Una vez de vuelta en Santiponce, y con mis herramientas y soporte de taller, estaba en disposición de empezar el proceso de preparación del cuadro. Antes de volver a Santiponce había intentado averiguar algún lugar donde hicieran limpieza con chorro de arena, lo que me hubiera ahorrado bastante tiempo y dolores de cabeza, pero no tuve suerte con ello. Encontré un taller en Manilva donde sí lo hacían, pero necesitaban al menos una semana para ello, tiempo del que no disponía. Así pues, me propuse a ejecutar mi plan, que en líneas generales consistía en lijar y decapar el cuadro, para aplicar un líquido antióxido que detuviera el proceso de oxidación en el acero, como paso previo al pintado del mismo.
Antes del proceso de lijado quedaba por ejecutar un paso previo: salvar en la medida de lo posible la única pegatina que el cuadro conservaba cuando lo compré, la indicativa del tipo de acero y el fabricante del mismo: P.G. Tubes. Pude quitar la pegatina calentándola previamente con un secador de pelo, y despegándola con sumo cuidado. Al quitarla pude aprecia el estupendo acabado en brillo que tenía la bici recién comprada. Una pena no haberla visto así nunca.
Tras ello, ya se podía revisar el estado completo del cuadro en lo relativo al óxido. Y el estado era malo. Sumamente malo.
No quedaba otra que ser agresivo. Mi idea inicial era prescindir del decapado, y hacer sólo un lijado de la pintura para abrir el poro, y sobre ello aplicar la capa de imprimación. Pero con semejantes daños no quedaba otra que ir con todo. Más que nada porque aún no sabía el estado real del cuadro debajo de la pintura. Que no podía ser nada bueno.
Con el cuadro ya lijado, apliqué el decapante. Tuve que emplear dos capas, y rascar con espátula primero, papel de lija al agua, después, y microherramienta de rotación con un cepillo de bronce, para finalizar, para dejar el cuadro completamente pelado.
El estado era malo. Muy malo. La pintura ocultaba mucho más puntos de óxido, en especial en la zona del eje del pedalier y las vainas. Lo interesante es que aparecieron algunas marcas del fabricante en los tubos, así como el número de serie del cuadro, que se encontraba oculto bajo el guiacables del eje del pedalier.
Hasta ese momento había confiado en que podría lidiar con el óxido limitándolo a quitarlo con lija y un cepillo de púas de bronce, pero visto lo visto, no quedaba otra que ser más expeditivo, y aplicar en líquido convertidor de óxido. Y fue aquí donde cometí el primer gran error. Creyendo que era un líquido que se eliminaba fácilmente, lo apliqué con profusión al cuadro; en realidad, como indicaba el fabricante. Y siguiendo las indicaciones del mismo, lo dejé operar una media hora antes del siguiente paso. Por desgracia, el día era bastante caluroso, y el producto secó completamente en ese rato, dejando una textura horrible. Eso sí, quitó el óxido para siempre jamás.
Intenté quitarlo con agua, sin resultado. Probé -y este fue el segundo error- a quitarlo con el decapante. Al principio parecía funcionar, pero se acabó convirtiendo en una especie de pasta pegajosa de la que no había manera de deshacerse. De perdidos al río, así que acabé atacando el problema con disolvente -tercer error-. Esto funcionó, pero tenía que estar cada dos por tres vertiendo disolvente para poder quitar ese engrudo. Hice polvo los guantes, y la mezcla de productos casi me levanta la piel de las manos. Al final, con las manos envueltas en plástico, mucho disolvente, paños viejos y espátula, pude deshacerse del mejunje infernal.
Al menos el cuadro había quedado con un bonito pavonado, y eliminado completamente el óxido. Había sido duro. Muy duro. Pero ya estaba listo para el proceso de pintura.