Iniciamos la segunda y última etapa del Camino Marítimo a las 7:00h. La mañana, a diferencia del día anterior, amaneció fresca y con apenas unas algonodosas nubes blancas, lo que hacía presagiar que el día iba a ser sumamente bueno para caminar. Y no nos venía mal, ya que Ana y yo teníamos una vieja deuda con esta etapa: coincide con el recorrido del Camino Portugués, y en 2006 nos saltamos este tramo de 23 kilómetros, ya que Ana se encontraba tremendamente fatigada, y no en balde llevábamos ya en el cuerpo casi 130 kilómetros de recorrido, por lo que hicimos la etapa en tren regional. Esta vez no íbamos a pasar por eso.
Como decía, dejamos el hostal a las 7:00h, y nos encaminamos al punto de comienzo de nuestra etapa, la Iglesia de Santiago. Junto a ella, en el bar Don Pepe 2, tomamos el desayuno, acompañado de un rato de palique por parte del dueño del bar, que nos deseó un buen viaje y no nos dejó partir sin tomarse ante unas fotografías con nosotros.
Así pues, empezamos a seguir las consabidas flechas amarillas, y pronto dejamos atrás Padrón, camino de Santiago. Como no podía ser menos, no pudimos evitar detenernos en Iria Flavia y presentar nuestros respetos a D. Camilo José Cela, visitando su tumba, bajo la sombra de un insólito olivo.
El recorrido de la etapa fue bastante convencional: recorrer caminos rurales que bordean la N-550, que coincide con el trazado del Camino, y con la que, como no podía ser menos, establecimos pronto una relación de amor-odio, ya que nos indicaba claramente el rumbo a establecer, pero por su peligrosidad nos obligaba a dar vuertas y revueltas en torno a ella por caminitos, en un recorrido muy poco natural. Pero en fin, es algo a lo que, desde hace años, estamos acostumbrados.
Ya desde primera hora de la mañana noté que iba a tener problemas al andar. A diferencia de años anteriores, este año había dejado atrás mis botas Chiruca de montaña, e iba con un calzado más ligero, unas zapatillas de senderismo. Acostumbrado a llevar mis gruesas botas, suelo ponerme en estas etapas doble calcetín, para evitar ampollas, y hacer más cómodas las botas. En la primera jornada, al llevar una suela más blanda, había optado por ponerme un solo calcetín, sin demasiado buen resultado, ya que me molestaron bastante las plantas de los pies. Así que en el segundo día preferí volver al esquema del doble calcetín. Sin embargo, tampoco de esta manera iba cómodo, ya que el pie izquierdo me apretaba, sobre todo en los dedos. Y en un grave error, decidí aguantar, a ver si la cosa mejoraba.
Como decía, fuimos avanzando, pasando por las poblaciones de Pazos, Romarís, Rueiro, Anteportas, Tarrio y Vilar, sin gran novedad, salvo que el flujo de peregrinos a Santiago se había incrementado bastante, a diferencia de nuestra tranquila etapa -como no podía ser menos- a ese respecto del día anterior. Realizamos una breve parada en A Escravitude, donde no pudimos dejar de admirar el magnífico santuario Barroco, de los siglos XVIII y XIX.
A la salida de A Escravitude nos internamos en una zona boscosa, si bien no tardamos en volver a descender hasta nuestra querida N-550, a la altura de A Picaraña. Anduvimos un rato por el arcén de la carretera, hasta abandonarla por un tramo antiguo de la misma carretera, que nos llevó a pasar junto al albergue de peregrinos de Teo. Proseguimos nuestro avance, si bien no tardamos mucho en deternos, en un pequeño parquecito en la aldea de Francos, en donde destacaba el sorprendente Cruceiro de Francos, considerado como uno de los más antiguos de Galicia.
Aproveché esa parada -eran ya las 10:30h- para atender a mi dolorido pie izquierdo. Llevábamos ya dos horas y media de camino, y había ido sufriendo mayores molestias a cada paso. Fue quitarme el doble calcetín, y notar una gran mejoría, pero para esas alturas el daño ya estaba hecho. El dedo anular de dicho pie tenía la uña completamente enrojecida. En los meses sucesivos se me iría poniendo negra y acabaría cayéndoseme. Pero en ese momento constituyó un gran alivio. Así que el resto de la etapa lo hice con dos calcetines en el pie derecho, y uno en el izquierdo.
Reanudamos la marcha afianzando la tendencia que habíamos observado hacía poco: que se acababa el llanear, y empezábamos a subir monte, camino de Santiago. Y es que debe de ser alguna especie de maldición persa para los peregrinos, pero es que no hay prácticamente manera alguna de acercarse a la ciudad del Apóstol que no implique escalar cerros con la mochila -o las alforjas en el caso de la bici- a la espalda.
A medida que nos acercábamos a Santiago el paisaje se iba transformado, dejando paso cada vez más a un entorno rural cada vez más concentrado, a diferencia de los ratos de respiro de vegetación que teníamos antes, caracterizados por la dispersión de los núcleos rurales. Sin embargo, pese a todo, de cuando en cuando teníamos pequeños regalos en forma de robledal o breves tramos de corredoira, que hacían nuestras delicias. Pero por desgracia, eran las menos de las veces.
Era mediodía cuando alcanzamos Milladoiro, a apenas 8 kilómetros de nuestro destino. A esas alturas del día el calor empezaba a apretar, por lo que agradecimos llegar a esta población, que marcaba el comienzo de un tramo de descenso hasta Santiago. Realizamos un descenso por pista asfaltada -primero- y por sendas que harían las delicias de cualquier ciclista de montaña, pero que constituían un gran fastidio si, como era nuestro caso, realizabas el Camino a pie. Así pues, llegamos a la parroquia de Conxo, perteneciente ya al Concello de Santiago. Apenas 3 kilómetros ya nos separaban de nuestro destino, pero iban a ser todos ellos en subida, y con un calor que seguía apretando.
Entramos, pues, en Santiago bordeando un centro hospitalario. Avanzamos prácticamente en línea recta, hasta llegar al casco histórico de la ciudad, donde el gentío era, como de costumbre, abrumador. Así pues, llegamos a la plaza del Obradoiro al filo de las dos de la tarde, tras seis horas y media largas de etapa, y casi seis horas de caminar ininterrumpido. Pero teníamos sensaciones encontradas. Estábamos en Santiago, sí, pero por vez primera en nuestros Caminos no era el final de nuestro viaje, sino apenas una etapa intermedia.
Encontramos albergue en el Seminario Mayor de Santiago, justo al lado de la Catedral, aunque por un momento temimos encontrarlo cerrado, ya que habían cambiado la puerta de entrada con respecto a ocasiones anteriores. Deshicimos las mochilas, y tras un rápido duchado, nos dirigimos a comer a Casa Manolo, en la plaza de Cervantes, donde almorzamos -como de costumbre- magníficamente bien.
De vuelta al Seminario, descansamos un rato y lavamos la ropa del día. Por la tarde salimos a dar una vuelta por Santiago, obviando esta vez el trámite de obtener la Compostela, ya que no teníamos derecho a ella, ya que habíamos realizado un Camino inferior a los 100 kilómetros andando. Esa noche cenamos en un restaurante turco cercano a la Alameda, y nos preparamos para emprender al día siguiente la segunda fase de nuestro viaje: el Camino a Finisterre.
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El día 16 de julio realizamos la primera etapa del Camino Marítimo, que nos habría de llevar desde Pontevedra hasta Santiago de Compostela. Se trataba de un Camino bastante particular, ya que ha de realizarse -al menos hasta Padrón- en barca. Por ello, decidimos realizar este Camino en barca desde uno de los mejores puertos de la Ría de Pontevedra: Portonovo. Pero para darle algo de vidilla al asunto, por un lado, y para facilitar la logística del desplazamiento, por otra, decidimos aderezar la etapa en barco con una etapa a pie, con inicio en la bella ciudad de Pontevedra.
Para ello, la tarde del viernes 15 salimos de Sevilla, al finalizar mi jornada laboral y empezar mis vacaciones, mi padre, Ana y yo camino de Galicia. Pablo, por su parte, partió de Madrid en tren camino de la capital pontevedresa. Nos encontraríamos a las 7:30h del sábado en la estación de tren. Nosotros llegamos a Pontevedra de madrugada, y nos quedamos a dormir en casa de Mari -hermana de Ana- y Fernando -su marido-, familia política y grandes amigos. A la mañana siguiente, rayando el alba, muy amablemente nos acercaron a los tres a la estación, donde recogimos a Pablo. Nos encaminamos al centro de Pontevedra, donde degustamos un buen desayuno como requisito imprescindible para empezar la marcha.
Empezamos el Camino al filo de las 9:30h. Y como no podía ser menos, nada más empezar a andar un fino orballo hizo acto de presencia. Estaba claro que íbamos a tener un viaje bastante movido. Al menos la suave llovizna nos protegía del sol y refrescaba el ambiente, lo que, dada la altura del año en la que nos encontrábamos, era muy de agradecer. Salimos de Pontevedra por la calle Michelena, cruzamos la Alameda, y tomamos la calle Echegaray para salir de la ciudad por el Puente de la Barca. En todo este trayecto por el centro de la ciudad la gente no cesaba de indicarnos que nos habíamos equivocado, y que el Camino iba por otro lado, por lo que no nos quedó otro remedio que responder que, en realidad, era otro Camino el que estábamos siguiendo.
Cruzado el Puente de la Barca, entramos en Poio, el pueblo de Ana. Y como no podía ser menos, nos detuvimos en casa de su madre para hacer una visita de cortesía. Reanudamos la marcha a las 10:30h. A lo tonto, a lo tonto, llevábamos ya una hora de marcha y apenas habíamos andado dos kilómetros. Nos iba a tocar apretar, ya que a las 16:00h teníamos que tomar la lancha motora, y nos quedaban 19 kilómetros de etapa hasta Portonovo.
Por ello, tomamos la carretera general y nos dirigimos sin más dilación hacia la siguiente escala de nuestro viaje: el Monasterio de Poio. Abandonamos la carretera para entrar en el monasterio por el viejo camino romano, que nos llevó justo hasta la entrada de la iglesia. Por desgracia, dado lo apurado de la hora, apenas nos pudimos detener más que para sellar las credenciales de peregrino, y tuvimos que dejar la planeada visita para mejor ocasión.
Bajamos de nuevo a la carretera general, que no tardamos en abandonar para tomar el camino de la Seara, más cercano al mar, aunque a la altura de Casalvito no nos quedó más remedio que volver a tomar la carretera, que ya no abandonaríamos hasta la siguiente escala: el bello pueblo marinero de Combarro.
Salimos de Combarro, tras un pequeño descanso que aprovechamos para comer un tentempié, al poco de pasar el mediodía, no sin preguntarnos por qué no habríamos establecido como punto de partida de la motora del puerto de Combarro. Sería una pregunta que se volvería a repetir a lo largo de la jornada, aunque con otros puertos de la zona. ^_^ Ya sin abandonar la carretera fuimos pasando por las diferentes parroquias de Poio, así como playas bien conocidas por Ana: Chancelas, Raxó… Fue en Raxó, poco antes de las 13:00h, en cuya entrada hicimos una nueva escala para descansar y aprovisionarnos de agua. La fina lluvia nos había abandonado hacía rato, y aunque no hacía excesivo calor, la humedad se dejaba notar, lo que hacía más trabajosa la marcha.
Reanudamos la marcha, dispuestos a atravesar la parroquia de Raxó y salir del término municipal de Poio, habiendo recorrido ya trece kilómetros de los veinte que conformaban este primer estadio de la jornada. No íbamos mal de tiempo, pero tampoco excesivamente sobrados. Nos iba a tocar apretar la marcha, para no tener problemas con la llegada a Portonovo.
Atravesamos el casco urbano pegados a la playa de Sagunto, cuyas aguas nos llamaban insistentemente, y cuyo influjo no nos quedó más remedio que resistir. Tras pasar la playa no nos quedó más remedio que escalar unas calles hasta reincorporarnos de nuevo a la carretera general. Y digo escalar porque las calles llegaban a tener un 20% de desnivel. No el balde ascendimos 60 metros en apenas 475 de marcha. Un auténtico espanto… para apenas un par de kilómetros después volver a descender al nivel del mar. Pero en fin, esto también es Galicia.
Sentíamos cómo nos estábamos acercando al final de esta marcha. Entramos en el término municipal de Sanxenxo, siempre siguiendo la carretera, lo que nos estaba haciendo trizas los pies, ya que apenas habíamos pisado otra cosa que asfalto y acera en toda la jornada.
Eran las dos de la tarde cuando entramos en el centro urbano de Sanxenxo… y como no podía ser menos -ya se sabe cómo son estas cosas- tuvimos otro encuentro familiar, si bien esta vez completamente inesperado: ¡Nos encontramos con el padrino de Ana! Paramos un rato de palique, que nos sirvió de descanso improvisado para afrontar los últimos compases de la etapa.
Una vez reanudada la marcha, quedó meridianamente claro que Sanxenxo es un importante polo turístico de la zona, ya que estaba colmado de veraneantes, que a esa hora empezaban a desalojar la playa, camino de restaurantes en los que almorzar. Y para colmo, el calor empezaba a apretar. ¿Por qué no habríamos establecido el puerto de Sanxenxo como punto de partida? Ah, preguntas, preguntas…
Al menos, estábamos ya a tiro de piedra de Portonovo. Pasamos junto a la playa de Silgar, y finalmente, llegamos a Portonovo, a las 14:45h. El tiempo había vuelto a complicarse, y apenas teníamos visibilidad a 300 metros. ¿Podríamos, finalmente, realizar la jornada en barco, o tendríamos que pedir a la familia que nos acercaran en coche al final de esta primera jornada en Padrón? Decidimos almorzar, y dejar que el tiempo ofreciera respuesta a estas cuestiones.
Almorzamos unos excelentes bocatas en la cervecería El Puerto, de Portonovo, que hicieron nuestras delicias. Entre tanto, contactamos con el patrón de la motora que nos tenía que llevar hasta Pontecesures, para ver si el viaje finalmente podría llevarse a cabo. Y por suerte para nosotros, nos aseguró que aunque el día estaba algo feo, era perfectamente posible hacer el viaje, si bien iba a ser algo movido, y las vistas algo reducidas.
La fueraborda en la que íbamos a realizar el tramo marítimo hasta Pontecesures nos recogió a las 16:00h en el puerto de Portonovo. Pronto quedó claro que el patrón había acertado de lleno en su predicción, pues la mar se encontraba algo rizada, lo que hacía que la fueraborda no dejara de dar pantocazos desde que salió del puerto. Más diversión: viaje en barco y montaña rusa dos en uno.
Pero por desgracia, la otra parte de la predicción también fue completamente acertada. Salimos con poca visibilidad, que se mantuvo prácticamente durante todo el trayecto por la ría de Arosa. Por ello, apenas pudimos ver nada en nuestro trayecto en torno a la península de El Grove, y el tránsito entre las bateas mejilloneras, pero hay que admitir que todo ello tenía un aspecto fantasmagórico que le daba un aire bastante siniestro al viaje. Y eso también era algo digno de admiración.
Continuamos nuestro trayecto, pasando entre la isla de Arosa y el continente, pasando junto a Cambados, Villanueva y Villagarcía. Cruzamos bajo el puente que une la isla con la Península, y pasamos entre otra zona de bateas.
Por suerte para nosotros, la climatología mejoró al entrar en el río Ulla. Al menos esa parte del viaje íbamos a poderla ver bien. No tardamos mucho en llegar a la zona de Catoira, donde pudimos contemplar las famosas torres de Oeste, barrera de protección contra las invasiones vikingas.
Fue en esta zona donde me atreví a rodar un par de vídeos, ya que habíamos dejado de pegar pantocazos como en mar abierto, y la mejora del tiempo hacía que no nos encontráramos bañados en agua de mar. Este fue el resultado:
Nuestro viaje tocaba a su fin. Entramos en el puerto de Pontecesures a las 17:15, tras apenas hora y cuarto de viaje, en el que habíamos salvado una distancia de casi 33 millas náuticas. Es decir, unos 60 kilómetros.
Pero el viaje no había concluido para nosotros. El final de nuestra jornada estaba en Padrón, no en Pontecesures. Desde aquí el Camino Marítimo concluía en su discurrir con el Camino Portugués, nuestro viejo conocido de 2006. Por lo tanto, nos tocaba andar un par de kilómetros más.
Llegamos al albergue de peregrinos de Padrón, final de nuestra etapa, a las 17:55h. Pero para nuestra desgracia, a esas alturas ya se encontraba completo. Por ello no nos quedó más remedio que hospedarnos en la cercana Pensión Jardín, un excelente establecimiento que se encuentra junto al jardín botánico de Padrón.
Empleamos el resto de la tarde en realizar las visitas turísticas de rigor, entre las que no pudo faltar la Iglesia Parroquial de Santiago de Padrón, donde se encuentra la piedra que da nombre al pueblo.
Pero como el día no había terminado, nos tocó sufrir un nuevo cambio en la climatología, en forma esta vez de intensa lluvia, que nos llevó a guarecernos en una cervecería cercana, que para gran sorpresa de Pablo servía cerveza Löwenbräu, a la que se había aficionado en sus recientes estancias en Munich. Y para colmo, no de botella, sino de barril. Creo que pocas cosas podían emocionar más a Pablo en ese día, salvo el que hubieran servido a la temperatura adecuada la cerveza. Pero tampoco era plan pedirle peras al olmo.
De nuevo en la pensión, lavamos la ropa del día. Este hecho tan intrascendente en apariencia iba a deparar grandes trastornos en jornadas posteriores. Lavamos la ropa a mano, y como me molesté en recordar, era conveniente enjuagar extremadamente bien la ropa y eliminar cualquier resto de jabón, ya que éste, en conjunción con el sudor, podía causar serias quemaduras químicas por la formación de un compuesto sumamente irritante. Éramos veteranos en estas lides -ya habíamos pagado la novatada en 2005-, por lo que en principio estábamos ya más que advertidos de ello. O al menos, eso se suponía. Pues bien: no fue así, y alguien sufriría en días posteriores las consecuencias de no enjuagar bien la ropa. Pero dejemos esto para entradas posteriores.
Esa noche cenamos en una taberna cercana, a base de caldo, empanada, pulpo y vino de la tierra. El día había sido largo y merecía la pena reponer fuerzas para una segunda jornada no menos exigente. Llovía de nuevo cuando volvimos a la pensión, y nos abandonamos a un reparador sueño.
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