El 23 de diciembre realicé con mis amigos bartocalvos mi última etapa ciclista de 2012 en tierras cordobesas. Para la ocasión nos reunimos un buen número de integrantes del club: Mané, Javi Aljama, Javi Balaguer, Kike, Jose y yo mismo. Empezamos la etapa las 9:15h, con la falta de un integrante del grupo, Javi Balaguer, que llegó tarde al punto de encuentro, y se nos incorporó más adelante en la etapa.
Salimos de la Asomadilla, y tomamos la carretera de ascenso hacia Santo Domingo, que dejamos poco antes de llegar al Maestre Escuela, para tomar la pista que, en descenso, lleva a Las Salesas. A continuación tomamos la vereda de Santo Domingo, para llegar hasta el monasterio homónimo. Nuestro objetivo era ascender hasta el 14%, para lo cual tomamos la subida de los morares, que nos habría de conducir hasta la antena de telecomunicaciones que hay a mitad del ascenso hasta el alto del 14%.
Afrontamos la subida con el habitual entusiasmo, si bien la subida pronto empezó a hacer mella en nuestro ímpetu para, poco a poco, ir definiendo las posiciones en la subida. Qué lejos quedaba aquella subida que hicimos en verano, y en la que, pese al calor, subimos como campeones. Aun así, no hicimos mal papel, pero en mi caso requirió echar mano del plato pequeño en una ocasión. Y aun así, fui el segundo en coronar, tras Kike.
Habíamos llegado al alto del 14% con la esperanza de que Javi Balaguer, que venía por la ruta directa de carretera, ya se encontrara allí. Una esperanza en vano, pues aún tuvimos que esperarle un rato antes de que llegara al punto de encuentro. Ya completado el grupo con todos sus integrantes, seguimos por carretera al siguiente estadio de nuestro recorrido: el club de golf de Los Villares, donde tendríamos que tomar la vereda de la Pasada del Pino hasta Las Jaras. Por el camino perdimos dos unidades del grupo que, para más inri, se confundieron en el cruce del club, y siguieron en dirección a Los Villares. Fue menester una nueva parada para esperarles, antes de continuar.
Emprendimos una divertidísima bajada por la vereda. El campo, merced a unas recientes lluvias, se encontraba saturado de agua y barro, lo que hizo que la bajada fuera un delirio de salpicaduras de barro y agua, y nos dejó la posibilidad de tomar algunas fotos de muy bella factura.
Terminamos de realizar el descenso de la vereda hasta Las Jaras, donde hicimos una parada de avituallamiento, que también sirvió para volver a integrar en el grupo a las señoras que, dos integrantes del grupo, cuyo nombre omitiré aquí, y que no cesaban de rajar como porteras.
Una vez finalizada la pausa, partimos hacia nuestro objetivo del día: el puente romano sobre el río Guadanuño, y el árabe sobre el río Guadiato. Dejamos atrás Las Jaras por carretera, y no tardamos en lanzarnos en trepidante descenso en dirección a los Arenales, que tan sólo interrumpimos para tomar unas excelentes fotos del paisaje.
Salimos de la carretera, tomando un trozo de la antigua vereda del Pretorio, actualmente bajo la carretera de Los Arenales, para descender de manera bastante abrupta hasta el primero de los puentes, el romano.
Desde allí, y tras un rato de charla con un grupo de excursionistas, avanzamos hasta el puente árabe, o Puente Roto, donde de nuevo no pudimos menos que inmortalizar nuestras andanzas.
Tocaba emprender la vuelta. Aunque nuestra idea inicial era descender hasta Los Arenales, y desde allí enlazar por la margen derecha del Guadiato con Trassierra, tuvimos que realizar un cambio de planes. Habíamos quedado con otros amigos del club para hacer un almuerzo a las 14:00h, y se nos había echado el tiempo encima. Así que optamos por realizar la vuelta por carretera, subiendo a Las Jaras, el Lagar de la Cruz, y bajar a Córdoba por el Brillante. Dicho y hecho. Remontamos la vereda del Pretorio hasta la carretera, con un considerable esfuerzo, vista la hora del día, y emprendimos el ascenso hasta Las Jaras. Sin detenernos más que para volver a agruparnos, continuamos el ascenso hasta el Lagar, donde Javi Aljama y Mané marcaron un ritmo infernal, digno de primeras horas de la jornada, que me hizo llegar con la lengua fuera, y con el grupo nuevamente disperso, al Lagar. Y desde allí emprendimos un frenético descenso por carretera, que nos llevó a disgregarnos de nuevo, y llegar, de nuevo dispersados, al punto de encuentro, a las espaldas de La Noreña. Eso sí, prácticamente en hora.
Fue una etapa divertida, con un genial colofón en forma de almuerzo del club, para dar por finalizado el año ciclista de manera oficial.
Los datos de la etapa son los siguientes:
Y aquí está el enlace al recorrido de la etapa: Santo Domingo – 14% – Pasada del Pino – Puentes Guadanuño y Guadiato – Lagar de la Cruz
Etiquetas: 14% vereda de la pasada del pino, arroyo guadanuño, córdoba, lagar de la cruz, las jaras, mtb, puente árabe, puente romano, río guadiato, santo domingo
El domingo 11 de noviembre participé en la VI Marcha Ciclista de Fuente Obejuna, y tengo que decir que fue una experiencia durísima, pero que no dudo en recomendar. Tuve noticia de esta competición gracias a una publicidad sobre el I Circuito MTB Valle del Guadiato que me dio mi padre, y del que esta prueba forma parte. Y pese a que aún me encontraba tocado, y había perdido bastante forma desde el verano, no pude menos que apuntarme. Me secundó en esta aventura Javi Aljama, valiente donde los haya, siendo entre ambos la representación del club Bartocalvos MTB, del que formamos parte integrante.
Sin embargo, no pude menos que aprovechar el viaje para pasar un fin de semana de turisteo con Ana en el valle del Guadiato, por lo que nos fuimos el viernes 9, a la salida del trabajo, para Fuente Obejuna, quedando hospedados en el excelente hotel rural Romero Torres, a la entrada de Fuente Obejuna. Fue un fin de semana de contrastes, pues alternamos ratos de sol y frío con fuertes chubascos, lo que presagiaba que la carrera del domingo iba a ser sumamente accidentada. Y lo fue, vaya si lo fue.
Había quedado con Javi a las 8:30h en el hotel, para ir juntos al punto de salida de la carrera, el polideportivo de Fuente Obejuna, donde la carrera daba comienzo a las 9:30h. Pero cuál no sería mi sorpresa al recibir una llamada de Javi, a las 8:00h, diciéndome que se acababa de dar cuenta, a la altura del pantano de Puente Nuevo, de que se había dejado casco y guantes en Córdoba. Le tocaba dar media vuelta, ya que sin ambos elementos participar era inviable: el casco por requisitos de seguridad de la carrera, y los guantes porque hacía una mañana heladora en Fuente Obejuna. Apenas llegábamos a los 7ºC, y con una fuerte ventolera.
Así que me dirigí con Ana al polideportivo, donde recogí mi dorsal y el de Javi, esperando a que llegar a tiempo para participar en la prueba. Pero pasaban de las 9:00h y aún no había llegado. Mientras tanto la organización daba las últimas pinceladas a la salida, y el centenar de participantes se encontraban ya listos para partir. Tenía mala pinta: Javi no iba a llegar.
Pero llegó, al filo de las 9:25h. Rápidamente sacamos su bici del coche, y le puse el dorsal en la mochila mientras él montaba las ruedas. Y sin apenas tiempo para nada más, nos dirigimos a la cola del pelotón, justo para llegar a él cuando daban la salida oficial. Apenas nos habían sobrado un par de segundos.
Una ventaja iba a tener el salir últimos: y era que sólo podíamos mejorar. Salimos de Fuente Obejuna, pues, en dirección noroeste, camino de la aldea de Cuenca. Nada más empezar el grupo empezó a marcar una velocidad endiablada, pese a la cual, poco a poco, fuimos remontando posiciones, aunque a costa de rodar a un ritmo demencial, por una pista que transcurría entre dehesa y tramos de sembrado, plagada de charcos, y de arroyos repletos de agua helada. Pronto, merced al rodar del centenar de ciclistas que allí nos encontramos, estábamos rodando en un barrizal, que al menos tenía la ventaja de que no se pegaba como si fuera pegamento a las bicis, pero que aun así dificultaba enormemente el rodar. Para mi desgracia había errado enormemente en la elección de la cubierta trasera, desechando mi trillada Small Block Eight por una Michelin Country Mud que, pese al nombre, era infame para rodar en esa superficie. Y que para colmo, tampoco era mucho mejor en pista, pues tenía un rodar muy pesado, haciendo que pareciera que rodaba con ruedas de velcro.
Poco a poco nos fuimos internando en la dehesa, rodando kilómetros y kilómetros por un falso llano que, poco a poco, iba marcando un ritmo ascendente. Perfecto, junto con el barrizal, para hacerte creer que ruedas en plano, y acabar reventado forzando la máquina. Como yo andaba. Apenas a los 4 minutos de empezar a rodar ya tenía saltada la alarma de pulsaciones del pulsómetro. Y eso que teníamos idea de empezar rodando suave. Y para colmo, la ventolera y el frío que estábamos arrastrando. Fueron 8 kilómetros que se hicieron muy duros, en los que estuvimos en un tris de rodar por el suelo en un barrizal, y en los que Javi, en un tramo, acabó enterrando su bici un palmo en un sembrado, al esquivar un charco de varios metros en el que, con más valor que sentido común, me meti para esquivar el barro omnipresente.
Por suerte, un rato después de empezar a rodar en paralelo al viejo trazado del ferrocarril minero, acabamos cruzándolo, y cambiando bruscamente de dirección, hacia el sur, camino de la aldea de La Coronada. A partir de ese punto el firme mejoró de manera ostensible, pasando a rodar por una excelente pista, pero que poco a poco empezó a picar en ascenso, llegando a la primera cota de la jornada (km. 11, 660 m.), apenas una tachuela de lo que nos esperaba por delante. Tras pasar esta cota, realizamos un rápido descenso por pista hasta llegar a la N-432, que salvamos por un paso subterráneo, antes de realizar una nueva subida hasta La Coronada (km. 13) donde, por error, creíamos que íbamos a tener el primer punto de avituallamiento. No fue así, y rápidamente dejamos atrás la aldea, en ligera subida, primero, y realizando después una larga bajada, de 2’5 kms., donde Javi ya empezó a demostrar que iba a por todas en las bajadas.
Pasábamos de las 10:45h, y el día seguía despejado, con una temperatura sumamente baja (9ºC) y con fuerte viento. Y yo empezaba a estar reventado. De hecho, apenas podía seguir el ritmo de Javi, que en las bajadas se me iba gracias a su mejor elección de cubiertas y la amortiguación doble, y al que tampoco podía alcanzar en las subidas. Iba a ser duro, muy duro. Seguimos rodando por la pista, a tramos asfaltada, pero siempre llena de hoyos, hasta llegar -de nuevo por dehesa- hasta la segunda aldea de la jornada: Argallón. Allí encontramos más afición, dispuesta a dirigirnos unas palabras de ánimo -desde la puerta del bar- acompañada de un recordatorio, como no podía ser menos, de que el primero había pasado por allí hacía ya la tira.
Dejamos atrás Argallón saliendo por un camino que partía de las escuelas rurales. Cruzamos la A-447, y poco, a poco, y tras cruzar una carretera local, dejamos atrás la dehesa para internarnos en una zona de bosque mediterráneo. Fue entonces cuando me vi obligado a hacer una pausa, merced a un dolor de espalda que estaba empezando a atenazarme. Éramos pocos y paría la abuela. Estuve haciendo estiramientos, para poder retomar la marcha. Una marcha que empezaba a picar de nuevo en ascenso, y que nos habría de llevar a la segunda cota de la jornada (km. 23, 704 m.).
A partir de ahí dio comienzo la bajada más divertida del día, por una pista a tramos pedregosa y a tramos embarrada, revirada e intensa, que habría hecho mis delicias de haber llevado mi doble, o al menos, de no haber montada la nefasta Michelin, que no hacía sino deslizarse de una manera horrorosa, y haciendo a la bici sumamente nerviosa. Javi, por su parte, se lo estaba pasando en grande. Fueron apenas 1300 metros de descenso, en los que lo pasé fatal, pero que hay que admitir que eran emocionantes. Al menos no era yo el que peor lo estaba pasando. Otros dos ciclistas que habían cometido el error de hacer caso al que les recomendó llevar cubiertas de taco fino (estilo Larsen TT), juraban en arameo contra el que les había dado tal consejo.
La bajada acabó convirtiendo el camino en apenas una estrecha senda, que pronto picó hacia arriba de una manera brutal. Lo que sobre el papel era una pequeña subidita de 700 metros antes de empezar el de nuevo el descenso, sobre el terreno era una brutal subida, en la que a todos los allí presentes no nos quedó más remedio que echar pie a tierra, y subir esa horrenda pared tirando de la bici, y por la que apenas éramos capaces de subir andando… todos salvo un chaval, que la subió del tirón, cosa que aún no acabo de creerme… y de comprender cómo semejante fenómeno se encontraba con nosotros, alejado de la cabeza de la etapa.
Una vez salvamos esa nefanda pared, iniciamos una nueva bajada, tanto o más divertida que la anterior, aunque por mejor camino, hasta llegar, por asfalto, a la aldea de Piconcillo (km. 26), donde hicimos una parada en el puesto de avituallamiento. Tomamos Javi y yo sendas barritas de cerales, Acuarius, y en mi caso un plátano, porque el cuerpo no dejada de reclamarme potasio. Aún no tenía calambres, pero me notaba las piernas como gelatina. Y aún no habíamos llegado a lo peor.
Salimos de Piconcillo a las 11:20h. Sabíamos que teníamos que llegar antes de las 12:30h al cierre de control, que no sabíamos exactamente dónde se encontraba, pero que calculábamos que debía de andar por el kilómetro 40. Teníamos una hora escasa para hacer 14 kilómetros; habíamos hecho los 26 anteriores en algo menos de dos, por lo que estábamos al filo de la navaja. Retomamos el camino, para afrontar una nueva bajada, de 3’6 kms., que nos llevó -por una excelente pista- al cortijo de la Montesina, y al punto más bajo del recorrido (462 m.), pero a partir de ahí, y como dicta el karma, teníamos que volver a subir. Una subida escalofriante, hasta lo alto de la Loma de la Cañada del Gamo. 5 kilómetros largos de ascenso, por buena pista -eso sí- que empezaba de manera progresiva, pero que poco a poco iba ganando en pendiente hasta llegar hasta un 13% de desnivel. Prometía ser horroroso.
Como así fue. A los dos kilómetros de ascenso me encontraba completamente desfondado, subiendo en plato pequeño y piñón grande, y arrastrándome de una manera miserable. Javi rodaba algo por delante, intentando ofrecerme una rueda a la que engancharme, pero a la que no tenía fuerzas para llegar. Y aún tenía 3 kilómetros más por delante. Una subida durísima, en la que, para colmo, el sol empezaba a picar de manera ostensible. Y en la que empezaban a sobrarme las tres capas de ropa (camiseta térmica, maillot largo y chaquetilla de invierno). Las estaba pasando canutas. Veía sumamente lejos el poder llegar al cierre de control. Y no sabía si alegrarme por ello.
Pero lo conseguí. Arrastrándome casi todo el tiempo, y echando el pie a tierra en un par de ocasiones, conseguí salvar la subida de la Cañada (705 m.), llegando al cortijo de la Loma, donde había cientos -literalmente- de cerdos campando a sus anchas por la dehesa. Cerdos que no recuerdo haber visto, pero que Javi, poco después, no dejó de citarme, impresionado por su cantidad. Pero la subida no había terminado. Aún era necesario llegar hasta el control, emplazado al final de la pista, en la confluencia de ésta con la carretera entre Cañada del Gamo y Ojuelos Bajos (km. 35). Llegué al control a las 12:17h. Allí me esperaba Javi desde hacía unos minutos. Había llegado al cierre de control con 13 minutos sobre el margen de cierre. Era todo un triunfo, y teníamos la capacidad de escoger recorrido: trazado largo, de unos 65 kms., o trazado corto, de unos 45. Y lo tuvimos claro.
Trazado largo. Y es que, pese al destrozo, pese a las penurias, el frío, el barro y el agua, no teníamos intención de cejar en nuestro empeño. Así que tomamos la carretera en dirección a Ojuelos Bajos, que poco después abandonamos para iniciar un nuevo ascenso, por una senda pedregosa, embarrada y chorreante de agua, y con restos putrefactos de animales (una pata de venado, o algo así). Apenas recorrimos 400 metros, hasta llegar a una pequeña cima (728 m.), en la que nos detuvimos a picar algo.
Y entonces el sentido común hizo acto -en contra de su costumbre- de presencia. Allí parados, picando algo y echando fotos, el peso de la realidad cayó con todo su peso sobre nosotros. Estábamos helados, reventados, al límite de nuestras fuerzas, y aún teníamos casi la mitad del recorrido por hacer. Como pronto íbamos a llegar a las tres o las cuatro de la tarde a Fuente Obejuna. Y eso si llegábamos. Y por nuestra parte, habíamos cumplido. Habíamos llegado al cierre de control antes de que nos descalificaran. Como objetivo podíamos considerarlo como cumplido.
Así que hicimos caso de la razón, y dimos media vuelta. Se nos unió, en plena bajada, otro ciclista que también se lo pensó mejor. Llegamos de nuevo al cierre de control, donde informamos de nuestro cambio de decisión. Habíamos perdido 25 minutos entre ida y vuelta, y habíamos propiciado que las últimas unidades del pelotón nos alcanzaran. Incluyendo el quad escoba. Bajamos un pequeño grupo de 7 u 8 ciclistas por carretera hasta la Cañada del Gamo, que dejamos atrás, desviándonos por una vereda -con marcas blancas y amarillas- que a la postre habría de llevarnos hasta Fuente Obejuna. Continuamos aún un tramo de bajada por la vereda en dirección norte, para llegar a una nueva subida, que incidió en el destrozo que llevaba en lo alto, pero que empezó también a afectar a Javi. No en balde pasábamos ya del kilómetro 41. Y así, poco a poco nos descolgamos del grupo, aunque no nos sacaban más de 20-40 metros.
Empezamos una nueva bajada, donde la vereda se convirtió en un espantoso pedregal que casi me tritura la espalda, pero que no tardamos en dejar atrás, para internarnos en un prado en el que apenas rodábamos por la marcas de rodadas de un Land Rover. Llegamos así a la vereda de la Tabla de la Lana, profusamente señalizada, que no tardamos en dejar atrás, girando de nuevo hacia el norte, cruzando el Río Guadiato, apenas un regato por esos lares -helado, eso sí- y seguir por una buena pista hacia Fuente Obejuna, que podíamos ver en lontananza.
La pista, poco a poco, empezó a picar, en la que sería la última subida del día, y en la que Javi empezó a sufrir sobremanera. Me tocó esta vez a mi ofrecerle una rueda, consciente ya de que estábamos en los compases finales de nuestra etapa, y de que teníamos que llegar como un equipo. Nos descolgamos definitivamente del resto del grupo, pero a esas alturas ya daba igual. Llegué a la cima, de nuevo en confluencia con una carretera, con un poco de adelanto con respecto a Javi. Y desde allí la vi: Fuente Obejuna. Y sólo teníamos que bajar por asfalto. Emprendí la bajada, controlando en todo momento que Javi no se quedara demasiado atrás, esperándole. Pero el fuerte viento y la visita del Tío del Mazo hacían que le costara mucho llegar hasta mí. Entramos en Fuente Obejuna por la vieja circunvalación, y bajamos en dirección al polideportivo, casi sin dar una pedalada por mi parte. Ya estábamos allí. Apenas teníamos que subir unos doscientos metros hasta la pancarta de meta para dar por finalizada la tortura. Y lo conseguimos. Javi llegó a mi rueda a unos 10 metros del arco de entrada, bajo el que pasamos juntos, manos unidas y con el puño en alto. Toda una victoria. Era las 13:25h, y éramos los últimos en llegar del recorrido corto. Habíamos recorrido 48 durísimos kilómetros en 3h 45m. Nos sentíamos como héroes. Aun habiendo llegado los últimos del recorrido corto.
Quizás fuéramos escoria, pero no nos cabía duda de que éramos la élite de la escoria. Aunque, también hay que decirlo, esos 25 minutos perdidos entre decidir entre el camino corto y el camino largo nos hubieran hecho ganar bastantes posiciones.
Como epílogo de la etapa, finalmente no nos quedamos a tomar la paella que estaba incluida en la Marcha. El día seguía enormemente frío, así que optamos por darnos una ducha -un tanto precaria, en mi caso, ya que no llevaba toalla, ni chanclas, ni tan siquiera jabón, y acabé duchándome con tan sólo agua caliente, protegiendo mis pies con la camiseta técnica, y secándome con el maillot largo-, para posteriormente pegarnos un homenaje en el restaurante del hotel, donde Javi, Ana y yo comimos una excelente ensalada de queso de cabra, presa y pluma ibéricas, y unas magníficas tartas de postre. Una excelente manera de cerrar una admirable jornada en el Valle del Guadiato.
Los datos de la etapa son los siguientes:
Y aquí está el enlace al recorrido de la etapa: VI Marcha Ciclista Fuente Obejuna
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La segunda salida del último fin de semana de julio fue una salida sumamente especial. Aunque en un principio habíamos quedado tres amigos (Marcos, Mané y yo) para salir a rodar en una etapa exploratoria que tenía por objetivo principal alcanzar las minas romanas del arroyo Bejarano, finalmente acabamos saliendo tan sólo Marcos y yo. La hora escogida para salir, las 10:00h, tampoco fue especialmente acertada, pero había sido uno de los requisitos que Mané solicitó para poder acompañarnos, por lo que accedimos a salir más tarde de la cuenta. Irónicamente Mané finalmente no estuvo en condiciones de salir, por lo que Marcos y yo acabamos haciendo en solitario una etapa ciertamente exigente, a una hora avanzada, en uno de los días más calurosos del año.
Realizamos la subida de Los Morales, lo cual fue una auténtica tortura por el asfixiante calor que hacía en la zona a esa hora del día. Aun así, logramos llegar al Lagar de la Cruz apenas pasadas las 11:00h. Continuamos siguiendo el GR-48, atravesando las Siete Fincas, hasta el arroyo Bejarano, no sin antes detenernos unos momentos en casa de Carlos e Inma a estar un momento de palique. Reanudada la etapa, tomamos la ruta Bejarano-El Molino, bajando todo el rato en paralelo al arroyo Bejarano. No dejamos de advertir un hecho curioso: al principio de la senda había colocados múltiples bidones de agua, delimitados con cinta bicolor de advertencia. Nos pareció curioso, pero no volvimos a pensar en ello, hasta que unos días después leí en el periódico que los álamos de ribera de la zona se encuentran afectados por un hongo mortal, y la única manera de contener la infección es arrancando los árboles enfermos y sustituyéndolos por nuevos plantones, que son regados por voluntarios. Una gran iniciativa, que animo a apoyar a todo el que pueda.
Continuado nuestro camino nos fuimos internando más y más en la maleza, hasta casi perder el camino. Por suerte, nos encontramos con unos senderistas (uno de ellos, Yiyo, había sido compañero mío en La Salle), que nos indicaron el camino correcto: un sendero estrecho, con una fuerte pendiente lateral que descendía siempre pegado al arroyo. Un sendero genial, pero sumamente peligroso. Tan peligroso que Marcos sufrió una caída de las que hacen época: enganchó un pedal en un tronco de árbol, de tal manera que pivotó sobre él, saliendo despedido, con bici y todo, al cauce del arroyo Bejarano, para dar con sus huesos en un frondoso zarzal, del que tuve que ayudarle a salir.
Paramos unos momentos a que Marcos se lavara en las aguas del Bejarano para quitarse el escozor y extraer pinchos, y hacer algunas reparaciones mecánicas.
Hecho esto, seguimos hasta las minas romanas. Entramos en la primera, rectilínea, sin más novedad que la de encontrar un enorme murciélago en su interior. La segunda, más amplia e interesante, dio para más juego. Exploramos varios ramales, llegando hasta su máxima profundidad, que se encontraba con bastantes derrumbes…
…y anegada de agua:
De vuelta a la salida de la cueva, nos echamos unas fotos antes de continuar con la marcha.
Seguimos descendiendo por el Bejarano hasta llegar al río Guadiato. Allí, giramos a la izquierda, aguas abajo, hasta llegar a la Mesa de la Aldea. Desde la Mesa, en fuerte subida, ascendimos por un angosto sendero (yo siempre lo había recorrido hacia abajo) hasta enlazar con la pista que lleva a Santa María de Trassierra. Desde allí tomamos el GR-48, para dirigirnos de nuevo al Bejarano. A esas alturas de la etapa empezaba a estar bastante machacado, por lo que me vi forzado a bajar el ritmo. No en balde, eran ya las 13:00h, y el calor empezaba a ser brutal.
Sin muchos más trámites seguimos por el GR-48, pasamos junto al Bejarano y volvimos a entrar en las Siete Fincas. Nos volvimos a detener en casa de Carlos e Inma, en principio a tomar unas refrescantes cervezas, pero ya puestos, aceptamos una invitación para comer, lo que tengo que admitir que me vino de perlas, ya que además me permitió ver el G.P. de Fórmula 1.
Retomamos la etapa a las 17:20h. Decidimos acabar con el recorrido por la vía rápida, bajando desde el Lagar de la Cruz por la carretera del Brillante. Sin embargo, aún quedaba un percance por suceder: al poco de salir de casa de Carlos, sufrí un pinchazo en las Dos Columnas… ¡con un trocito de grava del aglomerado asfáltico! No quedó más remedio que cambiar la llanta, antes de proseguir la etapa. El resto del recorrido no tuvo mayor inconveniente. Marcos y yo nos separamos al entrar en el Brillante, bajando yo por Sansueña para llegar a casa minutos antes de las 18:00h.
Los datos de la etapa son los siguientes:
Y aquí está el enlace al recorrido de la etapa: Los Morales – Bejarano – Minas Romanas – Siete Fincas
Etiquetas: bejarano, córdoba, gr-48, lagar de la cruz, los morales, minas romanas, mtb, río guadiato, siete fincas