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Que no cunda el pánico
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05 dic 17 Miliario CXXX

Miliario CXXX

Miliario CXXX

Reproducción del miliario romano CXXX de la Vía de la Plata entre Mérida y Astorga, también conocida como Via Delapidata. Es un reproducción -obviamente- emplazada a la salida de Baños de Montemayor, y corresponde al original, que de acuerdo a la inscripción en el mismo, fue repuesto en época de Trajano.

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17 mar 16 Vía de la Plata Mérida – Zamora: Baños de Montemayor – Pedrosillo de los Aires (31/III/2015)

Esta entrada es la parte 5 de 7 de la serie Camino de Santiago 2015

El 31 de marzo, Martes Santo, emprendimos la cuarta etapa de nuestro viaje, en la que abandonaríamos la comunidad de Extremadura, para internarnos en Castilla y León. Desayunamos en el albergue de Baños de Montemayor, y empezamos a rodar a las 8:45h. Bajamos desde el albergue hasta la vieja N-630. Antes de abandonar Baños (cosa que, a la larga, tardaría un poco más de lo que pensamos), tomamos algunas fotos en el famoso balneario que da nombre al pueblo, y cuya visita fue algo que nos quedó pendiente por hacer.

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La mañana estaba clara y especialmente fría, algo que no era de extrañar, teniendo en cuenta que estábamos a los pies de la Sierra de Béjar, y que ésta aún se encontraba nevada. Sin embargo, era algo bastante soportable. Como decía, salimos de Baños por la N-630, que para salvar la subida al puerto es especialmente sinuosa en este tramo. Ello supuso que, tras un par de curvas y un buen rato de marcha, volvíamos a estar en Baños, aunque en su parte más alta.

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Pasada la segunda curva, y tras dejar atrás una bonita vista de Baños y del valle del Ambroz, nos encontramos ante nuestra primera disyuntiva de la jornada: realizar la subida por el tramo restaurado de la calzada romana en fuerte pendiente y firme, digamos, pedregoso, o hacerlo por la carretera.

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Esta vez ganó la opción de la carretera. No era plan reventar tan temprano. Aún nos quedaban 5 kilómetros de subida al puerto y salvar un desnivel acumulado de 200 metros (de 700 a 900), y una buena tirada de kilómetros hasta nuestro destino previsto, el pueblo de Fenterroble de Salvatierra. Algo que, dicho sea de paso, estaba abierto a modificaciones.

Así pues, iniciamos un ascenso bastante tranquilo por carretera, en el que el desnivel no pasó en ningún momento del 9%, sí era bastante constante, lo que exigía ser constante en el esfuerzo. Y así llegamos hasta el límite autonómico entre Extremadura y Castilla y León, y entramos en Salamanca.

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Seguimos ascendiendo hasta llegar a la población de Puerto de Béjar. 900 metros de altitud, y una mañana clara y despejada. Pronto encontramos, tras pasar una gasolinera, el desvío por la calzada romana a mano izquierda, impecablemente señalizado.

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Pasamos por debajo de la autovía, y tras dejar atrás una réplica del miliario CXXXII, iniciamos un divertido descenso hasta el puente de la Malena, por el que cruzamos el río Cuerpo de Hombre. No sólo habíamos subido el puerto de Béjar, sino que primera de las tres grandes subidas del día, sino que, encima, habíamos bajado incluso por debajo de la altitud que teníamos en Baños de Montemayor: 665 metros de altitud.

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Empezamos a rodar por el valle del Cuerpo de Hombre, en dirección noreste. A medida que avanzábamos, entre dos macizos montañosos, íbamos pasando junto a diversos miliarios, algunos mejor y otros peor conservados, pero que contribuían a dar aún más sabor al hermoso paisaje por el que transitábamos.

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Así, 3 kilómetros después del puente, llegamos a una carretera comarcal, que tomamos en dirección a nuestro siguiente objetivo: Calzada de Béjar, y la segunda subida de la jornada. Existen dos maneras de subir a Calzada de Béjar: por la margen derecha o por la margen izquierda de un arroyo tributario del río Cuerpo de Hombre. La calzada sube por la margen derecha, y existe una carretera, algo más cómoda, que lo hace por la margen izquierda. En nuestro caso tomamos la carretera, ya que en ella se encuentran rehabilitados un mar de miliarios que se encontraron en el fondo del valle, y que fueron dispuestos junto a la carretera, pese a que la calzada se encuentra en la otra margen.

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Y así, tras una nueva subida de 2 kilómetros, en los que ascendimos otros 100 metros, llegamos a Calzada de Béjar. Eran las 10:45h de la mañana. Llevábamos dos horas de etapa, en las que habíamos recorrido algo menos de 15 kilómetros. Hay que admitirlo, no era una gran media, pero habíamos ya superado dos de las tres principales dificultades de la jornada.

Nuestra idea era hacer una pequeña pausa en la población, para sellar credenciales y tomar el segundo desayuno de la jornada. Pero el pueblo se encontraba prácticamente vacío, sin bares abiertos, y con el ayuntamiento cerrado. Parecía un pueblo fantasma. Así que decidimos dejar atrás la población, tomando un desvío para visitar el fortín romano que se alza en sus cercanías. Y es que la principal atracción de la zona es uno de los escasísimos fortines romanos que se conservan en la Península. No podía dejarlo pasar. Especialmente tras la sobredosis de asfalto que llevaba esa mañana. Por suerte nos encontramos con una vecina que nos confirmó la existencia de un sendero que subía hacia el castillo, por el que pronto nos aventuramos. El sendero era poco más que un camino de cabras, que ascendía a cuchillo por el monte, entre maleza, zarzas y cercas de piedra inmemoriales. Casi no se podía hacer andando, por lo que arrastrar de las bicis hacia arriba -de ir montados, ni soñarlo- era una auténtica proeza. Pero el fortín lo merecía.

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Tras un rato de deambular por las venerables piedras, nos tocó volver a la marcha. Oíamos el cercano rumor de una carretera, así que en vez de volver sobre nuestros pasos a Calzada de Béjar seguimos ascendiendo, aprovechando que el perfil se suavizaba bastante. En efecto, no tardamos en salir a la carretera de Béjar, que tomamos en descenso, para volver a encontrarnos con la vía de la Plata, transmutada en este tramo en una pista perfectamente conservada que, recta como una flecha, durante 8 kilómetros hasta Valverde de Valdelacasa.

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Durante los 11 kilómetros de recorrido nos fuimos encontrando con una excelente colección de miliarios -todos ellos originales- que jalonan el recorrido, ora a izquierda, ora a derecha del mismo. Algunos tan señalados como aquellos en los que se han grabado cruces…

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…y otros que -si bien movidos de su ubicación original- marcan la zona donde se vadea alguno de los arroyos que la vía cruza.

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Llegamos a Valverde de Valdelacasa tras rodar, de una manera rápida y sin mayor contratiempo, por la vía. Nos detuvimos en el bar del pueblo para tomar un tentempié, y estuvimos un rato de charla con el dueño del bar, con el que intercambiamos anéctodas del Camino. Nos venía bien un descanso, ya que el siguiente tramo, hasta Valdelacasa, suponía también una buena subida. Tras el rato de buena charla, dejamos atrás el pueblo, que no ofrece mucho más al visitante, más allá de saber que en la zona se encontraba la mansio ad Lippos de la vía romana.

La subida a Valdelacasa se realiza por carretera. Son tres kilómetros y medio con pendientes del 8% que, tras los duros 25 kilómetros que llevábamos encima, se dejaron notar. Aunque más que los 25 kilómetros se notó la excursión al fortín romano. Aun así, no quedó otra que subir, con los inseparables miliarios que seguían surgiendo a nuestro encuentro, en ocasiones incluso formando parte de cercas de piedra. Pronto habríamos de llegar al punto más alto de lo que llevábamos de jornada, 950 metros de altitud, y tercera cota del día.

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Llegamos a Valdelacasa poco después de las 13:00h. Pronto para almorzar, sobre todo con la reciente parada de Valverde, así que decidimos seguir hasta nuestro final de etapa en Fuenterroble de Salvatierra, distante sólo 8 kilómetros. Salimos, pues, manteniendo rumbo noroeste. A la salida de Valverde encontramos un cruce de caminos, en el que era posible tomar tres trazados diferentes para seguir hasta Fuenterroble.

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En nuestro caso, optamos por seguir por la carretera que, a mano derecha, conducía directamente hasta nuestro punto de destino. Los otros dos caminos, a la izquierda y por el centro, son aproximaciones más o menos fieles a la calzada romana, y suponen poca diferencia, si bien es verdad que el camino de la izquierda es el más fiel a la vía romana: éste pasa por el llamado Bosque del Peregrino, donde se ha rehabilitado el miliario CXLVIII, que nos perdimos.

Seguimos ascendiendo por carretera durante un rato, con ocasionales bajadas, bordeando bosques, hasta que llegamos a la que sería la cota máxima de la jornada, a 1012 metros de altitud, antes de emprender un rápido descenso hasta Fuenterroble de Salvatierra. Y dado que habíamos llegado a nuestro final de etapa antes de las 14:00h, y que aún teníamos toda la etapa por delante, decidimos prolongarla, a fin de hacer más corta la etapa siguiente, que nos habría de llevar a Salamanca. Pero no sin antes almorzar en Fuenterroble de Salvatierra. Y qué almuerzo. El sitio se llamaba el Mesón El Pesebre. No tenía nada en especial por fuera que llamara la atención, y por dentro la decoración era rústica pero agradable. Ahora bien, el almuerzo fue espectacular. Recuerdo con especial cariño una morcilla con pimientos y reducción de P.X. que era gloria pura.

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Durante el bien merecido almuerzo, estudiamos nuestras posibilidades. Éstas eran básicamente dos, ya que la Vía se bifurca unos cuantos kilómetros después de Fuenterroble: San Pedro de Rozados y Pedrosillo de los Aires. Si bien la primera población tenía a su favor ser de mayor tamaño y tener mejores servicios, tenía dos graves inconvenientes: una mayor distancia a recorrer (unos 25 kilómetros adicionales), y tener que salvar el Pico de las Dueñas. Pedrosillo de los Aires, por su parte, estaba más cercana, pero era una población más pequeño. Pero no habíamos tenido malas experiencias hasta el momento, así que optamos, en principio, por ir a Pedrosillo. A toro pasado poco me equivoco si digo que habríamos optado por San Pedro.

Reanudamos la etapa a pasadas las 15:15h. Tomamos una carretera comarcal para volver a enlazar de nuevo con la calzada romana, que sigue su rumbo a Salamanca, siempre en dirección noreste. Y aquí nos encontramos con una de las mayores partes del Camino: 5 kilómetros de calzada romana perfectamente recta (que suben hasta 8 si admitimos unos pequeños cambios de rumbo), en los que se han conservado no sólo los miliarios, sino también la estructura misma de la calzada, y que transcurren, entre cercados, a la vista de la Sierra de Béjar, al sur, y del Pico de las Dueñas, al norte.

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Pasados estos 5 kilómetros, entramos en un pequeño bosquecillo, que marcó el final del suave descenso que veníamos teniendo desde que tomamos la calzada romana. A partir de ahí no nos quedaba más que terreno ascendente o, como mucho, quebrado en subidas y bajadas.

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Pasado el pequeño bosquecillo seguimos por lo que se podía reconocer como el trazado de la vía romana, pero que había sido invadido en parte por una finca colindante: no sólo permitían al ganado pastar en la vía, sino que habían llegado a construir una balsa de recogida de aguas en la mismísima vía. Un atentado al patrimonio, se mire por donde se mire. Pasado ese espanto, empezamos a ascender por una pista en dirección a Navarredonda de Salvatierra, población en la que no llegamos a entrar. Poco después de la misma, llegamos a la bifurcación del camino, donde tendríamos que decidir por ir a San Pedro de Rozados, subiendo el Pico de las Dueñas, o ir a Pedrosillo de los Aires, más cercano, y con un trazado más fiel a la vía romana. Optamos por esta última opción, ya que el cansancio empezaba a hacer mella en nosotros. No en balde llevábamos a esas alturas la friolera de 49 kilómetros y 7 horas y 45 minutos de etapa.

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Empezamos un descenso por pista que nos llevó a las cercanías de otra finca ganadera, cuya entrada se encontraba decorada por sendos miliarios romanos. Acabado el descenso nos tocó afrontar la subsiguiente subida que, con rampas del 6% por tierra se nos atragantó un poco, pero que una vez superamos nos permitió contemplar, por vez primera, nuestro final de etapa: Pedrosillo de los Aires. Que se encontraba, como no podía ser menos, en un alto. Nos tocaba bajar para volver a subir.

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Llegamos a Pedrosillo de los Aires a las 17:15h, tras 59 kilómetros de etapa y la friolera 8 horas y media largas de recorrido. Hicimos una primera parada en el primer bar que encontramos para descansar y tomar unos Acuarius. Luego nos dirigimos al cercano albergue municipal, situado al lado del ayuntamiento, y del bar de la plaza del pueblo, donde nos dieron las llaves del mismo.

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El albergue no era sino una vieja casa con dos habitaciones y un baño que se había habilitado con literas. Y cuando digo vieja no utilizo este adjetivo a la ligera. Cierto es que el peregrino no exige nada, y agradece la ayuda que le prestan, pero tengo que admitir que he visto cuadras más limpias. Fue en ese momento cuando empezamos a plantearnos si no hubiéramos hecho mejor en ir a San Pedro de Rozados. Tanto era así que incluso nos planteamos seguir avanzando hasta el siguiente pueblo. Pero la etapa había sido dura, y nos lo tomamos como otra aventura más.

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Y vaya si lo fue. Incluso el trato en el bar cercano fue bastante seco. Casi parecía que molestáramos. Esa noche acabamos cenando unos sobrios bocadillos con tinto de la casa, mientras veíamos un partido de la Selección en la televisión del bar. Y luego, al saco de dormir, porque en el pueblo no había gran cosa que ver ni que hacer. Y lo del saco de dormir fue obligado, por varias razones: la ausencia de sábanas, mantas, o cualquier ropa de cama más allá de unos cobertores raídos, el lamentable estado de los colchones, que saltaba a la vista que habían vivido décadas mejores, y el intenso frío que hacía esa noche en el pueblo, abierto a todos los vientos del mundo. Algo que su nombre debía de habernos sugerido.

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Así que a las 21:45h ya estábamos en cama, dando por finalizado un día que había sido excelente, y rogando por que la mañana del primero de abril llegara lo antes posible.

Los datos de la etapa son los siguientes:

  • Distancia: 59’043 km
  • Distancia (según el GPS): 57’4 km.
  • Tiempo de etapa: 5h 30m 36s
  • Tiempo desde el inicio de la etapa: 8h 52m 7s
  • Velocidad media: 10’4 km/h
  • Velocidad máxima: 44’6 km/h
  • Pulsaciones medias: 122 pulsaciones/min
  • Pulsaciones máximas: 161 pulsaciones/min
  • Consumo medio de calorías: 2486 kcal/h
  • Consumo máximo de calorías: S/D kcal/h
  • Tiempo en zonas de pulsaciones: S/D
  • Consumo total de calorías: S/D kcal
  • Índice IBP de dificultad: 79 BYC

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13 mar 16 Vía de la Plata Mérida – Zamora: Riolobos – Baños de Montemayor (30/III/2015)

Esta entrada es la parte 4 de 7 de la serie Camino de Santiago 2015

El Lunes Santo, 30 de abril, empezamos a rodar en nuestra tercera etapa a las 9 de la mañana. Era otro día claro y despejado, tónica a lo largo de todo nuestro viaje, de los que invitaban a rodar. Y buena falta hacía. Teníamos por delante una buena etapa rodadora, en principio hasta Aldeanueva del Camino, a 60 kilómetros de distancia de Riolobos, con un perfil bastante llano, pero en suave y permanente ascenso, hasta el atracón final: empezar a subir las primeras estribaciones de la Sierra de Béjar, que separan Extremadura de Castilla. Un bonito desafío para esa jornada. Y ya veríamos si además prolongábamos la etapa hasta Baños de Montemayor, una hermosa población, la última de Cáceres antes de entrar en Salamanca, famosa por sus aguas termales, de tiempos de los romanos, y de enorme predicamento en los siglos XIX y XX. Pero eso estaba por ver, en función de cómo se diera la etapa.

Salimos de Riolobos por carretera, en dirección a Galisteo. Variación obligada, recordemos, por los problemas de paso que presenta el dueño de la cercana finca Larios, y que en 2015 impedían el paso por el trazado original de la Vía de la Plata. Aunque dicha variación nos iba a plantear una ventaja: íbamos a poder rodar un buen rato por el Valle del Jerte. El rodar por las carreteras del valle fue rápido, y pronto llegamos a la cercana Ermita de Nuestra Señor de La Argamasa, donde hicimos la primera foto del día:

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Seguimos en dirección noreste por una carretera comarcal, que en unos pocos kilómetros, y con alguna subida y bajada, pronto nos llevó a la cercana población de Galisteo, de origen bereber, y con una impresionante muralla almohade:

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…y un no menos espectacular puente renacentista sobre el río Jerte:

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No nos detuvimos mucho tiempo en Galisteo. La mañana estaba fresca y era cuestión de aprovecharlo. Cruzamos sobre el Jerte, y seguimos nuestro rodar, siempre por carretera en este tramo, en dirección a la siguiente población: Aldeanueva del Jerte, distante 5 kilómetros de Galisteo. Valga la anotación de que, en puridad, estábamos yendo por el lado equivocado del río. La calzada romana se encuentra bajo una carretera rural que, por el otro lado del río, comunica la población de San Blas, aneja a Galisteo, con Carcaboso. El paseo hasta Aldeanueva fue un paseo tranquilo, por carretera, sin mayor complicación ni sobresalto. Dejamos atrás Aldeanueva sin hacer ninguna parada, con el objetivo puesto ya en la mencionada población de Carcaboso, donde íbamos a recuperar, al menos en parte, el trazado de la vía romana.

Entramos en Carcaboso al filo de las 10:30h, por la calle de la Iglesia, y desembocamos en la parroquia de Santiago Apóstol, donde hicimos la primera parada de importancia de la jornada. Una iglesia, la de Santiago, que no tendría nada en especial (es relativamente moderna y está encalada), si no fuera por el peculiar hecho de que los pilares de su entrada están hechos nada más y nada menos que con miliarios romanos:

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…siendo esto algo de lo que no sabes si admirar o lamentar. Junto a la iglesia se encuentra un pequeño parque arqueológico con más restos de yacimientos romanos.

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Tras esta breve parada, salimos de Carcaboso, siempre en dirección noroeste. A la salida del pueblo una señora nos recomendó ignorar durante un tramo las señales del Camino, que se desvían hacia el este, y nos recomendó seguir la pista de mantenimiento del canal de riego, que nos llevaba mucho más directa hasta la cercana Laguna de Valverde, donde volvíamos a encontrarnos con el trazado más fiel del camino. Optamos por hacerle caso, y avanzamos por la pista, en ligero ascenso, y sin mayor novedad. Tras 3’7 kilómetros salimos a una pequeña carretera, que no tardamos en abandonar, a mano derecha, tomando una pista que se adentraba en una finca. Aquí nos pasó una cosa curiosa: al poco de entrar en la finca nos en contramos con un trabajador de la misma, en todoterreno, al que preguntamos si íbamos bien, para mayor seguridad. Éste se hizo el asombrado y negó conocer que en la misma hubiera algún camino público. Cuando le respondimos que las flechas, en la misma cancela, así como los cubos de granito que podíamos ver en el mismo camino indicaban lo contrario, siguió haciéndose el despistado, y se negó a darnos una respuesta concreta. Se ve que al dueño de la finca no le hace gracia que la gente transite por la misma. En fin.

El perfil de la etapa empezaba a hacerse un poco más abrupto. No mucho más, pero la entrada a la finca era el primer desnivel medianamente serio de la jornada. Y para nuestra suerte, el paisaje había cambiado de nuevo. De un valle agrícola pasábamos de nuevo a dehesa extremeña. Un placer para los sentidos.

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En este tramo el Camino no presentaba pérdida alguna, y era tan sólo cuestión de rodar recto, dirección noreste, por la pista. Pronto empezamos a notar un fenómeno llamativo. La pista que llevábamos se empezaba a encontrar delimitada por sendos muros de piedra, , que se abrían en ocasiones su buena cincuentena de metros, e incluso más. Y es que nos encontrábamos en una vereda pecuaria, con su anchura bien definida desde hace siglos, que sigue el trazado de una vía romana, y cuya anchura ha sido respetada por los dueños de fincas colindantes. Era algo que empezaba a verse, y que en tramos posteriores veríamos en todo su esplendor.

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Hicimos una nueva parada al llegar a una cerca de piedra, donde hallamos unos nuevos miliarios, así como cipos funerarios. Llevábamos ya 26 kilómetros de etapa, y 2 horas largas de pedaleo. Allí pegamos la hebra un rato con un peregrino a pie, salmantino, pero que venía peregrinando desde las Canarias, vía Cádiz, donde tenía su residencia.

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Reanudamos la etapa a eso de las 11:45h, al otro lado de la cerca, pero siempre en línea recta. En este caso la pista dio paso a un estrecho sendero, pero siempre en el amplio trazado de la vereda. A ratos salíamos a pistas mejor definidas, que luego se volvían a perder, según nos acercábamos a tramos con mayor explotación ganadera.

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Y así, 8 kilómetros después de haber entrado en la finca, salimos de ella, a una pequeña carretera, justo a la altura de la Hacienda Ventaquemada, que da nombre a la nueva dehesa que tendríamos que atravesar. Allí fue donde tuvimos la primera visión de la Sierra de Béjar, que aún se encontraba nevada a esas alturas del año.

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Nuestro paso por la dehesa fue una continuación de lo observado en la anterior, pero en todo su esplendor: la pista serpenteando entre la zona delimitada de la Cañada Real de la Plata, de enorme anchura, y con cercas de piedra a ambos lados. Y la calzada romana subsistiendo en algunos tramos. Una delicia para rodar, si no fuera porque en algunos tramos encontrábamos algo de arena, que con las alforjas no era precisamente plato de buen gusto. Aun así, espectacular. Pero todo esto no era sino un mero aperitivo de lo que estaba por llegar: el símbolo mismo de la Vía en Extremadura. Poco a poco nos fuimos acercando al Arco de Cáparra.

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Y es que la vía de la plata pasa por medio de la antigua ciudad romana de Cáparra, por cuyas ruinas se puede transitar, en mitad de la soledad de una dehesa en el valle del Ambruz. Se entra directamente en la misma, tras pasar un grupo de casas, en el que el camino se convierte directamente en vía romana, y se pasa a rodar, mal que bien, por la misma. Pero vale la pena. Todo este viaje, en realidad, estaba justificado tan sólo por poder disfrutar de ese momento.

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Tras un rato de descanso y de contemplación de los restos de la antigua urbe, seguimos nuestra marcha, no sin despedirnos de un miliario de época de Nerón, que marca la salida del yacimiento.

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Cruzamos otra pequeña carretera rural, y nos internamos en una nueva dehesa. Menos arbolada, esta vez, con más subidas y bajadas, y con unos pocos arroyos que vadear. Algo asaz complicado, ya que los arroyos se encontraban crecidos, y no nos quedó más remedio que ingeniárnoslas para cruzar, haciendo equilibrios, sobre bloques de granito en el lecho de los mismos. Algo relativamente sencillo cuando vas a pie, pero algo más complicado cuando arrastras una bici con alforjas.

Tras 5 kilómetros de subidas y bajadas por la dehesa, salimos a una carretera de servicio del valle del Ambroz. Algo de respiro tras unos ratos complicados en la dehesa, pero que es posible evitar, si así se desea, siguiendo una pequeña pista que transcurre al lado de la carretera. En nuestro caso, optamos por seguir por la carretera. Eran la las 13:45h, llevábamos casi 45 kilómetros entre pecho y espalda, y no se avistaba ningún lugar donde poder almorzar. La etapa se nos estaba haciendo algo larga, y eso que aún no habíamos empezado a subir de verdad.

Seguimos por la carretera hasta llegar, casi 7 kilómetros después, hasta la autovía y la antigua N-630. Allí nos incorporamos a la nacional, con la idea de parar a comer en el primer bar de carretera que encontráramos. Algo que no habría de tardar demasiado. 1700 metros después habríamos de llegar hasta el cruce de La Granja donde se encuentra, como caído del cielo, el Restaurante El Trébol. Un viejo bar de carretera, que se notaba había vivido tiempos mejores, pero cuya comida era buena, el servicio muy correcto, y de precio comedido.

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Allí, además, recibimos consejo del hostelero sobre una duda que nos llevábamos planteando casi desde el inicio del recorrido: cómo salvar el Puerto de Béjar, si hacerlo por el Camino -como era mi intención- o subir hasta Béjar por la vieja Nacional -como quería mi padre-. El dueño del local nos recomendó evitar la subida a Béjar, ya que nos haría subir mucho más, para después de tener que bajar de nuevo. El trazado del Camino era mejor y menos complicado. Punto a favor de mi tesis.

Volvimos a rodar a las 15:30h. Habíamos hecho ya 51 kilómetros de etapa, y apenas nos separaban 5 kilómetros de nuesto final de etapa previsto, Aldeanueva del Camino. Sin embargo, Baños estaba a tan sólo 15 kilómetros. Tras una subida respetable, desde los 423 metros de donde nos encontrábamos hasta los 726. Pero cualquier kilómetro que nos quitáramos sería un kilómetro menos al día siguiente, una etapa mucho más dura que la que estábamos haciendo ese día. Así que decidimos prolongar nuestra marcha hasta Baños de Montemayor.

Empezamos la subida a Aldenueva del Camino, en la que ya no abandonaríamos la N-630 en ningún momento. La subida era intensa en algunos tramos, en los que se pasaba por encima de la autovía, pero en ningún momento era excepcionalmente dura. A cambio, era sostenida, larga y tendida, así que era necesario armarse de tesón para seguir nuestro avance. Pasamos Aldeanueva sin hacer ninguna parada, y así, poco a poco, nos fuimos aproximando a Baños de Montemayor. Dejamos atrás para siempre las dehesas extremeñas, y nos fuimos adentrando, de manera clara, en un paisaje serrano.

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A medida que nos aproximábamos a Baños empezamos a encontrar recreaciones de los miliarios que jalonaban la vía de la Plata. En Baños, conscientes de la importancia de cara al turismo de poner en valor esta herencia, han hecho un ímprobo esfuerzo por recuperar su herencia romana, tanto con la recreación de estos miliarios, como en el cuidado y rehabilitación de la calzada a su paso por la población, aunque hay quien estima que en algunas ocasiones este esfuerzo no ha sido todo lo respetuoso que podía haber sido con los elemenos originales en sí. En nuestro caso, el primer hito que encontramos fue el miliario CXXV, tanto el original (o al menos el rehabilitado por Trajano) como su reconstrucción. También fuimos encontrando el CXXVI, de Adriano…

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…y así sucesivamente, hasta entrar en Baños por una reconstrucción de la calzada:

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…y llegar a la bonita población de Baños de Montemayor, distante 569 kilómetros de Santiago de Compostela, pasadas las 17:00h, más de 8 horas después de haber salido de Riolobos, y con más de 70 kilómetros de rodar, según marcaba el cuentakilómetros.

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Dimos por finalizada la etapa al llegar al Centro de Interpretación de la Vía de la Plata, que hace las veces de albergue de peregrinos, y que se encuentra excepcionalmente cuidado. Cuando llegamos sólo había un peregrino a pie, alemán, pero esa tarde llegaron otro par de peregrinos en bici.

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Empleamos la tarde en visitar la pequeña villa, que bien merecía una estancia más prolongada.

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Esa noche cenamos en un bar del pueblo, a base de tapas, que nos sentaron divinamente, y ya caída la noche, paseamos un rato por el pueblo. Por desgracia, no tuvimos ocasión de visitar el balneario ni los baños romanos. Eso habría de quedar para otra ocasión.

Los datos de la etapa son los siguientes:

  • Distancia: 70’102 km
  • Distancia (según el GPS): 67’6 km.
  • Tiempo de etapa: 5h 36m 5s
  • Tiempo desde el inicio de la etapa: 8h 10m 24s
  • Velocidad media: 12’1 km/h
  • Velocidad máxima: 50’0 km/h
  • Pulsaciones medias: 123 pulsaciones/min
  • Pulsaciones máximas: 159 pulsaciones/min
  • Consumo medio de calorías: 2654 kcal/h
  • Consumo máximo de calorías: S/D kcal/h
  • Tiempo en zonas de pulsaciones: S/D
  • Consumo total de calorías: S/D kcal
  • Índice IBP de dificultad: 59 BYC

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