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10 dic 20 Camino del Cid 2019. Etapa 4: Sagunto – Valencia (06/VI/2019)

Esta entrada es la parte 6 de 7 de la serie Camino del Cid 2019

La última etapa de nuestro Camino del Cid la empezamos con algo de retraso con respecto a lo habitual: y no era para menos, ya que teníamos por delante la etapa más corta y sencilla de todo el trayecto, pero la que nos permitiría hacer algo de turismo, ya que teníamos en nuestro viaje nada menos que Segunto y Valencia, dos de las ciudades más importantes del Levante, cada una por méritos propios.

Y precisamente con la idea de hacer algo de turismo en mente salimos del hotel sobre las 8:45h. No tenía sentido salir más temprano, ya que ni el Teatro Romano ni el Castillo abrían antes de las 10:00h.

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Dejamos atrás Canet, y remontando el cauce del río Palancia, cruzamos de nuevo hasta Puerto de Sagunto, para desde allí subir hasta la inmortal Sagunto. Excusa por la que Roma y Cartago combatieron a muerte en la II Guerra Púnica, con Aníbal cruzando los Alpes con sus elefantes, que aterrorizarían a Roma durante años, la ciudad se alza en una cresta rocosa, donde se amontonan los restos iberos, romanos, musulmanes y cristianos, que se pueden conocer en tres ubicaciones concretas: Teatro, Castillo y Museo.

En nuestro caso, nos encaminamos en primer lugar a la oficina de turismo, donde conseguimos un nuevo sello en el salvoconducto, y una nueva chapa para la colección. Desde allí subimos hacia el Teatro y el Castillo. Imposible perderse: se sube por la Calle del Castillo.

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La subida hasta el Teatro es criminal, pero vale la pena el esfuerzo. Nosotros llegamos pronto, antes de la apertura, y nos tocó esperar un poco.

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Dado que no teníamos nada donde atar las bicis (ni con qué) no hubo otra que hacer la visita por turnos. El Teatro Romano de Sagunto sufrió hace algunos años una polémica restauración, pero que no por polémica permite entender de manera clara las dimensiones reales de un teatro romano, cosa que muchas veces se nos escapa (salvo en sitios concretos como Mérida o Santiponce) ya que por lo general se conservan sólo las gradas, pero no el escenario. En este caso era así, pero -merced a la restauración comentada- se reconstruyó el fondo escénico. Una vista impresionante.

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Después del teatro, como no podía ser menos, tocaba el castillo. Si ya la subida al teatro había sido criminal, la del castillo fue matadora. Desde el mar -0 metros- hasta Sagunto -45 msnm- habíamos subido de manera suave, pero de ahí al teatro -82 msnm- y al castillo -125 msnm- tuvimos que salvar rampas de más del 15%, y encima por adoquín. Determinados tramos tuve que hacerlos haciendo eses. Para echar el bofe.

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La visita al castillo no desmerece, pero por nuestra parte de nuevo nos tocó hacerla por turnos, y por desgracia apenas pudimos visitar una pequeña parte. El tiempo empezaba a apremiar. Aun así, es altamente recomendable, y valía bien mucho el esfuerzo de la subida.

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Dejamos atrás el castillo y el teatro, y nos internamos por la judería de Sagunto, callejeando un poco por ella, antes de dirigirnos al museo arqueológico. De nuevo, dos visitas que vale la pena hacer con tiempo, algo de lo que nosotros empezábamos a carecer.

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Una vez salimos del museo, tomamos rumbo sur con dirección a Puzol. Nos separaban 25 kilómetros de Valencia, que íbamos a recorrer por una nueva vía verde, abandonada ya nuestra querida Ojos Negros: la Vía Verde Xurra. Esta vía verde, el tercero de los trazados ferroviarios que atravesaban la huerta norte valenciana (junto con el FGV y el de RENFE) fue desmantelado por la competencia de estos dos trazados, y convertido en una estupenda vía verde, casi completamente rectilínea, que atraviesa naranjales y huertas, para llegar a Valencia, y que guarda algunos secretos interesantes.

Llegamos a Puzol sin mayor novedad, donde aprovechamos para comprar algo de lotería (huelga decir que no tocó), y desde allí tomamos nuestra vía verde. Un trazado excelente, y que tiene la particularidad de pasar por lugares cidianos bastante señalados, como El Puig, que hizo varias veces de cuartel general del de Vivar en varias de sus algaradas. Pasamos rápidamente por diversos municipios, como La Pobla de Farnals, Massamagrell, Museros, Albalat del Sorells y Meliana, antes de llegar a Alboraya.

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Y me detengo aquí porque, poco antes de llegar a Alboraya, tuvimos una sorpresa en forma de miliario romano. Reconstruido, claro. Y es que estábamos siguiendo el trazado de la Vía Augusta, que unía Cádiz con Roma, y que a día de hoy en buena parte de España se conoce como N-340. También fue en este punto donde tuve el primer incidente mecánico del viaje, y que a punto estuvo -5 kilómetros de nuestro destino- de dar al traste con el viaje: se me soltó una biela del plato.

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Era este un fallo que venía experimentando desde que le pues el monoplato al cuadro de la Fuji: el problema de poner un monstruoso plato de 48 dientes, pensado para una bicicleta en pista, en un cuadro de MTB es que hay grandes posibilidades de que los dientes del plato rocen en las vainas del cuadro, como era mi caso. Para evitar esto, tuve que poner una serie de espaciadores en el eje del pedalier por la parte del plato, que hicieron que el pasante del eje no sobresaliera todo lo que debía por el otro lado del pedalier, y que la biela no se ajustara de manera adecuada. Como resultado, tenía que andar de cuando en cuando reajustando la biela y volviendo a apretar tornillos. Sin embargo, desde hacía algunos meses estaba bastante estable, y no había experimentado problemas. Pero estaba claro que los brutales esfuerzos del puerto de Arenillas y de la subida al castillo de Sagunto habían reavivado el problema. Lo malo es que necesitaba apretar con enorme fuerza los tornillos de la biela para poder asegurarla, usando para ello una llave de carraca. Y conmigo no tenía más que una triste allen de mi kit de herramientas. Iba a ser complicado. Apreté todo lo que pude, y crucé los dedos para que la biela aguantara en su sitio todo lo que pudiera. Que por desgracia, no iba a ser mucho.

Pero habíamos llegado a Alboraya, a las puertas de Valencia. Nuestro viaje llegaba a su fin, pero antes de dirigirnos a la joya de la corona del Cid, no podíamos menos que hacer una parada con la que llevaba tiempo relamiéndome: la horchatería Daniel, una de las más afamadas de Valencia, que cuenta a Salvador Dalí o Rafael Alberti como algunos de sus más ilustres visitantes. Y donde nos íbamos a hinchar a horchata y fartóns, por recomendación de mi gran amigo Carlos Navarro.

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Tras esta estupenda parada, seguimos camino de Valencia. No tardamos en entrar en el extrarradio de la ciudad, si bien en mi caso con problemas en la biela, que no dejaba de aflojarse, y que me obligaba a recolocar a pataditas en su sitio. Absurdo esfuerzo, pero a esas alturas no nos íbamos a parar a buscar una tienda de bicis. Entramos en la ciudad por las avenidas de Cataluña y Aragón, por las que desembocamos en el viejo cauce del Turia. Allí era tentador entrar en la ciudad, y dirigirnos rápidamente a la Catedral, pero en su lugar, hicimos algo mejor: remontamos el viejo cauce, convertido hoy en día en un estupendo parque urbano, hasta llegar al Puente de los Serranos, y la espectacular Puerta que flanquea la entrada a la ciudad. Habíamos cumplido nuestro objetivo. Valencia era nuestra. Apenas unos segundos antes de las dos de la tarde. Habíamos concluido nuestra Conquista de Valencia.

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Entramos en el casco viejo de Valencia, y nos encontramos con una riada de gente. Principio de verano y una temperatura estupenda, por lo cual era algo de esperar. No tardarmos en llegar a la cercana Catedral, con su archifamoso Miguelete:

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Desde allí, no tardamos en encaminarnos al ayuntamiento, donde teníamos que obtener el último de los sellos de nuestro salvoconducto. Hasta allí nos guio amablemente un cartero, que -cosas de la vida- había hecho la mili en Cerro Muriano, y que nos conoció el acento. Además de guiarnos, nos recomendó encarecidamente visitar la Oficina Central de Correos, una auténtica preciosidad.

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Y ya en el Ayuntamiento (que tampoco desmerece) conseguimos el tan ansiado sello, y la última de nuestras chapas. Allí nos atendió una chica -qué cosas- también con lazos familiares con Córdoba, a donde quería desplazarse para trabajar de guía turística.

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Con el objetivo cumplido, nos quedaba algo de tiempo -no mucho- para visitar el centro de la ciudad, antes de tener que embarcar en el tren camino de Cella. Y es que nuestro recorrido tenía una ventaja: teníamos un tren directo, que pasando por Sagunto y Teruel, nos devolvía a Cella, nuestro punto de partida.

Almorzamos en una bocatería cercana al ayuntamiento (lástima de no disponer de mucho tiempo para degustar una paella o un arroz del señoret como bien se merecía), y luego volvimos a dar un paseo en torno a la catedral…

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…antes de encaminarnos a la preciosa Estación del Norte, que irónicamente está al sur del casco antiguo. En fin.

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Allí esperamos tranquilamente la salida de nuestro tren, no sin antes tener un absurdo problema en mi objetivo de comprar mi propio billete de tren de Córdoba a Sevilla con bicicleta, y que fue imposible de tramitar en la estación, ya que al parecer ese tipo de billetes -media distancia de otra comunidad autónoma, pero de la misma compañía ferroviaria- no se pueden comprar, ni en ventanilla, ni con máquinas automáticas. Completamente absurdo.

Ya en el tren, nos acomodamos para un tranquilo viaje que nos habría de llevar de vuelta a Sagunto, para acto seguido, continuar a Teruel. En la estación de Sagunto se nos unieron otros dos ciclistas, por lo que en un momento dado íbamos casi más bicicletas que personas en nuestro vagón, y que obligó a algunos malabarismos como los billetes al revisor, ya que -en teoría- sólo se permiten 3 bicicletas por convoy.

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Al llegar a Teruel, parada anterior a nuestro destino, conocimos a a Pedro, un trabajador de Adif, y que vive en Cella. Nos dio conversación al vernos con las bicis, ya que también era ciclista. Nos comentó algunos aspectos curiosos sobre la vía verde de Ojos Negros, y el estado del ferrocarril minero restante en la propia mina. Y así, de palique, llegamos a la estación de Cella. Continuamos con Pedro, conversación va y conversación viene, hasta llegar a Cella, donde nos ya nos separamos. Y así, casi sin pensarlo, llegamos de nuestra a nuestra casa rural.

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Tras unas duchas y un poco de descanso, nos dirigimos al bar junto a la fuente de Cella. Para nuestra suerte, en los días transcurridos desde nuestra partida habían fumigado el pueblo, y no tuvimos que sufrir -al menos, no tanto, los voraces mosquitos de la zona-. Y de esa manera, pudimos disfrutar más a gusto de una estupenda cerveza, como la que nos tomamos la víspera de la partida.

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Una Turia. Por supuesto. Una estupenda manera de cerrar el círculo.

Datos de la etapa

Distancia: 45’979 km
Distancia (según el GPS): 45’98 km
Altitud ascendida: 287 m
Tiempo de etapa: 2:48:49
Tiempo desde el inicio de la etapa: 5:34:00
Calorías consumidas: 1945 kcal

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