La sexta etapa del Camino arracó a las 7:35h desde el hotel en el que nos estábamos hospedando, a la entrada de Orense, justo en el trazado de la Vía de la Plata. Como mi padre aún se encontraba bastante débil por su enfermedad, optó por no recorrer la etapa, con lo que fuimos Pablo y yo los que la afrontamos en solitario. La mañana se presentaba fría, con unos 13.5ºC de temperatura, pero no tanto como en días anteriores. Descendimos desde Cumial hasta Orense atravesando Seixalvo. Este tramo de la Vía transcurre por el antiguo trazado de la N-525 (ahora desviada por una variante), salvo algunos tramos en que la abandona para atravesar las aldeas de la entrada de Orense.
Entramos en Orense un poco antes de las 8:00h. Paramos en una cafetería de la entrada de la ciudad a tomar algo de desayunar, y unos minutos después emprendíamos nuestra marcha. Siguiendo las indicaciones del Camino, atravesamos la ciudad, pasando por la Plaza Mayor y el casco histórico. Y cuando aún no habíamos llegado al Puente Romano, afrontamos el primer contratiempo del día: Pablo rompió el tensor metálico de uno de los brazos del freno V-brake de su rueda trasera. Aún fantaban al menos dos horas para que abriera cualquier tienda de bicicletas, y no teníamos manera alguna de repararlo. Por ello, no nos quedó más remedio que romper el otro tensor, ya que habíamos observado que al quedar sólo uno de ellos hacían que el freno se desplazara completamente, tocando con la rueda. De esta manera, al menos, el freno no se quedaba completamente bloqueado, aunque es cierto que bailaba un poco.
Una vez realizada la ñapa del día, continuamos hasta llegar al Puente Romano de Orense, donde nos echamos unas fotos.
Subimos el puente, y poco después llegamos a la bifucarcación de caminos. Hay dos posibles trazados a seguir para salir por la Vía de la Plata desde Orense. El primero de ellos discurre por Amoeiro y Cima da Costa, y es el más fiel al trazado de la antigua vía romana. El segundo, por Tamallancos, sigue por el antiguo Camino Real, volviendo a encontrarse con el primer camino en Casasnovas. Optamos por tomar la primera opción, así que, una vez llegados a la bifurcación, tomamos el camino de la izquierda, pasando frente a la estación de ferrocarril, camino al pueblo de Canedo, siguiendo el viejo trazado de la N-120 durante un rato, para girar posteriormente a la derecha en un polígono industrial. Atravesamos las obras del AVE, y así, tras pasar por un túnel bajo el viejo ferrocarril, afrontamos la primera pared del día: la infernal costiña de Canedo.
Una de las cosas que he aprendido es que hay que desconfiar cuando los gallegos se refieren a algo con un diminutivo. La costiña de Canedo permite salir del valle del Miño, salvando un desnivel de 275m (desde los 125 hasta los 400) es un trayecto de menos de 2 kms., lo que supone una pendiente media del 14%. Y era la primera vez que veía una carretera con bolardos de hormigón. La subida fue dura, durísima, hasta llegar a la aldea con el apropiado nombre de Cima da Costa. Conseguí afrontarla del tirón, con la sola excepción de un instante que paré para apoyarme en un muro, antes de seguir dando pedales.
Al menos al final de la subida teníamos dos buenas noticias esperándonos. La primera era que había una fuente donde saciar nuestra sed. La segunda, como rezaba una inscripción en piedra, era que ya sólo nos quedaban 99 kms. hasta Santiago. La contrapartida es que la fuente estaba llena de los mosquitos más molestos que imaginarse pueda, por lo que tuvimos que abandonar rápidamente el lugar.
Continuamos el camino con un perfil mucho más asequible: prácticamente plano, con sólo subidas y bajadas suaves. Seguimos un rato por una carretera rural, pasando por Liñares y, poco antes de llegar a Alfonsín, continuamos por un camino que poco a poco se iba internando en el clásico bosque gallego en galería, que tan en falta había echado en las jornadas anteriores.
El camino se podia seguir en este tramo muy fácilmente, ya que era ancho y se encontraba bien cuidado, aunque en algunos momentos anunciaba, por su perfil quebrado y algo sinuoso lo que más adelante nos íbamos a encontrar. Y así, a las 10:00h llegamos a la pequeña población de Ponte Mandrás, cuyo nombre viene dado por el puente medieval que cruza sobre el río Barbantiño.
Cruzamos el río y atravesamos Mandrás. Dejamos la carretera rural para tomar de nuevo un camino que nos condujo de manera bastante cómoda por las poblaciones de Pulledo y Pereda, antes de llegar a Casasnovas, al pie de la N-525. Con un suave ascenso, marcado por ocasionales rampas, llegamos a Cea, la primera gran parada del día. Habíamos recorrido aproximadamente dos tercios del camino hasta el Monasterio de Oseira. En Cea, pueblo famoso en toda Galicia por la calidad de su pan, aprovechamos para sellar la credencial en el Ayuntamiento, tomar un tentempié a base de horrorosas barritas de cereales (la mía, incomible, acabó en una papelera) y de unos razonables plátanos, y descansar un rato.
A partir de Cea, el perfil de la etapa se hizo más duro. Salimos del pueblo por un camino que pasaba junto al campo de fútbol de la localidad, y nos internamos poco a poco en el bosque. Pasaban de las 11:15h cuando abandonamos Cea, y el calor se iba dejando notar. El camino, a diferencia del que habíamos venido trayendo, se hizo más complicado, con abundantes tramos de piedra, suelta en ocasiones, que nos hacían avanzar con más dificultad. Cerca de la aldea de Mosteirón salimos a una pista asfaltada, que nos condujo poco a poco hasta un puerto de montaña. Cerca de unas casas que se encontraban antes de subir el puerto nos encontramos con la típica abuela rural gallega: robusta, con botas de campo, traje de faena y un pañuelo en la cabeza. Nos dio ánimos para la subida y nos deseó un buen camino. Se agradecieron sus palabras, porque la subida, por mitad de un cerro pelado y con abundante calor se hicieron de agradecer.
Salvado el alto, seguimos por un suave descenso de unos 3 kms. hasta llegar a Oseira, pueblo formado en torno al famoso Monasterio, donde llegamos recién pasado el mediodía. Habíamos completado los 32 kms. de la etapa más corta que teníamos previsto realizar. Llamamos por teléfono a mi padre y a Ana, que venían de camino. Habíamos estado comentando qué hacer en caso de terminar demasiado pronto esta etapa: bien volver a Orense, y realizar dos etapas más hasta Santiago, o continuar avanzando hasta Lalín, para recortar una etapa y llegar con algo más de margen a Santiago. Si decidíamos continuar, teníamos 24 kms. de etapa aún por realizar, vía Castro Dozón. Nada que no hubiéramos hecho otros días.
Mientras esperábamos, sellamos las credenciales en el Monasterio, y aprovechamos para interrogar al chaval que actuaba como encargado sobre el resto de la etapa hasta Lalín. Si estábamos dispuestos a seguir, nos recomendó evitar el trazado del Camino. Él, decía, lo había efectuado tres días antes y se encontraba bastante embarrado por unas recientes lluvias, y muy complicado. Nos recomendó salir de Oseira por la carretera que comunicaba con Rodeiro, y seguir desde allí hasta Lalín. Maldita fue la hora en la que le hicimos caso.
Ana y mi padre llegaron pasadas las 13:00h. Como ya era tarde para hacer la visita al monasterio, tomamos la decisión de ir a Rodeiro. Según el guía, no tendríamos más de 10 kilómetros hasta allí. Salimos de Oseira por carretera a las 13:30h, mientras Ana y mi padre se adelantaban para buscar dónde comer. Y pronto la cosa empezó a torcerse. La subida por carretera se hacía cada vez más dura, sazonada con un fuerte calor, que nos hacía sudar la gota gorda sobre la bici. Al pasar por la aldea de Aspera le preguntamos a un lugareño la distancia hasta Rodeiro. Su respuesta nos dejó helados: unos 18 kms., subiendo por los cerros. Aquello tenía mala pinta.
En efecto, estábamos subiendo por una carretera de montaña que, por lo que pudimos ver, no hacía sino alejarnos de nuestro recorrido previsto. Al cabo de unos kilómetros nos incorporamos a otra carretera que subía aún más en la montaña. Pasamos junto a las aldeas de Cabana y Povadura, y seguimos ascendiendo a lo alto de un monte coronado de repetidores y de un parque eólico. Al llegar a la cima me percaté de que no sólo estábamos dando un rodeo de unas decenas de kilómetros, sino que el guía nos había hecho subir al monte más alto de los alrededores, con el sugerente nombre de Monte Faro, en la Sierra de Faro. Como es de imaginar, estaba que se me llevaban los demonios.
Llegamos a la cima del monte a las 14:10h. La suerte es que a partir de ahí todo era descenso, que hicimos rápidamente. Poco después de pasar Couso, y en una curva bastante cerrada a izquierdas, nos encontramos con una nueva dificultad, esta vez en forma de rebaño de vacas. Ocupaban toda la carretera, y por lo que pudimos ver, no tenían la menor intención de apartarse de ella. El vaquero que las guiaba nos miraba divertido, y con poca intención -más bien ninguna- de actuar para que pudiéramos pasar. Así que le echamos valor y muy lentamente pasamos junto a aquellas enormes vacas, que nos miraban fijamente. Si una vaca no se aparta a tu paso, malo. Y peor aún si alguna lleva -como era el caso- un ternerillo.
Salvado el trance de las vacas, seguimos nuestro descenso hasta llegar a Rodeiro, pueblo de Pontevedra en el que entramos pasadas las 14:45h. 18 kilómetros de carretera de montaña nos habíamos metido entre pecho y espalda, en una hora y veinte minutos. Y lo que es peor, nos habíamos alejado de nuestro destino, ya que aún nos quedaban 16 kms. hasta Lalín. Estábamos dando un rodeo de 10 kms. por la Sierra. Valiente consejo habíamos ido a seguir. Así que, visto lo visto, y lo tarde que era ya, decidimos dar por concluida la etapa en Rodeiro. Almorzamos en un excelente restaurante, que sirvió para compensar en parte las penurias de la jornada.
Por la tarde volvimos al Monasterior de Oseira, ya que había una visita guiada. Guiada por el chaval que nos había mandado a la quinta puñeta por lo alto de las montañas. La charla, aunque interesante, nos dejó claro cuál era el defecto del guía: ser un charlatán que contaba las cosas de oídas, mezclando churras con merinas. Hubiera sido un digno colaborador de Fríker Jiménez en sus programas. Aún chirrían en mis oídos las perlas filosófico-matemático-esotéricas con las que iba trufando la visita al Monasterio. Pese a todo, la majestuosidad del entorno compensaba semejantes deslices.
Finalizada la visita, volvimos a Orense. Por segundo día consecutivo bajamos a las Termas A Chavasqueira para darnos unos baños termales. Tras la paliza del día, no pude menos que agradecerlo. En esta ocasión Ana no nos acompañó, prefiriendo quedarse en el hotel. Al salir de los baños quisimos cenar en Orense. Misión imposible. Pese a ser un jueves de agosto, nos encontramos cerrados todos los restaurantes, pizzerías o tascas de la zona. Y eso que sólo eran las 23:00h. Cuando creíamos que nos íbamos a tener que ir a la cama sin cenar, nos encontramos una bocatería regentada por latinoamericanos. Nos hicimos con unos deliciosos bocatas, y volvimos al hotel para cenar. Ana se había quedado dormida viendo la tele.
Preparamos el equipaje y lo dejamos todo listo para la jornada siguiente. La última, con final en Santiago. Nuestro Camino estaba llegando a su fin.
A continuación se puede ver el mapa con el recorrido que hicimos en azul. En color rojo se aprecia la variante de Cudeiro, en primer lugar, y en segundo, el recorrido que deberíamos haber efectuado desde Oseira:
Ver Vía de la Plata. Etapa 6: Orense – Estación de Lalín (05/08/2010) en un mapa más grande
En cuanto a los datos de la etapa, son los siguientes. Los he dividido en dos partes: la primera hasta Oseira, y la segunda desde Oseira hasta Rodeiro:
Etiquetas: calzada romana, canedo, cea, lalín, liñares, monasterio de oseira, mtb, orense, puente romano, rodeiro, sierra de faro, Vía de la Plata
El pasado domingo volví a salir con la bici por Córdoba con mis viejos amigos. En esta ocasión salimos a dar pedales Marcos, Mané y yo. Había estado planificando la etapa con Mané a lo largo de la semana, en la que habíamos definido tres hitos clave: subida de la Loma de los Escalones, pasar por Villa Alicia y enlazar con la carretera del 14%, y bajar a Córdoba por Los Postres, cortafuegos que coincide en su recorrido con el gasoducto a Badajoz (y cuyas tomas de ventilación son los que dan el nombre a la bajada). No conocíamos el punto de comienzo exacto de Los Postes, ante lo cual decidí echar en la mochila el mapa topográfico de la zona.
El domingo amaneció con una intensa niebla, y con frío, mucho frío. Habiamos quedado a las 9:00h en casa de Mané, y cuando asomé por la puerta, teníamos una temperatura de 7ºC, que prometía bajar cuando saliéramos de la ciudad. Marcos llegó con un poco pasadas las 9:00h, y nos encaminamos a Santa Rosa. Había propuesto tomar la subida de la Loma de los Escalones desde el puente romano del arroyo Pedroche, siguiendo el trazado del Camino Mozárabe, cosa que hicimos. Por suerte conocía bien el trayecto, ya que la intensa niebla apenas nos permitía seguir las flechas amarillas, en especial una vez pasado el puente y el Molino de los Ciegos. Pronto llegamos a la zona de Torreblanca, donde el espanto constructor que ha destrozado la zona hizo mella en nuestro ánimo. La primera dificultad vino porque parte del trazado del Camino se encuentra perdido, vallado por una obra inconclusa. Esto nos obligó a desviarnos por una calle paralela al trazado, si bien pudimos recuperar el Camino poco después, para internarnos en una zona boscosa, donde hicimos la primera parada del recorrido.
Descendimos por el trazado trialero hasta retomar la carretera de la Virgen de Linares justo a su final. Siempre siguiendo las flechas amarillas, nos dispusimos a realizar el ascenso de la Loma de los Escalones. Subimos como buenamente pudimos el primer repecho de sendero quebrado, con una niebla que nos hacía gotear humedad condensada, y con 5.5ºC. Enormemente agradable.
Conseguí pasar las primeras paredes con un razonable éxito, pero a costa de desfondarme completamente, lo que pagaría posteriormente. Seguimos ascendiendo por el trazado de la calzada romana, con sus impresionantes cortados en la roca de la loma. Una vez pasada la primera pared, seguimos ascendiendo por un tramo algo más favorable, antes de llegar a la bifurcación que hay junto a un poste de la luz, donde empecé a pagar el esfuerzo del tramo anterior. A medida que íbamos ascendiendo se veía que la niebla estaba despejando en las partes altas, por lo que no debíamos de tardar mucho tiempo en salir de ella por encima.
Así fue, al llegar a la parte de los escalones de caliza asomamos a un día radiante por encima del banco de niebla. Pasamos los escalones con algún percance y haciendo bastante equilibrismo sobre la caliza mojada, lo que le daba un extra de complejidad a la subida. De esta manera asomamos a la parte superior de la loma, donde se encuentra la parte arrasada por la cantera en explotación.
Desde allí seguimos ascendiendo por el camino de cantera que lleva hasta la curva del Frenazo, en el trazado antiguo de la N-432. Hacía tiempo que no transitaba por allí, y tengo que admitir que no recordaba ese ascenso tan duro como se me hizo. Estaba empezando a arrastrarme sobre la bici. Por suerte, no mucho después llegamos a la Curva, donde hicimos una segunda parada, en la que Mané y yo aprovechamos para reponer algo de fuerzas a base de barritas de cereales.
Una vez descansados, y disfrutando de un agradable sol, continuamos nuestro ascenso, siempre ciñéndonos a las indicaciones del Camino Mozárabe, lo que implicó cruzar el viejo trazado del ferrocarril de Almorchón. Subimos por una parte bastante abrupta donde existe una placa que recuerda a Vicente Mora Benavente, gran impulsor del Camino Mozárabe, ya fallecido:
Durante un rato circulamos en paralelo a la vieja Nacional, hasta que llegamos al comienzo de la cuesta que tiene por mal nombre Arrastraculos, y que forma parte del trazado original de la calzada romana que veníamos siguiendo. Afrontamos razonablemente bien las primeras rampas del ascenso, aunque con gran cansancio por mi parte. Iba necesitando un descanso. Pese a ello, Marcos y Mané no se me fueron tanto como pensaba, y nos reagrupamos en la pared final de subida a la Ermita. Atacamos la pared con desigual éxito: Marcos consiguió subirla al segundo intento, Mané lo hizo a la primera, y por un inoportuno bloqueo de la rueda delantera me quedé en clavado en mitad de la subida. Creo que hubiera podido subirla, porque, como bien comentó Mané, era una cuesta más de pulmones que de piernas, y las piernas me habían respondido bien.
Desde la ermita bajamos hasta Cerro Muriano, pasando junto al comienzo de la vereda de la Posada del Pino, que atraviesa la finca de Villa Alicia. Como nos temíamos, el propietario tenía vallada de manera ilegal el comienzo de la vereda, imposibilitando el acceso a ella. De momento decidimos bajar hasta el Muriano, y allí hacer un descanso. Durante éste, que aderezamos con unas bien merecidas tostadas, nos encontramos con un grupo ciclista de amigos de mis compañeros de etapa. Les comentamos nuestra intención de pasar por Villa Alicia, cosa que nos desaconsejaron debido a los pleitos que desde hace tiempo mantiene el propietario, y las dificultades que pone a los transeúntes.
Aun así, decidimos volver a la vereda. Vimos que estaba completamente cercada por vallas, restos de escombros, que se había cavado una zanja para impedir el paso, y arrasado la cobertura vegetal para intentar hacer desaparecer el camino. Estuvimos dudando un rato, hasta que vimos en el topográfico un posible trazado a seguir, intentando evitar la casa principal. Dicho y hecho. Con la ayuda de mi amiga Roberta salvamos la cerca, y nos adentramos en una antigua cantera. Pronto salimos a un camino que habría de llevarnos hasta una edificación. Viendo que había coches decidimos dar la vuelta para evitar problemas. Volvimos al trazado original de la vereda, y nos encontramos otro coche apostado en ésta. Al oír ladridos de perros, y para evitar males mayores, volvimos sobre nuestros pasos y salimos de la finca. El segundo objetivo del día había quedado frustrado.
Así pues, bajamos de nuevo al Muriano, y tomamos a la izquierda la carretera que comunica con la variante de la N-432. Al llegar a la incorporación, nos detuvimos. Desde allí teníamos dos posibilidades: ir por la N-432 hasta divisar la vereda, que pasa por debajo de la Nacional, salir de ésta, y tomarla hasta su final, en la carretera del 14%; o bien tomar directamente la carretera del 14%. Optamos por la segunda opción, debido a la peligrosidad de la N-432, si bien con la idea de quedarnos con la zona en la que la vereda enlazaba con la carretera.
Afrontamos el ascenso por carretera. Rápidamente Mané empezó a sufrir sus ruedas de 2.35”, así como el llevar una doble suspensión, frente a las rígidas con suspensión que llevábamos Marcos y yo. No tardamos en abrir hueco, ante lo que tuvimos que moderar el ritmo. No era plan de descolgarnos.
Seguimos subiendo hasta llegar a la zona donde teníamos que tomar el desvío para el cortafuegos de Los Postes, entre el campo de tiro olímpico y la entrada al club de golf. Localizamos el desvío justo al final de la rampa existente, y nos dirigimos hacia la estación de control del gasoducto. Empezaba el descenso de Los Postres. Bajamos un primer tramo hasta unos postes eléctricos, donde disfrutamos de una impresionante vista del valle bañado aún en la niebla. Espectacular.
El primer descenso era terrible: con un enorme desnivel, erizado de pinos a nuestra derecha, con un abrupto barranco a la izquierda, y una curva a derechas al final del trazado. Al menos no se veía con tierra suelta. Mané tardó poco tiempo en decidirse a bajar, y lo hizo como un campeón.
Marcos lo afrontó poco después, con razonable éxito. Yo, por mi parte, tenía reciente la caída de hacía dos semanas en Avionetas Express, por lo que decidí bajar este tramo con algo más de tranquilidad. Desde abajo, la verdad, la vista tampoco animaba demasiado a lanzarse por él. Al menos, no con la bici que llevaba.
Teníamos aún más de 2,5 kms. de descenso por el cortafuegos por delante, y llevábamos ya 25 kms. de etapa entre pecho y espalda. El cortafuegos constituía una sucesión de bajadas aderezadas con ocasionales subidas que nos hacían desesperar. Empezábamos a acusar el esfuerzo de toda la jornada, y pasábamos ya de la una de la tarde. Y así, entre subidas y bajadas, llegamos al desvío. Al principio nos costó identificarlo, ya que era un sendero bastante estrecho que surgía a la derecha, pero las inconfundibles marcas de motocicleta, y la vista de la Meseta Blanca a nuestra derecha ayudaron a despejar nuestras dudas.
Afrontamos el cambio de terreno, pasando de descender por un cortafuegos a seguir un sendero de cazadores sobre los riscos de una loma, entre abundantes arbustos, y pasando por zonas embarradas que me hicieron temer por mi integridad física, merced a que mi cubierta trasera se había convertido en un bloque de barro uniforme. Y la caída, por un sendero que hacía equilibrios en una ladera enormemente empinada, no era precisamente moco de pavo.
Poco a poco nos íbamos acercando a nuestro objetivo: la meseta blanca. Pasamos por una zona de cuevas, en donde vimos a una solitaria oveja pastando. No pudimos menos que echarnos unas fotos. Primero en la entrada de la cueva…
…y después con la oveja:
Al fondo del valle pudimos ver una casa, justo a la que llevaba el cortafuegos de Los Postes. Pudimos ver que de la casa surgía un camino que llevaba a la N-432, pero no era plan precisamente de tirarse por esa cuesta abajo. Además, estábamos ya muy cerca de la Meseta. Retomamos nuestro camino, y llegamos hasta la ella. Pasaban de las dos de la tarde. Era la primera vez que estaba en ella, y las vistas eran espectaculares. No pude menos que echar una panorámica en 360º. La vista lo merecía:
A esas alturas me había quedado ya sin agua, y Mané se quejaba de estar hambriento. No era para menos. Llevábamos ya 5 horas de etapa, por lo que decidimos volver a Córdoba por la vía rápida: bajar de la Meseta por el descenso del Alimonao, y seguir por el valle del arroyo Pedroche hasta Puente de Hierro. De nuevo, una bonita bajada, muy técnica, y peligrosa en mi caso, por el abundante barro y la cubierta poco adecuada que llevaba atrás.
Una vez abajo, y un poco antes de llegar al cruce con el camino de la cantera de Santo Domingo, Mané empezó a quejarse de molestias en su rodilla izquierda. Seguimos descendiendo a un ritmo algo más relajado, pero no mucho después notó que la cosa iba realmente mal, con un dolor bastante intenso. Por suerte, nos encontrábamos ya muy cerca de Córdoba, pero esos últimos kilómetros lo pasó bastante mal. Así que a un ritmo bastante tranquilo llegamos hasta Puente de Hierro, y subimos hasta el Barrio Naranjo. Nos dirigimos a casa de Mané, donde lavamos las bicis, y dimos por concluida la etapa, al filo de las tres menos cuarto de la tarde.
El recorrido en Google Maps es el siguiente:
Ver 2011/01/30: Loma de los Escalones – Postes – Meseta Blanca en un mapa más grande
En cuanto a los datos de la etapa, son los siguientes:
Etiquetas: 14%, calzada romana, córdoba, cerro muriano, cortafuegos, gasoducto, loma de los escalones, los postes, los villares, meseta blanca, mtb, puente de hierro, puente romano, vereda de la posada del pino, villa alicia
Después del lote de escribir que me pegué ayer tengo que admitir que estaba como loco por salir a rodar un poco. El caso es que había estado toda la semana intentando quedar con mis compañeros de trabajo para salir a rodar, y por unas cosas y otras, no habíamos conseguido quedar en nada. Así que ayer por la tarde decidí salir a rodar, lloviera, tronara o nevara. Y la verdad, menos mal que iba con esas intenciones, ya que una de las tres cosas sucedió, y otra de ellas estuvo a punto de hacerlo.
Esta mañana subí a Guillena con la intención de realizar el recorrido que efectuamos el pasado 17 de octubre: El Guillenazo. La salvedad es que decidí hacerlo en sentido inverso: subir por la trialera del Camino de Santiago hasta Castilblanco de los Arroyos, enlazar con La Cantina a través del pantano de Los Molinos y del embalse de Guillena, y bajar de vuelta a Guillena por la Ruta del Agua. Un recorrido conocido, de algo más de 50 kilómetros. No me voy a extender demasiado en él, ya que lo he narrado en ocasiones anteriores, salvo para comentar algún detalle llamativo.
En primer lugar, la trialera tenía algunos tramos bastante perjudicados por las últimas lluvias: enormes torrenteras se habían llevado prácticamente el camino en ellos, y lo que quedaba era un auténtico barrizal que se desmoronaba al pasar por él. Otros tramos, en cambio, se encontraban bastante bien. Las partes de pizarra y caliza se encuentran entre estos últimos. Las partes menos abruptas, por el contrario son las más perjudicadas. Las cubiertas Kenda han tenido un comportamiento desigual: en las partes abruptas se han comportado de manera excelente. En cuanto a las de barro, en las zonas de barro grueso han dado un buen rendimiento, pero en las zonas de barro fino (arcilloso y similares) he sufrido algunos sustos, debido a que el barro se acumulaba en ellas, perdiéndose el dibujo completamente (tanto en la Blue Groove como en la Small Block Eight).
El resto de tramos han sido bastante tranquilos, con muy poca gente, comparado con días anteriores. He realizado la etapa casi sin parar (apenas un rato para intentar fotografiar unos almendros en flor), y dos pequeñas paradas para orientarme a la salida de Castilblanco y llegada a La Cantina.
Lo realmente llamativo del día ha sido la climatología. Toda la etapa ha estado cubierto, con abundante viento racheado, y con un frío bastante intenso. En toda la mañana no se ha subido de los 8ºC, y la mínima la he tenido en Castilblanco, con 5ºC. Esto hacía que en las partes de descenso (aprox. 30 km/h) llegara a tener una sensación térmica de -6ºC. Por suerte, la lluvia no hizo acto de presencia hasta que me encontraba realizando el tramo de la Ruta del Agua, de camino ya a Guillena. A eso me refería antes cuando decía que a punto estuvo de nevar. Tronar, la verdad es que no, salvo que nos refiramos metafóricamente a los continuos disparos de cazadores que me fueron acompañando durante las más de tres horas de etapa.
El recorrido, como decía antes, se corresponde con la etapa del Guillenazo (si bien en sentido contrario), cuya representación en Google Maps es la siguiente:
Ver 2010/10/17 El Guillenazo en un mapa más grande
Los datos de la etapa son los siguientes:
Etiquetas: castilblanco de los arroyos, guillena, la cantina, mtb
El sábado pasado, como ya adelanté en otro artículo, salimos a rodar Mané, Javi Aljama, Enrique y yo. Durante la semana había estado en contacto con Mané para repetir la salida que habíamos hecho el 24 de diciembre del año pasado, y al final pudimos quedar para realizar esta etapa. Cuando Mané me pasó el plan de recorrido el viernes anterior a la etapa, no pude menos que echarme las manos a la cabeza: subida por la cuesta del Reventón, el vado de Negro, y la bajada por Avionetas Exprés, que para mí constituía un misterio, pero sonaba amenazador. Salíamos a las 10:00h, y yo aún me encontraba en Sevilla. Vamos, que el sábado iba a tocar madrugar para que me metieran una paliza espantosa. Pero… ¿quién dijo miedo? Además, que ya iba siendo hora de estrenar las cubiertas Kenda que tenía guardadas en el maletero del coche desde antes de vacaciones: una Blue Groove de 2.10” para la delantera, y una Small Block Eight de 2.10” para la trasera. Algo menos indicada para el barro, pero buena rodadora.
Llegamos a Córdoba con un precioso día pasadas las 9:00h, lo que marcó un espléndido contraste con todo el viaje, que hicimos desde Sevilla hasta Écija en un continuo banco de niebla que me hacía albergar negros presentimientos para la etapa del día. Pero el magnífico tiempo que hacía en la ciudad no tardó en despejar mis temores. Con el tiempo justo para preparar la bici y los arreos ciclistas, salí de casa para encontrarme con mis compañeros de etapa. Hacía ya largos años que no rodaba con Javi Aljama, y nunca lo había hecho con Enrique. Y allí estaban los tres, con sus excelentes burras de doble suspensión. Me llamó especialmente la atención el material de Enrique: protecciones para descenso de rodillas y espinillas -grebas, vamos-, casco integral… y cubiertas de descenso de 2.50”. Para subir -me daba la impresión- las iba a pasar canutas, pero iba a ser espectacular verlo descender. Como así fue.
Sin muchos más preámbulos que los correspondientes saludos y alusiones al tiempo que hacía que no nos veíamos, salimos. Enfilamos hacia el Tablero, camino del Patriarca. Subimos por la calle del Barón de Fuente Quintos, con la idea de atrochar por la cerca de la Arruzafa hasta la parte baja del Patriarca, pero no fue posible, ya que las obras de urbanización de la zona tenían todo completamente cortado. Por ello, no nos quedó más remedio que subir hasta el Parador, y entrar por la urbanización. A esas alturas Enrique venía purgando penas por llevar esas cubiertas, y no mucho después tomó la decisión de subir hasta el inicio del Reventón por la carretera de las Ermitas. Javi, Mané y yo entramos por la dehesa. Las cubiertas me estaban transmitiendo buenas sensaciones, y a diferencia de la última etapa con Mané, no me estaba encontrando fuera de punto. Era pronto, de todas maneras, para evaluar eso. Subimos a un ritmo razonablemente bueno, en el que pude aguantar a ambos sin demasiados problemas, hasta el enlace con la carretera de las Ermitas. E las rampas más duras perdí pie, y me tocó arrastrar un poco la bici. Aún no he recuperado toda la agilidad deseable en terrenos complicados.
Una vez agrupados con Enrique, afrontamos la cuesta del Reventón. Gracias a llevar unas cubiertas menos gruesas que las de Javi y Mané (2.35” en su caso), pude aguantarles razonablemente bien el ritmo en la parte de asfalto y en las primeras rampas de tierra. Enrique, por su parte, las pasaba canutas. Pero tampoco teníamos demasiado prisa, y el día prometía ser largo. Al final, decidimos subir cada uno a su ritmo, y encontrarnos al final de la subida. Poco a poco Mané y Javi se me fueron escapando, y a Enrique rápidamente lo dejamos atrás. La subida del Reventón aparecía increíble: la torrentera que cruza varias veces el recorrido estaba completamente desbordada, de tal manera que el propio camino se encontraba convertido en un arroyo, cosa que nunca antes había visto. En la subida me crucé con abundantes senderistas, que no dejaban de dar ánimo ante la dura subida.
Llegué arriba con unos cuantos minutos de diferencia con Javi y Mané, y aun así tuvimos que esperar un rato a que Enrique terminara de realizar la subida con esa bestialidad de cubiertas. Y así, tras un descanso razonable, continuamos la subida hasta el Lagar de la Cruz. En el cruce de las Ermitas tomamos el pequeño sendero que, en paralelo a la carretera, sube hasta el Lagar. Sendero que había recorrido muchas veces hacia abajo, pero nunca hacia arriba. Bueno, alguna vez tendría que ser la primera, ¿no? El sendero, a diferencia de la subida anterior, era algo más tendido y relajado, pero mucho más angosto y con más barro. Iba a ser una buena prueba para las cubiertas nuevas. Prueba que superaron con una excelente nota, sin darme más problemas que una derrapada al pasar sobre dos raíces, cuando la cubierta trasera me patinó sobre una de ellas al quedar bloqueada la rueda delantera con la otra.
No pudimos, como era nuestra intención, llegar hasta el Lagar siguiendo por entero el camino, ya que en uno de los innumerables cruces de la red de caminos acabamos saliendo a la carretera junto a una zona vallada. Esto nos obligó a subir por carretera al Lagar. De nuevo, con la excepción de Enrique, mantuvimos un grupo compacto hasta llegar al Lagar, donde hicimos avituallamiento: plátano, Acuarius y un dulce de crema. Ya habíamos terminado prácticamente con las subidas del día. A partir de ese momento, quedaba… la emoción.
Cuando salíamos del Lagar, dos chavales nos preguntaron por nuestras intenciones de descenso. Les comentamos que pensábamos hacer la bajada de Avionetas Express, ante lo que nos pidieron venir con nosotros, ya que querían hacer esa bajada. Así pues, salimos hacia el cruce del 14% por el camino que rodea el cerro de las antenas por el lado contrario a la carretera. A esas alturas, y pese a que el perfil era sensiblemente más asequible que el que veníamos trayendo, las fuerzas estaban empezando a escasear. Yo empezaba a notarme algo fuera de punto, Javi se iba descolgando un poco y Enrique seguía con su tónica de sufrir carga extra y cubiertas brutales. Aun así, manteníamos el tipo.
Llegamos al cruce del 14% sin mayor novedad que un impacto de pella de barro en uno de los ojos de Javi, que le resultaba muy molesto ya que había olvidado las gafas. Tras enjuagarle el ojo -operación que con camelback es más difícil de lo que pueda parecer- continuamos el recorrido hasta la entrada de la pista de aterrizaje de avionetas. Lo hicimos por el pequeño sendero que transcurre en paralelo a la carretera. El sol pegaba ya con casi toda su fuerza -pasábamos ya del mediodía- y el firme irregular del camino hacía bastante daño… especialmente teniendo una carretera perfectamente normal a nuestro lado. En esas, y sudando la gota gorda, llegamos hasta la entrada de la pista de aterrizaje. En efecto, nunca había bajado por ahí, pero pronto me dibujaron una nítida escena de la bajada.
Desde ese punto existen dos posibles bajadas. La primera -Avionetas Normal- de ellas es una pista forestal que desciende dando vueltas y revueltas hasta el cerro de Jesús José y María, al este de Santo Domingo, para posteriormente bajar por un sendero hasta el valle de las Porras (donde se encuentran las ruinas de una antigua casa), y salir aguas abajo por el arroyo Pedroche. La segunda -Avionetas Express- es el cortafuegos que, en línea recta, baja por el cerro hasta el fondo del valle. Desde allí, a la derecha, existe un camino que lleva a las urbanizaciones que se extienden por encima de Santo Domingo. Rápido y brutal.
Tras reagruparnos, rodamos hasta llegar a la cerca de entrada de la pista de aterrizaje. Al llegar a la cerca tomamos un pequeño sendero que surge a la izquierda, y que lleva al comienzo de la pista forestal. Descendimos hasta el comienzo del cortafuegos. Es decir, el comienzo de Avionetas Express. Empezaba el terreno de Enrique.
Hicimos la última para para realizar los ajustes necesarios. Enrique se puso las grebas que llevaba arrastrando todo el día, y se ajustó casco. Yo aproveché, por mi parte, para colocar la cámara deportiva, y hacer las últimas fotos. Y antes de empezar el descenso, todos bajamos los sillines a la mínima expresión. El brutal descenso que teníamos por delante obligaba a ello. Si no, nos arriésgabamos a salir por encima del manillar a la primera frenada comprometida. Tomé una bonita foto de la bici de Mané con el valle al fondo, y empezamos el descenso.
Me quedé sin palabras. Uno de los chavales que venía con nosotros bajó como un verdadero demente. Enrique empezaba a disfrutar, y los demás bajábamos como podíamos. Sillín abajo, culo atrás, de tal manera que el sillín estaba a la altura del estómago, y mucho cuidado. En mi caso, al afrontar el descenso con cuadro rígido y cubiertas más finas, era algo más complicado… pero más divertido para mí. Y las Kenda no se estaban portando nada mal. Aun así, había tramos que sencillamente no pensaba bajar a costa de romperme la crisma. Y como yo, los demás, salvo los dos fenómenos que iban en cabeza.
Tras el primer descenso brutal, teníamos un pequeño respiro, en donde nos agrupamos y seguimos bajando. A ratos sobre la bici y a ratos junto a ella. Hasta que llegamos a la bajada. De nuevo Enrique y el otro chaval lo bajaron sin inconvenientes. Y ahí andábamos, mirándonos los unos a los otros, Mané, Javi, el amigo del chaval -Paco, se llamaba- y yo, hasta que me decidí a echarle valor. Qué narices, estaba ahí para esas cosas. Empecé la bajada demasiado a la izquierda, sin tomar el claro camino entre la grava de la bajada que habían marcado nuestros dos compañeros. Empezó a derraparme la bici, y al frenar de atrás para intentar recomponer la bajada, se me fue completamente. Intenté detener la bici, y de hecho lo hice durante una fracción de segundo, en que me quedé completamente cruzado de atrás a la izquierda, en un equilibrio inestable en la bajada. Parecía que el tiempo se detenía… hasta que se aceleró de nuevo. Pronto me vi cayendo sin control en un revoltillo de brazos, piernas y bici. Salté de ella como pude, y en la caída me golpeó en la espalda. Ya me veía dando tumbos hasta el fondo del valle, cuando pude clavar la bota izquierda en la grava y detener la debacle. Informe de daños: ninguno físico. ¿La bici? Bien, salvo porque se le ha dado la vuelta el manillar. La cámara, ¿sigue grabando? Sí. Saludo a los espectadores y sigamos bajando.
Una vez todos abajo, y tras las bromas de rigor, seguimos bajando. Aún nos quedaba bastante fiesta por delante. El cortafuegos seguía descendiendo en línea recta, hasta llegar a un abrupto giro a la derecha y luego a la izquieda. Seguimos bajando hasta que llegamos al fondo del primer valle. Allí, a la derecha, se surgía una pista forestal. En un primer momento pensamos que era el cortafuegos que subía hasta la ermita que hay junto al lago de Santo Domingo, y descartamos subir por ahí. Luego, con las cartas topográficas en la mano, pude ver que era la salida a la derecha que Mané decía que teníamos que tomar hasta llegar a la parte alta de Santo Domingo. Nos habíamos equivocado en un valle de distancia. Así pues, seguimos por el fondo del valle, por un sendero estrecho y complicado que había conocido mejores días. No tardamos en llegar a una pista algo más amplia que subía de una manera imposible entre pinos de repoblación. No nos quedó más remedio que echar pie a tierra y arrastrar las burras como si fuéramos mulas de carga. Aproveché para tomar una foto del descenso disparatado que habíamos hecho:
Superada la subida, afrontamos un nuevo descenso hasta que llegamos al fondo de otro valle. Aquí teníamos dos alternativas: una subida demencial a la izquierda por un cortafuegos, o tratar de seguir el arroyo por el fondo del valle, por senderos de jabalíes en el mejor de los casos. El chaval de los descensos optó por subir el cortafuegos, y todos los demás -amigo del chaval incluido- seguimos por el valle. Tuvimos que vadearlo varias veces, trepar por piedras, e incluso meternos por el cauce alguna que otra vez. Eso ya no era ciclismo, era exploración pura y dura. Las pasamos canutas para seguir avanzando… pero en cuanto eché la vista atrás, me quedé helado. Tras el largo rato de avance que teníamos ante nosotros, el chaval aún no había terminado de subir el cortafuegos. De locos. Y según me decían Enrique y Mané, aún que quedaba bajar y subir otro igual.
Al final, conseguimos salir del valle tras mucho tirar de bici y abrirnos paso entre maleza, y llegamos hasta el valle de las Porras, donde se alza la casa en ruinas a la que la gente le llama Los Muros. Afrontamos la subida a la casa como una manera de medir fuerzas… y conseguí hacer la subida entera. Pese a todo, no estaba tan mal. Allí hicimos un descanso, hasta que el chaval por fin, tras andar como Braveheart subiendo y bajando riscos como un highlander, llegó hasta la casa. Pasaba ya de la una y media de la tarde.
A partir de ahí, el resto de la etapa estaba claro. Íbamos a salir por el fondo del valle, siguiendo el cauce de los arroyos Barrionuevo y Pedroche, hasta llegar a la pista de la cantera de Santo Domingo, para continuar descendiendo por el arroyo Pedroche hasta el Puente de Hierro. Y de ahí, a casa. Dicho y hecho. Bajamos de la casa en ruinas y cruzamos el páramo pizarroso que lleva hasta las hoces del arroyo, y que marcan la salida del valle. Vadeamos el arroyo al llegar a la zona de las pozas y de la cascada, en mi caso con agua hasta la rodilla, y realizamos el descenso por la parte derecha del arroyo. Por lo general suelo ir por la parte izquierda, lo que obliga a cruzar varios arroyos, así que constituía una interesante novedad.
Cuando llegamos al cruce, tuvimos que pasar con cuidado entre un rebaño de ovejas que allí se encontraban. El resto del descenso hasta Puente de Hierro no tuvo mayor noticia, salvo una pequeña parada que hicimos en la cueva que forma la toma de aguas del acueducto romano. Llegué hasta Puente de Hierro en cabeza, e intenté cruzar el arroyo… sin éxito. Me metí por la parte de la derecha y me hundí de nuevo de agua hasta la rodilla, aunque estuve a punto de pasar. Los demás cruzaron a pie.
Desde ahí, subimos hasta el castillo del Maimón, y cruzamos hasta el Naranjo. Allí nos despedimos de Enrique. Más adelante, en la rotonda del Calasancio, nos despedimos de Javi, que aún tenía que subir hasta su casa, más allá de Huerta de los Arcos. Y así, Mané y yo bajamos hasta casa. Pasaba de las dos y media de la tarde cuando dimos por finalizada la etapa. Una etapa dura, a la par que interesante, en la que disfruté como un enano. Espero que estas salidas se repitan con más asiduidad.
El recorrido de la etapa en Google Maps es el siguiente:
Ver Cuesta del Reventón – Lagar de la Cruz – Avionetas Express (15/01/2011) en un mapa más grande
En cuanto a los datos de la etapa, son los siguientes:
Etiquetas: 14%, avionetas express, córdoba, cuesta del reventón, lagar de la cruz, mtb, puente de hierro, santo domingo
Tengo que escribir una entrada en serio sobre la brutal etapa que nos marcamos ayer Mané, Javi Aljama, Enrique y yo por la Sierra de Córdoba: una subida por la Cuesta del Reventón hasta las Ermitas, luego ascenso hasta el Lagar de la Cruz con descanso para reponer fuerzas. Desde ahí hasta el 14% y la pista de vuelo.
Y a partir de aquí, la locura: descenso por Avionetas Express hasta un valle dejado de la mano de diox, del que tuvimos que salir siguiendo el curso de un arroyo, trepando laderas, y (casi) desbrozando maleza. Todo ello, obviamente, arrastrando las bicis. Conseguimos llegar al cortijo en ruinas del arroyo Barrionuevo, que se encuentra cerca de Santo Domingo, para realizar el descenso hasta Puente de Hierro.
(Este es Enrique. Y sí, el cortafuegos del fondo es Avionetas Express)
Sin embargo, no podía dejar de adelantar el vídeo del talegazo que me pegué descendiendo por Avionetas Express, y que quedó grabado en primerísima persona por la cámara deportiva. No sale en todo su dramatismo -derrapada de la trasera hacia la izquierda, equilibrio inestable durante una fracción de segundo, desmoronamiento por el cortafuegos y salto de la bici, y ésta pegándome en la espalda mientras frenaba mi caída clavando la bota izquierda en la grava- ya que en los primeros momentos el manillar se me giró completamente y quedó la cámara apuntando del revés, pero aun así me ha parecido interesante:
Otro día, con más tiempo, me extenderé un poco sobre esta etapa.
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