El pasado 7 de julio, aprovechando que era la fiesta del Corpus en Sevilla, salí a rodar en un día tan poco habitual como un jueves. Entre unas cosas y otras, la mayoría de los compañeros habituales de andanzas en Sevilla se acabaron cayendo de la convocatoria, y tan sólo salimos a rodar Miguel y yo. Y pese a que habíamos pensado en rodar por la ruta del Agua, a medida que subía a Las Pajanosas me entraron ganas de volver a circular por la trialera entre Las Pajanosas y El Garrobo. Ya lo habíamos hecho hacia abajo, y tenía ganas de recorrerla en sentido inverso, por ver qué tal se podía rodar por ella. Así pues, se lo propuse a Miguel, que no tuvo objeción alguna en el cambio: habíamos quedado algo tarde, a las 10:00h, y la idea que teníamos era realizar una etapa corta y rápida, por lo que hablamos de subir y bajar por la trialera, y realizar unos 20 kms. de etapa. Ilusos.
Después de la indigestión de asfalto de la etapa anterior, agradecí enormemente encontrarme por una trialera con las características de la de El Garrobo: técnica a ratos, trepidante, y con un perfil razonablemente suave, magnífico para rodar de manera ágil, y con algún que otro repecho duro que permita darle algo de pimienta a la subida. Disfruté como un enano con la subida. Tanto fue así que en apenas 40 minutos nos habíamos plantado en El Garrobo, con una media de subida de 14 km/h en una trialera con rampas del 6%. Estaba claro que estaba pletórico, y la etapa de Villaviciosa tenía algo que decir en eso.
El caso es que, una vez en el Garrobo, y como la etapa se nos estaba quedando corta (a ese ritmo íbamos a estar de vuelta en Las Pajanosas para las 11:00h, decidimos estirar un poco la etapa. “¿Por qué no subimos a la Venta del Alto, y ya desde allí vemos si bajamos por carretera o por la Central?” Pregunta absurda, porque estaba claro que íbamos a acabar bajando por la Central, y haciendo una etapa de 45 kms., cuando lo previsto eran unos 20. Y como no podía ser menos, así fue. Subimos a la Venta del Alto, y ya allí… pues bajamos la Media Fanega. De hecho, bajamos más de la cuenta, ya que Miguel, que iba en cabeza en la bajada, se saltó el desvío a la Central, y nos fuimos un kilómetro largo de descenso más. Casi me entraron ganas de terminar el descenso, y enlazar con La Cantina por el tramo abandonado del ferrocarril del Cala. Pero como ya estábamos haciendo bastantes disparates, optamos por lo menos disparatado, y volvimos sobre nuestros pasos camino de La Central.
Ese kilómetro adicional de subida, junto con el posterior repecho antes de emprender el descenso hacia la Central se nos atragantó un poco, en especial a Miguel, que con el ritmo que veníamos trayendo se desfondó un poco. Por suerte, lo que teníamos por delante era un descenso de algo más de 2 kms. hasta la Central, donde hicimos una parada para reponer fuerzas. No en balde, teníamos por delante casi 10 kms. de terreno pestoso, tanto por asfalto como por tierra, antes de llegar a la Cantina.
Hicimos una pausa de 10 minutos, barrita de cereales incluida, antes de reanudar la etapa. Realizamos esos 10 kms. a un buen ritmo. Por suerte la mañana nos había respetado bastante, y aunque el cielo estaba despejado, corría una suave brisa que hacía que no se notara el calor. Al menos, hasta que llegamos a las cercanías de La Cantina, donde por ratos se notaba el suelo de pizarra reverberar de calor. Y es que no en balde llegamos a la zona al filo del mediodía.
Hicimos la última parada del día en La Cantina, justo antes de afrontar el desafío de la jornada: la cuesta de La Lenteja. Tengo malos recuerdos de esa subida. Tan sólo la había realizado -en subida- una vez, y acabé lesionado en los gemelos. Así que la afrontaba con aprensión: no en balde se trata de una subida de 2 kms, con 11 curvas al estilo Alpe d’Huez, con tramos con una pendiente máxima del 17%. Por ello, opté por aplicar la misma táctica que en la subida de Puerto Artafi: encontrar una cadencia, y mantenerla pasara lo que pasara. Y de nuevo los resultados fueron buenos. Acabé la subida de la cuesta sin desfondarme, y a un ritmo razonablemente bueno. Miguel, por su parte, venía sufriendo desde el repecho anterior a la Central, pese a lo cual hizo una subida notable.
Tras superar la tachuela, bajamos a toda velocidad el Cordel de la Cruz de la Mujer, donde incluso marcamos el pico de velocidad de la etapa, a 51 km/h, más incluso que en la bajada de asfalto de la Media Fanega. Al llegar a la ruta del agua, giramos a la derecha, camino de Las Pajanosas. Tan sólo nos quedaba ya salvar el último tramo de pista, hasta llegar a la carretera de Las Pajanosas a la altura del Zoo de Guillena. Y desde allí, subir hasta Las Pajanosas. Esa última subida tengo que admitir que la realicé pletórico; demasiado, incluso, ya que se las hice pasar canutas a Miguel, que llegó completamente desfondado. Estaba claro que el pase por la piedra de Villaviciosa me había venido bastante bien.
Los datos de la etapa son los siguientes:
Y aquí está el enlace al recorrido de la etapa: Las Pajanosas – El Garrobo – La Central – La Cantina
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El sol caía a plomo sobre el asfalto. No quedaba más remedio que aferrarse a la cadencia que había marcado desde el inicio de la subida. Ritmo, ritmo, y ajustar el desarrollo a las diferentes pendientes de la subida, para que, fuera cual fuera la velocidad, la cadencia se mantuviera constante. Aún quedaban al menos tres kilómetros de dura subida, que se percibían a las claras al levantar la vista del manillar, y contemplar que la serpiente de asfalto seguía ascendiendo por la ladera de la montaña. Estaba siendo duro. Muy duro. “¿Y qué puñetas es lo que estoy haciendo aquí”. No dejaba de repetirme una y otra vez la misma cuestión, a la vez que procuraba apartarla de mi cabeza, a fin de no distraerme de lo verdaderamente importante a esas alturas: mantener la cadencia. Eso era lo único importante en ese momento, dado que era lo único que podía sacarme de allí. Pero empecemos por el principio.
Desde que hiciéramos, en el ya lejano abril, la etapa Brutal 3, Ángel y yo llevábamos tiempo con ganas de repetir una etapa de gran kilometraje. Entre unas cosas y otras, lo habíamos ido dejando correr, pero esa semana, la idea volvió a cruzarse en nuestras intenciones. Lo malo es que se cogió de la mano con otra idea que a mí llevaba tiempo rondándome por la cabeza: realizar una etapa en bici entre Córdoba y Villaviciosa, y recuperar las viejas sensaciones de rodar íntegramente por asfalto. No hizo falta más que plantearlo, para que rápidamente decidiéramos afrontar el reto. En concreto, el sábado 2 de julio. La primera etapa del final de primavera iba a ser de infarto. Y para ello, decidí preparame de una manera especial. Aunque lo más recomendable hubiera sido disponer de una bicicleta de carreras, o al menos haber preparado la Fuji para rodar por asfalto, no andaba con excesivas ganas de volver a transportar bicis entre Sevilla y Córdoba, así que opté por equipar la Ghost con cubiertas lisas de carretera. Cogí las dos cubiertas Kenda Kwest de 1.5” que tenía guardadas, y ni corto ni perezoso se las coloqué a la Ghost. El efecto era, cuando menos, bastante raro. Pero en cuanto las probé pude ver que no me había equivocado con mi elección:
Empezamos la etapa a las 7:30h junto a la casa de Ángel. En esta ocasión Ángel había optado por realizar la etapa con su Ghost AFX 4900, muy similar a la mía, pero en su caso, equipada con cubiertas convencionales de montaña. No cabía duda de que la etapa del día iba a ser sumamente interesante. E incluso estábamos teniendo suerte con la climatología. La mañana se presentaba cubierta y algo fría. Tan sólo nos quedaba esperar que se mantuviera así el resto de la jornada. Porque falta nos iba a hacer algo de ayuda con la que teníamos por delante: unos noventa kilómetros de etapa, dos puertos de montañas y tres altos. Unos 1900 metros de desnivel de subida acumulado. Dura, muy dura.
Abrimos boca subiendo por el Brillante, camino del Lagar de la Cruz. Teníamos por delante mucha tela que cortar, por lo que atacamos las primeras rampas de la carretera con comedimiento. Aun así, mantuvimos una excelente media de 10 km/h, que nos hizo alcanzar el Lagar en menos de 50 minutos de subida, en los que salvamos los 9 kms. de distancia desde la salida en el Camping. Sin ni siquiera deternos, seguimos avanzando por carretera, realizando a toda velocidad el descenso hasta Las Jaras, primero, y hasta los Arenales, a continuación. La mañana se mantenía fresca y cubierta, por lo que no era plan detenerse a realizar vida contemplativa: teníamos que aprovechar esa suerte todo el tiempo que fuera posible.
Cruzamos el puente de los arenales y empezamos la segunda gran subida del día: el puerto del Aire. La subida del puerto del Aire desde los Arenales tiene una longitud de 14 kilómetros, divididos en tres grandes fases: una primera subida inicial de 6 kms. de pendiente constante, con rampas del 10%, y que por sus características se asemejaba bastante a la subida del Brillante con la que habíamos abierto boca para empezar el día. La segunda, cercana a los 6 kms., constituía un tramo pestoso, con pequeñas subidas y bajadas enlazadas, que permitían recuperar algo de resuello, pero en la que corrías el riesgo de desfondarte si forzabas el ritmo demasiado. Y la tercera, la última subida al puerto, de algo más de 2 kms. de subida sostenida, también con unas rampas del 10%. Y todo eso tan sólo para quedarnos en mitad de la nada, aún a 9 kilómetros de llegar a Villaviciosa.
Afrontamos la primera fase de la subida al puerto de la misma manera que habíamos subido hasta el Lagar: marcando un ritmo conservador, sabiendo lo que teníamos aún que salvar a lo largo del día. Mi elección de cubiertas había sído todo un acierto, y aunque notaba la Ghost más nerviosa que de costumbre con esas cubiertas mas estrechas de lo que suelo montar, también la notaba sumamente ágil para ser una doble de casi 14 kilos de peso en esa configuración. Ángel, por su parte, rodaba como un campeón con cubiertas de montaña sobre el asfalto. Casi podía notar cómo sus cubiertas abrían surcos en el asfalto al rodar en subida. Lo que estaba haciendo era algo increíble. Y el recorrido estaba siendo genial: un paisaje espectacular, en una carretera de montaña sin ningún tráfico a esa hora de la mañana. Y casi puedo apostar que en todo el día: apenas nos cruzamos con 5 vehículos en los 40 kilómetros entre Córdoba y Villaviciosa.
Tardamos 35 minutos en recorrer esos 6 kilómetros de subida. Había sido duro, pero ya llevábamos dos subidas duras de las tres que teníamos por delante antes de llegar a Villaviciosa. Nos permitimos rodar con más alegría el segundo tramo de la subida al puerto. Entre otras cosas, porque había olvidado la existencia del tercero, al revisar el perfil de la etapa la tarde anterior. Así que cuando nos encontramos con una tercera pared en la subida, no nos quedó más remedio que apretar los dientes y seguir subiendo. Coronamos el puerto del Aire a las 9:50h, tras haber recorrido 30 kilómetros de la etapa. Sin pausa alguna.
Dejamos atrás el techo de la etapa (775 m. de altitud), e iniciamos un rápido descenso hacia Villaviciosa. Descenso que no fue un descenso puro, sino que en los tramos finales se iba alternando con falsos llanos que nos iban sumiendo en la desesperación, porque nos hacían tener la sensación de que nunca acabábamos de llegar al pueblo objeto de nuestro viaje. Pero finalmente, llegamos a las 10:15h, tras 2h 45m de incesante pedaleo.
Paramos a tomar unas excelentes tostadas en un bar a la entrada de Villaviciosa. La pausa nos vino de perilla, ya que yo, por mi parte, notaba las piernas como si fueran de gelatina, y Ángel empezaba a acusar la dureza de la etapa. Y aún teníamos que volver. Fue durante la pausa cuando noté que el velocímetro de mi bici estaba midiendo la distancia de manera errónea: a esas alturas de la etapa indicaba 45 kms. de recorrido, cuando yo recordaba que la distancia era algo menor. ¿Qué estaba pasando? Fue entonces cuando lo vi claro: tenía calibrado el velocímetro para una cubierta de 2.35”, y estaba montando una de 1.5”. No sólo había variado el ancho de la cubierta, sino también su grosor, por lo que el conjunto de la rueda tenía un diámetro más pequeño. Y esa diferencia estaba bastando para alterar de manera significativa la medición de la distancia. En fin, habría que tenerlo en cuenta para ajustar los esfuerzos en la subida.
Tras 25 minutos de distancia, reemprendimos la etapa. Ya habíamos hecho lo más duro, pero aún nos quedaba el mayor espanto del día: la subida a Puerto Artafi desde el valle del Guadiato. Y encima, el cielo había empezado a abrirse. Iba a tocar despedirse del frescor que nos había acompañado durante la subida a Villaviciosa. Qué lástima que no hubiera sido al revés. Pero supongo que no se puede pedir todo. Salimos de Villaviciosa por la carretera que conduce a Posadas, y que en ese primer tramo convive con una vereda pecuaria. La verdad, daban ganas de salir del asfalto y ponerse a rodar por tierra. Pero no convenía realizar más frivolidades de la cuenta, y tampoco mis cubiertas iban a permitirme demasiadas excentricidades a ese respecto. Tan sólo tomar nota mental para futuras etapas por la zona -que todo hay que decirlo, lo vale muy mucho-.
La salida de Villaviciosa fue una delicia, con un rápido descenso por asfalto. No en balde habíamos ya realizadp 1200 metros de subida acumulada de los 1900 que tenía la etapa, con lo que en el resto del día la tendencia iba a ser que el descenso predominara. Tan sólo teníamos que tener una precaución: no saltarnos el desvío de la carretera que teníamos que tomar para Trassierra, y meter el remo hasta el corvejón y acabar en Posadas. Encontramos el desvío 10 kms. después de abandonar Villaviciosa, y giramos a la izquierda, pasando el puente sobre el arroyo Orejón, y afrontamos un rápido y pronunciado descenso, que pronto se vio recompensado -como no podía ser menos- con una subida equivalente al salvar el puente sobre el Arroyo del Pueblo. Esa subida nos condujo a una zona de subidas bajadas, de unos 5 kms., antes de afrontar un nuevo y rápido descenso hasta lo que creímos que era el río Guadiato, y que no era el otro que el Guadiatillo. Un diminutivo que, de haber sido conscientes de él, nos habría ahorrado algún que otro disgusto.
Hicimos la segunda para del día junto al puente, y antes de iniciar la que creíamos que era la subida a Puerto Artafi. Subida de 5’5 kms. que me hacía temblar de tan sólo pensar en ella. Habíamos decidido parar en ese punto con la idea de comer algo, descansar, y afrontar más frescos la tremenda subida que -creíamos- teníamos por delante. Pero es verdad que algo no me cuadraba: el río estaba demasiado seco, el puente era demasiado pequeño para lo que había oído contar, y no se veía por ningún lado la cola del pantano de la Breña II, que suponía que llegaba hasta la zona. No acababa de cuadrarme, pero es cierto que teníamos una subida por delante que se adivinaba dura. Muy dura. El caso es que aparté las dudas de mi mente, y una vez finalizada la pausa, Ángel y yo afrontamos el ascenso. Y en efecto, fue duro. Rampas casi constantes del 10% que nos hicieron un gran destrozo, pues el calor a esa hora -estábamos al filo del mediodía- se dejaba ya notar en toda su crudeza. Pero el ascenso fue corto, de tan sólo 2 kilómetros, cuando esperábamos más de 5. Estaba claro que algo estaba pasando. Sobre todo cuando empezamos a descender por una espectacular carretera de montaña, camino de un nuevo valle, y no de Trassierra, y que, además, presentaba ante nosotros una cresta de sierra como no había visto en esa zona de Sierra Morena en mi vida. Ya no cabía dudas: lo que teníamos delante era de verdad el valle del Guadiato. Y la subida a Puerto Artafi.
Cruzamos el puente sobre el Guadiato justo al mediodía. Si la anterior subida me había parecido dura, esta no tenía ni punto de comparación. Tanto Ángel como yo lo vimos claro: se trataba de encontrar un ritmo que nos permitiera afrontar ese espanto, y llegar arriba en las mejores condiciones posibles. Y es aquí como volvemos al principio de esta historia.
Yo, por mi parte, tuve suerte y pude encontrar esa cadencia. Pude hacer la subida a un ritmo de pedaleo constante, que me hacía oscilar entre los 6 y los 8 km/h de velocidad de subida. Ángel no tuvo tanta suerte. Venía sufriendo un mayor desgaste que yo por razón de sus cubiertas, y estaba al límite de su resistencia, lo que le hacía estar tremendamente incómodo, y mantener un ritmo muy irregular, que le llevaba a descolgarse en ocasiones, a alcanzarme, y a volverse a hundir. Estaba sufriendo de una manera desmesurada. Y el calor no ayudaba, precisamente. Todo el frescor que habíamos tenido en la primera parte de la etapa parecía querer tener su contrapartida en el espanto de subida que estábamos acometiendo. Y para colmo, el trazado de la subida no hacía sino machacarnos psicológicamente: curvas enlazadas, a izquierda y derecha, que bordeaban la montaña, y que, cuando creías haber terminado de subir al superar una curva muy pronunciada, lo que hacían era enseñarte un nuevo tramo de cinta de asfalto que trepaba, desafiante, por la ladera de la montaña. Parecía no tener fin, por lo que no te quedaba más remedio que agachar la cabeza, y mirar apenas un metro por delante del manillar. Y desear que esa tortura finalizara pronto. “¿Y qué puñetas es lo que estoy haciendo aquí”. Pues lo que me gusta, maldita sea.
Coronamos Puerto Artafi a las 12:45h. Tres cuartos de hora para 5’5 kms. de subida. Tras 70 kilómetros de etapa. Nos sentíamos como héroes. Héroes pasados por una picadora de carne, pero héroes. Nos dejamos caer hasta Trassierra, y realizamos la tercera parada del día. Acuarius y un rato de descanso a la salida de Trassierra. Nos vino como anillo al dedo.
Esta vez la parada fue de apenas 15 minutos. La una de la tarde había pasado ya, y seguía cayendo plomo derretido del cielo. A casita, que llovía. Fuego, pero llovía. Encaramos los escasos 5 kilómetros que separan Trassierra del Cruce de Trassierra, a un ritmo relajado, ya que a esas alturas de la jornada no estábamos para muchas alegrías, y sin solución de continuidad, encaramos el descenso de la Albaida. Sin pedalear apenas, la Ghost con cubiertas finas se comía el asfalto. Alcancé sin dificultades los 60 km/h en descenso, y aún tuve que contener a la bici para no comerme a Ángel, que bajaba por delante. Si no hubiera frenado y le hubiera dado fuerte, creo que habría pasado de los 80 km/h fácilmente.
Sin más ceremonias, entramos en Córdoba por el Tablero Bajo, y llegamos de nuevo al Cámping al filo de las 14:00h. Paramos en casa de Ángel a celebrar el final de la etapa y de la tortura. Mi velocímetro marcaba la increíble distancia de 98 kms. de recorrido. En realidad no era tanta distancia, pero no cabía menos que registrar tal acontecimiento:
…y regarlo con unas magníficas Franziskaner y Mahou junto a la casa de Ángel. Lo habíamos hecho. Y pese a las paradas, y la paliza del final de etapa, en menos tiempo de lo que había calculado. Ida y vuelta a Villaviciosa. Aunque -como habría de descubrir al llegar a casa- algo churruscado por el sol. Pero había valido la pena: como vería posteriormente, había sido -de largo- la etapa más dura que había realizado hasta el momento con la bici.
Los datos de la etapa son los siguientes:
Y aquí está el enlace al recorrido de la etapa: Puerto del Aire – Villaviciosa – Santa María de Trassierra
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Ayer salí a rodar un poco cerca de casa. Aparte de tener una excelente tarde, en la que se podía rodar genial, pude tomar esta bonita imagen de la puesta de sol desde el cruce del GR-41 con la carretera de Santiponce a Valencina:
Estoy sacando buenos resultados de las etapas nocturnas.
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Ayer jueves 24 salía rodar por las cercanías de casa al salir del trabajo. Lo que iba a ser una nueva etapa corta en solitario se convirió en una divertida etapa nocturna de 30 kms. de distancia. Y es que Rafa se me unió a última hora con la idea de rodar un rato tranquilos, para hacer algo de mantenimiento. Y como suele ser habitual, se nos fue de las manos.
Salimos a las 20:50h de Santiponce en dirección norte, bordeando Itálica. Tomamos la pista que asciende hasta la Vía Verde de Itálica, y desde allí nos planteamos nuestro objetivo: el depósito de aguas de Aljarafesa, al que nunca había ido. Tenía pinta de que se nos podia echar la noche encima, por lo que íbamos equipados con sendas luces: Rafa con una linterna de múltiples LEDs, y yo con mi lupichin.
Marcamos un ritmo rápido, sumamente rápido. Tan rápido que cuando avanzábamos por la vía verde noté síntomas de agarrotamiento en los gemelos, al igual que Rafa. Pero no era un día que pudiéramos aflojar. Ascendimos por la Cañada Real de las Islas hasta el cruce con la Ruta del Agua en las cercanías de Valencina, que tomamos en dirección a los depósitos. Ese tramo de la Ruta del Agua coincide con el trazado del GR 41 o Cordel de las Buervas, y que va desde el pueblo de Barrancos (Portugal) hasta Sevilla. Apenas habíamos entrado en la Ruta del Agua cuando aconteció la puesta de sol. Sin lugar a dudas, la noche se nos iba a echar encima.
Llegamos a la depuradora a las 21:35h. Teníamos por delante la breve subida (1’5 kms.) a los depósitos, pero con un buen desnivel: 100 metros de subida por asfalto, con rampas del 12%. Realizamos el ascenso con calma, a unos 7 km/h de media. Tardamos, desde que salimos de Santiponce, 57 minutos en llegar a los depósitos, para un recorrido de 14’8 kms. Tocaba volver, y no quedó más remedio que hacerlo con las luces. Y como me había temido, la luz de Rafa era insuficiente para las necesidades de la bici. Por suerte la Lupichin se portó sumamente bien.
Realizamos la vuelta en 50 minutos escasos, incluyendo una parada para echar algunas fotos junto al puente del arroyo del Judío. Y no pudimos menos que complementar la etapa con un excelente tercer tiempo:
Y aquí está el enlace al recorrido de la etapa: Santiponce – Depósito de Aljarafesa
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El pasado 13 de mayo realicé una nueva etapa ciclista en Córdoba, con Javi Balaguer y su amigo Pedro, del club A las 9 en Aqua. Aunque habíamos quedado a las 8:30h en la Cruz de Juárez para empezar a rodar, salimos con algo de retraso. La razón de una salida tan tempranera -para lo que son nuestras costumbres- es que el día estaba anunciado como uno de los más calurosos en lo que llevábamos de año. Y, pardiez, las predicciones acertaron de pleno.
Salimos de Cruz de Juárez camino de la vereda de la Alcaidía. Ganamos el Vial Norte, y desde allí cruzamos Fátima para dar al puente romano del arroyo Pedroche. Avanzamos hasta la Campiñuela Baja, y tomamos la vereda de Alcolea, camino de la dura subida que teníamos por delante. Rodamos a buen ritmo hasta llegar al cruce de veredas, al filo de las 9:25h. A pesar de lo temprano de la mañana, el calor ya se iba dejando notar. Atacamos la subida de la Alcaidía, y sus rampas del 18% con buen empeño y osadía, pero como tampoco era plan de echar los pulmones por la boca, marcamos un ritmo, sobre todo en la parte de anterior a la cancela, lo suficientemente relajado como para no morir de deshidratación en la subida. Realizamos los casi 3 kms. de subida en unos 40 minutos.
Tras el pequeño descanso de rigor, reanudamos la etapa, camino de una zona de la Sierra que aún no conocía: el descenso hacia El Tubo. El Tubo es una sección del suministro de aguas a Córdoba desde el pantano del Guadalmellato. Yendo hacia el este desde la Alcaidía se puede alcanzar El Tubo, en las cercanías de la urbanización El Sol. Hay que cruzarlo para poder seguir descendiendo y poder enlazar con la Vereda de Alcolea, a la altura de las pizarras. Así pues, giramos al este, y emprendimos una interesante bajada, hasta llegar a una verja que impide el paso de vehículos motorizados, pero que tiene un pequeño (muy pequeño) paso para peatones y ciclistas. En este punto nos confundimos de camino, y avanzamos un centenar de metros por la pista principal, y que nos alejaba del tubo. Visto el error, desandamos el camino, y afrontamos el primer tramo de bajada; un primer tramo de descenso bastante interesante:
En este punto nos unimos a un trío de ciclistas que ya nos habíamos cruzado por la Alcaidía, ya que ellos conocían bien el camino. Así pues, iniciamos el segundo tramo de descenso, con mucha más piedra y más complicado que el tramo anterior, pero sumamente divertido (dejo a continuación un vídeo del resto de la bajada):
Durante la bajada Pedro sufrió un reventón en la rueda trasera, lo que le obligó a detenerse con Javi para repararlo. Yo, enfrascado en el descenso, me había unido al otro grupo, y no me había percatado de ello. Una vez llegamos a la zanja, al ver que Javi y Pedro no aparecían, me volví para buscarlos, separándome del otro grupo. Una vez reunido con mis compañeros, seguimos el descenso hasta el valle que antecede al tubo. Alcanzamos al otro grupo en la pequeña subida que hay antes del propio tubo, donde nos estaban dejando unas marcas para que no nos desorientáramos.
Así pues, llegamos al tubo sin más incidentes. Cruzamos sobre el arroyo Guadalbarbo, y continuamos la bajada hasta llegar a la vereda de Alcolea. Eran las 11:00h, y llevábamos ya casi 20 kilómetros de etapa. Además de tener 30ºC. Era hora de emprender la vuelta. Nos encaminamos hacia el cruce de veredas, donde teníamos previsto volver a Córdoba sin más. Pero la verdad, era bastante temprano, y había ganas de más. No tardamos en decidirnos tomar la vereda de Linares, a pesar de que íbamos a tener que subir su espantosa pared de 300 metros al 18% con más de 30ºC. Una vez en el sitio, sin vegetación y sin terreno de pizarra, los grados exactos fueron 33ºC. Con el suelo reverberando calor, y sin una sola sombra donde guarecerse… hasta el final de la subida. Y aun así, lo hicimos. Una vez arriba, nos quedaba el divertido descenso hasta la ermita. Descenso que por lo menos iba a ser a la sombra.
Desde Linares nos dirigimos hacia Torreblanca por el trazado del Camino Mozárabe. De nuevo sin ninguna complicación digna de mención. Una vez en Torreblanca, paramos un momento en un supermercado para reabastecernos de líquido. A esas alturas de etapa ya había acabado con los dos litros de agua que llevaba encima, por lo que la parada me vino de perlas. Una vez salimos de Torreblanca, bajamos hasta el arroyo Pedroche por el camino de la cantera de Santo Domingo. Allí nos separamos de Pedro, que se había quedado con ganas de más, y decidió subir hasta el Cortijo de Los Velascos. Javi y yo, por nuestra parte, bajamos por la trialera hasta el Puente de Hierro, y desde allí volvimos a la Asomadilla atravesando el barrio Naranjo y el parque, donde nos encontramos a Ángel. Dimos por finalizada la etapa al filo de las 13:00h.
Y aquí está el enlace al recorrido de la etapa: Alcaidía – Tubo – Vereda de Linares – Arroyo Pedroche
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