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30 sep 12 Camino a Finisterre. Etapa 3: Olveiroa – Cee

Esta entrada es la parte 6 de 7 de la serie Camino de Santiago 2011

El 20 de julio de 2011 iniciamos la tercera etapa del Camino a Finisterre, y quinta de ese verano. Y digo verano por decir algo, porque la mañana con la que nos recibió el día parecía más propia de un otoño lluvioso que de pleno verano. Pero al fin y al cabo nos encontrábamos en Galicia, y tesituras como esas no eran algo desconocido. Desayunamos temprano en el Albergue O Hórreo, a base de colacao y tostadas que -lástima- eran de pan Bimbo. Una vez desayunamos, emprendimos el camino a las 8:00h. El día estaba feo, gris, y lloviznaba. Salimos prácticamente a la par que el peculiar japonés del que hablé en la entrada anterior. De repente, sus estrafalarios calcetines a cuadros escoceses hasta la rodilla y el abrigo de plumas no se me antojaban tan estrafalarios, sino incluso apetecibles. Porque es que hacía frío. Mucho frío.

Salimos de Olveiroa por la calle principal, en descenso por un bonito camino empedrado. Cruzamos un arroyo y salimos a una carretera comarcal, que pronto abandonamos por un camino a nuestra izquierda que, posteriormente, giraría a mano derecha para ascender, bordeando el alto do Sino, camino de unos aerogeneradores.

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Las señales del Camino se dejaban ver en abundancia, en una zona rica en restos arqueológicos y que evidenciaba haber estado transitada de muy antiguo. Una zona que conservaba el sabor rural gallego en todo su esplendor. Fuimos avanzando por el valle encajonado formado por el río Xallas, contemplando -cuando la niebla lo permitía- unas vistas espectaculares.

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La primera población que encontramos desde que salimos de Olveiroa fue Logoso, en las faldas del monte Castelo. Formada por viejas casas de piedra, no vimos más señal de vida que unos gatos que, entre aburridos y curiosos, con contemplaban tras una ventana.

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Salimos de Logoso y, en suave subida, alcanzamos la aldea de Hospital. Tomamos durante un rato un tramo abandonado de carretera que, en ascenso, nos iba a llevar a un punto significativo de nuestro camino: la bifurcación del Camino a Finisterre. Y es que, recordemos, hay dos variantes para llegar de Santiago a Finisterre, la que va por Muxía, y la que lo hace por Cee. Nosotros habíamos optado por realizar la segunda.

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El día seguía desapacible y gris. Dejamos atrás una fábrica y salimos de la carretera, tomando una pista a mano derecha que nos condujo por un buen camino rodeado de paisaje abierto de tojos, pinos y eucaliptos, si bien era poco lo que podíamos contemplar entre los jirones de niebla, omnipresentes en ese día.

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Seguimos avanzando con esta dinámica durante unos cuantos kilómetros, en perfil plano o descendente, hasta llegar a la ermita de Nuestra Señora de las Nieves, donde hicimos una parada para reponer fuerzas. Allí fue donde me di cuenta del desastre: había encendido el GPS por la mañana, al salir del albergue, pero por alguna razón (probablemente el agotamiento de batería y el apagado incorrecto del día anterior) no había recogido valor alguno desde la salida, por lo que ese tramo del Camino había quedado sin registrar. Aprovechamos la parada para ver el estado de Ana. Las quemaduras del día anterior la habían obligado a llevar las piernas vendadas, además de protegidas por un par de mis calcetines largos (que a ella le quedaban como escarpines) y un culotte largo. Lo estaba sobrellevando razonablemente bien, pero su expresión no dejaba lugar a dudas: le estaba resultando duro.

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Retomamos la marcha a las 10:25h. Avanzamos a un ritmo bastante bueno por el monte Lousado, en una pista prácticamente plana, y que mantenía la monotonía paisajística existente desde que dejamos atrás la bifurcación del Camino. Poco después encontramos a una pareja de jóvenes norteamericanos con los que habíamos compartido albergue la noche anterior. La chica tenía unas ampollas horribles en los pies, y le habían reventado en el transcurso de la etapa. Cuando los encontramos ya se las había curado, y seguían avanzando, pero llevando ella sandalias de tiras en el dedo, y el chico las mochilas de ambos. Ella cojeaba de manera ostensible, y no nos cupo la menor duda de que las iban a pasar canutas. Aún les quedaban casi 9 km. hasta Cee, y hacerlo con ese tipo de sandalias me pareció en ese momento la peor idea del mundo. Les deseamos suerte y seguimos nuestro caminar.

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Pronto nos acercamos al Alto de la Armada, punto significativo de la etapa porque a partir de ahí empezaríamos una brusca bajada hasta las cercanías de Cee, y volveríamos a ver, por primera vez en cuatro días, el mar. Eso, claro, siempre que la niebla nos dejara. Que no fue el caso. Ni siquiera pudimos observar el famoso cruceiro de la Armada que se encuentra junto a la bajada. Tan cerrada era la niebla que no fuimos capaces de divisarlo.

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La bajada era brutal, con pendientes del 19%, lleva de grava y piedra suelta. Una tortura para las rodillas. No sería la última vez que echara de menos mi bicicleta de montaña, pero sí la que lo hice con más intensidad. No en balde se trataban de 2500 metros de descenso, desde los 277 hasta los 25. Una auténtica delicia. Siempre que no fueras con una mochila a la espalda, y el terreno se encontrara mojado y resbaladizo, claro.

Pero al fin llegamos hasta el pie del océano. Pasaban las 12:15h cuando llegamos a la carretera de la costa que nos conduciría hasta Cee. En apenas 5 minutos estábamos entrando en la población. Aprovechamos tal tesitura para averiguar un lugar para hospedarnos. Y es que en Cee no existe albergue de la Xunta, por lo que no nos quedaba más remedio que hacerlo en uno privado. Tras algunas llamadas, encontramos sitio en el albergue O Camiño das Estrelas, adjunto a un hotel de Cee. Éramos prácticamente los primeros en llegar al sitio, y pudimos escoger sitio para dormir. En realidad, se trataba de una gran sala de un local adjunto al hotel, que contaba con una pequeña recepción, baños y dicha sala. Lo bueno del asunto es que podíamos hacer uso del servicio de lavandería del hotel, con lo que ese día nos libramos de hacer la colada.

Igualmente, almorzamos en el hotel, con un menú bastante bueno, que hizo nuestras delicias. Por la tarde, como el día seguía lluvioso, salimos a dar un paseo por el pueblo. Cuando preparé la mochila, en un alarde de optimismo, eché un bañador del que esperaba haber hecho uso en Sanxenxo o en Cee. Esperanza vana, pues en ninguno de los dos sitios pude hacer uso de él. Aun así, bajamos hasta la playa, famosa en toda Galicia, para al menos deleitarnos con la vista.

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Y valía la pena. Se encuentra al fondo de la ría de Corcubión, pueblo cercano -cercano al estilo gallego, que sabes dónde termina un pueblo y empieza el siguiente por los carteles en las carreteras- y, como suele ser habitual, rival a más no poder. Las vistas de la playa, que me quedaría con las ganas de catar, eran sencillamente espectaculares.

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Posteriormente matamos el tiempo en un centro comercial cercano, antes de dirigirnos a una terraza y tomar algunos cafés. Posteriormente nos dirigimos al albergue, donde nos habían devuelto la ropa, lavada y secada. Para mi horror, observé que las chaquetillas de la bici habían sufrido un deterioro al ser introducidas en la secadora: la banda reflectante de los bolsillos había quedado destrozada. Unas chaquetillas que en ocho años habían aguantado de todo, llegando como nuevas hasta Cee, habían sufrido allí semejante destrozo. Por suerte los daños se limitaban a eso, pero los lagrimones que me rodaban por las mejillas eran como puños.

Dado que la tarde seguía desapacible, aprovechamos para echar una pequeña siesta y descansar un poco, algo que Ana agradeció sobremanera. Yo seguí trasteando con el móvil y el GPS, momento que mi padre no pudo dejar de inmortalizar.

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Como por la noche Ana seguía en un estado similar al trance, decidimos resolver la cena de una manera bastante expeditiva: nos dirigimos a una pizzería cercana y compramos pizzas y algunas bebidas, que consumimos luego en la pequeña recepción del albergue, habilitada con mesas y máquinas dispensadoras. Después de cenar, entramos en la habitación, dispuestos a pasar la última noche antes de llegar a Finisterre. Y por lo que a nosotros respectaba -gracias a los tapones para los oídos- dormimos como troncos.

Esa jornada recorrimos 19’5 kms. en 4h 45m. Nos quedaba para el día siguiente la etapa más corta, de tan sólo 15’4 kms.

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Series NavigationCamino a Finisterre. Etapa 2: Negreira – OlveiroaCamino a Finisterre. Etapa 4: Cee – Finisterre
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Comentarios de los lectores

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    Qué bonita es la foto de los gatos desde la ventana.Resulta curioso el cañito y la pila justo debajo.Una aldea de piedra en ese monte brumoso,vaya paisajes!!

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      Pablo tiene por ahí una foto aún mejor, en la que se ven los gatos y la ventana perfectamente enmarcados. A ver si la encuentra y me la pasa.

      Lo del caño y la pila tiene su explicación. Se trata de la ventana de la cocina. En la parte interior está el fregadero, pero como en las casas antiguas no había cañerías, se desaguaba hacia la calle, donde se ponía un pilón para que se pudiera reaprovechar el agua. :)

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    Es lo que yo había pensado,pero aún así de simple,es original y curioso.Vaya dos prendas,habían tomado la cocina,en plan vieja del visillo…

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