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14 nov 20 Camino del Cid 2019: Prólogo (01-02/VI/2019)

Esta entrada es la parte 2 de 7 de la serie Camino del Cid 2019

Nuestro comienzo del Camino del Cid estuvo precedido de un viaje que, de por sí, merece ser narrado. Ya he comentado la planificación que habíamos establecido, pero vale la pena refrescarla: por mi parte, tendría que viajar desde Sevilla a Córdoba, para allí unirme a mi padre, y viajar ambos hasta Cella. Allí haríamos noche en una casa rural, y empezaríamos a rodar el 3 de junio. Una vez finalizado nuestro viaje, el día 6, volveríamos esa misma tarde en tren regional hasta Cella, donde habríamos dejado el coche, para volver a Córdoba el 7.

Con este plan, salí de Santiponce en la sobremesa del día 1, para coger el cercanías en la estación de Valencina-Santiponce, y en Santa Justa tomar el tren regional hasta Córdoba. Siempre hay un punto de incertidumbre en este tipo de trasbordos, ya que te arriesgas a que algún retraso en los trenes implicados pueda dar al traste con los planes establecidos, pero en este caso tengo que decir que los trenes cumplieron con lo que de ellos se demandaba. Incluso ahora, que es necesario hacer una reserva previa para el transporte de bicicletas, y cuyo número está muy restringido por convoy. Todo fue como la seda, y el viaje hasta Córdoba fue muy agradable, excepción hecha del calor que empezaba ya a azotar ambas ciudades.

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La situación empezó a torcerse al poco de llegar a Córdoba. Tenía una cierta desconfianza en la llanta trasera que montaba en la Fuji. Era una llanta que había desechado en el pasado, merced a una insólita fragilidad en los radios de la misma, que tendían a saltar a la mínima de cambio, y que precisamente en etapas de alforjas me las había hecho pasar canutas. Y no había hecho sino rodar un poco en subida, en la Cuesta Negra, cuando escuché un clang terriblemente familiar: el de un radio rompiéndose. Y como no tardé en confirmar, por la parte de la corona. Estaba claro que esa llanta no iba a aguantar. Así que no me quedó más remedio que hacer un viaje de urgencia a una tienda de bicicletas para conseguir una nueva llanta, seguido de una sesión de ajuste de frenos y cambio de cubiertas. Desde luego, algo así era mejor que pasara al comienzo del viaje, que más tarde, pero no se trataba, ni por asomo, de un buen augurio.

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Solventado el problema, y tras una buena cena, nos preparamos mi padre y yo para el viaje que teníamos al día siguiente: unos 570 kilómetros de coche entre Córdoba y Cella. Salimos al filo de las 9 de la mañana, y condujimos hasta Manzanares por la A-4, para llí tomar la A-43 hasta su confluencia con la A-3 en las cercanías de Tébar. Un viaje agradable y con poco tráfico a través de Andalucía y La Mancha. La dinámica cambió un poco al tomar la A-3, ya que se notó una importante incremento de tráfico en sentido a Valencia. Se notaba que estábamos en fin de semana y en período vacacional. Continuamos por la autovía, entrando en Valencia por la zona de las impresionantes Hoces del Cabriel. Dejamos esta carretera y tomamos la N-330 a la altura de Utiel. Una Nacional con un excelente trazado y firme en los primeros kilómetros, pero que poco a poco fue cambiando su fisonomía, a medida que entrábamos en el Sistema Ibérico.

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Paramos a almorzar en Ademuz, exclave valenciano entre Castilla-La Mancha y Aragón, en una zona de esparcimiento junto al río Turia. Muy agradable, pero con muchas semillas de álamo volando por la zona en esa jornada, que cubrían el suelo de blanco, en una suerte de nevada fuera de temporada. Sin mucho más trámite, más allá de un café, continuamos con nuestro viaje, que se seguía adentrando en el Sistema Ibérico, por el valle excavado por el Turia en la dura roca. El paisaje seguía cambiando, y la carretera, ahora unida a la N-420, seguía haciéndose más sinuosa, y pegada a unos impresionantes cortados en la roca, que en ocasiones obligaban a tender redes de mallazo para evitar la caída de escombros a la calzada. Suerte del poco tráfico existente, pues en esas circunstancias era imposible adelantar. No quedaba otra que disfrutar del paisaje, y tomárselo con calma. Nos preguntábamos cómo tendría que ser viajar por esa zona en pleno invierno, con nevadas como las habituales por esa zona.

Tras llegar a Teruel, nos dirigimos a la cercana Cella por la N-234. Descargamos nuestro equipaje en la casa rural La Posada de Clotilde, donde habíamos reservado para esa noche, y para la vuelta desde Valencia, y que para nosotros contaba con la gran ventaja de que dispone de un aparcamiento privado donde podríamos dejar el coche durante toda la semana. Aunque, como descubrimos, la tranquilidad de Cella lo hacían completamente innecesario. La casa rural era tremendamente agradable y acogedora, así como su responsable. No puedo menos que recomendarla.

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Tras un rato de descanso, nos decidimos a hacer un poco de turismo por las cercanías. Y la decisión de a dónde ir estaba más que clara: la cercana Albarracín, por mérito propio declarada en sí misma Monumento Nacional desde el año 1961. Y hay que decir que no desmerece dicha calificación. Salimos de Cella para tomar la carretera de Albarracín, que transcurre junto al cauce del río Guadalaviar. De nuevo un precioso recorrido por zona de ribera y valle cerrado, rodeado de un impresionante sistema montañoso. Pero lo que pensábamos que iba a ser un viaje sin más hasta Albarracín pronto se vio interrumpido con algo que no esperábamos encontrar en absoluto: un acueducto. Romano, para más señas. Y excavado en roca viva. Demasiado tentador como para dejarlo pasar sin más.

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Paramos el coche y nos aprestamos a recorrer parte del trazado del acueducto. Se trataba del acueducto de Albarracín-Cella, de 25 kilómetros de recorrido, y que condujo las aguas del Guadalaviar hasta la cercana Cella desde el siglo I d.C. hasta mediados del siglo XII. Lo característico de este acueducto, y lo que lo hace verdaderamente espectacular es que gran parte de su trazado se encuentra excavado en roca viva, con respiraderos laterales en la montaña. No hay que esperar grandes arcadas estilo Acueducto de Segovia o similar, pero no por ello deja de ser digno de admirar, ni mucho menos.

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Estuvimos durante un rato recorriendo la sección de la Galería de los Espejos, llamada así por los respiraderos que permiten visualizar el valle en determinadas zonas (specula, atalaya de vigilancia), antes de volver al coche, y continuar el viaje a Albarracín. Pero no tardamos mucho en detenernos de nuevo, ya que no tardamos en encontrarnos con el Castillo de la Santa Croche, creado precisamente para controlar y proteger el suministro de agua del acueducto.

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Pasado el castillo de Santa Croce, por fin llegamos a Albarracín. Y como decía antes, no desmerecía en nada su bien ganada fama. Un pueblo medieval, bien mantenido, mejor cuidado, encaramado en un cerro junto al que por tres de sus lados transcurre el río Guadalaviar, y al que el cuarto protege una fabulosa fortificación medieval que trepa por la montaña. Y todo eso coronado por un castillo, junto al cual se alza una catedral. Una maravilla entre las montañas.

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Estuvimos un rato paseando por el pueblo, calle arriba y calle abajo, con una parada en la oficina de turismo, donde nos dieron abundante información del pueblo, y la primera de las chapas del recorrido. Y es que, como complemento al recorrido en sí, los municios adscritos al Camino del Cid entregan a los viajeros unas chapas identificativas de los lugares por donde has pasado y sellado el salvoconducto. Un detalle que nos daría bastante diversión a lo largo de nuestro viaje.

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Como decía, estuvimos buena parte de la tarde recorriendo Albarracín, y contemplando las vistas del pueblo.

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Desde lo alto de la Catedral bajamos hasta el cauce del río, que cruzamos, y estuvimos desandando el camino hasta llegar de nuevo a la oficina de turismo.

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Era hora de volver a Cella. Recorrimos la carretera de vuelta hasta nuestro inicio de etapa, para hacer noche en el pueblo. Cella es también digna de visitar, y destaca, aparte por su famoso canal, por su aún más conocida Fuente. Se trata, en realidad, de un gigantesco pozo artesiano por el que desaguan gran parte de las aguas subterráneas de los sistemas montañosos circundantes. Tiene a gala haber sido creada por los Templarios en el siglo XII, y en parte explica el abandono del primitivo acueducto romano.

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Tras dar una vuelta por el pueblo, empleamos el resto de la tarde en cenar en un bar junto a la Fuente donde, aparte de degustar la primera cerveza Turia del recorrido, fuimos devorados por inmisericordes mosquitos. Y es que eran grandes como aviones, y voraces como langostas.

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Ya caída la noche, volvimos a la casa rural. Para ser verano hacía algo de fresco, por lo que no quisimos imaginar cómo sería el clima en pleno invierno. Echamos pronto el cierre, en mi caso tras algo de lectura escogida.

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Quien quiere ir conmigo çercar a Valencia,
todos vengan de grado ninguno no ha premia,
tres días le speraré en Canal de Çelfa.

Esto dixo mio Çid el Canpeador leal.
Tornávas a Murviedro, ca él ganada se la á.
Andidieron los pregones, sabet, a todas partes,
al sabor de la ganançia non lo quieren detardar,
grandes yentes se le acojen de la buena cristiandad;
creciendo va riqueza a mio Çid el de Bivar;
Cuando vio las gentes juntadas, compeçós’ de pagar
Mio Çid don Rodrigo no lon quiso detardar,
adelinó pora Valencia e sobr’ella se va echar.

En pocas horas estaríamos empezando nuestro viaje a Valencia.

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09 nov 20 Camino del Cid 2019: Introducción

Esta entrada es la parte 1 de 7 de la serie Camino del Cid 2019

Quien conmigo quisiera venir para cercar a Valencia (…) sepa que le esperaré tres días en el Canal de Cella

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A principios del mes de julio de 2019 mi padre y yo recorrimos en bici el recorrido entre Cella (Teruel) y Valencia, siguiendo el trazado del Camino del Cid. Era éste un recorrido que llevaba casi quince años queriendo recorrer, camino que sigue las andanzas del gran héroe castellano, uno de los grandes personajes que se alza entre la historia y la leyenda, y que es en parte mito fundacional de la Corona de Castilla y, por ende, del concepto de España.

Es, sin embargo, el Cid un personaje histórico, al que grandes literatos como Menéndez Pidal dedicaron su vida, y al que se le puede seguir la pista con razonable exactitud histórica, a diferencia de otros personajes medievales. Fruto de esta capacidad de ser seguido, plasmada en una serie de documentos, cantares, y leyendas, se diseñó a principios del Siglo XXI un recorrido que une Burgos con Valencia, además del gran cantidad de sitios históricos relacionados con el Cid. Tuve conocimiento de este recorrido en torno a 2006, y desde entonces estuve soñando con poderlo recorrer. Tendrían que pasar 13 años hasta poder realizarlo.

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Es costumbre de mi padre y mía dedicar a finales de primavera o principios de verano algunas jornadas para hacer un viaje juntos. Por lo general habíamos realizado distintos trazados del Camino de Santiago. Pero para el primer recorrido tras mi vuelta de Irlanda había pensado en realizar algo especial. No pudo ser algo que hiciéramos de inmediato, pero pronto tuve claro que el escogido sería el Camino del Cid. Faltaba por determinar el tramo. El punto de destino, cómo no, tenía que ser Valencia, pero no tenía claro el origen. ¿Burgos? Ojalá, pero hubiéramos necesitado muchos días. Al final la respuesta la dio el propio Camino, gracias a una estupenda herramienta para calcular trayectos en función de tu medio para recorrer el Camino del Cid, y tu disponibilidad. Teníamos cuatro jornadas. Y la respuesta fue Cella, punto de partida del recorrido denominado La Conquista de Valencia.

Cella, una pequeña población cercana a Teruel, y mencionada en El Cantar de Mío Cid con las palabras que abren este artículo. Una excelente opción. Nos permitía viajar desde la zona de Teruel (capital que sí conocía) atravesando la parte sureste del Sistema Ibérico, descender hasta Sagunto, y desde allí enlazar con Valencia, todos estas zonas desconocidas para mí. Y como guinda del pastel, recorriendo dos trazados de vías verdes: la de Ojos Negros y la de Xurra. La primera de ellas un impresionante recorrido por un antiguo ferrocarril minero, desde la mina de hierro más importante de Europa, y la segunda, un precioso recorrido por la huerta valencia, entre campos de naranjos, verduras y… chufas. Algo a lo que no podía resistirme.

Determinamos empezar nuestro recorrido el 3 de junio de 2019, y contar con algunas jornadas adicionales para los desplazamientos. Finalmente, el plan de viaje escogido fue salir de Córdoba el 2 de julio, y dirigirnos a Cella en coche. Allí nos hospedaríamos en una casa rural durante una noche y donde el coche nos esperaría hasta nuestra vuelta. Viajaríamos durante 4 jornadas hasta Valencia, para volver en tren regional hasta Cella (donde hay parada de tren), volver a hacer noche en la casa rural, y posteriormente volver a Córdoba. Un plan redondo. Y que, en mi caso, implicaba a mi vez viajar el 1 desde Sevilla a Córdoba en tren.

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En cuanto a nuestras monturas, escogimos lo siguiente: mi padre su por entonces flamante bicicleta de montaña eléctrica, que le permitía rodar con alegría en cualquier tipo de trazado, como los que nos íbamos a encontrar: vía verde, carreteras secundarias, algún que otro puerto de montaña y algo de pista. Por la mía, mi vieja y querida Fuji Sundance SE, cuyo cuadro rajado hacía no demasiado tiempo que había hecho restaurar, y que había equipado para ciclismo urbano, a fin de utilizarla en mis desplazamientos al trabajo.

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Sin embargo, sobre este punto de partida hice un par de modificaciones. Sabiendo lo que se me venía encima, reemplacé la corona de piñones de ciudad, un grupo de carretera adecuado para rodar rápido y bien, por la corona XT de montaña. Con el único plato de 48 dientes, y sabiendo que había que superar puertos de montaña, consideré necesario disponer de un poco de ayuda a la hora de subir. Nunca podré dar suficientes gracias por haber realizado dicho cambio. Y el segundo, sustituí el sillín Selle de carretera por uno de gel de cicloturismo. Nunca podré lamentarlo lo suficiente. Y es que, si en el Camino de Santiago se dice que nunca has de estrenar botas para recorrerlo, tendría que haber imaginado que algo similar se ha de tener en cuenta en el caso de los sillines. Pero no adelantemos acontecimientos.

Esta es la introducción de las jornadas que vivimos recorriendo el fascinante trayecto del Camino del Cid: La Conquista de Valencia.

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28 sep 19 Tapa de biela estilo Half-Life 2

Y seguimos con la secuencia de artículos sobre bicis e impresiones en 3D. En este caso le vuelve a tocar a la Fuji urbana. En realidad, se trata de un pequeño fleco que quedaba pendiente de los arreglos que le estuve haciendo a la bici en relación a las bielas para las que tuve que hacer la primera de las impresiones en 3D. Como comentaba en ese artículo, había tenido una serie de problemas en el viaje de alforjas del Camino del Cid (otra pista más), que tuvo dos resultados: uno a corto plazo y otro a largo. El corto: acabé en Alboraya con la biela en el suelo, que tuve que atornillar como buenamente pude, y que me trajo por la calle de la amargura hasta que conseguimos llegar a Valencia. Y el largo: que perdí la tapa de la biela que cierra la transmisión.

Transmisión de bicicleta. En rojo, la pieza perdida

Transmisión de bicicleta. En rojo, la pieza perdida

No es que fuera un gran problema, es básicamente una pieza decorativa, pero no me acababa de gustar el dejar la pieza tal cual. El problema es que la transmisión es una pieza bastante particular que compré por Aliexpress, y que no tiene unas dimensiones estandarizadas, por lo que las tapas de Shimano o XRAM no eran compatibles. Pedí unas tapas de sustitución al fabricante, pero las que me envió (gratuitamente, eso sí) no eran del mismo modelo. Así que lo dejé pasar durante un tiempo. En realidad, lo dejé pasar hasta que vi que los arreglos explicados en el artículo anterior eran satisfactorios. Y de hecho, lo son: con la nueva ubicación de las bielas gracias a los espaciadores, y unos tornillos de ajuste nuevos (ya que los antiguos tenían las cabezas pasadas de tanto forzarlos) no he vuelto a tener problemas con las bielas, y tras más de un mes de uso se mantienen correctamente en su sitio. Por tanto, había llegado el momento de solucionar la carencia de la tapa de la biela.

En este caso, la cosa iba a ser un poco más complicada: la tapa de la biela va atornillada al eje pasante, por lo que en principio tendría que imprimir la pieza con el diámetro y el paso de rosca adecuado, lo que podía traer bastantes dolores de cabeza. Así que opté por un planteamiento distinto: al ser una pieza meramente decorativa, en vez de hacer una pieza atornillada iba a hacer una pieza insertada a presión. Básicamente, como las tapas de los puños del manillar. Así que busqué un modelo 3D de una de esas tapas, y realicé los ajustes para adaptarlo a las dimensiones de mis bielas.

…además de un pequeño toque para incluir un logotipo de mi videojuego favorito desde hace ya la tira de años: Half-Life 2. Así que tras diseñar, imprimir y pintar en negro la tapa, ésta ha quedado como sigue:

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¡Ahora, a rodar mucho con ella! :D

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22 ago 19 Mis primeras piezas para la bici creadas con impresora 3D

Sí, tengo una impresora 3D. Hace algunas semanas me compré una impresora 3D, después de estarlo rumiando durante meses, a raíz de que en el trabajo compráramos un brazo robótico, que tuviera como una de sus funciones la impresión 3D. El caso es que el robot es una maravilla en general, pero a la hora de imprimir no es que destaque precisamente. Hasta ahora he estado usando la impresora 3D principalmente para temas de domótica (y que requieren otro artículo aparte) además de para algunas pequeñas figuras, soportes, etc… Pero ayer llegó el tema del ciclismo. Hace ya algún tiempo puse de nuevo en servicio el viejo cuadro de la Fuji como bici urbana, principalmente para ir y venir del trabajo, si bien con algunos cambios sutiles: transportín y alforjas, horquilla rígida, cubiertas lisas, corona de 9 piñones de carretera, manillar de paseo… y un monoplato de 48 dientes. Que como idea está bastante bien, pero que me ha traído bastante de cabeza.

Fuji en modo urbano

Fuji en modo urbano

El principal problema es que cuesta un poco adaptar un eje de pedalier y plato monstruoso, pensados para una bicicleta de pista, a un cuadro de bicicleta de montaña, ya que este último tiene la irritante tendencia a pegar con las vainas inferiores del cuadro. En su momento lo solucioné poniendo más espaciadores en el lado del plato, con lo que conseguí evitar que los dientes del plato dieran en el cuadro, pero generé un nuevo problema, y es que la biela contraria tiene una irritante tendencia a soltarse. De hecho, esto provocó que a punto estuviera de no poder terminar el viaje de alforjas de este año entre Teruel y Valencia (pero de nuevo, esta es otra historia, y deberá ser contada en otro momento). Ayer, dándome ya por vencido, llevé la bici a un taller en Sevilla, y si bien no me pudieron solucionar el problema, me dieron una pista para solucionarlo: el problema es que el pasante del eje del pedalier en el que se atornilla la biela quedaba demasiado adentro, y era necesario que quitara algún espaciador del eje. Y para evitar que el plato tocara en el cuadro, que pusiera espaciadores entre el plato y la biela. Y es aquí donde entra la impresora 3D.

Espaciadores en eje y plato

Espaciadores en eje y plato

Mi primera idea era usar unas simples arandelas metálicas para dar más espacio entre plato y biela, pero no tenía ninguna de los diámetros (interno y externo) necesarios. Pero el problema gordo vino al aflojar el eje del pedalier: los espaciadores de plástico de fábrica estaban desintegrados. Se cayeron a pedazos en cuanto aflojé el eje. Y ahí, puestos a comprar unos simples espaciadores de plástico, me vino la inspiración. ¿Por qué no crearlos en la impresora 3D? Total, peores que los que venían originalmente no iban a ser. Dicho y hecho. En un rato tenía diseñados los espaciadores a medida, y no tardé mucho más en imprimirlos. Ajustados a la décima de milímetro. Y en blanco, eso sí. Ahora a ver cuánto duran. :mrgreen:

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14 feb 16 Fuji urbana

Esta tarde he realizado una pequeña adaptación urbana en la Fuji:

Fuji urbana

Fuji urbana

He montado cubiertas lisas de 26×1.5, transportín y, sobre todo, engrasado especial para soportar el invierno dublinés y el salitre de las calles -sobre todo, esto último-. A esto habría que sumarle unos guardabarros, pero no ve a llegar a tanto la cosa. :)

La razón es que tengo un radio roto en la plegable, que me ha obligado a pasar por el taller, y hasta el martes no tendré los radios nuevos.

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