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13 feb 22 Etapa ciclista: Santiponce – Santa Justa – Cantillana – Melonares (23/01/2022)

El domingo 23 de enero realicé una etapa etapa ciclista por Sevilla, que tuvo como característica principal que hice un enlace en tren, en concreto en el cercanías que va de Santa Justa a Cantillana, a fin de poder recorrer una zona de la Sierra Morena sevillana que era desconocida para mí. Empecé la etapa en Santiponce, pasadas las 8:00h. Me encaminé hacia la estación de Santa Justa de Sevilla, haciendo parte de mi recorrido habitual del trabajo, llegando hasta el Estadio Olímpico, para bajar hasta el puente de la Barqueta, y luego tomar la ronda histórica junto a la Macarena. Llegué con tiempo sobrado a la estación, y allí estuve haciendo algo de tiempo mientras llegaba el cercanías.

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Una vez llegó el tren, esperé tranquilamente hasta que llegamos a la estación de Cantillana, donde empecé a rodar de nuevo, sobre las 9:25h.

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Hice una parada poco después, una vez pasé la presa de Cantillana, una de las que regulan el caudal del Guadalquivir, antes de su llegada a Sevilla.

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Pasado el río, llegué poco después a Cantillana, que atravesé rápidamente antes de cruzar sobre el río Viar. Una vez pasado el río, llegué a una rotonda que tomé a mano derecha, junto al restaurante Casa Navio, en la que tomé una pista asfaltada por urbanizaciones. Al cabo de un rato, tomé una pista en ascenso a mano izquierda, que acaba llevando a la pista de mantenimiento del canal del Viar.

Los siguientes 15 kilómetros transcurrieron por la pista de mantenimiento, que en suave ascenso y tras múltiples vueltas y revueltas, acaba llegando hasta las cercanías del embalse de Melonares. La pista no tiene grandes dificultades, salvo un par de acueductos, que uso salvé sobre el mismo, y otro siguiendo la pista, que se desvía en acusado descenso, y luego en ascenso. Aparte de esto, el único punto a salvar es la finalización de la pists: ésta termina de una manera abrupta, ante una cancela cerrada, y con una verja que rodea todo el perímetro. Se puede salir por una abertura que alguien ha practicado en la misma, y que permite salir a un camino que lleva a la carretera C-433.

Una vez en la carretera, comencé un ascenso por la misma en dirección a Castilblanco de los Arroyos. Un ascenso de 4 kilómetros por carretera de montaña recién reasfaltada, con una pendiente bastante constante del 6-7%, y que llegaba en determinados puntos al 9%. Nada especialmente complicado, pero que requería de constancia.

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Paré a media subida en una llamativa fuente encalada que se abría a mano izquierda, bajo una higuera, para luego continuar mi ascenso hasta la cumbre. Desde allí me desvié a la izquierda, con la idea de tomar una pista que había visto cartografiada y que me podía llevar hasta Castilblanco, pero a los 1,7 kilómetros, me encontré con una cancela cerrada. Ante la duda de si podía transitar por allí o no, opté por volver sobre mis pasos, y encaminarme hacia Castilblanco por carretera.

Llegué a Castilblanco pasadas las 11:40h, con ya 48 kilómetros de etapa en las piernas. Hice una breve parada junto al abrevadero que hay en la salida del pueblo en dirección a la urbanización de La Colina.

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Tras un rato de descanso, y habiendo agotado el agua que llevaba, volví a rodar. Me notaba las piernas flojas, y tenía la sensación de estar pagando por adelantado el exceso de kilómetros. Por suerte, tenía algo de bajada por carretera para recomponerme, y luego la bajada por la trialera del Camino de Santiago. Las sensaciones en ambas bajadas no fueron nada de buenas, si bien luego pude ver que ¡había batido mi mejor marca en la bajada del Camino de Santiago! En realidad, no era algo demasiado sorprendente, porque ya había podido ver la última vez que estuve por allí que se había arreglado bastante el camino, haciéndolo más sencillo para rodar.

Una vez que llegué al polígono industrial que marca el final de la trialera, crucé la carretera, y me encaminé a Guillena por la pista de tierra paralela a la carretera. Crucé el Rivera de Huelva por el vado, y entré en Guillena por su campo de fútbol. Seguía con las piernas flojas y estaba seco, así que a la salida de Guillena, paré en la gasolinera de Repsol a comprar una botella de Aquarius y unas galletas que me dieran algo de azúcar que echar al estómago. Eran ya las 13:00h, llevaba ya más de 70 kilómetros en las piernas.

La parada me vino estupenda. Eché el resto del Aquarius en el camelback, y me dispuse a volver a Santiponce por la pista de mantenimiento de Emasesa. Las sensaciones ya no eran nada malas, y de hecho, estuve rodando de manera bastante consistente. Al llegar al vado del Arroyo de Los Molinos, pude echar una mano a unos moteros que estaban rodando por la pista, y que no veían claro el poder cruzar el vado, ya que siempre se encuentra embarrado y con agua, no siendo para ellos una opción salvarlo por la viga de acero que hay en la arboleda. Tras recomendarles un trayecto, seguí con mi recorrido de vuelta a Santiponce. Acabé llegando a las 13:46, con un total de 85 estupendos kilómetros en las piernas. Y allí, para celebrarlo, me tomé una estupenda Paulaner en la puerta de casa, al solecito.

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Datos de la etapa:

  • Distancia: 85’245km
  • Distancia (según el GPS): 85’24km
  • Altitud ascendida: 863m
  • Tiempo de etapa: 4:10:51
  • Tiempo desde el inicio de la etapa: 5:35:59
  • Pulsaciones medias: 141ppm
  • Pulsaciones máximas: 174ppm
  • Cadencia media: 66 rpm
  • Cadencia máxima: 99 rpm
  • Calorías consumidas: 4030kcal

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11 dic 20 Camino del Cid 2019: Epílogo(07/VI/2019)

Esta entrada es la parte 7 de 7 de la serie Camino del Cid 2019

No puedo cerrar esta historia sin contar nuestra vuelta a Andalucía. Como no podía ser menos, volvimos en coche hasta Córdoba, en un viaje de 5 horitas de coche. De nuevo por la N-330 hasta Utiel, para tomar posteriormente la A-3, la A-43, y por último, la A-4 hasta Córdoba, aunque con una parada bastante especial: Las Navas de Tolosa.

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En mi caso, no me demoré mucho en mi ciudad, ya que tenía que volver a Sevilla esa misma tarde en un media distancia que no había conseguido reservar en Valencia, pero cuya reserva -bici incluida- sí pude hacer por Internet.

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Ya en Sevilla, en vez de esperar el cercanías para Santiponce, me animé a cruzar la ciudad, y encaminarme a casa desde la Estación de Santa Justa. Lo que tampoco era un gran drama. Algo menos de 11 kilómetros, cruzando por la Ronda Histórica hasta el Puente de la Barqueta, luego la Isla de la Cartuja, y por último mi vuelta a casa habitual desde el trabajo, por el Estadio Olímpico y el Campo de Tiro de Camas. Nada espectacular, después de haber hecho más de 260 kilómetros con alforjas en los días anteriores.

El único aspecto molesto es algo que, en realidad, no he referido en la historia. Y es algo que ya apunté en el prólogo de este relato: el sillín. Cometí el tremendo error de estrenar un sillín ergonómico para este viaje. Un sillín pensado para cicloturismo, en teoría más cómodo que mi Selle de carreras, pero en la práctica, una verdadera tortura. Durante las 4 jornadas de viaje -recordemos, más de 260 kilómetros- me estuvo haciendo rozaduras, y provocando molestias en la ingle, que en determinados momentos llegaron a dormirme las partes nobles, además de hacerme unas muy fastidiosas rozaduras. Así que un consejo: nunca, nunca, nunca se ha de estrenar un sillín para un viaje de alforjas.

Y así, sin más, llegué a casa. Y no tardé mucho en disfrutar de una Irish IPA de Kildare -de cervezas va la cosa- con mi señora esposa, que tan pacientemente había aguantado a su señor marido haciendo el indio por ahí. :mrgreen:

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Y colorín colorado, esta historia se ha acabado.

O casi, porque hay tres pequeños detalles más:

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Así quedaron las cubiertas de la bici, la delantera y la trasera. Se nota dónde iba más carga.

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Tanto le gustó a Ana lo que le contamos mi padre y yo de nuestro viaje, que ese mismo septiembre ella y yo pasamos unos días de vacaciones en la zona. Camino del Cid, pero de Teruel hacia el norte. La foto sobre este texto es del puente romano de Calamocha. :)

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También ese septiembre Arturo Pérez-Reverte publicó su novela “Sidi, Un Relato de Frontera”, sobre las vivencias de un Rodrigo Díaz de Vivar cuando era un desterrado de Castilla, que tenía que ganarse la vida en la frontera de los reinos cristianos y musulmanes. Hubiera sido estupendo tener la novela en el viaje, pero con el Poema de Mío Cid ya fuimos suficientemente ilustrados.

Y ahora sí, vale.

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10 dic 20 Camino del Cid 2019. Etapa 4: Sagunto – Valencia (06/VI/2019)

Esta entrada es la parte 6 de 7 de la serie Camino del Cid 2019

La última etapa de nuestro Camino del Cid la empezamos con algo de retraso con respecto a lo habitual: y no era para menos, ya que teníamos por delante la etapa más corta y sencilla de todo el trayecto, pero la que nos permitiría hacer algo de turismo, ya que teníamos en nuestro viaje nada menos que Segunto y Valencia, dos de las ciudades más importantes del Levante, cada una por méritos propios.

Y precisamente con la idea de hacer algo de turismo en mente salimos del hotel sobre las 8:45h. No tenía sentido salir más temprano, ya que ni el Teatro Romano ni el Castillo abrían antes de las 10:00h.

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Dejamos atrás Canet, y remontando el cauce del río Palancia, cruzamos de nuevo hasta Puerto de Sagunto, para desde allí subir hasta la inmortal Sagunto. Excusa por la que Roma y Cartago combatieron a muerte en la II Guerra Púnica, con Aníbal cruzando los Alpes con sus elefantes, que aterrorizarían a Roma durante años, la ciudad se alza en una cresta rocosa, donde se amontonan los restos iberos, romanos, musulmanes y cristianos, que se pueden conocer en tres ubicaciones concretas: Teatro, Castillo y Museo.

En nuestro caso, nos encaminamos en primer lugar a la oficina de turismo, donde conseguimos un nuevo sello en el salvoconducto, y una nueva chapa para la colección. Desde allí subimos hacia el Teatro y el Castillo. Imposible perderse: se sube por la Calle del Castillo.

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La subida hasta el Teatro es criminal, pero vale la pena el esfuerzo. Nosotros llegamos pronto, antes de la apertura, y nos tocó esperar un poco.

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Dado que no teníamos nada donde atar las bicis (ni con qué) no hubo otra que hacer la visita por turnos. El Teatro Romano de Sagunto sufrió hace algunos años una polémica restauración, pero que no por polémica permite entender de manera clara las dimensiones reales de un teatro romano, cosa que muchas veces se nos escapa (salvo en sitios concretos como Mérida o Santiponce) ya que por lo general se conservan sólo las gradas, pero no el escenario. En este caso era así, pero -merced a la restauración comentada- se reconstruyó el fondo escénico. Una vista impresionante.

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Después del teatro, como no podía ser menos, tocaba el castillo. Si ya la subida al teatro había sido criminal, la del castillo fue matadora. Desde el mar -0 metros- hasta Sagunto -45 msnm- habíamos subido de manera suave, pero de ahí al teatro -82 msnm- y al castillo -125 msnm- tuvimos que salvar rampas de más del 15%, y encima por adoquín. Determinados tramos tuve que hacerlos haciendo eses. Para echar el bofe.

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La visita al castillo no desmerece, pero por nuestra parte de nuevo nos tocó hacerla por turnos, y por desgracia apenas pudimos visitar una pequeña parte. El tiempo empezaba a apremiar. Aun así, es altamente recomendable, y valía bien mucho el esfuerzo de la subida.

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Dejamos atrás el castillo y el teatro, y nos internamos por la judería de Sagunto, callejeando un poco por ella, antes de dirigirnos al museo arqueológico. De nuevo, dos visitas que vale la pena hacer con tiempo, algo de lo que nosotros empezábamos a carecer.

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Una vez salimos del museo, tomamos rumbo sur con dirección a Puzol. Nos separaban 25 kilómetros de Valencia, que íbamos a recorrer por una nueva vía verde, abandonada ya nuestra querida Ojos Negros: la Vía Verde Xurra. Esta vía verde, el tercero de los trazados ferroviarios que atravesaban la huerta norte valenciana (junto con el FGV y el de RENFE) fue desmantelado por la competencia de estos dos trazados, y convertido en una estupenda vía verde, casi completamente rectilínea, que atraviesa naranjales y huertas, para llegar a Valencia, y que guarda algunos secretos interesantes.

Llegamos a Puzol sin mayor novedad, donde aprovechamos para comprar algo de lotería (huelga decir que no tocó), y desde allí tomamos nuestra vía verde. Un trazado excelente, y que tiene la particularidad de pasar por lugares cidianos bastante señalados, como El Puig, que hizo varias veces de cuartel general del de Vivar en varias de sus algaradas. Pasamos rápidamente por diversos municipios, como La Pobla de Farnals, Massamagrell, Museros, Albalat del Sorells y Meliana, antes de llegar a Alboraya.

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Y me detengo aquí porque, poco antes de llegar a Alboraya, tuvimos una sorpresa en forma de miliario romano. Reconstruido, claro. Y es que estábamos siguiendo el trazado de la Vía Augusta, que unía Cádiz con Roma, y que a día de hoy en buena parte de España se conoce como N-340. También fue en este punto donde tuve el primer incidente mecánico del viaje, y que a punto estuvo -5 kilómetros de nuestro destino- de dar al traste con el viaje: se me soltó una biela del plato.

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Era este un fallo que venía experimentando desde que le pues el monoplato al cuadro de la Fuji: el problema de poner un monstruoso plato de 48 dientes, pensado para una bicicleta en pista, en un cuadro de MTB es que hay grandes posibilidades de que los dientes del plato rocen en las vainas del cuadro, como era mi caso. Para evitar esto, tuve que poner una serie de espaciadores en el eje del pedalier por la parte del plato, que hicieron que el pasante del eje no sobresaliera todo lo que debía por el otro lado del pedalier, y que la biela no se ajustara de manera adecuada. Como resultado, tenía que andar de cuando en cuando reajustando la biela y volviendo a apretar tornillos. Sin embargo, desde hacía algunos meses estaba bastante estable, y no había experimentado problemas. Pero estaba claro que los brutales esfuerzos del puerto de Arenillas y de la subida al castillo de Sagunto habían reavivado el problema. Lo malo es que necesitaba apretar con enorme fuerza los tornillos de la biela para poder asegurarla, usando para ello una llave de carraca. Y conmigo no tenía más que una triste allen de mi kit de herramientas. Iba a ser complicado. Apreté todo lo que pude, y crucé los dedos para que la biela aguantara en su sitio todo lo que pudiera. Que por desgracia, no iba a ser mucho.

Pero habíamos llegado a Alboraya, a las puertas de Valencia. Nuestro viaje llegaba a su fin, pero antes de dirigirnos a la joya de la corona del Cid, no podíamos menos que hacer una parada con la que llevaba tiempo relamiéndome: la horchatería Daniel, una de las más afamadas de Valencia, que cuenta a Salvador Dalí o Rafael Alberti como algunos de sus más ilustres visitantes. Y donde nos íbamos a hinchar a horchata y fartóns, por recomendación de mi gran amigo Carlos Navarro.

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Tras esta estupenda parada, seguimos camino de Valencia. No tardamos en entrar en el extrarradio de la ciudad, si bien en mi caso con problemas en la biela, que no dejaba de aflojarse, y que me obligaba a recolocar a pataditas en su sitio. Absurdo esfuerzo, pero a esas alturas no nos íbamos a parar a buscar una tienda de bicis. Entramos en la ciudad por las avenidas de Cataluña y Aragón, por las que desembocamos en el viejo cauce del Turia. Allí era tentador entrar en la ciudad, y dirigirnos rápidamente a la Catedral, pero en su lugar, hicimos algo mejor: remontamos el viejo cauce, convertido hoy en día en un estupendo parque urbano, hasta llegar al Puente de los Serranos, y la espectacular Puerta que flanquea la entrada a la ciudad. Habíamos cumplido nuestro objetivo. Valencia era nuestra. Apenas unos segundos antes de las dos de la tarde. Habíamos concluido nuestra Conquista de Valencia.

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Entramos en el casco viejo de Valencia, y nos encontramos con una riada de gente. Principio de verano y una temperatura estupenda, por lo cual era algo de esperar. No tardarmos en llegar a la cercana Catedral, con su archifamoso Miguelete:

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Desde allí, no tardamos en encaminarnos al ayuntamiento, donde teníamos que obtener el último de los sellos de nuestro salvoconducto. Hasta allí nos guio amablemente un cartero, que -cosas de la vida- había hecho la mili en Cerro Muriano, y que nos conoció el acento. Además de guiarnos, nos recomendó encarecidamente visitar la Oficina Central de Correos, una auténtica preciosidad.

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Y ya en el Ayuntamiento (que tampoco desmerece) conseguimos el tan ansiado sello, y la última de nuestras chapas. Allí nos atendió una chica -qué cosas- también con lazos familiares con Córdoba, a donde quería desplazarse para trabajar de guía turística.

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Con el objetivo cumplido, nos quedaba algo de tiempo -no mucho- para visitar el centro de la ciudad, antes de tener que embarcar en el tren camino de Cella. Y es que nuestro recorrido tenía una ventaja: teníamos un tren directo, que pasando por Sagunto y Teruel, nos devolvía a Cella, nuestro punto de partida.

Almorzamos en una bocatería cercana al ayuntamiento (lástima de no disponer de mucho tiempo para degustar una paella o un arroz del señoret como bien se merecía), y luego volvimos a dar un paseo en torno a la catedral…

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…antes de encaminarnos a la preciosa Estación del Norte, que irónicamente está al sur del casco antiguo. En fin.

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Allí esperamos tranquilamente la salida de nuestro tren, no sin antes tener un absurdo problema en mi objetivo de comprar mi propio billete de tren de Córdoba a Sevilla con bicicleta, y que fue imposible de tramitar en la estación, ya que al parecer ese tipo de billetes -media distancia de otra comunidad autónoma, pero de la misma compañía ferroviaria- no se pueden comprar, ni en ventanilla, ni con máquinas automáticas. Completamente absurdo.

Ya en el tren, nos acomodamos para un tranquilo viaje que nos habría de llevar de vuelta a Sagunto, para acto seguido, continuar a Teruel. En la estación de Sagunto se nos unieron otros dos ciclistas, por lo que en un momento dado íbamos casi más bicicletas que personas en nuestro vagón, y que obligó a algunos malabarismos como los billetes al revisor, ya que -en teoría- sólo se permiten 3 bicicletas por convoy.

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Al llegar a Teruel, parada anterior a nuestro destino, conocimos a a Pedro, un trabajador de Adif, y que vive en Cella. Nos dio conversación al vernos con las bicis, ya que también era ciclista. Nos comentó algunos aspectos curiosos sobre la vía verde de Ojos Negros, y el estado del ferrocarril minero restante en la propia mina. Y así, de palique, llegamos a la estación de Cella. Continuamos con Pedro, conversación va y conversación viene, hasta llegar a Cella, donde nos ya nos separamos. Y así, casi sin pensarlo, llegamos de nuestra a nuestra casa rural.

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Tras unas duchas y un poco de descanso, nos dirigimos al bar junto a la fuente de Cella. Para nuestra suerte, en los días transcurridos desde nuestra partida habían fumigado el pueblo, y no tuvimos que sufrir -al menos, no tanto, los voraces mosquitos de la zona-. Y de esa manera, pudimos disfrutar más a gusto de una estupenda cerveza, como la que nos tomamos la víspera de la partida.

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Una Turia. Por supuesto. Una estupenda manera de cerrar el círculo.

Datos de la etapa

Distancia: 45’979 km
Distancia (según el GPS): 45’98 km
Altitud ascendida: 287 m
Tiempo de etapa: 2:48:49
Tiempo desde el inicio de la etapa: 5:34:00
Calorías consumidas: 1945 kcal

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09 dic 20 Camino del Cid 2019. Etapa 3: Montanejos – Sagunto (05/VI/2019)

Esta entrada es la parte 5 de 7 de la serie Camino del Cid 2019

La tercera etapa de nuestro viaje, con la que ya pasábamos el ecuador del mismo, iba a ser una etapa de fuertes contrastes. Íbamos a empezarla en la montaña, y finalizarla en el mar. Empezar fuera de la vía verde de Ojos Negros, y finalizar en ella. Con una primera parte brutal, la subida de la Sierra de la Espina, y una segunda parte relajada, un continuo descenso hasta Sagunto. Y hablando de Sagunto, con final teórico en él, pero en la práctica, en Puerto de Sagunto (y, en realidad, tampoco). La etapa que más había estado temiendo, por la tremenda subida del Puerto de Arenillas con una bicicleta equipada con un único plato de 48 dientes, pero la que me había impulsado precisamente a traerla, para poder rodar cómodamente el resto del recorrido por la vía verde.

Empezamos a rodar un poco antes de las 8 de la mañana, cómo no, en subida, por el casco urbano de Montanejos. Tomamos la CV-195, que ya no abandonaríamos hasta llegar a Caudiel. Salimos con una altitud de 450 msnm, y unos 20 minutos después estábamos llegando a Montán, distante 5 kilómetros de Montanejos. Nos lo tomamos con relativa calma, pues sabía lo que se me venía encima. En realidad, era difícil no verlo, ya que la única salida era la carretera que teníamos, por un puerto de montaña que nos iba a llevar hasta los 900 msnm, en un sistema montañoso con picos que pasaban de los 1.100 metros. Una delicia.

Pasado Montán, teníamos 7 kilómetros hasta llegar al puerto. Tocaba tomárselo con calma, pues la subida, pese a no ser excesivamente dura en ningún momento, tampoco concedía muchos respiros. Fueron 40 minutos de ascenso duro, atravesado, lastrado por las alforjas y machacado por el 48 dientes. Suerte que había sido previsor y había incluido una corona de montaña en vez de la de carreras que suelo llevar habitualmente en esa bicicleta. Si no hubiera hecho así, dudo que hubiera podido subir. Mi padre, con todo, intentaba darme una rueda cómoda que seguir, gracias a su bicicleta eléctrica, pero semejante subida se me estaba atragantando. El peor momento llegó a 2 kilómetros de la cima, donde nos encontramos con una rampa del 11%, que hizo que mi cadencia de pedaleo bajara hasta las 38 rpm, y una velocidad de 3.8 km/h. Vamos, que un peatón iba más rápido que yo. Pero ahí estábamos para sufrir, y tirando de pundonor aguanté el tipo sin echar pie a tierra, y tras superar la rampa, pude volver a velocidades más normales. Una segunda pared, a 600 metros de la cima, volvió a llevarme a cadencias de 39 rpm, pero igualmente pude aguantar el tipo. Cuando llegamos al Puerto de Arenillas, 900 msnm, había trascurrido una hora cabal desde la salida, sin respiro, pero sin pausa.

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Lo peor había pasado. A partir de ahí, todo iba a ser diversión. Tras las fotos de rigor, emprendimos un rápido descenso hasta llegar a Caudiel. Entrábamos en el valle del río Palancia, que ya no abandonaríamos hasta Sagunto. Sin detenernos en Caudiel, nos encontramos con nuestra abandonada vía verde de Ojos Negros. En este tramo se encuentra perfectamente habilitada para circular entre las distintas poblaciones del valle, y en paralelo a la vía férrea aún en explotación. En suave descenso nos dirigimos a la cercana Jérica, donde nos sorprendió la vista de su famosa torre mudéjar de La Alcudia.

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Con semejantes credenciales no podíamos dejar de hacer un alto en el camino, sobre todo porque parte de la vía se encuentra perdida, y el recorrido a seguir cruza el casco urbano del pueblo. Paramos en el ayuntamiento a sellar nuestros salvoconductos, y allí conseguimos una nueva chapa. Tras una confusión en el camino, y recobrado el recorrido correcto, nos reincorporamos a la vía verde, y empezamos a rodar a un ritmo muy alegre hacia el mar. Pasamos junto a las poblaciones de Navajas, Altura, Soneja, Algar de Palancia, y Alfara de la Baronía. El trazado de la vía verde poco a poco iba transitando de un bosque de montaña hacia una huerta de frutales, con ocasionales túneles y trincheras de ferrocarril, así como pistas en algunos puntos donde el trazado de la vía férrea se había perdido por obras posteriores.

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Fue precisamente a la salida de una de estas trincheras donde tuvimos una especie de incidente: de punta a punta de la vía verde, de casi tres metros de ancho, vimos cruzado lo que en un primer momento parecía una manguera gruesa. Íbamos aprovechando el descenso, a toda velocidad, y cuando ya estábamos casi encima, pudimos ver lo que era: una larguísima serpiente que estaba cruzada a lo ancho de la vía. No hubo tiempo de frenar, y con un tump-tump bastante siniestro le pasamos por encima. Pobre bicho. Pasado el trago, no mucho después llegamos al final de la vía verde, un área de descanso con un pequeño lago artificial, junto a la autovía y el pueblo de Torres-Torres. Allí paramos a descansar un rato, tomar un refrigerio, ya que a lo tonto, a lo tonto, nos habíamos metido entre pecho y espalda 60 kilómetros de pedaleo en algo menos de 3 horas y 3/4.

De nuevo en marcha, nos encamiamos a Torres Torres, y allí tomamos la N-234, carretera que ha quedado como vía de servicio a los pueblos de la zona, ya que la Autovía Mudéjar, trazada en paralelo, absorbe la mayoría del tráfico de la zona. Así, con poco tráfico y con tranquilidad, pasamos por Estivella, y nos dirigmos a Albalat dels Tarongers, donde sellamos, no sin cierta dificultad, los salvoconductos: y es que en el ayuntamiento del pueblo parecían no estar al corriente de la existencia del Camino del Cid y su pertenencia al mismo. La secretaria del ayuntamiento casi me hizo esperar a la alcaldesa para que fuera ella la que determinara si me podían o no estampar un sello del ayuntamiento en las credenciales. Por no liar más la situación, y tras enseñarle otros sellos de distintos puntos por los que habíamos pasado, y asegurarle que en otros sitios me lo habían sellado tanto en el ayuntamiento como en hoteles, se avino a estampillar los salvoconductos. Eso sí, con el sello del ayuntamiento, no parecían tener ninguno específico del Camino. En fin.

Tras esta inesperada pausa, seguimos camino de Sagunto por la CV-314, abandonando la N-234, y pasando por Petrés, para llegar poco después a la milenaria Sagunto, tras 73 kilómetros de etapa. Pero no era este el final de nuestro recorrido. Al no haber conseguido encontrar alojamiento en el que nos dejaran tener las bicis, habíamos optado por buscar un hotel en Puerto de Sagunto, población surgida de la explotación siderúrgica donde se refinaba el metal en bruto procedente de Ojos Negros, y que había motivado la construcción de la vía férrea que habíamos venido transitando. Es esta una historia curiosa: Ojos Negros es una mina de hierro a cielo abierto, que fue explotada por los empresarios vascos Ramón de la Sota y Llano y Eduardo Aznar de la Sota en 1900, cuando crearon la Compañía Minera de Sierra Menera. Además de la explotación de la mina, los empresarios construyeron unos altos hornos y un muelle junto a Sagunto, para controlar el ciclo completo de producción del metal. Sin embargo, se encontraron con un problema inesperado: pese a que la mina se encontraba muy cerca de una vía férrea previamente existente, propiedad de la Compañía del Ferrocarril Central de Aragón, esta compañía quiso cobrarle unas tarifas ciertamente elevadas para transportal el mineral. Ante ello, los empresarios decidieron construir su propio ferrocarril en paralelo al existente. Este ferrocarril se mantuvo activo hasta 1972, cuando se abandonó para transportar el mineral por el previamente existente, para entonces ya propiedad de RENFE. Posteriormente, ambas compañías, la minera y la siderúrgica, desaparecerían en la posterior crisis mundial de la industria siderúrgica de los años 80. Pero para entonces Puerto de Sagunto, la población donde vivían los trabajadores de ferrocarril, altos hornos y embarcadero, había superado en importancia a Sagunto. A día de hoy vuelven a existir tanto un potente industria en la zona, como la explotación del puerto y el ferrocarril del Mediterráneo, además de una envidiable zona de playas.

Fue allí donde nos dirigimos, ya que nuestro hotel se encontraba a pie de playa. Pero no en Puerto de Sagunto, sino en la cercana Canet. Continuamos rodando hasta dar literalmente con el mar. Allí giramos a la izquierda, y cruzamos por una pista la desembocadura del Palancia, pasando por una pequeña cala junto al puerto deportivo de Canet.

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Seguimos por el paseo marítimo, hasta llegar a nuestro hotel, Els Arenals. Estupendo, donde nos habían reservado una habitación en planta baja, con un pequeño patio donde poder guardar las bicis. Habíamos hecho 82,9 km de etapa, en 5h, 20m y 43s.

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Almorzamos en el propio hotel, con un menú excelente, para después reposar un poco la comida. Por la tarde bajamos a la playa, y después a la piscina. Por la noche cenamos en La Tagliatella de Puerto de Sagunto. Un estupendo colofón a la etapa más larga de nuestro viaje. Y que nos abría las maravillas del último día de viaje: la milenaria Sagunto (o Murviedro -muros viejos-, tributaria del Cid), y Valencia. Valencia del Cid.

Datos de la etapa

Distancia: 88’797 km
Distancia (según el GPS): 88’79 km
Altitud ascendida: 760 m
Tiempo de etapa: 4:24:36
Tiempo desde el inicio de la etapa: 5:20:40
Calorías consumidas: 3359 kcal

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04 dic 20 Camino del Cid 2019. Etapa 2: La Puebla de Valverde – Montanejos (04/VI/2019)

Esta entrada es la parte 4 de 7 de la serie Camino del Cid 2019

Comenzamos la segunda etapa de nuestro viaje apenas pasadas las 8:00h. Durante la previa habíamos mantenido un debate sobre cómo empezar la etapa. Sabíamos que tenía que ser en subida hasta enlazar con una pista que nos tendría que llevar hasta Valbona, pero teníamos dos maneras de empezar: la primera por una pista de tierra que salía de La Puebla por la puerta de Valencia, y que constituía el camino antiguo, y la segunda, salir por la puerta de Teruel, tomar la N-234, y una vez salvado el repecho, tomar dicho camino. Dado que era temprano por la mañana, y no era cosa de empezar en frío con una cuesta del quince, optamos por lo sencillo, y subimos de manera suave por la carretera.

Como decía, una vez salvado el repecho, y a la altura de un depósito de áridos, hay que tomar un desvío a mano izquierda que, unos 600 metros después, se cruza con el camino mencionado al principio, y en cuyo cruce hay que girar a la derecha para, 750 metros después, volver a girar a la izquierda.

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Este camino lleva, durante unos 8 kilómetros, en suave descenso hasta el cauce de un río donde se encuentra un cruce de caminos. En nuestro caso, seguimos las indicaciones del Camino del Cid para llegar hasta Valbona, aún a 5 kilómetros de trayecto.

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Éste empieza con una subida constante de algo más de 2 kilómetros por una zona boscosa, hasta llegar a un viejo caserío, junto a la carretera A-232. Desde ahí es preciso superar una pequeña tachuela, ya por carretera, hasta hacer entrada en Valbona, a donde llegamos pasadas las 9:30h.

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Desde Valbona, y siempre por una carretera casi perfectamente rectilínea y en suave pero constante ascenso, llegamos a la cercana Mora de Rubielos, distante unos 5’5 kilómetros de Valbona. Mora de Rubielos es primero de los pueblos de la zona que destaca por su monumentalidad. Cuenta con un impresionante castillo, el Castillo Palacio de los Fernández de Heredia, que resalta por su dominio sobre todo el pueblo.

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Pero es imposible no fijarse en la espléndida arquitectura tradicional de la villa, y como el sitio lo merecía, decidimos hacer la primera parada seria del día, en la Plaza de la Iglesia, que es en realidad una antigua colegiata del Siglo XV, consagrada en honor de Santa María.

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Tomamos café y tostadas en el bar El Escalón, donde fuimos estupendamente atendidos, aconsejados -el dueño es ciclista y ha realizado el Camino del Cid- y donde nos obtuvieron un par de plátanos para el trayecto. Además, nos sellaron los salvoconductos y obtuvimos -por fin- una nueva chapa para la colección. Un lugar imprescindible.

Tras la pausa, retomamos nuestro rodar. Salimos de Mora de Rubielos por la omnipresente A-232, de nuevo en ascenso, hasta llegar a la que -tras la salida de La Puebla de Valverde- sería a la postre la cota máxima de la jornada, con 1118 msnm, junto a la Fuente del Hocino. Poco después decidimos realizar una variación sobre el recorrido previsto. Y es que el Camino del Cid dispone de dos variantes en este punto: la cicloturista por carretera hasta Rubielos de Mora, y una bajada por pista boscosa, pensada para MTB. Como casi todo el día iba a ser carretera, insistí en esta divertida variación.

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Divertida al menos al principio, con bajada por pista amplia y buena, pero que poco a poco se fue complicando con roca suelta y camino estrecho. Estupenda para MTB, pero no tanto para cubiertas lisas y alforjas. Para colmo de males, llegamos al fondo de un valle, que posteriormente hubo que remontar por la llamada Subida de los Fantasmas (donde realicé en su momento la 9ª mejor marca de todos los tiempos) hasta llegar de nuevo a la A-232. Una tortura con el monoplato de 48 dientes y las alforjas, pero ya se sabe, sarna con gusto no pica.

De vuelta a la carretera, llegamos en bajada hasta Rubielos de Mora. Es curioso el tema de los topónimos de estos dos pueblos tan cercanos. Y no sólo compiten en el nombre. También lo hacen en belleza, tanto por sus edificios singulares, como por el estupendo estado de conservación del casco urbano en su totalidad.

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Sin embargo, no tuvimos tanta suerte en el tema del sellado del salvoconducto. Aunque eran las 11:30h y nos dirigimos al ayuntamiento, no conseguimos encontrar a nadie que nos sellara el mismo. Así que ni sello ni chapa, y como el calor empezaba a apretar, no era plan perder más tiempo de la cuenta en ello. Salimos de Rubielos de Mora en un nuevo ascenso por la A-232 que nos permitió disfrutar, poco después de una estupenda vista de la población, en un cercano alto.

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Continuamos, esta vez en un terreno en falso llano, hasta llegar a Fuentes de Rubielos, donde abandonamos la A-232 para dirigirnos, en un espectacular descenso por carretera, hasta Olba, y desde allí a Los Lucas, última población -apenas un puñado de casas- aragonesa antes de entrar en la Comunidad Valenciana, provincia de Castellón, para más señas.

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Una vez cruzada la raya provincial, no tardamos en llegar a la Puebla de Arenoso, donde destaca en gran Pantano del Arenoso, que ya no dejaríamos de bordear hasta casi llegar a Montanejos, nuestro destino en esta jornada.

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Fuimos todo el rato por una carretera en continuo sube y baja junto al pantano, hasta llegar a la presa. Desde ese punto se inicia la fase final de la etapa, en un bonito descenso hasta la cercana Montanejos, que permite apreciar una espectacular orografía excavada por el río Mijares, en forma de hoces que permiten apreciar un magnífico espectáculo natural…

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…pero también artificial, constituido por un túnel carretero con ventanas a las hoces, y el tremendo desaguadero de la presa, que conforma un chorro de agua constante sobre el viejo cauce.

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Llegamos a Montanejos -por una vez en bajada- a las 13:30h. No tardamos en encontrar nuestro hotel, el Rosales del Mijares, que cuenta con unas estupendas habitaciones y un mejor servicio. Es Montanejos una población conocida por sus fuentes termales, sus playas fluviales, y su estupendo clima para el verano, y es algo que se nota en la idiosincrasia de la población.

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Ya con la cuarta chapa de la jornada, disfrutamos de un opíparo almuerzo en el propio restaurante. La tarde la empleamos en las tareas de mantenimiento habituales, y en pasear por el pueblo. La cena la disfrutamos en un cercano bar regentado por un rumano que prepara unas hamburguesas espectaculares. Una estupenda manera de terminar la jornada. Y que vendría bien para coger fuerzas, de cara a la que se me venía encima a la mañana siguiente.

Datos de la etapa

  • Distancia: 69’860 km
  • Distancia (según el GPS): 69’85 km
  • Altitud ascendida: 861 m
  • Tiempo de etapa: 3:49:46
  • Tiempo desde el inicio de la etapa: 5:20:42
  • Calorías consumidas: 3165 kcal

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