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27 ago 10 Mapa de Córdoba de 1853

Hace poco estuve buscando cierta información cartográfica para documentar algunas etapas ciclistas, y por casualidad llegué a una página de la Biblioteca Nacional en la que proporcionan el siguiente mapa de la provincia de Córdoba del año 1853, grabado por Alabern Casas y Mabón:

Mapa de Córdoba de 1853

Mapa de Córdoba de 1853

El mapa es ciertamente interesante, pese a que la forma de la provincia tenga poco que ver con la real. Aun así, permite conocer grafías y nombres antiguos de las poblaciones de nuestra provincia. Me llama especialmente la atención Villafranca de las Abujas, nombre por el que conoció durante un tiempo a Villafranca de Córdoba merced a la existencia de una fábrica de agujas en el municipio, y que -según me comenta mi madre- era utilizado aún por sus tíos cuando ella era una recién licenciada que tuvo que impartir clases durante unos años allí. Además, proporciona una información bastante interesante sobre altiguos caminos y sendas, por lo que su valor para realizar recorridos por viejas pistas y recuperar caminos públicos es bastante elevado.

Llegué a este mapa a través del portal DigMap, que proporciona acceso a cartografía antigua de diversas fuentes, entre las que destacan gran cantidad de bibliotecas nacionales europeas.

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24 jun 09 Planificación de etapa a Cardeña (07/09/2002)

Nota: Esta va a ser la primera entrada recuperada en el ámbito de “Are you from the past?“. Por lo demás, no ha sufrido ningún cambio con respecto a cuendo fue publicada, salvo la corrección de los enlaces correspondientes a las imágenes mostradas que, por lo demás, son las mismas.

(Esta etapa aún no se ha realizado. Sin embargo, está ya por entero planificada. La crónica que aparece a continuación es la del viaje previo que hice en coche por el trazado a seguir. Por ello considero que merece ser incluido en la sección, ya que es sumamente detallado.)
Córdoba, 7 de Septiembre de 2.002.

Poneos en situación: sábado, 7 de septiembre, un poco antes de las diez de la mañana. Un chalet adosado en una zona residencial de Córdoba. Blanco, tejas rojas, con jardín pequeñito delante.

Fijaos en la fachada. A la izquierda, en la planta superior, se ve una ventana con una cortina de láminas de color rojo. Introducios a través de ella. En un sofá-cama, hay un joven durmiendo. Un radio-despertador lleva ya un largo rato vertiendo el vitriólico contenido de las ondas en la habitación. Fernando Delgado, para ser exactos, aunque no venga a cuento.

Y, de repente, el joven abre los ojos. Se queda mirando el techo de la habitación durante unos momentos y, acto seguido, se levanta. Apaga la radio, se quita el pantalón corto de dormir, se muda de ropa interior, se introduce en unos vaqueros y una camiseta gris claro, uno de los últimos vestigios de un foro de empleo, y se calza unas zapatillas de deporte.

Entra en el cuarto de baño, se refresca la cara y, a continuación, vuelve a su habitación. De ella recoge las hojas del servicio geográfico del ejercito correspondientes a Montoro, Bujalance y Cardeña, unas gafas de sol, la cámara de fotos, documentación, móvil, llaves y un bolígrafo. Busca por un breve espacio de tiempo un cuaderno de notas y, al no encontrar ninguno, agarra una vieja agenda con sección para notas. Y, con un gesto de determinación pintado en el rostro, abandona la casa y se introduce en su coche.

Lo habéis adivinado. Ese soy yo.

Acaban de pasar las diez de la mañana, y estoy montado en mi coche camino de Adamuz. Cuando me he despertado, he sentido el irresistible, poderoso y definitivo impulso de comprobar el estado de la carretera Villafranca-Adamuz.

Sé que, dicho así, es una locura. Tal vez la explicación que voy a dar en las siguientes líneas no haga que cambiéis de opinión, pero al menos dejadme intentarlo. Llevo algún tiempo planificando una salida ciclista: Córdoba-Cardeña. Y uno de los posibles recorridos pasa por dicha carretera; carretera que no conozco nada más que sobre una carta, y en un perfil trazado con un programa informático. Y me gusta conocer con exactitud aquello que voy a recorrer en bici, para luego no llevarme sustos. Ése es el motivo. Creo que la cosa no mejora.

Son las diez y diez, y estoy en estos momentos en la glorieta de Carlos III. La cinta de Mikel Erentxun acaba de terminar de rebobinarse en el radiocasete del coche. Es una cinta de 60′. Me ayudará a medir el tiempo que voy a pasar en la carretera. Subo la joroba de Asland y tomo la ronda este. Abandono ésta en la salida hacia la antigua nacional IV, y viajo por ella en sentido Alcolea. Hay muy poco tráfico. Una mañana tranquila.

Al cabo de un rato llego hasta el desvío hacia el pantano de San Rafael de Navallana. Debo cogerlo, para, posteriormente, tomar la antigua carretera de Villafranca. La carretera del parque acuático. Y atomáticamente empiezo a tomar nota mental del trazado.

En puridad, aún no es necesario. Conozco esta carretera de las veces que he ido a El Carpio en bici, y de las veces que he ido al parque acuático. Pero aun así, tengo que hacerlo. Ésta es una carretera que va por las estribaciones de Sierra Morena. Este hecho marca de manera trascendental su trazado y sus características. Es un auténtico sube y baja, una “etapa pestosa”, como dicen los ciclistas profesionales. Por otro lado, el asfalto no está en demasiadas buenas condiciones. Asfalto viejo, fino, de ese que, cuando vas en bici, con gotas de sudor como puños cayendo por tu frente, te deslumbra cuando miras hacia delante, porque refleja el sol como si fuera un espejo. Y hace que maldigas el momento en que alguien te regaló tu primera bici.

Pero esta vez voy en coche.

Hay muy poco trafico, y eso me gusta. ¿Quién iba a querer tomar esta carretera, teniendo la autovía que te lleva a Villafranca en menos tiempo y con menos sustos? Lo que sí que hay son muchos ciclistas. Y eso me gusta. Hay un tramo intermedio en que la carretera mejora. Más amplia, dos carriles, asfalto contemporáneo. Ese tramo lo arreglaron hace ya algunos años. Pero al poco, de vuelta a lo mismo. Apenas me he cruzado con dos coches, un Volkswagen Golf blanco, y un Mercedes oscuro, al que un grupo de ciclistas hizo detenerse cuando iba a adelantarlos, porque yo venía de frente. Aquí los que mandan son los ciclistas.

Un poco antes de llegar al parque acuático se acaba el sube y baja, y la carretera se vuelve llana y recta. Incluso el asfalto mejora. Y un poco antes de llegar a Villafranca, la carretera torna a un suave y progresivo descenso. He llegado a Villafranca. Según la carta del ejercito, debo rodear el pueblo para tomar la carretera que conduce a Adamuz. Pero, antes de ello, me detengo en la gasolinera que hay a la salida del pueblo. Llevo algo menos de un cuarto de deposito de gasolina, y no quiero llevarme sustos. Le echo diez euros, lo que hace que la aguja indicadora llegue hasta el nivel de medio deposito. Hay una pareja alemana (lo sé por la matricula de la furgoneta) lavando su vehículo en la gasolinera. La teutona, rubia, delgada, joven y con aspecto cansado, me sonríe. Le devuelvo la sonrisa y me vuelvo a introducir en el coche. Y sigo el indicador que señala hacia Adamuz.

Al poco salgo de Villafranca. La carretera se ve en bastantes buenas condiciones. Asfalto nuevo, líneas aún bien marcadas. Y una carretera recta, muy recta, que apenas va describiendo una suave curva hacia la izquierda.Y, poco a poco, la carretera va haciéndose más y más empinada. Iquietantemente empinada. Varios carteles indicando obras y presupuestos de la Junta de Andalucía distraen mi atención de la carretera. El paisaje circundante se ve bonito, pinares, y vegetación mediterránea. Hay varios ciclistas ascendiendo penosamente por la carretera. Me cruzo con una cabeza de camión tractora. Da la sensación de que vaya a perder el contacto de las ruedas traseras con el asfalto, y caer de morro contra la carretera. La pendiente sigue picando hacia arriba, poniendo en aprietos a la mecánica de mi Ford Fiesta. Y, de repente, me encuentro con una señal que me advierte que en los próximos kilómetros estaré sometido a unas pendientes del 10%.

Sin embargo, hay algo que no encuentro. Pablo me había comentado que la subida hacia Adamuz por la carretera de la sierra era muy grato a la vista. Pero ahí no había sierra ni había nada. La carretera transcurría de manera casi permanente entre los terraplenes de los montes que fueron desmontados para hacer el nuevo trazado de la carretera. Era indudable que Pablo había pasado por ahí antes de que se operara semejante cambio. Aunque hay algo que me motiva a seguir esta carretera, y no es sino la existencia de un búnker de la Guerra Civil. Al parecer, puede divisarse a la derecha del primer puente, en el tramo de bajada.

A los cinco kilómetros de salir de Villafranca, llegué a la cima de la carretera. Desde ahí me esperaba un descenso hasta Adamuz, y una nueva señal me advertía de la existencia de un descenso con pendientes del 10%. Pero, a mitad del descenso, las obras de la carretera, que aún no se encuentra terminada, obligaban a desviarse por lo que supongo se trataba del antiguo trazado de la carretera. Y digo supongo porque la mayor parte del tiempo se trataba de un pedregal arrasado por los camiones de gran tonelaje. En breves momentos parecía que se volvía a un primigenio asfalto, pero no puedo confirmarlo. Sin embargo, en ese trazado alternativo el paisaje era bastante agradable. Ahí me crucé con otro coche, un Peugeot 206. Al poco, y tras pasar bajo el puente en construcción de la nueva carretera, fui devuelto al nuevo trazado, que ya no abandoné, de nuevo en fuerte bajada, hasta Adamuz, justo en cuya entrada había un acusado ascenso. Me detuve un momento en una calle de entrada al pueblo. Ya había cumplido. Había llegado a donde me proponía. Ya podía volver. Pero caí en el error de preguntarme “Bueno, ya he llegado hasta aquí. Pero en fin, ya da lo mismo seguir hasta el camino de atajo que hay cerca de Montoro, ¿no?” Efectivamente, ya puestos, y habiendo llegado hasta Adamuz, me daba igual seguir un poco más. Así que consulté la carta de Montoro, en la que sale parcialmente el casco urbano de Adamuz y la entrada de la carretera proveniente de Villafranca.

Veo que la carretera que tengo que tomar es la que va hacia Villanueva de Córdoba. Sigo la indicación correspondiente, y al poco, tras pasar junto al cementerio del pueblo, desemboco en una calle que bordea un paseo. Le pregunto a un anciano que se encontraba paseando, y que me indica que debo ir hacia la izquierda, y al encontrar la correspondiente indicación, girar a la derecha. Dicho y hecho, tomo una calle que sale en pendiente ascendiente del pueblo. De nuevo, la carretera es bastante mala, muy parcheada y estrecha. Pero en ella el tráfico es nulo. Al kilómetro de salir del pueblo, tengo que tomar un desvío que lleva hacia Montoro, que es mi objetivo.

Aunque parezca imposible, la carretera estaba aún en más precarias condiciones. Más estrecha y con el firme de peor calidad. El desvío era a mano derecha sobre un puente, y emprendía un suave ascenso por la sierra. Al poco dejaba de ser suave, y el asfalto seguía empeorando. Un poco después, emprendíamos el descenso, y de nuevo la subida. De nuevo trazado “pestoso”. Pero, eso sí, ni un alma en los contornos. Y un paisaje precioso. Cultivo de olivares en la sierra. Un trazado muy sinuoso y en continuo descenso me llevó a un pequeño puente sobre un arroyo, que no tenía indicación de su nombre. De nuevo, una subida, cada vez mas pronunciada. Una de las señales que indicaban precaución para los que pudieran venir en sentido contrario, rezaba que había sido impresa en el año 1.976. El estado de esa señal y de sus compañeras lo confirmaba sin posibilidad alguna de error. Crucé otros dos arroyos y al poco subí una pronunciada pendiente, justo en cuya cima había un desvío a mano derecha que no había que seguir, por lo cual seguí de frente. Tras cruzar otros dos arroyos, y por un trazado igualmente sinuoso y de continuas subidas y bajadas, desemboqué en una carretera que se encontraba en mejor estado. Algo más ancha, y con un mejor asfalto. Giré a la derecha, y seguí mi camino.

Sin embargo, no era una nueva carretera. En realidad, era la misma, según pude comprobar por los mojones kilométricos y la carta del ejército. Sólo que giraba a la derecha justo cuando otra carretera se le incorporaba desde la izquierda. Justo en ese punto, había un pequeño grupo de casas, además de una tienda de comestibles. Los vecinos, que se encontraban de tertulia junto a la carretera, se me quedaron mirando, cual si mi paso por allí fuera un espectáculo. Qué bucólico y pastoril. Aunque lo que de verdad me llamó la atención fue el encontrar una parada de autobús por aquellos andurriales. Sorprendente.

A unos tres kilómetros de allí debía encontrarme con el puente sobre el río Arenoso. Tras un breve tramo recto y con suave pendiente descendiente, empezó un descenso más acusado y mucho más sinuoso. Tremendamente hermoso. Y, efectivamente, a los tres kilómetros llegué hasta el cauce del río. Aunque no sé por que lo llaman río. Yo más bien lo llamaría “Cauce Arenoso”. O “Pedregal Arenoso”. Porque allí no había agua ni nada que se le pareciese. Eso sí, había un puente enorme, de (si no recuerdo mal) tres ojos. Así que me supongo que en invierno debe de ser algo digno de verse. Y, de nuevo, a subir. Aunque no tanto como me temía por el perfil trazado por ordenador. De todas maneras, estaba a punto de llegar al final de esta tramo del trayecto. A unos dos kilómetros y medio del puente sobre el río la carta señalaba el comienzo del camino que servía como atajo entre esta carretera, y la que nos debía conducir hasta Cardeña. La carta seguía siendo fiable. Apareció justo donde la carta indicaba, a la izquierda de la carretera. Pasé doscientos metros el camino, y me detuve en un tramo recto y llano, junto a un campo labrado. Y de nuevo la pregunta: “Si he llegado hasta aquí, ¿por qué no seguir un poco más?” Dos opciones, bajar hasta Montoro, o recorrer el camino, y volver hasta Montoro por la otra carretera. Eran ya las once pasadas de la mañana, ya había escuchado la cinta al completo y ésta había vuelto a empezar.

Y volví a caer. Di la vuelta, y tomé el camino. Un camino de tierra, que no permitía una velocidad superior a los 20 Km/h, y eso en sus mejores tramos. A ratos era un verdadero pedregal. Hubo momentos en que creí que se me iba a caer el tubo de escape, de los golpes que pegaba contra el chasis (bien es cierto que, desde la última vez que se lo cambiamos, no esta muy católico, pero en fin). En torno al kilómetro y medio, me crucé con un coche, un Peugeot 205 cuyo conductor se me quedó mirando con cara suspicaz. Y, al poco, me crucé con un convoy de 6 coches. Todos Volvos, Seat Toledo y Volkswagen. Nuevos, relucientes, con conductores y pasajeros jóvenes. Me llamó mucho la atención. Y aun más me llamo la atención un detalle: el copiloto del último coche era clavado a Antonio Jesús Pérez Polo, compañero de informática.

Un poco después, a los dos kilómetros desde el comienzo, llegué a un cruce, que ignoré. Seguí recto, y, a los dos kilómetros del cruce, y tras un breve descenso, llegué a la carretera que subía a Cardeña, junto a la que había una nave de una empresa de abonos y maquinaria agrícola. A la derecha, Montoro. A la izquierda y, en descenso, el camino hacia Cardeña. Y de nuevo la pregunta. Me sonreí, y pensé “Bueno, de perdidos al río.” Y giré a la izquierda.

En este caso, más que de perdidos al río, de perdidos al arroyo. Al arroyo Arenosillo, que me esperaba unos dos kilómetros y medio mas adelante. La carretera estaba en un estado similar a la de Villafranca. No muy bueno, pero tampoco demasiado malo, aunque el asfalto era de mejor calidad. El descenso era acusado, aunque sin llegar a ser excesivo. Y otra vez, en lugar de encontrarme con una corriente de agua, me encontré con otro pedregal. El pedregal Arenosillo. Y un puente de entidad que lo cruzaba. Curioso. Una suave pendiente de ascenso, y una bifurcación. La mía era la de la derecha, la más empinada. Aunque mucho menos de lo que cría y me temía. De hecho, era mucho más suave de lo que me esperaba. Asequible, diría. Y un muy buen paisaje. Pero un asfalto infame. Más que asfalto, parecía gravilla compactada. Y 35 kilómetros hasta Cardeña.

Al poco de tomar el desvío, me tope con un mojón kilométrico. Kilómetro 7. Hasta el kilómetro 20, la carretera, muy sinuosa, subía y bajaba de una manera sumamente suave o, como mucho, de manera moderada, dentro de una constante general de ascenso, obviamente. Sin embargo, no era demasiado duro. Mucho menos de lo esperado. Pero a partir de este kilómetro 20, y hasta el 24, el trazado se hizo algo más duro. Justo a la altura de este kilómetro 20, aparecieron los primeros carteles que avisaban de la llegada al Parque Natural de Montoro-Cardeña.

Entre el kilómetro 23 y el 24 no pude evitar el detener el coche dos veces. El paisaje que se ofrecía a mis pies, a la izquierda de la carretera, era espectacular. Una preciosa vista de la sierra se extendía ante mí. Saqué mi cámara y lancé tres fotos. Hasta la 35 del carrete. Y continué. De nuevo pasado el kilómetro 24 la carretera, que seguía igual de sinuosa, volvía a ser de pendientes más suaves. En torno a esa altura, sobrepasé a un ciclista que, con el rostro descompuesto, subía trabajosamente por un tramo casi llano de la carretera. Una pájara de campeonato. Lo que más me llamo la atención es que el chaval llevaba culotte hasta los tobillos. No es que hiciera mucho calor, pero tampoco hacía, desde luego, frío como para llevar esa prenda. A partir del kilómetro 27, la carretera transcurría prácticamente llana hasta incorporarse a la N-420. En esta parte de la carretera, la vegetación circundante era mas bien una dehesa. Pero aun así, preciosa.

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(Vista del Arroyo Arenosillo)

La N-420 pasa sobre la comarcal por la que yo circulaba. La crucé por debajo, y un poco mas adelante, llegué hasta una rotonda que te permite tomar varias direcciones. Para tomar la dirección hacia Córdoba, o hacia Cardeña, de nuevo hay que pasar por debajo de la nacional y, en una nueva rotonda, se puede optar por ir hacia Cardeña, a la derecha, o hacia Córdoba, a la izquierda. Me desvié a la derecha, y tomé la carretera hacia Cardeña, mientras que la nacional se iba separando progresivamente hacia la derecha. En torno a un kilómetro y medio después y, tras una curva a la izquierda y una a la derecha, apareció Cardeña. A la entrada del pueblo, varios carteles anuncian que estas llegando a un pueblo galardonado con varios premios del Ministerio de Información y Turismo. La calzada, justo al entrar a Cardeña, se convierte en un adoquinado similar al de la Plaza de las Tendillas. Y no puedes menos que estar de acuerdo con el susodicho ministerio en admitir que Cardeña merece dichos premios. Al poco de entrar al pueblo, en suave descenso, divisé a la izquierda una panadería, a la derecha una gasolinera CAMPSA, un poco más adelante una nueva panadería, a mano derecha, y justo en la parte opuesta de la calle, una forja (ojo, no una herrería, sino una tienda que se anunciaba como “Forja”). Aparqué ahí, ya que un poco más adelante se encontraba la plaza del pueblo que recordaba que Beatriz Gascón me había mencionado alguna vez. Lo mismo que el asunto de la panadería, por eso recuerdo que me fijé en ello. Hora: las 12:35, la cinta había pasado por completo dos veces, y ya iba más que mediada la primera cara.

Guardé las cartas en la guantera, introduje la agenda bajo el asiento del acompañante, y cogí la cámara y el móvil. Entonces caí en la cuenta de que se había apagado. Sin batería.

Una de las cosas que más me llamó la atención fue el ayuntamiento. Se encuentra justo a la entrada de la plaza, a mano izquierda. Es pequeño y blanco, pero la pequeña torre del reloj es muy llamativa: cuadrada, pero completamente recubierta de unos pequeños azulejos de color azul oscuro, casi púrpura. Y con unos curiosos pináculos de color cobrizo, si bien uno estaba roto. Otro detalle curioso es que tiene tres (no dos, Bea) relojes. Bueno, no puedo asegurar que no tenga cuatro porque el cuarto lado no es visible desde la plaza. Le eché una foto, la ultima del carrete. Encendí el móvil y, como aguantaba, le envié un mensaje a mi amiga Bea Gascón, cuya familia es de Cardeña. Algo así como “Bonito pueblo, Cardeña. Y curioso el ayuntamiento”. Al poco me envió un mensaje preguntándome si estaba allí o lo estaba viendo en algún lugar, pero no pude contestar debido a que la batería de mi móvil dijo “basta”. Fui al coche, cogí la agenda, y hubo suerte, el móvil de Bea Gascón estaba en ella. Volví a la plaza, y la llamé desde la cabina. Estuvimos hablando un poco y me recomendó un sitio donde comer algo porque, recordad, no había desayunado.

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(Ayuntamiento de Cardeña)

Sin embargo, y en vista de que empezaba a ser algo tarde (12:45h, y aún tenía que volver a Córdoba), decidí obviar el desayuno, y regresar a Córdoba. Por cierto, me llamó la atención el hecho de que la aguja del indicador de gasolina apenas había descendido un poco desde el medio deposito.

Esta vez decidí volver por la vía rápida. Tomé la N-420 y bajé hasta Montoro. La N-420 es una muy buena carretera, ancha y con arcenes. El paisaje circundante no está mal, pero nada que ver con el de subida por la otra carretera. Y, de nuevo, tuve que darle la razón a Bea Gascón. La bajada desde Cardeña, en especial un largo tramo, es bastante escalofriante, con pendientes muy acusadas. Muy buena carretera para el tráfico en general, pero nefasta para los ciclistas. Muy peligrosa, por las velocidades que se pueden alcanzar.

Por Montoro no se llega a pasar, hay una circunvalación que comunica directamente con la autovía. La tomé, y al cabo de un rato estaba de nuevo en Córdoba. Para ser exactos, estaba entrando en el barrio de Santa Rosa a las 13:35h.

Ya conozco el trazado. Es largo. Es complicado. El tramo desde Villafranca hasta Adamuz sobrepasa la categoría “Barbarie” para entrar de lleno en la categoría “Sabía que estabas loco, pero eso es excesivo incluso para ti”. Pero el recorrido general es precioso, y merece muy mucho la pena hacerlo. Y eso que no he visto los senderos por dentro del Parque Natural.

Acceso al álbum fotográfico

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