El pasado 27 de marzo Javi Aljama, Enrique, Mané y yo hicimos una gran etapa por la Sierra de Córdoba. Una etapa que, por segunda vez consecutiva, iba a disputar sin haber dormido prácticamente nada la noche anterior. Y es que había tenido una intervención nocturna en el trabajo por videoconferencia que se alargó hasta las cinco de la mañana, que apenas me permitió dormir una hora y tres cuartos antes del comienzo del Gran Premio de Australia de Fórmula 1, que se alargó hasta las nueve y media de la mañana. Apenas había cruzado Vettel la línea de meta, cuando salía yo por la puerta con las gafas enfundadas y el casco puesto. Y es que se me paraba a pensarlo, caía redondo de sueño.
Empezamos la etapa un poco antes de las 9:45h, y nos dirigimos al canal del Guadalmellato, para enlazar con la vereda de Trassierra. Íbamos a subir por Monte Cobre hasta el cruce de Trassierra. Empezamos la subida suaves; había calculado hora y media de subida hasta el cruce, pero tengo que admitir que era la segunda vez que subía Monte Cobre desde la vereda: salvo en una de las Maratones MTB Sierra Morena, siempre había subido hasta el camino de la Casa de la Ventana por la carretera de la Albaida.
Al llegar a la altura del Cortijo de la Gitana Javi y yo, que íbamos en cabeza de palique, nos desviamos por una dura subida, que pronto tuvimos que desandar, ya que nos habíamos saltado el desvío que da comienzo al primer tramo de Monte Cobre. Empezamos la subida por un camino, seguido de un durísimo sendero que nos acabó llevando, a las 10:40h, junto al guardarraíl que corta el paso de la subida, y que hay que salvar para continuar ascendiendo hasta la Casa de la Ventana, primero, a la Torre de las Siete Esquinas, después, y por último, al Mirador de las Niñas.
Poco después empezamos la subida hacia la Casa de la Ventana, acompañados por un grupo de ciclistas que habían subido por la carretera de la Albaida. Salvamos la cerca que corta el paso cerca de la Casa, y continuamos ascendiendo. Pronto Enrique, lastrado por sus cubiertas de descenso, se fue quedando atrás, mientras Mané y Javi se iban un poco en cabeza. Superamos el olivar que antecede a la Torre, y nos reagrupamos en ésta. Pudimos descansar un poco, mientras contemplábamos una magnífica vista del Valle del Guadalquivir.
Antes de continuar, tuvimos un breve momento de duda sobre si seguir ascendiendo por el camino conocido, o seguirlo haciendo por un sendero que surgía hacia el oeste de la torre. Tentados estuvimos de tomarlo, pero el recuerdo de los acontecimientos de la semana anterior nos hicieron desistir, aunque dudamos bastante. Seguimos el ascenso hacia el Mirador de las Niñas, donde de nuevo volvimos a separarnos. Tuve algunos problemas de cambio con la Ghost, y perdí comba con Mané y Javi, que consiguieron subir del tirón hasta el Mirador.
Desde allí continuamos hasta la primera parada del día, la gasolinera del Cruce de Trassierra. Eran las 11:30h de la mañana. Habíamos tardado algo menos de dos horas en subir. Allí Enrique decidió no continuar con la etapa: tenía que estar pronto de vuelta en casa, y la etapa, de la que apenas habíamos hecho un tercio, prometía ser larga. Así que, reducido el grupo a tres integrantes, tomamos la decisión de ir hasta el punto más lejano propuesto: el castañas de Valdejetas. Eso suponía que íbamos a subir tres puertos de montaña, y que ya habíamos superado el primero de ellos.
Al filo del mediodía reemprendimos la marcha. Tomamos la carretera de Trassierra, para abandonarla poco después, siguiendo las indicaciones de Puerto Artafi. Tomanos la vereda del Llano de Mesoneros, que nos hizo pasar junto a la fuente de la Marquesa, para llevarnos en un divertido descenso hasta el embalse de la Jarosa. Era ya terreno conocido para nosotros. Seguimos avanzando, siguiendo las indicaciones de Puerto Artafi, hasta que llegamos al cruce del GR-48 que, semanas atrás, Mané y yo habíamos seguido para ir a Santa María de Trassierra. En este caso, continuamos de frente.
Otro grupo de ciclistas, con bicis rígidas, nos preguntaron a dónde iba el camino. Les respondimos que se trataba del GR-48, y que nosotros íbamos siguiendo las indicaciones del Sendero Azul hasta el castañar. Era fácil: sólo tenían que ir siguiendo las marcas rojas y blancas, hasta encontrar a mano derecha el desvío para el castañar. Decidieron recorrerlo, por lo que nos dieron las gracias y siguieron avanzando.
El GR-48 seguía en dirección noroeste, pasando por un magnífico tramo de dehesa, mezclada con bosque mediterráneo. Desde el embalse habíamos ido en un suave ascenso, marcado por ocasionales subidas y bajadas, que hacían el rodar bastante divertido. Dos kilómetros y medio después, llegamos a una intersección del GR-48 con otro camino. Consultamos el GPS, y vimos que teníamos que abandonar el GR-48, y seguir a mano derecha para emprender la subida al castañar de Valdejetas. Sin embargo, no había rastro de indicación del Sendero Azul. Espero que el trío de las rígidas no hubieran seguido avanzando, esperando encontrarse el cartel azul, porque si no podrían haber acabado en Portugal.
Faltaban diez minutos para la una de la tarde cuando empezamos el ascenso a Puerto Artafi por el castañar de Valdejetas. El entorno era un preciosidad, pese a que el castañar no se encontraba en su mejor época del año. Pasamos junto al Cortijo de Valdejetas que, como bien dijo Mané, más parecía un cortijo de campiña que uno de sierra, y salimos de la finca no mucho tiempo después. Hicimos la segunda parada de la jornada junto a la cancela de entrada a Valdejetas. Era la una y diez de la tarde. Habíamos cruzado el castañar en 20 minutos, a un ritmo bastante tranquilo, y disfrutando del paisaje.
Nubes de tormenta avanzaban sobre nosotros, por lo que tuvimos que decidir cómo finalizar la etapa. Determinamos llegar hasta la carretera de Trassierra, y volver a Trassierra por ella para, posteriormente, bajar a Córdoba por la Cuesta del Reventón. Dicho y hecho. Empezamos un breve descenso, seguido de una dura subida hasta Puerto Artafi, donde tuve que entregar la cuchara. Repuesto del esfuerzo, bajamos hasta la carretera, y volvimos rápidamente a Trassierra y tomamos, sin detenernos, el camino hacia la Fuente del Elefante. A partir de este punto, Mané empezó a experimentar molestias en una de sus rodillas. Estaba claro que íbamos a tener que terminar la etapa por la vía rápida.
Pasamos por la Fuente del Elefante pasadas las dos menos cuarto de la tarde. Seguimos hasta el Cortijo del Caño del Escarabita, y tomamos el camino que lleva hasta la Torre del Beato. Recordaba haber pasado por allí en la II Maratón MTB Sierra Morena, pero me encontraba bastante despistado, especialmente cuando salimos a la carretera. En un momento creí reconocer el entorno como -precisamente- el de la Torre del Beato, pero ni a Javi ni a Mané parecía sonarles. Como luego pude comprobar en Google Earth, lo había reconocido bien.
Desde la Torre tomamos la carretera en dirección a Las Ermitas. Íbamos a afrontar el tercer y último puerto de la jornada. Y el primero por carretera. Aunque a esas alturas del día no era demasiada ventaja. Aun así, disfrutamos del veloz descenso por carretera hasta el comienzo de la cuesta del Reventón. Terminamos la etapa con un trepidante descenso por la Cuesta del Reventón, en el que, para variar, abusé de los frenos de disco.
Dimos por finalizada la etapa al pie de la cuesta del Reventón, cerca de la casa de Javi. Eran las dos y media de la tarde, y en ese momento el GPS, que estaba a punto de quedarse sin batería tras casi cinco horas de etapa, indicaba que habíamos recorrido 40’3 kms. Mané y yo, tras despedirnos de Javi, descendimos hasta el Brillante, y nos encaminamos a casa, a donde llegamos al filo de las tres de la tarde. Habíamos recorrido, en total, 45’56 kms. de etapa larga, divertida, y con un paisaje sumamente hermoso. Y por una vez, no volvíamos cubierto de barro o arañazos.
El recorrido de la etapa en Google Maps es el siguiente:
Ver 2011/03/27 – Monte Cobre – Puerto Artafi – Cuesta del Reventón en un mapa más grande
En cuanto a los datos de la etapa, por error no puse en marcha el pulsómetro a la salida (me dí cuenta a la altura del Cortijo de la Gitana), y se interrumpió en la Fuente del Elefante, por lo que los datos cardíacos son sólo parciales, correspondientes a ese segmento de la etapa. Los correspondientes al kilometraje sí son correctos:
Etiquetas: castañar de valdejetas, córdoba, cuesta del reventón, fuente del elefante, mtb, puerto artafi, torre de las siete esquinas, torre del beato, trassierra
Ya sé que he empezado a relatar etapas ciclistas más de una vez con estas mismas palabras. Pero si algún artículo merece empezar así, es este. Así que ahí va: se nos fue de las manos. Pero de una manera disparatada. Lo que estaba previsto que fuera una etapa de bici corta, aunque explosiva, por la sierra de Córdoba acabó convertido en una remonte disparatado por el arroyo del Moro, en el que nos tuvimos que abrir camino por matorrales cuajados de espinos, arroyos excavados en la caliza, y vegetación cerrada en plena sierra. Y cuando por fin nos rendimos y volvimos a la civilización, más parecía que nos hubiéramos estado peleando con puerco espines que dando pedales. Pero empecemos por el principio.
Como decía, teníamos previsto realizar una etapa corta por la sierra. No en balde, habíamos quedado a las diez de la mañana porque yo había estado la noche anterior hasta bien pasadas las cuatro de la madrugada en la boda de mi amigo Rafa. Pocas horas de sueño y una buena juerga prometían hacer estragos. La verdad, Javi y Mané no daban crédito de que pudiera tenerme en pie. Y puestos a ser sinceros, yo tampoco.
Empezamos la etapa poco después de las 10:00h, y subimos en dirección a la Huerta de Hierro. Teníamos idea de enlazar Las Jaras y los Villares, para hacer el descenso del Anker. Por lo que una buena manera de subir era por Los Morales. Desde Sansueña tomamos la calle del Cardenal Portocarrero, que sube en paralelo a la Calle Sansueña, pero de manera más cómoda. Y, al poco de abandonar el tramo de tierra de la calle, sufrimos el primer percance: la rueda trasera de Mané perdía aire. Había tenido que cambiarla en su anterior salida, y al no tener cámaras para cubiertas de 2.35”, había puesto una de 2.1”. Parecía que la cámara no había aguantado. Pero al desmontar la cubierta, vimos que la cámara estaba en perfectas condiciones. El problema estaba en la válvula. Rogando por que sólo fuera que no estaba bien apretada, volvimos a hinchar la rueda. Por suerte, parecía aguantar bien.
Continuamos con la etapa. Subimos por la Huerta de Hierro, y nos desviamos a la izquierda por la vereda del Pretorio, en dirección al Cerrillo. Hacía ya bastantes años que no rodaba por allí, y la verdad es que lo agradecí. Una vez llegamos al Cerrillo, y tras unos momentos de duda, enfilamos la subida hacia la Cuesta de la Traición. La verdad, me apetecía subirla, por aquello de variar un poco. Pero puestos a variar, Mané sugirió desviarnos a la derecha, para enlazar por un camino que permitiría subir por Los Morales desde otro sitio. Después podríamos bajar la Traición. La verdad, con una doble, era algo que prometía. Dicho y hecho. Nos desviamos a la derecha en el depósito de aguas, y luego tomamos un sendero que surgía de la calle que habíamos cogido, a la izquierda.
No tardamos en llegar a un cruce de senderos: al frente, Los Morales, abajo a la derecha, un camino desconocido. Y arriba, a la izquierda, otro. Y puestos a investigar, giramos a la izquierda. Pronto nos encontramos subiendo por un sendero que corría paralelo a un arroyo -el arroyo del Moro- entre una vegetación sumamente tupida.
Aun así, de cuando en cuando, el arroyo nos regalaba con tramos sencillamente espectaculares, con pequeñas cascadas seguidas de remansos en los que se formaban pequeñas pozas en la roca caliza. Daban ganas, pese a ser marzo, de darse un pequeño baño en las pozas. Y la temperatura del agua no ayudaba a vencer la tentación.
El sendero poco a poco empezaba a estrecharse, hasta que nos vimos forzados a pasar más tiempo arrastrando la bici que dando pedales en ella, por un valle cada vez más estrecho. Y así, llegamos a una zona de cascadas como pocas he visto en su belleza:
Si hubiéramos sido listos, nos habríamos dado cuenta de que era el momento de dar la vuelta y bajar: era difícil superar lo que habíamos visto hasta ese momento.
Y para colmo, el camino estaba casi perdido. Pero cometimos el primer error: decidimos continuar. Eran las 11:30h. Habríamos de lamentar la decisión. Consultamos el GPS, y vimos lo que parecía un sendero marcado en la carta, que venía a unirse con la subida de Los Morales, a medio camino del Lagar de la Cruz. Luego pude comprobar que lo que parecía un camino no era más que el arroyo del Moro. Así que seguimos lo que creíamos que era un sendero, hacia una verdadera selva.
Seguimos ascendiendo dificultosamente, por un sendero comido por la vegetación, con una pendiente disparatada, en paralelo al arroyo. Ya hacía largo tiempo que había sido el momento de volverse, pero seguíamos adelante, con esa falsa idea de que a esas alturas, volver sería todavía peor. Qué equivocados estábamos. Pronto desapareció hasta el sendero, y nos encontramos ascendiendo por el mismísimo cauce seco del arroyo, salvando desniveles en la roca de hasta 4 metros de altura. En nuestra locura llegamos a formar varias cadenas humanas para salvar los desniveles, pasándonos las bicis de mano en mano, jugándonos el tipo, y arriesgándonos a caídas de varios metros sobre rocas afiladas. La verdad, creo que ni un foso lleno de estacas nos hubiera disuadido de seguir avanzando, siguiendo una dudosa senda, que cada vez que lo pienso, más convencido estoy de que sólo estaba en nuestra imaginación.
Conseguimos subir a un cerro en el que divisamos una bonita vista del valle por el que veníamos ascendiendo. No alcanzo a comprender cómo ante esta vista, en la que sólo divisábamos arboleda, no asumimos que era momento de volver. Pasaba ya la una de la tarde. Habíamos empleado hora y media en recorrer 300 metros.
Pese a todo, seguimos. Vimos lo que parecía un sendero en la ladera opuesta del valle. Había intentado minutos antes ascender por él, pero la enorme pendiente -me vi obligado a trepar a cuatro patas por terrenos que se desmoronaba bajo mis pies- me había disuadido. Pero volvimos a intentarlo, en una nueva cadena humana. Y lo logramos. Subimos, e incluso la senda parecía abrirse un poco. Craso error: la senda se abría para volver a cerrarse. Javi y yo decidimos explorar un poco el terreno, para ver si era viable salir de ahí en ascenso. Volví a rebasar el cauce del arroyo, sólo para verme inmerso en un mar de matorrales espinosos que me laceraban con sus mil espinas. Volví mis pasos, para encontrar un pequeño camino que subía por la ladera opuesta del valle. Parecía que tenía futuro. Seguí avanzando. Era estrecho, más un camino de jabalíes que una verdadera senda. Pero era lo mejor que teníamos. Seguí avanzando, hasta que tuve la certeza de que tenía salida. Y decidí volver. Llamé por teléfono a Mané para informarle del descubrimiento. Hice bien, porque llevaban un rato llamándome a voces, sin que pudiera escucharles.
Volví sobre mis pasos… hasta que los perdí. No conseguía encontrar el sendero que estaba siguiendo. Al menos conseguí encontrar a Javi y Mané, por lo que atroché monte abajo hasta alcanzarlos. Y lo vi claro: aunque había podido seguir la senda de jabalíes una vez, nos iba a ser imposible hacerlo con las bicis. Tocaba asumir que era el momento de volver. En realidad, no estaba muy equivocado: me había quedado apenas a 100 metros de un verdadero camino. Pero hubiera dado igual que estuviera a 100 metros o a 10 kilómetros. Sencillamente no hubiéramos podido pasar las bicis por ahí. Pasaba ya de la una y media, y estábamos reventados, desgarrados nuestros brazos y piernas por los espinos, y con las manos llenas de espinas. Y en mi caso, con el tobillo derecho a punto de ser fracturado, al hundírseme el pie en una hendidura de una piedra durante una cadena humana.
La vuelta, contra todo pronóstico, resultó más sencilla que la ida, aunque no nos despeñamos de milagro al bajar de nuevo al cauce del arroyo. Aun así, no salimos de nuevo al cruce de caminos hasta las 14:15h. Sin muchas ganas de hacer más barbaridades, nos dirigimos Los Morales, y descendimos por la Huerta de Hierro. Como bien dijo Javi, merecía la pena desquitarnos con un poco de descenso por campo. Nos despedimos de Javi en la calle Mayoral, y Mané y yo bajamos hasta casa, a donde llegamos a las 14:30h. Cuando miré el velocímetro no me lo podía creer: sólo habíamos hecho 11’3 kms. En una hora de pedaleo. En cuatro horas y media de etapa. Se nos había ido de las manos hasta decir basta. Aunque por el lado positivo, encontramos un par de lugares magníficos para ir de perol, acampada, o simplemente darse un baño en la primavera que estábamos a punto de inaugurar.
El mapa de la etapa es el siguiente:
Ver 2011/03/20 Arroyo del Moro en un mapa más grande
Los datos de la etapa son los siguientes:
Etiquetas: arroyo del moro, córdoba, mtb, panorámica
Esta mañana Rafa, Miguel y yo hemos vuelto a coger la bici, después de algunas semanas sin salir con ellos. Para ir cogiendo el ritmo, escogimos efectuar una etapa ya conocida (Cordel de la Cruz de la Mujer y vuelta por la Ruta del Agua), pero con un añadido: subir desde La Cantina hasta La Central, y volver por el margen opuesto del embalse de Guillena, siguiendo el trazado del abandonado ferrocarril del Cala.
Salimos pasadas las 9:00h desde el inicio del Cordel de la Cruz de la Mujer, en Guillena. La mañana se presentaba agradable, sin rastro apenas del mal tiempo que nos había acompañado ayer. Rafa y Miguel salían con sus Cube doble suspensión nuevas, que no había tenido oportunidad de ver aún. Bonitas, muy bonitas. Y muy ligeras para ser sendas dobles. Sin muchos preámbulos, arrancamos, con Rafa tirando fuerte por delante. Ascendimos sin muchos problemas los primeros kilómetros del Cordel, hasta llegar al desvío de la ruta del Agua, que dejamos a nuestra derecha, y seguimos ascendiendo. Pronto notaríamos el primer cambio de paisaje del día: pasamos de un entorno de campiña a uno puramente serrano. Esta sería nuestra tónica del día: grandes cambios de paisaje en una etapa no demasiado larga.
Seguimos ascendiendo. Poco a poco Rafa fue cediendo en su empuje, ante lo que Miguel y yo tomamos el relevo. Estábamos subiendo, a mi modo de ver, más rápido de la cuenta, y corríamos el riesgo de pagarlo más adelante. Aún así, seguimos subiendo duro hasta llegar a la cima del Cordel, cerca de la central hidroeléctrica el embalse de Guillena. Era el punto más alto de la etapa, donde aprovechamos para hacer un descanso. Teníamos por delante el descenso por la cuesta de la Lenteja (alias El Caracol, alias La Serpiente) hasta La Cantina. Y esta vez tenía intención de grabarlo bien:
(El vídeo ha sido reprocesado con el estabilizador de vídeo por software para Virtual Dub Deshaker, por eso tiene esas bandas negras tan peculiares y algunos efectos extraños en los cambios bruscos de dirección. Aún así, me gusta. Tiene detalles curiosos)
Bajamos rápidamente a La Cantina, en un descenso bastante explosivo, en el que aproveché todos los recortes que pude. Sin embargo, para Miguel fue demasiado explosivo, ya que en una de las curvas más cerradas se le fue la bici de atrás, y acabó en el suelo, con un importante golpe en la rodilla, que no dejaría de darle guerra el resto de la etapa. Pese a ello, al asegurarnos Miguel que estaba en condiciones de continuar, decidimos seguir con nuestro recorrido.
Abandonamos La Cantina en dirección norte, y a difirencia de etapas anteriores, no descendimos hasta la presa, sino que seguimos por la pista de la presa. Poco a poco fuimos ganando en altura, y el paisaje volvió a cambiar: pasamos a una zona con grandes cortados de pizarra, en las cercanías del pantano. No tardamos mucho en llegar a la estación de bombeo del embalse de Guillena, donde hicimos una breve parada para tomar algo de comer en una bifurcación asfaltada. Consultamos el GPS y vimos que nuestra etapa continuaba descendiendo por la pista, que transcurría pegada a la cola del pantano. Al otro lado de éste se encontraba el recorrido del ferrocarril abandonado.
Tras comer unas barritas de cereales y un plátano, retomamos la marcha, aunque no por demasiado tiempo. Al poco de acabar el descenso, y junto al comienzo de una subida, nos paramos a echar una mano a unos ciclistas. Uno de ellos había sufrido un percance bajando, que se había saldado con el cambio de piñones destrozado -en el caso de la bici- y con el ciclista encaramado a un árbol, para evitar una caída por el terraplén que llevaba al pantano. Les ayudamos a desmontar el cambio destrozado y a cortar el cable de éste, para que pudieran al menos dejar la bici a piñón fijo.
Seguimos ascendiendo por la pista asfaltada, circulando de nuevo por un auténtico paisaje serrano que se convertiría en una constante hasta llegar a La Central. Tras la primera subida, continuamos en un terreno con suaves subidas y bajadas, que permitieron que Miguel tomara algo de aire, ya que venía sufriendo algunas molestias en su rodilla. Y así, tras un rato de marcha, llegamos a La Central. Pasamos ésta y tomamos un camino descendente que nos llevó hasta el cauce del río Ribera de Huelva. Teníamos que cruzarlo, y la verdad, dada la época del año, no las tenía todas conmigo. Sin embargo, el nivel del agua se encontraba realmente bajo, por lo que pudimos cruzar el vado sin problemas.
Ascendimos hasta la otra orilla, y subimos hasta llegar a la vía abandonada, por una pequeña pero explosiva pendiente, hasta llegar a una casilla del guardia del tren en estado ruinoso. La vía se encuentra completamente desmantelada, sin vías, traviesas o balasto, por lo que el rodar por ella era bastante cómodo. Nada que ver con lo que hicimos Javi, Mané y yo el pasado lunes. Tan abandonada se encontraba que la vegetación lo había invadido todo, llegando en algunos momentos a circular por hierbas que llegaban hasta el manillar de la bici. Y así, empezamos el descenso por el ferrocarril.
El descenso al principio era bastante cómodo. El trazado se encontraba en bastante buen estado, y no teníamos que detenernos más que para cruzar algunas puertas que delimitaban las fincas por las que íbamos pasando. Sin embargo, poco a poco nos fuimos adentrando en una zona más abrupta. Así empezamos a circular por las trincheras del ferrocarril, en los que los desprendimientos empezaban a menudear, lo que hacía necesario circular con más cuidado, so pena de sufrir alguna caída, como de nuevo fue el caso de Miguel.
A medida que avanzábamos la vía se iba cerrando más y más, constreñida por las trincheras excavadas en pizarra, con abundantes desprendimientos, rodeados de maleza y una feraz vegetación. Otro nuevo cambio de paisaje.
A este cambio de paisaje pronto le acompañó la sorpresa que me tenía reservada. El túnel del ferrocarril. No había dicho nada a mis compañeros de la existencia del túnel que nos veríamos obligados a cruzar. Con lo que yo no contaba era con que se encontrara casi bloqueado por los desprendimientos.
Pero antes de cruzar no pudimos menos que contemplar la magnífica vista del embalse de Guillena que se abría ante nuestros ojos. La misma que un rato antes habíamos visto, desde el otro lado, cuando paramos a reponer fuerzas junto a la estación de bombeo de la central hidroeléctrica.
Una vez entramos en el túnel vimos que éste no se encontraba en tan malas condiciones como el exterior. De hecho, era posible rodar por él, pese a la oscuridad. Y como era bastante corto, el tramo sin luz alguna era bastante corto.
Pronto salimos de él, y continuamos con la bajada. El paisaje, de nuevo, había cambiado: un entorno mucho más seco, en el que la jara era la reina de la vegetación. Parecía increíble que en apenas un centenar de metros cambiara tanto el entorno.
El descenso hasta el final de la vía no tuvo muchas más novedades. Llegamos hasta el punto en que la vía desaparece, al comienzo de la Cuesta del Toro. Una de las alternativas de la etapa era realizar la subida para ir hasta Castilblanco de los Arroyos y bajar a Mairena por la trialera del Camino de Santiago. Pero dadas las circunstancias, decidimos volver por la vía rápida: Cantina y Ruta del Agua. A esas alturas pasaba del mediodía y llevábamos ya en el cuerpo unos 29 kilómetros.
Cruzamos por la presa de Guillena y subimos hasta La Cantina, sin detenernos esta vez. Optamos por volver por la Ruta del Agua. La otra alternativa era subir la cuesta de la Lenteja y bajar por donde habíamos subido. Más corto, pero con una subida durísima. Preferimos realizar una bajada más larga, pero más relajada. Pero, pese a ser una bajada más suave, Miguel no pudo evitar sufrir la visita del tío del mazo, por lo que trayecto por la ruta del Agua lo pasó bastante mal. Aparte de eso, no tuvimos muchas más novedades hasta enlazar de nuevo con el Cordel. Allí nos encontramos de nuevo con el ciclista que había roto el cambio, que iba en dirección a Las Pajanosas. Tras indicarle el camino, nos despedimos de él y bajamos de vuelta a Guillena, donde dimos por finalizada la etapa recién pasada la una y media de la tarde. Una bonita etapa para ir haciendo kilómetros con los compañeros de Sevilla.
El trazado en Google Maps es el siguiente:
Ver 2011/03/06: Guillena – La Central en un mapa más grande
Los datos de la etapa -de nuevo ampliados al haber conseguido arreglar mi pulsómetro- son los siguientes:
Etiquetas: cuesta de la lenteja, embalse de guillena, ferrocarril del cala, guillena, la cantina, la central, mtb, panorámica
El pasado día de Andalucía volvimos a salir a rodar Javi Aljama, Mané y yo. Una etapa tranquila, en principio, pero en la que queríamos probar varias cosas: Mané, por su lado, una nueva cámara deportiva, la Go Pro Hero. Yo, por el mío, mi navegador Tomtom al que le había cargado los mapas 1:25.000 del Ministerio de Fomento geolocalizados y un sistema para registrar el recorrido en formato gpx. Eso, y cómo se llevaba la Ghost ASX 5100 de Mané con una cubierta trasera Maxxis Larsen TT de 1.9”. Nuestra idea inicial había sido ir por las cercanías de Trassierra, y recorrer la zona de Valdejetas, Puerto Artafi y el cerro del Trigo, pero ese era el recorrido que se iba a efectuar en la Andalucia Bike Race, por lo que tuvimos que cambiar de recorrido. Y aprovechando que la zona este de la ciudad era la menos conocida por mis amigos, nos decidimos a realizar el siguiente recorrido: salir desde el puente romano del arroyo Pedroche, subir por la vereda de la Alcaidía hasta el cortijo homónimo, para desembocar en la vereda de la Pasada del Pino (también conocida en esa zona como la vereda de la Armenta). Posteriormente, bajar por la Cuesta del Gallo a la vereda de las Pedrocheñas, y entrar en Cerro Muriano por las minas. Por último, bajar a Córdoba por la Loma de los Escalones y regresar por Puente de Hierro. Así a ojo, unos 35 kms.
Teníamos previsto empezar la etapa a las 9:30h, pero un inoportuno pinchazo en la bici de Javi hizo que éste se retrasara, con lo que no pudimos empezar la etapa hasta cerca de las 10:00h. Una vez salimos, dejamos Córdoba por la joroba de Asland, y cruzamos por el puente romano. Seguimos la carretera hasta la urbanización de la Campiñuela baja, donde tomamos la vereda de la Alcaidía. Todo transcurría sin mayor novedad, hasta que un problema mecánico hizo mella en la bici de Javi: sufrió una salida de cadena que dobló algunos eslabones de ésta. La enderezamos como pudimos y seguimos adelante. Pero a partir de este momento, Javi empezaría a sufrir problemas con la cadena, cada vez más graves.
Rebasamos el canal y pasamos sobre el puente romano sobre el arroyo Rabanales, siguiendo la vereda. En la pequeña subida que sigue al paso del arroyo se volvieron a reproducir los problemas de Javi, lo que nos obligó a detenernos de nuevo. Pese a todo, pudimos continuar. Salvamos la zona embarrada que precede al cruce de la vereda de la Alcaidía con la vereda de Linares, y empezamos el ascenso. Todo lo que habíamos dejado de ascender, mientras nos aproximábamos poco a poco a la Sierra tuvimos que realizarlo de golpe. Se me hizo durísimo el tramo de subida conocido como Cañada de la Víbora: una subida por un estrecho valle, en línea recta hacia el norte. La Ghost no se portaba mal con la Larsen TT atrás, pero el exagerado peso de la High Roller de 2.35”, junto con el de la horquilla de 120 mm. me hacían notar la bici excesivamente cabezona, acostumbrado como estaba a mi ligera Fuji Sundance SE.
Javi, por su parte, había encontrado un ritmo razonable dejando el piñón en un punto en el que no le daba problemas, y Mané seguía subiendo a un ritmo muy alegre. Alcanzamos la cancela que cierra el paso, una vez pasada la casilla que hay a media subida, y continuamos ascendiendo. Una subida dura y atravesada, pero que prometía un descanso no demasiado lejano. Al fin y al cabo, estábamos ascendiendo todo lo que se podía ascender. Y así, llegamos al cortijo abandonado de la Alcaidía. Lo más duro del día había quedado atrás.
Nos echamos unas fotos y seguimos avanzando en dirección norte. El GPS realizaba su función perfectamente, y podíamos leer en las cartas nuestra posición sin ningún problema. Desde la Alcaidía iniciamos un rápido descenso que no tardó mucho en conducirnos a un valle, que se abría ante nosotros espectacular en un precioso día de invierno que empezaba a ser primavera. No pudimos menos que detenernos un rato a tomar unas fotos.
Aprovechando la parada, Mané se decidió a sacar la cámara deportiva, para empezar a filmar algunos tramos de la etapa. Y abrimos fuego filmando el descenso… marcha atrás. Bastante divertido. Seguimos descendiendo hasta que alcanzamos una bifurcación en el camino. Vimos un cartel que indicaba “Camino real” hacia la izquierda, por lo que tomamos ese camino. Aún no lo sabíamos, pero a partir de entonces dejamos de ver los postes de la Junta de Andalucía que indicaban que seguíamos una vereda pecuaria. Entrábamos en los conflictivos terrenos de la Armenta.
Desde hace algunos años hay problemas con los dueños de los cortijos de la Armenta Baja y la Armenta Alta. Éstos han cortado el acceso a caminos públicos que pasan por el interior de sus fincas y se muestran bastante hostiles hacia todo aquel que trata de ejercer su derecho de paso. Nosotros no íbamos a ser una excepción. Seguimos avanzando por la vereda de la Alcaidía hasta que nos tropezamos con una reja que nos impedía el paso. Anunciaba con un cartel que no existía ningún camino público por su interior. Alguien se había molestado en tachar esta indicación, y existía un sendero que rodeaba la verja, hasta alcanzar de nuevo el camino, que tomamos, dado que el GPS nos indicaba que seguíamos por la vereda.
Un poco más adelante, la cadena de Javi dijo basta. Volvió a salirse, quedando atrancada entre cuadro y platos. Cuando conseguimos liberarla, había quedado completamente doblada. No nos quedó más remedio que quitar una sección de la cadena, haciendo uso del tronchacadenas que, por suerte, Javi llevaba encima. El día se nos echaba encima, por lo que tuvimos que desechar la opción de bajar por la cuesta del Gallo y llegar a Cerro Muriano: seguiríamos por la vereda de la Pasada del Pino hasta llegar hasta la N-432, y desde allí bajaríamos por la Loma de los Escalones.
Una vez arreglada la cadena, arrancamos de nuevo, aunque Javi se vio obligado a no usar más que un piñón alto, ya que el resto de la cadena, todavía dañado, no le permitía cambiar sin sufrir problemas. Una vez llegamos al cruce de la vereda de la Alcaidía con la vereda de la Pasada del Pino, giramos a la izquierda en dirección a la Nacional. Poco a poco, y en ascenso, fuimos dejando una vegetación típica de dehesa para ir encontrando poco a poco la vegetación de pinos que es propia del Muriano. Así, tras un rato de marcha, llegamos hasta la confluencia de la vereda con la Cuesta del Gallo, y la entrada del cortijo de la Armenta Alta.
No nos habíamos detenido aún para orientarnos, cuando nos salió al paso un todoterreno en el que iba un guarda de la finca. Con malos modos, al ver la cámara que Mané llevaba en su casco, y tras asegurarse de que estaba apagada, nos quiso hacer creer que ahí no había camino público alguno y que habíamos invadido una propiedad privada. Haciéndome el tonto, aducí que nos habíamos despistado siguiendo la vereda de la Alcaidía, y que gustosamente tomaríamos la vereda de la Pasada del Pino para llegar al Muriano, tan pronto como nos indicará la manera de alcanzarla. Nos respondió que siguiéramos adelante por el propio camino que llevábamos (y que realmente es la vereda pública) hasta llegar a la vía abandonada de Almorchón, y que saliéramos de la finca por ella, ya que según él, la entrada del camino estaba cerrada. Para evitarnos mayores problemas, así lo hicimos, no sin comentar medio enfadados, medio divertidos, la jugada. Eso, y la cara de susto que tenían los pobres chavales que acompañaban al guarda.
Dicho y hecho. Poco después llegamos a la vía del tren y, dado que apenas quedaba kilómetro y medio hasta la curva del frenazo, la recorrimos. No pude alegrarme más en todo el día de llevar una bici con doble suspensión, ya que este es uno de los pocos tramos de la vía que aún conserva raíles, traviesas y balasto, y el rodar sobre todo ello se hacía francamente duro. Más que duro, movido. Como para aflojarte las muelas. Nuevo cambio de paisaje. Pasamos a recorrer una trinchera de ferrocarril abandonada, con abundante vegetación. Y así, sin mucha novedad, llegamos hasta el túnel de la Mocha, cuya entrada norte se hallaba casi bloqueada por un derrumbe y la vegetación.
Eso lo que respecta a la entrada norte. La sur estaba prácticamente impracticable por la maleza. Tras abrirnos paso entre las zarzas, conseguimos salir a una zona más despejada, cercana a una casilla del guarda del tren, donde nos detuvimos a reponer fuerzas.
A esas alturas del día, estaba bastante claro. Habíamos estado hablando de seguir la vía hasta la estación de la Balanzona, que es bastante llamativa, pero al ver que la vía describía un rodeo de varios kilómetros, optamos por salir directamente a la curva del frenazo, y empezar el descenso por la Loma. Dejamos atrás la vía a la altura de la casilla, y empezamos el descenso. Un descenso muy rápido por la pista de la cantera, y que Mané grabó íntegro. Nos detuvimos al comienzo de la calzada, para ajustar la altura de los sillines, y reemprendimos el descenso.
Tengo que admitirlo: el descenso con la Ghost por la Loma fue sencillamente brutal. Soy aficionado a las rígidas, y a realizar descensos técnicos con cuidado, pero era una auténtica delicia descender con esa bici. Posteriormente Mané me comentaría que le había sorprendido el aplomo con el estaba bajando, pese a ser sólo la segunda vez que cogía una doble, y la primera en ese tipo de trazado. Y es que estaba disfrutando. Hice el descenso íntegro, salvo un pequeño repecho en que que no le eché el suficiente valor. Pero aun así, me di por satisfecho.
Nos detuvimos unos instantes frente a la ermita de la Virgen de Linares, antes de continuar la vuelta por el trazado del Camino Mozárabe, hasta llegar a Torreblanca. Desde allí nos encaminamos hacia el arroyo Pedroche, que vadeamos, para realizar el descenso hasta Puente de Hierro. De nuevo, nos lo pasamos bomba con la bajada, que quedó registrada en vídeo. Por último, subimos hasta el barrio Naranjo, y por la cuesta Negra volvimos a casa, a las 14:35h. Una magnífica etapa pese a todos los avatares que sufrimos en su realización.
El GPS, por su parte, llegó a casa justo de batería y quejándose desde Puente de Hierro. Aun así, registró perfectamente el recorrido, que subido a Google Maps queda como sigue:
Ver 2011/02/28: Alcaidía – Loma de los Escalones en un mapa más grande
En cuanto a los datos de la etapa, son los siguientes:
En cuanto tenga tiempo, pondré alguno de los vídeos.
Etiquetas: alcaidía, armenta, arroyo pedroche, córdoba, cerro muriano, ferrocarril de almorchón, loma de los escalones, mtb, puente romano
El pasado domingo 13 de febrero Mané y yo volvimos a salir a dar pedales por la Sierra de Córdoba. En esta ocasión variamos un poco el guión: dado que Mané tenía ganas de explorar nuevos caminos por la vertiente más occidental de la sierra, y yo tenía ganas de volver a rodar por aquella zona, decidimos subir por la Vereda de la Canchuela hasta Trassierra y, en la medida de lo posible, enlazar con la zona de El Salado. Dicho y hecho: el plan que tenía en mente era subir por la Canchuela hasta el cortijo de Pedrajas, seguir hasta el embalse de la Jarosa, entrar en la pista de El Salado, para bajar a Trassierra. Desde allí, bajar hasta los baños de Popea, remontar el Bejarano, y enlazar con el Lagar de la Cruz por las Dos Columnas. Y finalmente, bajar a Córdoba por Los Morales. Una auténtica kilometrada, de la que al final solamente haríamos la mitad del plan. Pero no adelantemos acontecimientos.
Salimos a las 9:00h, y bajamos hasta el Camping, para tomar la pista paralela al canal del Guadalmellato. Tuvimos que abandonarla a la altura de los cines de El Tablero, al hallarse la zona en obras. Fuimos por la circunvalación hasta San Rafael de la Albaida, donde tomamos la pista de mantenimiento del canal durante un buen rato. Rato que aprovechamos para hablar de todo un poco, e ir haciendo algo de rodaje para afrontar en las mejores condiciones posibles el reto que teníamos por delante.
Dejamos el canal poco después de pasar junto a Córdoba la Vieja, y justo antes de llegar a la urbanización de la Gorgojuela. Allí arranca la vereda de la Canchuela. Y lo hace bien fuerte, internándose directamente en la sierra, como para marcar un violento contraste con el llano camino que veníamos siguiendo hasta entonces. Las primeras rampas de la Canchuela son sencillamente brutales, y el rato que transcurre desde que sales del valle y entras poco a poco en la dehesa se hace sumamente duro. Al llegar a la primera zona arbolada hicimos una pausa para recuperar algo de fuelle. Una vez se llega a los árboles el camino, si bien en ascenso, se hace algo más relajado. Y así, poco a poco, fuimos subiendo por la vereda hasta alcanzar un poste con una calavera de vaca. No pudimos evitar detenernos para dejar constancia de tan inusual decoración:
Tras pasar la calavera de vaca, seguimos por la vereda. Al principio, de nuevo en subida, interrumpida poco después por una breve bajada hasta un arroyo… que marca el inicio de los 700 metros más duros de toda la subida, hasta el cortijo de Pedrajas. Una auténtica pared interrumpida por una cerca, que hace que, quieras o no, tengas que echar pie a tierra en al menos una ocasión. Alguna más, en mi caso…
Superado el ascenso, y dejado atrás el cortijo, hicimos una pausa para orientarnos. Había llevado mi libro de “Andar por la Sierra de Córdoba“, una excelente guía de los caminos y senderos existentes en la Sierra Morena cordobesa, y que durante años ha sido mi libro de cabecera para estas expediciones. De acuerdo a esta guía, podíamos tomar el camino de la Jarosa para cruzar el arroyo Guadarromán aguas abajo del embalse de la Jarosa, y encontrarnos con el sendero GR48 en las cercanías del cortijo de La Porrada. Sin embargo, habíamos decidido seguir por La Canchuela durante algo más de tiempo, para girar a la izquierda en el enlace con la vereda del Llano de Mesoneros, y llegar al embalse aguas arriba. Algo más corto, pero más fiel al recorrido de la vereda.
Seguimos adelante, siguiendo una amplia curva a la derecha que realiza el camino. Pronto vimos a nuestra izquierda un sendero que dejaba el camino, para internarse poco después en la arboleda, valle abajo. Supusimos que se trataba del comienzo del camino de la Jarosa, y nos lo apuntamos para mejor ocasión. En realidad, como pude ver después en los mapas, es un camino que lleva más directamente al vado del Guadarromán, un poco más abajo del embalse de la Jarosa. Nosotros seguimos, en un suave ascenso, por el camino, para iniciar poco después un rápido descenso hasta que alcanzamos dos grandes portelas. Empezaba a estar algo preocupado, ya que a esas alturas teníamos que haber visto a nuestra izquierda la bifurcación que realiza la vereda de la Canchuela. Sin embargo, ahí no había nada, salvo pequeños senderos y vegetación.
Al pasar la portela nos encontramos con un grupo de ciclistas, y les preguntamos cómo llegar al embalse. Nos dijeron que continuáramos recto, hasta ver al cabo de un rato una puerta a la izquierda con un cartel anunciando una montería. Por allí, subiendo un poco, podríamos encontrar un camino que nos llevaría hasta el embalse. Seguimos, pues, sus indicaciones, y continuamos avanzando en un suace ascenso. Sospechaba que nos estábamos adentrando en la vereda del Llano de Mesoneros. Un rato después llegamos a una zona más llana, y paramos junto a una portela que se abría a la izquierda. Sospechaba que por ahí podríamos llegar hasta el embalse de la Jarosa. Preguntamos a unos caminantes, y si bien nos dijeron que en efecto por ahí saldríamos al embalse, nos recomendaron seguir un poco más adelante, para llegar al sitio que el grupo de ciclistas nos habían indicado. Tras comernos unas barritas de cereales, decidimos hacer caso de las indicaciones, aunque daba la impresión de que estábamos dando un enorme rodeo… como así era en realidad.
Continuamos el camino, en suave ascenso, hasta que llegamos a la cancela indicada que, además, no tenía pérdida, ya que se encontraba indicada de manera múltiple: por un lado, con las indicaciones de la Ruta Azul, de Paseos por la Sierra de Córdoba, hasta Puerto Artafi, y por otro, con indicaciones de Trassierra de la red de caminos de la Junta de Andalucía. Estaba bastante claro. Pasamos la cancela, y afrontamos una dura, aunque breve, subida, para llegar a una bifurcación. Seguimos el camino en descenso a mano derecha, desechando para otra ocasión la subida a mano izquierda. Emprendimos un rápido descenso hasta desembocar en un camino, justo al lado de la fuente de la Marquesa.
La fuente de la Marquesa se trata, en realidad, de una de las tomas del acueducto Aqua Augusta, que abastecía de agua a la Corduba romana, primero, a la Qurtuba musulmana, después, y por último a la Córdoba cristiana. Una larga historia, vaya que sí. No estábamos seguros, pero por el ruido del tráfico calculábamos que debíamos de andar cerca del cruce de Trassierra, como así era.
Desde la fuente emprendimos un rápido y movido descenso entre vegetación muy cerrada hasta alcanzar el embalse de la Jarosa, en un pequeño valle que haría las delicias de los campistas. Nosotros, desde luego, estábamos disfrutando sobremanera de la etapa. Una auténtica delicia, con grandes contrastes entre subidas, bajadas, trayectos por valles, duras subidas y emocionantes descensos, con todo el rango de vegetación con el que obsequia la Sierra. Sencillamente precioso.
Bordeamos el embalse de la Jarosa y, poco después, desechamos un camino que surgía a nuestra derecha, por seguir los postes azules de la ruta de Puerto Artafi y las marcas blancas y amarillas de sendero de pequeño recorrido. Aún no lo sabíamos, pero estábamos descartando un camino directo hasta Trassierra. En su lugar estábamos retomando la vereda de la Canchuela, lo que nos llevaría a dar un rodeo de varios kilómetros. En ese momento nos volvimos a encontrar con el grupo ciclista con el que habíamos conversado en la portela. Sospechoso. O ellos o nosotros estaban andando en círculos. Creo que no necesito aclarar quién.
Así pues, seguimos avanzando por la vereda, primero en subida, y luego en llano, hasta llegar a un cruce. Se trataba del cruce del GR-48 con la vereda de la Canchuela. Podíamos seguir a la derecha hacia Trassierra, por el GR-48, o seguir avanzando hasta Puerto Artafi, por un lado, y por el Camino Viejo de Almodóvar, por otro. Huelgo decir que giramos a la derecha. Llevábamos unos 23 kilómetros, y según la indicación, aún nos faltaban 4’5 kms. hasta Trassierra.
De nuevo en ascenso, nos adentramos en un frondoso bosque mediterráneo, para llegar poco después hasta una de las entradas del cortijo de Lo Vaca, marcada por una vistosa puerta. Seguimos sin problemas las marcas rojas y blancas del sendero GR-48, y con alternancia de subidas y bajadas, fuimos adentrándonos en lo que parecía ser El Salado. Poco después tuvimos confirmación de este extremo, cuando llegamos a la pista asfaltada de El Salado, justo en la zona en la que describe un giro de 90º. Ya no tuvimos más que seguir la pista hasta llegar a Santa María de Trassierra. Llevábamos 27 kilómetros largos de etapa. Más que si hubiéramos seguido el camino propuesto por la guía.
En Trassierra paramos a tomar algo de comer en un pequeño supermercado que se encuentra a la entrada del pueblo. Allí nos encontramos con unos amigos de Mané, que también se encontraban dando pedales por la Sierra. Nos ofrecieron unirnos a ellos, como así hicimos. No tenían muy claro por dónde bajar a Córdoba, pero a esas alturas poco importaba: iba a ser divertido. Al final, en plena marcha, decidieron volver por la Fuente del Elefante y el cortijo del Caño del Escarabita. Estaba encantado: hacía años que no pasaba por allí. Aunque, de esta manera, abandonábamos el plan de etapa que teníamos previsto. No es que importara demasiado, ya que llevábamos una interesante paliza en lo alto.
Pasamos por la fuente del Elefante en un rodar bastante agradable, y sin mayor novedad llegamos hasta el cortijo del Caño, donde giramos a mano derecha para enfilar, por el Camino del Caño, hasta las casas del Rosal de las Escuelas. Y desde allí, una nueva sorpresa: íbamos a atravesar el bosque de Fangorn hasta el cruce de Trassierra. Eso sí que era nuevo para mí. Había oído hablar a Mané de ese trayecto, pero no lo conocía. Y tengo que reconocer que tiene el nombre bien puesto: una subida (desde ese lado) por bosque tupido, por un sendero muy cerrado, con abundantes curvas y contracurvas, con breves pero duras subidas, algunas de ellas apuntaladas por postes de madera, para evitar su derrumbe. Y a todo esto le seguían vertiginosos descensos por bosque cerrado en tramos trialeros a más no poder. Magnífico.
Así, llegamos a la gasolinera del cruce de Trassierra pasada la una de la tarde. Y amenazando lluvia. El grupo al que acompañábamos había decidido bajar por la cuesta de Media Ladera, que desemboca en el cortijo La Gitana. Unas semanas antes le había propuesto a Mané subir por ahí, pero lo habíamos descartado ya que tenía noticias de que las lluvias de los dos últimos años habían arrasado el camino. Esto no disuadió a los amigos de Mané, que se equiparon con sus grebas de descenso. Viendo lo que se veía encima, me preparé para lo peor.
Me quedé corto. La cuesta de la Media Ladera es un camino árabe que se abre paso por el estrecho valle que se encuentra encajonado entre la carretera de la Albaida y la de San Jerónimo. El comienzo de la bajada era una sucesión de piedra triturada y arrastrada por el agua. Enormemente divertido con una bicicleta de doble suspensión, pero un poco más complicado para una simple. Aun así, le eché valor y realicé el descenso. Hasta el punto en el que el arroyo ha arrasado el camino. Era sencillamente impracticable, con tramos en los que el agua había arrastrado toda la cubierta de tierra, hasta horadar un par de metros de profundidad. No nos quedó más remedio que echar pie a tierra, y bajar por una cárcava encerrada entre matorrales y árboles medio arrancados del terreno. Una vez pasado una enorme roca, el arroyo se desvía a la derecha, por lo que pudimos seguir por el camino. Un camino que aflojaba los empastes, y no hablo de manera metafórica. Uno de nuestros compañeros observó, al llegar al final del descenso, que los anclajes de la suspensión delantera de su bici se habían desprendido de su sitio. Yo, por mi parte, conseguí llegar sin novedad hasta el final del camino. Fue ahí donde mis compañeros se sorprendieron al darse cuenta de que había hecho la bajada con rastrales, en lugar de con pedales automáticos. “¿Y cómo haces para sacar los pies si te vas al suelo?”, me preguntaron. “Sacarlos rápidamente”, fue mi respuestas. Creo que no mejoró la impresión que tenían de mí.
Desde ahí, la etapa estaba prácticamente terminada. Seguimos camino abajo hasta el canal, pasando junto al puente árabe de los Nogales y el matadero. Desde el canal llegamos hasta la carretera de la Albaida, y volvimos a Santa Rosa por la circunvalación. Y desde ahí, a casa. Llegamos a las 14:10h. Una bonita etapa, sin lugar a dudas. Esa tarde, cuando comprobé el recorrido en la cartografía y en Google Earth, ví que, como sospechaba, habíamos estado dando más vueltas que un trompo:
Ver Vereda de la Canchuela – Trassierra – Vereda de la Media Ladera (13/02/2011) en un mapa más grande
Los datos de la etapa son los siguientes:
Etiquetas: aqua augusta, córdoba, el salado, fangorn, fuente del elefante, gr-48, la jarosa, media ladera, mtb, puente de los nogales, sierra morena, trassierra, vereda de la canchuela