…eucalipto. O al menos, eso es lo que a una pontevedresa le dice su cerebro profundo. Hace unos días me decidí a comprar aceites esenciales de esos que se añaden a un quemador de agua para que ambienten habitaciones. Ana venía conmigo, y estuvimos oliendo varios. Cuál no sería mi sorpresa cuando me dijo -Javi, llévate éste, que me recuerda a mi tierra. Sorprendente, teniendo en cuenta que el aceite de marras apestaba a pictolín.
Pero si lo piensas detenidamente, no sorprende tanto; al fin y al cabo en los años 50-60 se plantó mucho eucalipto en Galicia para aprovecharlo en la industria maderera y de la celulosa. Auténtico atentado al medio ambiente, pero en fin, peores cosas se han visto.
Pensé para mí: -¿Y a qué olerá Córdoba? La respuesta fue rápida, aunque algo tópica: a azahar, en primavera, sobre todo en la Mezquita.
El olfato es uno de los sentidos más minusvalorados y más importantes. Tiene la capacidad de hacer que nos retrotraigamos, de manera instantánea, a un pasado que creíamos olvidado con tan sólo que un olor vinculado a ese pasado se nos presente. Pocos sentidos tienen la capacidad de hacer eso.
El olor a eucalipto tuvo la capacidad de hacer que Ana se imaginara por un instante en su casa. No es malo. Al menos fue ese olor y no este otro, tan vinculado al del eucalipto. Al menos en Pontevedra.