De vuelta de nuestro viaje a Grecia hicimos una breve escala en Madrid, ya que el vuelo de Grecia llegaba a la capital de España, y desde allí teníamos que volver a Sevilla. Lo irónico del asunto es que descubrimos, en nuestra escala en el aeropuerto de Atenas, que teníamos un vuelo a Sevilla directo, con nuestra misma compañía, y un par de horas antes del vuelo a Madrid, lo que nos había ahorrado -en la práctica- un día de viaje. Pero es lo que tiene ir en paquetes organizados, que no puedes hacer según qué optimizaciones. En fin.
El caso es que, puestos a llegar a Madrid, aprovechamos para emplear el tiempo entre esperas para dar una vuelta por el Retiro y sus alrededores. Del Parque me quedo con esta imagen:
…y de la visita a los alrededores, el haber comprado la última novel de Arturo Pérez-Reverte, El Problema Final, en uno de los tenderetes de la Cuesta Moyano.
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Fue el primer coche que compramos. Para ser exactos, que compró Ana, pero ya llevábamos un tiempo viviendo juntos. Y ya habíamos tenido mi añorado Alfa Romeo 33, pero éste último era heredado, lo cual supone una diferencia. Lo compramos con 33.000 kilómetros y 3 años. Durante este tiempo nos ha acompañado en nuestros periplos. Innumerables viajes a Galicia, Córdoba y Manilva, entre los más comunes. Incluyendo un inolvidable Camino de Santiago, en el que hicimos el trayecto de Sevilla a Santiago 4 personas y 3 bicicletas. Rodando Pablo, mi padre y yo desde Zamora, y Ana haciendo de coche escoba.
También a otros sitios menos comunes, como Tarifa. Pero sobre todo, nos acompañó en nuestro viaje más memorable, nuestro periplo irlandés. De Santiponce a Dublín, pasando por San Sebastián, Burdeos y Roscoff. Francia de punta a punta. Es cierto que sólo estuvo en Irlanda durante algunos meses, hasta que desde Aduanas nos indicaron que no podíamos tener el coche más tiempo allí con matrícula española, y nos resultaba más económico comprar otro coche allí que rematricularlo y registrarlo, pero incluso en ese corto espacio de tiempo, nos dio tiempo a realizar grandes travesías. Como el viaje a Sligo, al que corresponde la foto de este artículo, y nuestro punto más septentrional en la República: Mullaghmore, en el condado de Sligo.
Volvió el coche a España, y algún tiempo después volvimos nosotros. Y nos siguió acompañando. De nuevo Córdoba, Galicia, Málaga y media España a bordo de un Peugeot 206. Y así, pasó de los 33.000 kilómetros a los más de 212.000. Forcarey ha sido su hogar este último año. Pero poco a poco los achaques se han ido dejando notar. Primero falló el aire acondicionado, posteriormente problemas en bujías, inyectores, reajustes de válvulas, fallo de los pistones de la puerta del maletero. El motor era fuerte, pero poco a poco lo iba siendo menos. Hace un par de semanas, durante un trayecto al trabajo de Ana, llegó la puntilla. Una alarma de exceso de temperatura, al ir a comprobar el vaso de expansión del refrigerante, nos encontramos batido de vainilla: una mezcla de refrigerante y aceite de motor. Síntoma claro de fallo en la junta de la culata. Se puede reparar, pero no vale la pena, teniendo en cuenta el resto de achaques.
Toca despedirse de ti, y recordar los buenos tiempos vividos. Tanto viaje, tantos kilómetros y tantas historias. Como el viaje a Madrid a ver el concierto de Green Day, en el que hicimos paradas en Mérida, Cáceres y el Castillo del Buen Amor, en Salamanca. Toca decirte adiós, y dejarte descansar. Tu destino es el desguace, recuperar partes funcionales, y reciclar el resto. Desaparecerás de nuestras vidas, pero siempre estarás en nuestros recuerdos. Recuerdos que van desde Tarifa hasta Sligo. Un tremendo recorrido para un pequeño Peugeot 206.
Esta mañana te han venido a buscar. Cuando te han cargado en la grúa, no he podido evitar que se me encogiera un poco el corazón.
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Las posibilidades de diversión que generan los sistemas empotrados basados en Windows no tiene límites: atención al error que mostraban todos los monitores de tiempos de un tren de cercanías de Madrid, que tomé hace algunas noches:
El sistema reclamaba un archivo para continuar con la instalación de algún componente. No sé de qué alegrarme más, de que no hubiera lector de DVD ni puerto USB, o de que las pantallas no fueran táctiles.
Este año -y ya van cinco- he vuelto a realizar uno de los Caminos de Santiago, o, como mis compañeros de trabajo lo llaman jocosamente, “el Camino de Javi Hidalgo”. Este año la variante escogida fue el Camino Primitivo, o del Interior. Este camino enlaza Oviendo con la tumba de Santiago, y fue el escogido por el rey Alfonso II el Casto para rendir culto a los restos del Apóstol. Alfonso II fue el fundador de la primera basílica que acogió los restos de Santiago, y el organizador del culto apostólico.
Este camino, sin embargo, hunde sus raíces en la más remota antigüedad. Gran parte de su recorrido -en especial el tramo que nos ocupa- coincide con el trazado de la vía romana que comunicaba Lucus Augusta con Iria Flavia, y que formaba parte de la red viaria trazada por los romanos en la provincia de la Gallaecia (para más información, recomiendo acudir a Celtiberia.net), si bien es más que probable que estas vías se asienten sobre caminos mucho más antiguos aún:
Abundantes a lo largo de nuestro caminar fueron los vestigios de esta vía romana, aunque sin duda el más destacado (excepción hecha de los diversos puentes y de la muralla romana de Lugo) fue la reproducción del miliario erigido en época de Calígula existente en San Román de Retorta:
En cuanto al camino en sí, es un acertado compendio del agro gallego: preciosos bosques, gran cantidad de agua en sus más diversas presentaciones (arroyos, riachuelos, ríos, fuentes, charcas, llovizna…), bonitos prados, subidas, bajadas y muchas, muchas vacas. También presenta una interesante dualidad, causada por el conjunción del Camino Primitivo con el Camino Francés: las dos primeras etapas fueron tranquilas, relajadas y agrestes, mientras que las siguientes estuvieron marcadas por la masificación del Camino Francés. Pero eso quedará para posteriores entradas.
En cuanto a nuestro viaje, apenas con dos semanas de antelación no creí que pudiéramos realizarlo. Exigencias laborales no me habían permitido disponer de las dos semanas de vacaciones que deseaba para el mes de julio, y nos encontrábamos ya a punto de entrar en agosto, fecha en la que no deseaba realizar el viaje. Finalmente pude disponer de tres días de vacaciones, 10, 11 y 12 de agosto, con lo que sumados al fin de semana anterior (8 y 9), sumaban cinco días, más la tarde de un viernes para realizar el viaje. Dicho y hecho. Mi padre y yo averiguamos billetes para viajar en autobús desde Madrid a Lugo. Yo, por mi parte, la semana del 3 al 7 de agosto tenía que estar en Madrid por razones laborales, así que mi desplazamiento hasta Madrid lo cubría mi empresa. Mi padre subiría en tren desde Córdoba por su cuenta. Ana, por otro lado, ya se encontraba en Galicia, pasando las vacaciones con su familia. Averiguamos un hostal en Lugo para que pudiera pasar la noche anterior.
Sin embargo, estos planes vinieron a quebrarse por mi parte, debido a cierto cursus interruptus. Así que tuve que averiguarme un billete de tren desde Sevilla hasta Madrid para el mismo viernes 7. Llegué a Atocha con algo de antelación, dispuesto a esperar a mi padre y dirigirnos posteriormente a Méndez Álvaro, donde tendríamos que tomar el autobús nocturno a Lugo, con hora prevista de llegada a las 00:30h y llegada a las 6:45h del sábado 8. Así, me dispuse a matar el tiempo en Atocha, cuando, sorpresivamente, me encontré con mis amigos Carmen y Manolo, que se encontraban esperando a la hermana de éste, que llegaba esa misma tarde a Madrid, justo en el tren entre el mío y el de mi padre. Es curioso cómo son a veces las cosas: si organizas un viaje y tratas de quedar con la gente, puedes llegar a no conseguirlo por diversos compromisos de cualquiera. Y en un viaje organizado de prisa y corriendo, sin quedar siquiera con la gente, puedes encontrarte por pura casualidad con dos grandes amigos en Madrid (¡en Madrid!), sin proponértelo siquiera. Total, que bien acompañado, esperé la llegada de mi padre, en el AVE de las 22:15h, tras lo que nos dirigimos a Méndez Álvaro, la estación sur de autobuses de Madrid, para coger el autobús destino Lugo.
La estación de autobuses de Méndez Álvaro sorprende por su tamaño, y sobre todo por la increíble cantidad de gente que parece utilizarla a todas horas. Al filo de la salida del autobús, pasada la medianoche, la estación era un hervidero de gente en todas sus dársenas de salida de autobuses. La nuestra se encontraba atestada de personas dispuestas a emprender su viaje al norte. Y no eran pocas, aparte de nosotros, las personas que se veía a las claras que iban a realizar el Camino. Y era lógico, ya que este autobús pasa en su recorrido por Ponferrada, Cebreiro y la zona de Sarria/Becerreá, sityios bastante empleados por peregrinos para iniciar su marcha hasta Santiago. Así pudimos comprobarlo, tras hilar conversación con otras personas que allí aguardaban el autobús.
El viaje en autobús fue como todos los viajes nocturnos en este medio: pesado, incómodo, y en los que si puedes descabezar un par de sueños sin descabezarte tú puedes considerarte afortunado. En especial si, como es mi caso, me había vuelto a olvidar la almohada hinchable cervical. Hicimos parada en La Bañeza, conocida por sus garbanzos (inmortalizados por el gran Paco Gandía en su célebre chiste de la tragedia del niño harto de garbanzos), y conocida por mí por haber parado en el mismo sitio en 2007, cuando hice el Camino con Fran desde Ponferrada.
Llegamos a Lugo a las 6:45h de la mañana, sin novedad. La madrugada, tal y como nos habíamos temido, era sumamente fría: 14ºC, y con viento. Llegamos al hostal donde estaba Ana, cercana a la puerta de San Pedro de la muralla:
Lienzo de la Muralla de Lugo, cercana a la Puerta de San Pedro
Poco después, Ana bajaba, y, tras disfrutar de un razonable desayuno enfrente del hostal, nos dispusimos a afrontar la primera jornada del Camino.
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Esta semana se suponía que tenía que estar en Madrid. Iba a recibir un curso de certificación relativa a un equipamiento con el que trabajamos bastante. Para ello, pues, en mi empresa hicieron los preparativos oportunos: billetes de ida y vuelta, hotel y demás. Así que ayer domingo partí para la capital, quedé con amigos y tal.
Y esta mañana, infeliz de mí, fui para las instalaciones de la empresa que impartía el curso. Cuál fue mi sorpresa cuando me dijeron que no había curso. La persona responsable de la formación de esa empresa, más corrida que una mona (y entiéndase “corrida” como la segunda acepción del DRAE), se disculpó explicándome que por un error no habían tenido en cuenta la solicitud de mi empresa para asistir al curso, y que por falta de asistentes, el curso se había cancelado. Así que allí me encontraba yo, con cuatro días más de hotel reservados y un curso inexistente.
Tras hablar con mi empresa, hice lo único razonable: volverme a Sevilla, previa cancelación de las noches de hotel, compra de un nuevo billete, y santas pascuas. Eso sí, tras comprometerse la empresa del curso a incluirme en el próximo curso que se organice (y al que pueda asistir por mis compromisos laborales), con un descuento equivalente a los gastos ocasionados por el cursus interruptus. Gastos que, tirando por lo bajo, suman unos 400 euros largos por menos de 24 horas en Madrid.
Pues sí que salgo caro, sí…