El 13 de enero realicé la primera etapa del año en Sevilla. Se trató de una pequeña etapa exploratoria, que, pese a todo, dio mucho de sí, aunque por lo general para mal. Para empezar, la etapa la empecé cruzado: al ir a coger la bicicleta de la cochera, no fui capaz de encontrar la llave del candado, hasta que caí en la cuenta de que estaba en la guantera del Alfa, que se encontraba aparcado en mi plaza de garaje en el trabajo. Así pues, no me quedó más remedio que tirar de la vieja Conor que utilizo para hacer rodillo. Una bici descrita en alguna ocasión como carne de perro: completamente rígida, con unos 18 años a sus espaldas, plato grande de 44 dientes, una corona de 7 piñones, y frenos cantilever. Una auténtica delicia.
Empezamos la etapa algo tarde, al filo de las 9:30h. Salimos en esta ocasión a rodar Miguel, Sergio, Ricardo y yo. Y si yo había empezado mal la etapa, Miguel no tardó en añadirse a la lista de infortunios: apenas salir, en plena subida por un olivar, clavó la rueda, por culpa del barro, en una rodera, lo que lo hizo salir despedido por encima del manillar y dar de cara en el suelo. Por fortuna el incidente apenas se saldó con la nariz hinchada y el labio roto por el interior de la boca lo que, para lo que podía haber sido, fue bastante poco. Aun así, Miguel decidió continuar. Yo, por el camino, había descubierto algo sumamente interesante, y era que a la lista de problemas de mi bici había que añadirle otro: las pastillas de freno estaban cristalizadas, por lo que su capacidad de frenado era puramente testimonial. Y eso, con un descenso por trialera por efectuar, era algo sumamente tranquilizador.
Dejamos atrás infortunios y trepamos por la trialera del Camino de Santiago. Gracias a unas recientes lluvias, las mismas que habían hecho que hubiera barro en el olivar, el tramo de la trialera se encontraba en un estado de firme excelente: la tierra se encontraba compactada, pero sin llegar a estar pegajosa. Magnífica para rodar. Terminamos de ascender la trialera y llegamos a la pista que lleva a la carretera de Castilblanco. Desde allí, en vez de girar a la derecha, lo hicimos a la izquierda, siguiendo las marcas blancas y verdes que, según declaraba el ayuntamiento de Castilblanco en su web, habrían de conducirnos hasta un mirador sorbre el embalse de Gérgal y, probablemente, a una pista que llevara de vuelta a Guillena. Sin embargo, a donde nos llevó fue a una enorme cancela plantada en mitad del camino. Eso sí, ya en descenso, y con una prometedora visión del embalse, que apenas podíamos tocar con los dedos. Una gran decepción.
Volvimos sobre nuestros pasos, y decidimos subir hasta Castilblanco. Llegamos por carretera sin novedad, y disfrutamos de un pequeño tentempié antes de afronar el tramo final de la etapa: una bajada por carretera hasta la Trialera, y por último el descenso por ésta. Fue una bajada interesante con la Conor: un poco más y se me aflojan los empastes al descender con la rígida sin apenas capacidad de frenado. Como elemento pintoresco, nos encontramos con el camino casi bloqueado por unas vacas, así que aprovechamos la ocasión para echarnos unas fotos.
Los datos de la etapa son los siguientes:
Y aquí está el enlace al recorrido de la etapa: Guillena – Castilblanco de los Arroyos
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