Durante mis breves vacaciones en Galicia de este verano no podía dejar pasar la oportunidad de volver a rodar por las maravillosas tierras pontevedresas. Y es que pocos sitios conozco que ofrezcan tanta variedad de recorridos: subidas durísimas, bajadas escalofriantes, amplias pistas, roquedales horrorosas y sendas estrechas entre feraz vegetación, además de verdes praderas donde hacer kilómetros como si no costara, y excelentes vistas allá donde mires. Y todo ello concentrado en apenas unos pocos kilómetros a la redonda. Y cuando descubrí un cerro conocido por el sugestivo nombre del Coto de los Infiernos, no pude menos que planificar una etapa para subir hasta allí. La pena es que en esta ocasión no habíamos subido las bicis a Pontevedra con nosotros, por lo que no me quedó más remedio que salir a rodar con esto:
Una bici regalada por mi cuñado Fernando a su sobrina por el día de su primera comunión. Que, aparte de ser un hierro, me quedaba ridículamente pequeña. Pero no era suficiente motivo para echarme atrás. Así pues, salí de Vilarchán a las 10:00h. Atravesé la pequeña aldea y salí de ella en dirección al campo de fútbol. Desde allí tomé la pista que bordea las colinas que se extienden junto a Buchabad, Tourón y Gradín. Pasé por la zona de petroglifos de Tourón, y posteriormente, a la altura del valle que forma el regueiro de San Vincenzo, tomé una pista que subía hasta el alto de Campo Longo. Desde allí tenía varias posibilidades de realizar el recorrido, pero opté por realizar la subida directa hacia el Coto de los Infiernos.
La pista, que se suponía en buen estado, con firme de piedra y bien mantenida, en realidad se encontraba completamente comida por la vegetación. En los últimos meses en la zona se habían sucedido constantes lluvias con períodos de fuerte sol y calor, lo que había hecho crecer la vegetación de una manera inusitada. Tanto era así que lo que se suponía un camino amplio la mayor parte del tiempo se veía convertido en algo como esto:
Apenas un pequeño paso entre matorral que alcanzaba los dos metros y medio de altura, y que entre otras sorpresas, albergaba en su interior zarzales y tojos espinosos. Algo tremendamente divertido. Empezaba a sospechar que el nombre del Coto de los Infiernos no le venía tanto por la dureza de la subida -que lo era-, sino por el infierno verde que había que atravesar para llegar a la cima. El firme de piedra, por otro lado, se encontraba en un estado bastante deplorable, a resultas de la falta de mantenimiento: era en la mayoría de las veces una sucesión de bloques de piedra irregulares, sueltos del terreno, complementados por grava gruesa al estilo del balasto de las líneas férreas, que hacía tremenedamente complicado mantener el equilibrio sobre la bici. Pero aun así, conseguí subir a los 582 m. de altitud del Coto. Y las vistas, como no podía ser menos, eran maravillosas. Bueno, al menos lo que dejaba entrever la vegetación:
Y si la subida había sido ardua, la bajada no lo iba a ser menos. A punto estuve de dar con mis huesos en los afilados peñascos más de una vez en la bajada, que era más acusada en su desnivel que por la otra vertiente. Por suerte no tardé demasiado tiempo en salir a un cortafuegos que, irónicamente, presentaba un mejor firme que el camino que venía siguiendo. Y tras el cortafuegos, volví a enlazar con la pista del campo de fútbol de Vilarchán, con lo que la vuelta a casa fue coser y cantar. Di por finalizada la etapa a las 11:30h.
Los datos de la etapa son los siguientes:
Y aquí está el enlace al recorrido de la etapa: Vilarchán – Coto de los Infiernos
Etiquetas: coto de los infiernos, mtb, pontevedra, vilarchán
La segunda salida del último fin de semana de julio fue una salida sumamente especial. Aunque en un principio habíamos quedado tres amigos (Marcos, Mané y yo) para salir a rodar en una etapa exploratoria que tenía por objetivo principal alcanzar las minas romanas del arroyo Bejarano, finalmente acabamos saliendo tan sólo Marcos y yo. La hora escogida para salir, las 10:00h, tampoco fue especialmente acertada, pero había sido uno de los requisitos que Mané solicitó para poder acompañarnos, por lo que accedimos a salir más tarde de la cuenta. Irónicamente Mané finalmente no estuvo en condiciones de salir, por lo que Marcos y yo acabamos haciendo en solitario una etapa ciertamente exigente, a una hora avanzada, en uno de los días más calurosos del año.
Realizamos la subida de Los Morales, lo cual fue una auténtica tortura por el asfixiante calor que hacía en la zona a esa hora del día. Aun así, logramos llegar al Lagar de la Cruz apenas pasadas las 11:00h. Continuamos siguiendo el GR-48, atravesando las Siete Fincas, hasta el arroyo Bejarano, no sin antes detenernos unos momentos en casa de Carlos e Inma a estar un momento de palique. Reanudada la etapa, tomamos la ruta Bejarano-El Molino, bajando todo el rato en paralelo al arroyo Bejarano. No dejamos de advertir un hecho curioso: al principio de la senda había colocados múltiples bidones de agua, delimitados con cinta bicolor de advertencia. Nos pareció curioso, pero no volvimos a pensar en ello, hasta que unos días después leí en el periódico que los álamos de ribera de la zona se encuentran afectados por un hongo mortal, y la única manera de contener la infección es arrancando los árboles enfermos y sustituyéndolos por nuevos plantones, que son regados por voluntarios. Una gran iniciativa, que animo a apoyar a todo el que pueda.
Continuado nuestro camino nos fuimos internando más y más en la maleza, hasta casi perder el camino. Por suerte, nos encontramos con unos senderistas (uno de ellos, Yiyo, había sido compañero mío en La Salle), que nos indicaron el camino correcto: un sendero estrecho, con una fuerte pendiente lateral que descendía siempre pegado al arroyo. Un sendero genial, pero sumamente peligroso. Tan peligroso que Marcos sufrió una caída de las que hacen época: enganchó un pedal en un tronco de árbol, de tal manera que pivotó sobre él, saliendo despedido, con bici y todo, al cauce del arroyo Bejarano, para dar con sus huesos en un frondoso zarzal, del que tuve que ayudarle a salir.
Paramos unos momentos a que Marcos se lavara en las aguas del Bejarano para quitarse el escozor y extraer pinchos, y hacer algunas reparaciones mecánicas.
Hecho esto, seguimos hasta las minas romanas. Entramos en la primera, rectilínea, sin más novedad que la de encontrar un enorme murciélago en su interior. La segunda, más amplia e interesante, dio para más juego. Exploramos varios ramales, llegando hasta su máxima profundidad, que se encontraba con bastantes derrumbes…
…y anegada de agua:
De vuelta a la salida de la cueva, nos echamos unas fotos antes de continuar con la marcha.
Seguimos descendiendo por el Bejarano hasta llegar al río Guadiato. Allí, giramos a la izquierda, aguas abajo, hasta llegar a la Mesa de la Aldea. Desde la Mesa, en fuerte subida, ascendimos por un angosto sendero (yo siempre lo había recorrido hacia abajo) hasta enlazar con la pista que lleva a Santa María de Trassierra. Desde allí tomamos el GR-48, para dirigirnos de nuevo al Bejarano. A esas alturas de la etapa empezaba a estar bastante machacado, por lo que me vi forzado a bajar el ritmo. No en balde, eran ya las 13:00h, y el calor empezaba a ser brutal.
Sin muchos más trámites seguimos por el GR-48, pasamos junto al Bejarano y volvimos a entrar en las Siete Fincas. Nos volvimos a detener en casa de Carlos e Inma, en principio a tomar unas refrescantes cervezas, pero ya puestos, aceptamos una invitación para comer, lo que tengo que admitir que me vino de perlas, ya que además me permitió ver el G.P. de Fórmula 1.
Retomamos la etapa a las 17:20h. Decidimos acabar con el recorrido por la vía rápida, bajando desde el Lagar de la Cruz por la carretera del Brillante. Sin embargo, aún quedaba un percance por suceder: al poco de salir de casa de Carlos, sufrí un pinchazo en las Dos Columnas… ¡con un trocito de grava del aglomerado asfáltico! No quedó más remedio que cambiar la llanta, antes de proseguir la etapa. El resto del recorrido no tuvo mayor inconveniente. Marcos y yo nos separamos al entrar en el Brillante, bajando yo por Sansueña para llegar a casa minutos antes de las 18:00h.
Los datos de la etapa son los siguientes:
Y aquí está el enlace al recorrido de la etapa: Los Morales – Bejarano – Minas Romanas – Siete Fincas
Etiquetas: bejarano, córdoba, gr-48, lagar de la cruz, los morales, minas romanas, mtb, río guadiato, siete fincas
El viernes 27 de julio Mané y yo salimos en lo que parecía que iba a ser una pequeña etapa exploratoria por las cercanías de Santo Domingo. Empezamos la etapa a pasadas las 19:15h. Tuvo un comienzo bastante convencional, subiendo a Santo Domingo por la trialera y la zona de la cantera. Desde allí continuamos subiendo por la pista que, a mano derecha, conduce hasta una zona de casitas, por las que hace algunos meses pasó la Andalucía Bike Race. Desde allí descendimos hasta el valle formado por el arroyo Barrionuevo, en las cercanías de Los Villares Bajos. Intentamos remontar el curso del arroyo por un pequeño sendero que se adentraba montaña arriba, pero tuvimos que desistir al llegar a un comienzo de cortafuegos prácticamente imposible de afrontar. Tras volver sobre nuestros pasos, tomamos un camino bien definido que, en fuerte ascenso, conduce a la cima del cerro que separa el arroyo Barrionuevo del arroyo de las Porras. Justo en la cima observamos que se abría una senda de cazadores hacia lo alto del cerro, y como no podía ser menos, no pudimos menos que explorarlo.
Así pues, llegamos hasta la cima del cerro, justo para descubrir que habíamos llegado a lo alto de un cortafuegos que, en un descenso tremendo, bajaba de nuevo hasta el arroyo Barrionuevo. Volvimos sobre nuesotrs pasos, para iniciar un divertido descenso hasta el valle del cortijo derruido de Barrionuevo, también conocido como Muros. Desde allí, con la idea de ir dando por terminada la etapa, bajamos por la trialera. Pero como no podíamos quedarnos tranquilos, no se nos ocurrió otra cosa que ascender, campo a través, hasta las ruinas del Cortijo Valero:
Tras un rato de exploración, tomamos un antiguo camino del cortijo, en dirección a la N-432. Siguiendo el camino alcanzamos el cortijo -también en ruinas- de Orive Bajo, adornado con una sorprendente bandera pirata. Desde allí alcanzamos rápidamente el viejo trazado de la vía de Almorchón, que seguimos hasta alcanzar la pista de la cantera de Santo Domingo. Bajamos hasta el arroyo, y desde allí descendimos por la trialera hasta Puente de Hierro, volviendo a casa a través del Barrio Naranjo y el Parque de la Asomadilla. Dimos por terminada la etapa a las 21:20h.
Los datos de la etapa son los siguientes:
Y aquí está el enlace al recorrido de la etapa: Entorno de Santo Domingo
Etiquetas: arroyo pedroches, córdoba, cortijo valero, mtb, santo domingo
El domingo 22 de julio, a la una de la tarde, estaba tranquilamente sentado en la playa de Samil (Vigo), disfrutando de una Estrella Galicia en compañía de Ana y mis cuñados, viendo volar sendos F-16. Sé que como comienzo de una etapa ciclista es un tanto anómalo, pero todo tiene su explicación. No digo que sea una buena explicación, pero al menos es una explicación. Como decía, disfrutaba de una exhibición aérea, como paso previo a mi propio periplo aéreo, que debía llevarme de vuelta a Sevilla, y a una nueva semana de trabajo.
Cuarenta y cinco minutos después, gracias al GPS y a un fenomenal atasco, subía despendolado la carretera que conduce a la Universidad de Vigo, intentando llegar al aeropuerto de Peinador antes de que mi avión me dejara en tierra. Por qué subía dicha carretera en vez de circular tranquilamente por la autovía lo dejo a los insondables designios del susodicho GPS y su nefanda opción de “recorrido alternativo”. Aunque tengo que decir que, finalmente, llegué al aeropuerto, si bien con el tiempo justo para embarcar. Un rato más tarde, volando ya sobre Sevilla y no muy lejano a tomar tierra, podía disfrutar del siguiente paisaje por la ventanilla del avión:
Es decir, los pantanos de Gérgal y Guillena, además del Cordel de la Cruz de la Mujer y el tramo restringido de la Ruta del Agua. No necesitaba mucho más que eso para que se me despertaran las ganas de salir a rodar esa misma tarde.
A las cinco y media, sin embargo, las ganas se me habían atenuado un tanto. No en balde me encontraba andando entre campos de girasoles, después de haberme bajado en la estación de cercanías de Santiponce, y tener una media hora de caminar bajo el sol implacable de la tarde, camino de casa. Hay que admitir que el día estaba resultando variado. Y lo que quedaba. Pero, pese a todo, decidí salir a rodar, si bien no lo hice hasta las nueve de la noche, cuando el calor había remitido en gran medida. Había abandonado la intención de subir hasta la zona de Guillena, conformándome con un objetivo algo más modesto: recorrer el tramo de la Ruta del Agua entre el cruce con la vía verde de Itálica y Valencina que dejé de recorrer en la etapa del día 15, al haberme quedado sin agua.
Así pue, salí de casa en dirección norte, pero en vez de tomar el camino que asciende hasta la vía verde, opté por tomar el camino que bordea el arroyo Pico de Palo, y que conduce, pasando cerca del Cortijo Villa Diego, hasta el puente sobre el arroyo del Judío. Allí tomé la Cañada Real de las Islas, hasta enlazar con la Ruta del Agua en las cercanías de Valencina. A partir de ese momento ya no abandoné la Ruta del Agua. Pasé junto a la urbanización La Alondra, cercana al depósito de aguas del Aljarafe, punto hasta el que anteriormente había llegado en este recorrido. Y seguí avanzando. La Ruta del Agua seguía con una dinámica similar: subidas y bajadas pegadas a las estribaciones de los cerros del Aljarafe, que no habrían de cesar hasta internarse de manera decidida en la campiña sevillana, ya cerca de Gerena. A esas alturas de la etapa ya había caído la noche, por lo que la presencia de animales de vida nocturna se había hecho muy patente. Eso, y la intrepidez de los conejos, que no cesaban de cruzarse en mi camino, a cual mas audaz, llegando uno de ellos a pasar entre las ruedas de mi bici.
Llegué al cruce apenas pasadas las 22:00h, tras una hora de recorrido y 19 kilómetros de etapa. A partir de ahí, todo era vuelta. Y qué vuelta más diferente a la que había tenido que hacer una semana antes. Con el frescor de la noche y con agua en abundancia (no era un error que pensara repetir en tan breve espacio de tiempo), pude rodar de manera más alegre, con una media de 22 km/h, pese a que la oscuridad, tan sólo mitigada por la Lupichin, obligaba a ser más prudente en el rodar. Llegué a casa a las 22:40h, habiendo conseguido sacarme la pequeña espinita que se me había clavado en la etapa anterior. Una etapa breve, pero bien aprovechada. Tanto como el día que estaba a punto de dejar atrás.
Los datos de la etapa son los siguientes:
Y aquí está el enlace al recorrido de la etapa: Arroyo de Pico de Palo – Ruta del Agua – Vía Verde de Itálica
Etiquetas: cañada real de las islas, mtb, ruta del agua, santiponce, sevilla, vía verde de itálica
El domingo 15 de julio salí a rodar en solitario en la que hasta la fecha ha sido la etapa más larga que he realizado en Sevilla: 72 kilómetros. El germen de esta etapa estaba en un recorrido de 101 kilómetros que estoy preparando en la zona de la Sierra Norte de Sevilla, y que combina varios trazados habituales en nuestras salidas sevillanas. Sin embargo, había una zona a recorrer por la que nunca había circulado: el tramo de la Ruta del Agua entre Las Pajanosas y Gerena. Así que, no teniendo mejor plan para un domingo a primera hora de la mañana, decidí recorrer ese tramo, partiendo desde casa. En realidad se trataba de hacer media 101. Pero las cosas no salieron como lo esperaba.
De acuerdo a mi plan, empecé a pedalear desde Santiponce al filo de las 8:00h. Tomé el trazado de la Vía de la Plata en dirección Guillena. La mañana se presentaba agradable, y daban ganas de rodar. Pronto dejé atrás la carretera y tomé la pista que, en línea recta como una flecha, conduce en dirección Guillena durante unos interminables 7 kilómetros por la pista de mantenimiento del sistema de suministro de aguas a Sevilla. En este tramo apenas me crucé con un par de ciclistas, un caminante y un peregrino, que descansaba en su larga marcha camino de Santiago. Al llegar al final de la pista seguí las indicaciones que por caminos agrícolas conducen a Guillena, teniendo para ello que salvar un maloliente arroyo justo antes de la entrada de Guillena.
Eran las 8:30h cuando estaba entrando en este pueblo. Dado que mi objetivo era salir de él por el Cordel de la Cruz de la Mujer, y luego girar al oeste en dirección a Las Pajanosas por la Ruta del Agua, estaba viendo que la etapa se me iba a quedar algo corta. Así que una idea se empezó a formar en mi cabeza: ¿por qué no combinar el recorrido con la subida del Cordel de la Cruz de la Mujer hasta La Cantina y volver por el tramo restringido? Si hubiera tenido algo de sentido común habría desechado recorrer 22 kilómetros extra de etapa, sobre todo sabiendo que había salido apenas con 1’5 litros de agua en el Camelback. Pero como no lo tengo, al menos no cuando salgo a dar pedales, al llegar al cruce del Cordel con la Ruta del Agua continué ascendiendo.
Realicé el ascenso hasta la cima de la Cuesta de la Lenteja en unos 35 minutos. No había dejado de pedalear ni un segundo desde mi salida de Santiponce (salvo para salvar el pestilente arroyo), por lo que llevaba ya hora y 20 minutos de etapa… y no tenía intención de detenerme. Bajé la siempre divertida Cuesta de la Lenteja, y acto seguido, sin parar en la Cantina, inicié la vuelta hasta el cruce por el tramo restringido.
Mantuve en la vuelta un ritmo bastante alegre. No tanto como el que Rafa y yo nos marcamos en la etapa nocturna de la semana anterior, pero sí lo suficiente como para mantener una media superior a los 19 km/h en el trazado pestoso del tramo restringido. Y eso contando con dos paradas para echar sendas fotografías del Pantano de Gérgal en un nivel asombrosamente bajo de agua.
No pude menos que volver a tomar una fotografía del trazado del ferrocarril del Cala, por donde dos semanas antes habíamos transitado en una etapa sumamente divertida. Y el nivel del agua seguía bajando. ¿Hasta dónde se podrá llegar ya?
Salí del Tramo Restringido a las 10:00h. Mi pequeña excursión me había llevado una hora y cuarto, pero había valido la pena. Me acercaba a los 40 kilómetros de etapa, y aún tenía mucho que ver por delante. Seguí avanzando por la Ruta del Agua hasta llegar al Zoo de Guillena, lo que representaba un camino ya conocido. Era a partir de ahí, y hasta llegar al cruce con la Vía Verde de Itálica, donde empezaba lo desconocido.
Tras algunas dudas al respecto, conseguí encontrar la continuación de la Ruta del Agua, que resurge de la carretera justo enfrente del zoo. Avancé a un buen ritmo por ella, deteniéndome tan sólo para corregir mi rumbo en una bifurcación que a punto estuvo de hacer volver erróneamente a Guillena por una pista que -por otro lado- tiene una pinta bastante interesante. Corregido este error, crucé la vieja N-630 al sur de Las Pajanosas, y pasé por un paso subterráneo bajo la A-66. Inicié una breve bajada, preludio de un tramo bastante sinuoso y con abundantes toboganes camino de Gerena. Este tramo de la Ruta del Agua se encuentra bastante bien señalizado, por lo que es complicado perderse, aunque no hay que despistarse en los abundantes cruces que jalonan este tramo. Tramo que, por otro lado, marca el fin de las zonas arbóreas en lo que restaba de recorrido: a partir de ahí tenía 24 kilómetros a pleno sol. Y nos empezábamos a acercar peligrosamente a las 11 de la mañana…
En las cercanías de Gerena la Ruta del Agua abandona las faldas de Sierra Morena, para adentrarse de manera definitiva en la Campiña sevillana. Y lo hace descendiendo en línea recta en dirección a esta, como para marcar distancias con lo sinuoso del tramo anterior. Esta recta tan sólo se ve interrumpida por la variante de Gerena, que hace necesario tomar un desvío hasta llegar a una rotonda, antes de reincorporarse a la Ruta del Agua.
A esas alturas del recorrido empezaba a preocuparme la falta de agua. El calor apretaba, las sombras habían desaparecido, y no veía sitio donde poder repostar en las cercanías. Por suerte para mí -o al menos eso pensaba yo- divisé una gasolinera en la distancia. Era mi salvación. Abandoné la Ruta del Agua y me dirigí a la cercana gasolinera… para descubrir que llevaba vaya usted a saber cuánto tiempo cerrada. Mi gozo en un pozo. Menos mal que había sido lo suficientemente prudente como para no agotar de maner anticipada mi exigua reserva de agua.
Así pues, me reintegré a la Ruta del Agua, y me preparé para seguir la marcha, economizando agua en la medida de lo posible. Un esfuerzo futil, ya que la sequedad de la campiña, sus continuas subidas y bajadas y el inclemente sol, hicieron que apenas 5 kilómetros después agotara el agua. Llevaba en ese momento casi 60 kilómetros de etapa.
Por suerte para mí -o al menos eso pensé en mi inocencia- poco después divisé un pozo, con abrevaderos para animales. Corrí hacia él y con un rudimentario cubo saqué algo de agua del pozo, con la que pensaba saciar mi sed. Iluso de mí: el pozo era salobre. Apenas pude tomar un par de sorbos antes de escupir el resto. Pero al menos había calmado la sequedad de mi boca. Algo era algo, pero tenía por delante aún un buen puñado de kilómetros que recorrer. Iba a ser duro, muy duro…
Apenas 200 metros después del pozo llegué hasta el cruce con la Vía Verde de Itálica. Durante todo el recorrido había sopesado continuar con la Ruta del Agua hasta las cercanías de Valencina, para volver a Santiponce por la Cañada Real de las Islas y la Vía Verde. Pero viendo lo negro que pintaba el asunto, decidí finiquitar la etapa por la vía rápida, y volver a casa por el trazado más directo.
Aun así, fue sumamente duro: el tramo de 8’5 kms. entre el cruce y el puente sobre el Arroyo del Judío se encuentra sin habilitar, por lo que es abundante en balasto, traviesas y zonas de tránsito deteriorado. Esos 8 kilómetros se me hicieron bastante duros, sobre todo porque, contra mi costumbre, tuve que procurar respirar casi todo el tiempo por la nariz, para evitar que se me resecara la boca. Pese a todo, pude pasar a varios grupos de ciclistas, y mantener una media de 19 km/h, con picos de 24 km/h. Tampoco era plan pasar más tiempo de la cuenta bajo el sol que empezaba a caer a plomo.
Sin embargo, todo esfuerzo se paga. Alcancé el tramo rehabilitado de la vía verde a las 11:42h, exhausto y muerto de sed. No tardé en ponerme a más de 171 pulsaciones, lo que indicaba que empezaba a deshidratarme, ya que me encontraba en un tramo completamente plano. Por suerte estaba ya a menos de 5 kilómetros de casa. Salvé la distancia hasta el puente de los Vinateros como buenamente pude, y me desvié a la izquierda, para emprender la acostumbrada bajada por la parte norte de Itálica. Bajada que tuve que hacer sentado, pues casi no era capaz de mantenerme en pie sobre la bici. Por último, entré en Santiponce por la vieja nacional.
Llegué a casa un minuto antes del mediodía. Entré en casa como una exhalación y me bebí del tirón un litro de agua. Me senté a ver pasar la vida en la entrada de casa, amarrado a la botella de agua. Más que nada porque no tenía fuerzas para entrar la bici. Al cabo de un rato, cuando estuve en condiciones de hacerlo, di por finalizada la etapa. En el transcurso de la mañana bebería otro litro de agua, medio de zumo y medio de gaseosa. Había sido una etapa que me había hecho llegar al límite: y no tanto por su dureza -que no lo era en exceso- sino por la falta de previsión en lo referente a las reservas de agua. Una lección que no hay que olvidar.
Los datos de la etapa son los siguientes:
Y aquí está el enlace al recorrido de la etapa: Santiponce – Guillena – La Cantina – Gerena – Santiponce
Etiquetas: cordel de la cruz de la mujer, gerena, guillena, la cantina, mtb, ruta del agua, santiponce, sevilla