Tengo una amiga a la que quiero mucho. Es una persona muy especial, de esas personas que hacen que la vida valga la pena ser vivida. Que con sólo su presencia consiguen hacer que la habitación en la que está se ilumine, y que hacen que quieras ser mejor persona. Mi amiga es de esas personas que son un chorro de vitalidad, un auténtico torrente de energía. Y tiene un corazón que, aunque parezca difícil creerlo, no le cabe en el pecho.
Puedo decir que ella me considera un buen amigo, y eso es algo que me honra. Cuando por alguna razón alguno ha necesitado del otro, siempre hemos estado ahí, dispuestos a echar una mano en lo que fuera menester. Y eso es algo que no se olvida. O que yo, al menos, no lo hago.
Mi amiga, y no sólo por ella, está sufriendo. En el día que debería haber sido uno de los más felices de su vida, sucedió una desgracia irreparable. Hace algunas horas hablé con ella, y su tono de voz era el más triste que jamás le había oído. Sentí que se me partía el corazón, porque es de esa clase de personas que no merecen conocer la tristeza. Ni siquiera por aquello tan manido de que si no conoces la tristeza no puedes conocer la verdadera felicidad. No, al menos, de esa manera.
Hace ya algún tiempo que mi amiga se mudó lejos, y que no la veo tanto como me gustaría. Por eso no puedo estar, como así quisiera, a su lado, y consolarla en la medida de lo posible. Pero sé que está en la mejor compañía, y eso es algo que me reconforta, si bien esa persona está aún más necesitada de consuelo que mi amiga.
Una vez que mi amiga lo estaba pasando mal le presté un libro que a mí me sirvió mucho en una situación similar a la que ella pasaba en aquel momento. Ese libro era “Sin noticias de Gurb“, de Eduardo Mendoza. Es un libro sencillo, sin muchas pretensiones, pero de los que consiguen hacerte sonreir. Hoy me gustaría volver a prestárselo, pese a que es algo que sólo hago en contadas ocasiones, y tratar de que volviera a sonreir un poco. Sin embargo, lo que de verdad me sale del corazón es decirle que lea “El Principito“. No será un libro que le haga reir, pero sí le ayudará a ver las cosas de otra manera, ya desde su dedicatoria:
A LEON WERTH
Pido perdón a los niños por haber dedicado este libro a una persona mayor. Tengo una seria excusa: esta persona mayor es el mejor amigo que tengo en el mundo. Pero tengo otra excusa: esta persona mayor es capaz de comprenderlo todo, incluso los libros para niños.
Tengo una tercera excusa todavía: esta persona mayor vive en Francia, donde pasa hambre y frío. Tiene, por consiguiente, una gran necesidad de ser consolada. Si no fueran suficientes todas esas razones, quiero entonces dedicar este libro al niño que fue hace tiempo esta persona mayor. Todas las personas mayores antes han sido niños. (Pero pocas de ellas lo recuerdan).
Corrijo, por consiguiente, mi dedicatoria:
A LEÓN WERTH
cuando era niño
También tengo que pedirle perdón, porque también hice (aunque por razones completamente ajenas a lo anterior) que se sintiera un poquitín triste en ese día. Espero que sepa perdonármelo y que no me lo tenga en cuenta. En realidad sé que ya me ha perdonado, porque es todo corazón, y es incapaz de guardar rencor; aún así, quiero que sepa que lo lamento muchísimo, y que me avergüenzo mucho de ello. Pese a que fuera una tontería. Aunque supongo que para eso también están los amigos: para que puedan perdonarmos cuando metemos la pata.
Hace mucho tiempo que a mi amiga le debo un café; de hecho, ya ha llegado a ser una especie de broma entre nosotros. Hoy más que nunca, sin embargo, quiero que sepa que siempre estoy dispuesto a compartir ese café. Aunque estemos lejos.