Como decía, salimos de Ponte de Lima al filo de las 12:30h, con el sol en todo lo alto, dispuestos a realizar la primera de nuestras etapas hasta Santiago. Habíamos preparado para ese día, en previsión de esa contingencia, realizar la etapa más corta, de tan sólo 16 kms. hasta San Roque, y buscar algún hostal donde pasar la noche en la zona.
Dejamos atrás el puente romano y giramos a la derecha, tras pasar la iglesia de San Antonio, buen ejemplo de arquitectura religiosa portuguesa, con curioso estilo en sus campanarios que no dejaríamos de obsevar en todas las iglesias con las que nos fuimos cruzando en el periplo portugués de nuestro viaje. Nos incorporamos a una carretera que corría paralela al río Limia, para, posteriormente, seguir el camino de las indicaciones de la Quinta de Arquimio. Avanzamos entre finchas -quintas- para llegar a Arcocelo por el camino de Tojeira, una más que probable vía romana.
Pasado Arcocelo continuamos por una zona de fincas, subeindo y bajando entre ellas, hasta llegar al puente de Geira sobre el río Labruja, que cruzamos para pasar a su margen izquierda. El camino seguía prácticamente plano, pero el calor empezaba a hacer mella en nosotros. Seguimos en dirección norte, siempre en paralelo al río Labruja, hasta llegar a la autopista, que salvamos por un paso subterráneo. Seguíamos avanzando en dirección a los montes de los que descendía el río Labruja. Pasamos Paredes y volvimos a cruzar, algún tiempo después, el río Labruja, ya de manera definitiva, por el puente do Arco.
Pasaban ya de las dos de la tarde -al menos, para nosotros- y estábamos deseando encontrar algún sitio para parar a comer. Sin embargo, en todo nuestro trayecto desde Ponte de Lima no habíamos encontrado sitio alguno con restaurante donde parar. Finalmente no nos quedó más remedio que parar en Codeçal, donde se encuentra la Capilla de Nuestra Señora de las Nieves. El sitio no disponía más que de una pequeña tienda, mezcla de colmado, estanco y estafeta de correos, donde compramos el queso más insípido del mundo, y el peor jamón -entiendo que lo llamen presunto- que he comido en mi vida, para hacer unos bocatas y tener algo para comer. El sitio parecía sacado directamente de una película de posguerra -mesas con tablero de formica, sillas venerables…- y un aire aburrido que incluso llegó a reflejarse en la única foto que sacamos del lugar. Tan sólo desentonaba el típico sonido de conversación del Messenger que de cuando en cuando se dejaba oír.
La capilla de Nuestra Señora de las Nieves tampoco ofrecía mucho interés a la vista, salvo un bonito aunque sobrio cruceiro a la entrada, y una imágenes de la Virgen de las Nieves y de San Roque. A Ana se le ocurrió pedir algo de nieve, para que aliviara el calor que nos machacaba, pero huelgo decir que sus oraciones no fueron atendidas.
Una vez matada el hambre de mala manera, continuamos nuestro caminar. Fue dejar atrás Codeçal y empezar a advertir que el camino se empinaba. Apenas llevábamos 9 kms. de etapa, y aún teníamos lo peor por delante: la subida del Alto da Portela, de 400 m. de altitud. El calor seguía apretando. Seguimos pasando por una zona de fincas vinícolas. En Espinheiro dejamos atrás la vía romana, tomando un camino medieval en dirección a Labruja y Vinhó. La subida se iba haciendo cada vez más dura, y el calor de las cuatro de la tarde caía sobre nosotros como plomo fundido. Y así llegamos, para nuestro alivio, a la Fuente das Tres Bicas, donde no pudimos menos que hacer una parada para refrescarnos.
Pasamos la fuente y pronto llegamos a Bandeira, la última población por la que habríamos de pasar hasta prácticamente el final de etapa. Iniciamos así nuestra ascensión del monte Portela. Allí nos encontramos con una pareja de senderistas españoles, a los que dimos un poco de conversación. La subida, que alternaba el sendero en el que se había convertido el camino medieval (Caminho Real) y pistas forestales, y se nos hizo durísimo.
A mitad de la subida llegamos a un monumento singular del Camino en Portugal: la Cruz de los Franceses. Por la descripción que de ella se hacía en las guías que habíamos consultado, así como por ese calificativo de “singular”, esperábamos algo espectacular o grandioso. Y esto fue lo que encontramos:
Una simple cruz de granito, tirando a pequeña, como las que cualquier cordobés de pro observa camino de las Ermitas. Y con el cuerpo superior simplemente depositado sobre el brazo vertical de la cruz, sin unir con argamasa ni nada. Daban ganas de desmontarla, del cabreo. Pasábamos ya de las 17:00h, y ni siquiera habíamos alcanzado aún la cima del monte.
Pero el camino seguía subiendo, entre pinos, camino del Alto da Portela. Seguimos ascendiendo, hasta alcanzar el puesto del guarda forestal. Ya habíamos recorrido 14 de los 16 kilómetros que teníamos previsto hacer. Y lo que teníamos por delante era bajada. Iniciamos un descenso en dirección a Cabanas. Allí pudimos ver algunos molinos de agua antiguos, a los que no pudimos menos que echar alguna que otra fotografía.
Llegábamos al final de etapa y eso nos daba alas. Además, esa vertiente de la montaña era más fresca que la vertiente sur, y el haber pasado las horas de peor calor del día también ayudaba. Llegamos hasta Agualonga, donde cruzamos el río sobre un viejo puente, dejando en alto la capilla de San Paio. Allí nos reencontramos con la vieja calzada romana, que habíamos abandonado antes de Labruja. El camino, al estar poco transitado, estaba cubierto de maleza, pero que no nos impidió alcanzar, poco después, la carretera a la altura de San Roque. Era allí donde teníamos previsto hacer noche, pero tuvimos conocimiento de que en la cercana São Pedro de Rubiães, a apenas 1 km. de distancia, se había abierto recientemente (20 de mayo de 2006) un nuevo albergue, muy cerca de la iglesia.
Antes de llegar al albergue pasamos por la iglesia de São Pedro de Rubiães. Era de un románico muy avanzado, del siglo XIII según indicaba nuestra guía, y era una auténtica preciosidad. Pero lo que de verdad me llamó la atención fue el miliario de Caracalla que allí se encontraba. No sólo por el miliario en sí, sino porque éste había sido reutilizado posteriormente como tumba, por lo que en su parte posterior se encontraba tallado un nicho.
Poco después llegamos al albergue. No pudimos menos que calificarlo como excelente. Allí se encontraba un pequeño grupo de peregrinos que habían completado la etapa con anterioridad a nosotros, entre los que había algunos españoles. Tras un poco de palique, nos dedicamos a lavar la ropa del día y dejar preparada la del día siguiente. La etapa había sido dura, pese a ser corta, y la del día siguiente, más sencilla sobre el papel, al ser la mayor parte en descenso hasta Tuy, iba a ser, por contra, la segunda más larga del viaje.
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En el verano de 2006 Ana, mi padre, mi tía Mari y yo nos decidimos a hacer el Camino Portugués de Santiago. Mi tía, que había tenido conocimiento de nuestra magnífica experiencia del año precedente, no dudó en apuntarse en esta ocasión a realizar el Camino en nuestra compañía. En esta ocasión, y a fin de variar un poco con respecto al año precedente, escogimos realizar el Camino Portugués. Pero en un alarde de osadía, no nos conformamos con hacer los 100 kilómetros de rigor partiendo desde Tuy, sino que escogimos salir algo más al sur: desde la hermosa villa de Ponte de Lima.
Esto requería de una logística algo más elaborada que la del año anterior: una combinación de tren desde Córdoba a Madrid y luego a Galicia -Redondela, para ser exactos-, donde nos encontraríamos con Ana, y luego un nuevo tren, esta vez de Ferrocarriles Portugueses, hasta Viana do Castelo, donde, por último, tomaríamos un autobús hasta Ponte de Lima. Y todo ello para empezar a caminar el 13 de Julio de 2006. Iba a resultar interesante.
Así pues, un tórrido 12 de julio quedamos mi tía Mari, mi padre y yo en la estación de tren de Córdoba. Tomamos un Talgo-200 hasta Madrid, y allí el tren-hotel hasta Redondela, a donde llegamos a las 7:45h. Pocos minutos depués llegaba Ana, procedente de Pontevedra en un Regional, y al filo de las 8:00h, nos encontrábamos montados en un tren internacional portugués camino de Viana do Castelo.
Esta línea resultaba muy práctica para cubrir las comunicaciones desde Vigo y Redondela con Porriño y Tuy, dado que realiza paradas en ambos municipios, cosa que ningún tren de Renfe hace. Y lo que resultaba más interesante: no se podía comprar billete -al menos en Redondela- más que en el propio tren, pero ningún revisor hizo acto de presencia hasta que llegamos a la estación portuguesa de Valença do Minho.
Mientras que el viaje hasta la frontera fue sumamente rápido -dejábamos atrás Tuy a las 8:25h-, el viaje en tren hasta Viana do Castelo fue sumamente más lento. Se trataba de un servicio equivalente al regional, y si bien en España las paradas apenas habían sido tres, sumando la de Redondela, en el caso de Portugal el convoy sí que realizó más paradas: Valença do Minho, Vila Nova de Cerveira, Caminha, Ancora-Praia, y por fin Viana do Castelo. Además todo ello a ritmo de tortuga, lo que no hacía desesperarnos. Aunque supuestamente tendríamos que haber llegado a Viana do Castelo a las 8:29h, el tren llegó con algo de retraso. Por suerte, contábamos con tiempo sobrado para tomar nuestro enlace de autobús con Ponte de Lima, lo que nos permitió, aparte de disfrutar un poco de la bonita villa portuguesa, de tomar un buen café mañanero.
Viana do Castelo
Para nuestra sorpresa -y suerte- hacía poco tiempo se había inaugurado una nueva estación de autobuses junto a la estación de tren, por lo que fue visto y no visto conseguir los billetes hasta Ponte de Lima, aunque no tendríamos servicio hasta las once de la mañana, aproximadamente. El viaje en autobús fue algo atípico: por viejas carreteras portuguesas, pasando por pueblo tras pueblo, y prácticamente en solitario, ya que el autobús se encontraba casi vacío, y prácticamente nadie subía o bajaba de él. Y para colmo, el conductor había equivocado la secuencia de apertura y cierre de la puerta trasera -junto a la que nos hallábamos- de tal manera que la cerraba al llegar a las paradas, y la mantenía abierta cuando circulábamos por carretera. Al menos, estaba siendo entretenido.
Llegamos a la hermosa vila de Ponte de Lima al filo del mediodía. No era precisamente el mejor momento para empezar el Camino, sobre todo con el sol y el calor que hacía aquel día en el norte de Portugal, pero tampoco íbamos a quedarnos allí, aunque el pueblo mereciera una visita relajada. Estábamos ansiosos por empezar nuestro Camino.
Así que, tras solventar los trámites administrativos con nuestras credenciales -obtuvimos nuestro primer sello en la oficina de turismo de Ponte de Lima, cruzamos el río Lima (Limia es español) por su admirablemente bien conservado puente de origen romano, y empezamos a caminar.
Quien acostumbre a leer mi página sabrá a estas alturas que soy un enamorado de Galicia y del Camino de Santiago. Tanto es así, que desde el año 2005 hasta 2011, ininterrumpidamente, he realizado con mi familia o amigos algunos de los ramales existentes del Camino de Santiago. Así lo atestiguan los diarios que he ido escribiendo a lo largo del tiempo.
Sin embargo, existe un hueco en esas narraciones. Y ese hueco corresponde al año 2006. Ese año realizamos el Camino Portugués desde Ponte de Lima, en Portugal, pero entre unas cosas y otras nunca llegué a escribir la crónica de ese viaje, aunque está documentado en imágenes.
Pues bien, me he decidido a llenar ese hueco. El detonante es haber intercambiado algunos correos con el responsable de la web Diarios de peregrinos en el Camino de Santiago: esta persona se dedica a recopilar enlaces de diarios en español de personas que han realizado el Camino de Santiago a lo largo de la historia, empezando por famoso Códice Calixtino. Yo tengo el honor de aparecer seis veces. En este intercambio supe que había salido citado de refilón en el Diario Vasco, en un artículo relativo a su página. Por ello, me he animado, he recopilado mis viejas notas del viaje, y voy a escribir la historia de ese viaje. Una historia, que, por fuerza, tendrá que ser más breve que la de los viajes más recientes, y es que han pasado ya seis años desde entonces. Pero es un esfuerzo que creo que vale la pena.
Sin embargo, no es una historia que parta desde cero. En su momento escribí algunas entradas al respecto, y existe una galería fotográfica. Espero saldar pronto esta deuda con el Camino y, sobre todo, espero que os guste.
He dejado pasar un poco de tiempo antes de ponerme a hacer el balance de lo que ha supuesto este año el Camino de Santiago. Ha tenido, con respecto al año anterior, grandes diferencias. Para empezar, el propio camino: mientras el año anterior escogimos el ramal inglés, desde El Ferrol, este año recorrimos el ramal portugués, desde Ponte de Lima.
En segundo lugar, la distancia. Subimos hasta los 150 kilómetros, frente a los 120 del anterior. Obviamente, esto repercutió en que empleáramos más diás (siete, en total), para los citados kilómetros. Sin embargo, supongo que porque ya estábamos algo endurecidos, sufrimos menos problemas de ampollas y similares. Ya empezamos a estar fogueados…
En tercer lugar, las personas: repetimos Ana, mi padre y yo, y se nos incorporó mi tía Mari, hermana de mi padre. Vaya cuatro…
Lugar de comienzo del camino. Ponte de Lima (Portugal)
En cuanto al camino en sí, admirable. Tuvo de todo: días durísimos en los que parecía que íbamos a tener que tirar la toalla, o que nos recogieran alguna patrulla de guardabosques; días tremendamente relajados y asequibles; calor, muchísimo calor, tanto que parecía que se iban a derretir las muelas; albergues magníficos, y otros algo dejados de la mano de dios; compañeros de toda clase y sazón, entre los que destacan un grupo de cuatro madrileños, magnífica gente, cuyo primer sello de la credencial de peregrinos era de la unidad de detenidos de la policía local de Tuy; más calor; aguas termales; manifestaciones y fiestas francamente peculiares; diversas aventuras con animales asilvestrados (aún no puedo olvidar con qué ojos voraces me miraba aquella oveja famélica); buena comida y mejor bebida… En suma, un viaje irrepetible.
Vista de Tuy desde la fortaleza de Valença do Minho (Portugal)
Y digo bien, lo de irrepetible, porque por desgracia nunca más podrá volver a hacerse tal y como fue este pasado mes de julio. La razón: gran parte del recorrido que seguimos se ha convertido en humo. Los voraces incendios que golpean con saña la tierra gallega parecen seguir milimétricamente el recorrido que nosotros hicimos. Han ardido los montes de Redondela, Mos, Figueirido, Canicouva, los alrededores de Pontevedra, Ponte Caldelas (no forma parte del camino, pero también estuvimos allí con la familia de Ana), Caldas, Pontecesures, Padrón (el 90% de la superficie del municio ha quedado arrasada), Iria Flavia, A Escravitude, Teo, y la propia Santiago.
Imagen satélite de Galicia y norte de Portugal
Obviamente, el mapa del horror no se detiene ahí, pero duele sobremanera pensar que tan bellos lugares ya tan sólo perviven en mi memoria, y en cierta medida, en las fotografías que tomamos.
Vado de un arroyo en las cercanías de San Mauro, Pontevedra
Poco a poco iré relatando este viaje, con un nuevo objetivo: lograr que parte de lo que una vez fue el Camino Portugués, y que hoy yace convertido en cenizas, pueda ser conocido tal y como yo lo vi antes de su destrucción en este aciago verano de 2006.
Esta mañana he encuadernado la guía del Camino de Santiago que vamos a seguir este verano. Como el año pasado, dado que recorremos un camino relativamente raro (el portugués, no tan raro como el inglés, pero no tan común como el francés), he optado por recopilar las diversas informaciones que había ido consiguiendo en un solo librito.
Este año la principal base ha sido la guía que tan amablemente me enviaron desde la Asociación de Amigos de los Caminos de Santiago de Madrid. Para las etapas portuguesas me he basado también en un folleto que me entregaron en la oficina de turismo de Ponte de Lima (previa traducción, obviamente).
Además, he usado algunos croquis de etapas obtenidos de la página Caminho Portugues de Santiago, así como descripciones de Mundicamino. Otros datos los he sacado de Caminho de Santiago, la página oficial de Xacobeo, y de la página de los Ferrocarriles Portugueses. Además, he utilizado una carta digital para trazar los perfiles de las etapas.
En total, se ha quedado un librito (con hojas en A5) de unas 100 páginas. Espero confirmar dentro de algunos días la exactitud de las anotaciones, y hacer las correcciones (pocas, espero) oportunas.