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De hecho, el mero acto de abrir la caja determinará el estado del gato, aunque en este caso los tres estados determinados en los que podía estar el gato eran: Vivo, Muerto y Jodidamente Furioso
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26 dic 20 Etapa ciclista: Neveras de Fixó y Río Lérez (24/12/2020)

El jueves 24 de diciembre, para celebrar adecuadamente la Nochebuena, realicé una nueva etapa en las cercanías de Forcarey. En este caso, el objetivo principal de la etapa era visitar las neveras de Fixó, pozos de la nieve datados en el siglo XVI, y que son de los pocos aún existentes en Galicia.

Con este objetivo en mente, salí al poco del amanecer por carretera en dirección a Cachafeiro. Esa parte del recorrido era sencilla de seguir, ya que existen letreros indicadores desde la misma salida de Forcarey. Una vez en Cachafeiro, sigue siendo cuestión de seguir los indicadores, pasando de una carretera provincial a pequeñas carreteras rurales, hasta que se llega, en continuo sube y baja, hasta la aldea de Fixó. Allí los carteles se hacen más discretos, pero siguen permitiendo seguir perfectamente la ruta que conduce a las neveras. Desde Fixó se inicia un ascenso de 2 km que lleva hasta las pistas del parque eólico de Masgalán. Primero por carretera rural, que al cabo de un rato pasa a ser una buena pista que sube entre un bosque de pinos. Una vez superado el ascenso, existen indicaciones de los distintos elementos visitables que hay dentro del parque eólico, por lo que se llega sin muchas dificultades hasta las neveras.

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Después de ver las neveras, existen distintas posibilidades para hacer: escogí visitar la mámoa de Rofete, enterramiento de época neolítica emplezado en un otero que permite divisar de manera simultánea los valles del Lérez y del Zobra. Lamentablemente la mámoa fue descubierta durante la construcción de un cortafuegos, y se encuentra en un estado de conservación lamentable.

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De hecho, encontrarla no fue tarea sencilla. Me pasé el trazado del cortafuegos siguiendo el camino, hasta llegar a una verja que impide el paso, y tuve que volver sobre mis pasos. Ya en el cortafuegos, pasé por delante de la mámoa un par de veces, hasta conseguir identificarla como el montón de guijarros desperdigados y parcialmente cubiertos por tojos. En fin, una lástima.

Desde la mámoa llegué a una nueva pista de mantenimiento de los aerogeneradores, que tomé hacia el norte, volviendo a pasar junto a la subida desde Fixó. Desde ahí seguí de nuevo hacia el norte, hasta llegar a una indicación de “subestación” en un bonito alto.

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Aunque a la larga se llega poco más o menos al mismo sitio, tomé la pista de la izquierda, que en un rápido sube y baja lleva primero a un camino rural entre bosque, y luego a la carretera provincial. Desde allí mi idea era tomar una pista que baja hasta Loureiro, pero no pude encontrarla, así que bajé un poco por carretera hasta tomar una nueva carretera rural que también lleva a Loureiro.

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Continuando el descenso, se llega hasta las cercanías del castro de Loureiro. Desde allí seguí por carretera hasta las cercanías de Dúas Igrexas, donde mi idea era continuar por el trazado del PR-G 113, y bajar hasta Forcarey. Lamentablemente la senda se encuentra muy cerrada para bici de montaña, y tuve que volver por carretera. Pero pude disfrutar de un agradable área de recreo con un embalsamiento del Lérez, un azud y su antiguo molino harinero.

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Por último, ante la imposibilidad de seguir la senda de los Puentes del Lérez, subí hasta Dúas Igrexas, y desde allí volví a Forcarey por carretera.

Datos de la etapa

  • Distancia: 25’549km km
  • Distancia (según el GPS): 25’54 km
  • Altitud ascendida: 641 m
  • Tiempo de etapa: 2:00:52
  • Tiempo desde el inicio de la etapa: 2:37:51
  • Calorías consumidas: 1166 kcal

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15 dic 20 Etapa ciclista: subida a Portalén durante la Tormenta Dora (06/12/2020)

El fin de semana del 5-6 de diciembre se sufrieron en España los efectos de la Tormenta Dora. En lo que respecta a Forcarey, dichos efectos se tradujeron en lluvias muy intensas, al inicio, seguidas de nevadas, que no tardaron en dejarnos un resultado como el que sigue en el cercano Monte Seixo:

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Sabiendo que en lo alto de la Sierra de Cando, a la que pertenece Monte Seixo, se encuentran diversos restos megalíticos, no hizo falta demasiado tiempo para que me empezara a gotear el colmillo ante la perspectiva de poder rodar un poco en la zona con nieve. Y tenía un claro objetivo en mente: Portalén, la puerta al otro mundo. Y es que entre los elementos megalíticos de la zona destacan dos: el menhir de Marco do Vento, y su cercano compañero, Portalén, o la Puerta de Alén, un grupo de restos graníticos cuarteados por la intemperie, pero sobre los que un par de ellos se alza una insólita roca a modo de dintel, constituyendo una suerte de puerta.

El domingo por la mañana tuve la suerte de que el tiempo concedió una tregua por la mañana, ante lo que me faltó tiempo para cargar la bici en el coche, y dirigirme a los aledaños de la Sierra de Cando. Dado que desconocía el estado y tráfico de las carreteras, no quise arriesgarme a recorrerlas con tiempo tan complicado, y opté por un plan conservador: dirigirme a la aldea de Carballás, a media subida hacia lo alto del monte. Llegué allí al filo de las 9 de la mañana, y a las 9:11h ya estaba rodando. Y con frío, bastante frío: 2ºC según el termómetro del coche.

Por suerte iba a entrar en calor pronto. La subida es directa (en realidad, desde prácticamente la cercana Cerdedo no se deja de subir), dura y sostenida. Rampas de hasta el 15% por asfalto, cruzando pasos canadienses y en los que al poco de salir del pueblo empecé a ver la nieve. La paliza dura algo más de dos kilómetros antes de conceder un breve respiro, para a continuación tener otro tanto de lo mismo.

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A medida que iba ascendiendo, en una pista asfaltada sin tráfico alguno la nieve, que al poco de salir del pueblo ya se había hecho presente, pasó a ser algo más que una anécdota. Lo que, combinado con las espectaculares vistas que tenía ya desde medio ascenso, prometían una etapa fuera de lo común. Y lo acabaría siendo, pero no por lo que yo esperaba. Cuando me aproximaba a la cima (968 msnm), la niebla, o más bien nubes bajas, hicieron acto de presencia, convirtiendo las estupendas vistas en una sucesión de borrones blancuzcos que emergían de la gran mancha blanca en la que se había convertido el entorno. Hermoso a su manera, pero estremecedor al aproximarse a la cota máxima de la etapa, y el lugar donde empezabas a encontrar aerogeneradores.

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A esas alturas la pista se había reducido a apenas dos surcos en la nieve, gracias a la presencia el día anterior de operarios en el parque eólico, y que no prometían nada bueno para mi integridad física en caso de salirme de ellos. No es que mi experiencia con la nieve sea muy grande: una bajada del puerto de Cebreiro en 2007, una etapa en Ballinastoe (Irlanda) en 2017, y esa mañana. Pero por suerte las estupendas Kenda Navegal que monta la Giant hicieron su trabajo. Más adelante iba a necesitarlas.

Una vez ascendido Monte Seixo, no existe una cima propiamente dicha, sino una especie de falso llano en altura, por el que se encuentran ubicados los aerogeneradores del parque eólico. Avancé por la pista de mantenimiento en busca del Marco do Vento y Portalén, que sabía cercanos a la pista, junto a un aerogenerador, a mano izquierda en el sentido de mi avance. Pero la niebla poco a poco estrechaba su abrazo, y la visibilidad se veía claramente perjudicada, con el riesgo de pasármelos… como fue el caso. Tras consultar el GPS y volver sobre mis pasos, di con el aerogenerador, pero ni rastro del Marco do Vento ni de Portalén. No se veía a más de 20 metros. Quedaba explorar un poco. El grosor de la nieve era a esas alturas de unos 10-15 cm, pero en la práctica se encontraba sobre matorrales, por lo que al poco de salirte del camino te veías con nieve hasta la rodilla. Y así, tras explorar un poco, di con el primero de los monumentos: el Marco do Vento.

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El Marco do Vento es un menhir de unos 5-6 metros de altura, que destaca insólitamente del resto de rocas graníticas de su entorno, precisamente por su colocación vertical. En días normales tiene que ser impresionante, pero esa mañana, entre la niebla, resultaba algo siniestro. Y una vez dado con el Marco do Vento, sabía que Portalén no se encontraba muy lejos. Y en efecto, tras un rato de arrastrar la bici por la nieve, pude distinguir su tremenda silueta. Portalén: la Puerta del Mas Allá.

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Como se aprecia, son tres secciones de granito separadas entre sí por grandes espacios vacíos en vertical, que podrían ser naturales, pero sobre dos de ellas se encuentra una piedra de manera completamente antinatural, que hace muy difícil pensar que sea un capricho de la naturaleza, y más resultado de la mano del hombre. Como son indudablemente mano del hombre las ofrendas que se encuentran bajo el dintel de la puerta:

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La Porta do Alén según la mitología, es la puerta al otro mundo y por ello se debe pasar por ella para comunicarse con los muertos y allí preguntarle lo que se desee. Se debe entrar desde el Norte hacia al Sur. El viento os dará la respuesta pero nadie debe saberlo. Es preciso volver a salir por la puerta ya que si no quedaremos en el mundo de los muertos.

(GaliciaMáxica)

Por mi parte, tuve buen cuidado de cruzar de norte a sur, y de no preguntar nada, por el viejo principio de no hacer preguntas cuya respuesta no quieras saber, ni quién te puede responder. Así, tras un rato haciendo el indio, y con cierto problema de congelación en los pies (a diox gracias había reemplazado ya los pedales automáticos por rastrales y llevaba mis botas de campo, pero me encontraba de nieve hasta media pierna), desandé el camino, y me dispuse a volver a Carballás, no sin antes contemplar el paisaje circundante una vez más:

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Nieve y niebla hasta donde alcanzaba la vista, que no era mucho.

Una vez volví al camino, desandé mis pasos hasta un cruce a mano izquierda. Un supuesto camino sin salida, pero que en los mapas aparecía con enlace a media subida que había hecho anteriormente. Y con más nieve. Cómo contenerse. Un descenso bastante divertido, pero en el que me despisté dos veces, lo que me costó afrontar duras subidas que me podía haber ahorrado. Pero fue esfuerzo bien invertido, ya que pude disfrutar de pequeños lagos helados de montaña…

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…unas estupendas vistas del valle, una vez hube bajado lo suficiente, y el encontrarme con caballitos salvajes. Tras volver a la pista de mantenimiento del parque, afronté el descenso a Carballás, antes de volver a caer en la tentación. Había previsto bajar al pueblo por una pista forestal que se abría a mano derecha, sentido descendente, y que suponía una variación sobre el camino de ascenso. No tardé en encontrarla, cubierta de nieve sin sendero, surco o marca alguna. Nadie en su sano juicio iría por ahí.

En efecto, nadie. La gracia de rodar en nieve fresca es que una vez clavado en la nieve ésta te hace rodar recto. Lo que no está mal, salvo que quieras cambiar de dirección, o sea el camino el que lo haga. Y esto último era precisamente lo que pasaba en la revirada pista por la que iba bajando, sin ver ni torta de las piedras, surcos, ramas o agujeros que había bajo la uniforme capa de nieve.

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Me asombra decir que salí del trance sin un rasguño ni un solo extraño de la bici. Gracias por las Kenda Navegal que llevaba montadas, se demostraron a prueba de todo. Pronto dejé atrás la nieve, para quedarme con un camino embarrado que me hizo sufrir las de Caín antes de llegar de nuevo a Carballás, donde, antes de dar por finalizada la etapa, hice un pequeño recorrido turístico por su exiguo -pero bello- casco urbano.

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Tras finalizar la etapa, cargué la bici en el coche, y me dirigí de vuelta a casa. Al poco de bajar de la montaña y entrar en el casco urbano de Cerdedo, empezó a llover. Ya no dejaría de hacerlo hasta dos días después.

Datos de la etapa

Distancia: 19’672km km
Distancia (según el GPS): 19’66 km
Altitud ascendida: 453 m
Tiempo de etapa: 1:48:22
Tiempo desde el inicio de la etapa: 2:18:52
Calorías consumidas: 935 kcal

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13 dic 20 Etapa ciclista: Forcarey – Puentes del Lérez – Santa María de Acibeiro (28/11/2020)

El sábado 28 de noviembre hice la que sería mi primera etapa ciclista en Forcarey. Por razones laborales Ana y yo vamos a pasar por aquí una temporada, por lo cual no tuve menos que subirme una bicicleta de montaña: una Giant Trance X4 que adquirí recientemente de segunda mano. Estupenda herramienta, vive Diox.

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Tiene Forcarey algunos aspectos interesantes: se ubica en una zona del interior de la provincia de Pontevedra, casi en el centro geográfico de Galicia, y aproximadamente a la misma distancia de Pontevedra, Santiago de Compostela y Orense. Y al ser una zona de media montaña, tiene gran cantidad de recorridos para hacer. La zona, además, es pródiga en elementos culturales para conocer: calzadas romanas, poblados celtas, monumentos megalíticos, monasterios y puentes medievales, además del nacimiento de los tres ríos más importantes (excepción del Miño) de la provincia de Pontevedra: el Verdugo, el Umia y el Lérez. De este último pasa cerca de Forcarey un recorrido PR (PR-G 113, para ser exactos) por sus puentes, desde el Monasterio de Santa María de Acibeiro (siglo XII), que se puede recorrer de manera lineal, pero que se puede hacer circular enlazando por algunas carreteras y pistas de la zona.

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Así pues, salí de Forcarey, bajando hasta la ribera del Lérez por la aldea de A Ponte. Allí pude encontrar sin mucha dificultad las marcas blancas y amarillas del PR-G 113. Lo tomé en sentido descendente del río. Era una mañana heladora, y el encontrarse junto al río no contribuía a mejorar las cosas. Además el sendero no es ciclable en muchos de los tramos, por lo que era necesario echar pie a tierra y la bici al hombro. Lo que con pedales automáticos no era especialmente sencillo -ni seguro- con la cantidad de barro, hojarasca húmeda y piedras de la zona.

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Sin embargo, el esfuerzo tuvo pronto su recompensa, cuando el estrecho sendero fluvial se abrió al llegar a una vieja represa, motivada por la existencia de un molino harinero, junto al puente de Gomail. Una auténtica belleza medieval de tres arcos, y que además conllevaba una sorpresa:

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…y es que nos encontrábamos en el trazado de un nuevo Camino de Santiago que se ha recuperado: el de Geira y de los Arrieros. Este Camino transcurre por una antigua calzada romana desde lo que hoy es el norte de Portugal hasta la zona norte de Galicia. Aún no cuenta con reconocimiento oficial, pero es algo que se espera que no tarde en conseguir.

Pasado este punto, tocaba salir del fondo del valle, y para ello el camino sigue una antigua corredoira, que lleva a las aldeas de Gaxín y Cabanas, primero, y luego a Cachafeiro. Una auténtica paliza, que no hacía sino demostrarme que después de unos cuantos meses sin apenas coger la bici, el ciclismo estaba poniéndome las cosas en su sitio. Al menos, el paisaje era estupendo.

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Llegados a Cachafeiro, se toma una carretera rural que lleva, en suave descenso, hasta la aldea de Espindo, para después conducir al campamento juvenil Pontemaril. Estrictamente hablando, no hay que llegar a él, sino salir por una pista a la derecha de la carretera, señalizada como Castro de Loureiro. Pero me confundí, seguí por la carretera, lo que me costó un rato de consultar mapas y cruzar corredoiras. No fue un rato, desaprovechado, pese a todo.

Una vez encontrado el camino, la pista vuelve a subir de manera abrupta, dura, aunque no deja de ser amplia y asequible. Y al llegar arriba, la sorpresa: uno de los castros fortificados mejor conservados de Galicia, aunque poco conocido, y abandonado en mitad de la nada. Pude darme el gusto de recorrerlo, si bien cubierto por la hojarasca, antes de continuar mi recorrido.

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Una vez dejado atrás el castro, se llega a una nueva carretera rural, a la altura de Loureiro; allí se gira a la izquierda, para de nuevo girar a la derecha, en una tremenda subida con rampas del 15% hasta Valiñas. Quizás el tramo más desagradable del trayecto, merced a la existencia de sendas vaquerías, a la entrada y salida de la aldea, que atufan la zona. En fin, cosas del agro.

Pasada Valiñas, se toma una nueva pista agrícola, que tras dos kilómetros de ardua subida desemboca en la PO-534, y que constituye la cota máxima de la etapa. Desde allí, en falso llano y posteriormente en suave descenso, se acaba llegando (bien por carretera o por una divertida pista paralela a ella) hasta el cruce que permite llegar hasta el monasterio de Santa María de Acibeiro, como ya he apuntado, construido en el siglo XII, y que a día de hoy es un estupendo hotel rural.

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Desde allí mi idea era retomar el PR-G, y desembocar de nuevo en Forcarey, pero la mañana se me estaba echando encima, y llevaba ya una cierta paliza en el cuerpo. Así que opté por bajar por la PO-534 de nuevo hasta Cachafeiro, y desde allí volver a Forcarey por carretera, dando por finalizada la etapa. Una estupenda inauguración de mis salidas por la zona.

Datos de la etapa

Distancia: 24’571 km
Distancia (según el GPS): 24’54 km
Altitud ascendida: 543 m
Tiempo de etapa: 2:17:31
Tiempo desde el inicio de la etapa: 2:34:34
Calorías consumidas: 2289 kcal

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11 dic 20 Camino del Cid 2019: Epílogo(07/VI/2019)

Esta entrada es la parte 7 de 7 de la serie Camino del Cid 2019

No puedo cerrar esta historia sin contar nuestra vuelta a Andalucía. Como no podía ser menos, volvimos en coche hasta Córdoba, en un viaje de 5 horitas de coche. De nuevo por la N-330 hasta Utiel, para tomar posteriormente la A-3, la A-43, y por último, la A-4 hasta Córdoba, aunque con una parada bastante especial: Las Navas de Tolosa.

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En mi caso, no me demoré mucho en mi ciudad, ya que tenía que volver a Sevilla esa misma tarde en un media distancia que no había conseguido reservar en Valencia, pero cuya reserva -bici incluida- sí pude hacer por Internet.

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Ya en Sevilla, en vez de esperar el cercanías para Santiponce, me animé a cruzar la ciudad, y encaminarme a casa desde la Estación de Santa Justa. Lo que tampoco era un gran drama. Algo menos de 11 kilómetros, cruzando por la Ronda Histórica hasta el Puente de la Barqueta, luego la Isla de la Cartuja, y por último mi vuelta a casa habitual desde el trabajo, por el Estadio Olímpico y el Campo de Tiro de Camas. Nada espectacular, después de haber hecho más de 260 kilómetros con alforjas en los días anteriores.

El único aspecto molesto es algo que, en realidad, no he referido en la historia. Y es algo que ya apunté en el prólogo de este relato: el sillín. Cometí el tremendo error de estrenar un sillín ergonómico para este viaje. Un sillín pensado para cicloturismo, en teoría más cómodo que mi Selle de carreras, pero en la práctica, una verdadera tortura. Durante las 4 jornadas de viaje -recordemos, más de 260 kilómetros- me estuvo haciendo rozaduras, y provocando molestias en la ingle, que en determinados momentos llegaron a dormirme las partes nobles, además de hacerme unas muy fastidiosas rozaduras. Así que un consejo: nunca, nunca, nunca se ha de estrenar un sillín para un viaje de alforjas.

Y así, sin más, llegué a casa. Y no tardé mucho en disfrutar de una Irish IPA de Kildare -de cervezas va la cosa- con mi señora esposa, que tan pacientemente había aguantado a su señor marido haciendo el indio por ahí. :mrgreen:

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Y colorín colorado, esta historia se ha acabado.

O casi, porque hay tres pequeños detalles más:

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Así quedaron las cubiertas de la bici, la delantera y la trasera. Se nota dónde iba más carga.

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Tanto le gustó a Ana lo que le contamos mi padre y yo de nuestro viaje, que ese mismo septiembre ella y yo pasamos unos días de vacaciones en la zona. Camino del Cid, pero de Teruel hacia el norte. La foto sobre este texto es del puente romano de Calamocha. :)

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También ese septiembre Arturo Pérez-Reverte publicó su novela “Sidi, Un Relato de Frontera”, sobre las vivencias de un Rodrigo Díaz de Vivar cuando era un desterrado de Castilla, que tenía que ganarse la vida en la frontera de los reinos cristianos y musulmanes. Hubiera sido estupendo tener la novela en el viaje, pero con el Poema de Mío Cid ya fuimos suficientemente ilustrados.

Y ahora sí, vale.

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10 dic 20 Camino del Cid 2019. Etapa 4: Sagunto – Valencia (06/VI/2019)

Esta entrada es la parte 6 de 7 de la serie Camino del Cid 2019

La última etapa de nuestro Camino del Cid la empezamos con algo de retraso con respecto a lo habitual: y no era para menos, ya que teníamos por delante la etapa más corta y sencilla de todo el trayecto, pero la que nos permitiría hacer algo de turismo, ya que teníamos en nuestro viaje nada menos que Segunto y Valencia, dos de las ciudades más importantes del Levante, cada una por méritos propios.

Y precisamente con la idea de hacer algo de turismo en mente salimos del hotel sobre las 8:45h. No tenía sentido salir más temprano, ya que ni el Teatro Romano ni el Castillo abrían antes de las 10:00h.

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Dejamos atrás Canet, y remontando el cauce del río Palancia, cruzamos de nuevo hasta Puerto de Sagunto, para desde allí subir hasta la inmortal Sagunto. Excusa por la que Roma y Cartago combatieron a muerte en la II Guerra Púnica, con Aníbal cruzando los Alpes con sus elefantes, que aterrorizarían a Roma durante años, la ciudad se alza en una cresta rocosa, donde se amontonan los restos iberos, romanos, musulmanes y cristianos, que se pueden conocer en tres ubicaciones concretas: Teatro, Castillo y Museo.

En nuestro caso, nos encaminamos en primer lugar a la oficina de turismo, donde conseguimos un nuevo sello en el salvoconducto, y una nueva chapa para la colección. Desde allí subimos hacia el Teatro y el Castillo. Imposible perderse: se sube por la Calle del Castillo.

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La subida hasta el Teatro es criminal, pero vale la pena el esfuerzo. Nosotros llegamos pronto, antes de la apertura, y nos tocó esperar un poco.

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Dado que no teníamos nada donde atar las bicis (ni con qué) no hubo otra que hacer la visita por turnos. El Teatro Romano de Sagunto sufrió hace algunos años una polémica restauración, pero que no por polémica permite entender de manera clara las dimensiones reales de un teatro romano, cosa que muchas veces se nos escapa (salvo en sitios concretos como Mérida o Santiponce) ya que por lo general se conservan sólo las gradas, pero no el escenario. En este caso era así, pero -merced a la restauración comentada- se reconstruyó el fondo escénico. Una vista impresionante.

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Después del teatro, como no podía ser menos, tocaba el castillo. Si ya la subida al teatro había sido criminal, la del castillo fue matadora. Desde el mar -0 metros- hasta Sagunto -45 msnm- habíamos subido de manera suave, pero de ahí al teatro -82 msnm- y al castillo -125 msnm- tuvimos que salvar rampas de más del 15%, y encima por adoquín. Determinados tramos tuve que hacerlos haciendo eses. Para echar el bofe.

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La visita al castillo no desmerece, pero por nuestra parte de nuevo nos tocó hacerla por turnos, y por desgracia apenas pudimos visitar una pequeña parte. El tiempo empezaba a apremiar. Aun así, es altamente recomendable, y valía bien mucho el esfuerzo de la subida.

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Dejamos atrás el castillo y el teatro, y nos internamos por la judería de Sagunto, callejeando un poco por ella, antes de dirigirnos al museo arqueológico. De nuevo, dos visitas que vale la pena hacer con tiempo, algo de lo que nosotros empezábamos a carecer.

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Una vez salimos del museo, tomamos rumbo sur con dirección a Puzol. Nos separaban 25 kilómetros de Valencia, que íbamos a recorrer por una nueva vía verde, abandonada ya nuestra querida Ojos Negros: la Vía Verde Xurra. Esta vía verde, el tercero de los trazados ferroviarios que atravesaban la huerta norte valenciana (junto con el FGV y el de RENFE) fue desmantelado por la competencia de estos dos trazados, y convertido en una estupenda vía verde, casi completamente rectilínea, que atraviesa naranjales y huertas, para llegar a Valencia, y que guarda algunos secretos interesantes.

Llegamos a Puzol sin mayor novedad, donde aprovechamos para comprar algo de lotería (huelga decir que no tocó), y desde allí tomamos nuestra vía verde. Un trazado excelente, y que tiene la particularidad de pasar por lugares cidianos bastante señalados, como El Puig, que hizo varias veces de cuartel general del de Vivar en varias de sus algaradas. Pasamos rápidamente por diversos municipios, como La Pobla de Farnals, Massamagrell, Museros, Albalat del Sorells y Meliana, antes de llegar a Alboraya.

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Y me detengo aquí porque, poco antes de llegar a Alboraya, tuvimos una sorpresa en forma de miliario romano. Reconstruido, claro. Y es que estábamos siguiendo el trazado de la Vía Augusta, que unía Cádiz con Roma, y que a día de hoy en buena parte de España se conoce como N-340. También fue en este punto donde tuve el primer incidente mecánico del viaje, y que a punto estuvo -5 kilómetros de nuestro destino- de dar al traste con el viaje: se me soltó una biela del plato.

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Era este un fallo que venía experimentando desde que le pues el monoplato al cuadro de la Fuji: el problema de poner un monstruoso plato de 48 dientes, pensado para una bicicleta en pista, en un cuadro de MTB es que hay grandes posibilidades de que los dientes del plato rocen en las vainas del cuadro, como era mi caso. Para evitar esto, tuve que poner una serie de espaciadores en el eje del pedalier por la parte del plato, que hicieron que el pasante del eje no sobresaliera todo lo que debía por el otro lado del pedalier, y que la biela no se ajustara de manera adecuada. Como resultado, tenía que andar de cuando en cuando reajustando la biela y volviendo a apretar tornillos. Sin embargo, desde hacía algunos meses estaba bastante estable, y no había experimentado problemas. Pero estaba claro que los brutales esfuerzos del puerto de Arenillas y de la subida al castillo de Sagunto habían reavivado el problema. Lo malo es que necesitaba apretar con enorme fuerza los tornillos de la biela para poder asegurarla, usando para ello una llave de carraca. Y conmigo no tenía más que una triste allen de mi kit de herramientas. Iba a ser complicado. Apreté todo lo que pude, y crucé los dedos para que la biela aguantara en su sitio todo lo que pudiera. Que por desgracia, no iba a ser mucho.

Pero habíamos llegado a Alboraya, a las puertas de Valencia. Nuestro viaje llegaba a su fin, pero antes de dirigirnos a la joya de la corona del Cid, no podíamos menos que hacer una parada con la que llevaba tiempo relamiéndome: la horchatería Daniel, una de las más afamadas de Valencia, que cuenta a Salvador Dalí o Rafael Alberti como algunos de sus más ilustres visitantes. Y donde nos íbamos a hinchar a horchata y fartóns, por recomendación de mi gran amigo Carlos Navarro.

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Tras esta estupenda parada, seguimos camino de Valencia. No tardamos en entrar en el extrarradio de la ciudad, si bien en mi caso con problemas en la biela, que no dejaba de aflojarse, y que me obligaba a recolocar a pataditas en su sitio. Absurdo esfuerzo, pero a esas alturas no nos íbamos a parar a buscar una tienda de bicis. Entramos en la ciudad por las avenidas de Cataluña y Aragón, por las que desembocamos en el viejo cauce del Turia. Allí era tentador entrar en la ciudad, y dirigirnos rápidamente a la Catedral, pero en su lugar, hicimos algo mejor: remontamos el viejo cauce, convertido hoy en día en un estupendo parque urbano, hasta llegar al Puente de los Serranos, y la espectacular Puerta que flanquea la entrada a la ciudad. Habíamos cumplido nuestro objetivo. Valencia era nuestra. Apenas unos segundos antes de las dos de la tarde. Habíamos concluido nuestra Conquista de Valencia.

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Entramos en el casco viejo de Valencia, y nos encontramos con una riada de gente. Principio de verano y una temperatura estupenda, por lo cual era algo de esperar. No tardarmos en llegar a la cercana Catedral, con su archifamoso Miguelete:

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Desde allí, no tardamos en encaminarnos al ayuntamiento, donde teníamos que obtener el último de los sellos de nuestro salvoconducto. Hasta allí nos guio amablemente un cartero, que -cosas de la vida- había hecho la mili en Cerro Muriano, y que nos conoció el acento. Además de guiarnos, nos recomendó encarecidamente visitar la Oficina Central de Correos, una auténtica preciosidad.

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Y ya en el Ayuntamiento (que tampoco desmerece) conseguimos el tan ansiado sello, y la última de nuestras chapas. Allí nos atendió una chica -qué cosas- también con lazos familiares con Córdoba, a donde quería desplazarse para trabajar de guía turística.

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Con el objetivo cumplido, nos quedaba algo de tiempo -no mucho- para visitar el centro de la ciudad, antes de tener que embarcar en el tren camino de Cella. Y es que nuestro recorrido tenía una ventaja: teníamos un tren directo, que pasando por Sagunto y Teruel, nos devolvía a Cella, nuestro punto de partida.

Almorzamos en una bocatería cercana al ayuntamiento (lástima de no disponer de mucho tiempo para degustar una paella o un arroz del señoret como bien se merecía), y luego volvimos a dar un paseo en torno a la catedral…

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…antes de encaminarnos a la preciosa Estación del Norte, que irónicamente está al sur del casco antiguo. En fin.

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Allí esperamos tranquilamente la salida de nuestro tren, no sin antes tener un absurdo problema en mi objetivo de comprar mi propio billete de tren de Córdoba a Sevilla con bicicleta, y que fue imposible de tramitar en la estación, ya que al parecer ese tipo de billetes -media distancia de otra comunidad autónoma, pero de la misma compañía ferroviaria- no se pueden comprar, ni en ventanilla, ni con máquinas automáticas. Completamente absurdo.

Ya en el tren, nos acomodamos para un tranquilo viaje que nos habría de llevar de vuelta a Sagunto, para acto seguido, continuar a Teruel. En la estación de Sagunto se nos unieron otros dos ciclistas, por lo que en un momento dado íbamos casi más bicicletas que personas en nuestro vagón, y que obligó a algunos malabarismos como los billetes al revisor, ya que -en teoría- sólo se permiten 3 bicicletas por convoy.

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Al llegar a Teruel, parada anterior a nuestro destino, conocimos a a Pedro, un trabajador de Adif, y que vive en Cella. Nos dio conversación al vernos con las bicis, ya que también era ciclista. Nos comentó algunos aspectos curiosos sobre la vía verde de Ojos Negros, y el estado del ferrocarril minero restante en la propia mina. Y así, de palique, llegamos a la estación de Cella. Continuamos con Pedro, conversación va y conversación viene, hasta llegar a Cella, donde nos ya nos separamos. Y así, casi sin pensarlo, llegamos de nuestra a nuestra casa rural.

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Tras unas duchas y un poco de descanso, nos dirigimos al bar junto a la fuente de Cella. Para nuestra suerte, en los días transcurridos desde nuestra partida habían fumigado el pueblo, y no tuvimos que sufrir -al menos, no tanto, los voraces mosquitos de la zona-. Y de esa manera, pudimos disfrutar más a gusto de una estupenda cerveza, como la que nos tomamos la víspera de la partida.

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Una Turia. Por supuesto. Una estupenda manera de cerrar el círculo.

Datos de la etapa

Distancia: 45’979 km
Distancia (según el GPS): 45’98 km
Altitud ascendida: 287 m
Tiempo de etapa: 2:48:49
Tiempo desde el inicio de la etapa: 5:34:00
Calorías consumidas: 1945 kcal

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