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Me encanta el olor del napalm por la mañana
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12 may 11 Etapa ciclista: Guillena – La Central (01/05/2011)

El pasado 1 de mayo hice la que, hasta el momento, es la última etapa ciclista con mis compañeros de Sevilla. Fue una etapa de entrenamiento, en principio bastante convencional. Nuestra idea era salir de Guillena, remontar el Cordel de la Cruz de la Mujer y bajar hasta La Cantina por la Cuesta de la Lenteja. Desde allí, optaríamos por volver por la Ruta del Agua, seguir hasta La Central y volver por el tramo abandonado del Ferrocarril del Cala, o bien seguir hasta la cuesta de la Media Fanega y volver por la N-630.

Empezamos la etapa pasadas las 9:20h. En esta ocasión salimos Manolo, Miguel, Rafa y yo, ya que la amenaza de lluvia de los días previos habían hecho que Fran y Jesús declinaran acudir. Subimos por el Cordel, aunque pronto la bici de Manolo empezó a dar problemas: habíamos tenido que cambiar la cámara de la rueda trasera al encontrarse agujereada por la parte de la llanta. Sospechamos que se podría haber producido un corte en alguno de los agujeros de paso de los radios, y el hecho de que apenas 3 kms. después se reprodujera el problema nos hico confirmarlo. Hinchamos la rueda un poco, y seguimos ascendiendo hasta llegar al final de la subida. Allí nos detuvimos a realizar una reparación. Por suerte, pudimos encintar la llanta con un rollo de cinta aislante que llevaba entre mis herramientas. Una vez solventado el problema, seguimos con la etapa, realizando el descenso de la Cuesta de la Lenteja. Aporto un nuevo vídeo de la bajada, esta vez hecho con la MD-80:

Una vez abajo, decidimos continuar hasta La Central. Manolo se encontraba algo tocado, consecuencia de haber rodado poco en los meses precedentes, pero estaba decidido a seguir. Hasta La Central no hubo mayor novedad, adoptamos un ritmo tranquilo y llegamos sin grandes percances. El problema fue cuando bajamos hasta el vado e intentamos cruzar el río Cala:

No nos quedó más remedio que dar media vuelta hasta La Cantina. Habíamos hecho 22 kms. -ida y vuelta- en balde. Desde La Cantina volvimos a Guillena, como teníamos previsto, por la ruta del agua, finalizando la etapa pasadas las 14:15h.

El mapa de la etapa es el siguiente:


Ver 2011/05/01: Ruta del Agua – La Central en un mapa más grande

Los datos de la etapa son los siguientes:

  • Distancia (según el GPS): 50,64 km.
  • Tiempo desde el inicio de la etapa: 4h 53m 18s
  • Pulsaciones medias: 124 pulsaciones/m
  • Pulsaciones máximas: 183
  • Consumo medio de calorías: 840 kcal/h
  • Consumo máximo de calorías: 1420 kcal/h
  • Tiempo en zonas de pulsaciones: 2h 35m 26s
  • Consumo total de calorías: 4170 kcal
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02 may 11 Vías verdes del Aceite y Subbética 2011: Etapa 2. Parque Natural de las Sierras Subbéticas

Esta entrada es la parte 2 de 3 de la serie Vías Verdes del Aceite y Subbética 2011

La segunda etapa de nuesto viaje estuvo marcada por una tormentosa noche previa. Tormentosa en el sentido literal de la palabra, y en el metafórico: Por un lado, una enorme tormenta con aparato eléctrico azotó la zona durante la madrugada. Y por otro, estuve toda la noche danzando con el GPS, su estado de carga y el bloqueo que le había provocado la noche anterior. Así, cuando el despertador sonó a las 7:30h, y pudimos ver, por un lado, que la mañana estaba razonablemente despejada, por un lado, y que el GPS definitivamente no funcionaba, por otro, tuve al menos la tranquilidad de que íbamos a poder disfrutar la etapa. En cuanto al GPS, había tomado la precaución de llevar el recorrido impreso en cartas del Ministerio de Fomento a escala 1:25.000, por lo que tendríamos cómo guiarnos por las montañas.

Empezamos la etapa a las 9:27h, después de desayunar en el apartamento con lo que habíamos comprado la noche anterior, y tras prepararnos unos bocadillos. Además, en mi caso, tuve que cambiar la cámara de la rueda delantera, pues había vuelto a pinchar una de las infames cámaras de látex Michelin que había comprado semanas antes. Iniciábamos, pues, la etapa con media hora de retraso con respecto al horario previsto. Salimos de Zuheros descendiendo hasta la carretera que comunica con Luque y Doña Mencía, y giramos en dirección a la primera población. Bordeamos el macizo montañoso que separa ambas poblaciones con un sospechoso descenso por carretera, que no hacía presagiar nada bueno. En efecto, unos kilómetros después tuvimos que afrontar un duro ascenso por carretera hasta Luque, de apenas kilómetro y medio, pero con rampas de hasta el 12%. No habíamos hecho sino salir de Zuheros y ya estaba con la lengua fuera…

Llegamos a Luque, y nada más entrar, al llegar al campo de fútbol, abandonamos el pueblo por el Sendero de las Buitreras, que es como también se llama a la carretera de tierra que une Luque con Carcabuey. Estábamos entrando en terrenos del Parque Natural. Y teníamos por delante el primer puerto de montaña del día: una subida de 7’5 kms, con una pendiente media del 4’8%, y máximas del 10’7%, en la que íbamos a llegar hasta los 1017 metros de altitud. Tocaba tomárselo con calma. O al menos, esa era la teoria.

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Poco a poco fuimos ascendiendo, dejando atrás -y abajo- Luque, camino de Carcabuey. El paisaje por el que circulábamos era espectacular. A nuestra derecha el impresionante macizo montañoso de la Subbética, y a nuestra izquierda, el valle del río Guadajoz. Y sobre nosotros… buitres. Era de esperar, dado el nombre del sitio, pero el hecho en sí dio para alguna que otra broma.

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A medida que ascendíamos fuimos encontrando a nuestra derecha algunos pistas y senderos que conducían al corazón de las montañas. Nombres como la Fuente de la Zarza, la vereda Marchaniega aparecían ante nosotros, y nos tentaban a abandonar la ruta prevista. Pero por una vez, la cordura ganó la partida, y nos mantuvimos en nuestro recorrido previsto. Aunque es preciso decir que la punga fue dura. :mrgreen:

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Seguimos nuestro ascenso. A medida que subíamos y las montañas dejaban de actuar como parapeto, un viento cada vez más fuerte empezó a azotarnos. Ademas del viento, pudimos ver cómo nubes de tormenta aparecían sobre nosotros, amenazando con descargar de manera inminente. Lo que había sido una mañana despejada en Zuheros se estaba convirtiendo en el preludio de una tormenta en mitad de la sierra. Las perspectivas para el día no eran nada buenas. Coronamos el puerto tras una hora larga de subida. Hicimos una pequeña pausa para recuperar fuerzas, y comimos algo de fruta -fuente de potasio- antes de emprender el descenso. No podíamos detenernos demasiado, toda vez que la tormenta parecía cernirse sobre nosotros, con la aparición incluso de algunas gotas de lluvia. Además, teníamos ante nosotros un interesante descenso de casi 10 kilómetros hasta la carretera que conduce a Carcabuey, que no teníamos intención de postponer demasiado. Después de la sufrida subida que habíamos afrantado, nos merecíamos un buen premio:

La bajada fue tremenda. Rápida, por una buena pista, y con excepcionales vistas que llegaban hasta la lejana Priego de Córdoba (pensamos, en un principio, que se trataba de Carcabuey, aunque parecía demasiado grande para serlo). Poco antes del final del descenso realizamos una parada en una llamativa fuente de agua, pensada para abastecer remolques de riego, donde comentamos el descenso, y contemplamos lo que teníamos por delante:

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A diferencia de la cara norte de la Subbética, que se mostraba con abundante vegetación de montaña, la cara sur aparecía completamente pelada, salvo por los olivos que se cultivan en la ladera de la montaña. Apenas vegetación arbustiva contribuía a dar color verdoso a las faldas de los montes, en cuya cima apenas se veía el gris de la caliza. Prometía ser una subida dura.

Acabamos el descenso hasta la carretera, que cruzamos para dirigirnos en dirección Carcabuey. Un kilómetro después giramos a mano derecha, siguendo el trazado antiguo de la carretera. Teníamos por delante un falso llano de algo menos de tres kilómetros, antes de afrontar la segunda -y más dura- subida del día. Y estábamos en el punto más bajo de la etapa: apenas 537 metros de altitud. Con calma, recorrimos esos suaves kilómetros por asfalto, saboreando casi la subida que teníamos por delante. 5’5 kms. de ascenso, 17 curvas enlazadas por una pista entre olivares, que ascendían hasta 1029 metros de altitud, con unas rampas medias del 7’8%, y máximas del 14’2%.

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Nos quedamos durante unos instantes al pie de la carretera contemplando la subida. Habíamos llegado hasta allí, y no había vuelta atras. Bueno, en realidad sí la había, pero no era una alternativa mucho mejor que lo que teníamos por delante. Así que sólo quedaba avanzar. Era justo mediodía cuando iniciamos el ascenso.

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Fue una subida durísima. En las primeras rampas empezamos a sufrir un fuerte viento frontal que nos dificultaba -aun más- el ascenso. Pronto quedó clara la necesidad de tirar de plato pequeño en la subida, que se nos hizo interminable. Mané empezó a manifestar problemas en su rodilla, y en mi caso, un fuerte dolor de espalda -la vieja lesión- empezó a pasarme factura. Javi, por su parte, seguía con un ritmo bueno, aunque llegó a manifestar que si paraba le iba a resultar difícil volver a arrancar. Aun así, nos detuvimos un par de veces, a contemplar la tortura, y a reponer algo de fuerzas con barritas de cereales. Paradas cortas, en todo caso. Hubo algunos momentos en que pensé que íbamos a tener que arrastrar las bicis cuesta arriba, por los olivares. En un momento dado, Mané y yo tuvimos que parar. Javi, con ritmo pausado, continuó la subida. La espalda me estaba matando, y el estómago de Mané le estaba pasando factura. Una vez repuestos, continuamos con la subida. Poco a poco empezamos a dejar atrás los olivares, y a entrar en una pequeña zona boscosa. La subida casi estaba terminando, y el viento volvía a azotarnos. Contra lo que pudiera parecer, fue algo que nos dio alas, ya que era señal inequívoca de que estábamos llegando al final.

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Y finalmente, lo hicimos. Llegamos a la cancela que marca el fin de la subida un poco después de que Javi coronara en cabeza la subida. Era la una de la tarde. Habíamos tardado una hora en recorrer 5’5 kms. Y nos habíamos ganado un buen merecido descanso.

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Tras descansar un poco, comernos los bocadillos, saciar nuestra sed, y poner a secar la ropa -Javi llegó a empapar el cortavientos, que era su tercera capa de ropa-, reanudamos la marcha. Seguimos hasta el cercano cortijo del Navazuelo, en cuya fuente repostamos agua. No en balde, yo había acabado en la subida con mi mochila de agua, y Javi y Mané no se encontraban en mejor situación. Desde la fuente tuvimos unos momentos de confusión, ya que no teníamos claro por dónde continuaba nuestro itinerario. Me acerqué al cortijo a preguntar, y amablemente me indicaron que el camino pasaba por la misma puerta del cortijo, que se encontraba vallado. Aclarada la duda, seguimos nuestro camino, no sin antes tener que afrontar el ataque de los perros del cortijo, cruce entre mastín y oso pardo, por lo menos: al pasar cerca de ellos, salieron del cortijo en pos nuestro. Pasamos junto a ellos con cuidad, mientras nos dirigían feroces ladridos. Dos de ellos se abalanzaron sobre Javi y sobre mí, pero al poner pie a tierra un tanto ruidosamente (ya que casi choco con Javi), los perros retrocedieron asustados. Fue la nota cómica de la jornada.

Abandonamos el cortijo del Navazuelo por el camino de la Nava, que nos condujo poco después a una pequeña meseta -La Nava- de increíble belleza: era un paraje completamente plano entre las montañas, en donde crecía una hierba verde y menudeaban las encinas, que era surcada por diversos arroyos que nacían en las montañas cercanas.

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Y era el paraíso de las ovejas. Todo el valle se encontraba lleno de ovejas, que pastaban, balaban, corrían y bebían sin cesar.

De lo anteriormente dicho, especialmente balaban. Mucho. Pero mucho, mucho.

Enfrente nuestra se alzaba el impresionante pico de la Virgen de la Sierra. Las jornadas previas habíamos especulado sobre la posibilidad de complementar la etapa subiendo a la Virgen. En cuanto vimos esa mole pétrea alzarse sobre nosotros, descartamos rápidamente tal posibilidad. Ya habíamos tenido suficiente pase por la picadora en lo que llevábamos de día. Además el cielo, que durante un rato había mejorado, volvía a amenazar con dejar caer sobre nosotros una manta de agua. No quedaba sino dirigirse rápidamente hacia el final de etapa: el descenso del cañón del Bailón.

Nace precisamente el Bailón en la Nava, la zona donde nos encontrábamos. Iba a ser, pues, nuestro compañero de etapa durante los kilómetros finales de nuestro recorrido. Giramos hacia el norte, siguiendo el sendero la Nava, junto a una valla de madera. Pasamos junto a otra granja de ovejas, y poco a poco nos fuimos internando de nuevo en las montañas. Volvimos a girar al este, siguiendo el curso del Bailón, y abandonamos el camino principal.

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Continuamos por un camino casi perdido en el valle del río, donde empezamos a ver algunas formaciones kársticas, muy similares a las existentes en el Torcal de Antequera. Poco a poco nos íbamos acercando más al macizo de caliza, y empezaba a haber drásticos cambios en el paisaje. El camino se hizo bastante más irregular, y a nuestra derecha volvía a haber un verdadero bosque. Bromeamos diciendo que eso sí que merecía el apelativo del bosque de Fangorn. Y pronto acabó el respiro del valle. Volvió a tocarnos subir, y por supuesto, bajar. Empezaba la fiesta.

Seguimos circulando por lo que posteriormente descubriría que se trataba de la vereda Marchaniega (con la que ya nos habíamos cruzado en la subida desde Luque). Y en un tramo de bajada, al pasar sobre un lecho de piedras, lo noté. La rueda trasera rozaba con el freno. Al contemplarla, lo tuve claro: la llanta oscilaba. Había roto un radio. Paramos para confirmarlo, y así era. Al menos sólo había roto uno, pero era cuestión de tiempo romper alguno más, especialmente en una bajada tan abrupta como la que teníamos por delante. Estaba que se me llevaban los demonios, porque había llevado la bicicleta específicamente al mecánico para prevenir esa clase de cosas. Por suerte había sido previsor y en las alforjas llevaba radios de repuesto y las llaves necesarias para reemplazarlo. Pero las alforjas se encontraban en el apartamento. Me iba a tocar hacer el descenso del cañon con un radio roto. Fantabuloso. No me quedó más remedio que empezar a tener bastante más cuidado en todo el recorrido.

Pasamos la zona de la Fuente Fría, alternando subidas y bajadas hasta llegar a un pequeño cruce con indicadores. Cometimos el error de no mirar las indicaciones, y seguimos el camino principal, en fuerte ascenso. Un grave error que nos costó 3 kilómetros de más, media hora larga de retraso, y el que nos empezara a llover en mitad del cañón. En efecto, seguimos avanzando por la vereda, pero separándonos poco a poco del río Bailón. Cuando llegamos, un rato después, a una nueva bifurcación que subía por la ladera del monte, tuve claro que nos habíamos equivocado. Nos detuvimos un rato para comprobarlo en el teléfono de Mané y en la carta topográfica. Era bastante claro. Nos dirigíamos a la fuente de la Zarza, en ángulo de 90º con respecto a nuestro recorrido. Nos habíamos salido del cañón. No nos quedó más remedio que retroceder hasta el cruce, cuyas señales habíamos desdeñado mirar.

Una vez corregido el error, retomamos el descenso por el cañón. Avanzamos por la abrupta ladera de un cerro, con vegetación muy cerrada y un firme enormemente quebrado, formado por caliza erosionada, pero en la que al menos veíamos un claro sendero. Sendero, eso sí, más apto para ser recorrido a pie que en bici. Aunque eso, en nuestro caso, no tenía mucha importancia. :mrgreen: O al menos no la habría tenido para mi si no hubiera tenido ese radio roto, y la amenaza de ir rompiendo más.

Tras un rato bastante complicado, llegamos a un pequeño claro, en el que mejoró un poco el sendero. Era algo más abierto, y no tenía tanta caliza erosionada en medio. Posibilitaba volver a rodar de una manera algo más cómoda. Nos internamos de nuevo en el bosque, que nos deparó algunos tramos excepcionales para el descenso.

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Y seguimos avanzando. Ya había quedado claro que estábamos en la verdadera bajada del cañón, por lo que puse de nuevo a grabar la cámara. Iba a ser un descenso espectacular, y quería tener el momento. Por desgracia, apenas pude grabar el inicio. Aún no lo sabía, pero en la bajada a Carcabuey casi había agotado el espacio de grabación de la cámara. Apenas dio para tres minutos -el inicio- de la bajada.

En nuestro descenso pronto abandonamos definitivamente el bosque. Afrontamos una bajada en zig-zag hasta alcanzar el mismísimo curso del arroyo, cuya compañía ya no abandonaríamos hasta prácticamente el final de la bajada.

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Seguimos descendiendo por caliza viva. El sendero era enormemente estrecho en algunos tramos, con vegetación -zarzas, para hacerlo más divertido- que se cerraba de manera amenazadora sobre nosotros. Tuvimos incluso que cruzar un par de veces el arroyo para poder seguir avanzado.

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Para nuestra desgracia, la lluvia hizo acto de presencia. Poco a poco, al principio, pero de manera persistente, por lo que nos vimos obligados a echar mano de los chubasqueros. La situación, además, empezó a ponerse peligrosa. La caliza mojada empezaba a ser muy resbaladiza, y empezamos a sufrir varios sustos. En mi caso, además, la situación se veía agravada por mi elección de cubierta trasera: una cubierta Kenda Small Block Eight de multitaco fino: muy buena para rodar, pero nefasta en terrenos resbaladizos. Era como montar en bici sobre una pista de patinaje. Con todo el dolor de mi corazón, no me quedó más remedio que echar pie a tierra. Los últimos kilómetros de la bajada no me iba a quedar más remedio que hacerlos a pie. Aunque no era una solución mucho mejor. Mis zapatillas, con suela de goma, patinaban de manera igualmente exagerada. Estaba empezando a echar de menos mis botas de montaña.

Pasamos la cueva del Monje, y seguimos bajando. En algunos tramos en los que circulábamos sobre tierra en vez de sobre caliza viva podía permitirme rodar, pero éstos no eran constantes. El sendero acabó por separarse del arroyo, para subir a un pequeño espolón de roca que se asoma sobre Zuheros. Ya casi habíamos concluido nuestra etapa. A partir de este punto el sendero se ensanchaba, para bajar al pueblo de manera relativamente cómo por una zona escalonada. Bajamos con sumo cuidado hasta el inicio de los escalones, y bajamos en zig-zag hasta un área de descanso. Habíamos finalizado la etapa, y lo habíamos hecho sin abrirnos la cabeza. Todavía quedaba volver al apartamento. En subida, cómo no. Al fin y al cabo, seguía siendo Zuheros. Subimos por las calles del pueblo, y finalmente llegamos hasta la plaza del castillo. Eran las cinco menos cuarto de la tarde. Nos habíamos tirado siete horas y cuarto largas dando pedales desde que empezamos la etapa. Al consultar mi pulsómetro me quedé helado: indicaba que había quemado casi 7000 kilocalorías en la etapa, casi 2000 más que en las etapas más duras que había hecho hasta entonces.

Una vez en el apartamento, guardamos las bicis, y pasamos por las respectivas sesiones de ducha y friegas con alcohol de romero. Dado que no dejaba de llover, esa tarde no lavamos la ropa, aunque en mi caso no me quedó más remedio que hacer sesión mecánica, para reemplazar el radio roto. El resto de la tarde lo empleamos en comentar la etapa, hablar de lo divino y lo humano, e incluso ver una procesión, ya que desde la terraza del edificio donde estaba el apartamento teníamos unas excelentes vistas de la plaza.

Esa noche cenamos unas pizzas que habíamos comprado la jornada anterior, y dejamos preparado todo el equipaje para el día siguiente. Pronto íbamos a iniciar el final de nuestro viaje, con una etapa final que nos habría de llevar hasta el cortijo de Mané, cerca de Aguilar de la Frontera. Pero eso sería ya al día siguiente. Por lo pronto, esa noche dormimos como benditos. El lo que tiene, el meterse entre pecho y espalda dos etapas como las que nos habíamos metido.

El mapa de la etapa es el siguiente:


Ver 2011/04/19: Parque Natural de las Sierras Subbéticas en un mapa más grande

Los datos de la etapa son los siguientes:

  • Distancia (según el velocímetro): 49’056 km.
  • Distancia (según el GPS): 49’920 km.
  • Tiempo de etapa: 4h 40m 22s
  • Tiempo desde el inicio de la etapa: 7h 18m 26s
  • Pulsaciones medias: 138 pulsaciones/m
  • Pulsaciones máximas: 172
  • Consumo medio de calorías: 980 kcal/h
  • Consumo máximo de calorías: 1310 kcal/h
  • Tiempo en zonas de pulsaciones: 5h 13m 12s
  • Consumo total de calorías: 6913 kcal
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28 abr 11 Vías verdes del Aceite y Subbética 2011: Etapa 1. Jaén – Zuheros

Esta entrada es la parte 1 de 3 de la serie Vías Verdes del Aceite y Subbética 2011

La pasada Semana Santa fui con mis amigos Mané y Javi Aljama a recorrer las Vías Verdes del Aceite y Subbética, además de realizar una etapa por el Parque Natural de las Sierras Subbéticas. Llevábamos varios meses planificando realizar un recorrido en bici de varios días y, entre las alternativas que habíamos estado barajando, esta fue finalmente la opción escogida.

Realizamos la primera etapa el Lunes Santo, 18 de abril. Durante la semana anterior habíamos estado ultimando los preparativos del viaje: recorrido final, medios de transporte, lugar de alojamiento, alojamiento en sí, petición de permisos para recorrer el Parque, etc… Uno de los puntos interesantes fue escoger la bici a utilizar. Javi y Mané optaron por llevar sus bicicletas con doble suspensión, y llevar un equipaje ligero en mochilas. Yo, por mi parte, opté por llevar mi bicicleta rígida, equipada con alforjas, ya que de viajes anteriores sabía que no era demasiado conveniente forzar la espalda.

Como decía, tomamos el tren regional a Jaén a las 8:00h del lunes. Tuvimos un viaje bastante tranquilo a Jaén en uno de los nuevos Media Distancia de Renfe que, pese a ser realmente cómodos, tienen un importante problema a la hora de viajar con bicis: y es que sólo disponen de tres plazas en los vagones habilitados para ello. Esto me había obligado a sacar el sábado anterior los billetes por ventanilla en la estación de Córdoba, y exponerme al vergonzoso comportamiento de los taquilleros de la estación: no en balde tardé media hora en comprar los billetes, lo que es, teniendo en cuenta que sólo tenía dos personas delante mía y que había tres taquilleros expendiendo billetes, sumamente lamentable.

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Experiencias traumáticas de Renfe aparte, llegamos a Jaén en una magnífica mañana, sin sombra alguna de nubes en el horizonte, y con toda la mañana por delante. Y no nos iba a sobrar tiempo, precisamente, dado que teníamos que recorrer unos 75 kms. de vía verde hasta Zuheros. El recorrido era conocido para mí. No en balde, hacía justo dos años que ya lo había recorrido, en la Semana Santa de 2009. Por ello, no tardamos en empezar la etapa, no sin antes hacer un alto en la cafetería de la estación de Jaén para pegarnos un homenaje a base de tostadas -en mi caso, con aceite y tomate- antes de empezar a rodar.

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Empezamos oficialmente la etapa a las 10:28h, junto al área deportiva en la que tiene su inicio la vía verde. El trazado, como es propio de una vía verde, no era en absoluto complicado, y el estado de conservación de la vía era sumamente bueno, con un asfaltado ligero que para sí querrían muchas carreteras comarcales. Pronto (11:05h) llegamos a la cercana población de Torre del Campo, en la que es preciso entrar haciendo uso de un viaducto, ya que el trazado de la vía verde ha desaparecido. Una vez en el pueblo se retoma la vía verde a la derecha de una rotonda, y el pueblo se atraviesa sin mayor novedad.

El siguiente pueblo al que llegamos (11:30h) fue Torredonjimeno. A esas alturas de viaje ya habíamos disfrutado de unas cuantas muestras de ingeniería de estilo Eiffel en forma de puentes de hierro, así como del interninable olivar jiennense. Llevábamos un ritmo sumamente bueno. Quizá excesivo, teniendo en cuenta la kilometrada que aún teníamos por delante, y que íbamos ascendiendo levemente. Pero la verdad es que el día invitaba a rodar alegremente, y no podíamos impedirlo.

Siempre entre olivares, llegamos media hora después al punto más elevado de la vía verde en Jaén: Martos, a unos 668 m. de altitud. Si hasta aquí habíamos rodado rápidamente, el resto del viaje iba a ser visto y no visto. A diferencia de los pueblos anteriores, la vía verde se adentra en Martos de manera significativa, por lo que tuvimos la oportunidad de contemplar cómo se delimita una vía verde en casco urbano: en este caso, haciendo de mediana a una calle residencial, que finaliza en el paseo de la estación, estando esta última en un estado de lamentable abandono.

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Hicimos un pequeño descanso a la salida de Martos, que aprovechamos para abastecernos de líquido en una fuente junto a la vía verde. Este sería el último casco urbano por el que pasaríamos, antes de llegar a Zuheros. Una vez reanudamos el camino, empezamos a rodar con un suave descenso que nos hizo dar pedales con una inusitada alegría. Los kilómetros caían velozmente, y nuestro rodar entre olivares era bastante divertido.

Pese a la distancia con respecto a núcleos de población, no dejó de sorprendernos la cantidad de gente que recorría la vía verde, especialmente abundantes eran las familias con niños, con y sin alforjas, que se habían echado a rodar por la vía. Y es que hay que admitir que la nula dificultad del trazado anima a crear cantera con los más pequeños.

Cruzamos varios puentes de hierro en nuestro rodar, que empezaba a hacerse algo monótono. Además, al rodar en bajada -suave, pero bajada al fin y al cabo-, los kilómetros caían sin suponernos apenas esfuerzo. Tanto fue así que Mané llegó a manifestar que estuvo a punto de quedarse dormido sobre la bici en algunos tramos. Por suerte, el cruce sobre los puentes siempre daba algo interesante para hacer. En concreto uno, cerca de Alcaudete, nos permitió contemplar unas buenas vistas de un antiguo puente medieval:

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Paramos a comer al filo de las dos menos cuarto en las cercanías de la estación de tren de Alcaudete. Mi idea era haber parado en la misma estación, pero Mané empezó a manifestar problemas en una de sus rodillas, lo que aconsejaba detenernos, cosa que hicimos, aunque probablemente en la peor de todas las áreas de descanso: casi sin vegetación, y en una zona de derribo de una vieja casilla del guarda del ferrocarril. Aun así, un descanso era un descanso. Comimos unos bocatas que llevábamos preparados y alguna que otra barrita de cereales. Tres cuartos de hora después reanudamos la etapa, para detenernos en la cercana estación a repostar algo de agua. Allí vimos que han terminado la construcción de unos apartamentos rurales junto a la vía, excelentes para detenerse a hacer noche en ellos si viajas con la familia, ya que distan unos 50 kms. de Jaén. Para nosotros, tipos duros, se nos hacía una distancia algo corta. :mrgreen:

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Continuamos rodando en dirección Córdoba. El paisaje, poco a poco, iba cambiando, denotando que nos acercábamos a la Subbética: menos olivos, más vegetación serrana, y la primera trinchera de ferrocarril digna de tal nombre:

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Pasada la trinchera tuvimos la primera vista del río Guadajoz, embalsado por el pantano de Vadomojón. No pude menos que impresionarme ante el espectacular aumento de caudal que presentaba con respecto a 2009, cuando lo vi por primera vez.

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Y así, llegamos al puente sobre el Guadajoz a las 15:15h. Nos despedíamos de Jaén…

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…para entrar en Córdoba, y empezar a rodar por la Vía Verde de la Subbética.

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Y para colmo, íbamos a entrar en Córdoba por el puente que una vez cobijara al último bandolero de la Subbética.

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Tras cruzar el puente, nos tocó de nuevo ir en ascenso. El firme de la vía verde había mejorado bastante desde el año 2009. Su estado era aún algo peor que el tramo de Jaén, pero al menos no se encontraba ya medio comido por la vegetación. Avanzamos hasta la laguna del Salobral sin mayores inconvenientes, salvo que la tarde estaba empezando a nublarse. El tiempo, que nos había respetado durante todo el día, empezaba a amenazarnos con lluvia. Nos detuvimos en un pequeño mirador junto a la laguna. Justo ahí, mi GPS se quedó sin batería. El resto de la etapa iba a tener que registrarla Mané con su móvil.

Desde la laguna nos dirigimos al lugar de nuestra siguiente parada: la estación de Luque. A esas alturas de la tarde los kilómetros estaban empezando a dejarse notar, por lo que la parada en la estación, habilitada como bar, nos vino de fábula. Lamentablemente no pudimos detenernos demasiado, porque el tiempo estaba empezando a ponerse realmente feo. A la salida de la estación de Luque nos encontramos con una sorpresa: la vía verde se bifurcaba en dos. A la derecha, y sobre la carretera, salía un ramal recién rehabilitado de la vía del aceite, que conduce hasta la cercana Baena. Un nuevo aliciente para la vía verde de la subbética. Nosotros, claro, continuamos en dirección Zuheros.

A medida que nos aproximábamos a Zuheros el viento, húmedo y que anunciaba lluvia, empezaba a azotarnos con más y más fuerza, lo que nos dio la ocasión de empezar a hacer pequeños abanicos. Todo fuera por llegar a Zuheros lo antes posible, para evitar la inminente lluvia que se cernía sobre nosotros. Bordeamos el macizo montañoso que separa Luque de Zuheros junto cuando las primeras gotas de lluvia hicieron acto de presencia. No podíamos detenernos. Con las fuerzas justas llegamos al cruce con la carretera de Zuheros. Dejamos la vía verde y tomamos la carretera. Habíamos recorrido 72’3 kms. de vía verde. Y a partir de ahí, tocaba lo peor: el ascenso a Zuheros. Una subida de apenas 1’2 kms., pero con unas terroríficas rampas del 29% por las calles empedradas del pueblo.

Afrontamos el ascenso con calma, dado que la rodilla de Mané estaba otra vez dándole guerra. El primer tramo de la subida, hasta la entrada del pueblo, no guardaba mayor problema. Pero a partir de ahí empezaba la tortura: apenas 200 metros de calles en los que íbamos a salvar 40 metros de desnivel. Sencillamente horroroso. Y pese a todo, lo hicimos. En mi caso, con las alforjas tirando de mí hacia abajo como si quisieran arrastrarme al séptimo círculo del infierno. Pero lo hicimos. Llegamos hasta arriba sin poner pie en tierra. Eran las 17:15h. cuando llegamos a la plaza del pueblo, después de casi 75 kilómetros de etapa.

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Tras descansar un poco, nos dirigimos al albergue rural donde teníamos alquilado un apartamento. Por desgracia, aún se encontraba cerrado, por lo que nos tocó esperar un rato en la terraza del restaurante Los Palancos, donde nos guarecimos de la lluvia que empezó a azotar el pueblo. Al poco, mientras disfrutábamos de unas cañas (en el caso de Javi y Mané) y de un café con leche (en el mío), llegó la señora de la limpieza del albergue, que nos abrió las puertas y nos entregó las llaves del apartamento. Curiosamente era exactamente el mismo en el que estuviera en 2009, si bien no era el que habían pretendido alquilarnos. Por suerte para nosotros, ya que salimos ganando con el cambio: se encontraba completamente equipado con microondas, nevera, vajilla y fregadero, y para colmo era más barato.

El resto de la tarde la empleamos en dar una vuelta por el pueblo, hacer la compra para la desayuno, almuerzo y cena del día siguiente, y en hacer la colada. Tuvimos la enorme suerte de que pronto paró de llover, e incluso salió un sol que picaba como él sólo, por lo que pudimos tender la ropa en la terraza del edificio, y contemplar unas magníficas vistas del cañon del Bailón.

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…así como del castillo del pueblo:

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Esa noche cenamos en Los Palancos: estaba claro que nos merecíamos un homenaje, que cayó en forma de ensalada con queso de cabra, espárragos fritos, churrasco y presa ibérica. Todo ello en el paraíso de los madridistas, ya que el restaurante se encuentra adornado con innumerables fotografías del dueño con todas las glorias presentes y pasadas del madridismo.

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Terminada la cena, volvimos al apartamento, a terminar de preparar el material para la dura etapa que nos aguardaba a la mañana siguiente: una etapa circular por el parque natural de las sierras subbéticas, con la subida de dos puertos de montaña, y un trepidante descenso por el cañón del río Bailón. Y ahí fue cuando la lié: al revisar el estado de carga del GPS, noté que éste no se había cargado prácticamente nada, pese a llevar toda la tarde enchufado a la red eléctrica con el cargador de la minicámara MD80. Al revisar el nivel de voltaje que proporcionaba, pude ver que los valores eran bastante anómalos, por lo que debía de encontrarse defectuoso. Por suerte para mí -pensé- ví que el sintonizador TDT del cuarto tenía un puerto USB. Torpe de mí, no se me ocurrió otra cosa que conectarlo y encenderlo. Jamás lo hiciera. A partir de ese momento, el GPS dejó de funcionar. Se quedaba mostrando sólo la pantalla inicial, sin llegar a pasar jamás al resto del programa. El sistema operativo del TDT -un linux, según pude ver- había fastidiado parte del sistema de encendido del GPS. Nos habíamos quedado ciegos para la etapa siguiente. Por suerte había sido previsor, y contaba con una copia impresa de la etapa del día siguiente. Pero el cabreo que tenía encima iba a durarme bastante tiempo. Y para colmo, la predicción meteorológica para el día siguiente iba de mal en peor: nos fuimos a dormir sin saber siquiera si al día siguiente íbamos a poder salir a rodar. Pero eso forma ya parte del relato del segundo día.

El mapa de la etapa es el siguiente:


Ver 2011/04/18: Etapa 1. Jaén – Zuheros en un mapa más grande

Los datos de la etapa son los siguientes:

  • Distancia (según el velocímetro): 70’225 km.
  • Distancia (según el GPS): 74’667 km.
  • Tiempo de etapa: 4h 27m 56s
  • Tiempo desde el inicio de la etapa: 6h 47m 0s
  • Pulsaciones medias: 121 pulsaciones/m (tramo Jaén – Alcaudete)
  • Pulsaciones máximas: 168 (tramo Jaén – Alcaudete)
  • Consumo medio de calorías: 810 kcal/h (tramo Jaén – Alcaudete)
  • Consumo máximo de calorías: 1170 kcal/h (tramo Jaén – Alcaudete)
  • Tiempo en zonas de pulsaciones: 1h 35m 37s (tramo Jaén – Alcaudete)
  • Consumo total de calorías: 3150 kcal (tramo Jaén – Alcaudete)
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12 abr 11 Etapa ciclista: Guillena – Burguillos – Castilblanco de los Arroyos (09/04/2011)

El pasado sábado 9 de abril salimos Rafa, Jesús, Miguel y yo a rodar por el entorno de Guillena y Castilblanco. Fue una etapa un tanto anómala: salíamos un sábado por la tarde, e íbamos a realizar una subida a Castilblanco por un camino diferente: en vez de subir por la trialera del Camino de Santiago, nos íbamos a desviar hasta Burguillos, para ascender desde allí a Castilblanco. Además, era la primera etapa de Jesús en subida. En fin, lo que sobre el papel era simplemente una etapa diferente, puestos sobre la marcha acabó convirtiéndose en un disparate como recuerdo pocos. Pero no adelantemos acontecimientos.

Salimos pasadas las 18:00h del polígono El Cerro de Guillena en dirección Burguillos, por la carretera que une ambas localidades. Con Rafa en cabeza, marcamos un ritmo bastante rápido, sobre todo por quitarnos los siete kilómetros de asfalto que teníamos por delante lo antes posible. No llegaba a la media hora de etapa cuando nos plantamos en Burguillos. Algo que Jesús no dejó de acusar, pese al excelente balance de su anterior etapa por Mairena y alrededores.

Una vez en Burguillos, rápidamente encontramos el camino que ascendía hacia Castilblanco, conocido como Camino de los Hoyos. Poco a poco empezamos a ascender, y a medida que lo hacíamos, íbamos dejando atrás el paisaje típico de campiña, para ir entrando en un ambiente más de dehesa. El punto de cambio más acusado lo tuvimos al llegar a una zona habilitada para hacer perol, en la que se notó claramente que entrábamos en la sierra. Y por supuesto, pronto lo notamos en el perfil de la etapa. Llevábamos recorridos 12 kms. de etapa, y teníamos por delante una subida de 9 kms. hasta Castilblanco.

Empezamos el verdadero ascenso, donde tuvimos que afrontar rampas del 9%. Miguel y yo abríamos cabeza sin mayor problema, pero Rafa y Jesús empezaban a sufrir los rigores de la subida. Aun así, se defendían bien. Para mi sorpresa, vadeamos varios arroyos de aguas cristalinas, alguno de ellos más profundo de lo que esperaba. Tras dos kilómetros de ascenso, afrontamos una durísima rampa con un desnivel del 10,6% a lo largo de un kilómetro… que subimos para nada. Poco después llegamos a una verja, y al consultar el GPS, ví que nos habíamos desviado del camino… justo al inicio de la subida. Tocó descender hasta el lugar del error, donde encontramos una cerca de palos, que pasamos sin problema. Y tal y como me temía, nos volvió a tocar ascender. Al principio tuvimos una breve bajada, salvamos un regato… y de nuevo ascenso, esta vez con rampas del 11.3%, y un firme bastante más quebrado. Aunque sobre el papel era una pared más dura, la verdad es que a mí se me hizo más asequible que la anterior.

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Llegamos a un pequeño collado, donde nos reagrupamos. En el collado, cerca del cual había una casa en ruinas, encontramos indicaciones sobre una ruta cicloturista de Castilblanco de los Arroyos. Estábamos en el camino correcto, aunque el despiste anterior nos había costado recorrer un par de kilómetros de más. Pero al menos, ya habíamos subido lo peor del día. Continuamos por el camino en dirección a Castilblanco, por un tramo de dehesa bastante despejado, magnífico para rodar por él, aunque fuera en un ligero ascenso.

Al poco de rodar por esta zona, salimos a un camino que bordeaba una finca con un muro de piedra. Empezamos una bajada bastante rápida, pero algo peligrosa por los frecuentes tramos de grandes piedras que habían utilizado para allanar el camino. Y así, tras un breve descenso, volvimos a afrontar una nueva pared, con firme bastante irregular, que obligaba a afinar la técnica para no irse al suelo en el ascenso. Era la penúltima subida antes de llegar a Castilblanco. Una subida de kilómetro y medio con ramas del 8.5%.

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De nuevo agrupados, afrontamos el último valle antes de llegar a Castilblanco. Una bajada intensa, con una subida dura a continuación. Al inicio de la subida Rafa tuvo el primer percance de la jornada: al salvar un pequeño vado relleno de grandes piedras, clavó la horquilla delantera de la bici, y salió despedido. Pero eso no era sino un presagio de lo que íbamos a sufrir más adelante.

Superada la cuesta, alcanzamos la cota máxima de la etapa: 370 m. sobre el nivel del mar. Habíamos ascendido desde los 70 m. en algo menos de 12 kms. No estaba mal para un rato. Bajamos hasta Castilblanco, e hicimos una pequeña parada para reponer fuerzas. Lo malo es que habíamos tardado en llegar al pueblo más de lo que tenía previsto. No en balde pasaban de 20:30h, y aún teníamos que llegar hasta la trialera del Camino de Santiago, y volver a Guillena. Y la puesta de sol estaba prevista a las 20:52h…

Sin mucha dilación, salimos de Castilblanco hacia la trialera. Pronto empezaron los problemas. Acusando el esfuerzo, Jesús empezó a sufrir calambres en los cuadríceps, lo que hacía que casi no pudiera dar pedales, especialmente en ascenso. Se vio forzado a ir a un ritmo moderado. Y la noche se nos estaba echando encima. Bajamos lo más rápido que Jesús podía tolerar hasta el desvío del Camino de Santiago, pero no empezamos el descenso hasta las 20:52h. Justo a la puesta de sol. Lo que no era muy buena noticia, teniendo en cuenta que teníamos por delante 11 kms. de terreno complicado: primero un tramo de pista buena, luego un tramo con grandes roderas y piedra suelta, hasta llegar a unas portelas. Luego un tramo de piedra suelta, seguido de un descanso, al que le sucedía otro tramo traicionero, con piedra suelta y roderas, un nuevo descanso, un tramo de pizarras, que desemboca en una dehesa, antes de salir a una rápida bajada entre olivares. Bastante divertido, pero no para hacerlo de noche.

El primer tramo de descenso hasta las portelas no tuvo excesivos problemas, aunque Rafa se fue al suelo, y Miguel y Jesús se vieron obligados a bajar a un ritmo bastante prudente. La cámara, por su parte, empezaba a acusar la falta de luz, lo que hizo que la grabación adquiriera un asoeci bastante ónirico. A partir de las portelas, la falta de luz se hizo cada vez más acusada, lo que incrementaba la dificultad del descenso. Especialmente porque no habíamos llevado luces. Pronto nos encontramos guiándonos por el traicionero camino a la escasa luz de la luna creciente, intentando distinguir las partes más pulidas -y que reflejaban mejor la luz- indicio de que ese estrecho surco era el lugar indicado para transitar.

Derrochando optimismo, intentaba animar a mis compañeros diciéndoles que en peores me las había visto. Y si bien eso era cierto al principio del descenso, a medida que caían los minutos, y con ellos la luz del ocaso, se iba convirtiendo cada vez más en sólo eso: un alarde de optimismo. Y para colmo, Rafa también empezó a sufrir calambres en los cuadriceps. Y así, llegó el momento en que nos quedamos completamente a oscuras, sin la posibilidad siquiera, dado lo abrupto del camino, de utilizar nuestros móviles a modo de linternas, ya que no era factible bajar a oscuras con una sola mano. Móviles que, por otro lado, tampoco disponían de cobertura en tan apartados lares.

Aún no sé cómo no nos abrimos la cabeza en la bajada. Incluso el tramo que más sudores fríos me provocaba, el de las pizarras -una caída ahí podía hacerte filetes- lo salvamos razonablemente bien, teniendo en cuenta que ahí ni siquiera se veía marca de zona más pulida por el paso de la gente. Y una vez pasado este tramo, llegamos a lo que creía que era el final de la pesadilla: la dehesa.

Vacas. Vacas bravas. Vacas bravas con terneritos. Sin saber cómo, nos encontramos en mitad de un rebaño de vacas. Rafa -que en ese momento abría camino- fue el primero que se las encontró, al percibir un enorme bulto negro en mitad del camino, al que le brillaban dos cosas blancas en la cabeza. Era ya lo que faltaba. Algunas se apartaban -lo que era bueno- pero otras -las de los terneritos- no. Así que nos tocó apartarnos a nosotros, lo que era bastante complicado, por el hecho de estar en mitad del rebaño: apartarse de una, claro, suponía acercarse a otras. Y eso saliéndose del camino, sin ver tres en un burro. Aunque creo que más que tres, eran cuatro. Y no precisamente en un burro.

Al final conseguimos escapar de las vacas, y salir de la dehesa. Llegamos sin muchos más percances a un campo de naranjos, antelasa de la bajada por olivares hasta el polígono donde teníamos los coches. Lo peor ya había pasado, pero lo que teníamos por delante no era tampoco cosa sencilla: 4’5 kms. de pista entre olivos, rápida y con abundantes roderas. Muy peligrosa para hacerla de noche. No nos quedó más remedio que afrontarlo de la misma manera: bajar con cuidado, con alguien en cabeza cantando las irregularidades del terreno a medida que íbamos avanzando. Miguel, que se había quedado descolgado, sufrió algunas caídas sin grandes consecuencias más allá de la pérdida del bidón de agua. Jesús, por su parte, llegó completamente acambrado, de tal modo que tuve que ayudarle a hacer estiramientos cuando por fin alcanzamos el polígono. Lo hicimos a las 22:15h. Habíamos tardado en descender una hora y media desde Castilblanco, algo que en condiciones normales no nos habría llevado más de 40 minutos. Había sido una etapa disparatada como ninguna. Lo malo del asunto es que ya llevo unas cuantas semanas acumulando disparates sobre la bici. Y lo peor es que cada vez me gusta más hacer estas cosas. :mrgreen:

El mapa de la etapa es el siguiente:


Ver 2011/04/09. Guillena – Burguillos – Castilblanco – Trialera del Camino de Santiago en un mapa más grande

Los datos de la etapa son los siguientes:

  • Distancia (según el velocímetro): 36’424 km.
  • Distancia (según el GPS): 36’9 km
  • Tiempo de etapa: 2h 35m 11s
  • Tiempo desde el inicio de la etapa: 4h 2m 49s
  • Pulsaciones medias: 133 pulsaciones/m
  • Pulsaciones máximas: 186
  • Consumo medio de calorías: 930 kcal/h
  • Consumo máximo de calorías: 1440 kcal/h
  • Tiempo en zonas de pulsaciones: 2h 31m 32s
  • Consumo total de calorías: 4153 kcal
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10 abr 11 Etapa ciclista: Mairena del Aljarafe – Pinares de Aznalcázar (03/04/2011)

El domingo 3 de abril volví a salir con mis compañeros de Sevilla con la bici. Hacía ya algunas semanas que sólo salía en Córdoba, y me apetecía volver a rodar con ellos. Además esta etapa tenía como novedad la incorporación de Jesús al pelotón. Después de más de una década sin dar pedales, se había convencido de volver a coger la bici. Una decisión muy sabia. :mrgreen:

Dado que teníamos una nueva incorporación que necesitaba rodaje, nos decidimos a realizar una etapa relajada: Mairena del Aljarafe – Aeródromo de La Juliana. Una etapa de unos 28 kms. entre ida y vuelta, bastante plana, pero agradable para ir haciendo piernas. Además, tampoco le vendría mal a Manolo, que tras unos meses sin salir con nosotros, se había decidido a volver a salir. Dicho y hecho.

Salimos Miguel, Manolo, Jesús y yo de la cervecería Macarena de Mairena a las 9:10h en dirección Mairena pueblo, en una mañana fresca y gris, que no tenía nada que ver con el tiempo que habíamos tenido el resto de la semana. A decir verdad, era agradable rodar con ese tiempo, pero la chaquetilla no me sobraba, y el no parecía que fuera a mejorar -más bien lo contrario- a lo largo del día. Sin mucha novedad llegamos al pueblo, y emprendimos la bajada hasta el puente romano sobre el río Pudio.

Desde el puente seguimos en dirección al aeródromo, sin gran novedad. Manolo y Jesús iban bastante bien, con un ritmo bastante ligero. Tan ligero, que los 14 kms. hasta el aeródromo, que recorrimos en una hora escasa, se les hicieron cortos. Una vez alcanzado ese punto, sugerí dar la vuelta. No quería forzar demasiado la máquina para ellos, ya que pese a que el perfil de la etapa era bastante plano, la vuelta la íbamos a hacer en ligero ascenso. Pero decidieron continuar. Miguel y yo apostamos por seguir hasta los pinares de Aznalcázar, siguiendo el recorrido del cordel de Triana a Villamanrique, por donde los rocieros peregrinan anualmente. La zona de los pinares es bastante divertida, con un cambio de paisaje tremendo con respecto al olivar que no nos había abandonado desde Mairena, pero con unas trampas de arena bastante fastidiosas. Manolo y Jesús estaban decididos a seguir adelante. Sin más preámbulos, reemprendimos la marcha.

Pasamos la finca La Juliana y alcanzamos los primeros pinares. La mañana seguía fría, y el descenso por los pinares no contribuía a calentar el ambiente. Además, el camino estaba cuajado de grandes charcos de agua, que nos obligaban a bordearlos saliéndonos hacia la maleza, o bien a echarle valor y atravesar el agua pestilente. Al menos, no estábamos teniendo demasiadas trampas de arena… hasta que salimos a un claro, bien conocido por Miguel y yo, que era la primera de las trampas de arena de verdad. Miguel la pudo salvar razonablemente bien con sus cubiertas de 2.35”. A mí, con las de 2.10” me costó algo más. Jesús las pasó razonablemente bien y Manolo, con cubiertas 1.90”, se quedó clavado. Paramos un momento para consultar el GPS y el velocímetro. Llevábamos más de 18 kms., lo que hacía que la vuelta se fuera hasta los 36, mínimo. Era momento de dar la vuelta. Por no volver por el mismo camino, aprovechamos el dédalo de senderos que cruzan los pinares, para dirigirnos hacia el norte, hasta el cortijo de Alarcón, para posteriormente girar al este, y enlazar de nuevo con el cordel. Reanudamos la marcha entre los pinares. Como era de esperar, las trampas de arena no habían hecho sino empezar.

Nos tocó sufrirlas un rato. El que peor lo pasó, merced a que llevaba las cubiertas más finas, fue Manolo. Por suerte, apenas tuvimos que sufrir 3’5 kms. de dunas, antes de volver a salir al cordel. Para colmo, una lluvia fina hizo acto de presencia. Tocaba volver rápidamente a Mairena. La vuelta no tuvo grandes novedades, salvo una caída de manolo en una trampa de arena, al vadear un arroyuelo junto a la Hacienda Monasterejo, que lo dejó marcado el resto de la etapa. Jesús, por su parte, empezó a sufrir tirones en los cuadríceps. Pese a que había aguantado bastante bien, la etapa estaba empezando a pasarle factura. Llegamos de nuevo al puente romano sobre el Río Pudio. Manolo, que había decidido no parar, ya que una de las rodillas le molestaba a raíz de la caída, se equivocó de camino, y subió por la izquierda, por el trazado del Cordel. Para no perderle, dejé a Miguel y Jesús, y fui a buscarle. Le alcancé, pero dado que no se encontraba en condiciones de dar la vuelta, subimos a Mairena por este camino, para posteriormente ir a la cervecería Macarena, punto de finalización de etapa, a donde llegamos a las 12:10h. Contrariamente a lo que esperaba, Miguel y Jesús no se encontraban allí. Conseguí contactar con ellos, y nos estaban esperando en Mairena pueblo, que dejaron tras la llamada para venir al punto de encuentro.

Mientras tanto, Manolo y yo aprovechamos para lavar las bicis en la gasolinera de la zona, ya que teníamos las bicis emborrizadas en arena. Cuando estábamos terminando de limpiarlas, llegaron Jesús y Miguel, cabalgando justo por delante de la tormenta, que empezó a descargar justo cuando terminamos de lavar las bicis. Así que, sin más novedad, dimos por finalizada la etapa.

El mapa de la etapa en Google Maps es el siguiente:


Ver 2011/04/03: Mairena – Pinares de Aznalcázar en un mapa más grande

Los datos de la etapa son los siguientes:

  • Distancia (según el velocímetro): 40’837 km.
  • Distancia (según el GPS): 39’7 km
  • Tiempo de etapa: 2h 33m 48s
  • Tiempo desde el inicio de la etapa: 2h 41m 20s
  • Pulsaciones medias: 120 pulsaciones/m
  • Pulsaciones máximas: 174
  • Consumo medio de calorías: 800 kcal/h
  • Consumo máximo de calorías: 1330 kcal/h
  • Tiempo en zonas de pulsaciones: 1h 30m 35s
  • Consumo total de calorías: 2240 kcal
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