432, pero no era plan precisamente de tirarse por esa cuesta abajo. Además, estábamos ya muy cerca de la Meseta. Retomamos nuestro camino, y llegamos hasta la ella. Pasaban de las dos de la tarde. Era la primera vez que estaba en ella, y las vistas eran espectaculares. No pude menos que echar una panorámica en 360º. La vista lo merecía:
A esas alturas me había quedado ya sin agua, y Mané se quejaba de estar hambriento. No era para menos. Llevábamos ya 5 horas de etapa, por lo que decidimos volver a Córdoba por la vía rápida: bajar de la Meseta por el descenso del Alimonao, y seguir por el valle del arroyo Pedroche hasta Puente de Hierro. De nuevo, una bonita bajada, muy técnica, y peligrosa en mi caso, por el abundante barro y la cubierta poco adecuada que llevaba atrás.
Una vez abajo, y un poco antes de llegar al cruce con el camino de la cantera de Santo Domingo, Mané empezó a quejarse de molestias en su rodilla izquierda. Seguimos descendiendo a un ritmo algo más relajado, pero no mucho después notó que la cosa iba realmente mal, con un dolor bastante intenso. Por suerte, nos encontrábamos ya muy cerca de Córdoba, pero esos últimos kilómetros lo pasó bastante mal. Así que a un ritmo bastante tranquilo llegamos hasta Puente de Hierro, y subimos hasta el Barrio Naranjo. Nos dirigimos a casa de Mané, donde lavamos las bicis, y dimos por concluida la etapa, al filo de las tres menos cuarto de la tarde.
El recorrido en Google Maps es el siguiente:
Ver 2011/01/30: Loma de los Escalones – Postes – Meseta Blanca en un mapa más grande
En cuanto a los datos de la etapa, son los siguientes:
Etiquetas: 14%, calzada romana, córdoba, cerro muriano, cortafuegos, gasoducto, loma de los escalones, los postes, los villares, meseta blanca, mtb, puente de hierro, puente romano, vereda de la posada del pino, villa alicia
El sábado pasado, como ya adelanté en otro artículo, salimos a rodar Mané, Javi Aljama, Enrique y yo. Durante la semana había estado en contacto con Mané para repetir la salida que habíamos hecho el 24 de diciembre del año pasado, y al final pudimos quedar para realizar esta etapa. Cuando Mané me pasó el plan de recorrido el viernes anterior a la etapa, no pude menos que echarme las manos a la cabeza: subida por la cuesta del Reventón, el vado de Negro, y la bajada por Avionetas Exprés, que para mí constituía un misterio, pero sonaba amenazador. Salíamos a las 10:00h, y yo aún me encontraba en Sevilla. Vamos, que el sábado iba a tocar madrugar para que me metieran una paliza espantosa. Pero… ¿quién dijo miedo? Además, que ya iba siendo hora de estrenar las cubiertas Kenda que tenía guardadas en el maletero del coche desde antes de vacaciones: una Blue Groove de 2.10” para la delantera, y una Small Block Eight de 2.10” para la trasera. Algo menos indicada para el barro, pero buena rodadora.
Llegamos a Córdoba con un precioso día pasadas las 9:00h, lo que marcó un espléndido contraste con todo el viaje, que hicimos desde Sevilla hasta Écija en un continuo banco de niebla que me hacía albergar negros presentimientos para la etapa del día. Pero el magnífico tiempo que hacía en la ciudad no tardó en despejar mis temores. Con el tiempo justo para preparar la bici y los arreos ciclistas, salí de casa para encontrarme con mis compañeros de etapa. Hacía ya largos años que no rodaba con Javi Aljama, y nunca lo había hecho con Enrique. Y allí estaban los tres, con sus excelentes burras de doble suspensión. Me llamó especialmente la atención el material de Enrique: protecciones para descenso de rodillas y espinillas -grebas, vamos-, casco integral… y cubiertas de descenso de 2.50”. Para subir -me daba la impresión- las iba a pasar canutas, pero iba a ser espectacular verlo descender. Como así fue.
Sin muchos más preámbulos que los correspondientes saludos y alusiones al tiempo que hacía que no nos veíamos, salimos. Enfilamos hacia el Tablero, camino del Patriarca. Subimos por la calle del Barón de Fuente Quintos, con la idea de atrochar por la cerca de la Arruzafa hasta la parte baja del Patriarca, pero no fue posible, ya que las obras de urbanización de la zona tenían todo completamente cortado. Por ello, no nos quedó más remedio que subir hasta el Parador, y entrar por la urbanización. A esas alturas Enrique venía purgando penas por llevar esas cubiertas, y no mucho después tomó la decisión de subir hasta el inicio del Reventón por la carretera de las Ermitas. Javi, Mané y yo entramos por la dehesa. Las cubiertas me estaban transmitiendo buenas sensaciones, y a diferencia de la última etapa con Mané, no me estaba encontrando fuera de punto. Era pronto, de todas maneras, para evaluar eso. Subimos a un ritmo razonablemente bueno, en el que pude aguantar a ambos sin demasiados problemas, hasta el enlace con la carretera de las Ermitas. E las rampas más duras perdí pie, y me tocó arrastrar un poco la bici. Aún no he recuperado toda la agilidad deseable en terrenos complicados.
Una vez agrupados con Enrique, afrontamos la cuesta del Reventón. Gracias a llevar unas cubiertas menos gruesas que las de Javi y Mané (2.35” en su caso), pude aguantarles razonablemente bien el ritmo en la parte de asfalto y en las primeras rampas de tierra. Enrique, por su parte, las pasaba canutas. Pero tampoco teníamos demasiado prisa, y el día prometía ser largo. Al final, decidimos subir cada uno a su ritmo, y encontrarnos al final de la subida. Poco a poco Mané y Javi se me fueron escapando, y a Enrique rápidamente lo dejamos atrás. La subida del Reventón aparecía increíble: la torrentera que cruza varias veces el recorrido estaba completamente desbordada, de tal manera que el propio camino se encontraba convertido en un arroyo, cosa que nunca antes había visto. En la subida me crucé con abundantes senderistas, que no dejaban de dar ánimo ante la dura subida.
Llegué arriba con unos cuantos minutos de diferencia con Javi y Mané, y aun así tuvimos que esperar un rato a que Enrique terminara de realizar la subida con esa bestialidad de cubiertas. Y así, tras un descanso razonable, continuamos la subida hasta el Lagar de la Cruz. En el cruce de las Ermitas tomamos el pequeño sendero que, en paralelo a la carretera, sube hasta el Lagar. Sendero que había recorrido muchas veces hacia abajo, pero nunca hacia arriba. Bueno, alguna vez tendría que ser la primera, ¿no? El sendero, a diferencia de la subida anterior, era algo más tendido y relajado, pero mucho más angosto y con más barro. Iba a ser una buena prueba para las cubiertas nuevas. Prueba que superaron con una excelente nota, sin darme más problemas que una derrapada al pasar sobre dos raíces, cuando la cubierta trasera me patinó sobre una de ellas al quedar bloqueada la rueda delantera con la otra.
No pudimos, como era nuestra intención, llegar hasta el Lagar siguiendo por entero el camino, ya que en uno de los innumerables cruces de la red de caminos acabamos saliendo a la carretera junto a una zona vallada. Esto nos obligó a subir por carretera al Lagar. De nuevo, con la excepción de Enrique, mantuvimos un grupo compacto hasta llegar al Lagar, donde hicimos avituallamiento: plátano, Acuarius y un dulce de crema. Ya habíamos terminado prácticamente con las subidas del día. A partir de ese momento, quedaba… la emoción.
Cuando salíamos del Lagar, dos chavales nos preguntaron por nuestras intenciones de descenso. Les comentamos que pensábamos hacer la bajada de Avionetas Express, ante lo que nos pidieron venir con nosotros, ya que querían hacer esa bajada. Así pues, salimos hacia el cruce del 14% por el camino que rodea el cerro de las antenas por el lado contrario a la carretera. A esas alturas, y pese a que el perfil era sensiblemente más asequible que el que veníamos trayendo, las fuerzas estaban empezando a escasear. Yo empezaba a notarme algo fuera de punto, Javi se iba descolgando un poco y Enrique seguía con su tónica de sufrir carga extra y cubiertas brutales. Aun así, manteníamos el tipo.
Llegamos al cruce del 14% sin mayor novedad que un impacto de pella de barro en uno de los ojos de Javi, que le resultaba muy molesto ya que había olvidado las gafas. Tras enjuagarle el ojo -operación que con camelback es más difícil de lo que pueda parecer- continuamos el recorrido hasta la entrada de la pista de aterrizaje de avionetas. Lo hicimos por el pequeño sendero que transcurre en paralelo a la carretera. El sol pegaba ya con casi toda su fuerza -pasábamos ya del mediodía- y el firme irregular del camino hacía bastante daño… especialmente teniendo una carretera perfectamente normal a nuestro lado. En esas, y sudando la gota gorda, llegamos hasta la entrada de la pista de aterrizaje. En efecto, nunca había bajado por ahí, pero pronto me dibujaron una nítida escena de la bajada.
Desde ese punto existen dos posibles bajadas. La primera -Avionetas Normal- de ellas es una pista forestal que desciende dando vueltas y revueltas hasta el cerro de Jesús José y María, al este de Santo Domingo, para posteriormente bajar por un sendero hasta el valle de las Porras (donde se encuentran las ruinas de una antigua casa), y salir aguas abajo por el arroyo Pedroche. La segunda -Avionetas Express- es el cortafuegos que, en línea recta, baja por el cerro hasta el fondo del valle. Desde allí, a la derecha, existe un camino que lleva a las urbanizaciones que se extienden por encima de Santo Domingo. Rápido y brutal.
Tras reagruparnos, rodamos hasta llegar a la cerca de entrada de la pista de aterrizaje. Al llegar a la cerca tomamos un pequeño sendero que surge a la izquierda, y que lleva al comienzo de la pista forestal. Descendimos hasta el comienzo del cortafuegos. Es decir, el comienzo de Avionetas Express. Empezaba el terreno de Enrique.
Hicimos la última para para realizar los ajustes necesarios. Enrique se puso las grebas que llevaba arrastrando todo el día, y se ajustó casco. Yo aproveché, por mi parte, para colocar la cámara deportiva, y hacer las últimas fotos. Y antes de empezar el descenso, todos bajamos los sillines a la mínima expresión. El brutal descenso que teníamos por delante obligaba a ello. Si no, nos arriésgabamos a salir por encima del manillar a la primera frenada comprometida. Tomé una bonita foto de la bici de Mané con el valle al fondo, y empezamos el descenso.
Me quedé sin palabras. Uno de los chavales que venía con nosotros bajó como un verdadero demente. Enrique empezaba a disfrutar, y los demás bajábamos como podíamos. Sillín abajo, culo atrás, de tal manera que el sillín estaba a la altura del estómago, y mucho cuidado. En mi caso, al afrontar el descenso con cuadro rígido y cubiertas más finas, era algo más complicado… pero más divertido para mí. Y las Kenda no se estaban portando nada mal. Aun así, había tramos que sencillamente no pensaba bajar a costa de romperme la crisma. Y como yo, los demás, salvo los dos fenómenos que iban en cabeza.
Tras el primer descenso brutal, teníamos un pequeño respiro, en donde nos agrupamos y seguimos bajando. A ratos sobre la bici y a ratos junto a ella. Hasta que llegamos a la bajada. De nuevo Enrique y el otro chaval lo bajaron sin inconvenientes. Y ahí andábamos, mirándonos los unos a los otros, Mané, Javi, el amigo del chaval -Paco, se llamaba- y yo, hasta que me decidí a echarle valor. Qué narices, estaba ahí para esas cosas. Empecé la bajada demasiado a la izquierda, sin tomar el claro camino entre la grava de la bajada que habían marcado nuestros dos compañeros. Empezó a derraparme la bici, y al frenar de atrás para intentar recomponer la bajada, se me fue completamente. Intenté detener la bici, y de hecho lo hice durante una fracción de segundo, en que me quedé completamente cruzado de atrás a la izquierda, en un equilibrio inestable en la bajada. Parecía que el tiempo se detenía… hasta que se aceleró de nuevo. Pronto me vi cayendo sin control en un revoltillo de brazos, piernas y bici. Salté de ella como pude, y en la caída me golpeó en la espalda. Ya me veía dando tumbos hasta el fondo del valle, cuando pude clavar la bota izquierda en la grava y detener la debacle. Informe de daños: ninguno físico. ¿La bici? Bien, salvo porque se le ha dado la vuelta el manillar. La cámara, ¿sigue grabando? Sí. Saludo a los espectadores y sigamos bajando.
Una vez todos abajo, y tras las bromas de rigor, seguimos bajando. Aún nos quedaba bastante fiesta por delante. El cortafuegos seguía descendiendo en línea recta, hasta llegar a un abrupto giro a la derecha y luego a la izquieda. Seguimos bajando hasta que llegamos al fondo del primer valle. Allí, a la derecha, se surgía una pista forestal. En un primer momento pensamos que era el cortafuegos que subía hasta la ermita que hay junto al lago de Santo Domingo, y descartamos subir por ahí. Luego, con las cartas topográficas en la mano, pude ver que era la salida a la derecha que Mané decía que teníamos que tomar hasta llegar a la parte alta de Santo Domingo. Nos habíamos equivocado en un valle de distancia. Así pues, seguimos por el fondo del valle, por un sendero estrecho y complicado que había conocido mejores días. No tardamos en llegar a una pista algo más amplia que subía de una manera imposible entre pinos de repoblación. No nos quedó más remedio que echar pie a tierra y arrastrar las burras como si fuéramos mulas de carga. Aproveché para tomar una foto del descenso disparatado que habíamos hecho:
Superada la subida, afrontamos un nuevo descenso hasta que llegamos al fondo de otro valle. Aquí teníamos dos alternativas: una subida demencial a la izquierda por un cortafuegos, o tratar de seguir el arroyo por el fondo del valle, por senderos de jabalíes en el mejor de los casos. El chaval de los descensos optó por subir el cortafuegos, y todos los demás -amigo del chaval incluido- seguimos por el valle. Tuvimos que vadearlo varias veces, trepar por piedras, e incluso meternos por el cauce alguna que otra vez. Eso ya no era ciclismo, era exploración pura y dura. Las pasamos canutas para seguir avanzando… pero en cuanto eché la vista atrás, me quedé helado. Tras el largo rato de avance que teníamos ante nosotros, el chaval aún no había terminado de subir el cortafuegos. De locos. Y según me decían Enrique y Mané, aún que quedaba bajar y subir otro igual.
Al final, conseguimos salir del valle tras mucho tirar de bici y abrirnos paso entre maleza, y llegamos hasta el valle de las Porras, donde se alza la casa en ruinas a la que la gente le llama Los Muros. Afrontamos la subida a la casa como una manera de medir fuerzas… y conseguí hacer la subida entera. Pese a todo, no estaba tan mal. Allí hicimos un descanso, hasta que el chaval por fin, tras andar como Braveheart subiendo y bajando riscos como un highlander, llegó hasta la casa. Pasaba ya de la una y media de la tarde.
A partir de ahí, el resto de la etapa estaba claro. Íbamos a salir por el fondo del valle, siguiendo el cauce de los arroyos Barrionuevo y Pedroche, hasta llegar a la pista de la cantera de Santo Domingo, para continuar descendiendo por el arroyo Pedroche hasta el Puente de Hierro. Y de ahí, a casa. Dicho y hecho. Bajamos de la casa en ruinas y cruzamos el páramo pizarroso que lleva hasta las hoces del arroyo, y que marcan la salida del valle. Vadeamos el arroyo al llegar a la zona de las pozas y de la cascada, en mi caso con agua hasta la rodilla, y realizamos el descenso por la parte derecha del arroyo. Por lo general suelo ir por la parte izquierda, lo que obliga a cruzar varios arroyos, así que constituía una interesante novedad.
Cuando llegamos al cruce, tuvimos que pasar con cuidado entre un rebaño de ovejas que allí se encontraban. El resto del descenso hasta Puente de Hierro no tuvo mayor noticia, salvo una pequeña parada que hicimos en la cueva que forma la toma de aguas del acueducto romano. Llegué hasta Puente de Hierro en cabeza, e intenté cruzar el arroyo… sin éxito. Me metí por la parte de la derecha y me hundí de nuevo de agua hasta la rodilla, aunque estuve a punto de pasar. Los demás cruzaron a pie.
Desde ahí, subimos hasta el castillo del Maimón, y cruzamos hasta el Naranjo. Allí nos despedimos de Enrique. Más adelante, en la rotonda del Calasancio, nos despedimos de Javi, que aún tenía que subir hasta su casa, más allá de Huerta de los Arcos. Y así, Mané y yo bajamos hasta casa. Pasaba de las dos y media de la tarde cuando dimos por finalizada la etapa. Una etapa dura, a la par que interesante, en la que disfruté como un enano. Espero que estas salidas se repitan con más asiduidad.
El recorrido de la etapa en Google Maps es el siguiente:
Ver Cuesta del Reventón – Lagar de la Cruz – Avionetas Express (15/01/2011) en un mapa más grande
En cuanto a los datos de la etapa, son los siguientes:
Etiquetas: 14%, avionetas express, córdoba, cuesta del reventón, lagar de la cruz, mtb, puente de hierro, santo domingo
Córdoba, 27 de Octubre de 2.002.
Anoche, mientras leía un buen libro, me apeteció salir con la bici. Como ya era algo tarde, pensé en organizar una etapa ciclista para la mañana de hoy, domingo 27 de Octubre. Dicho y hecho, le mandé sendos mensajes a Pablo y a Manolo, proponiéndoles dicha etapa: Córdoba-Santo Domingo, por el camino que sale desde el pie de Puente de Hierro, saliendo desde mi casa a las 9:00h de la mañana. Pablo aceptó, y Manolo, quien yo suponía que no asistiría, más que nada porque se encontraba de boda en Montilla, me dio un toque al móvil.
Unas cuantas horas después, una más de lo habitual, por aquello del cambio de hora, estaba presto y dispuesto. 9:00h, ya desayunado, lo típico, vaso de leche y tostadas con miel, y mi máquina preparada, junto con todos sus accesorios. Aun así, no partiríamos hasta algo más tarde, ya que Pablo tenía que cambiarle la cámara delantera a su bicicleta, al estar ésta pinchada. Entre pitos y flautas, y tras un tiempo de espera prudencial a Manolo (si bien teníamos la completa seguridad de que no iba a estar con cuerpo para venir), partimos
sobre las 9:35h.
Nos encaminamos hacia el barrio Naranjo atravesando el monte que hay detrás de mi casa. Tras una bajada por el descampado, atravesamos la carretera y nos introdujimos en el barrio. Tuvimos que afrontar un explosivo ascenso para, posteriormente, callejear hasta llegar al camino que lleva al trazado del antiguo ferrocarril de Almorchón. Tomamos dicho camino hasta desviarnos por un sendero que, pasando junto al castillo del Maimón, desemboca en otro camino que baja hasta los pilares del Puente de Hierro. He de hacer notar que, para ello, tuvimos que atravesar una cerca que nos impedía el paso. Sin embargo, alguien había practicado un enorme boquete a dicha cerca, habiéndosele olvidado tan sólo un alambre en la parte superior, por lo cual pudimos atravesarla sin desmontar, tan sólo agachando un poco la cabeza.
Una vez que bajamos hasta los pilares del puente, tomamos el sendero. Es aquel mismo sendero que tomamos con Isaac, cuando entrenábamos para la etapa de Montilla, y el mismo que tomé yo cuando me fui de exploración por la “Córdoba profunda”. Pero esta vez íbamos a tomar el tercer ramal, el que suponíamos que llevaba hasta Santo Domingo. Así lo hicimos, cuando llegamos al cruce de caminos.
Nuestro camino era una pista forestal bastante amplia, pero con bastante piedra suelta. Atravesamos el arroyo de Santo Domingo por una plataforma de hormigón, y continuamos por la pista, ignorando todos los ramales que surgían de ésta. La pista picaba un poco hacia arriba, pero había tramos donde el terreno se hallaba muy quebrado y con muchísima grava y piedra suelta, lo que hacía la marcha muy dificultosa. En este tramo, nos pasaron dos motoristas.
Al cabo de un rato el valle por el que circulábamos se hizo más amplio, abriéndose el terreno y permitiéndonos una mayor perspectiva de los alrededores. Justo en ese momento, divisamos una vieja torre, prácticamente derruida, alzarse a la izquierda del camino, justo en el límite de la vegetación. Desmontamos, y nos encaramamos a ella. Desde ahí pudimos divisar un camino que descendía por un monte que teníamos frente a nosotros, y que se incorporaba a la derecha del camino por el que íbamos. Pensé que ese camino podría ser uno que se incorporaba al sendero por el que íbamos, que venía desde la N-432 a la altura de la Carrera del Caballo. Vimos descender un grupo de 5 ciclistas por ese camino, y nos decidimos a reemprender el nuestro.
En realidad, casi se podría decir que era nuestro camino el que se incorporaba al otro. Al unirse ambos, la pista forestal por la que circulábamos se tranformó en un camino muy alplio y compactado. Entonces recordé que teníamos que pasar junto a una cantera abandonada. Ésa era la explicación de la amplitud del camino. Pasamos junto a las ruinas de un caserío abandonado, y el camino, que había sido ascendente hasta ese momento, se tornó descendente. A nuestra izquierda podíamos ver el profundo valle excavado por el arroyo de Santo Domingo.
El camino descendía hasta el cauce seco del arroyo de Santo Domingo, que cruzamos. Al poco llegamos a las primeras estribaciones de la cantera abandonada. El valle había vuelto a encajonarnos más, y la labor del hombre y de la naturaleza era absolutamente impresionante. Hubo un detalle que nos llamó mucho la atención. El cauce del arroyo de Santo Domingo era excesivamente amplio y profundo. Sumamente llamativo. En esas, nos volvimos a cruzar con uno de los motoristas de antes.
Al poco de entrar en la cantera, el camino se dividió en dos ramales. Uno de ellos, el de la derecha, más amplio y llano, entraba en la cantera, y el otro, apenas un sendero sumamente estrecho y empinado, subía por la ladera izquierda del valle en que nos encontrábamos. La opción más lógica parecería ir por el de la derecha. Ello sería así de no haber sido por un pequeño detalle: las avenidas del arroyo de Santo Domingo habían cuarteado el camino de la cantera, dividiéndolo en bloques que parecía que se alzaban sobre el cauce del arroyo, tal era la profundidad y la anchura de los socavones que cruzaban dicho camino. Por lo tanto, sólo nos quedaba la opción de subir por el sendero. Sin embargo, a la hora de la verdad, resultó bastante más fácil de lo esperado subir por él, ya que, pese a su acusada pendiente, el terreno estaba limpio de grava, y además era especialmente consistente, por lo que las ruedas no patinaban en él. Así que seguimos por él, entre una vegetación compuesta por monte bajo y pino mediterráneo. Ignoramos un camino que descendía a la derecha hacia la cantera, y seguimos subiendo por la ladera. Pero a partir de ahí, apareció la temida grava, junto con piedras clavadas en el sendero, que hacía tremendamente dificultoso el ascenso. En su última parte, tuvimos que subirlo andando, para llegar a un corte del terreno que nos permitía ver una magnífica perspectiva de la cantera.
La cantera, como bien dijo Pablo, parecía un nivel el Duke Nukem 3D. Edificios de hormigón medio derruidos, restos de maquinaria abandonados, enormes montañas de grava, bidones oxidados por doquier… Incluso un coche incendiado en el fondo de un socavón del arroyo. Todo eso, encajonado en un valle profundo y estrecho. Sumamente impactante.
El sendero seguía subiendo a nuestra izquierda, pero era ya absolutamente impracticable. Además, en ese momento, vimos a una mujer que pasaba, junto con cuatro enormes perrazos, por el camino del interior de la cantera, que en esa parte no se hallaba cuarteado, así que dedujimos que esa parte tenía que ser practicable. Cuando íbamos a emprender el descenso para tomar el sendero que descendía a la cantera, y que anteriormente habíamos ignorado, llegó hasta nosotros, de nuevo, el motorista. Intentó subir por donde nosotros habíamos desistido, sin conseguirlo. Aun así, intentó ascender, pero el único resultado de su intentona fueron el de proyectar grava, impulsada por el patinar de su rueda trasera a modo de proyectiles, hacia nosotros.
Así que descendimos hasta la cantera, y seguimos por ella, hasta que el camino surgió de nuevo a nuestra izquierda, y la zona por la que rodábamos se volvió a perfilar como el cauce del arroyo de Santo Domingo.
Tras un rato, llegamos hasta un edificio q surgía al pie del monte. Era, por mal que suene, un picadero, y así se anunciaba. Ello indicaba que nos acercábamos al monasterio de Santo Domingo (de nuevo, por mal que suene). En los bordes del camino había pequeños grupos de gente de perol, disfrutando del domingo. Al cabo del rato, llegamos al pie del monte donde se halla el monasterio de Santo Domingo. En ese lugar, rodeado de montes, se encuentra una hondonada donde el arroyo de Santo Domingo forma una pequeña laguna, que se hallaba bastante
seca, hecho que no impidió que varios caballos abrevaran en ella. Avanzamos un poco mas, momento en el que nos volvió a pasar el de la moto, y llegamos a una nueva encrucijada. Al frente, el camino por el que veníamos, que no sabía a dónde conducía. A la izquierda, en un giro de casi 360º, un camino que ascendía hasta el monasterio, y a la derecha, también en un giro casi completo, un camino que llevaba a una ermitica que se alza sobre un monte que hay junto a la hondonada. Fuimos hacia allá, porque recordaba que había buenas vistas. Subimos, y, efectivamente, las vistas eran espectaculares. Sin embargo, aún no habíamos ascendido hasta la ermita. El camino avanzaba unos 100 metros para, en un giro casi completo, seguir ascendiendo hasta la ermita. Llegamos hasta el giro, y allí, de nuevo, nos encontramos con la disyuntiva de escoger entre 3 caminos. A la derecha, en un giro casi completo, la ermita. También a la derecha, en un ángulo recto, un camino que subía hasta la cima del monte donde estaba la ermita y, a la izquierda, un sendero de mala muerte que descendía hasta un valle que se hallaba a nuestra izquierda. Un valle en el que había los restos de una casa, un valle al que, desde pequeño, había querido bajar cada vez que había ido a Santo Domingo, y al que nunca había bajado. Pablo se dejó convencer fácilmente.
Empezamos el descenso, pero pronto nos detuvimos. Efectivamente, en el fondo del valle estaba la casa. Pero no percibíamos ningún camino para salir de allí, excepto por senderos que ascendían de una manera escalofriante por los montes que rodeaban el valle. Aún estábamos a tiempo de arrepentirnos. Y estábamos en ello cuando, al fondo y a nuestra derecha, vimos un grupo de moteros que descendían al valle. Astutamente, decidimos esperar hasta que descendieran para ver, posteriormente, si había alguna salida por el fondo del valle, como parecíamos ver. Pero los moteros, una vez en el valle, junto a la casa, volvieron a trepar por un monte. Eso no nos sacaba de dudas, y la posibilidad de tener que salir de ese valle por alguno de esos senderos era aterradora. Pero… bueno, ya que habíamos emprendido el descenso, tampoco era cuestión volverse atrás. Y a las malas… bueno, siempre tendríamos una buena historieta para contar. Así que continuamos.
El descenso fue atroz. El sendero se quebraba, cortado por las lluvias torrenciales, en profundas grietas. El terreno estaba muy suelto y hacía derrapar las ruedas fácilmente, y la inclinación era remendamente pronunciada. No humo más remedio que descender algunos tramos a pie, procurando que las bicicletas no nos arrastraran monte abajo.
Finalmente conseguimos bajar, y, tras cruzar un arroyo, nos dirigimos a las ruinas de la casa. Pero, sorpresa, sorpresa, ésta no se encontraba exactamente en el fondo del valle, sino que se hallaba sobre un promontorio en el fondo del valle, que, debido a la altura desde la que lo divisábamos, no se apreciaba. Un promontorio bastante elevado, de hecho. Vamos, que nos costó bastante subir hasta él, ya que el sendero, para más inri, tenía “escalones”, del largo de una bicicleta, que hacían tremendamente fastidioso subir por él.
Tras subir a la casa, vimos como, por la salida del valle, junto al arroyo se veía un sendero. Aliviados, fuimos hacia él. Descendimos a una pequeña explanada que había junto a la casa, y tomamos el sendero. Éste subía y bajaba por las estribaciones de los montes del valle. El terreno era bastante curioso, una especie de pizarra muy quebrada que, sin embargo, agarraba sumamente bien.
Un poco después, llegamos a un promontorio desde el que se divisaba la unión del arroyo que estábamos siguiendo (arroyo de Barrio Nuevo), con otro que se le unía por la izquierda (arroyo de las Mangas). Era algo precioso, ya que ambos llevaban un agua cristalina, y había erosionado los montes hasta alcanzar la roca viva. Uno de ello, el que se incorporaba, incluso formaba una poza en la que entraban ganas de darse un baño, y todo. Baño que, a buen decir de Pablo, difícilmente nadie se dará, porque en verano debe de estar seco, y en invierno hace demasiado frío. Descendimos por un sendero hasta ese arroyo, y rodamos hasta la unión de ambos. Vimos como un sendero surgía al otro lado del cauce, esta vez sí, con agua, por lo que tuvimos que cruzarlo, si bien a pie, porque la morfología del terreno no permitía hacerlo montado en bici.
Una vez que cruzamos, seguimos por el susodicho sendero. Sin embargo, era bastante difícil rodar por él, debido a que su estrechez, y a que subía y bajaba por la ladera, además de que estaba cuajado de enormes piedras que obstruían el paso. Al cabo de un rato, tuvimos que vadear de nuevo el arroyo, justo en la interesección, por segunda vez, de dos arroyos, el de Barrio Nuevo, y el arroyo Pedroches, quedando el camino a la izquierda de éste. Justo en ésas nos cruzamos con un rebaño de ovejas. Era bastante divertido ver cómo la masa compacta que formaban se abría como por arte de magia ante ti. El sendero era más fácil de recorrer, y la vegetación era bastante agradable, bosque mediterráneo, junto con algunas zonas de olivar, y, de cuando en cuando, algún eucalipto.
Por tercera vez llegamos a una intersección entre dos arroyos, el Pedroche, y una pequeña lengua de agua, y aún habríamos de verlo en una cuarta ocasión. Esta vez hicimos un alto, ya que vimos algo curioso: un pozo excavado justo en el borde del cauce del arroyo. Nos hicimos unas fotos y, una vez que descansamos un poco, continuamos el camino.
Al cabo del rato, el camino por el que íbamos circulando, desapareció. Se fusionó con el cauce, seco en este tramo, del arroyo Pedroche, por lo que no hubo más remedio que introducirse en éste. Era bastante complicado circular por ese pedregal. Finalmente, conseguimos salir, Pablo por la izquierda, y yo por la derecha, pero al final continuamos por la derecha, ya que el camino que seguía por ese lado del cauce se veía más amplio y en mejores condiciones. Avanzamos un rato, tras el que el camino se volvió sendero pero, justo después de esto, desembocamos en un camino muy amplio, que quedaba cortado por una puerta metálica.
Nos fijamos con más cuidado y, al otro lado del cauce, pudimos ver cómo el sendero ascendía por la ladera del monte, y cómo un coche que, hasta hacía poco, se hallaba allí aparcado subía por él. Me fijé mejor, y pude ver, en la parte superior del monte, la plataforma del ferrocarril de Almorchón. Hice un rápido cálculo de la distancia, y me imaginé que debíamos de andar a la altura de la Carrera del Caballo. Nos paramos a deliberar el rumbo a tomar. A la izquierda, el camino salía a la N-432. No podíamos seguir el sendero junto al arroyo por la razón de que ambos habían desaparecido. El cauce apenas se distinguía entre unos matorrales que nos cerraban el paso. Y a la derecha, el camino ascendía por el monte, con fuerte pendiente. Y tomamos ese camino.
El camino era amplio, pero con bastante grava y mucha pendiente, por lo que se hacía complicado subir. Describía una suave, pero amplia, curva a la derecha, a la vez que seguía incrementándose la pendiente. Al finalizar la subida, torcía abruptamente a la izquierda, para descender suavemente y girar de nuevo a la derecha. Ahí nos cruzamos con dos ciclistas. Avanzamos un poco, y cuál sería nuestra sorpresa al vez alzarse, justo al frente nuestro, la torre medio derruida del principio. Y entonces volví a acordarme del camino que llegaba desde la N-432 hasta el camino de subida a Santo Domingo, antes de la cantera. No sabía como no había caído en ello antes.
Así que tomamos de vuelta el camino y, posteriormente, el sendero, hasta llegar casi al pie de Puente de Hierro. Y digo casi porque, justo antes de llegar, cogí por error en desvío a la derecha, que subía por un monte, alejándonos del camino que llegaba justo hasta el pie del Castillo del Maimón.
Pese a todo, ese camino no nos era desconocido. Fácilmente lo identificamos como la parte final de aquel recorrido que hicimos con Isaac el 2 de agosto. Descendimos hasta llegar a un camino que subía hasta el castillo del Maimón, y emprendimos la vuelta al barrio Naranjo. Sin embargo, nos encontramos con un obstáculo inesperado. El boquete en la cerca por el que habíamos pasado a la ida estaba tapado. Alguien lo había taponado con una enorme rama de olivo seca, enrollándola con el alambre. Desmonté de la bici, y me dispuse a quitarlo. Una a una, fui arrancando las pequeñas ramas para dejar desenganchada la rama grande, y cuando estaba lo suficientemente suelta, la arranqué de un tirón. De nuevo, el camino estaba expedito. Pero, cuando nos disponíamos a cruzar la cerca, vi la trampa: justo por donde teníamos que pasar, alguien había colocado un trozo de alambre de espino enrollado, de tal manera que al pasar por encima, habríamos pinchado las ruedas inevitablemente. Menos mal que ya me las conozco
todas, que si no…
Ya sin novedad, llegamos al barrio Naranjo, lo atravesamos y llegamos a la carretera. Cruzamos ésta y, de nuevo por el monte, atrochamos
hasta mi casa, donde terminó la etapa.
Datos de la etapa
Mapa topográfico con el recorrido marcado
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