Comenzamos el tercer día de nuestro recorrido con un primer y acuciante objetivo en mente: encontrar una cadena de repuesto para mi bicicleta. Algo que el día anterior, por ser Domingo de Ramos, había resultado imposible. Y bien, estábamos en Hinojosa del Duque, uno de los pueblos más grandes de la zona. Se suponía que no tendría que resultar tan difícil.
Lo fue. De hecho, fue imposible. Tras preguntar a los lugareños, pronto supimos que en el pueblo sólo había dos tiendas de bicis. Una de ellas, estaba prácticamente cerrada por inminente jubilación de los dueños, y estaba a cerrada a esa hora de la mañana, pero uno de los vecinos nos hizo el favor de localizar a la dueña, que nos abrió amablemente la tienda… para ver que sólo disponía de cadenas de hasta 8 velocidades. Nunca resultó tan irritante tener una corona de nueve. Nos recomendó otra tienda a la salida del pueblo, camino de Belalcázar. Allí nos dirigimos. No era específicamente una tienda de bicis, sino de motocicletas, pero vendían también repuestos. Con el mismo resultado. Cadena de hasta 8 velocidades. Allí nos recomendaron probar en Belalcázar, donde había otra tienda de repuestos. No de bicis, sino de motos, pero que seguramente tendrían material.
Tocaba tomar una decisión. Nuestro supuesto recorrido tomaba una serie de caminos, para llevarnos hasta la ermita de la Virgend de las Alcantarillas, último bastión cordobés antes de entrar en tierras extremeñas, que evitaba pasar por Belalcázar. Caminos que, por otro lado, hacían necesario vadear una serie de arroyos, para terminar vadeando el río Zújar, algo que en época de lluvias se antojaba un tanto complicado. Además, era más que previsible tener barro, lo que haría más dificultoso el rodar, ejerciendo más tensión en la cadena, y exponiéndola a seguir saltando. Y ya disponía de muy poca cadena, a esas alturas. La otra opción era ir por carretera a Belalcázar, conseguir el repuesto (si lo había) y luego ir por carretera la Virgen de las Alcantarillas.
Y en eso estábamos, debatiendo, cuando alguien me llamó por mi nombre. En Hinojosa. Al darme la vuelta, sorprendido, me encontré con Chicote, compañero de fatigas del Club Bartocalvos. Se encontraba trabajando como operario de mantenimiento de carreteras del Ministerio de Fomento, y allí estaba, con su furgoneta de trabajo. Le comentamos rápidamente la situación, y se ofreció a llevarnos hasta Castuera, ya que, al fin y al cabo, tenía que realizar algunas labores por aquella zona. Sopesamos la oferta, y tras pensarlo un poco, decidimos no aceptarla. Seguramente en Belalcázar tendríamos más suerte. O al menos, eso esperábamos. Nos despedimos de Chicote, y tomamos las bicis. A Belalcázar.
Salimos de Hinojosa recién pasadas las 10 de la mañana. El día estaba cubierto y corría viento, pero al menos no llovía. Eso sí, íbamos ya con casi dos horas de retraso sobre el horario previsto y encima íbamos a dar un buen rodeo. Y aún teníamos que comprar la cadena y montarla. El viaje a Belalcázar no tuvo misterio alguno. Casi 8 kilómetros de recta pura y dura en suave descenso. Tan sólo se trataba de rodar con calma para no forzar la cadena. Seguimos las indicaciones que nos habían dado, y no tardamos en localizar la tienda de repuestos, cerca del antiguo colegio del estado. Y se encontraba cerrada. ¿Qué hacer? ¿Abrirían un Lunes Santo?
Tras un rato de espera, llegó el dueño de la tienda. Y tras pedirle la cadena, mismo resultado que en Hinojosa: cadena para 8 velocidades máximo. Ahora sí que teníamos un problema, ya que el próximo pueblo en el recorrido estaba a casi 30 kilómetros de distancia. Y entonces me acordé de mi llavero. Un llavero casero, que le había copiado a Pablo, un buen amigo, porque en su sencillez y elegancia era una pequeña obra de arte. Un llavero hecho con eslabones de cadena de bici:
De una vieja cadena. Que llevaban desaceitados y sin uso casi un año. Pero mejor eso que nada. Con el tronchacadenas deshice el llavero y monté los eslabones en la cadena:
¡Hurra! Se notaba a las claras cuáles eran los eslabones de la cadena antigua, pero era mejor eso que nada. La pregunta era: ¿aguantarían? Sólo había una manera de saberlo. Pero por el momento, mi llavero hecho con una cadena vieja nos había salvado el día.
Reemprendimos la marcha pasadas las 11 de la mañana. Teníamos por delante una bonita cantidad de kilómetros de asfalto para llegar a la Ermita de la Virgen de las Alcantarillas. Al menos iban a ser por asfalto, por lo que podríamos recuperar en cierta manera las horas perdidas en la búsqueda de la cadena. La parte mala del asunto es que desconocíamos por completo. Teniendo en cuenta que teníamos que cruzar el río Zújar era de prever que en general fuéramos en descenso, pero en esas cosas realmente nunca se sabe.
La primera en la frente. A la salida de Belalcázar nos tocó subir una tachuela. Bien para probar la cadena, pero desde luego eran ganas de fastidiar. Y no fue la única. A la postre el camino hasta la Virgen de las Alcantarillas acabaría siendo eso, una sucesión de subidas y bajadas, en general en descenso hasta el río, pero que no podían ser más fastidiosas. Al menos el asfalto era bueno, y el paisaje, arrebatador en su sencillez.
Mucho cultivo de gramínea, y de cuando en cuando, algo de dehesa. Llegábamos a Extremadura. Y así, en un paisaje de horizontes infinitos, nos cruzamos con el viejo ferrocarril de Almorchón. Otra recta más hacia el horizonte.
Y así, poco a poco, nos fuimos aproximando a nuestra siguiente parada. La Ermita de la Virgen de las Alcantarillas se encuentra en un risco pegado al río Zújar. Es de época tardomedieval, y punto de encuentro para los romeros de la comarca.
Cuando llegamos al Zújar vimos que, en realidad, habíamos hecho bien al no tomar el camino. No tenía pinta de que el río se pudiera vadear, ni mucho menos, en aquella época del año :
Pasamos el río, y afrontamos la subida a la Ermita. Hasta ese momento la cadena se había portado de fábula. Bien es verdad que extremando el cuidado por mi parte. Pero en la subida a la Ermita me emocioné, y en uno de los repechos finales forcé más de la cuenta. Resultado: cadena rota. Esta vez por el arreglo hecho con el llavero.
No había gran cosa que se pudiera hacer. Arreglé la cadena como pude -de nuevo quedándose un pelín más corta- y tomamos unas barritas de cereales para reponer fuerzas. Frisábamos las 12:30h, y aún nos quedaban 9 kilómetros hasta Monterrubio de la Serena. Y esta vez -eso era seguro- cuesta arriba. Continuamos nuestro rodar, para llegar poco después al límite autonómico entre Andalucía y Extremadura. Más allá de por el cartel de carreteras, se podía notar bien a las claras dónde acababa una y empezaba otra:
El día seguía cubierto y amenazando con empezar a descargar agua en cualquier momento. Pero aguantaba. El viento que soplaba -eso sí- era un fastidio continuo. Seguimos rodando, camino de Monterrubio. Como habíamos previsto, en subida casi continua. Al principio no muy acusada, pero poco a poco, a medida que nos aproximábamos a Monterrubio, en mayor pendiente. Y en estas, de nuevo rompí la cadena. Tenía la irritante sensación de estar sembrando de eslabones las comarcas de Los Pedroches y La Serena. Si alguna vez sale allí algún árbol que dé eslabones, ya saben a quién se lo han de agradecer. Como estábamos muy cerca de Monterrubio, y se aproximaba la hora de comer, tomamos una decisión. Cogí la bici de mi padre y fui a toda velocidad -que permitían las alforjas- al pueblo para buscar una tienda de bicis. Mi padre, por su parte, intentaría arreglar la cadena mientras tanto o bien ir andanado hasta el pueblo.
Así lo hicimos. Llegué a Monterrubio a las 13:45h. Pregunté en la gasolinera del pueblo, y allí me dijeron que en Monterrubio no había tienda alguna de bicis. Que habría que ir Don Benito o a Zafra. No había mucho más que hacer que buscar algún sitio para almorzar. Me reencontré con mi padre, hicimos un apaño a la cadena, y nos fuimos al Ayuntamiento a sellar las credenciales. Pegamos la hebra con el funcionario municipal, que también era aficionado a la bici. Nos confirmó lo que nos había dicho el gasolinero, y nos recomendó un pequeño restaurante para comer, con un menú del día bastante aceptable.
Y de nuevo, otra decisión a tomar. Teóricamente tendríamos que tomar el camino de Monterrubio a Castuera, junto a la discoteca Oli-Bar en la carretera de Puerto Hurraco, o bien tomar dichar carretera, y desde Puerto Hurraco tomar la carretera de Castuera. Y de nuevo no hubo prácticamente debate. Era tarde, había que buscar alojamiento en Castuera y encontrar -si fuera posible- una tienda de bicis. O algún sitio con posibilidades de vender una cadena.
10 kilómetros hasta Puerto Hurraco, pueblo de infausto recuerdo por el crimen allí cometido a finales de los noventa. Pero apenas cuatro casas al borde la carretera. Eso sí, hubo que sudar para llegar hasta allí. Una subida que a la postre se convertiría en la cota máxima de la jornada, en una carretera perfectamente recta, pero llena de cambios de rasante. Y con viento. Y con coches que pasaban a toda velocidad. Lo que todo ciclista desea. Superada dicha cota máxima llegamos a Puerto Hurraco en descenso, para tomar a continuación la carretera de Castuera, capital de la comarca de La Serena, y más que posible antigua villa romana de Artigi, que se alzaba junto a la vía Corduba-Emérita, junto a dos cerros gemelos que constituyen una avanzadilla de Sierra Morena en la planicie extremeña.
Emprendimos una acusada bajada hacia el arroyo de Ballesteros. Cosa que siempre es mala cuando tu destino se encuentra en una montaña, ya que toca volver a subir. Pero que en este caso fue aún más fastidiosa por una nueva rotura -otra más- de la cadena. Acabamos llegando a Castuera a las 16:30h de la tarde. Nos alojamos en un pequeño hotel del pueblo, ironías de la vida en su parte más alta.
Por la tarde, completadas las labores habituales de limpieza de ropa y preparación de aparejos para el día siguiente, realizamos una visita al pueblo. Se trata de una agradable población que fue propiedad de la Orden de Alcántara en los siglos XV y XVI. Eso, y el ser capital de la comarca es algo que se deja ver a las claras en el pueblo, donde abundan casas solariegas y una arquitectura recia. Sin lugar a dudas, un sitio agradable donde parar.
Sin embargo, en materia de repuestos ciclistas no van tan bien servidos. No hubo suerte. Ni una tienda de bicicletas en el pueblo, y tan sólo en una tienda de menaje variado conseguimos encontrar una cadena… de nuevo de 6-7-8 velocidades. Y el consejo de acudir, como mal menor, a Don Benito para conseguir repuesto. En nuestro recorrido habríamos de pasar cerca de Don Benito, en nuestro camino a Medellín, donde tendríamos que terminar la etapa siguiente. Durante la cena en el hotel, reflexionamos sobre ello. Finalmente, tomamos una decisión. No era viable recorrer la etapa, tal y como la teníamos prevista, hasta Medellín, ni yendo por camino ni -como se había demostrado en esta jornada- por carretera. La cadena no daba para más. Por suerte teníamos una para de tren regional en la misma Castuera, que unía la población con Mérida, y con parada en Don Benito. Decidimos para la jornada siguiente ir en tren a Don Benito, y allí conseguir repuestos. Y como Don Benito se encontraba prácticamente al lado de Medellín, nos saltaríamos la cuarta etapa casi al completo, para ir en bici desde Don Benito a Mérida. Eso si el tiempo no lo impedía.
Los datos de la etapa son los siguientes:
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