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«Veni, vermini, vomui», ¿llegué, me puse bolinga, vomité?
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29 nov 09 Camino Primitivo. Día 2: San Román de Retorta – Melide

Esta entrada es la parte 3 de 6 de la serie Camino de Santiago 2009

Nuestra segunda etapa del Camino Primitivo empezó, de nuevo, con una mañana fría y gris, más propia de un otoño que de pleno verano. Aún no eran las ocho de la mañana cuando esperábamos en la gasolinera a que nos llevaran de vuelta a San Román para retomar nuestro caminar. Mientras tanto, nos protegíamos del frío en el bar de la gasolinera, degustando nuestros desayunos a base de cáfe, café con leche y cola-cao.

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Una vez en San Román, se nos plantearon dos alternativas: existen dos posibles trazados del Camino. El primero de ellos es el oficial, señalado con los consabidos mojones del Camino. El segundo, señalizado con flechas amarillas, corresponde al itinerario de la antigua calzada romana, aún visible en algunos tramos. Fue este último, por su valor histórico y por el hecho de que tiene más recorrido fuera de carreteras, el que decidimos tomar.

Apenas un kilómetro después de San Román, tomamos una pista forestal que salía a nuesta izquierda. Por primera vez en nuestro caminar abandonábamos el asfalto y nos internábamos en las primeras frondas del bosque gallego que, como siempre, nos recompensaba con estambas de gran belleza:

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No mucho después pasamos por el albergue de San Román. Éste se encuentra en mitad de la floresta, y es de pequeña capacidad. Se encuentra alejado del propio San Román, y apenas cercano a un grupo de casitas, sin más servicios que el conversar de los vecinos.

Seguimos avanzando por un terreno de perfil quebrado, con abundantes subidas y bajadas, todas ellas cortas, y cruzando algún que otro riachuelo. Atravesamos las poblaciones de Burgo de Negral y Vilacarpide, en fuerte ascenso. Coronamos un pequeño alto, que nos permitió contemplar el paisaje lucense que se extendía ante nosotros.

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Al frente, al filo del horizonte, pudimos contemplar la zona de aerogeneradores existente junto al alto de Cascarriño. En algún momento, a lo largo de nuestra jornada, tendríamos que cruzar por allí. Pero aún se encontraba bastante lejos como para pensar demasiado en ello.

Bajamos el pequeño alto para seguir con ligeras subidas y bajadas, que nos llevaron a Pacio, y posteriormente, a las cercanías de A Riveira, para, unos 500 metros después, llegar a la que fue nuestra primera parada del día: el puente romano de Mosteiro. Habíamos completado el primer tercio de la etapa, y aún no habíamos alcanzado -por escasos minutos- las diez de la mañana.

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No era cuestión de enfriarse demasiado. Quince minutos después continuábamos con la etapa, que nos deparaba una sorpresa: el primer tramo restaurado de la vía romana se encontraba, en ascenso, ante nosotros. Hasta ese momento, salvedad hecha del puente romano, apenas nos habíamos encontrado con leves vestigios, más alla del propio trazado de la vía en sí. Se trataba, cierto es, de una restauración, pero no por ello dejaba de ser enternecedor.

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Los siguientes siete kilómetros fuimos alternando zonas de asfalto con zonas en las que pisábamos camino. Pasamos, con frecuentes subidas y bajadas, las poblaciones de Leboreira, Augas Santas, Merlán y As Seixas, pasando por varios arroyos, zonas más pobladas, y alguna que otra corredoira.

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De cuando en cuando llegábamos a alguna de las poblaciones anteriores, donde era posible encontrar un pequeño cementerio, y una bonita iglesia románica.

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Sin embargo, para mí el mejor momento fue cuando entramos en una corredoira donde pudimos ver la propia vía romana, encerrada en una trinchera del terreno, y en la que eran visibles las marcas de las ruedas de carro, labradas a lo largo de centurias. Nada más que por ello, todo el viaje había merecido la pena.

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Poco después de As Seixas comenzamos el verdadero reto de la jornada: el ascenso al alto de Cascarriño. Este añto. situado a 2/3 de la etapa, marcaba el punto más elevado de nuestro recorrido, con unos 700 m. de altitud sobre el nivel del mar. Hasta entonces habíamos estado rondando los 500-600 m. de elevación. La parte principal del ascenso, de unos dos kilómetros, nos iba a hacer subir unos 120 metros. Fue en esta parte donde pudimos tomar algunas de las estampas más preciosas de la jornada:

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Llegados a la aldea de Cascarriño, a media subida, hicimos la segunda parada del día. Aldea, por cierto, por la que pasamos dos veces, ya que perdimos una indicación que conduce al alto, y volvimos a bajar a una bifurcación a la entrada del pueblo. Una vez subsanado el error, tomamos, en fuerte ascenso, el camino que lleva al alto, y a la última población antes de empezar el descenso hacia Melide, o Hospital.

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Camino de O Hospital nos topamos con un curioso hórreo. Por tradición, los hórreos en Galicia se ven decorados en sus extremos por dos elementos: el primero de ellos es una cruz, para pedir bendiciones sobre la familia, y el segundo de ellos es una piedra aguzada en forma de pincho, para que las brujas malvadas se claven en ellos al intentar robar el contenido del hórreo. Éste en concreto, tenía ambos elementos en sólo uno de sus extremos, motivado (aparentemente) por un derrumbe en el otro:

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En O Hospital hicimos la parada principal el día. A la salida de la aldea, y justo antes de llegar a la cima del puerto, existe un parquecito habilitado con mesas y asientos de piedra, perfectos para un merendero. Allí paramos, al filo de la una de la tarde. Trabamos conversación con un peregrino jiennense, y al poco de partir, enlazamos con un grupo de peregrinos granadinos, estudiantes de un colegio religioso, a los que acompañaba una misionera australiana. Un grupo ciertamente peculiar.

La bajada desde el alto de Cascarriña hasta Vilamor es ciertamente abrupta, tanto por su recorrido por corredoiras como por asfalto. Huelga decir que la parte más bonita es la primera:

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Una vez en Vilamor hay que superar un nuevo repecho, para luego continuar, tras un breve descenso, prácticamente en llano hasta Melide. Esos días alguna de las poblaciones cercanas se hallaba en fiestas, ya que el ruido de cohetes y el espantoso estruendo de una charanga se extendía por todo el valle, torturándonos en mayor medida que los casi 25 kilómetros que llevábamos recorridos en la jornada.

Los últimos cinco kilómetros hasta Melide fueron, sin lugar a dudas, los más duros, y no por el recorrido, que como ya he comentado, era prácticamente plano. Se sumaba al cansancio acumulado las ganas de llegar, y el incómodo asfalto que machacaba nuestros pies. Pero al fin, aproximadamente a las cuatro de la tarde, llegamos a Melide, y a nuestro hotel, la Pousada Chiquitín.

Era un lugar que ya conocía, de haber cenado allí con Fran en 2007, durante nuestro recorrido en bici por el Camino Francés. En el hotel nos vimos abocado a una dura prueba: nuestra habitación se encontraba en la tercera planta, y no teníamos ascensor.

Tras una opípara comida en la misma posada, empleamos la tarde visitando Melide, población llena de vida, y a la que la masiva presencia de peregrinos en esos días veraniegos dotaba de un colorido especial.

Mención especial merece la visita a la iglesia románica de Santa María de Melide, así como sus maravillosos frescos:

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Esa noche cenamos a base de empanada en una plaza cercana al hotel, antes de dejar preparado el equipaje para emprender a la mañana siguiente la tercera etapa de nuestro caminar. Estábamos en el ecuador de nuestro Camino, si bien el recorrido por el Camino Primitivo había llegado a su fin. El resto del viaje hasta Santiago lo realizaríamos por el Camino Francés, mucho más transitado. ¿Qué nos depararían las dos jornadas postreras?

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27 oct 09 Camino Primitivo. Día 1: Lugo – San Román de Retorta

Esta entrada es la parte 2 de 6 de la serie Camino de Santiago 2009

El Camino Primitivo entra en la parte vieja de Lugo por la Puerta de San Pedro, para atravesar la ciudad prácticamente de sur a norte. Para que el peregrino no se despiste, junto a la puerta un miliario indica que aún restan 103’623 kms. hasta Santiago:

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Atravesamos la puerta apenas pasadas las ocho de la mañana. Era una mañana fría y gris que me hizo tener que echar mano de la chaquetilla de la bici que había echado en la mochila para resguardarme del frío. Aún no podía sospechar que durante dos días la iba a agradecer sobremanera. El sombrero, claro, estaba un poco fuera de lugar, aunque sospechaba, acertadamente, que más tarde o más temprano no iba a echarlo en falta.

Apenas pasada la muralla, a mano derecha, se encontraba el albergue de peregrinos. Albergue que, por esta vez, no íbamos a necesitar. Continuamos en dirección a la plaza de la catedral, donde nos encontramos por primera vez, junto a la oficina de correos, con una pareja de peregrinos belgas que nos acompañarían durante casi todo nuestro trayecto.

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Cerca de la catedral se abre en la muralla la puerta de Santiago, lugar de salida de Lugo para los peregrinos. Llegamos a ella en apenas doce minutos, con tiempo sobrado para hacer fotografías y perder un poco el tiempo cerca del albergue de peregrinos. El casco histórico de Lugo es, ciertamente, muy pequeño.

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La salida del casco histórico marca el inicio del descenso del camino hasta alcanzar el río Miño, que se atraviesa por el puente romano. Una vez atravesado el río puede contemplarse una bonita vista de la ciudad, en la que destaca la Catedral:

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Sin embargo, como tras cada descenso suele haber una subida, el rato de relax no fue, por desgracia, demasiado grande. Afrontamos poco después un fuerte repecho pasado el río que no fue sino el preludio de un recorrido ascendente que se prolongaría durante 5 kilómetros. Todo el rato estuvimos recorriendo carreteras rurales y barrios periféricos de Lugo, lleno de casitas adosadas y chalets, algunos de ellos ciertamente curiosos:

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La mañana seguía bastante fría, y lo que era peor, ventosa. Además amenazaba lluvia que, si bien no nos llegó a caer, sí que hizo un aviso de sus intenciones en forma de lloviznas ocasionales.

Hicimos la primera parada del día sobre las diez y media de la mañana, en la Fuente de Ribicás, donde hay habilitada una pequeña área de descanso. Allí repusimos fuerzas y bebimos el agua de la fuente, que salia… ¡helada!

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El camino, todo el rato por carretera, no ofrecía nada de particular, salvo la bellaza propia del agro gallego. No mucho tiempo después de dejar la fuente dimos alcance a otro peregrino, guipuzcoano, pero de familia andaluza. Pegamos la hebra, y de esa manera recorrimos la falsa meseta que nos habría de llevar hasta el final de nuestra etapa, San Román de Retorta.

San Román es apenas una pequeña aldea, que cuenta con tan sólo un bar, y un pequeño albergue para peregrinos unos cuantos kilómetros camino adelante. Sin embargo, posee dos elementos claramente distintivos: el primero de ellos es una iglesia románica, del siglo XII, pequeña pero de una sobria belleza que no deja indiferente.

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El segundo elemento es un miliario romano. En realidad, lo que hoy en día se puede contemplar a la salida de la aldea es una réplica del original, erigido en época de Calígula, y que servía para indicar que se había recorrido una nueva milla de la vía romana. El original, según nos comentaron en San Román, se encuentra expuesto en un museo dedicado a las calzadas romanas del norte de españa, en Astorga.

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Así pues, apenas habían pasado las doce y media de la mañana cuando habíamos terminado la etapa. Teníamos habitación reservada en el hostal de la gasolinera de la Cruz da Veiga, localizada en la provincia de La Coruña a unos 8 kilómetros, en el cruce de la N-540 con la LU-1611, en el concello de Guntín. Dado que en el propio San Román no hay albergue, los dueños del hostal se ofrecen a recoger a los peregrinos, llevarlos a éste, y a la mañana siguiente devolverlos a San Román, para continuar el Camino. Así hicimos.

El hostal era lo que se podía esperar de un hostal de gasolinera: sencillo y barato. Bien es verdad que no necesitábamos nada más. Además contaba con la ventaja de que la gasolinera disponía de un pequeño colmado donde pudimos comprar fruta y algo para picar, y un buen restaurante donde, por vez primera en el viaje, pudimos disfrutar del magnífico pan que se sirve a la hora de comer, en grandes chuscos, a lo largo y ancho de la tierra gallega.

Por la tarde, como manda la tradición, lavamos ropa y preparamos la etapa del día siguiente. Tampoco es que hubiera mucho más que hacer, ya que la gasolinera se encontraba en un cruce de carreteras, sin ninguna población cercana.

En el primer día habíamos recorrido 19’8 kms., y habíamos empleado unas cuatro horas y media. Había sido apenas una toma de contacto con el Camino, en la que lo mejor que se puede decir es que estábamos recorriendo una senda de dos mil años de antigüedad, si nos retrotraemos a su origen romano, y probablemente muy anterior. Aunque nos teníamos que limitar a saber que estábamos recorriendo esa senda, ya que hasta el momento no habíamos tenido, salvo el miliario de San Román, muestra alguna de ello. Los días posteriores se encargarían de darnos muestra sobrada de ello.

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