Este año espero cumplir una de las metas con las que llevo soñando desde hace más años: realizar el Camino de Santiago desde Córdoba, realizando el recorrido del Camino Mozárabe. La primera vez que hice una planificación de este recorrido fue allá por el año 1998, cuando aún tenía 17 años. Una planificación optimista (MUY optimista), pensada para ser ejecutada por carretera, sin alforjas, y ejecutada en apenas una semana. Cosas de la juventud y la inexperiencia. Aún guardo, con cariño, esa planificación.
La correspondiente a este año es un tanto más modesta. De hecho, es una planificación por fases. La primera de ellas corresponde al viaje entre Córdoba y Mérida, que realizaremos -si todo va bien- en cinco jornadas, empezando el Sábado de Pasión y terminando el Miércoles Santo, en la que recorreremos unos 250 kilómetros. La segunda fase, aún sin fecha, nos llevará desde Mérida hasta Zamora, lugar donde comenzamos la Vía de la Plata en 2010. Y en cuanto a la tercera, igualmente sin fecha, nos volverá a llevar a Santiago de Compostela por la Vía de la Plata. Aún está por ver si siguiendo el mismo trazado que en 2010 -cosa que dudo-, tomando una ruta alternativa por el norte de Portugal, por el sur de Orense, o bien enlazando con el Camino Francés por Ponferrada.
En cuanto a la planificación de etapas y kilometraje, se corresponde con el siguiente diseño:
Este año, salvo que haya alguna sorpresa de última hora, seremos mi padre, Mané y yo quienes recorramos este Camino, una muesca más a sumar en la vieira que todos los años me acompaña en este tipo de periplos.
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Como decía, salimos de Ponte de Lima al filo de las 12:30h, con el sol en todo lo alto, dispuestos a realizar la primera de nuestras etapas hasta Santiago. Habíamos preparado para ese día, en previsión de esa contingencia, realizar la etapa más corta, de tan sólo 16 kms. hasta San Roque, y buscar algún hostal donde pasar la noche en la zona.
Dejamos atrás el puente romano y giramos a la derecha, tras pasar la iglesia de San Antonio, buen ejemplo de arquitectura religiosa portuguesa, con curioso estilo en sus campanarios que no dejaríamos de obsevar en todas las iglesias con las que nos fuimos cruzando en el periplo portugués de nuestro viaje. Nos incorporamos a una carretera que corría paralela al río Limia, para, posteriormente, seguir el camino de las indicaciones de la Quinta de Arquimio. Avanzamos entre finchas -quintas- para llegar a Arcocelo por el camino de Tojeira, una más que probable vía romana.
Pasado Arcocelo continuamos por una zona de fincas, subeindo y bajando entre ellas, hasta llegar al puente de Geira sobre el río Labruja, que cruzamos para pasar a su margen izquierda. El camino seguía prácticamente plano, pero el calor empezaba a hacer mella en nosotros. Seguimos en dirección norte, siempre en paralelo al río Labruja, hasta llegar a la autopista, que salvamos por un paso subterráneo. Seguíamos avanzando en dirección a los montes de los que descendía el río Labruja. Pasamos Paredes y volvimos a cruzar, algún tiempo después, el río Labruja, ya de manera definitiva, por el puente do Arco.
Pasaban ya de las dos de la tarde -al menos, para nosotros- y estábamos deseando encontrar algún sitio para parar a comer. Sin embargo, en todo nuestro trayecto desde Ponte de Lima no habíamos encontrado sitio alguno con restaurante donde parar. Finalmente no nos quedó más remedio que parar en Codeçal, donde se encuentra la Capilla de Nuestra Señora de las Nieves. El sitio no disponía más que de una pequeña tienda, mezcla de colmado, estanco y estafeta de correos, donde compramos el queso más insípido del mundo, y el peor jamón -entiendo que lo llamen presunto- que he comido en mi vida, para hacer unos bocatas y tener algo para comer. El sitio parecía sacado directamente de una película de posguerra -mesas con tablero de formica, sillas venerables…- y un aire aburrido que incluso llegó a reflejarse en la única foto que sacamos del lugar. Tan sólo desentonaba el típico sonido de conversación del Messenger que de cuando en cuando se dejaba oír.
La capilla de Nuestra Señora de las Nieves tampoco ofrecía mucho interés a la vista, salvo un bonito aunque sobrio cruceiro a la entrada, y una imágenes de la Virgen de las Nieves y de San Roque. A Ana se le ocurrió pedir algo de nieve, para que aliviara el calor que nos machacaba, pero huelgo decir que sus oraciones no fueron atendidas.
Una vez matada el hambre de mala manera, continuamos nuestro caminar. Fue dejar atrás Codeçal y empezar a advertir que el camino se empinaba. Apenas llevábamos 9 kms. de etapa, y aún teníamos lo peor por delante: la subida del Alto da Portela, de 400 m. de altitud. El calor seguía apretando. Seguimos pasando por una zona de fincas vinícolas. En Espinheiro dejamos atrás la vía romana, tomando un camino medieval en dirección a Labruja y Vinhó. La subida se iba haciendo cada vez más dura, y el calor de las cuatro de la tarde caía sobre nosotros como plomo fundido. Y así llegamos, para nuestro alivio, a la Fuente das Tres Bicas, donde no pudimos menos que hacer una parada para refrescarnos.
Pasamos la fuente y pronto llegamos a Bandeira, la última población por la que habríamos de pasar hasta prácticamente el final de etapa. Iniciamos así nuestra ascensión del monte Portela. Allí nos encontramos con una pareja de senderistas españoles, a los que dimos un poco de conversación. La subida, que alternaba el sendero en el que se había convertido el camino medieval (Caminho Real) y pistas forestales, y se nos hizo durísimo.
A mitad de la subida llegamos a un monumento singular del Camino en Portugal: la Cruz de los Franceses. Por la descripción que de ella se hacía en las guías que habíamos consultado, así como por ese calificativo de “singular”, esperábamos algo espectacular o grandioso. Y esto fue lo que encontramos:
Una simple cruz de granito, tirando a pequeña, como las que cualquier cordobés de pro observa camino de las Ermitas. Y con el cuerpo superior simplemente depositado sobre el brazo vertical de la cruz, sin unir con argamasa ni nada. Daban ganas de desmontarla, del cabreo. Pasábamos ya de las 17:00h, y ni siquiera habíamos alcanzado aún la cima del monte.
Pero el camino seguía subiendo, entre pinos, camino del Alto da Portela. Seguimos ascendiendo, hasta alcanzar el puesto del guarda forestal. Ya habíamos recorrido 14 de los 16 kilómetros que teníamos previsto hacer. Y lo que teníamos por delante era bajada. Iniciamos un descenso en dirección a Cabanas. Allí pudimos ver algunos molinos de agua antiguos, a los que no pudimos menos que echar alguna que otra fotografía.
Llegábamos al final de etapa y eso nos daba alas. Además, esa vertiente de la montaña era más fresca que la vertiente sur, y el haber pasado las horas de peor calor del día también ayudaba. Llegamos hasta Agualonga, donde cruzamos el río sobre un viejo puente, dejando en alto la capilla de San Paio. Allí nos reencontramos con la vieja calzada romana, que habíamos abandonado antes de Labruja. El camino, al estar poco transitado, estaba cubierto de maleza, pero que no nos impidió alcanzar, poco después, la carretera a la altura de San Roque. Era allí donde teníamos previsto hacer noche, pero tuvimos conocimiento de que en la cercana São Pedro de Rubiães, a apenas 1 km. de distancia, se había abierto recientemente (20 de mayo de 2006) un nuevo albergue, muy cerca de la iglesia.
Antes de llegar al albergue pasamos por la iglesia de São Pedro de Rubiães. Era de un románico muy avanzado, del siglo XIII según indicaba nuestra guía, y era una auténtica preciosidad. Pero lo que de verdad me llamó la atención fue el miliario de Caracalla que allí se encontraba. No sólo por el miliario en sí, sino porque éste había sido reutilizado posteriormente como tumba, por lo que en su parte posterior se encontraba tallado un nicho.
Poco después llegamos al albergue. No pudimos menos que calificarlo como excelente. Allí se encontraba un pequeño grupo de peregrinos que habían completado la etapa con anterioridad a nosotros, entre los que había algunos españoles. Tras un poco de palique, nos dedicamos a lavar la ropa del día y dejar preparada la del día siguiente. La etapa había sido dura, pese a ser corta, y la del día siguiente, más sencilla sobre el papel, al ser la mayor parte en descenso hasta Tuy, iba a ser, por contra, la segunda más larga del viaje.
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En el verano de 2006 Ana, mi padre, mi tía Mari y yo nos decidimos a hacer el Camino Portugués de Santiago. Mi tía, que había tenido conocimiento de nuestra magnífica experiencia del año precedente, no dudó en apuntarse en esta ocasión a realizar el Camino en nuestra compañía. En esta ocasión, y a fin de variar un poco con respecto al año precedente, escogimos realizar el Camino Portugués. Pero en un alarde de osadía, no nos conformamos con hacer los 100 kilómetros de rigor partiendo desde Tuy, sino que escogimos salir algo más al sur: desde la hermosa villa de Ponte de Lima.
Esto requería de una logística algo más elaborada que la del año anterior: una combinación de tren desde Córdoba a Madrid y luego a Galicia -Redondela, para ser exactos-, donde nos encontraríamos con Ana, y luego un nuevo tren, esta vez de Ferrocarriles Portugueses, hasta Viana do Castelo, donde, por último, tomaríamos un autobús hasta Ponte de Lima. Y todo ello para empezar a caminar el 13 de Julio de 2006. Iba a resultar interesante.
Así pues, un tórrido 12 de julio quedamos mi tía Mari, mi padre y yo en la estación de tren de Córdoba. Tomamos un Talgo-200 hasta Madrid, y allí el tren-hotel hasta Redondela, a donde llegamos a las 7:45h. Pocos minutos depués llegaba Ana, procedente de Pontevedra en un Regional, y al filo de las 8:00h, nos encontrábamos montados en un tren internacional portugués camino de Viana do Castelo.
Esta línea resultaba muy práctica para cubrir las comunicaciones desde Vigo y Redondela con Porriño y Tuy, dado que realiza paradas en ambos municipios, cosa que ningún tren de Renfe hace. Y lo que resultaba más interesante: no se podía comprar billete -al menos en Redondela- más que en el propio tren, pero ningún revisor hizo acto de presencia hasta que llegamos a la estación portuguesa de Valença do Minho.
Mientras que el viaje hasta la frontera fue sumamente rápido -dejábamos atrás Tuy a las 8:25h-, el viaje en tren hasta Viana do Castelo fue sumamente más lento. Se trataba de un servicio equivalente al regional, y si bien en España las paradas apenas habían sido tres, sumando la de Redondela, en el caso de Portugal el convoy sí que realizó más paradas: Valença do Minho, Vila Nova de Cerveira, Caminha, Ancora-Praia, y por fin Viana do Castelo. Además todo ello a ritmo de tortuga, lo que no hacía desesperarnos. Aunque supuestamente tendríamos que haber llegado a Viana do Castelo a las 8:29h, el tren llegó con algo de retraso. Por suerte, contábamos con tiempo sobrado para tomar nuestro enlace de autobús con Ponte de Lima, lo que nos permitió, aparte de disfrutar un poco de la bonita villa portuguesa, de tomar un buen café mañanero.
Viana do Castelo
Para nuestra sorpresa -y suerte- hacía poco tiempo se había inaugurado una nueva estación de autobuses junto a la estación de tren, por lo que fue visto y no visto conseguir los billetes hasta Ponte de Lima, aunque no tendríamos servicio hasta las once de la mañana, aproximadamente. El viaje en autobús fue algo atípico: por viejas carreteras portuguesas, pasando por pueblo tras pueblo, y prácticamente en solitario, ya que el autobús se encontraba casi vacío, y prácticamente nadie subía o bajaba de él. Y para colmo, el conductor había equivocado la secuencia de apertura y cierre de la puerta trasera -junto a la que nos hallábamos- de tal manera que la cerraba al llegar a las paradas, y la mantenía abierta cuando circulábamos por carretera. Al menos, estaba siendo entretenido.
Llegamos a la hermosa vila de Ponte de Lima al filo del mediodía. No era precisamente el mejor momento para empezar el Camino, sobre todo con el sol y el calor que hacía aquel día en el norte de Portugal, pero tampoco íbamos a quedarnos allí, aunque el pueblo mereciera una visita relajada. Estábamos ansiosos por empezar nuestro Camino.
Así que, tras solventar los trámites administrativos con nuestras credenciales -obtuvimos nuestro primer sello en la oficina de turismo de Ponte de Lima, cruzamos el río Lima (Limia es español) por su admirablemente bien conservado puente de origen romano, y empezamos a caminar.
Quien acostumbre a leer mi página sabrá a estas alturas que soy un enamorado de Galicia y del Camino de Santiago. Tanto es así, que desde el año 2005 hasta 2011, ininterrumpidamente, he realizado con mi familia o amigos algunos de los ramales existentes del Camino de Santiago. Así lo atestiguan los diarios que he ido escribiendo a lo largo del tiempo.
Sin embargo, existe un hueco en esas narraciones. Y ese hueco corresponde al año 2006. Ese año realizamos el Camino Portugués desde Ponte de Lima, en Portugal, pero entre unas cosas y otras nunca llegué a escribir la crónica de ese viaje, aunque está documentado en imágenes.
Pues bien, me he decidido a llenar ese hueco. El detonante es haber intercambiado algunos correos con el responsable de la web Diarios de peregrinos en el Camino de Santiago: esta persona se dedica a recopilar enlaces de diarios en español de personas que han realizado el Camino de Santiago a lo largo de la historia, empezando por famoso Códice Calixtino. Yo tengo el honor de aparecer seis veces. En este intercambio supe que había salido citado de refilón en el Diario Vasco, en un artículo relativo a su página. Por ello, me he animado, he recopilado mis viejas notas del viaje, y voy a escribir la historia de ese viaje. Una historia, que, por fuerza, tendrá que ser más breve que la de los viajes más recientes, y es que han pasado ya seis años desde entonces. Pero es un esfuerzo que creo que vale la pena.
Sin embargo, no es una historia que parta desde cero. En su momento escribí algunas entradas al respecto, y existe una galería fotográfica. Espero saldar pronto esta deuda con el Camino y, sobre todo, espero que os guste.
El 21 de julio de 2011 nos aprestamos a afrontar la última de nuestras etapas en el Camino a Finisterre. Pronto el viaje que habíamos emprendido seis días antes iba a llegar a su fin, y el saber que apenas 15 kilómetros nos separaban del final de nuestra ruta era algo que hacía desaparecer el cansancio acumulado a lo largo de esas duras jornadas. Pero que también nos hizo remolonear un poco a la hora de empezar nuestra jornada. Contra la costumbre, desayunamos algo más tarde de la cuenta, en restaurante del hotel anexo a nuestro albergue, de tal manera que empezamos la etapa a las 8:20h. El día había amanecido más apacible que el anterior, de tal manera que la lluvia no era una amenaza en nuestro caminar. Al menos, no una amenaza inminente. Pero las calles de Cee estaban empapadas con el agua de las pasadas lluvias y con el rocío de la mañana, que se dejaba notar pese a encontrarnos ya a finales de julio.
Salimos de Cee por la carretera de la costa, y pronto nos encontramos en la vecina villa de Corcubión, que se encontraba precisamente en fiestas. Si Cee es un pueblo hermoso y agradable de visitar, Corcubión no le va a la zaga, especialmente cuando lo encuentras engalanado de fiesta, como era nuestro caso.
Si contábamos con que el perfil de la etapa que teníamos por delante, por aquello de estar ya junto a la costa iba a ser algo prácticamente plano, la salida de Corcubión se encargó pronto de sacarnos de nuestro error. Salimos por un camino que se adentraba en pleno Monte de San Roque, en una subida corta pero intensa, y que trancurría, por una senda muy estrecha y rodeada en la mayor parte de sus tramos por fuertes muros.
Llegamos al alto de San Roque, pasamos el albergue gestionado por la Xunta, e iniciamos un descenso que nos habría de llevar a Amarela, primero, y posteriormente a Estorde, ambas pequeñas aldeas cercanas, cada vez más, a la ensenada de Sardiñeiro.
Pasado Estorde volvimos a recuperar la carretera de la costa, la misma por la que habíamos salido de Cee, lo que no hizo sino enervar, como es de costumbre, a mi padre, a quien no le hace excesiva gracia que el Camino tome sendas rurales que acaban yendo en paralelo, o en zigzag, a una carretera principal, haciendo más distancia y por perfiles más complicados que la propia carretera. Nada nuevo, pero era algo que tocaba asumir.
Dejamos atrás Sardiñeiro de Abaixo con amenaza de lluvia. De hecho, llegaron a caer algunas gotas mientras pasábamos por el pueblo, pero por suerte pronto desapareció la amenaza. Y nosotros, cómo no, iniciamos una nueva subida por monte, cubierto de al principio de eucaliptos, pero que luego dejaron paso al matorral y monte bajo. Fue entonces cuando pudimos contemplar la primera vista de nuestro punto de destino: el Cabo Finisterre. Eran las 10:00h. y contábamos con 8 km. en nuestro haber. Ya nos habíamos ventilado la mitad de la jornada.
Ya habíamos subido nuestra segunda cota del día, e iniciamos un nuevo descenso hasta la carretera. Pero aún nos quedaba la tercera cota, y la más temible: Finisterre. Pero el verlo, allí al fondo, nos daba fuerzas. Especialmente a Ana, que apenas podía andar a causa de las quemaduras de sus piernas. No iba a rendirse. No estando tan cerca.
Al bajar a la carretera observamos que el Camino descendía casi hasta la playa de Talón, para luego volver a subir a la carretera, en bajadas y subidas cortas pero intensas. Decididos a no hacer el primo más de la cuenta, continuamos por la carretera, para -esta vez sí- bajar por Calcoba hasta la playa de Langosteira, un precioso arena del 2300 metros que antecede a la entrada en Finisterre. Existen varias maneras de afrontar el paso de la playa. La primera es por el mismo borde del mar. Al ser una playa de arena dorada y fina, digna del Caribe, es una experiencia deliciosa pero agotadora, por lo que no tardamos en descartarla. La segunda es volver hasta la carretera y realizar el recorrido por una zona cubierta de pinos, que también descartamos. Y la tercera, la que hicimos, era seguir una senda empalizada que transcurría entre las dunas, los pinos y algunas zonas edificadas, siempre por el borde de la playa. Una alternativa a la vez estética y descansada. Y vistos los resultados, muy acertada.
Llegamos a Finisterre, al barrio de San Roque, a las 10:50h. Hicimos una pequeña pausa para recuperar fuerzas, pues aún nos quedaba lo más duro de la jornada. La entrada a Finisterre y la subida al Cabo. Reanudamos la marcha pocos minutos después, encontrándonos con el famoso cruceiro de Baixar, hecho en el siglo XVI en granito.
Entramos en Finisterre por la Avenida de La Coruña, y seguimos hasta encontrar el ayuntamiento, donde nos sellaron las credenciales. Seguimos avanzando, por el casco histórico de Finisterre, donde nos encontramos con alguna que otra sorpresa arquitectónica.
Seguimos avanzando por el casco histórico, cada vez con una pendiente más acusada. Pasamos junto a la capilla barroca de Nª Sª del Buen Suceso, situada en la plaza de Ara Solis.
Y finalmente, dejamos atrás el pueblo de Finisterre para iniciar nuestro asalto final al Camino: el Cabo. Teníamos por delante una ascensión de 3 kms. con pendientes máximas del 16%, todo ello por asfalto. No iba a ser fácil. Ana a esas alturas apenas podía arrastrar sus piernas, y según sus propias palabras, andaba como una abuelita. Hicimos una pequeña, pero imprescindible parada en la iglesia de Santa María das Areas, cuyo origen se remonta al siglo XII.
Seguimos con nuestro avance. Ana apenas podía mantener el ritmo, con lo que Pablo y mi padre poco a poco se fueron adelantando. Yo me quedé para ofrecerle un apoyo y ayudarla a caminar en los tramos más duros. Poco a poco, con ritmo constante, íbamos avanzando. Pero necesitábamos hacer frecuentes paradas para que Ana pudiera sobrellevar el ascenso. Se le estaba haciendo durísimo.
Llegamos y sobrepasamos una bella estatua de un peregrino, con una inspiradora pintada en italiano en su base. Seguimos avanzando, y llegamos hasta la bajada al horroroso cementerio nuevo de Finisterre, un espanto de bloques de hormigón armado que miran al Atlántico, y que resultan un atentado estético para la zona. No se me ocurre qué mente perturbada pudo concebir, autorizar y construir semejante despropósito. Casi impulsados por el horror que dejábamos atrás, afrontamos las últimas rampas de la subida. Teníamos el faro a tiro. Casi podíamos tocarlo. Hasta que finalmente, llegamos. Habíamos empleado 45 minutos en recorrer los 2200 metros que separaban la iglesia de Santa María das Areas del Faro. Había sido duro, pero lo habíamos conseguido. Habíamos llegado al Fin del Mundo.
¿Y qué es lo que encontramos en el fin del mundo? Un faro, sí. Muchas placas conmemorativas, sí. Y en el interior del faro, en la parte más cercana al océano infinito… una tienda de regalos. Parecía algo sacado de una novela de Douglas Adams. Pero era algo con lo que estaba dispuesto a transigir. Al fin y al cabo, era un final surrealista para el viaje, algo que mi perturbado sentido del humor agradecía sobremanera.
Pero para ser sinceros, semejante viaje merecía una imagen final más digna, así que no dudamos en trepar por los riscos de alrededor, hasta dar con una vista límpida del Atlántico. Y durante algunos minutos, contemplamos sin hablar los unos con los otros el lugar donde, durante siglos, la tierra tenía su fin. El reflejo que el Atlántico nos devolvió a cada uno de nosotros es algo que guardamos en nuestro interior. Porque, al fin y al cabo, hay tantos Caminos como caminantes. Y esa también es la belleza del Camino.
Éste hubiera sido un buen final de la historia, pero por desgracia, teníamos una serie de obligaciones logísticas que cumplir. Tomamos un taxi para volver hasta Finisterre, donde hicimos una parada en el albergue de peregrinos para obtener la Finisterrana. Y es que -no lo olvidemos- no habíamos podido obtener la Compostela por nuestro Camino Marítimo, al no haber cumplido los 100 km. a pie exigidos. Tras solventar el papeleo, tomamos un autobús que nos llevó de vuelta a Santiago, pasando por prácticamente todo nuestro recorrido en los cuatro días que habíamos empleado. Irónicamente, al pasar por Cee brillaba un sol esplendoroso, que hacía que su famosa playa se encontrara llena de gente. Por tan sólo 24 míseras horas. En fin, la vida tiene esas ironías.
Llegamos a Santiago, en cuya estación de autobuses almorzamos. Posteriormente mi padre tomo un autobús que le condujo al aeropuerto, y de ahí, a Málaga, para posteriormente ser recogido por mi madre y mi hermana, y acabar el día en Manilva, en el extremo sur de la provincia de Málaga. No estaba mal, para haber empezado el día en el confín noroeste de la Península. Nosotros, por nuestra parte, bajamos hasta la estación de tren de Santiago, y volvimos a Pontevedra, ya que Pablo tenía su billete de vuelta en tren a Madrid desde allí, y Ana y yo nos quedaríamos pasando unos días de vacaciones en Galicia.
Habíamos acabado el Camino, y en mi caso, Los Caminos. Porque, no lo olvidemos, desde 2005 había completado todos los Caminos existentes, al menos, dentro de Galicia:
Tan sólo un elemento me había acompañado en todos mis viajes: una concha de vieira que Jose Jaquotot, uno de mis mejores amigos, me regaló en 2004, traída de las playas de Huelva. Mi viejo sombrero vaquero, comprado en la sombrerería Rusi, lo hizo en cinco de mis viajes, al igual que la mochila y el bastón de peregrino. ¿Volverán a acompañarme en algún viaje más?
Sólo el tiempo tiene la respuesta.
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