Grabación de la etapa ciclista realizada el 08/06/2024 por el Aljarafe. Salida de Santiponce por la carretera de Valencina, para tomar la Ruta del Agua en dirección Camas. Posteriormente, se toma el Cordel de los Carboneros en Camas, pasando por Valencina, cruzando la vía férrea entre Sevilla y Huelva, para continuar atravesando Salteras. Se deja Salteras por el carril bici, y antes de llegar a Olivares, se vuelve a coger el cordel, para llegar a la fuente-abrevadero de La Coriana. Se continúa hasta llegar hasta el vado del Guadiamar. Allí se gira a la derecha, para subir por el corredor verde hasta Aznalcóllar, a la altura del acueducto romano de Los Arquillos, remanente del acueducto que alimentaba Santiponce. Posteriormente, se toma el tramo abandonado del ferrocarril minero de Aznalcóllar, hasta alcanzar de nuevo el río Guadiamar, que se vadea. Allí se enlaza de nuevo con el Acueducto de Itálica, en los terrenos del cortijo de Conti. Posteriormente, se toma de nuevo el trazado del ferrocarril minero, que ya no se abandona hasta llegar de nuevo a Santiponce, final de etapa.
Grabación efectuada, a vista de bici, con una cámara SJCam SJ4000, y a vista de dron, con un Eachine E520S.
Música:
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El pasado 12 de diciembre realicé una etapa de buen recorrido en las cercanías de Santiponce, que me llevó hasta Aznalcóllar y vuelta. La idea principal era realizar el primer tramo de la Circular Noroccidental de la Vía de la Plata, que en su extensión completa recorre 200 kilómetros de Sierra Morena por la provincia de Sevilla, y que tiene su salida en Camas.
Empecé a rodar a las 9:00h, con una temperatura que rondaba los 5ºC. Atravesé Santiponce para salir de la misma por la carretera de Valencina, hasta cruzarme con la Ruta del Agua recién pasadas las vías del tren; tomé la Ruta a la izquierda, en dirección a Camas. Pasé por el antiguo campo de tiro, hasta llegar a la carretera de Camas a Castilleja de Guzmán. Allí enlacé, en el Caño Ronco, con el Cordel de los Carboneros, que ya forma parte de la Circular Noroccidental, y como tal se encuentra señalizada. A partir de ahí, es bastante sencillo seguir el recorrido. El cordel va avanzando hacia el noroeste, pasando entre Valencina y Las Pilas, hasta llegar a Salteras, tropezando con la vía del tren. Se pasa ésta junto a la carretera, y se continúa bordeando Salteras. En este municipio parte del cordel ha sido habilitado como carril bici, por lo que es preciso saber cuándo abandonarlo: es en el momento en el que el carril se dirige hacia una calle. Se puede ver cómo el antiguo cordel se abre, dejando el carril bici por la izquierda. Se sigue bordeando Salteras, hasta llegar de nuevo a la carretera (y al carril bici) en la salida hacia Olivares. Una vez abandonada Salteras, se ha de dejar el carril bici para volver a rodar por el cordel, que va un poco más a la derecha. Poco a poco nos alejamos de la carretera, dejando Olivares a nuestra izquierda, y avanzando hacia el noroeste. El primer punto interesante es la fuente-abrevadero de La Coriana.
Llegados a este punto, hasta el que habíamos venido por lo general en ascenso, pasamos a descender de manera clara hacia el río Guadiamar. El recorrido se realiza entre olivares y fincas de cultivo, hasta que se alcanza el río, donde pasamos a una vegetación de ribera entremezclada con algunos eucaliptos. Desde este punto hasta la entrada de Aznalcóllar el recorrido es bastante plano, con algunas subidas y bajadas. Es un trayecto muy agradable, hasta que se llega a la calvera de la antigua balsa de áridos de la mina, que se encuentra completamente pelada. A punto de entrar en Aznalcóllar, y cerca del antiguo polígono industrial de la mina, abandoné el recorrido de la Noroccidental, para dirigirme hacia el Acueducto de Los Arquillos. Para ello tuve que girar hacia el este, pasar por sendos vados sobre los ríos Crispinejo y de Los Frailes, antes de llegar a la pista del corredor verde del Guadiamar, y tras seguirla un poco, hasta el viejo acueducto, donde paré un rato.
Mi idea era volver desde aquí, pero con el día tan estupendo que teníamos, cómo podía resistirme a subir a la Corta de Los Frailes. Dicho y hecho, no tardé en cruzar la carretera, y tomar la pista que sube hacia la mina. Sin embargo, en vez de seguir rumbo norte y cruzar de nuevo el río de los Frailes por el noreste de la mina, opté por girar a la izquierda, para subir a la corta por el antiguo trazado del ferrocarril minero, que se acerca mucho más rápidamente que la otra opción. De hecho, el río se salva por el antiguo puente minero.
…y una vez pasado, se abandona el trazado minero, que se encuentra casi perdido, para trepar hasta la terraza de la mina avanzando hacia el norte, por donde se llega al mirador de la corta. Por desgracia, el camino de entrada al mirador se encuentra cerrado por una cancela. No es posible pasar con la bici. Pero sí sin ella. Y vale la pena para disfrutar de las mejores vistas de la corta:
Una vez vista la corta, desandé mis pasos para volver al viaducto. Desde allí opté por tomar el viejo ferrocarril minero para volver hacia Santiponce. Seguí su recorrido hasta llegar al río Guadiamar, que es preciso vadear, ya que el puente ferroviario sobre el río fue derribado hace bastante años:
De todas maneras, con tan poca agua, no era un gran desafío vadear el río. A partir de aquí, abandoné el trazado del ferrocarril para tomar la vereda de Conti a La Ramira, con la idea de llegar hasta la Mina Las Cruces. Pasé por el pilón del Conti…
…y seguí por la vereda, hasta alcanzar la carretera junto a la mina. Desde allí, tomé un rato de carretera hasta llegar a la Cañada Real de las Islas, que tomé en dirección sur, camino de Santiponce. Al llegar de nuevo al ferrocarril minero, abandoné la vereda, y me encaminé hacia Santiponce. Llegué a casa a las 12:55h, tras casi 4 horas de recorrido, y 66 kilómetros de recorrido.
Datos de la etapa
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El jueves 1 de abril Manolo, Miguel y yo volvimos a realizar una etapa ciclista por las cercanías de Sevilla. Seguimos con el plan de rodar y hacer kilómetros para ir entrando en forma, y tras la etapa anterior en torno al río, propuse una etapa de un kilometraje similar por la campiña sevillana: tomar la Vía Verde de Itálica desde Santiponce, y recorrerla hasta el puente roto sobre el río Guadiamar, en las cercanías de Gerena. Y desde allí, volver sobre nuestros pasos hasta el cruce con la Ruta del Agua, y volver a Santiponce por ella.
Quedamos esta vez a nuestra hora habitual, las 9:00h, y empezamos puntuales. Miguel había llegado con algo de adelanto, y Manolo llegó directamente montado en bici desde su casa. La mañana era bastante ventosa y amenazaba lluvia, pero salvo un breve instante de chispeo, a lo largo del día no nos cayó nada de agua. El viento, eso sí, fue constante. Avanzamos a un ritmo bastante bueno por la vía verde hasta llegar al puente del Arroyo del Judío, donde termina “oficialmente” el trazado de la vía verde, y continuamos por el trazado de la misma, camino de Gerena. El tramo antes de llegar a la carretera de Salteras se encuentra, como siempre, lleno de balasto y se hace fastidioso rodar sobre él, razón por la que esta vez iba con la bici de carbono en vez de con la gravel.
Pasada la carretera, y hasta el cruce con la Ruta del Agua seguimos avanzando a buen ritmo, por un trazado que no tenía nada de barro y permitía rodar bien. Hay un derrumbe importante cerca del cruce, que hace que sea obligado cruzar con algo de cuidado. Pero aparte de eso, nada más. Pasamos por la carretera de Gerena a Olivares, e hicimos el arco junto a la antigua estación de Gerena-Empalme, para llegar a las cercanías del puente roto. Desde allí nos planteamos vadear el río y enlazar con la ruta verde del Guadiamar, pero decidimos finalmente seguir con el plan original, por lo que retornamos sobre nuestros pasos hasta llegar de nuevo al cruce con la Ruta del Agua. Y esta vez con el viento más en contra que a la ida.
Tomamos la Ruta del Agua, donde se notó a mejor el cambio de firme. Avanzamos sin mucha novedad hasta La Alondra, disfrutando del paisaje.
Seguimos avanzando, hasta llegar a la vía del tren de Huelva, y pasamos sobre la misma, para salir a la carretera de Valencina a Santiponce. Bajamos a Santiponce por carretera, y en el primer bar que encontramos paramos a tomar unas buenas tostadas con aceite y tomate. Tras el refrigerio, Miguel y yo volvimos a mi casa, y Manolo continuó hasta Sevilla.
Datos de la etapa
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La pasada semana del Puente de la Constitución fue una semana bastante activa para mí. Lamentablemente, activa también en el ámbito laboral, lo que me hizo tener que trabajar los días de fiesta. Pese a ello tuve la posibilidad de salir a rodar en cuatro de los siete días de la semana. Tres de esos días salí a rodar por la Vía Verde de Itálica.
En dos de las ocasiones, correspondientes a los días de fiesta, fueron etapas cortas: apenas ir hasta el puente sobre el arroyo del Judío y volver. Se trataba de hacer un poco de ejercicio antes de sentarme a trabajar desde casa, para activar cuerpo y mente de cara a la coger de mejor humor la tarea que tenía por delante. Y tengo que admitir que ayudó. De ambas etapas, tengo que quedarme con la del martes 6. Esa mañana la niebla bañaba Santiponce, y daba al paisaje un aspecto muy singular. La llegada al puente sobre el arroyo…
…el cruce de la Vía Verde con la Cañada Real de las Islas…
…la vía verde, ya de vuelta…
…y por último, la campiña sevillana en las cercanías del puente de los Vinateros:
El fin de semana fue mucho más activo. El sábado 10 salí a rodar por la vía verde junto con Ana y nuestros amigos Jesús y Carmen. Hacía ya algunos meses que no rodábamos los cuatro, y habíamos decidido no dejar pasar más tiempo sin hacer nada al respecto. Así que les propuse lo que consideré una etapa razonable, pero algo más movido que nuestra anterior salida: realizar el recorrido de la vía verde hasta el Río Guadiamar. Un total de 36 kilómetros prácticamente planos, pero por dos zonas de firme claramente diferenciadas: un primer tramo hasta el puente sobre el arroyo del Judío con pista bien apisonada, y un segundo tramo hasta el río, con abundante balasto y tramos incluso con restos de traviesas.
El sábado amaneció frío, húmedo y con un cielo plomizo que no dejaría de amenazar con lluvia en todo el día. Al salir a coger las bicis de la cochera, me encontré con una sorpresa: ese mismo día se disputaba en Santiponce la edición de 2011 de La Sufrida, una carrera de 78 kilómetros organizada en beneficio de la Asociación de padres de niños con cáncer de Andalucía. Aparte de la grata sorpresa, esta prueba nos obligó a variar el comienzo de nuestro recorrido, ya que la salida estaba al lado de casa, y el recorrido coincidía en su primer tramo con nuestra etapa. Así que en vez de tomar la vía verde por la espalda de Itálica, entramos en el pueblo y la tomamos desde la parte nueva de Santiponce. Aun así, coincidimos durante algunos kilómetros con algunos corredores, e incluso en un momento determinado -íbamos rodando con calma- nos llegó a pasar el coche escoba de la organización.
El primer tramo de la etapa lo pasamos sin demasiadas complicaciones. Sin embargo, más allá del puente sobre el arroyo Carmen empezó a pasarlo bastante mal por el firme irregular. Pese a todo, no se dejó achantar, y seguimos rodando por la vía verde. Pasamos las dos carreteras que la cruzan, y llegamos hasta la vieja estación de Gerena-Empalme, convertida hoy en día en una casa de campo con unos corrales que parecen parte del atrezzo de las películas de Mad Max.
Un par de kilómetros después de la estación se llega hasta el puente derruido sobre el Río Guadiamar. El último tramo de vía no es practicable, ya que ha sido destruido -talud incluido- por los dueños de las fincas colindantes, y ha sido completamente arado. Por suerte, se puede llegar hasta lo que queda del puente gracias a que las veredas del río fueron rehabilitadas tras el desastre de las minas de Aznalcóllar.
Queda poco del puente, más allá de los arranques a ambos lados del río, y un pilar en en cauce. Otro de los pilares ha sido arrastrado por las aguas, y no queda nada de la pasarela. Eso sí, sigue siendo un buen lugar para hacer un poco el indio:
Eran las 11:35h cuando llegamos hasta el río, tras dos horas largas de etapa. Nos quedaba emprender la vuelta. Habíamos descartado recorrer los 3 kilómetros que nos separaban de Gerena para tomar un buen desayuno, ya que Carmen no se encontraba con ánimo de tomar un tramo de carretera. Así pues, recogimos bártulos y emprendimos el camino de vuelta, que completamos en otras dos horas largas. Llegamos a Santiponce a las 14:15h, con parada incluida para limpiar las bicis… y hacer un descanso algo atípico:
En cuanto al tercer tiempo, fue sumamente agradable: un buen almuerzo a base de las excelentes pizzas del Don Vito de Santiponce, regadas con un aceptable rioja, y un buen rato de charla con unos grandes amigos. Algo que espero repetir en breve.
Los datos de la etapa del sábado son los siguientes:
Y aquí está el enlace a su recorrido: Vía Verde de Itálica hasta el río Guadiamar
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El sábado 27 mi amigo Pedro y yo volvimos a rodar por la zona de Mairena. COn la sola excepción de una pequeña etapa de entrenamiento por el aeródromo de La Juliana, hacía ya meses que no rodaba por la zona de Mairena, y tenía preparado algo especial para esa etapa: una incursión por la zona de los pinares de la Puebla del Río y, si había ganas, llegar hasta el vado de Quema. Dado que la etapa prometía ser algo larga, y que discurriría por zonas con abundante arena -con bancos que podrían tragarse a un hombre adulto- habíamos tomado dos medidas: salir a las 8:00h, y cambiar la cubierta trasera por una Small Block Eight de 2.1”. Y aunque tengo afición a llevar la Larsen TT de 1.9”, tengo que admitir que en las zonas donde abunda la arena la corta como escalpelo, clavándose en el banco hasta el fondo.
Así pues, monté la bici en el Alfa y me encaminé hacia Mairena del Aljarafe. Comenzamos la etapa un poco antes de las 8:15h., con una climatología ciertamente agradable: viento suave a favor, frescor en el ambiente y ni una sola nube en el cielo. No muchas horas después, íbamos a lamentar todo eso. Salimos de Mairena por el camino de la venta del Río Pudio, hasta alcanzar el puente romano. Allí giramos a la izquierda, por la Cañada Real de las Islas, camino de Coria del Río. Pasamos junto a Almensilla y el poblado de La Alegría, antes de girar a mano derecha, en las cercanías de Coria y la Puebla del Río.
Tomamos el camino de la ermita de Don Diego. Este camino nos llamó bastante la atención porque discurría entre campos de olivar que -contra cualquier costumbre conocida- estaban vallados por alambre de espino. La situación era un tanto sorprendente, ya que me recordaba bastante a los caminos rurales de la Galicia profunda: un pequeño sendero, encajonado en sendos terraplenes formados por las fincas contiguas, y cerrado por un vallado. La única diferencia era que en Galicia los vallados acostumbran a ser de piedra, no de alambre de púas. En fin. Seguimos avanzando en dirección oeste hasta que el camino se vio completamente cerrado por la vegetación. No nos quedó más remedio que colarnos entre la alambrada -que hábilmente había sido preparada por alguien para permitir el paso- y adentrarnos en un olivar hasta salvar la parte de camino comida por la vegetación, justo en el punto en el que nuestro camino desembocaba en uno más grande.
Tomamos este camino, claramente más cómodo de recorrer, siguiendo continuamente hacia el oeste. El camino que habíamos pasado a seguir se encontraba señalado por abundantes flechas amarillas -como el Camino de Santiago, rojas y blancas, lo que no dejaba lugar a dudas de que se trataba de un camino sumamente transitado, especialmente por rocieros. La presencia de la propia ermita de San Diego así lo atestiguaba.
Seguimos avanzando hacia el oeste. A las 9:30h, cuando ya llevábamos casi hora y media de recorrido, llegamos a un cruce de caminos, con una indicación hacia la Cañada de la Barca, en la zona de los Pinares de la Puebla del Río. Nos detuvimos unos instantes: la zona tenía un aspecto interesante, pero no era ese el día que exploraríamos la zona, sin ninguna guía ni prácticamente indicación a seguir: si esos pinares eran como los de Aznalcázar, constituirían un dédalo de senderos en los que sería fácil perderse. Aun así, la zona era atractiva a la cámara, y no pude menos que inmortalizar nuestro paso por la zona, con la esperanza de volver en otra ocasión para explorarla más detenidamente.
Continuamos, siempre hacia el oeste. Hasta el momento los bancos de arena apenas habían sido una molestia ocasional, pero poco a poco su presencia iba haciéndose más y más molesta. Aunque eso no era nada comparado con el espanto que sabía que aún teníamos por delante. Apenas 10 minutos después llegamos a la Ermita de San Diego, donde hicimos una parada algo más larga, en la que aprovechamos para comer algo de fruta, para recuperar fuerzas.
La zona era agradable: una pequeña mancha de pinos entre campos de olivos y frutales. Sin duda, una agradable escala para los rocieros en su marcha hacia Doñana.
No nos detuvimos mucho más antes de continuar con la etapa: el fresco de la mañana, que tan fácilmente nos había hecho salir a rodar con alegría, poco a poco estaba dejando paso a un calor que prometía apretar a lo largo del día, que seguía siendo claro y sin una nube en el horizonte. Aún teníamos el viento a favor, y claro, eso ayudaba a confiarse.
Seguimos avanzando, y pasamos junto a la finca de la Juliana y el aeródromo del mismo nombre. Poco después llegamos hasta el cordel de Triana a Villamanrique, el principal camino seguido por los rocieros, y bastante más conocido por nosotros. Eran las 10:00h en punto, y nos encontrábamos bien de fuerzas. Decidimos seguir hasta los pinares de Aznalcázar y, si había ganas, seguir avanzando hasta el Vado de Quema. Y el caso es que hubo fuerzas.
Atravesamos los pinares siguiendo el trazado del cordel, famoso por sus trampas de arena. El camino realiza un suave descenso, primero, para luego transcurrir prácticamente plano hasta llegar a la carretera A-3114. Y esto, que podría parecer fácil, con la arena se transforma en una lucha constante. Lucha contra la arena que te impide avanzar, contra las ruedas que se clavan en la arena, y contra el deslizar de izquierda a derecha cada vez que intentas dar una pedalada. Por suerte hacía unos días que había llovido, por lo que la arena se encontraba algo compactada en algunas zonas, y con una ligera costra que permitía rodar algo más facilmente. Aun así, seguía siendo sumamente duro. Al menos las Small Block Eight se estaban portando razonablemente bien, y me permitían rodar sin que el avanzar constituyera una tortura. Aunque tengo que admitir que echaba de menos la cubierta High Roller de 2.35” que tengo guardada en la cochera de Córdoba.
Una vez que pasamos la carretera, y sabiendo que el vado de Quema estaba a tiro de piedra, ¿por qué detenernos ahí? Dejamos a nuestra derecha la torre de vigilancia de incendios, y recorrimos los escasos 5 kilómetros que nos separaban del vado, por una pista asfaltada que respondía al nombre de Cordel del Camino de los Playeros, y que no deja de ser parte del Cordel de Triana a Villamanrique. Y así, con viento a favor y en suave descenso, llegamos a uno de los puntos rocieros por excelencia: el Vado de Quema.
(Nota: no es que el contacto con las famosas aguas del río Guadiamar en el vado del Quema dieran a unos protorocieros ciclistas como nosotros -o al menos a Pedro- el poder místico de la bilocación: el milagro sólo lo es desde el punto de vista tecnológico. Gracias, autostitch)
Eran las 11:00h, y habíamos alcanzado el punto más lejano de nuestro recorrido. O al menos lo sería, si dejábamos de remolonear en torno al vado, el área de descanso, y la pequeña ermita con una imagen de la Virgen del Rocío que se alzaba en la zona, protegida por una gruesa malla de acero para evitar desperfectos, quién sabe si causados por el propio fervor popular.
El caso es que ahí estábamos, y ahí estaba el vado. El calor se empezaba a notar, y ya puestos… ¿por qué no cruzar el vado? Porque una cosa era llegar al límite propuesto, y otra sobrepasarlo. Y llegados al sitio… bueno, sería triste volver para decir que no habías pasado el vado. Total, el caso es que como no había nadie para vernos hacer el ridículo, nada nos detuvo cuando descendimos hasta el vado, primero, y cuando metimos rueda en el agua, después. Y así, chorreando agua por encima de los tobillos, cruzamos el vado del Quema. Ya habíamos pasado el bautismo rociero. Sólo que ahora teníamos que darnos la vuelta y volver a Mairena. La vuelta, eso sí, la hicimos por un apañado puente que se alza apenas una decenas de metros aguas arriba del Guadiamar.
Y fue aquí donde empezamos a lamentar las excelentes condiciones de la mañana cuando salimos de Mairena: el viento a favor, el frescor y el excelente día nos habían hecho llegar lejos, muy lejos. Para encontrarnos que ahora el viento era de cara, el día claro lo seguía siendo, pero con el sol mucho más alto, y el frescor no era más que un agradable recuerdo. Tocaba apretarse los machos. Habíamos recorrido algo más de 30 kilómetros, y nos quedaba otro tanto de vuelta.
Desandamos el cordel del Camino de los Playeros hasta los pinares de Aznalcázar sin gran novedad, salvo que el hambre empezaba a hacer mella en mí. Al menos esta vez iba sobrado de agua. Optamos por atravesar el pinar por un camino algo más al norte, cercano al cortijo de Alarcón, con la esperanza de que este camino estuviera menos invadido por la arena. Futil esperanza, ya que no sólo no tenía menos arena, sino que nos encontramos incluso más. Al menos tuvo una ventaja: el trazado era considerablemente más plano en su parte final que el cordel de Triana a Villamanrique, por lo que nos ahorramos realizar ls subida por la arena. Sin embargo, tardamos tres cuartos de hora en recorrer los escasos 4500 metros que separaban la carretera de la entrada de los pinares.
Una vez salimos de los pinares el camino se hizo bastante más cómodo. Pero Pedro, que había hecho un considerable esfuerzo para mover sus cubiertas de 2.35” por las dunas que acabábamos de pasar, recibió la desagradable visita del tío del mazo, acompañado de unos molestos pinchazos en los cuadriceps. No nos quedaba más remedio que bajar el ritmo en la vuelta, a fin de evitar un chungo como el que yo mismo había sufrido en una etapa similar un año antes. Así pues, nos lo tomamos con calma.
Volvimos hasta el aeródromo de la Juliana, y seguimos en dirección al puente romano del río Pudio. Cruzamos la carretera de Almensilla al filo de las 13:00h, y pasamos por el cortijo de Torre Quemada tras 10 minutos de rodar tranquilo, antes de empezar el descenso hasta Entrecaminos. A esas alturas los brazos, especialmente el derecho, empezaban a arderme. Si no me equivocaba, estaba a punto de recuperar casi todo mi corte ciclista. E incluso la mancha de moreno de la mano provocada por los agujeros de los guantes en donde el velcro tiene su cierre.
A las 13:20h empezamos el último ascenso de la jornada, el del camino de la Venta del río Pudio. Apenas 2 kilómetros hasta Mairena, y 3’5 hasta el final de nuestra etapa. Finalizamos el ascenso con calma, y descendimos por carretera hasta casa de Pedro, con una parada incluida en un lavadero para adecentar las bicis. Dimos por finalizada la etapa a las 13:41h, después de 56’9 kms., y casi 5 horas y media de etapa. Una etapa sin grandes subidas, cierto, pero con tramos sumamente duros por la arena. Una etapa con tramos ciertamente interesantes, y con grandes perspectivas para realizar recorridos alternativos. Habíamos sufrido, sí, pero había merecido la pena.
El recorrido de la etapa en Google Maps es el siguiente:
Ver 2011/08/27: Mairena del Aljarafe – Vado de Quema – Pinares de Aznalcázar en un mapa más grande
Los datos de la etapa son los siguientes:
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