La gente no piensa en volver a quemar Troya porque ha leído a Homero. Gracias a él el incendio de Troya se convirtió en algo que nunca ha sido, no será jamás, pero que sin embargo existirá eternamente. Tiene tantos sentidos porque todo está claro, límpido. En cambio, tus manifiestos de los rosacruces no eran ni diáfanos ni límpidos, eran meros borborigmos y prometían un secreto. Por eso tantos intentaron convertirlos en realidad, y cada uno ha visto en ellos lo que quería. En Homero no hay ningún secreto. Vuestro plan está lleno de secretos, porque está lleno de contradicciones. Por eso podríais encontrar millares de pusilánimes dispuestos a reconocerse en él. Tiradlo a la basura. Homero no simuló nada. Vosotros habéis simulado. Cuidado con las simulaciones, todo el mundo se las toma en serio. La gente no creyó a Semmelweis cuando trataba de convencer a los médicos de que se lavaran las manos antes de tocar a las parturientas. Decía cosas demasiado simples. La gente cree al que le vende la loción para curar la calvicie. Algo les dice que ese individuo combina verdades que no se pueden combinar, que no razona correctamente ni tiene buena fe. Pero toda la vida han oído decir que Dios es complejo, e insondable, de modo que para ellos la incoherencia es lo que más se parece a la naturaleza divina. Lo inverosímil es lo que más se parece al milagro.
(Umberto Eco, “El Péndulo de Foucault”)
Siempre que oigo alguna historia fantástica (tipo Milenio 3, Cuarto Milenio o similar), le presto mucha atención, la sigo con interés (¿a quién no le gustan las historias de miedo?) y luego, tras divertirme con ella, pienso en “El Péndulo de Foucault”. ¿Por qué será que esta magnífica historia sobre el ocultismo y conspiraciones templarias no es nunca citada por los investigadores del misterio?
Una lectura muy recomendable, por cierto.