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El problema de tener una mente abierta es que la gente insiste en entrar dentro y poner allí sus cosas
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20 abr 07 Crónica del Camino Francés: Día 3

Esta entrada es la parte 4 de 5 de la serie Camino de Santiago 2007

El amanecer del Lunes Santo, tercer día de Camino, nos deparó una agradable sorpresa en forma de radiante amanecer. Había temido enormemente la llegada de la mañana, dado cómo había caído la noche, con una fuerte tormenta y con la zona bañada en niebla, pero la mañana nos saludó con un esplendoroso sol. Así que, tras un magnífico y revitalizante desayuno preparado por Paloma, nos dispusimos a afrontar una nueva etapa.

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Alrededores de Sarria

Ya desde la propia salida de Sarria pudimos percibir que la etapa no se iba a parecer en nada a lo que habíamos visto hasta entonces. En primer lugar en el aspecto climatológico, dado que había experimentado una enorme mejoría. En segundo lugar por el perfil de la etapa a recorrer. Se habían acabado las grandes subidas y bajadas, y lo que nos tocaba afrontar eran continuos sube-baja, un verdadero perfil rompepiernas. Pero sobre todo notamos que iba a ser diferente por la afluencia de gente. Hasta ese momento habíamos presenciado una moderada afluencia de gente haciendo el Camino. Todo eso cambió en Sarria. Dado que se encuentra a algo más de 100 km. de Santiago, y que cuenta con línea férrea directa hacia Madrid, mucha gente decide empezar el camino en esta localidad. Se habían acabado para siempre la soledad de los montes. A partir de ahora íbamos a echar en falta un accesorio en las bicis: el timbre.

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Arroyo sobre una corredoira

Desde Sarria el Camino discurría casi en su totalidad por corredoiras y caminos, por lo que un elemento con el que ya nos habíamos tropezado, pero que empezaba a mostrarse en todo su esplendor: el barro. Toda el agua que los días anteriores nos había caído sobre la cabeza nos saludaba de nuevo desde el suelo, tanto en forma de barro como de improvisados manantiales y arroyos que jalonaban sin cesar nuestro pedalear por tierras lucenses. Fran no daba crédito a que la tierra fuera tan húmeda. Y así, a lo tonto, a lo tonto, llegamos a un nuevo hito en el Camino: estábamos a 100 km. de Santiago. Llevábamos recorrida la mitad del Camino.

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100 km. hasta Santiago. Mirando al infinito y más allá

La etapa continuó con un contínuo sube y baja, pero con tendencia general ascendente. Pronto aprendimos que a partir de esta etapa sólo podríamos considerar la exitencia de tendencias, ya que en un terreno tan quebrado lo mismo tenías que pillar freno en vertiginosas bajadas como hacer juego de riñones para superar patásenelpecho. Una cosa no se podía decir: el recorrido era cualquier cosa menos monótono.

Y así, poco a poco, superamos la primera fase de la etapa, en ascenso, y empezamos un recorrido descendente en dirección a Portomarín, que marcaba la mitad aproximada de la etapa del día. Pronto avistamos el pueblo, junto al embalse de Belesar, e iniciamos un largo descenso con importantes variaciones tanto de pendiente como de firme, hasta la entrada del pueblo. Fue entonces cuando empecé a notarlo: cada vez que frenaba notaba un molesto golpeteo en el freno trasero y tenía la sensación de que me frenaba poco. Cuando llegáramos a Portomarín tendría que meterle un repaso.

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Entrada de Portomarín

Portomarín es un pueblo de nuevo cuño. El viejo Portomarín se pudre bajo las aguas del pantano de Belesar, inaugurado en 1962, con lo que hubo que mover el pueblo al cerro cercano sobre el que hoy se levanta. Algunos monumentos singulares, como la iglesia-fortaleza de San Nicolás, de singular valor, se desmontaron piedra a piedra y se levantaron en su nuevo emplazamiento. Aún pueden verse en las piedras la numeración con la que éstas fueron marcadas.

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Iglesia de San Nicolás de Portomarín

En principio, y pese a que ya rondábamos la una de la tarde, la escala en Portomarín iba a ser una escala breve, tan sólo lo justo para descansar un rato, tomar un refrigerio y ver un poco el pueblo. Sin embargo, al revisar los frenos de mi bici pude descubrir la razón del golpeteo: tenía las pastillas de freno completamente comidas, hasta el metal. La razón del golpeteo se debía a que los brazos del freno V-Brake tocaban con los tacos de la cubierta. De hecho, en uno de los brazos se había marcado una muesca por el golpeteo de los tacos. Era algo estremecedor, y que daba una idea de la magnitud de las bajadas que habíamos tenido que afrontar, sobre todo con el lastre de las alforjas. Se imponía una reparación. Al menos, al ser Lunes Santo pudimos encontrar una tienda de reparación de bicicletas donde procedieron a cambiarme las cuatro pastillas de freno. Y dado que se nos había hecho algo tarde, optamos por comer en una tasca cercana al albergue de peregrinos de Portomarín, a base de hamburguesa. Después de comer, y sin pararnos demasiado, reemprendimos la etapa. Habíamos recorrido 24 kilómetros, y nos quedaban otros 23.

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Ventana románica de la Iglesia de San Nicolás con la numeración marcada

La salida del Camino de Portomarín se realiza por carretera, en un contínuo ascenso de unos 12 kilómetros hasta Ventas de Narón. Era una parte del camino que no dejaba nada a la imaginación, y que obligaba a acoplarse como mejor se pudiera sobre la bici y dejar pasar los kilómetros. Y para colmo, el viento volvía a hacer de las suyas.

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Ermita entre Ventas de Narón y Ligonde

Tras pasar Ligonde el Camino volvía a adoptar un perfil algo más relajado. Y así, sin gran novedad, llegamos antes de lo esperado a Palas de Rey, el final de etapa previsto. Y dado que aún no eran ni las cinco de la tarde, y no había nada mejor que hacer, decidimos seguir adelante, hasta Melide. En realidad, había un par de razones objetivas para seguir adelante. La primera era recortar kilómetros de la última etapa (68 km.), y la segunda era que merecía la pena llegar al albergue de Melide, con fama de bueno, amplio, y equipado para albergar bicicletas. Así que seguimos de frente. Al poco de pasar el albergue sucedió algo en cierta medida estremecedor: una chica, joven y bien parecida, al vernos pasar con las bicis nos rogó con una voz más propia de un alma en pena que por favor la lleváramos en las bicis. Al principio lo tomamos un poco a guasa, pero la chica seguía insistiendo con voz lastimera a medida que nos alejábamos.

A partir de Palas de Rey volvimos a tener más ratos de camino y corredoira, a diferencia del tramo anterior, en el que el asfalto había predominado, con lo que el Camino ganó en belleza, pero también en dureza. De nuevo las corredoiras nos conducían en nuestro avance hacia Santiago. Pero el tiempo, veleidoso, venía a sumarse con un nuevo giro a los elementos a tener en cuenta: negros nubarrones se alzaban frente a nosotros. Se avecinaba una tormenta.

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Laguna junto al Camino

En las cercanías de Casanova, última población lucense en el Camino, nos planteamos terminar la etapa, dado que contaba con un albergue de peregrinos. Durante un rato estuvimos recorriéndolo, pero su estado de total abandono (si bien no se encontraba descuidado), y la imposibilidad de procurarnos avituallamiento en una aldea que no contaba con ninguna clase de tienda, nos hizo seguir adelante. Al fin y al cabo, ¿qué era una vulgar tormenta comparada con lo que habíamos pasado en Cebreiro? Así que seguimos adelante.

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Fran descendiendo por una corredoira

Al final, y por suerte, no nos llovió, y tras unos 9 kilómetros de pedaleo llegamos a Melide. Rápidamente localizamos el albergue, donde encontramos sitio. Tras limpiar las bicis y asearnos, y después de un rato de charla con un peregrino pamplonica con el que trabamos amistad, salimos a dar una vuelta por el pueblo. Habíamos realizado 16 kilómetros extra, con lo que habíamos recortado la última etapa hasta los 52 kilómetros. Una buena etapa.

No se me puede olvidar un incidente que ocurrió en el albergue. Me encontraba duchándome cuando la hospitalera vino preguntando por mí. La guardia civil me estaba esperando abajo. Tras el susto inicial, la señora me dijo que a una chica alemana le habían robado la mochila de una ventana que daba a las cuadras donde dejamos las bicis, que tenían un sospechoso, y dado que éramos los últimos que habíamos estado en la zona junto con el pamplonica, querían que le diera la descripción. En efecto, cuando estábamos limpiando las bicis, había visto a una persona que me había dado mala impresión, de tal manera que le eché a las bicis los candados, cosa que no había hecho en todo el resto del Camino.

La chica, alemana para más señas, estaba desolada, ya que se había quedado con lo puesto, salvo por la documentación y el dinero, que llevaba encima. Además, no hablaba una palabra de español, aunque por suerte un compatriota pudo hacer de intérprete. En cuanto se supo en el albergue, éste se revolucionó. Todo el mundo contribuyó a ayudar a la chica, unos con camisetas, otros con calcetines, otros con bolsas, e incluso apareció una pequeña mochila que a alguien le sobraba. La pobre no sabía si reir o llorar.

Y entonces vino la sorpresa. Al poco volvió la pareja de la guardia civil, que se había marchado después de que yo prestara declaración, y traían con ellos la mochila: había aparecido en una iglesia, a 50 metros del albergue, con todo su contenido al completo, cámara de fotos digital incluida. Quien quiera que la hubiera robado no había tocado nada. Quizás iba buscando dinero. La alemana estaba flipando en colores.

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Señal del Camino en el casco urbano de Melide, engalanado por Semana Santa

Tras este incidente, la tarde fue bastante tranquila. Fran y yo nos fuimos a dar una vuelta por el pueblo, y cenamos en un hotelito cercano al albergue. Y en torno a las 22:30h dábamos por finalizada la jornada y retornábamos al albergue. Albergue que se encontraba sospechosamente vacío. ¿Dónde se encontraba la gente? La respuesta llegó media hora más tarde: de borrachera. Al día siguiente nos enteraríamos, gracias al pamplonica, de que casi todo el albergue -de tres planta y 130 plazas-, para celebrar la reaparición de la mochila, se había ido a celebrarlo, tomando al asalto una tasca típica, y dando buena cuenta de la producción de vinos de la tierra. Una lástima habérnoslo perdido.

Resumen de la etapa:

  • Recorrido previsto: Sarria – Palas de Rey
  • Recorrido realizado: Sarria – Melide
  • Distancia indicada en la guía: 64’5 km.
  • Distancia marcada: Aprox. 70 km.
  • Comida en: Portomarín, bocatería cercana al albergue de peregrinos. Aceptable
  • Cena en: Melide, Pousada “Chiquitín”. Excelente y barato
  • Albergue: Melide. Bien equipado, aunque algo antiguo
  • Notas: Cambio de pastillas de freno por desgaste. Taller de reparaciones en Portomarín. 12€
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Comentarios de los lectores

  1. |

    deseo preguntar si en julio hay menos posibilidades de lluvia.
    tambien preguntar el precio de los albergues y en su caso el costo de paraderos u hoteles de dicha ruta si es posible-
    pretendemos realizar la ruta de ustedes por considerarla no muy larga ya que iremos desde guadalajara mexico un grupo de jovenes entre l6 y 20 años y su servidor que soy tio de la mayoria tengo 56 años y no encanta pasear en bicicleta. por cierto en nuestra ciudad los domingos de las 8 a las l4 hrs algunas avenidas son exclusivas para ciclistas

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  2. |

    [...] esta entrada en respuesta al comentario que hizo Miguel Ángel González, lector y amigo mexicano. En principio iba a escribirle un simple comentario de respuesta, pero [...]

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  3. |

    Hola Miguel Ángel, como puedes ver, te he contestado en un artículo aparte, ya que el comentario de respuesta me estaba quedando un poco largo. Espero que te sirva de utilidad, y si puedo ayudarte en alguna cosa más, no dudes en ponerte en contacto conmigo dejando otro comentario.

    Un saludo.

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  4. |

    [...] un lugar que ya conocía, de haber cenado allí con Fran en 2007, durante nuestro recorrido en bici por el Camino Francés. En el hotel nos vimos abocado a una dura prueba: nuestra habitación se encontraba en la tercera [...]

    Responder a este comentario

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