Tras la trepidante etapa del sábado, el domingo 24 me fui a rodar tranquilamente con Ana por las cercanías de Blanchardstown. En esta ocasión elegimos un nuevo trazado de la guía de paseos por cursos de agua del este de Irlanda que ya utilizamos para la etapa del Dodder de la semana anterior.
Esta semana estamos on fire
De nuevo volvimos a tomar el cercanías, si bien esta vez en dirección Maynooth, y con parada en la cercana Leixlip. Desde la estación bajamos hasta el pequeño pueblo de Leixlip, cuyo casco antiguo se alza junto a una curva del río Liffey, el río por excelencia de Dublín. Desde allí seguimos las indicaciones de Saint Catherine´s Park, por donde iba a transcurrir nuestro paseo. Dicho parque se extiende a ambos lados del Liffey, entre los condados de Fingal y Dublín, y es una zona tremendamente agradable para pasear. En la zona se tiene constancia de la existencia de aguas termales sulfurosas, que propiciaron la creación del cercano balneario de Lucan. En su momento eran famosas las emanaciones de olor a huevos podridos propias de las aguas sulfurosas. Hoy en día se sigue pudiendo apreciar dicho olor, pero por desgracia producido por una cercana planta de aguas residuales. A veces -contra lo que indica el dicho- cambia lo esencial y permanece lo accesorio.
Al comienzo del parque pueden encontrarse las ruinas de la hospedería de Lucan Demesne. Fue contruida en torno a 1790, y destruida pocos años después en un incendio, para no ser nunca más reconstruida. Desde allí, girando a la derecha, se alcanza una pasarela sobre el Liffey, que permite transitar por su parte derecha, en un agradable paseo entre enormes hayas.
Poco después se llega a un dique que, en su momento, permitía aprovechar las aguas del Liffey para suministrar energía a un molino. Hoy en día, con el molino ya desaparecido, se aprovecha la acequia principal para realizar piragüismo en aguas bravas. Ciertamente un buen reaprovechamiento del entorno, ya que por lo demás, el Liffey es enormemente tranquilo en esta parte.
El camino termina junto al balneario de Lucan, junto a la carretera. De vuelta sobre nuestros pasos, y cruzando de nuevo la pasarela, es posible seguir por la margen izquierda del Liffey, hasta llegar al antiguo molino.
…en claro contraste con la placidez que transmite el Liffey.
Una vez superado el molino, es posible internarse en el bosque de Saint Catherine´s. Tiene fama de ser uno de los más antiguos bosques de Irlanda, en su mayor parte constituido por hayas, contra la presencia habitual de robles, que es más corriente en estas tierras.
El camino, no mucho después, gira a mano izquierda, convertido en un sendero asfaltado que transcurre por medio de la floresta. Muy agradable para caminar, pero algo incómodo para el ciclista, si bien no por el firme, que es excelente, sino porque al ser tan estrecho obliga a molestar de manera continua a los peatones.
El camino enlaza de nuevo con la entrada del parque. Por nuestra parte, dimos por finalizada la etapa volviendo a la estación de Leixlip.
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El sábado 26 de enero de 2016 me levanté temprano. Había llegado la hora de realizar una etapa que llevaba tiempo -en realidad, desde que me mudé a Dublín- deseando hacer: la subida a Three Rocks, una de las colinas que se alza al sur de Dublín. Lo de temprano se debe a que, cuando vives al norte de un sitio y tienes que subir a algo que está al sur de ese sitio, hace falta una buena logística. Y tiempo.
En lo referente a la logística, opté por partir desde la estación de DART (metro de superficie) de Blackrock, al sur de la bahía de Dublín. Eso implicaba coger el tren de cercanías desde Castleknock hasta la estación de Pearse, y desde allí el DART hasta la citada Blackrock. A las 8 de la mañana ya estaba en la estación. Poca gente a esa hora, y no demasiado frío. Pero hacía viento, mucho viento. Era la primera vez que realizaba el recorrido, y había preparado concienzudamente recorridos, trazados en GPX y memorizado el plano de la zona. Esto último afortunadamente no haría falta, ya que para ello llevaba dos GPS. O eso pensaba yo. Mi teléfono principal, que había puesto a cargar por la noche, estaba descargado. Y en cuanto al secundario, donde registro la etapa con los sensores ANT+, dudaba mucho que fuera a aguantar toda la etapa, mostrando además por pantalla el mapa de la zona. Por suerte había llevado la batería externa, y en el trayecto pude poner a cargar el teléfono. Aunque no dio para mucho: nivel de carga al llegar a Blackrock del 25%.
La mañana, que había estado soleada al salir de Castleknock se había ido cubriendo paulatinamente. Cuando bajé en la estación de Blackrock pude notar que el viento era allí aún más fuerte. Iba a ser un día largo. SObre todo porque iba a subir desde el nivel del mar hasta unos 550 metros de altitud. Todos juntos, uno detrás de otro. Divertido.
Empecé a rodar a eso de las 9:10h. Esa parte era fácil. Salir de la estación de tren, atravesar el pequeño casco urbano de Blackrock y tomar la R-113, carretera de Leopardstown, hasta el pie de la colina. Subida lineal, progresiva, hasta superar la M-50 y llegar a Sandyford. Y desde allí, ya veríamos.
Estos primeros 7 kilómetros de etapa no presentaron mayor dificultad, salvo por el viento lateral que, a poco que salías a espacios abiertos, empezaba a resultar una persistente molestia. Eso y procurar no desorientarme en el recorrido. Hasta el momento era fácil, pero una vez llegué al parque de Fitzsimonds Woods, tuve que hacer algo contraintuitivo: abandonar la R-113, girar a la izquierda y luego a la derecha (más adelante pude ver que mi instinto estaba acertado, ya que el camino normal para subir a Ticknock es seguir recto por la R-113), para tomar el ascenso de State Cabin Lane, un extraño híbrido entre calle y carretera rural, con preciosas cercas de piedra cubiertas de musgo a pie de asfalto, bonitas casas, y una pendiente que para sí quisieran algunas carreteras de montaña. La cosa empezaba a ponerse seria. Y aún iba a ponerse más serie, cuando llegué a Woodside Road, que no tardaría en abandonar para tomar una empinada senda, que transcurría entre tojos: Dream Track.
Alguien tenía sentido del humor. Dream Track. Una subida entre tojos, estrecha, rota, chorreante de agua y con bastantes peñascos y agujeros. Divertida para bajar -tengo que admitirlo- con una doble y bastante sangre fría, pero un espanto para subir, aún con una rígida bastante ligera. Sobre todo cuando te equivocas -o sigues una senda de cabras- que más que subir había que escalar. Sobre todo si tienes en cuenta que subes un desnivel de 150 metros en poco más de 1 kilómetro. Eso, y que ya has sobrepasado la primera de las antenas del cerro.
Seguí con la subida -o más apropiadamente, con la escalada- por el sendero, las más de las veces arrastrando la bici que montado sobre ella, hasta que al fin alcancé la una de las sendas del parque de Ticknock, en el que se encuentra la cima de Three Rocks. Al fin un respiro.
Más de lo que esperaba, de hecho, ya que pronto comencé un divertido descenso, hasta enlazar con la carretera de las antenas. Tocaba disfrutar un poco del descenso, aunque eso suele ser algo malo cuando su objetivo es una cima. Una cima con antenas, para más señas.
Y claro, no tocaba otra que subir. Una subida espectacular, entre un bosque de pinos, por una pista asfaltada en mitad de un parque urbano. Tráfico cero, sólo deportistas. Y una pendiente del copetín. A tirar de platillo. Y no era para menos, ya que en algunos momentos las rampas llegaban a ser de un impresionante 17%.
A medida que iba subiendo pude ver la colina de Three Rocks y el parque de Ticknock en toda su gloria: gran cantidad de sendas, algunas para peatones y otras para ciclistas, vegetación cerrada que, poco a poco, dejaba ver pistas en todas direcciones. Y poco a poco, el bosque, que dejaba nuevo paso a una vegetación rala, apenas unos arbustos que no levantaban un palmo del suelo.
Llegué a la primera cota de la jornada -Three Rocks, 441m- a la hora y diecinueve minutos de etapa. Primer objetivo superado.
Hay que admitir que Three Rocks no es muy impresionante. Apenas un grupo de grandes bloques pétreos, que se dicen que forman parte de un viejo túmulo celta. Puede ser. Lo que de verdad impresiona son las vistas, ya que por primera vez tienes la oportunidad de contemplar, al sur, la mole volcánica de las Montañas Wicklow, y al norte, la Bahía de Dublín. Pero en ese momento lo que más impresionaba era el viento. Soplaba como si quisiera anunciar el fin del mundo.
Continué mi avance camino de la segunda cota de la jornada por una pista de grava en bajada, que me llevó de nuevo a bordear el bosque. Desde allí tomé la senda ciclista Metro 2. Y esto es importante: una pista exclusiva para ciclistas. Y es que en el parque de Ticknock están habilitando… ¡un bike park!
Lo malo para mí es que tomé la pista en sentido contraria. Quienquiera que la haya diseñado la había hecho pensando en recorrerla en sentido antihorario, y yo la estaba recorriendo en sentido horario. Eso quería decir que estaba subiendo por donde se suponía que había que bajar. Y se notaba en los saltos que se habían realizado en la pista. Excelentes para molar bajando, pero complicados de subir. Así que en algunos tramos tocaba buscarse las habichuelas fuera de pista. Pero aun así, qué virguería.
Seguí ascendiendo por Metro 2 hasta llegar a su cota máxima, de nuevo por encima del bosque, y otra vez con una vegetación rala azotada por los vientos. Podía ver Three Rocks, allí a lo bajo. Lo malo es que mi objetivo era Two Rocks y el Fairy Castle, y eso implicaba seguir subiendo. En esta ocasión, por un sendero que ascendía por una turbera que, chorreante de agua, hacía que me hundiera en ella hasta los tobillos.
Porque no quedaba otra que subir andando. En bici ni por casualidad, aunque el sendero estaba lleno de marcas de ruedas, que sin lugar a dudas eran de bajada. Y mucho valor había que tener, dicho sea de paso.
No llegué a Two Rocks. Al menos, no hasta el pie. Llegué hasta un nuevo sendero junto a más ¿túmulos? que conducía a Three Rocks junto a unos postes de piedra. Uno de los GPS se había quedado sin batería, y el otro -el ANT+- anunciaba que sólo le quedaba el 14% de carga. Y ya estaba más que harto de la turbera, del viento y de la madre que los parió. Tomé el sendero hacia Three Rocks, plagado de hoyos, piedras, charcos y esos raquíticos arbustos, hasta que salí a otro sendero en mejor estado, con bastante concurrencia de senderistas, hasta que llegué de nuevo a Three Rocks. Tocaba bajar. Y me había dejado lo mejor para el final: la bajada Metro 1 de Ticknock, diseñada para el Bike Park. Una pista sinuosa, que transcurría por pleno bosque de pinos, hasta el mismísimo punto donde había empezado a subir por asfalto. Bajé sillín, y me dispuse a pasarlo bien:
Y ya lo creo que lo pasé bien. 11 minutos largos de divertidísimo descenso, con barro, piedras, pinos, curvas y contracurvas, saltos y cruces, que harían la delicia de cualquiera. De cualquiera al que le guste esto, claro. Pero -de nuevo- mejor con una doble que con una rígida con Larsen TT de 1.9” en la rueda trasera.
De nuevo en la carretera, tocaba apretar. La batería del GPS no iba a durar mucho, y tampoco quería perder el tren. Terminé de realizar el descenso del parque de Ticknock hasta salir de nuevo a la R-113. Desanduve el camino hasta llegar de nuevo a Blackrock, justo con 5 minutos de margen para coger el DART hasta Pearse. Cubierto de barro y de restos podridos de agujas de pino. Pero feliz y contento. Habían sido 29’3 kms. de etapa en 2:13:02, con 695 m de desnivel acumulado.
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El sábado 16 de enero Ana y yo nos fuimos a rodar un poco por la ciudad de Dublín. Se trataba estrenar una guía de caminos junto a cursos de agua del este de Irlanda que habíamos comprado hacía algunos meses, durante una visita al Museo Nacional de Irlanda. Y la escogida para dar estreno al libro fue un recorrido de 14 kms. desde la desembocadura del río Dodder hasta el dique de Firhouse, construido en el siglo XIII para servir como fuente de abastecimiento de agua a la ciudad de Dublín, que era canalizada, primero, hasta el río Poddle, y posteriormente hasta unos depósitos en Saint James’s Street.
Empezamos tomando el tren de cercanías a las 10:00h en la estación de Castleknock, para dirigirnos hasta la estación de Pearse. Una vez allí, empezamos la etapa a las 10:38h, con un frío intenso, en torno a los 4ºC. En todo el día no pasaríamos de los 7ºC. Nos dirigimos en primer lugar hasta la ribera sur del río Liffey, para alcanzar desde allí los muelles del Gran Canal.
Esta es una antigua zona portuaria en muy degradada en la antiguamente, pero completamente recuperada hoy en día…
…si bien es verdad que se les ha colado algún que otro satán. Desde allí nos dirigimos al barrio de Ringsend (otrora refugio de forajidos, bandidos y salteadores), y a la desembocadura del río Dodder. Y desde allí, fuimos remontando el río, atravesando una sucesión de parques urbanos, en mejor o peor estado de conservación.
Una de las primeras vistas que se tiene es la del Estadio Aviva. Aguas arriba se llega al cruce bajo las vías del tren, que pasan en un elegante viaducto, junto al que se encuentra una antigua chimenea de fábrica.
A lo largo de todo el camino se van observando los sucesivos diques que tiene en su curso el Dodder. Antiguamente estos diques eran aprovechados para llevar agua a las casas de la zona, o bien para suministrar energía a molinos u otro tipo de fábricas.
Más adelante se llega a uno de los puntos más curiosos del recorrido: el rinoceronte. Nadie parece saber cuándo y por quién la estatua de un rinoceronte de bronce fue emplazada en el lecho del río, pero ahí sigue. Valga como comentario que justo al lado de donde se alza la estatua existe un famoso bar de la zona. Y ya sabemos la clase de bromas o apuestas que suelen fraguarse en esos sitios…
Seguimos remontando el río Dodder. En ocasiones por su margen izquierda, en otras por la derecha, en función del trazado de senderos, parques y, en ocasiones, calles nos permitieran.
El día, aunque frío, seguía respetando, pero es verdad que el cielo gris no dejaba pasar ningún rayo directo de luz.
En una de las ocasiones fue necesario cruzar el río por un paso de bloques de hormigón habilitados en el cauce del mismo. Aproveché para tocar el agua. Cómo no, helada.
Y así, poco a poco, con calma, pero sin pausa, acabamos recorriendo los 15 kilómetros que nos separaban de Firhouse. Llegamos a la una menos veinticinco de la tarde, justo cuando empezaba a chispear.
Aprovechamos para tomar unos bocadillos de almuerzo junto al dique, para emprender poco después el camino de vuelta.
El camino, esta vez, fue bastante más rápido. Pudimos aprovechar, pese a todo, para ver la vieja puerta de Rathfarham Castle, construida en 1770. Lástima que el móvil se hubiera quedado sin batería para aquel entonces.
Al llegar de nuevo al Gran Canal, fuimos directamente por la calle Pearse hasta la estación de tren, dando por finalizada la etapa al filo de las 14:00h.
Los datos de la etapa son los siguientes:
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Hoy he aprovechado la excelente mañana que hacía en Dublín para estrenar uno de mis regalos de Reyes: una copia china de una GoPro. Una camarita muy apañada que, pese a que no da la calidad de una GoPro, se porta con bastante decencia. Aquí dejo un vídeo rápido que he grabado en un trayecto junto al Río Tolka, desde Blanchardstown hasta el campo de golf de Elmgreen:
Había agua. MUCHA agua. Y barro, y hacía frío. Y ha habido que vadear arroyos, en los que Ulises se ha metido tras mía. Y hemos llegado cubiertos de barro, el perro y yo. Y he roto el cable del cambio trasero con una rama que se ha metido en la cadena. Pero ha sido enormemente divertido. Y todo eso en sólo 6 kilómetros.
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Empezamos la segunda etapa de nuestro viaje poco después de las 7:45h del Domingo de Ramos. Tras la complicada noche, y teniendo en cuenta que no teníamos prácticamente nada para comer, no nos demoramos demasiado en comenzar la etapa, sabiendo que podríamos tomar un buen desayuno en Villaharta.
La mañana, como el día anterior, se presentaba complicado en lo meteorológico. Según hacia donde miraras, se podían ver retazos de cielo azul…
…o un cielo gris y plomizo que no hacía sino presagiar lo peor:
Así que, seguramente, íbamos a tener un día bastante movido, como así fue. Volvimos a tomar la carretera de Villaharta, y a subir la dichosa cuestecita del día anterior. El Bar Mirasierra seguía cerrado, pero por suerte, un poco más adelante encontramos otro bar, abierto este sí, en el que pudimos tomar un buen desayuno, que venía fantástico dado lo fría que estaba la mañana. Aprovechamos que estábamos en el bar para analizar nuestro recorrido. Teníamos previsto continuar por el sendero GR-40 (Cañada Real Soriana) el mayor tiempo posible, pero dado lo lluvioso de los últimos días, temíamos encontrarlo muy poco practicable. Tras discutirlo, preferimos evitar este trazado, ya que barruntábamos tener que afrontar un rodar muy penoso por él debido al barro, y a la necesidad de vadear el río Guadalbarbo, algo difícil en época de lluvias. La alternativa era seguir el mayor tiempo posible por la carretera hasta la Gargantilla de Villaharta, para tomar, desde ahí, una buena pista agrícola que nos llevaría hasta el Puerto del Calatraveño. Incluso valoramos seguir por la carretera hasta Pozoblanco, y desde allí enlazar con nuestro recorrido en Alcaracejos. Pero no era algo por lo que estuviera dispuesto a pasar.
Dicho y hecho. Dejamos atrás Villaharta ascendiendo un nuevo puerto de montaña, con ocasionales descargas de lluvia, que no nos impidieron disfrutar de la impresionante vista de la Gargantilla de Villaharta, así como de su espectacular bajada hasta el río Guadalbarbo.
Lo malo de bajar, claro, es que tienes que volver a subir. Sobre todo cuando te diriges a algo que se llama “Puerto del Calatraveño”. En apenas 9 kms habíamos pasado de los 496 m. de altitud a los 673, y de nuevo a 457. Y teniendo aún que subir el Calatraveño, la cota máxima de la jornada con 765 m. de altitud.
Recién pasamos el puente sobre el Guadalbarbo encontramos a la izquierda nuestra pista agrícola. Ancha y bien mantenida, pero con un desnivel tremendo. Rampas del 15% que nos hicieron subir, en 1’3 kms, más de 100 metros de desnivel. Y con barro, mucho barro. Una subida exigente, y que nos hizo sudar la gota gorda. Lo malo es que, superada la cuesta, aún teníamos por delante unos 10 kms de marcha hasta llegar a pie de puerto. Iba a ser largo.
Continuamos durante 5 kms. hasta hacer una pausa. Por el camino subimos una tachuela que incidió más en el estado de ánimo que sobre las piernas en sí. Pero el camino era una sucesión de subidas y bajada, con marcada tendencia ascendente, que con el barro se hacía duro de recorrer. Hicimos la pausa en el punto en el que la pista se unía con el trazado de la Cañada Real, pasado el cortijo del Paguillo, donde volvimos a encontrar las marcas del Camino Mozárabe.
Terminada la pausa, sobre las 10:30h reanudamos la marcha. Siempre por la pista, en buenas condiciones, camino del pie del puerto. Pasamos por una nava con olivar y encinas a nuestro alrededor. Agradable a la vista, siempre en línea recta, pero de nuevo con subidas y bajadas. Llegamos al arroyo del Lorito, donde la pista pasó a estar asfaltada.
Allí tuvimos que tomar la segunda decisión del día: subir el Calatraveño por campo, o por carretera. En esta ocasión, y dada la importante paliza que nos había dado la pista, optamos por subir por carretera, algo que, en realidad tampoco era moco de pavo. Teníamos por delante 3 kms de subida con pendientes de hasta el 7%. Para hacer con buena letra. Algo que la cadena de la bici, que ya había empezado a saltar la jornada anterior, no parecía dispuesta a dejarme hacer. Cierto es que era nueva, pero esperaba que a esas alturas estuviera ya mejor aposentada. No era el caso.
Coronamos el puerto a las 11:30h. 750 metros de altitud, y algo más hasta la escultura Raíces de los Pedroches, de Aurelio Teno, que da la bienvenida al Valle de los Pedroches.
Un pequeño inciso. EL lector avispado habrá notado que el recorrido que estábamos realizado no es el que uno esperaría cuando se dirige desde Córdoba a Extremadura. Lo habitual para el conocedor de esos pagos es pasar por el valle del Guadiato, pasando por Espiel, Belmez, Peñarroya, pero luego girar hacia La Granjuela y Monterrubio de la Serena (o bien, si se viaja en coche, seguir hasta Zafra, y luego tomar la Ruta de la Plata), donde este trazado se enlaza de nuevo con nuestro recorrido previsto. Esto es algo que en los últimos años ha generado cierta polémica entre los aficionados al Camino Mozárabe en Córdoba. Y es que, si bien el trazado considerado histórico coincide con el expresado anteriormente, al seguir los trazados de los principales caminos romano y árabe, este trazado adolece de un grave problema: el recorrido histórico, a día de hoy, se encuentra principalmente bajo las aguas del pantano de Puente Nuevo y de la N-432. Por ello, en su día, la Asociación de Amigos del Camino de Santiago de Córdoba optó por un trazado por el Valle de los Pedroches, que cuenta con la ventaja de seguir igualmente un trazado histórico medieval (coincidente en su mayor parte con la Cañada Real Soriana), y con menos problemas de tráfico. En nuestro caso habíamos optado por tomar esta segunda opción, pero a día de hoy es algo que sigue generando polémica en la zona.
Finalizado este inciso en el relato, y nuestro descanso en el recorrido, reanudamos ambos, tanto relato como trazado. El tiempo había mejorado bastante, y el cielo azul se dejaba ver en toda su gloria. Algo que nos vendría bien porque aún teníamos más de la mitad de la etapa por delante (más de 35 kms). Pero lo más duro ya había pasado. A partir de ahí teníamos ante nosotros enormes rectas, un trazado en general descendente o plano, y mucho ánimo. Bajamos el puerto a toda velocidad, con velocidades que llegaban a sobrepasar los 40 km/h, y a pie de puerto hicimos el que esperábamos que fuera el último descanso hasta la hora de comer. Paramos en una pequeña área de servicio, restos de la vieja carretera, para tomar un pequeño tentempié.
Seguimos nuestra marcha, camino de Alcaracejos, con un buen ritmo, lastrado por molestos saltos en la cadena. La cosa empezaba a resultar molesta, cuando se consumó el desastre. La cadena se partió. No parecía un excesivo problema, y no era la primera vez que pasaba por eso. Con el tronchacadenas y un rato de trabajo mecánico solucionamos el problema. Lo malo eran -por un lado- la mala sensación que el problema transmitía. Y por otro, que el tiempo estaba empeorando de nuevo. El viento olía de nuevo a humedad, lo que presagiaba nuevas lluvias.
No quedó más remedio que desechar mi idea, que era volver a tomar camino camino de Hinojosa, para seguir rodando por carretera. Reducía el tiempo y el esfuerzo, pero nos exponía al tráfico, y ero menos interesante. Aunque mi padre, claro, agradeció el prolongar la marcha por asfalto. En fin, a cada uno lo suyo.
Al llegar a Alcaracejos el problema se produjo de nuevo. La cosa pintaba realmente mal. Ya había perdido dos tramos completos de cadena, que se empezaba a acortar de manera peligrosa. Y en Domingo de Ramos iba a ser completamente imposible encontrar repuestos, ya que esa eventualidad -necesitar un recambio de cadena- era algo que no había previsto.
Seguimos, por tanto, por carretera camino de Hinojosa. Pasamos Fuente la Lancha, y seguimos, rectos como una flecha, camino de Hinojosa. Pero de nuevo, y por tercera vez, volvió a romperse la cadena. La situación era ya desesperada. No tenía posibilidad de engranar piñones altos. Y encima, empezó a llovernos con saña.
Finalmente acabamos llegando, a las 14:52h, a Hinojosa del Duque. En el primer sitio donde vimos hospedaje, que no era sino el Restaurante El Cazador, fue donde dimos por finalizada la etapa. Poco antes había dejado de llover. Habíamos empleado más de 7 horas en recorrer los 60 kilómetros de etapa desde Villaharta. Una etapa dura y, en muchos aspectos, descorazonadora. Pero que, pese a todo, había valido muy mucho la pena.
El almuerzo en El Cazador fue poco menos que excepcional. Seguimos con nuestra dinámica habitual de pequeño descanso, lavado de ropa y preparación de la etapa siguiente, antes de hacer una pequeña visita al pueblo, que bien la merece. Ese día, además, pudimos contemplar la procesión de La Borriquita…
…además de visitar la Catedral de la Sierra.
La segunda etapa había finalizado, y teníamos para la tercera, además, un nuevo reto: encontrar una cadena para 9 piñones en Los Pedroches. Algo que iba a resultar más complicado de lo que nos podíamos imaginar.
Los datos de la etapa son los siguientes:
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