El viernes 22 de julio realizamos la primera etapa nocturna de la temporada en Córdoba, que espero sea la primera de muchas. Quedamos a las 20:45h en casa de Ángel el propio Ángel, Mané, Javi Balaguer, Marcos, José Anta y yo. Javi Aljama, que también tenía intención de venir sufrió los días previos a la salida un esguince de tobillo, por lo que por desgracia se tuvo que caer del cartel. Teníamos un claro objetivo para esta etapa, que no era otro que pasar por dentro del tubo que pasa por debajo de la N-432 a la altura de la Carrera del Caballo. Dicho y hecho, iba a ser divertido.
Salimos a las 21:55h de casa de Ángel, y nos encaminamos hacia Puente de Hierro, a realizar una breve bajada que Mané había experimentado en salidas precedentes. Así pues, cruzamos el Parque de la Asomadilla y el Barrio Naranjo, y no tardamos en salir a la antigua vía del tren de Almorchón. Llegamos justo hasta el Puente de Hierro, y allí Mané nos mostró la bajada: una escalofriante torrentera que se abre justo a la izquierda del pretil del puente, y que se despeña -o más bien hace que te despeñes- hasta alcanzar el arroyo Pedroches. Era descenso de bajar el sillín al tope. Mané y Ángel lo bajaron perfectos. Marcos y yo lo hicimos, a continuación, como pudimos. En mi caso, con el culo completamente apoyado en la rueda trasera. Tanto, que tenía mis dudas si en realidad estaba frenando con los frenos de disco o con el trasero. Jose y Javi, por su parte, también bajaron con precaución y sin demasiados problemas. En resumen, una bajada que era una buena manera de llegar sin dientes a casa a poco que te descuidaras.
Y la cosa no iba a hacer sino mejorar. Cruzamos el arroyo Pedroche y trepamos por una horrenda subida para alcanzar de nuevo la vieja vía. No pongo en duda que hacia abajo esa cuesta tiene que ser la bomba, pero hacia arriba es peor que un dolor de muelas. Aunque tengo que admitir que como reto no está nada mal. A esas alturas de la feria ya llevábamos las luces encendidas. Mané había sufrido un percance con su Lupichin de estreno (el bloque de baterías se había descargado sin razón aparente para ello), por lo que no le había quedado más remedio que llevar una luz del Lidl que dejaba bastante que desear, pero por suerte en ese tramo de la etapa nos apañábamos bien con el resto de luces.
Una vez en la Carrera del Caballo cruzamos al otro lado de la Nacional por el grupo de rotondas, y a la altura de la gasolinera de Repsol abandonamos la carretera, y retomamos el trazado de la vía… si bien con algún que otro problema, porque no dábamos con el sendero. Avanzamos en paralelo a la N-432, hasta llegar a la bajada que lleva hasta el tubo. En este tramo, en una pequeña subida sufrí un tirón en el gemelo derecho. Malas sensaciones que llevaban acompañándome desde hace algunas semanas habían hecho acto de presencia. No me quedaba más remedio que contemporizar un poco… o eso pensaba yo. Realizamos la bajada hasta el tubo sin más percance que una caída de Javi, afortunadamente sin mayor consecuencia. Y allí estábamos: el tubo.
110 metros de longitud, 1’8 metros de diametro, y 50 metros de tierra por encima. ¡Era la bomba! Sólo lo había cruzado una vez con anterioridad, en el año 2009, de día, en solitario, y sin luces. Esta vez éramos seis, de noche y con luces. ¿Cuál fue el resultado? Pues el que se puede imaginar:
Una vez pasado el tubo, y a diferencia de lo que hice en el 2009, bordeamos el arroyo Pedroche por su margen izquierda, hasta alcanzar el camino de la cantera de Santo Domingo. Estábamos ya al filo de las 23:00h, y teníamos aún que llegar hasta Santo Domingo, donde nos esperaban Enrique, Juan, Carlos, Inma y algunos amigos más. Íbamos tarde, muy tarde. Por ello subimos la cuesta de la cantera hasta el cortijo de Los Velascos a toda velocidad, lo que hizo que el propio Jose, aún novato en estas lides las pasara canutas. Pasado el cortijo, bajamos hasta el arroyo Santo Domingo y seguimos avanzando hasta la cantera.
Decidimos sacrificar parte del recorrido (subida por la cantera, para luego ir a la ermita y bajar hasta el lago desde ella), y enfilar directamente hasta Santo Domingo, y desde allí al bar donde nos esperaban. Y así, sin detenernos apenas, afrontamos la escalofriante subida de grava que antecede al monasterio, con sus rampas del 19%. Y con un calor de 31ºC. Llegamos a las 23:25h. Había sido duro, muy duro. Pero mereció la pena.
Y es que nos pegamos un magnífico homenaje a base de morcilla, flamenquines, ensaladilla, japuta, croquetas, y por supuesto, jarras y jarras de cerveza. Valga decir que una parada que habíamos previsto de media hora, a lo sumo, se prolongó hasta la hora y media larga. Así que creo que no es necesario decir que cuando nos decidimos a volver a montar en las bicis nos encontrábamos algo perjudicados. Habíamos decidido subir el 14%, y desde allí enlazar con la bajada de Los Morales… y ya se vería desde allí. Jose a esas alturas se vio obligado a abandonarnos, merced a obligaciones familiares. Así que el quinteto restante afrontamos una nueva subida, desde el restaurante hasta la antena de comunicaciones del 14%. Habida cuenta del objetivo que teníamos por delante, y de lo alegres que íbamos, no tardamos en bautizar la subida como “Los Morares”.
No recuerdo haber hecho una subida más divertida en mucho tiempo. Divertida pese a que cada 50 metros me iba metiendo directo contra un arbusto, y dejándome las piernas hechas un cristo. Para apenas 400 metros de subida lo estábamos pasando como enanos… hasta que sobrevino la debacle: la luz del Lidl de Mané dijo basta, y dejó de alumbrar. Vista la situación, llegamos hasta la antena, y decidimos qué hacer.
Tras evaluar las circunstancias, optamos por lo más sensato -lo cual, dicho sea de paso, es sorprendente-: recoger bártulos y volver a casa. Realizar un descenso como Los Morales a oscuras no es algo especialmente recomendable. Bajamos por la carretera del 14%, hasta tomar un enlace a mano derecha que lleva hasta el Cerrillo. Pese a que habíamos optado por lo más razonable, no íbamos a hacer todo lo razonable. Al menos el tramo final de Los Morales, el correspondiente a la Huerta de Hierro, íbamos a hacerlo. Y así fue. Conseguimos apañarnos con las cuatro luces que nos quedaban para hacer el descenso. Y ya una vez en la civilización, la vuelta a casa por Sansueña no fue más que un puro trámite. Llegamos a casa de Mané a las 1:35h, habiendo recorrido tan sólo 17 kilómetros. 17 kilómetros, eso sí, a un ritmo frenético, que nos depararon enormes dosis de diversión, sangre, sudor… y birra. ¡Ah! Y un grito de guerra:
¡¡¡Espartinas!!!
Los datos de la etapa son los siguientes:
Y aquí está el enlace al recorrido de la etapa: Nocturna Carrera del Caballo – Tubo N-432 – Santo Domingo – Huerta de Hierro
Etiquetas: 14%, carrera del caballo, córdoba, los morales, mtb, n-432, puente de hierro, santo domingo, tubo
El domingo 10 de junio volví a salir a rodar por Córdoba con Javi Aljama. Hacía al menos un par de meses que no salía a dar pedales con él -es más, que el propio Javi no salía a rodar-, por lo que agradecí bastante dar de nuevo pedales en tan buena compañía. Lamentablemente -como en las últimas jornadas- fue tan sólo una etapa de dos participantes, pero aun así, fue una gran jornada.
Empezamos a dar pedales a las 8:45h desde mi casa, y nos dirigimos hacia Los Morales para realizar de esta manera el primer ascenso del día. Pronto me di cuenta de que estaba volviendo a rodar -como suele pasarme- demasiado fuerte al inicio, por lo que tuve que bajar el ritmo, so pena de que Los Morales -como también acostumbra- me pase factura a las primeras de cambio. Además, esa jornada el calor se dejaba notar desde primera hora de la mañana, a diferencia del sábado anterior, que el día estuvo bastante fresco hasta bien entrada la tarde. Estaba claro que cuando algo puede salir mal, saldrá mal.
Realizamos la subida de Los Morales en unos aceptables 66 minutos. Íbamos con idea de parar a tomar algo en el Lagar, pero nos encontramos con el establecimiento cerrado. Y es que no en balde apenas eran las 9:55h, y aún no habían abierto. Por ello, no nos quedó más remedio que dirigirnos directamente hacia la siguiente escala de nuestra etapa: Los Villares. Bordeamos el cerro donde se yerguen las torres de telecomunicaciones, y no tardamos excesivo tiempo en llegar hasta el área de recepción de visitantes. Esto fue una pequeña variación con respecto a lo acostumbrado, ya que por lo general solemos tomar un desvío que lleva hasta el cruce del 14%. En esta ocasión, llegamos directamente al centro de visitantes. Ya que estábamos allí, entramos con la esperanza de poder encontrar algún bar o máquina donde comprar bebida isotónica, pero nos quedamos con las ganas.
Así pues, continuamos avanzando hacia el Club de Golf, ya que para ese día íbamos a realizar el descenso de la Vereda de la Pasada del Pino. Entramos en el club de golf por carretera, y pensamos en probar suerte en el edificio de recepción. Pero una vez allí, vimos que no había máquina o cafetería a la vista, y que nuestro atuendo no era demasiado adecuado como para que no nos echaran de allí a patadas. Así que nos dejamos de bebidas isotónicas, y atacamos directamente la Vereda. Bordeamos el club de golf por el norte, y realizamos el trepidante descenso por pista que antecede al enlace con la vereda. Desde allí observamos algo bastante llamativo: la torre de Gemasolar de Fuentes de Andalucía era perfectamente visible. No pudimos menos que detenernos a echar unas fotos:
…como bien señala Javi:
Sin embargo, nos vimos forzados a detenernos una segunda vez: otro grupo de ciclistas había sufrido un pinchazo, y al pararnos a ofrecer ayuda, nos hicieron ver que yo llevaba mi rueda delantera floja. En efecto, había sufrido un pinchazo. Así que nos encontramos ambos grupos solucionando idéntico problema. Acabamos simultáneamente, y reanudamos nuestra marcha en conjunto. Sin embargo, no tardamos mucho en separarnos, ya que Javi y yo seguimos fielmente la trazada de la Vereda, mientras el otro grupo tomó el desvío de la casa en ruinas.
De nuevo en solitario, Javi y yo realizamos rápidamente el descenso de la vereda. Una bajada ciertamente interesante, pero que se torna algo arriesgada al llegar al tramo del granito vivo, ya que hay arena de granito sobre la piedra, lo que lo hace tremendamente resbaladizo. Aun así, es una gran bajada, que hay que incorporar al catálogo.
Llegamos a Las Jaras a las 11:00h. Nos paramos a tomar un refrigerio en el bar, y aprovechamos para avisar a Carlos de que íbamos a pasar por su casa, ya que ninguno de los dos la había visto. Media hora después reemprendimos la marcha, camino por segunda vez en el día del Lagar de la Cruz. Esta vez subimos por el GR-48, bordeando la carretera, y cruzándola en un par de ocasiones. Una vez en el Lagar, cruzamos las Siete Fincas hasta casa de Carlos, quien nos recibió amablemente con unas cervezas bien frescas. Posteriormente Mané haría acto de presencia, así como los padres de Carlos.
Javi y yo, por nuestra parte, nos pusimos de nuevo en marcha a las 13:00h. El calor apretaba y tocaba volver a casa rápidamente, a fin de no morir achicharrados en la Sierra. Desandamos nuestros pasos hasta el Lagar de la Cruz, y tomamos la vereda de las Ermitas, que tiene por mal nombre Los Salchichones, donde hicimos un rápido descenso hasta Las Ermitas. Y desde allí, como no podía ser menos, bajamos el Reventón, donde advertí de nuevo los problemas en el freno delantero que ya había sufrido en la etapa del Tubo. Así que, para mi desgracia, no pudimos hacer la bajada de La Milla.
El resto de la etapa fue bastante convencional. Bajamos por la carretera de las Ermitas hasta el Parador, y allí nos desviamos en dirección a la rotonda del Tablero, punto en donde Javi y yo nos separamos. Desde allí volví a casa por El Tablero, dando por finalizada la etapa a las 13:50h.
Y aquí está el enlace al recorrido de la etapa: Los Morales – Pasada del Pino – Reventón
Etiquetas: córdoba, cuesta del reventón, gr-48, lagar de la cruz, las jaras, los morales, mtb, vereda de la pasada del pino
El primero de mayo de este año realicé una etapa sumamente especial con un buen grupo de amigos. Y aunque el recorrido de la etapa fue bastante convencional, la compañía sí fue, por el tiempo transcurrido, bastante inusual: Manolo y Pablo, además de Ángel, Carlos e Inma. Y es que hacía casi nueve años que no salíamos Manolo, Pablo y yo a dar pedales. Y casi dos años que no salía a rodar con Pablo. En resumen, se trataba de una ocasión especial.
En lo climatológico, ese martes primero de mayo se presentaba complicado. Abril se había despedido con una importante cantidad de agua, y en esos últimos días del mes había llovido más que en el resto del año. Esa mañana amaneció bastante fría, lo que hizo que siguiéramos usando, el que más y el que menos, la ropa de invierno, pese a lo avanzado del año. La organización tampoco había sido muy sencilla: íbamos a salir, en principio, Manolo, Pablo, Mané, Ángel, Carlos, Inma y yo. Pero Ángel lo haría desde el cruce de Trassierra, y Carlos e Inma engancharían en Trassierra. Mané, por su parte, se suponía que iba a salir con nosotros, pero esa mañana nos enteramos que se iba a caer de la convocatoria. Casi igual que Inma, que había tenido problemas con la cerradura de su casa, y temía quedarse en la calle.
Pablo apareció por casa a las 8:45h. Venía calado de frío, y tuve que prestarle unos guantes y un bidón de agua. Pero no fue el único problema: cuando nos preparábamos para salir, observamos que su cubierta trasera presentaba un corte que hacía peligrar claramente su integridad. No nos quedó más remedio que cambiarla, reemplazándola por mi Small Block Eight. Pero cuando ya teníamos cambiada la cubierta, nos llevamos una nueva sorpresa: la rueda se deshinchaba rápidamente: la cubierta antigua tenía un pincho clavado que había atravesado la cámara, pero que al no moverse, taponaba la salida de aire. Al cambiar la cubierta, saltó a la luz el problema. A todo esto, Manolo había llegado ya, e íbamos tarde para llegar al punto de encuentro con Ángel, en la gasolinera del cruce de Trassierra, a las 10:00h. Desmontamos y parcheamos la cámara, y finalmente pudimos ponernos en marcha al filo de las 9:45h. Estaba claro que no íbamos a llegar. Por ello, opté por desechar el primer tramo de la subida de Montecobre por la Vereda de Trassierra, y realizar la subida por la carretera de la Albaida, pese al intenso tráfico.
Llegamos a la entrada de la Casa de la Ventana a las 10:20h. Allí nos encontramos con Ángel quien, harto de esperar en solitario, decidió acompañarnos en la subida. Subimos, ya los cuatro, el segundo tramo de Montecobre hasta la Torre de las Siete Esquinas, a un ritmo bastante tranquilo, pero consistente. Allí empezamos a observar que el barro iba a ser un compañero más de etapa a lo largo del día, si bien era algo que no iba a amedrentarnos. Así pues, afrontamos el último tramo de subida hacia el Mirador de las Niñas. Pablo iba en cabeza cuando tuvimos el primer percance del día: en uno de los tramos más estrechos de la subida, cerrado completamente por la vegetación, otro ciclista que bajaba hacia la Torre a tumba abierta, colisionó con Pablo. Por suerte Pablo no sufrió problema alguno, pero el otro ciclista, que chocó con la rueda delantera de la bici de Pablo, salió despedido contra la vegetación. Un choque peligroso, que por suerte no tuvo más consecuencias que un radio roto en la bici del otro ciclista.
Pasado el susto, seguimos subiendo, hasta llegar a la carretera del mirador. Una vez reagrupados, bajamos hasta la gasolinera del Cruce, y entramos en el segundo reto de la jornada: el bosque de Fangorn. El bosque, como era de esperar, se encontraba de barro hasta el corvejón. La nueva Larsen no se portaba mal, pero se notaba que no era el tipo de firme más adecuado para ella. Pablo, por su parte, lo iba pasando algo peor con la Small Block Eigth, más desgastada. Además, como complicación añadida, se quejaba de las inercias de la bici de montaña ya que, más acostumbrado a montar últimamente en su bici urbana, había perdido la costumbre.
La bajada hasta el puentecillo del bosque fue pródiga en incidentes: Manolo y yo sufrimos sendas caídas. La mía provocada por frenar más de la cuenta, que me llevó a deslizar más de la cuenta, tener que echar pierna a tierra, con tan mala suerte que la pasé por la izquierda de un pequeño tronco, mientras que la bici y el resto de mi persona pasaban por la derecha. El latigazo del tronquillo en la pierna casi me arranca la rótula. Manolo, por su parte, se cayó al verme a mí despatarrado en mitad de la bajada. Supongo que tuvo que impresionar un poco.
Culminamos la subida del bosque, y afrontamos la última bajada. Húmeda y peligrosa, pero que Ángel realizó magníficamente, como de costumbre. Yo me lo tomé con algo más de tranquilidad; Pablo no tuvo muchos problemas, aparte de sus inercias, y Manolo volvió a dar con sus huesos en la tierra.
Realizamos la bajada hasta Trassierra por carretera, donde nos esperaban Carlos e Inma. Hicimos allí una parada, donde, aparte de las presentaciones oportunas, aproveché para hincharme a jeringos. Llevaba meses con ganas de comerlos en mitad de una etapa. ^_^
Reanudamos la etapa, camino del Bejarano, recién pasado el mediodía. Ángel nos abandonó, ya que le esperaban en casa de Enrique en El Salado. Decidimos, dado lo avanzado del día, descartar el tramo de los Baños de Popea que habíamos tenido en mente realizar. Inma, que hacía tiempo que no salía en serio con nosotros, sufrió los primeros tramos de la subida hacia el Bejarano, pero se rehízo bastante bien. Alcanzamos el primer venero del Bejarano pasadas las 12:30h, donde aprovechamos para hacernos las únicas fotos del día:
La siguiente parada de la jornada era el Lagar de la Cruz. Aunque teníamos la posibilidad de ir directamente remontando el Bejarano hasta allí, fuimos por el GR-48, algo más cómodo, y que contaba con la ventaja de que pasa justo por la puerta de la nueva casa de Carlos e Inma. Dicho y hecho. A esas alturas de la jornada el cielo había abierto bastante, y la temperatura era considerablemente más alta, aunque no llegaba a incomodar. A las 13:10h nos despedimos de Inma y Carlos, por lo que el grupo, reducido a tres, continuó su avance por las Siete Fincas.
Iniciamos la bajada por Los Morales al filo de las 13:30h. Una bajada en la que el barro ya había desaparecido, por lo que se encontraba perfecta para realizar el descenso con alegría. Sin más incidentes, salvo el deseo expresado por Pablo de haber contado con una doble en determinados tramos de la bajada, llegamos hasta Los Morales. Enlazamos posteriomente con la Huerta de Hierro, y bajamos por Sansueña. Llegamos a mi casa a las 14:00h, donde dimos por finalizada la etapa. Etapa realizada en una buena compañía (viejos camaradas, Bartocalvos…), que espero volver a repetir.
Y aquí está el enlace al recorrido de la etapa: Montecobre – Fangorn – Trassierra – Bejarano – Los Morales
Etiquetas: bejarano, córdoba, fangorn, los morales, mtb, trassierra
El sábado 17 de marzo Ángel y yo realizamos la que, hasta la fecha, es la etapa más larga que he hecho en Córdoba. Una etapa que, si se cumplía el plan que teníamos previsto, tenía que llevarnos hasta los 80 kilómetros de distancia. Una etapa de la que llevábamos hablando semanas, y a la que nadie más había querido -o en algunos casos podido- apuntarse. Así que allí estábamos. Solos ante el peligro. Peligro que, en realidad, éramos nosotros mismos.
Habíamos quedado a las 8:00h para empezar a rodar. Era una etapa larga y, aunque en invierno es inusual quedar antes de las 9:00h, la etapa lo merecía. De todas maneras, en mi caso no es que fuera a dormir mucho más, de todas maneras, ya que ese fin se semana se disputaba el G.P. de Fórmula 1 de Australia. El caso es que Ángel se presentó en casa a las 7:45h, por lo que pudimos salir incluso 5 minutos antes de lo previsto. La cosa empezaba a dar miedo. La mañana, además, se presentaba fría y gris. La Sierra estaba cubierta de nubes bajas que no dejaban ver su esplendor, lo que para nosotros significaba que íbamos a meternos en una bruma húmeda y sofocante. Sobre todo teniendo en cuenta que el primer plato del día iba a ser Los Morales.
Empecé la etapa fuerte. Demasiado fuerte. Tenía unas sensaciones raras que estaba deseando quitarme de encima de la manera más rápida posible. Un malestar que no presagiaba nada bueno. Ángel, equipado con su flamante Ghost, no tardó en advertírmelo: ten cuidado que vas muy acelerado. Era algo de lo que me daba cuenta, pero que me costaba controlar. Y es que la Fuji con la Larsen TT desgastada atrás seguía rodando muy bien. Pero aun así, esas sensaciones extrañas no desaparecían. Iba a ser un día complicado.
Realizamos la subida hasta el Lagar de la Cruz en 54 minutos. No fue una buena subida, al menos para mí. El primer tramo de la Huerta de Hierro lo realicé sin problemas, pero a un ritmo más elevado de la cuenta. Las primeras rampas de Los Morales no fueron malas, y el frescor de la mañana no agobiaba, pero estaba empezando a marearme. Malas sensaciones. Y encima, la Larsen, que en esos primeros compases se mostraba firme, empezó a dar lo peor de sí misma en los tramos de piedra suelta -y húmeda-, ya iniciada la subida. Y es que si hay algo que lleve mal una Larsen (sobre todo si está fundida) es eso. Bueno, y los bancos de arena. Pero aun así, subimos como unos campeones. En la parte final de la subida aprovechamos un pequeño sendero que abrieron durante la Andalucía Bike Race para evitar bajarse al llegar a la barrera del cable de acero. El terreno estaba aún algo suelto por lo nuevo de esa variante, pero valió la pena. Lo que habrá que ver es cuánto tiempo dura sin ser bloqueado.
Eran las 8:50h cuando llegamos al Lagar, y no estaba en nuestras intenciones el detenernos tan pronto. Teníamos previsto hacer la primera parada del día en la gasolinera del Cruce de Trassierra, y aún quedaba un poco de fiesta antes de llegar allí. Así pues, sin pausa ninguna enlazamos con la bajada hacia las Ermitas, por la vereda del mismo nombre (aunque es conocida como la bajada del Salchichón). De nuevo aquí aprovechamos un camino abierto por la Andalucía Bike Race para evitar el tener que tocar asfalto hasta el final de la bajada. Ángel, como no podía ser menos, dio lo mejor de sí mismo en la bajada. La humedad, que tanto había fastidiado en la subida, nos ayudó en la bajada, ya que el terreno se encontraba con la humedad justa para que la arena fina que tan común es en ese tramo estuviera perfectamente compactada. Una delicia para rodar, vaya. Aunque también la misma humedad hacía que estuviéramos empapados por la condensación. Como le dije a Ángel, el día estaba gallego a más no poder. A Marcos le hubiera encantado.
Tras 14 minutos escasos, llegamos a la entrada de las Ermitas, y enfilamos rápidamente la carretera hacia el cruce de Trassierra. La llanta trasera que amablemente Ángel me había cedido la jornada precedente demostró que se encontraba en un estado perfecto. Qué diferencia con respecto a los problemas que había tenido en mi etapa anterior en esta zona. Y es que así daba gusto. Pero mis sensaciones seguían sin ser buenas. Es más, empeoraban: los riñones empezaban a dolerme cosa mala. Las lumbares, como de costumbre. No iba a quedar más remedio que apretarse los machos. Al menos lo que teníamos por delante era de lo más relajado del día: 6 kilómetros de asfalto hasta el cruce. Algo de sube y baja, pero con un razonable descanso al final. O eso creía yo.
Y es que hicimos un ritmo bueno. Muy bueno. En 20 minutos mal contados nos plantamos en el cruce. Eran las 9:26h y ya estábamos en la que se suponía que iba a ser la primera parada del día. Y en un excelente estado, salvo por lo de los riñones. Ángel, por su parte, se encontraba pletórico. No era plan partirle el ritmo. Así que, valientes al frente, continuamos en un non-stop camino de Almodóvar. Sin pausa alguna rodeamos el Rosal de las Escuelas y bajamos rápidamente hasta el embalse de la Jarosa. Embalse que se encontraba en el nivel más bajo que jamás le había visto, y que estrenaba una nueva cerca que lo aislaba del camino. Cerca que me hizo temer problemas de paso, que afortunadamente no se cumplieron. Pasamos el embalse, y continuamos camino de la última cota digna de tal nombre en lo que quedaba de día: la entrada del Castañar de Valdejetas. El día seguía frío y gris, pero las nubes bajas ya habían levantado, y esa sensación de humedad sofocante había desaparecido. Perfecto para rodar.
20 minutos -de nuevo- fue lo que tardamos en recorrer la distancia entre La Jarosa y el Castañar. Un ritmo bastante bueno, para los 4,5 kilómetros de camino. 13’7 km/h de media. No estaba nada mal, si lo comparamos con los 17 km/h de media del anterior tramo de asfalto. Teníamos por delante el Camino de los Toros, que nos habría de llevar hasta Almodóvar. Casi todo bajada, salvo un último repecho, antes de llegar a la casa de la Porrada. Nada complicado, si no fuera porque los riñones me estaban haciendo trizas. Tanto fue así, que justo antes de llegar a la Porrada, tuve que detenerme a dejar descansar la espalda, y recolocarme la faja lumbar. Algo que me vino de fábula. Una vez de nuevo en marcha, y pasada la Porrada, empezamos la larga bajada. El primer tramo por dehesa fue sencillamente genial. No tardamos mucho tiempo en salir al calvero que forma el cortijo de Villalobillos, y que supuso un pequeño descanso en la bajada. Fue en este punto en el que nos encontramos a los primeros ciclistas del día, si bien es verdad que en el tramo entre la Jarosa y Valdejetas habíamos visto marcas de otros dos ciclistas que llevaban nuestro mismo itinerario.
Una vez pasamos Villalobillos, reanudamos el largo descenso hasta Almodóvar, si bien esta vez por asfalto. Un asfalto viejo, quebrado, muy agresivo y adherente. Un asfalto lleno de baches que me hizo echar mucho de menos mi Ghost de doble suspensión. Una bajada asfalto que me hizo trizas los riñones, y que jamás me hizo alegrarme tanto en mi vida de llegar a un sitio donde hacer una parada. Para mi sorpresa, eran las 10:40h de la mañana cuando llegamos a Almodóvar. En mi mejor previsión no esperaba estar allí antes de las 12:30h. Ángel, que sí era más optimista, contaba con estar a las 10:30h-11:00h. Y la verdad, no había estado demasiado desencaminado. Es más: lo había clavado. Aunque también hay que decir que nos habíamos saltado una de las escalas previstas.
Hicimos una escala de unos 30 minutos, en la que dimos buena cuenta de unas excelentes tostadas, antes de seguir nuestra marcha. Llevábamos 39 kilómetros de etapa, y habíamos ya superado lo más difícil del día. Lo que teníamos por delante era ya más una lucha contra nosotros y nuestro cansancio que contra el terreno en sí. Estábamos en el valle del Guadalquivir, y la vuelta a Córdoba la íbamos a hacer por vía verde. Cierto es que teníamos por delante otros tantos kilómetros, pero el principal esfuerzo era ya dosificarse de manera adecuada.
Reemprendimos la etapa a las 11:05h. Cruzamos la carretera de Posadas, y tomamos la carretera que une Almodóvar con Guadalcázar. Esta carretera transcurrre en parte sobre el viejo camino de Almodóvar a Guadalcázar, que era en realidad nuestro recorrido. Este camino no tiene ninguna complicación: une casi en línea recta ambos pueblos. Lo único complicado es saber dónde tienes que abandonar la carretera. Algo que el trazado de ésta pone sumamente fácil, ya que es precisamente la carretera la que abandona el trazado del camino en un fuerte giro a izquierdas, que deja surgir el camino justo ante tus ojos. Un camino rodeado de olivos, sin pérdida posible.
Entramos en Guadalcázar a las 11:35h., tras apenas media hora de recorrido desde Almodóvar, para los algo más de 10 kilómetros de distancia. Descartamos afrontar la dura subida que se nos ofrecía hasta el castillo del pueblo, y optamos por entrar al pueblo desde la entrada de la carretera de Córdoba. Como había dicho, se trataba de regular las fuerzas y de no reventar inútilmente. Así pues, cruzamos el pueblo y tomamos la carrerera que lleva a la barriada de San Vicente, surgida en el lugar que ocupaba la desaparecida estación de Guadalcázar. Camino de la barriada, Ángel notó cómo una de sus calas no enganchaba correctamente en el pedal correspondiente. Nos detuvimos a ver lo que pasaba, y descubrimos el origen del problema: uno de los tornillos del anclaje de la bota se había partido, por lo que el anclaje se encontraba desplazado de su posición original. Continuamos hasta la entrada de la vía verde, y allí aprovechamos para hacer una pequeña parada, e intentar arreglar el problema.
Una vez realizado el breve descanso, y recolocado de manera precaria el anclaje, reemprendimos la marcha. Estábamos al filo del mediodía, e iniciábamos la vuelta a Córdoba. A esas alturas llevábamos ya entre pecho y espalda más de 50 kilómetros de etapa, y casi cuatro horas de marcha. Nos separaban 15 kilómetros de Valchillón, y 19 de Córdoba. Volamos por esos 15 kilómetros, a una media de 23 km/h. Llegamos a Valchillón a las 12:35h, y seguimos sin pausa hasta entrar en la ciudad. El tramo más pesado, como no podía ser menos, fue el que una la Torrecilla con el puente de San Rafael. Un tramo paralelo al río de grava con bastante mala idea. Sobre todo si a esas alturas llevas ya en el cuerpo la paliza que nosotros llevábamos.
Entramos en Vallellano a las 13:00h. Cruzamos el parque de Ciudad Jardín y bordeamos la estación, camino de Arroyo del Moro. ¿Por qué un itinerario tan poco habitual? Porque el fin de etapa estaba marcado en cierto bar de la zona, que los sábados ofrece caña y tapa a un euro. Y es que ese premio de fin de etapa era algo que nos habíamos ganado sobradamente. Llegamos a la meta a las 13:13h, tras 5 horas y 17 minutos de recorrido. Y estos fueron los trofeos que se nos ofrecieron:
En cuanto a la distancia en sí, mi velocímetro tuvo algunos problemas con el soporte para el móvil que había improvisado, y esa jornada no dio mediciones fiables. Así que nos restaban el GPS y el velocímetro de Ángel. Mi GPS indicaba una distancia de 79’289 km., y el velocímetro de Ángel 84’77:
¿Cuál era la medida exacta? ¿Habíamos llegado al objetivo de los 80 kilómetros? En cualquier caso, luego nos quedaba volver a casa desde Arroyo del Moro, así que el objetivo de los 80 kilómetros había quedado ampliamente superado, en cualquiera de los dos casos. Y habíamos hecho el recorrido de la etapa en un tiempo excelente, mucho mejor del que yo había calculado. Así que no cabía ninguna duda: la de ese día era una etapa para recordar.
Los datos de la etapa son los siguientes:
Y aquí está el enlace al recorrido de la etapa: Brutal 3. Los Morales – Ermitas – Cruce de Trassierra – Almodóvar – Guadalcázar – Vía Verde de la Campiña
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El sábado 28 de enero volví a salir a rodar con mis amigos de Córdoba. Fue una etapa extraña. Los días previos habíamos estado preparando una etapa brutal, ya que Ángel había expresado su voluntad de hacer una etapa dura y larga. Para ello había sugerido hacer una repetición de la etapa de Almodóvar y el GR-48, pero realizando la subida al castañar de Valdejetas, que en aquella ocasión no hicimos. Pero como ese fin de semana Ángel finalmente tenía que trabajar, optamos por reservar esa etapa para mejor ocasión. Así que empezamos a planificar otra etapa. El caso es que Mané tenía ganas de bajar de nuevo Los Postes, que hacía ya un año desde la última (y en mi caso primera) vez que los bajamos. A esa intención le sumamos un recorrido que había visto en Wikiloc (Morales-Ermitas-7 Revueltas-Bejarano-Assuan-Las Jaras-Gr 48-Morales-Pedroches), y al final acabó saliendo una propuesta de etapa que era considerablemente brutal: subida por Los Morales, bajada a Las Ermitas, para realizar la subida de las 7 Revueltas, enlazar con el Bejarano, volver al Lagar de la Cruz, descender a las Jaras por el GR-48, y allí realizar el ascenso de la Vereda de la Pasada del Pino, para acabar bajando por Los Postes (Propuesta Brutal1), una monstruosidad de 50 kilómetros con subidas y bajadas de espanto. Y como nos apuntamos a un bombardeo, Javi Aljama, Mané y yo rápidamente nos apuntamos, además de suscitar la envidia de Marcos y Ángel, que por diversos motivos no podían acudir. Y encima, para mi consternación, quedamos a una hora bastante avanzada: las 10:00h en la rotonda de Sansueña con la calle Mayoral. No pude menos que dar mentalmente las gracias por no tener en Córdoba más que la Fuji, equipada con cubiertas muy rodadoras.
A las 9:00h tuve noticias de que Carlos también se apuntaba a la etapa. O alguien lo había engañado, o no se le podía calificar más que de héroe. Empezamos la etapa a las 9:50, saliendo de la Asomadilla Carlos, Mané y yo. Pronto pude notar que me encontraba un tanto acelerado (además de encontrarme más ligero rodando que con la doble, merced a las etapas de la semana anterior), teniendo en cuenta la dura etapa que teníamos por delante, así que hice todo lo posible para contenerme un tanto. Llegamos un poco pasadas las 10:00h a la rotonda, a donde no tardó mucho en llegar Javi. Ya con el grupo completo, iniciamos el ascenso de Los Morales. Fue una subida razonablemente buena. Empleamos 58 minutos en subir desde la rotonda, y en mi caso, creo que fue la primera vez que conseguí hacer la subida completa hasta antes de la fuente de los piconeros sin poner el pie en el suelo, salvo en el tramo en que la subida se encuentra completamente destrozada. Una buena marca, hecha con la Fuji.
Realizamos una pequeña parada en el Lagar de la Cruz, donde repusimos fuerzas a base de plátanos y acuarius. Y allí se desveló el misterio de la etapa: para convencer a Carlos de venir, Mané había optado por decirle que no íbamos a hacer la parte de las Ermitas, las Siete Revueltas y el Bejarano. Eso suponía un recorte de unos 18 kilómetros del recorrido, con una subida bastante dura. Y dado que en realidad tampoco me apetecía volver a casa a las tantas de la tarde, no me pareció mal.
Dicho lo cual, realizamos el descenso hasta Las Jaras por el GR-48, primero, y el sendero secreto, después. Así pues, acabamos llegando a la urbanización a la altura de la calle del Lago. Allí nos llevamos una sorpresa: cuando nos disponíamos a tomar el camino de gravilla suelta que baja hasta el lago, nos encontramos con que la obra de una casa lo había cortado. Pero decididos a bordear el lago, pronto encontramos un nuevo sendero, abierto en fechas recientes, que permitía bajar. Sendero que fue bastante más de mi agrado que el antiguo, pues no tenía esa gravilla suelta con tan mala sombra que tenía el anterior. Rodamos un poco junto al lago, y antes de afrontar la pared de subida a la urbanización, nos detuvimos a hacernos una bonita foto:
Y bueno, después del momento de asueto, llegó la hora de los valientes: la subida del embalse, una pared muy corta, pero con una pendiente brutal, superior al 20% de desnivel. Pero como una imagen vale más que mil pabaras, dejo que un vídeo hable por mí:
Tras realizar la subida, atravesamos la urbanización, y nos encaminamos al siguiente reto de la jornada: la vereda de la Pasada del Pino. Esta vereda enlaza la zona de Las Jaras con Los Villares, bordeando el club de golf, y tiene una zona trialera digna de Jordi Tarrés. Una auténtica virguería, pero con unas primeras rampas con arena granítica muy fastidiosas. Teníamos por delante 4 kilómetros largos de subida, que no quedaba otra que disfrutar.
Pasamos la parte trialera, y entramos en la zona cercana al club de golf, donde la vereda se hace más asequible. Rondábamos la una de la tarde, y aún a esa hora el frío se dejaba notar en la zona, sobre todo en forma de viento, pese a que el sol empezaba ya a calentar. Llegamos al club de golf, y siguiendo los letreros de indicación, conseguimos hallar el camino correcto de la vereda: se inicia el descenso junto a la verja, hacia la derecha, y tras una breve bajada, se llega a una cancela que tiene un letrero indicando que se por favor, se cierre tras pasar. Así que lo que había que hacer era entrar por la verja, y desandar el camino. A partir de ahí, no tenía pérdida: se trataba tan sólo de seguir esa pista, al filo de la verja, y bordeando los campos de golf. Pérdida no tenía, pero subidas y bajadas, tela marinera.
Un poco antes de llegar al aparcamiento del club de golf paramos a tomar una foto con Torreárboles, donde Javi había subido la semana anterior. Continuamos hasta llegar al aparcamiento, con una subida final durísima, y que marcó nuestra llegada a la cota más alta de la etapa: 644 m. de altitud. Eran la 13:15h, habíamos recorrido ¡tan sólo 17 kilómetros de etapa! y teníamos por delante la bajada más escalofriante del día: Los Postes. Qué bien lo iba a pasar con la rígida.
Salimos del club de golf, y nos encaminamos hacia la pista de mantenimiento del gasoducto: es decir, Los Postes. La vista del valle del Guadalquivir era, como de costumbre, espectacular. Y lo que teníamos por delante era sencillamente brutal: un descenso de 3 kilómetros por cortafuegos, con pendientes que llegaban hasta el 33%, con piedra suelta y mucha mala idea. Y con todo, era una delicia comparado con Avionetas Express… Aun así, las caras de Javi y Carlos al ver la bajada que teníamos por delante eran todo un poema.
Mané estaba encantado. Bajó los Postes entera como si no costara. En cuanto a los demás… bueno, hay que decir que le echamos bastante menos valor. Y es que como dijo Javi en mitad de una de las bajadas, ya habíamos cubierto el cupo de buena suerte en lo que llevábamos de día, y no era plan de seguir tentando al destino.
Tras la primera pared de bajada, el descenso se hacía bastante más asequible, pero la cosa no iba a ser, ni mucho menos, coser y cantar. Bueno, para Mané casi que lo parecía, porque el tío bajaba como un diablo. Era impresionante.
Tardamos 42 minutos en realizar Los Postes, hasta el desvío por el sendero, a mano derecha, que lleva hasta la Meseta Blanca. Dejamos la pista que tantos sudores (los más de ellos, sudores fríos) nos había causado, y que con tan bonitas vistas nos había deleitado.
Una vez dejamos el cortafuegos y tomamos el sendero, el terreno se hizo más asequible, pero con algunos tramos bastante traicioneros: no puedo olvidar un trozo, al filo de un buen barranco, en el que el sendero apenas es una senda de un palmo de ancho, con un desnivel lateral que prácticamente impide pedalear, ya que la biela toca en la tierra, con el consiguiente riesgo de hacerte pivotar y salir rodando montaña abajo, al más puro estilo de La Princesa Prometida.
Así pues, tras recorrer el sendero durante 1’8 kilómetros, llegamos a la Meseta Blanca. Eran ya a esas alturas las 14:30h. Disfrutamos un poco de las vistas, hicimos algunas coñas por el WhatsApp, y reanudamos la marcha.
Como no podía ser menos, con una brutal bajada: el descenso del Alimonao. Corto, brutal, y lleno de polvo fino. Casi salgo por encima del manillar en un punto, pero pude hacer la bajada con bastante dignidad, en especial el último tramo hasta el arroyo Pedroche.
Desde allí, el recorrido era coser y cantar. Bajamos el arroyo Pedroche por la Trialera, y llegamos hasta Puente de Hierro. Desde allí subimos hasta el Castillo del Maimón que, contra la costumbre, rodeamos por la derecha, por el camino marcado con marcas blancas y rojas. Existe desde finales de año una dura polémica con los propietarios de los terrenos: están levantando muros nuevos, que impiden el paso por senderos ciclistas tradicionales, pero que al parecer transcurren por terrenos privados. Sin embargo, ese camino en especial está claramente reconocido como vía pública, por lo que el nivel de protesta es bastante más elevado. Veremos qué pasa con eso.
Finalmente nos encaminamos hacia Sansueña, donde nos despedimos de Javi, y Carlos, Mané y yo volvimos a la Asomadilla. Llegamos a las 15:15h, tras más de cinco horas de durísima etapa. ¡Y con apenas 30 kilómetros de recorrido! Y el pulsómetro lo confirmaba: más de 5000 kcal, algo inusitado en una etapa tan corta. Una gran etapa, dicho sea de paso.
Los datos de la etapa son los siguientes:
Y aquí está el enlace al recorrido de la etapa: Los Morales – Las Jaras – Vereda de la Pasada del Pino – Los Postes
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