La primera vez que visité Pontevedra, en 1997, no sólo conocà una de las ciudades más maravillosas que existen en España, sino que tuve la ocasión de degustar un dulce que se convirtió en uno de mis favoritos. Una especie de buñuelo, recubierto de una costra de azúcar anisado. Ni más ni menos. Simple como el mecanismo de un sonajero, pero esa misma simplicidad es lo que lo hace excepcional. Se puede degustar solo, con café o cacao, y se conserva fresco durante semanas sin mayor problema. Se trata de los melindres.
Para mÃ, hasta entonces, melindre no era sino un sinónimo de quejica, pero a partir de ese momento pasó a estar en un lugar de honor entre mis dulces favoritos. Y mis favoritos, eran, sin lugar a dudas, los de la PastelerÃa Llomar, junto a las ruinas de Santo Domingo.

Desde entonces, en los últimos 18 años, cada vez que me encontraba en Pontevedra era obligado parar en Llomar para comprar un cuarto de kilo de Melindres, y las más de las veces, otro tanto para bajar a AndalucÃa, bien para agasajar a la familia, o para conservar, en forma de dulce, el recuerdo de la visita a Pontevedra. Una pequeña tradición que me acercaba más a los seres queridos a quienes no volverÃamos a ver hasta el siguiente viaje.
La última vez que estuvimos en Pontevedra, en el verano de 2015, no pudimos menos que cumplir con la tradición. Esta vez, además, nos paramos a darle un poco de conversación al dueño del negocio. Nos comentaba que cada año se sentÃa mayor y que las cosas estaban difÃciles. Y nosotros le hablamos de nuestras visitas a Pontevedra y la obligada visita a su pastelerÃa. Y nos despedimos de él, como si fuera una ocasión mas. No me podÃa imaginar que serÃa la última.
Estas Navidades hemos vuelto a Pontevedra, esta vez desde DublÃn. Ayer me acerqué a cumplir con esta pequeña tradición, tan sólo para encontrar la pastelerÃa cerrada. El escaparate desierto, y el rótulo desaparecido. La pastelerÃa Llomar ya solo existÃa en el recuerdo. Y con ella se habÃan ido mis apreciados melindres.
Estas cosas suceden. La gente se jubila, los comercios cierran, y en el mejor de los casos otros los sustituyen. Pero cada vez que esto sucede, en especial en el caso de estos comercios veteranos, se pierde un poquito de nuestra historia. Tanto historia con minúsculas como con mayúsculas. Forma parte de la vida. Pero en mi caso particular, mis visitas a Pontevedra, a partir de ahora, serán un poco menos dulces.