Hace algunos días, hablando con Jaime, surgió el tema de qué era lo primero que habíamos leído de J.R.R. Tolkien. Jaime me comentó que lo primero que había leído de él era El Señor de Los Anillos, en una desafortunada edición del Círculo de Lectores con las guardas de color rosa. Y que, de hecho, el libro había estado criando polvo durante años en una estantería porque no le atraía mucho, en su niñez, leer un libro rosita. Yo, por mi parte, dije que mi primera lectura tolkeniana había sido El Hobbit, también curiosamente del Círculo. Y también, curiosamente, tras unos años en los que el libro estuvo durmiendo el sueño de los justos en una estantería. En este caso porque no me gustaba el dibujo de la portada. Dibujo que, aún hoy día, y pese a haber salido de la egregia mano de Tolkien (El Sendero de la Montaña), me sigue pareciendo espantoso.
Sin embargo, esta mañana me he tropezado con la que de verdad es mi primera lectura tolkeniana. Y es, nada más y nada menos, un libro-juego de la colección Aventuras en Tierra Media de la Editorial Timun Mas. En concreto, es El Abismo de Helm, de Kevin Barret y Saul Peters. Para quien no lo recuerde, este tipo de libros, en los que podías ir saltande de capítulo en capítulo según escogieras una de las opciones que te planteaban al final de cada uno de ellos, eran una especie de juego de rol light, estuvieron muy de moda a finales de los ’80 y principios de los ’90.
También este libro, y aunque no lo parezca, fue la primera experiencia que tuve con mis amigos en lo que era jugar a un juego de rol: uno de nosotros (yo, la mayoría de las veces), que hacía las veces de de director de juego, leía el capítulo. Y los demás jugadores, cada uno con su ficha fotocopiada de la que el libro incluía al final, podía escoger libremente qué camino tomar. Si seguían juntos, no había problema, a seguir igual. Si cada uno escogía el suyo era cuando el asunto se volvía interesante: había que leerle a cada uno su capítulo y hacer seguir el hilo argumentan intentando cuadrar las varias tramas simultáneas que surgían, lo cual a veces daba pie a polémicas divertidísimas.
Sí, esta mañana he visto ese libro y he sonreido, si bien con un poco de nostalgia. Ahora lo tengo junto a mi portátil, y paso sus hojas, que ya hace tiempo empezaron a desencolarse. Y recuerdo quiénes éramos, y lo comparo con quiénes somos ahora. Hace ya mucho tiempo que no veo a algunos de estos amigos, y quizás a alguno no vuelva a verlo. Pero no puedo olvidar los buenos ratos que pasamos compartiendo un libro, éste también, con una sorprendente cubierta violeta claro, casi rosa.