El sábado 17 de marzo Ángel y yo realizamos la que, hasta la fecha, es la etapa más larga que he hecho en Córdoba. Una etapa que, si se cumplía el plan que teníamos previsto, tenía que llevarnos hasta los 80 kilómetros de distancia. Una etapa de la que llevábamos hablando semanas, y a la que nadie más había querido -o en algunos casos podido- apuntarse. Así que allí estábamos. Solos ante el peligro. Peligro que, en realidad, éramos nosotros mismos.
Habíamos quedado a las 8:00h para empezar a rodar. Era una etapa larga y, aunque en invierno es inusual quedar antes de las 9:00h, la etapa lo merecía. De todas maneras, en mi caso no es que fuera a dormir mucho más, de todas maneras, ya que ese fin se semana se disputaba el G.P. de Fórmula 1 de Australia. El caso es que Ángel se presentó en casa a las 7:45h, por lo que pudimos salir incluso 5 minutos antes de lo previsto. La cosa empezaba a dar miedo. La mañana, además, se presentaba fría y gris. La Sierra estaba cubierta de nubes bajas que no dejaban ver su esplendor, lo que para nosotros significaba que íbamos a meternos en una bruma húmeda y sofocante. Sobre todo teniendo en cuenta que el primer plato del día iba a ser Los Morales.
Empecé la etapa fuerte. Demasiado fuerte. Tenía unas sensaciones raras que estaba deseando quitarme de encima de la manera más rápida posible. Un malestar que no presagiaba nada bueno. Ángel, equipado con su flamante Ghost, no tardó en advertírmelo: ten cuidado que vas muy acelerado. Era algo de lo que me daba cuenta, pero que me costaba controlar. Y es que la Fuji con la Larsen TT desgastada atrás seguía rodando muy bien. Pero aun así, esas sensaciones extrañas no desaparecían. Iba a ser un día complicado.
Realizamos la subida hasta el Lagar de la Cruz en 54 minutos. No fue una buena subida, al menos para mí. El primer tramo de la Huerta de Hierro lo realicé sin problemas, pero a un ritmo más elevado de la cuenta. Las primeras rampas de Los Morales no fueron malas, y el frescor de la mañana no agobiaba, pero estaba empezando a marearme. Malas sensaciones. Y encima, la Larsen, que en esos primeros compases se mostraba firme, empezó a dar lo peor de sí misma en los tramos de piedra suelta -y húmeda-, ya iniciada la subida. Y es que si hay algo que lleve mal una Larsen (sobre todo si está fundida) es eso. Bueno, y los bancos de arena. Pero aun así, subimos como unos campeones. En la parte final de la subida aprovechamos un pequeño sendero que abrieron durante la Andalucía Bike Race para evitar bajarse al llegar a la barrera del cable de acero. El terreno estaba aún algo suelto por lo nuevo de esa variante, pero valió la pena. Lo que habrá que ver es cuánto tiempo dura sin ser bloqueado.
Eran las 8:50h cuando llegamos al Lagar, y no estaba en nuestras intenciones el detenernos tan pronto. Teníamos previsto hacer la primera parada del día en la gasolinera del Cruce de Trassierra, y aún quedaba un poco de fiesta antes de llegar allí. Así pues, sin pausa ninguna enlazamos con la bajada hacia las Ermitas, por la vereda del mismo nombre (aunque es conocida como la bajada del Salchichón). De nuevo aquí aprovechamos un camino abierto por la Andalucía Bike Race para evitar el tener que tocar asfalto hasta el final de la bajada. Ángel, como no podía ser menos, dio lo mejor de sí mismo en la bajada. La humedad, que tanto había fastidiado en la subida, nos ayudó en la bajada, ya que el terreno se encontraba con la humedad justa para que la arena fina que tan común es en ese tramo estuviera perfectamente compactada. Una delicia para rodar, vaya. Aunque también la misma humedad hacía que estuviéramos empapados por la condensación. Como le dije a Ángel, el día estaba gallego a más no poder. A Marcos le hubiera encantado.
Tras 14 minutos escasos, llegamos a la entrada de las Ermitas, y enfilamos rápidamente la carretera hacia el cruce de Trassierra. La llanta trasera que amablemente Ángel me había cedido la jornada precedente demostró que se encontraba en un estado perfecto. Qué diferencia con respecto a los problemas que había tenido en mi etapa anterior en esta zona. Y es que así daba gusto. Pero mis sensaciones seguían sin ser buenas. Es más, empeoraban: los riñones empezaban a dolerme cosa mala. Las lumbares, como de costumbre. No iba a quedar más remedio que apretarse los machos. Al menos lo que teníamos por delante era de lo más relajado del día: 6 kilómetros de asfalto hasta el cruce. Algo de sube y baja, pero con un razonable descanso al final. O eso creía yo.
Y es que hicimos un ritmo bueno. Muy bueno. En 20 minutos mal contados nos plantamos en el cruce. Eran las 9:26h y ya estábamos en la que se suponía que iba a ser la primera parada del día. Y en un excelente estado, salvo por lo de los riñones. Ángel, por su parte, se encontraba pletórico. No era plan partirle el ritmo. Así que, valientes al frente, continuamos en un non-stop camino de Almodóvar. Sin pausa alguna rodeamos el Rosal de las Escuelas y bajamos rápidamente hasta el embalse de la Jarosa. Embalse que se encontraba en el nivel más bajo que jamás le había visto, y que estrenaba una nueva cerca que lo aislaba del camino. Cerca que me hizo temer problemas de paso, que afortunadamente no se cumplieron. Pasamos el embalse, y continuamos camino de la última cota digna de tal nombre en lo que quedaba de día: la entrada del Castañar de Valdejetas. El día seguía frío y gris, pero las nubes bajas ya habían levantado, y esa sensación de humedad sofocante había desaparecido. Perfecto para rodar.
20 minutos -de nuevo- fue lo que tardamos en recorrer la distancia entre La Jarosa y el Castañar. Un ritmo bastante bueno, para los 4,5 kilómetros de camino. 13’7 km/h de media. No estaba nada mal, si lo comparamos con los 17 km/h de media del anterior tramo de asfalto. Teníamos por delante el Camino de los Toros, que nos habría de llevar hasta Almodóvar. Casi todo bajada, salvo un último repecho, antes de llegar a la casa de la Porrada. Nada complicado, si no fuera porque los riñones me estaban haciendo trizas. Tanto fue así, que justo antes de llegar a la Porrada, tuve que detenerme a dejar descansar la espalda, y recolocarme la faja lumbar. Algo que me vino de fábula. Una vez de nuevo en marcha, y pasada la Porrada, empezamos la larga bajada. El primer tramo por dehesa fue sencillamente genial. No tardamos mucho tiempo en salir al calvero que forma el cortijo de Villalobillos, y que supuso un pequeño descanso en la bajada. Fue en este punto en el que nos encontramos a los primeros ciclistas del día, si bien es verdad que en el tramo entre la Jarosa y Valdejetas habíamos visto marcas de otros dos ciclistas que llevaban nuestro mismo itinerario.
Una vez pasamos Villalobillos, reanudamos el largo descenso hasta Almodóvar, si bien esta vez por asfalto. Un asfalto viejo, quebrado, muy agresivo y adherente. Un asfalto lleno de baches que me hizo echar mucho de menos mi Ghost de doble suspensión. Una bajada asfalto que me hizo trizas los riñones, y que jamás me hizo alegrarme tanto en mi vida de llegar a un sitio donde hacer una parada. Para mi sorpresa, eran las 10:40h de la mañana cuando llegamos a Almodóvar. En mi mejor previsión no esperaba estar allí antes de las 12:30h. Ángel, que sí era más optimista, contaba con estar a las 10:30h-11:00h. Y la verdad, no había estado demasiado desencaminado. Es más: lo había clavado. Aunque también hay que decir que nos habíamos saltado una de las escalas previstas.
Hicimos una escala de unos 30 minutos, en la que dimos buena cuenta de unas excelentes tostadas, antes de seguir nuestra marcha. Llevábamos 39 kilómetros de etapa, y habíamos ya superado lo más difícil del día. Lo que teníamos por delante era ya más una lucha contra nosotros y nuestro cansancio que contra el terreno en sí. Estábamos en el valle del Guadalquivir, y la vuelta a Córdoba la íbamos a hacer por vía verde. Cierto es que teníamos por delante otros tantos kilómetros, pero el principal esfuerzo era ya dosificarse de manera adecuada.
Reemprendimos la etapa a las 11:05h. Cruzamos la carretera de Posadas, y tomamos la carretera que une Almodóvar con Guadalcázar. Esta carretera transcurrre en parte sobre el viejo camino de Almodóvar a Guadalcázar, que era en realidad nuestro recorrido. Este camino no tiene ninguna complicación: une casi en línea recta ambos pueblos. Lo único complicado es saber dónde tienes que abandonar la carretera. Algo que el trazado de ésta pone sumamente fácil, ya que es precisamente la carretera la que abandona el trazado del camino en un fuerte giro a izquierdas, que deja surgir el camino justo ante tus ojos. Un camino rodeado de olivos, sin pérdida posible.
Entramos en Guadalcázar a las 11:35h., tras apenas media hora de recorrido desde Almodóvar, para los algo más de 10 kilómetros de distancia. Descartamos afrontar la dura subida que se nos ofrecía hasta el castillo del pueblo, y optamos por entrar al pueblo desde la entrada de la carretera de Córdoba. Como había dicho, se trataba de regular las fuerzas y de no reventar inútilmente. Así pues, cruzamos el pueblo y tomamos la carrerera que lleva a la barriada de San Vicente, surgida en el lugar que ocupaba la desaparecida estación de Guadalcázar. Camino de la barriada, Ángel notó cómo una de sus calas no enganchaba correctamente en el pedal correspondiente. Nos detuvimos a ver lo que pasaba, y descubrimos el origen del problema: uno de los tornillos del anclaje de la bota se había partido, por lo que el anclaje se encontraba desplazado de su posición original. Continuamos hasta la entrada de la vía verde, y allí aprovechamos para hacer una pequeña parada, e intentar arreglar el problema.
Una vez realizado el breve descanso, y recolocado de manera precaria el anclaje, reemprendimos la marcha. Estábamos al filo del mediodía, e iniciábamos la vuelta a Córdoba. A esas alturas llevábamos ya entre pecho y espalda más de 50 kilómetros de etapa, y casi cuatro horas de marcha. Nos separaban 15 kilómetros de Valchillón, y 19 de Córdoba. Volamos por esos 15 kilómetros, a una media de 23 km/h. Llegamos a Valchillón a las 12:35h, y seguimos sin pausa hasta entrar en la ciudad. El tramo más pesado, como no podía ser menos, fue el que una la Torrecilla con el puente de San Rafael. Un tramo paralelo al río de grava con bastante mala idea. Sobre todo si a esas alturas llevas ya en el cuerpo la paliza que nosotros llevábamos.
Entramos en Vallellano a las 13:00h. Cruzamos el parque de Ciudad Jardín y bordeamos la estación, camino de Arroyo del Moro. ¿Por qué un itinerario tan poco habitual? Porque el fin de etapa estaba marcado en cierto bar de la zona, que los sábados ofrece caña y tapa a un euro. Y es que ese premio de fin de etapa era algo que nos habíamos ganado sobradamente. Llegamos a la meta a las 13:13h, tras 5 horas y 17 minutos de recorrido. Y estos fueron los trofeos que se nos ofrecieron:
En cuanto a la distancia en sí, mi velocímetro tuvo algunos problemas con el soporte para el móvil que había improvisado, y esa jornada no dio mediciones fiables. Así que nos restaban el GPS y el velocímetro de Ángel. Mi GPS indicaba una distancia de 79’289 km., y el velocímetro de Ángel 84’77:
¿Cuál era la medida exacta? ¿Habíamos llegado al objetivo de los 80 kilómetros? En cualquier caso, luego nos quedaba volver a casa desde Arroyo del Moro, así que el objetivo de los 80 kilómetros había quedado ampliamente superado, en cualquiera de los dos casos. Y habíamos hecho el recorrido de la etapa en un tiempo excelente, mucho mejor del que yo había calculado. Así que no cabía ninguna duda: la de ese día era una etapa para recordar.
Los datos de la etapa son los siguientes:
Y aquí está el enlace al recorrido de la etapa: Brutal 3. Los Morales – Ermitas – Cruce de Trassierra – Almodóvar – Guadalcázar – Vía Verde de la Campiña
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El pasado domingo, aprovechando que estaba en Córdoba, mi padre y yo salimos a hacer algo de entrenamiento de cara a la preparación del próximo Camino de Santiago que vamos a recorrer: la Vía de la Plata desde Zamora. Optamos por realizar una etapa de rodaje, y escogimos, por sus buenas condiciones para ello, la Vía Verde de la Campiña.
Salimos a las 9:30 de la mañana, y descendimos hasta el puente de San Rafael, para tomar el camino que recorre la margen izquierda del Guadalquivir hasta la presa y el molino de Casillas, desde donde pudimos contemplar el avanzado estado de la construcción del puente de Ibn Firnás:
El río, a su paso por la central de Casillas, muestra aún un buen nivel de agua. No en balde, en las pasadas crecidas, estuvo a punto de causar un importante destrozo en la obra del puente. Aún hoy ofrece unas llamativas imágenes:
La obra del puente y de la Ronda que enlaza con la carretera de Palma del Río y la A-4 ha hecho necesario desviar la carretera que comunica el polígono de La Torrecilla con Valchillón y Guadalcázar por la margen izquierda. El recorrido es ahora algo más largo, pero evita la primera parte de la subida de la terraza del río hasta la chatarrería. El resto de la carretera, hasta la estación de Valchillón permanece sin cambios.
La vía verde se toma junto al silo de cereales emplazado junto a la estación de Valchillón, donde, históricamente, se separaban las vías férreas de Málaga y de Marchena. Esta última no perduró como medio de transporte ferroviario, y es lo que hoy en día se conoce como la vía verde de la Campiña. Desde mi última etapa por ella, hace ya casi dos años, la vía verde ha sufrido sutiles pero importantes cambios: existen más áreas de servicio y mejor acondicionadas, y las arboledas a lo largo de la vía empiezan a mostrar lo que algún día pueden llegar a ser, y que supondrán un gran alivio para las solaneras de verano. Solaneras que, por cierto, no hicieron acto de presencia este domingo. Más bien eché de menos, en algunos momentos, un maillot de manga larga. Algo inaudito.
La etapa no tuvo excesiva complicación hasta el túnel de Las Tablas (o de Los Champiñones, para los amigos). Seguía sin luz desde el robo de los paneles solares, si bien esto no representó demasiado problema para cruzarlo. El problema vino después.
La salida del túnel se hallaba completamente embarrada. Pero hasta decir “basta”. Es algo conocido que la vertiente suroeste (dirección Guadalcázar) del túnel es bastante más húmeda que la noreste, pero no esperaba encontrarme tal cantidad de barro a esas alturas del año. Con gran dificultad pude recorrer los escasos 200 metros que separan la salida del túnel de la estación de Las Tablas, a donde llegué con las ruedas completamente embarradas.
Mi padre, sin embargo, se quedó clavado a la salida del túnel. Inconvenientes de llevar cubiertas de 26×1.5”. Así que decidimos emprender la vuelta a casa. Por desgracia, no iba a ser tan fácil. Al tratar de volver al túnel, me quedé completamente clavado en el barro. Éste se había acumulado en la horquilla delantera, en torno al eje del pedalier, y alrededor del freno trasero. Se había acabado para mí el dar pedales. Y encima, al echar pie a tierra, me llevé de regalo dos masas de barro arcilloso adherido a mis zapatillas. El túnel de los Champiñones atacaba de nuevo…
Quitamos como buenamente pudimos (bidón de agua, cañas, y con los dedos) el suficiente barro de las bicis como para que las ruedas volvieran a girar, y nos dirigimos hasta la estación de Valchillón, donde hicimos un pequeño alto. Reemprendimos la etapa hasta la Torrecilla, donde limpiamos las bicis con agua a presión en una gasolinera. Y desde ahí, a casa. 40 kilómetros de etapa que nos ventilamos en algo más de tres horas:
Ver Vía Verde de la Campiña en un mapa más grande
Una bonita manera de pasar un domingo.
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