Cuando trabajaba en Irlanda, en IBM, lo hacía con un portátil ThinkPad. Algo normal en la casa, claro, ya que eran los inventores de esa línea de productos, aunque luego la vendieran a Lenovo. Los portátiles ThinkPad eran -y son- unos cacharros estupendos, sólidos, y a prueba de bombas. No son los equipos con la mejor estética, ni los más livianos. Son equipos de trabajo recios, duraderos, y pensados para sobrevivir a un trabajo duro.

Como parte de esa orientación profesional, los ThinkPad disponían ya desde un inicio de docking stations: soportes para trabajo en la oficina que permitían conectar a las mismas todos los periféricos necesarios para el trabajo de sobremesa (teclado, ratón, monitor, puertos USB adicionales para otros periféricos, auriculares o altavoces, e incluso conector Kensington para evitar el robo), pero que a su vez permitían desconectar el portátil con un solo click, y tenerlo como equipo portátil para llevártelo fuera de la mesa. Algo sumamente conveniente.

Cuando volví a España y supe que en mi compañía me habían asignado un portátil X260 de 13», lo primero que hice fue solicitar una docking station. Cuando me preguntaron por qué la quería, les argumenté la razón en base a lo comentado: sencillez de uso y seguridad del equipo. Además, argumenté que era por razones de ergonomía, ya que la docking station hacía que el portátil también estuviera en una posición ligeramente más elevada, y ofrecía un mejor ángulo de trabajo.
Me enviaron a pastar. Pero como no iba a cejar en mi empeño de trabajar de una manera más práctica, me decidí a comprarme yo mismo una docking station para mi portátil de empresa. Y localicé una en Ebay, que rápidamente adquirí. Durante unos meses fui muy feliz usándola, hasta que me enteré de que en mi empresa habían empezado a distribuir docking stations con los nuevos portátiles. Fue ahí cuando monté en cólera, y me prometí que usaría el portátil asignado hasta que se cayera a cachos.

Y así lo hice. Aguanté el equipo hasta que literalmente no podía más. Me hice con las baterías de los portátiles que los compañeros reemplazaban por unos nuevos, para alargar la vida de mi equipo. Y lo seguí utilizando hasta hace cosa de un par de años, cuando el pobre ya no podía con su cuerpo. Pero no por razón del hardware, sino del software: las nuevas versiones de Windows, el largo tiempo de uso del mismo sin reinstalar, y nuevas aplicaciones corporativas habían ralentizado al equipo a niveles insoportables.
¿Pero que por qué me negaba a cambiar de equipo? Bueno, por algo muy concreto: los nuevos equipos ThinkPad ya no eran compatibles con mi docking station particular, que utilizaba un conector en la base del portátil, sino que funcionaban con las nuevas, que se conectaban mediante USB-C:

De hecho, hasta intenté comprar mi viejo portátil de empresa cuando me fue reemplazado, pero no fue posible, ya que se trataba de un equipo en renting que había que devolver. Quise hasta contactar con la empresa de renting para comprar el portátil, pero nada, no fue posible. Así que acepté el nuevo equipo de empresa, devolví el antiguo, me dieron una docking station de empresa, y guardé la mía en un cajón.
Y así se tiró un par de años, hasta este otoño. Sigo usando mi portatil de empresa (en este caso, un X13), pero cada vez está más limitado para su uso fuera del entorno empresarial. Por ello me compré el Mac Mini M4. Un equipo que está estupendamente bien, pero que me obliga a trabajar en mi secreter. Y seguía habiendo ocasiones en que me venía mejor trabajar en movilidad. Además de que seguía añorando mi viejo X260 y su docking station.
El caso es que un día, perdiendo un poco el tiempo por Internet, di con una empresa polaca que venía ThinkPads reacondicionados y con dos años de garantía. Si bien mi primer impulso fue comprar un X260, vi que los X270 podían ser equipos muy, muy interesantes: prácticamente tenían el mismo diseño que los X260, por lo que eran compatibles con mi docking station, pero además incorporaban un puerto USB-C, que los hacía compatible con las nuevas. Y, además, admitían carga de la batería por el USB-C. Con un poco de suerte, podría usar el mismo hub USB-C que estaba usando con el Mac Mini M4.

Y luego estaba el asunto del precio. 8 gigas de RAM, procesador Core i5 vPro de 7a generación y 256 GB de SSD por 149 euros. Me faltó tiempo para pedirlo. Tenía algunas pegas sobre el papel: la principal es que el teclado era AZERTY, y que indicaba que tenía algunos daños estéticos. Pero cuando lo recibí, me encontré con un equipo estupendo: La tapa venía con un vinilo nuevo para cubrir los daños de la misma, el teclado venía reetiquetado para la configuración española, y le habían puesto baterías nuevas. Era impresionante.
Me había venido con un Windows 10 Pro recién instalado, lo que estaba muy bien, pero que no tardé en dejar de usar para instalarle una Debian 13 que va como un tiro, y el hub USB-C funciona como un tiro, lo mismo que mi añorada docking station original. Así que en el secreter uso el hub y la docking station la he instalado en el escritorio de trabajo de Ana. Y es que a Ana, cuando vio el portátil, le dio el antojo de quedárselo, por que su viejo ThinkPad (un T450) empezaba ya a renquear por el sistema operativo. Y el caso es que, visto lo visto, tenía entre las manos su regalo de Reyes. Y le compré un segundo X270, que llegó hace unos días. En este caso, con un Windows 11 que le he conservado.
Total, que ahora somos una feliz familia de usuarios de ThinkPads X270. 