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Cinco signos de exclamación. El signo claro de una mente enferma
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06 dic 10 Vía de la Plata. Etapa 5: Laza – Orense

Esta entrada es la parte 6 de 8 de la serie Camino de Santiago 2010

La crónica de esta etapa es la crónica de lo que pudo ser y no fue, dado que no pudimos llegar a efectuarla. Las razones de la suspensión de esta etapa arrancan precisamente en la finalización de la anterior. Recordemos que habíamos llegado a Laza a las tres menos veinte de la tarde del día 3 de agosto. Cansados, recogimos las bicis y las empaquetamos en el Peugeot 206 que nos hacía de coche de apoyo, y pasadas las tres de la tarde, partimos hacia Verín, la localidad donde teníamos reservado el hostal.

Verín es una población que se encuentra enclavada en una zona conocida como la Depresión de Verín, y que constituye una suerte de hoya, al estilo de la de Écija, en el fondo de la cual se encuentra el casco urbano. Y como Écija, sufre de una manera inusitada -al menos para las latitudes en las que se encuentra- el calor estival. Llegamos a nuestro hostal sobre las tres y media de la tarde, con un calor que tenía recogida a toda la población, lo que contribuía a darle a las calles del pueblo un aspecto fantasmagórico. Tras registrarnos en el hostal, intentamos averiguar un sitio donde comer, ya que nuestro hostal tenía ya cerrada la cocina. Así que por indicaciones del conserje del hostal, nos dirigimos a otro hostal cercano, donde -según él- podríamos comer mejor que en su propio establecimiento. Así lo hicimos, para encontrarnos también con la cocina cerrada. Sin embargo, en este caso sí que se avinieron a abrir la cocina, y nos sirvieron el menú del día.

De primero Pablo, mi padre y yo tomamos un salpicón de mariscos, mientras que Ana se decidió por una ensaladilla rusa. Los segundos platos fueron algo más variados, pero consistentes todo en carnes de la tierra. Cuando nos sirvieron los salpicones, notamos que tenían un aspecto de ser servidos de lata, pero dado que la etapa había sido larga y dura, hicieron nuestras delicias cual si hubieran sido frescos.

Una vez terminamos de comer, nos dirigimos al hostal para ducharnos, hacer la colada, limpiar las bicis, y hacer algunos ajustes mecánicos que éstas demandaban. Las habitaciones eran un tanto austeras, ya que apenas disponían de un televisor, y pese al calor reinante, no tenían ni aire acondicionado ni ventilador alguno. Una vez duchados, y tras una breve siesta, realizamos la colada, y nos dirigimos a una estación de servicio cercana para hacer una limpieza general de las bicis, previa a la labor mecánica. Mientras Pablo y yo desmontábamos cambios, engrasábamos y volvíamos a montar, mi padre se dirigío a una tienda de bicis cercana para conseguir el tornillo de la tapa del cambio de platos, que había perdido con el traqueteo de la jornada. Volvió al cabo del rato con un cambio Shimado Deore que le regalaron, ya que precisamente la tapa se había partido y el dueño ya no la quería. Fue entonces cuando mi padre empezó a referir un cierto malestar: algo de mareo y flojera. Lo achacamos al principio a que habíamos estado mucho tiempo agachados trasteando con las bicis.

Ana, por su parte, empleó la tarde en pasear por el pueblo, visitar un mercadillo y realizar algunas compras. Investigó un poco el pueblo, y volvió con algunas ideas para ocupar la tarde. Pero a la hora de la verdad, sólo nos decidimos a salir al pueblo a la caída del sol, ya que el fuerte calor y la paliza del día no nos hacían apetecible recorrer el pueblo. Ya entrada la noche, tapeamos en una cafetería del centro del pueblo, y fue ahí cuando mi padre empezó a encontrarse realmente mal. Tuvimos que volver rápidamente al hostal, donde empezó a vomitar y a sufrir una fuerte descomposición intestinal, además de importante malestar.

Alarmados, acudimos a recepción a pedir algún ventilador y el número de algún médico, pero no nos pudieron dar ninguna de las dos cosas. Así que, temiendo que sufriera un golpe de calor por el esfuerzo de la etapa, llamé al 112. Al poco, una ambulancia nos llevaba al centro de salud del pueblo, donde diagnosticaron a mi padre una gastroenteritis, y le aconsejaron suspender la etapa del día siguiente. Ante nuestras preguntas sobre la causa de la gastroenteritis, no nos supieron dar la causa: podría haber sido causada por una intoxicación alimentaria, el esfuerzo del día, la hora tardía de almorzar, o una combinación de todo ello. Lo que aún no sabíamos (y que tardaríamos cuatro días en averiguar) es que la causa de todo era el dichoso salpicón de mariscos. Yo mismo caería enfermo el sábado de esa semana -justo tras terminar el Camino-, con los mismos síntomas, y Pablo los empezaría a experimentar el lunes siguiente, en el aeropuerto de Madrid-Barajas, justo antes de tomar un avión a Múnich.

Una vez que la ambulacia nos hubo devuelto al hostal, con la recomendación médica de hacer dieta blanda y suspender la etapa del día siguiente, decidimos renunciar a ella, aún con la sugerencia de mi padre de que Pablo y yo realizáramos la etapa. Inmediatamente descarté esta posibilidad, ya que no iba a estar tranquilo dejando a mi padre en lo peor de la enfermedad, e irme yo a dar pedales por ahí. Así que tomamos la determinación de dirigirnos directamente el día siguiente al hotel que teníamos reservado en Orense, en el que sería mucho más cómodo estar convaleciente. Y así lo hicimos. En cuanto mi padre estuvo en condiciones de hacer el viaje, a media mañana del día 4 (si bien muy débil y bastante pálido), tomamos el coche hasta nuestra siguiente parada: un hotel de cuatro estrellas en el Alto do Cumial, a las afueras de Orense. Hotel de cuatro estrellas que, por cierto, apenas costaba un poco más que la mediocre pensión en la que nos habíamos hospedado en Verín.

El viaje a Orense no tuvo grandes complicaciones, si bien llegar hasta el hotel nos fue un poco complicado, al encontrarse éste a las afueras de Orense, en una pequeña aldea de la capital orensana. Sin embargo, tenía la curiosa cualidad de que se encontraba justo en el trazado de la Vía de la Plata, lo que nos habría resultado conveniente de haber efectuado la etapa, y lo que nos iba a facilitar sobremanera la logística de la etapa siguiente. El hotel no tenía nada que ver con el antro que habíamos dejado en Verín: moderno a la par que agradable estéticamente, en una zona verde, con piscina, gimnasio, acceso wifi gratuito, y unas magníficas habitaciones. A partir de entonces mi padre empezó a mejorar sensiblemente. Tanto fue así que incluso nos animamos Ana, Pablo y yo a bajar a comer a Orense, ya que mi padre, con su dieta a base de pescado, yogur y bebidas isotónicas, se encontraba bastante mejor. Y así lo hicimos. Mi padre se quedó tranquilamente en el hotel, y nosotros tres bajamos a Orense. Almorzamos en un conocido centro comercial del centro, y después nos guarecimos del fuerte calor en la Catedral, donde aprovechamos para sellar nuestras credenciales de peregrino.

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Después recorrimos el casco viejo de la ciudad, e incluso donde nos llegamos a acercar a las Burgas, las famosas fuentes termales de Orense. Allí pudimos contemplar una escena curiosa: una pareja de ancianitos que se dedicaban a advertir a los incautos que metían la mano en la fuente termal de que ésta se encontraba muy caliente. Lo divertido del asunto es que lo hacían después de que hubieran metido la mano. Nosotros, avisados, no caímos en la trampa. Especialmente porque podía verse humear el agua a pesar de que estábamos en lo más duro de una calurosa tarde de agosto en Orense. Una familia de teutones, sin embargo, no estuvo tan atenta.

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Ante el sofocante calor, volvimos al hotel, para encontrarnos que mi padre se encontraba mucho mejor. De hecho, se había animado incluso a bajar a la piscina durante la tarde, aunque poco rato, ya que aún no podía apartarse demasiado del cuarto de baño. Esa noche, en vista de su mejora, nos decidimos a bajar los cuatro a las Termas A Chavasqueira, un afamado establecimiento termal de Orense. Consiste en unas termas de estilo japonés contruidas por maestros japoneses con respeto a los rituales y técnicas propias del oficio, a finales de los años 90 en unas fuentes termales existentes junto al río Miño, conocidas como Burgas del Obispo.

Termas A Chavasqueira (Imagen cortesía de CRTVG)

Termas A Chavasqueira (Imagen cortesía de CRTVG)

Los baños en las termas nos sentaron magníficamente bien. Y la cerveza Estrella Galicia Edición 1906 que tomé a la salida, aún mejor. Esa noche decidimos que Pablo y yo realizaríamos la etapa del día siguiente. Mi padre, pese a su evidente mejora, no estaba aún lo suficientemente recuperado como para acometer la etapa del día siguiente. Con esta idea en mente, Pablo y yo nos preparamos para la siguiente etapa.

En cuanto a la etapa que tendríamos que haber efectuado, el recorrido previsto era haber realizado los 55’4 km. que separan Laza de Orense. De acuerdo a la guía de ruta, la dificultad de la etapa era alta (hasta Vilar de Barrio) y media (desde Vilar de Barrio hasta Orense). En Protección Civil nos habían advertido sobre la dificultad de la subida del alto de Tamicelas, que la guía de etapa describe de la siguiente manera:

A partir de aquí se inicia una fuerte subida por un camino, que más parece cortafuegos, con hermosas vistas de los valles. A la izquierda vemos la carretera que cruzamos al final de la cuesta, donde comienza una suave bajada hasta Alberguería

Desde Alberguería se transita durante un tiempo por una falsa llanura, que posteriormente realiza un descenso bastante fuerte hasta la llanura de la Limia. El primer pueblo al que se llega, y que marca el ecuador de la etapa, es Vilar de Barrio. Esta llanura ya no se abandona prácticamente hasta llegar a Orense, y se pasa por los pueblosd e Bodabela, Xunqueiran de Ambía y, por último, se llega al Alto de Cumial, antesala del descenso a Orense.

El trazado de la etapa en Google Maps es el siguiente:


Ver Vía de la Plata. Etapa 5: Laza – Orense (suspendida) en un mapa más grande

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