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05 dic 10 Vía de la Plata. Etapa 4: Lubián – Laza

Esta entrada es la parte 5 de 8 de la serie Camino de Santiago 2010

Empezamos la cuarta etapa del Camino en Lubián, donde habíamos terminado la etapa anterior. Por segunda vez, y ya de manera definitiva, abandonamos Puebla de Sanabria en la madrugada, para recorrer en coche la distancia que nos separaba de nuestro comienzo de etapa. Resultaba enormemente llamativo comparar el escaso tiempo que nos llevaba salvar la distancia hasta el pueblo de Lubián con las largas horas que nos llevó alcanzarlo dando pedales. La mañana, como no podía ser menos, se presentaba fresca, muy fresca. No llegábamos a 13ºC en el pueblo. Y encima, teníamos que empezar, por romper la costumbre, en descenso. No estaba de más abrigarse un poco. En mi caso había llevado una chaquetilla ciclista de invierno, y mi padre llevaba su sempiterno impermeable, pero Pablo, por aquello de hacer una maleta lo más pequeña posible, no había llevado ninguna prenda de abrigo, por lo que tuve que prestarle una rebeca de algodón que llevaba en el coche.

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Así que de esta guisa comenzamos la etapa. Arrancamos al filo de las 8:00h, y salimos de Lubián por la misma comarcal que nos había llevado a esta población el día anterior desde Padornelo, con un frío bastante acusado. Las temperaturas no tardaron en bajar en las zonas de umbría hasta los 10.5ºC, con una sensación térmica mucho menor debido a ir en descenso. Al menos el día era soleado, por lo que más tarde o más temprano el calor haría acto de presencia. Pero también es verdad que el hecho de que a esa hora estuviera despejado era precisamente lo que hacía que la temperatura fuera tan baja.

El tiempo de descenso no llegó a los 5 minutos. Y era lógico, ya que el primer aperitivo del día consistía en la subida del puerto de La Canda, a unos 1280 m. de altitud. Algo menos conocido que su antecesor, el Padornelo, pero que constituye la verdadera entrada a Galicia, ya que se entra al túnel que constituye el punto culminante de la subida estando en Zamora, y se sale de él en Orense. En suma, nos quedaba un ascenso de unos 290 m. (estábamos a 1000 m. de altitud) en unos 5 kms. Una bonita manera de entrar en calor.

Hicimos la primera parada -breve- del día en un cruce de caminos que se encuentra justo antes de tropezar con la vía del tren. En este cruce podíamos tomar nuestra vieja amiga, la N-525, o bien seguir por la misma carretera que veníamos trayendo, que no deja de ser el antiguo trazado de esa misma nacional. Dado que tomar la N-525 suponía realizar un importante descenso -y eso no suele ser bueno cuando estás subiendo un puerto-, optamos por seguir por la vieja nacional, que a buen seguro sería más tranquila. Y así, pasamos por debajo de la vía del tren, y continuamos nuestro ascenso. No sería -ni mucho menos- la última vez que nos cruzáramos con la vía. Pero sí la una de las dos únicas veces que lo haríamos por debajo.

Al filo de las 8:30h realizamos la primera parada seria del día. Estábamos en mitad del ascenso hacia La Canda, a medio camino entre Chanos y Las Hedradas. Nos habíamos ganado un breve descanso, que aprovechamos para reponer fuerzas y contemplar el paisaje.

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Teníamos aún por delante un duro ascenso, por un monte que cada vez iba quedándose más pelado de vegetación, en especial de esos grandes castaños y robles que -muy a nuestro pesar en el descenso- nos habían guarecido del sol de la mañana, para pasar a subir por montes desolados, en los que sólo los tojos y los aerogeneradores se atrevían a levantar algo más de un palmo del suelo. Algo más, en el caso de los segundos. Y al otro lado del valle, se veían sendas de herradura que trepaban trabajosas por los abruptos desniveles de la sierra. Se me ocurrió comentar que con gusto los subiría, lo que hizo que mi padre me contemplara como el que tiene ante sí a un demente peligroso.

Seguimos con nuestro ascenso hasta llegar al cruce de Las Hedradas. Cada vez era más claro que la vieja nacional subía bastante más que la nueva y que -ni que decir tiene- la autovía. Empezaba a barruntar que la carretera que llevábamos nos iba a hacer subir todo el puerto, sin tener ni siquiera el descanso de atravesarlo por el túnel de la nacional. ¿Pero habría alguna manera de conectar con la nueva nacional? Desde luego, había una viejísima carretera que descendía desde el cruce, pero al no tener indicaciones de ningún tipo, no podíamos saber si nos iba a llevar a la nacional, o más abajo en el valle, camino de fuera usted a saber qué olvidado trazado de montaña. En mi venerable guía Michelín, edición comprada en 1997 nada salía de esta carretera. Y seguíamos teniendo presente el viejo principio de que en ascenso el tomar un descenso no suele ser buena señal. Aún así, nos arriesgamos, nos metimos en los últimos restos de frondoso bosque, emprendimos un trepidante descenso… que acabó medio kilómetro después en la nacional nueva. Perfecto. Nos habíamos ahorrado de golpe unas cuantas decenas de metros de subida, y un puñado de kilómetros. Pero tocaba seguir subiendo. Y esta vez el ascenso no era tan suave como por la vieja nacional. Al menos, seguía siendo tranquilo.

A las nueve de la mañana llegué a la entrada del túnel, y al non plus ultra de Zamora. De ahí en adelante, todo iban a ser tierras gallegas. Con lo que ello conllevaba: paisaje quebrado, contínuas subidas y bajadas, valle tras valle, cima tras cima. Y verde, mucho verde. O al menos, eso pensaba yo. Una vez reagrupados, cruzamos el túnel, con lo que culminamos la subida más importante del día.

Una vez pasado el túnel, donde nos cruzamos con el único coche (que ya es mala suerte) en toda la subida, nos tocaba emprender un descenso largo -aunque para nada sinuoso- por la parte gallega del puerto. Pasamos veloces junto a las poblaciones de La Canda y Vilavella (donde nos sorprendió el anómalo topónimo de “A Mezquita”), para alcanzar sin grandes contratiempos O Pereiro, donde aprovechamos el primer bar que encontramos para realizar una nueva parada técnica, la primera ya en tierras gallegas. Parada que sirvió para echarnos al cuerpo algo caliente (“Un café, un chocolate, un caldo, lo que tenga”), y gracias a la wifi sin cifrar del bar y del móvil de mi padre, radiar nuestra entrada en Galicia.

Saciadas nuestra hambre y sed de algo caliente, continuamos la etapa por la N-525, que no abandonaríamos hasta la cercana La Gudiña. El perfil de este tramo era lo que me calculaba una vez entramos en Galicia: breves subidas, pequeñas bajadas, y alguna tachuela como el alto de O Cañizo (donde incluso alcanzamos a ver lo que parecía ser un corzo), hasta el descenso a La Gudiña, donde la Vía de la Plata se bifurca en dos trazados: uno mas al sur, que pasa por Verín, y otro más al norte, que lo hace por Laza. Nosotros habíamos optado por este último, algo más corto, que evitaba un gran tramo de carretera, aunque eso sí, algo más abrupto. Así que, tras tomar la foto de rigor en la bifurcación de caminos, continuamos nuestra etapa, aunque sin poder sellar la credencial en La Gudiña, al encontrarse cerrado el punto de información al peregrino, y no topar con el ayuntamiento, puesto de la Guardia Civil u oficina de turismo algunos.

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Salimos de La Gudiña por una pequeña carretera comarcal que nos adentraba en la sorprendente Serra Seca de Orense: una sucesión de pequeños riscos completamente pelados, que no tendrían nada que envidiar a los montes de Málaga en lo referente a aridez, si no fuera porque en Orense llueve bastante más, e incluso en verano pervive una vegetación arbustiva (formada principalmente por tojos y otras plantas particularmente puntiagudas) que le daba un tono verde pese a encontrarnos bien entrados en el verano.

Pasamos por la Venta do Espiño, en la que sería la primera de una serie de pequeñas poblaciones -Ventas- por las que habríamos de transitar en nuestro recorrido por la Sierra Seca: Venta Teresa, Venta Capela, Venta Bolaño… Justamente en la Venta Teresa pisamos tierra por primera vez en la jornada, algo que no hizo demasiada ilusión a mi padre, pero que a mí me alegró enormemente. El perfil no era aún demasiado exigente, ya que íbamos por una de las crestas de la Sierra, lo que además nos permitió observar algo que iba a ser una constante en la siguiente mitad de la etapa: seguíamos básicamente el trazado del ferrocarril, pero mientras que éste lo hacía salvando innumerables túneles a lo largo de la Sierra, nosotros lo hacíamos por encima de ésta.

Volvimos a retomar algo de asfalto, para volverlo a abandonar no mucho después, y realizar el ascenso hasta un cerro que nos permitió contemplar por primera vez el impresionante embalse de As Portas, del que no pude menos que tomar una panorámica:

Allí nos encontramos con una pareja de ciclistas -estos sí, con alforjas-, valencianos y veteranos en la Vía de la Plata. Nos tiramos un rato de charla con ellos, y nos dieron algunos detalles de lo que nos esperaba por delante, incidiendo en dos aspectos esenciales: el descenso trialero de Campobecerros y la espectacular bajada a Laza. La cosa, que ya sobre el papel se veía llamativa, se ponía aún más interesante.

Continuamos en dirección a la Venta Capela, que atravesamos (aunque nos lo podríamos haber ahorrado), y seguimos por un tramo de asfalto que abandonamos no mucho después. Era una tónica que nos habría de acompañar en casi toda la etapa, y que enervaba enormemente a mi padre: el Camino nos sacaba de asfalto para meternos por pistas, y volvía a él poco después. Por lo general, con el resultado de haberte metido entre pecho y espalda alguna que otra subida interesante. De estas últimas, fue especialmente interesante una subida por un tramo muy trialero, con abundante pizarra suelta y en franca pendiente, donde volvimos a tropezarnos con los ciclistas valencianos. La bajada, de nuevo hasta la carretera, hizo mis delicias, pero no demasiado las de mi padre. Pablo, mientras tanto, también parecía disfrutar del perfil quebrado.

Llegamos a la Venta Bolaño justo al mediodía. Aprovechamos para hacer un nuevo descanso, en el que dimos cuenta del bocadillo y la naranja con los que también ese día nos habían obsequiado en el hostal de Puebla de Sanabria. Una lugareña salió de su casa, y estuvimos dándole conversación un rato. Imagino que la pobre mujer no tendría demasiadas oportunidades de charlar con caras nuevas demasiado a menudo, en aquel lugar remoto y aislado.

Salimos de la Venta Bolaño alternando de nuevo breves subidas y bajadas, pero manteniendo una tónica de ascenso, no muy acusado, ya que seguíamos la cresta de la sierra, aunque en determinadas ocasiones resultaban de una puntual dureza. A unos 3 kilómetros de la Venta, abandonamos la carretera por última vez hasta Campobecerros. Y fue aquí donde tuvimos la mayor polémica del día. Si bien nuestro libro de ruta indicaba que teníamos que abandonar la carretera, y que así aparecía indicado en las flechas amarillas que nos encontramos, también aparecía una indicación tachada del Camino pintada sobre el asfalto. La subida era dura, pero la carretera, a diferencia de ocasiones anteriores, se apartaba enormemente del trazado del camino ¿Nos llevarían ambas al mismo sitio, o la carretera nos conduciría a la quinta puñeta? Con el fuerte descontento de mi padre, seguimos el camino.

La subida fue bastante dura, por un terreno completamente pelado y abrasado por el sol. Un secarral en el que no se veían ni lagartos, con terreno suelto y traicionero. Una virguería, vaya. Con bonitas vistas, además. Pero lo que habíamos subido no era nada comparado con el descenso hasta Campobecerros, que se mostraba en el fondo de un valle, a nuestra vista, pero al que no llegaríamos sin tener que afrontar un descenso peligroso y sumamente técnico.

Fueron 1300 metros de descenso por algo a medio camino entre cortafuegos y torrentera, con pizarra suelta, peñascos gordos como cocos de La Habana y roderas traicioneras. Y de guinda, un peregrino a pie con un enfado monumental por la trampa mortal para los tobillos que constituía la bajada. Pablo y yo llegamos sin mayores problemas hasta el fin del camino… que coincidía con la carretera que habíamos abandonado minutos antes.

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Mi padre, cuando llegara, lo iba a hacer llevado por los demonios. Así que nos decidimos a esperarle tranquilamente. Quizás demasiado tranquilamente, teniendo en cuenta que ni árboles había en ese secarral orensano.

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En efecto, llegó bramando en arameo, y jurando y perjurando que no iba a hacer ni un metro más de bici en camino en lo que quedaba de etapa. Pero su intención se vio frustrada en cuanto entramos en Campobecerros. Allí aprovechamos que nos encontramos con unas lugareñas para preguntarles el mejor trazado para llegar a Laza, incidiendo mi padre especialmente en que quería hacerlo por asfalto. Aproveché la parada para apañar un pequeño problema que tenía en el freno trasero: uno de los hilos del cable de freno se había partido y enrollado en el interior de la funda, con lo que lo atascaba e impedía que el freno volviera a su posición de reposo tras accionarlo. Desenrollé el hilo suelto hasta sacarlo de la funda, y lo corté, solventando el inconveniente. Pablo, por su parte, notaba algunos problemas en el desviador trasero.

En esas (y tras averiguar que una de las mujeres con la que conversábamos era cuasi paisana, ya que llevaba décadas viviendo en Córdoba, y se encontraba precisamente de vacaciones en su pueblo) estábamos, cuando hizo aparición un miembro de protección civil montado en bici de montaña. Nos explicó que para ese año Xacobeo habían inaugurado un servicio de apoyo al peregrino con ciclistas de los alrededores, que recorrían el tramo asignado del Camino para socorrer a peregrinos en apuros o aconsejar a cualquiera que estuviera realizando el Camino (lo que, dicho sea de paso, me parece una excelente idea). El de protección civil nos aconsejó seguir el trazado del Camino, ya que no era para nada tan abrupto como lo que habíamos traído desde la Venta Bolaño, y sobre todo, porque la carretera que llevaba a Laza daba un rodeo de varias decenas de kilómetros.

Así que, teniendo en cuenta que pasaba ya de la una de la tarde, y con la frustración de mi padre, seguimos la carretera en dirección a Porto Camba con una fuerte subida inicial, necesaria para abandonar la hoya en la que se encontraba Campobecerros. Afrontamos una nueva bajada hasta Porto Camba, que cruzamos a las dos menos cuarto de la tarde, con ni un alma viviente en sus calles, y de nuevo, iniciamos una subida, la última del día.

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Abandonamos nuevamente el asfalto al llegar a una cruz de madera muy llamativa, emplazada en el desvío que la carretera realizaba hacia Cercedelo. Allí hice una pausa mientras Pablo…

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…y mi padre llegaban a mi altura. La subida se había hecho dura, y a las dos de la tarde el sol, los kilómetros recorridos y la dureza de éstos se hacían notar.

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Reanudamos la subida, esta vez por pista, no sin que el ciclista de protección civil nos pasara como una exhalación. Y así, superado el último risco de la jornada, afrontamos el espectacular descenso hacia Laza: 9 kilómetros de bajada, 5 de ellos por una pista que nos iba a llevar desde los altos de la Sierra Seca hasta la aldea de As Eiras, que bajaba al filo de cortados con caídas de más de 300 metros hasta el fondo del valle, y con unas vistas espectaculares.

Iniciamos el descenso desde una loma pelada y azotada por todos los vientos del mundo, para ir pasando poco a poco a una vegetación arbustiva, posteriormente a los bosques de coníferas y, a medida que íbamos descendiendo, irnos adentrando por último en el bosque gallego, constituido por robledales y castañares. Una auténtica delicia.

A partir de As Eiras, afrontamos el resto del descenso por una carretera en fuerte desnivel que nos condujo a las cercanías de Laza, nuestro fin de etapa. Tras unos momentos de duda, abandonamos la carretera para tomar el último tramo trialero, de apenas una veintena de metros, para entrar en Laza por una agradable pista que seguía por el fondo del valle, que ya no se encontraba encajonado entre las estribaciones de la Sierra Seca, y entrar en el casco urbano del pueblo por una de sus calles principales. Eran las tres menos veinte de la tarde. Habíamos realizado el descenso de 9 kilómetros en cuarenta minutos.

Una vez en Laza, buscamos el puesto de protección civil y el ayuntamiento, donde habíamos quedado con Ana para que nos recogiera. En el puesto de protección civil nos encontramos por tercera vez con el ciclista de apoyo, y nos sellaron las credenciales. De esta manera, dimos por concluida la etapa. Empaquetamos las bicis en el coche, y nos dirigimos hasta Verín, donde teníamos reservado el hostal. Lo que sucedió en Verín, y sus consecuencias, quedarán para entradas posteriores de esta narración.

El recorrido de la etapa en Google Maps es el siguiente:


Ver Vía de la Plata. Etapa 4: Lubián – Laza (03/08/2010) en un mapa más grande

Datos de la etapa:

  • Distancia (según la guía): 57’9 kms.
  • Distancia (según mi velocímetro): 62’2 kms. (aproximada, ya que durante la grabación de vídeo dejaba de funcionar)
  • Tiempo de etapa: 4h 30m (aproximadamente)
  • Tiempo desde el inicio de la etapa: 7h 14m 52s
  • Pulsaciones medias: 107 pulsaciones/min
  • Pulsaciones máximas: 171
  • Consumo medio de calorías: 700 kcal/h
  • Consumo máximo de calorías: 1340 kcal/h
  • Tiempo en zona de pulsaciones: 2h 13m 42s
  • Consumo total de calorías: 5053 kcal
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