El pasado 4 de diciembre (cuánto ha llovido ya, dicho sea de paso), salí a rodar con mis amigos de Córdoba. Esta vez tuvimos una nueva incorporación al grupo: Inma, la hermana de Ángel. Por lo demás, completamos la partida Javi Balaguer, Mané, Carlos y yo. En esta ocasión, y por distintos avatares, los demás no pudieron acompañarnos.
Empezamos la etapa a las 9:35h, con una temperatura que no llegaba a los 10ºC, en una mañana clara y despejada. Empezamos con un bonito ascenso para abrir boca: la subida de Los Morales. Carlos llevaba en riguroso estreno su doble plato en la bici de descenso, lo que en la subida que teníamos por delante le iba a ser de una considerable ayuda. La subida por Los Morales iba a ser, como de costumbre, dura, exigente, y tremendamente fatigosa. Pero era algo que, por conocido, no nos iba a echar para atrás, ni mucho menos. Como no echó para atrás a Carlos, que subió como un campeón con su bici de descenso, y a Inma y Javi, que pese al tiempo transcurrido sin salir en serio, demostraron un pundonor más que sobrado.
Llegamos al Lagar de la Cruz al filo de las 11:00h, tras casi hora y media de subida. La mañana seguía siendo fría, y nos encontramos con la sorpresa de que el cruce del Lagar estaba tomado por la Guardia Civil: esa misma mañana se disputaba una marcha de fondo a Las Ermitas. Hicimos una primera parada en el Lagar para reponer fuerzas. Aún teníamos por delante un recorrido interesante: atravesar las Siete Fincas hasta las Fuentes del Bejarano, para posteriormente dirigirnos -si íbamos con tiempo- hasta Santa María de Trassierra, y volver a Córdoba por el Bosque de Fangorn y Montecobre.
Reanudamos la etapa a las 11:30h, aún con bastante frío, pero acompañados por el sol. Hicimos un rápido descenso por la pista asfaltada de las Siete Fincas, observando que seguíamos las marcas rojas y blancas del GR-48, nuestro viejo amigo. Y precisamente por seguirlas, cometí un error en el recorrido previsto: nuestra intención era llegar a las Fuentes del Bejarano por la senda que conduce a ellas directamente, girando a la izquierda por una de las calles de la urbanización. Sin embargo, al seguir estrictamente las marcas del GR-48, no tomamos el desvío a la izquierda, sino que seguimos por la pista principal, hasta que se transformó en una pista de tierra. Cuando nos percatamos del error, tras una bajada trepidante, no era cosa volver atrás. Y además, era una buena manera de llegar al Bejarano por una pista que no habíamos recorrido.
Seguimos pues, hacia delante, y acabamos llegando igualmente al Bejarano al filo del mediodía,tras un pequeño rodeo no previsto. Aunque en realidad las Fuentes del Bejarano habían quedado fuera de nuestro recorrido, no vacilamos en ir expresamente hacia ellas. Total, estaban sólo a un centenar escaso de metros.
Y es innegable que que el desvío merecía la pena: la zona se encontraba en pleno esplendor del otoño. Lamentablemente, la mañana se nos estaba empezando a echar encima. Como en ocasiones anteriores, teníamos que volver apresuradamente a Córdoba. En este caso, teníamos que estar de vuelta a las 13:30h, ya que Inma tenía que pasar por casa de su hermano antes de que éste se fuera. Aún así, no pudimos dejar de realizar otro pequeño desvío por la vereda del Vado del Negro, hasta las cercanías del cortijo del Bejarano. Mané nos había asegurado que merecía la pena hacerlo.
Y tengo que reconocerlo: había acertado de pleno.
Lamentablemente íbamos con el tiempo algo justo, por lo que optamos por prescindir de la parada de Santa María de Trassierra. En lugar de ello, bajamos directamente a la Fuente del Elefante, a donde llegamos a las 12:30h. Llevábamos a esas alturas 15 kms. de recorrido.
La última vez que había realizado esa bajada, rompí el tornillo que sujetaba los platos al eje del pedalier. Por suerte, lo descubrí al llegar a la fuente, y no a media bajada.
Dejamos atrás rápidamente la fuente, pasamos junto al Lagar del Caño del Escarabita, y avanzamos en dirección al Pinar de Torrehoria. La pista se encontraba llena de charcos embarrados, y allí Javi sufrió un pequeño percance, afortunadamente sin consecuencias más allá de un poco de barro. Una vez en la urbanización, descartamos atravesar el Bosque de Fangorn, y en su lugar optamos por tomar la pista que conduce hasta la entrada del Mirador de las Niñas, y hacer la bajada directamente.
A esas alturas de la etapa, Inma, Carlos y Javi empezaban a notar el peso de los kilómetros, especialmente los dos primeros. Aún así, seguían demostrando una entereza envidiable. Llegamos a la entrada del Mirador a las 13:00h, y sin solución de continuidad nos dirigimos al comienzo de la bajada hasta la Torre de las Sietes Esquinas. No teníamos tiempo que perder. Hicimos ese tramo de la bajada en compañía, pero nos dividimos para el siguiente: Javi y Mané bajaron por Montecobre Express, y Carlos, Inma y yo por la bajada normal. En mi caso, esperaba poder grabar a Javi y Mané realizando la bajada Express. Sin embargo, me había dejado encendida la cámara en la bajada de la Fuente del Elefante, y había agotado la batería. Por desgracia, sólo lo descubrí al llegar a casa.
Tras “grabar” a Mané y Javi, realicé un descenso frenético hasta el punto de encuentro. Demasiado frenético, ya que dejé atrás a Carlos e Inma. Y ambos, al no conocer bien la bajada, se despistaron en la Casa de la Ventana, y a punto estuvieron de perderse por los agrestes montes cordobeses. Afortunadamente pronto dieron con la bajada buena, y reanudamos la bajada, esta vez por carretera, camino de La Albaida.
Regresamos a Santa Rosa a las 14:00h, algo más tarde de lo previsto. Carlos e Inma se dirigieron a casa de Ángel, mientras que Mané, Javi y yo fuimos a por otra clase de destino:
Poco después se nos unió Carlos, y cerveza mediante, dimos por terminada la etapa.
Los datos de la etapa son los siguientes:
Y aquí está el enlace al recorrido de la etapa: Los Morales – Fuentes del Bejarano – Montecobre
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Nos tenía que haber mirado un tuerto. No cabía otra explicación. No era la primera vez que lo decía desde que habíamos empezado la etapa, pero esa última vez, al filo de las 19:30h, en el Patriarca, mientras esperaba a que Ángel cambiara la cámara de su bici, fue la única vez que de verdad me lo estaba creyendo. Ese día estábamos gafados. Pero empecemos por el principio.
Ese fin de semana decidimos salir a rodar Mané, Ángel, Marcos, Javi Balaguer -con quien, hasta el momento, aún no había salido a rodar-, Carlos Trillo y yo. Por aquello de poder quedar los más posibles, habíamos decidido quedar en un horario poco habitual: el domingo a las 16:00h. No era el horario que más me conviniera, ni el que más me interesara, dado que tenía que salir esa misma tarde hacia Sevilla, y esperaba poder ver el ascenso del Angliru en la Vuelta a España. Pero era una oportunidad para salir a rodar con un buen grupo de amigos que no iba a dejar pasar.
Pronto -muy pronto- las cosas empezaron a torcerse. Tan pronto como el mismo viernes por la tarde. Nada más llegar a Córdoba me encontré con la rueda delantera de la bici pinchada. Algo bastante complicado, ya que ahí monto una cubierta Maxxis High Roller Super Tacky Downhill de 2.35”, equipada con una cámara autosellante. Pero el caso es que estaba pinchada. Confiando en que fuera algo que se solucionara con el líquido autosellante, inflé la rueda y la hice girar sobre sí misma, a fin de distribuir uniformemente el líquido. Todo parecía indicar que se había sellado bien… hasta la mañana siguiente, en la que me encontré la rueda completamente deshinchada. Estaba claro que me iba a tocar parchearla. Lo que no esperaba era encontrarme con que se había salido todo el líquido autosellante de la cámara, y con que ésta tenía tres pinchazos. Un tanto escamado, parcheé la cubierta, y esa tarde me fui con Mané a casa de Carlos a editar un vídeo con las tomas de un descenso que habían efectuado esa misma mañana.
Ya en casa de Carlos tuvimos la la segunda mala noticia del día: sufría de una tendinitis que le iba a imposibilitar acudir a la etapa. Y es que Carlos, que estrenó bici de descenso hace algunas semanas, un auténtico monstruo blindado de 18 kilos y suspensiones de 180 mm., se había estado poniendo en forma a marchas forzadas, pero por eso mismo había forzado demasiado la máquina. Asumiendo que íbamos a tener una baja, editamos el vídeo, con muy buenos resultados desde el punto de vista estético. Pero al filo de las 22:00h, recibí una llamada de casa: la rueda se había vuelto a desinflar. Una vez allí pude constatar que la rueda, en efecto, había quedado desinflada por el efecto de ¡cuatro pinchazos! Entonces lo tuve claro: el primer pinchazo había provocado la salida del líquido sellante de la cámara, por lo que pequeños pinchazos que habían quedado obturados por el propio líquido habían salido a la luz. Lo peor es que no tenía ninguna cámara de repuesto. Por suerte Mané, a la mañana siguiente, encontró una de válvula fina que sólo tenía un pinchazo, que pude parchear y poner sin problemas en mi bici.
A las 16:00h del domingo me encaminé a casa de Mané, dispuesto a empezar la etapa. Pero cuál sería mi sorpresa al ver a Mané desmontando, junto con Ángel, su rueda trasera: en efecto, un pinchazo. Y al no disponer de ninguna cámara adicional, no le quedó más remedio que parchearla. En ello andábamos cuando llegó Javi, con una pérdida de aceite en la horquilla de su bicicleta. ¿Qué diablos estaba pasando? Me dirigí a casa a por una llave inglesa con la que apretar un poco la horquilla, y tener la suerte de que eso solucionara el problema. A la vuelta, Marcos ya había llegado… con un problema en su casco y la rueda trasera algo floja. Mientras Mané y Javi apretaban la horquilla, Ángel se dispuso a inflar un poco la rueda de la bici de Marcos mientras éste remendaba el casco. Y en esas estaba cuando ¡la válvula de la cámara salió volando! Una válvula rota era algo que sólo había visto una vez anterior. Por suerte Marcos disponía de una cámara de válvula gruesa de repuesto. Pero empezaba a tener claro que esa etapa estaba algo gafada.
Al final, entre unas cosas y otras, empezamos a dar pedales pasadas las 16:30h, con unos 36ºC de calor, y un molesto viento cruzado que nos dificultaba bastante rodar. Tomamos en Canal del Guadalmellato, y nos desviamos por la vereda de Trassierra camino de nuestro Angliru particular: la subida de Montecobre. Pasamos junto a la Casilla del Aire, por las primeras y terroríficas rampas de hasta el 18% por sendero pedregoso del inicio de la subida de Montecobre, abriendo camino Ángel, Marcos y yo. El calor y la hora de la etapa estaba haciendo estragos, y aparte de sudar la gota gorda, empezamos a sufrir mareos y molestias estomacales, que hicieron especial mella en Marcos y Mané. Aun así, llegamos hasta el quitamiedos que da fin a la primera parte de la subida, y nos dispusimos a cruzar la carretera, camino de la Casa de la Ventana. Y fue ahí donde tuvimos la primera sorpresa desagradable de la etapa propiamente dicha: Marcos había pinchado. No nos quedó más remedio que hacer una pequeña pausa para parchear su cámara, antes de reemprender el ascenso.
Una vez solventado el problema, continuamos con el ascenso, de nuevo con Ángel, Marcos y yo mismo en cabeza. Nos volvimos a reagrupar al llegar a la cerca que interrumpe el ascenso a mitad de subida, y a partir de ahí, Ángel y yo marcamos el ritmo de subida hasta llegar a la Torre de las Siete Esquinas, donde realizamos un pequeño descenso.
Reemprendimos la marcha, atacando de una manera brutal el pedregoso comienzo de la subida hasta el Mirador de las Niñas. Ahí mantuvimos un buen ritmo, hasta que en las rampas finales empezamos a separarnos. Mané y Ángel realizaron la subida a un ritmo excelente, que no pude mantenerles al tener que echar pie a tierra al patinarme en plena subida la rueda trasera, en la que montaba una Larsen TT algo trillada. Al final, Javi, Marcos y yo acabamos subiendo la última pared antes del mirador tirando un poco de la bici. Pero acabamos llegando. Terminamos la subida un poco pasadas las 18:00h, habiendo recorrido 11’5 kms. en algo más de hora y media.
Sin prácticamente detenernos nos dirigimos hacia el cruce de Trassierra, y giramos a la derecha para entrar directamente en el Bosque de Fangorn. A esas alturas de la tarde (y de la Sierra) la temperatura había bajado bastante, y el meternos a rodar por una zona arbolada era lo mejor que nos podía pasar: fresco y sombra. Perfecto para desarrollar un buen ritmo. Sin embargo, al poco de entrar en el bosque y al empezar a subir, sufrimos dos sustos que pudieron tener consecuencias bastante graves: el primero de ellos estuvo protagonizado por Javi, al perder el equilibrio en una piedra, y no poder sacar las zapatillas de los pedales automáticos. Se fue al suelo, doblándose uno de los tobillos en un ángulo que resultaba escalofriante a la vista. Por suerte, sin consecuencias. El segundo, de muy similar factura, lo sufrió Mané en sus carnes. La diferencia en este caso es que estuvo a punto de caer sobre un tocón astillado, que por suerte pudo evitar… agarrándose a una cerca de alambre de espino, con las consecuencias por todos imaginables. Desde luego, la tarde estaba siendo generosa en incidentes.
Poco después afrontamos la primera de las bajadas del bosque de Fangorn, que nos llevó en un descenso trepidante hasta el puente de madera que antecede a una brutal subida por una pared de piedra hasta un pequeño mirador, y que Ángel fue capaz de subir su primer tramo, partiendo desde el mismo puente. El resto de la subida no nos quedó más remedio que hacerla arrastrando las bicis. Y así llegamos a la segunda cota (la tercer en altitud) de la etapa. Un sitio perfecto para marcarse algunas bajadas… divertidas:
…que antecedieron a la primera gran bajada de la jornada:
Finalizamos el descenso a la entrada de la urbanización de la Virgen de la Cabeza, y no tardamos mucho en dirigirnos, a un excelente ritmo, a la siguiente parada de nuestra etapa: el Lagar del Caño del Escarabita. Aprovechamos que el camino discurría por un falso llano para rodar a un ritmo bastante alegre, que tan sólo se vio interrumpido por una nueva caída de Javi, que estaba claro que ese día no se estaba llevando bien con los pedales automáticos. De nuevo, por suerte, la caída no tuvo consecuencias.
Una vez alcanzado el Lagar, giramos a la derecha para ir, en ascenso suave pero continuo, en dirección a la Torre del Beato, que distaba unos 3’5 kms. del lugar en el que nos encontrábamos. Seguimos mantiendo un ritmo muy vivo, con Javi, Ángel y Marcos en cabeza, que a punto estuvo de costarnos un disgusto cuando los tres se empeñaron en hacer un extraño remedo del Camarote de los Hermanos Marx, sólo que cambiaron la ubicación por un estrecho sendero en subida por el que uno nunca hubiera pensado que entraran tres bicis al mismo tiempo. Al menos, sin aplicar el modo traslúcido de juego en el Colin McRae…
En fin, sin mayores incidentes, llegamos hasta la carretera de las Ermitas, junto a la torre del Beato. Eran las 19:00h y llevábamos entre pecho y espalda 18 kms. de etapa. Sin solución de continuidad, entramos en la carretera y nos dirigimos hacia la última parada de nuestra etapa: las Ermitas. Para ello tuvimos que afrontar la tercera (y más alta) cota de la etapa, en donde Mané marcó un ritmo brutal, que a duras penas y con la lengua fuera fui capaz de seguir, descolgando a Javi, Marcos y Ángel, y llegando destacados hasta el comienzo de la bajada de la Cuesta del Reventón, donde nos volvimos a agrupar para emprender el penúltimo descenso del día:
Un descenso emocionante y enormemente divertido, donde Ángel, Marcos y Mané imprimieron un ritmo endiablado de bajada, tal como si el mañana no existiera. Una vez abajo, decidimos realizar la última bajada por las pistas del Patriarca, donde Ángel se marcó unos saltos espeluznantes, y donde yo pude deleitarme realizando unas derrapadas enlazadas de izquierda a derecha brutales. Y fue ahí, justo al terminar la bajada, donde nuestro sino de toda la etapa volvió a hacer aparición: Ángel pinchó su rueda trasera.
Y así llegamos de nuevo al punto de partida. Reflexionaba sobre los tuertos y sus miradas, mientras veía cómo Ángel se afanaba en cambiar de cámara. Pero tal vez -reflexionaba- la mala suerte no fuera tanta en realidad, ya que habíamos realizado cuatro bajadas espeluznantes, botado por todas las piedras del mundo, y salvo tres caídas sin apenas consecuencias, habíamos vuelto a Córdoba sin más rasguño que el que Mané tenía en su mano provocado por el alambre de espino. Puestos a tener mala suerte, la nuestra había sído excelente.
El final del arreglo me sacó de mis reflexiones, y retomamos por última vez la etapa. Salimos a la carretera de las Ermitas, y bajamos hasta el Parador bordeando La Salle, para dirigirnos al Tablero por el circuito deportivo. Fue allí donde me tuve que separar de mis compañeros de etapa, sin poder disfrutar con ellos de las cervezas que tan a pulso nos habíamos ganado, ya que no podía demorar más mi partida hacia Sevilla. Ya en solitario, me dirigí a casa, a donde llegué a las 19:50h, tras más de 28 kms. de etapa. De una magnífica etapa por la Sierra de Córdoba.
El recorrido de la etapa en Google Maps es el siguiente:
Ver 2011/09/04: Montecobre – Bosque de Fangorn – Reventón en un mapa más grande
Los datos de la etapa, por su parte, son los que siguen:
(NOTA: Esta es la segunda vez que tengo que escribir esta entrada. La primera vez, al ir a guardarla una vez finalizada, la perdí al sufrir el navegador una extraña pérdida de sesión con mi sitio, que hizo que la entrada no se guardara adecuadamente, al pedirme de nuevo autenticación. Y para añadir insulto a la injuria, el sistema de guardado de borrador automático había dejado de funcionar tras guardar sólo los tres primeros párrafos. Se ve que algo de gafada sí que estaba la etapa, pese a todo)
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El pasado 11 de julio tuvimos la primera de las etapas de un fin de semana particularmente activo en el ámbito ciclista. Una etapa que, ya desde el papel, imponía sobremanera. Había encontrado en Wikiloc, gracias a un buscador para Android, un recorrido que habíamos dado en llamar “El etapón del Copón”: un recorrido por la vía verde de la Campiña hasta Guadalcázar, que posteriormente enlazaba con Almodóvar, subía hasta el castañar de Valdejetas por el GR48, pasaba hasta Puerto Artafi, y desde ahí descendía de vuelta a Córdoba por Trassierra y la Fuente del Elefante. Más de 80 kms. de etapa. Un gran objetivo. E incluso nos planteamos realizar el recorrido de noche. Pero, puestos a considerarlo, decidimos recortar un tanto la etapa, para no pasar más calor de la cuenta, y llegar a una hora decente a casa. Y de día.
Una vez establecido el recorrido, quedamos a las 7:30h de la mañana Mané, Ángel y yo. Fuimos a Almodóvar por el canal del Guadalmellato, bordeando la zona oeste de Sierra Morena. Empezamos la etapa con fuerza; con demasiada fuerza, quizás, pues pronto nos encontramos rodando a unos 20 km/h por una pista de tierra. Fuerzas que más valía guardar para la etapa que teníamos entre manos. Pero al ir de palique, unos por los otros, poco a poco íbamos acelerando sin darnos prácticamente cuenta.
Mantuvimos el recorrido por el canal hasta llegar a una balsa de riego, cerca de las Cuevas Bajas. Allí el canal pasa a encajonarse en la sierra, y la pista de mantenimiento desaparece. Hace algunos años había intentado realizar ese mismo recorrido con Pablo, y sabía que el canal era impracticable. Y más si, como era el caso, llevaba agua. Así que no nos quedó más remedio que tomar una pista de la CHG, que nos acabó llevando a la carretera de Palma, pasados Los Mochos. Una vez en la carretera, llegamos hasta la entrada de Almodóvar, donde paramos a tomar un tentempié en un bar. Eran las 9:10h, y en apenas 1h 40m nos habíamos fundido 26 kms. de etapa. La parte más sencilla de la etapa, es cierto, pero aun así habíamos mantenido una excelente media, superior a los 16 km/h.
Tras la pausa, en la que nos ventilamos unas buenas tostadas acompañadas de café y colacao, reemprendimos la etapa. Teníamos por delante 11 kilómetros de subida por el GR-48, por asfalto, primero, y por pista a continuación. Pero no pudimos abandonar las cercanías de Almodóvar sin dejar testimonio gráfico de ello, junto a una reproducción de un miliario romano:
Emprendimos la subida, siguiendo las indicaciones de “Camino de los Toros”. Empezamos con una carretera con unas rampas sostenidas de en torno al 5% de desnivel, que poco a poco dejaba atrás un paisaje de valle agrícola para introducirse paulatinamente en una dehesa serrana. Un bonito contraste para abrir boca, por una carretera sin tráfico alguno. Tras 4 kms. de subida, dejamos a nuestra izquierda una pista que conducía al pantano de la Breña II, y la carretera, poco a poco, empezó a empinarse. Durante otros 4 kms. seguimos subiendo con rampas cercanas al 6%, hasta que salimos de la zona arbolada, y al entrar en una finca, salimos a terreno completamente ralo, desde donte tuvimos las primeras vistas del pantano, y abandonamos la carretera.
En ese momento desaparecieron las indicaciones del GR-48, posiblemente arrancadas por el dueño de la finca. Mientras nos orientábamos, un joven en un todoterreno nos indicó el camino a seguir, a la par que nos indicaba que en realidad el GR-48 transcurría bordeando la finca, pero que al realizar el deslinde habían hecho pasar el trazado por dentro de la finca. No se mostraba especialmente contento por ello, pero al menos no nos puso problemas. Posteriormente pude verificar en las cartas del Ministerio de Fomento la veracidad de la afirmación.
Reanudamos nuestro recorrido, con una pequeña bajada, antes de entrar en el terreno de la finca de La Porrada, donde volvimos a entrar en arbolado. A partir de este punto encontramos indicaciones de que circulábamos por la vereda de la Cruz de la Mujer, nombre que me resulta conocido, al existir otro camino igual (cordel, en este caso) en Guillena. La pista ascendía con rampas cercanas al de hasta el 13%, las más elevadas que habíamos tenido hasta el momento, y que se dejaban sentir, en conjunción con el calor que a esa hora de la mañana -pasaban ya de las 10:30h- estaba empezando a apretar. Tal fue así la cosa, que sufrí lo que los compañeros agachalomeros llaman un “huyhuyhuy”. Estaba empezando a desfallecer. No en balde las tres semanas que había estado prácticamente parado por una lesión de espalda se estaban empezando a notar.
Poco después, y a un ritmo más sosegado, llegamos hasta una nave de la finca La Porrada, que dejamos a nuestra derecha. La subida había acabado. Ahora tocaba disfrutar con algo de descenso. Pasamos junto a la casa de la Porrada, que dejamos a nuestra izquierda, y continuamos con unas bajadas por pista, con algunos tramos comprometidos, hasta alcanzar la entrada del castañar de Valdejetas. Eran las 11:00h, y ya nos habíamos ventilado 40 kms. de la etapa. En ese punto decidimos seguir el recorrido por el GR-48, tomando la vereda de la Canchuela. Después del “huyhuyhuy” de la Porrada no tenía muchas ganas de desfallecer subiendo a Puerto Artafi. Y de todas maneras, el castañar no estaría -dada la época del año- en su momento más bonito. Así que, decidido el rumbo, seguimos avanzando por el GR-48.
Continuamos unos 5 kms. por la Canchuela hasta llegar al pantano de la Jarosa. Un poco antes descartamos seguir el GR-48, que nos hubiera llevado por las fincas de Lo Vaca y El Salado hasta Trassierra. Pasada La Jarosa, empezamos el que, a la postre, sería el último ascenso del día: la subida por la vereda del Llano de Mesoneros hasta la fuente de la Marquesa, antiguo acueducto romano. Era la primera vez, en mi caso, que realizaba ese ascenso, ya que las veces anteriores había recorrido ese camino en sentido inverso. La subida, como no podía ser menos, iba a ser dura, con paredes cercanas al 10%. Rondaban ya las 11:30h y el calor se estaba haciendo cada vez más insufrible. Y para colmo, estábamos empezando a quedarnos sin agua.
Hicimos una nueva parada en la fuente de la Marquesa. La subida había sido bastante dura. Por mi parte, en un par de momentos me dio la impresión de que había pinchado de la rueda trasera, ya que no podía creerme que pudiera ir tan enganchado en la subida. Pero así era: las rampas eran bastante duras, y la paliza del día se dejaba notar. Mané, por su parte, empezaba a acusar el esfuerzo. Estaba también a punto del “huyhuyhuy”. Ángel era el que parecía aguantar de la mejor manera, aunque tampoco sin excesivas alegrías. Aún tenía que llegar su mejor momento del día.
Seguimos ascendiendo por la vereda hasta llegar a las casas del Rosal de las Escuelas, donde enganchamos con la carretera de Trassierra. Nos dirigimos hasta el cruce, y allí nos hicimos la última foto del día, junto al repuesto monolito del cruce; aunque este monolito no es una reproducción del original (que era un prisma cuadrangular), sino del que se encontraba al pie de la sierra, que era cilíndrico. Pero al menos, era algo.
Y desde allí, decidimos realizar la última variación en el recorrido del día. Teníamos previsto realizar el descenso por el Alto de San Jerónimo hasta el Monasterio, y desde allí bajar a Medina Azahara y volver por el canal. Pero el incierto estado de este camino, y la paliza que llevábamos hasta ese momento (a esas alturas nos habiamos metido entre pecho y espalda 49 kms. de bici), nos hicieron cambiar de parecer: bajaríamos por el Mirador de las Niñas y Montecobre Express. Una bajada inédita en mi caso.
Dicho y hecho. Nos encaminamos por carretera hasta el Mirador, donde alcanzamos el techo de la etapa: 500 metros de altitud. Y nos acabábamos de quedar sin agua.
El descenso fue sencillamente apoteósico. El primer tramo, entre el mirador de las niñas y la torre de las 7 esquinas, transcurrió entre vegetación enormemente cerrada, por un trazado ratonero y estrecho, pero ya conocido. Ahí sufrí un ligero percance en forma de ramazo en el casco, que hizo salir volando la cámara deportiva. Por suerte, sin mayores incidentes.
La segunda parte de la bajada, desde la torre de las 7 esquinas, me dejó sin palabras. Hasta ese momento siempre había subido y bajado por la zona pasando por la Casa de la Ventana (el recorrido que suele llamarse “Montecobre”). “Montecobre Express” salía directamente en bajada desde la Torre, en un comienzo de bajada a tumba abierta directamente hacia el fondo del valle. Brutal. Pero eso era sólo el comienzo. El resto del recorrido transcurría por un sendero lleno de piedra suelta, roderas traicioneras, y piedra enormemente irregular. Y eso en el mejor de los casos. En otros, simplemente era un sendero escorado hacia el barranco, que a poco que frenaras de más te escupía directamente a una caída de decenas de metros por matorral hasta caer a una carretera de montaña. Como para andarse con milongas. Aun así, pude bajarlo entero, lo que asombró a Mané y a Ángel. A decir de ellos, eran el primero que conocían que en su primera bajada por Montecobre Express no hubiera puesto el pie en el suelo. Tengo que admitir que tuve la suerte de que ambos me iban abriendo camino, y me mostraban por dónde se podía bajar (y que se podía bajar).
El final de la bajada lo hicimos por la carretera de la Albaida, que nos llevó de vuelta a Córdoba, en donde entrábamos a la sorprendente hora de las 12:30h, tras cinco horas de pedaleo. Dimos por finalizada la etapa en Santa Rosa, donde nos dimos un merecido homenaje en una terraza, a base de cervezas, bitter, tapas y un revuelto de bacalao excelente. Un buen final para una etapa sobresaliente.
El mapa de la etapa es el siguiente:
Ver 2011/06/11: Almodóvar – GR48 – Montecobre Express en un mapa más grande
En cuanto a los datos, son los que siguen:
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Crónica de la etapa
(Esta crónica es algo especial. Hay que tener en cuenta que había efectuado una convocatoria vía correo electrónico para realizar una subida en grupo a la Torre del Beato, proponiendo dos puntos de encuentro: a las 9:00h en la Boutipan, y a las 10:00h en el cruce de Trassierra, si bien nadie respondió a mi propuesta)
Sábado, 21 de septiembre de 2.002.
7:30h de la mañana. Algo esta a punto de acontecer. De nuevo, un chalet adosado, en Córdoba. Y, de nuevo, la misma habitación con la cortina de láminas rojas. Y, obviamente, el mismo joven durmiendo en el mismo sofá. 7:31h. El radio-despertador empieza a sonar. Pero breves instantes después, calla. Ha sido arrancado de la pared y yace en el suelo.
Lo habéis adivinado. Eso (diox mío) también soy yo.
8:46h. De nuevo, despierto. Ruego para que el parte meteorológico, consultado anoche mismo en la página web del Instituto Nacional de Meteorología haya acertado, y esté lloviendo. Miro por la ventana. Pues no, hay unas esponjosas nubes blancas en el cielo. Qué encanto.
En fin. Preparo el desayuno para la familia, desayuno un vaso de leche y unas tostadas con miel, subo a mi cuarto, recojo la cama, y busco mis pertrechos ciclistas. Triángulo de herramientas, bolsa con cámaras de repuesto, casco, guantes, gafas. Añado la documentación, llaves de casa, el teléfono móvil, una cámara de fotos y una radio a pilas. Busco el culotte y el maillot, pero no están. El culotte lo encuentro en la cesta de la ropa sucia, y el maillot esta secándose en el tendedero. Cojo ambos, y me visto con ellos y con una camiseta interior, para sudar. Coloco las cosas en la bici, y cojo dos bidones de agua. Salgo de casa. Son las 9:05h.
Llego a la Boutipan. Efectivamente, nadie ha secundado mi propuesta, cosa lógica. Aun así, espero hasta las 9:15h y, al ver que no llega nadie, emprendo la marcha. A medida que avanzo hacia la carretera de la Albaida, observo como el clima empeora. Empieza a entrar viento de frente, y lo que antes eran nubes esponjosas, se han transformado en grises y amenazadoras formas que trepan por encima de la Sierra. Pero ya estamos en marcha, y es tarde para volverse atrás.
Al poco de empezar a subir por la carretera de la Albaida, alcanzo a un ciclista que va en una bicicleta de carreras. Una buena bici. Le paso, pero decido no cebarme en el suave ascenso. Ya tendré tiempo para pasarlo mal más arriba. El de la bicicleta de carreras se me ha puesto a rueda.
En la curva a mano derecha que hay justo al llegar al castillo de la Albaida, la carretera empieza a picar hacia arriba. Por otro lado, hay mucha humedad en el aire. La cosa promete ponerse mal. Al poco de pasar el castillo de la Albaida, el de la bicicleta de carreras se ha descolgado. Ya no volverá a coger mi rueda. Y empieza lo más duro. Al poco de pasar el castillo, encuentras las rampas más duras de todo el ascenso. No es demasiado largo, en torno al kilómetro y medio, pero se hace eterno. Pasado ese tramo, y hasta un poco antes de llegar al cruce de Trassierra, la subida no tiene historia. Es simplemente encontrar un ritmo cómodo, y dar pedales. Tras haber pasado lo peor, casi te parece que vayas llaneando. Sin embargo, las vistas son espectaculares. Lástima que tuviera el sol de frente con respecto a la ciudad, si no hubiese parado a echar alguna que otra foto. En este tramo intermedio, vi a tres chavales en bici de montaña, ascendiendo bastante por delante de mí. Me propuse alcanzarlos. Cuando creía que no lo iba a conseguir, los encontré parados descansando junto a un contenedor de basuras. Les pasé y seguí.
Justo antes de llegar al cruce de Trassierra, vuelve a haber un tramo más duro, aunque la verdad es que lo pasas ya casi sin darte cuenta, pues el ansia de coronar el cruce parece que te dé alas. Y llegué. 9:52h. Según el cuentakilómetros, 40 minutos cabales. No estaba nada mal. Me senté en un parterre de la gasolinera del cruce, y puse el cronómetro en marcha. 1 minuto y 35 segundos después llegaba el de la bicicleta de carreras. Y empezó a lloviznar. Hice una foto, saqué el móvil y la radio y me dispuse a esperar. Sabía que no iba a subir nadie, pero aun así, me había comprometido a ello. Llegan muchos ciclistas, por la carretera de las Ermitas, por la misma por la que he subido yo, por la del Monasterio de San Jerónimo, por la de Santa María de Trassierra… Es agradable ver tanta bici junta. Y empieza a llover más fuerte, al filo de las 10:00h. Mientras me estoy guareciendo en la gasolinera, llegan los tres de las bicis de montaña. También se guarecen.
En torno a las 10:05h, afloja un poco la lluvia. En vista de que se confirma que nadie va a subir, y temiéndome que más tarde pueda llover más fuerte, decido emprender la búsqueda de la Torre del Beato. Sé que está por la carrera de las Ermitas, por un camino que sale a la altura del repetidor de radio, a la izquierda. Al llegar a la altura del desvío para el Mirador de las Niñas, alcanzo a tres ciclistas en bicicleta de carreras. Les pregunto si saben llegar a la Torre, pero no pueden ayudarme. Estamos unos momentos de charla, mientras sacan sus chubasqueros, pues ha vuelto a apretar la lluvia, y después me despido de ellos.
Al poco llego al repetidor, y la lluvia se ha convertido en una fina llovizna. He tenido que quitarme las gafas, porque entre las gotas y el vaho que desprende mi cuerpo, hacen que no pueda ver nada. Veo el camino, justo antes del repetidor, y lo tomo. Suave descenso, entre olivares, por un lado, y bosque mediterráneo, por otro. Recuerdo por el mapa topográfico, que hay varios cruces. Primero tengo que tomar el camino de la izquierda, y luego el de la derecha. Así lo hago. Al poco me rodea el bosque. Está precioso. A Pablo le hubiera encantado. Sin embargo, a los 50 metros después del segundo cruce, me encuentro en medio de una montón de bloques de hormigón. Y caigo en la cuenta. Me he metido en medio de una granja apícola. Diox santo. Procurando hacer el menor ruido posible, salgo de allí, y vuelvo al cruce. Y me doy cuenta de lo que ha pasado. Me he metido por el central, en vez del de la derecha. Corregido el rumbo, sigo avanzando. Sin embargo, estoy algo desconcertado. Se supone que la Torre del Beato domina la zona circundante desde una buena altura, y allí no hay nada que se le parezca. Pronto iba a encontrar la respuesta. Sabía que, según lo señalado en el mapa, tenía que llegar a la Torre tras recorrer
en torno a un kilómetro de camino. Y, cuando recorrí esa distancia, me encontré con una edificación pero, al verlo saltaba a la vista, eso no era la Torre del Beato. Más bien parecía un pequeño cortijo abandonado. Y entonces caí en la cuenta del error. Había llegado exactamente a donde quería llegar, pero me había equivocado al situar el sitio sobre el mapa. Lo que yo creía que era la Torre del Beato, obviamente no lo era. ¿Dónde estaba, pues, la torre?
El camino, ya prácticamente un sendero, giraba a la derecha tras pasar la casa, y decidí seguirlo, pues era bastante agradable a la vista, y no muy complicado de seguir. Y, cual no sería mi sorpresa cuando, al recorrer aproximadamente otro kilómetro, la vi alzarse a mi derecha, sobre un pequeño risco cubierto de árboles y monte bajo. Y, de sorpresa en sorpresa, cuando buscaba un sendero para acceder a ella, me tropecé con una carretera. ¿Qué carretera? Debo admitir que estaba completamente desorientado. Y a mi estupor contribuyó sobremanera el darme cuenta que desde allí podía ver un repetidor de radio. En ese momento, pasaron por la carretera los tres chavales de la bicicleta de montaña anteriores, en dirección contraria a mi dirección de avance desde el camino. Empecé a comprender lo que estaba pasando. Esa era la carretera de las Ermitas. Pero, ¿cómo había llegado hasta ella? ¿Es más, a qué altura estaba?
Aplacé la búsqueda de respuestas para otro momento, y emprendí el ascenso a la Torre. Al no encontrar ningún camino practicable en bici, me la cargué al hombro, y trepé entre el monte bajo. Al poco llegué a un pequeño muro de piedra que formaba un pequeño llano ante la torre, pero que estaba rodeado de densa vegetación. Y la atravesé como un salvaje, arrancando ramas a mi paso. Entonces vi el camino. Recordaba un pequeño desvío, más atrás, antes de ver por primera vez la torre. Obviamente era ese. Tengo la rara habilidad de escoger los caminos más tortuosos.
Terminé de subir al llano. Había sudado más en esa pequeña subida con la bici al hombro que casi el resto de la etapa. Allí estaba. Esbelta, con aún algunas almenas. Con una esquina cubierta de hiedra, y con un pino a medio caer, apoyado en otra de ellas. Tal y como me la habían descrito. Excepto por un detalle. Una puerta de hierro con una cerradura. Magnífico. Adiós a mis intenciones de subir hasta ella. No era el único al que le había pasado lo mismo. Al estar constituida la puerta por una plancha metálica, había gran cantidad de insultos hacia los promotores de aquella lamentable idea. Eché alguna que otra foto, y, tras descansar un rato, decidí abandonar aquel lugar.
Tomé el camino que pasaba junto a la torre, pero en vez de volver sobre mis pasos, me dirigí en dirección contraria, es decir, hacia el repetidor. Y vi una nueva señal de la que me habían hablado, pero que no había visto en el camino quo yo tomé: el camino estaba bordeado por cipreses. Al poco, llegué a la carretera de las ermitas. Justo pasado el repetidor. A 50 metros del camino que yo había tomado. No pude menos que echarme a reír.
Cuando volvía al cruce de Trassierra, me entraron ganas del ver el Mirador de las Niñas. Me dirigí hacia él. Había una gran vista de la ciudad. Eché tres fotos, y reemprendí mi camino.
Una vez en el cruce, decidí cronometrarme en la bajada. Desde el cruce, hasta la rotonda que hay a la entrada de Parque Figueroa. Puse el cronómetro a cero, y empecé el descenso. Raro era el momento en que bajaba de 35 km/h, y la punta la alcancé, obviamente, en el tramo que hay antes (teniendo en cuenta que el sentido de la marcha es descendente) del castillo de la Albaida. Ahí me puse acoplado, al estilo Perico en los Pirineos en el año 84 (es decir, con el sillín apoyado en el pecho). Según mi velocímetro, alcancé una punta de 92’6 km/h, cosa que creo que está equivocada. Si acaso, 75 u 80 km/h. Luego, en la recta que lleva hasta la susodicha rotonda, la velocidad fue algo inferior, en torno a los 30-35 km/h. Tiempo de descenso: 12 minutos 33 segundos. Distancia: 9 kilómetros. Velocidad media: 43’02 km/h. No está mal.
El llegar a casa fue un puro trámite. Sin embargo, el tiempo final de descenso acumulado (es decir, desde el cruce hasta mi casa) fue de 21 minutos 5 segundos.
A los 15 minutos de llegar a casa empezó a llover en Córdoba.
Datos de la etapa
Mapa topográfico con el recorrido marcado
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