El sábado 7 Rafa y yo salimos a rodar con la sana intención de darle un buen estreno a su recién recibida Lupichin. Y qué mejor manera que volver a rodar por uno de los mejores recorridos que existen en el entorno de Sevilla capital: el Guillenazo. Quedamos relativamente temprano, con la idea de que no se nos hiciera demasiado tarde a la hora de terminar esta etapa de casi 55 kms. Quedamos a las 20:00h al inicio del Cordel de la Cruz de la Mujer, en Guillena, pero con el objetivo de tener los coches justo al final de la bajada, al terminar la etapa: íbamos a realizar el recorrido en sentido inverso, subiendo por la trialera del Camino de Santiago, camino de Castilblanco de los Arroyos.
Antes de partir tuvimos que solucionar un pinchazo en la rueda trasera de Rafa, por lo que no iniciamos la etapa hasta pasadas las 20:15h. A esa hora el calor era aún muy intenso, por encima de los 33ºC. Yo llevaba dos litros de agua en el Camelback, y Rafa llevaba dos bidones de agua. Aún no lo sabíamos, pero no nos iba a sobrar el agua, precisamente.
Salimos de Guillena por la carretera de Burguillos, y al llegar al polígono industrial nos desviamos a la izquierda, siguiendo las flechas amarillas del Camino. El calor era sofocante, y el polvo del camino resultaba asfixiante, lo que bastaba para explicar que no encontráramos a nadie en toda la subida. Una subida en la que el calor hizo estragos, aunque esta vez no sufrimos percance alguno en forma de caídas o pinchazos.
Llegamos a Castilblanco tras hora y veinte minutos de asfixiante subida. Entramos en Castilblanco por la parte baja del pueblo, ya que tomamos una pista que bordea la urbanización de La Colina, y permite evitar el tener que ascender a la parte alta del pueblo. Allí lo primero que hicimos fue buscar una fuente en la que reabastecernos de agua. Una búsqueda infructuosa, ya que -según nos enteramos- las fuentes del pueblo estaban cortadas. Por suerte, una vecina se apiadó de nosotros, y nos regaló una botella de 2 litros de agua bien fría, que hizo nuestras delicias.
Reemprendimos la marcha a las 21:50h, saliendo de Castilblanco en dirección al Pantano de Castilblanco. A esas horas el sol se encontraba ya en su ocaso, y la temperatura había bajado por debajo de los 28ºC, por lo que la temperatura era excelente para rodar. Y pronto sería hora de hacer uso de las luces de la bici. En realidad, tuvimos que emplearlas antes de la cuenta, ya que el camino que conducía al pantano tenía un nivel de tráfico inusitado, y formado por todo tipo de vehículos: coches, todoterrenos, camiones e incluso ciclomotores.
No tardamos demasiado tiempo en emprender la bajada hacia el pantano, en la que sufrimos un pequeño susto -mutuo, por otra parte- al encontrarnos en mitad de la bajada con una vaquilla que pastaba a la vera del camino. Vaquilla quee huyó despavorida al vernos bajar, vestidos de astronautas y con más luces que la nave de E.T. Una vez que bajamos hasta el nivel de la presa, aprovechamos para inmortalizar el momento bajo las luces de los focos. Una foto curiosa, para haber sido tomada en noche casi cerrada.
Lo malo de bajar es que luego, como no podría ser menos, toca subir. Casi 4 kilómetros de subida, con 140 metros de desnivel acumulado, que nos hicieron sudar la gota gorda, y que subimos a un ritmo contenido, para no desfondarnos. A esas alturas era ya noche cerrada, y nos convenía rodar agrupados, para evitar el riesgo de cruzarnos con algún vehículo y no resultar lo suficientemente visibles.
Alcanzamos el kilómetro 30 tras 2 horas y 22 minutos de etapa, y con ella, el comienzo de la segunda bajada del día: la Cuesta del Toro. Abandonamos la pista principal, que conduce a los Lagos del Serrano, y nos dirigimos a un ritmo bastante vivo al contraembalse de Guillena. A un ritmo, por parte de Rafa, endiablado, que realizó el descenso de la Cuesta como si el mañana no existiera. Nos volvimos a encontrar con ganado, dos nuevas vaquillas, pero que en esta ocasión pasaron olímpicamente de nosotros.
Llegamos al pantano, y sin dilación alguna nos dirigimos a la Cantina, con la esperanza de encontrarla abierta, pese a que nos encontrábamos ya al filo de las 23:00h. Y por suerte para nosotros, la encontramos abierta, si bien éramos los únicos clientes del local a tan menguada hora. Según nos comentó Paco, el dueño, la noche anterior pasó un grupo de no menos de 60 ciclistas, también en marcha nocturna.
Nosotros, por nuestra parte, dimos buena cuenta de sendos bocadillos, además de hincharnos a bebida isotónica y agua, antes de retomar nuestro camino. Tan sólo nos quedaba ya por delante la Ruta del Agua. Y lo íbamos a disfrutar. La bajada fue una auténtica delicia. Marcamos un ritmo muy vivo, en torno a los 22-24 km/h en todo el trayecto, que nos llevó a realizar el recorrido de 14 kilómetros en menos de 45 minutos. Un recorrido delicioso, fresco, fragante y muy revirado, ideal para recorrer a la luz de los focos. Como más de una vez había pensado, era una etapa ideal para una nocturna.
El resto de la etapa fue un mero trámite, descenso por el Cordel de la Cruz de la Mujer hasta los coches. Dimos por finalizada la etapa a las 00:22h del domingo, tras 54 kilómetros de magnífica etapa nocturna. Aunque en mi caso, la etapa tuvo un curioso epílogo: sufrí un control de tráfico de la Guardia Civil a la salida de Guillena. sin mayor inconveniente que tener que dar algunas explicaciones relativos a la etapa y a llevar un coche matrícula de Córdoba a tan menguada hora por un pueblo de Sevilla.
Los datos de la etapa son los siguientes:
Y aquí está el enlace al recorrido de la etapa: Guillenazo Inverso Nocturno
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El pasado 1 de julio salimos a rodar por el entorno del pantano de Gérgal Miguel, Sergio, Rafa y yo. Se trataba de la primera etapa de Sergio por zonas más montañosas que la zona del Aljarafe, y habíamos planeado que se soltar aun poco rodando por la Ruta del Agua. Yo, por mi parte, también tenía mis planes en la cabeza: sabía que el nivel del pantano había bajado bastante, dejando algunas zonas del viejo ferrocarril del Cala al descubierto, por lo que andaba con ganas de tener una etapa de exploración.
Así pues, salimos a las 9:15h de Las Pajanosas, tomando la ruta del Agua camino del Tramo Restringido. Fuimos circulando a un ritmo bastante suelto. El día no era excesivamente caluroso y se encontraba despejado, lo que invitaba a rodar con alegría. Pronto nos detuvimos a tomar una foto con unas buenas vistas del pantano, y del tramo de ferrocarril que había salido a la superficie.
Viendo que, en efecto, el pantano estaba tan bajo como para permitir una buena exploración de ese tramo del ferrocarril, no tuve dudas a partir de ese momento: bajaríamos hasta la vieja estación de Gérgal. Mientras tanto, fuimos haciendo nuestro camino hasta la Cantina, a la que llegamos al filo de las 11:00h. Teníamos toda la mañana por delante y tan sólo habíamos hecho 20 kilómetros de etapa. Tocaba darle algo más de emoción al asunto.
Tras dejar la Cantina, bajamos por la pista que conduce hasta la parte baja de la presa de Guillena, y que sirve para enlazar con el viejo trazado del ferrocarril. La bajada es corta, pero intensa, bastante quebrada e interesante para hacer un tanto el bestia. Una vez en el viejo trazado nos encontramos con que el camino, pese a ser practicable, es más adecuado para recorrerlo haciendo senderismo. En un primer tramo hasta un túnel tiene bastantes derrumbes de la trinchera, que aunque no imposibilitan rodar por la vía sí hacen que sea un tanto complicado, lo que motivó que nuestra media de marcha cayera considerablemente… pero que el recorrido se hiciera sumamente más divertido.
Así pues, llegamos al túnel, lo que nos dió la ocasión de rodar un rato a la sombra. Ambas entradas se encuentran prácticamente taponadas por los derrumbes, pero el interior del túnel se encuentra en un buen estado bastante sorprendente.
Una vez al otro lado del túnel, y tras salvar un nuevo derrumbe, nos pusimos nuevamente en marcha.
A partir del túnel los derrumbes se hacen bastante menos frecuentes, pero aquí nos encontramos con una nueva dificultad: vegetación sumamente cerrada. Tan cerrada que daba la impresión de que circulábamos más por un túnel de lavado que por una vieja vía del tren. La pena es que parte de los arbustos eran, por llamarlo de alguna manera, agresivos para la piel. Tan agresivos que tuve que sacarme varios pinchos de espino del brazo izquierdo.
Pero la zona de vegetación cerrada no duró demasiado. Pronto llegamos a una zona en la que los pinos habían impuesto su ley, y que permitían rodar por una trazado rectilíneo, abierto, y cubierto de agujas de pino, lo que daba un sonido bastante peculiar a nuestra marcha. Y encima, íbamos a la sombra.
Se notaba que íbamos rodando en descenso, pues el nivel del pantano, pese a ser extremadamente bajo, no dejaba de aproximarse a la plataforma de rodadura. Además las marcas del nivel del agua pronto empezaban a ser comunes en el talud que teníamos a la derecha. En períodos de gran cantidad de agua del pantano nos encontrábamos en zona inundable.
No tardamos en llegar a las cercanías de la estación de Gérgal, el primero de mis objetivos. Antes de llegar tropezamos con restos de civilización en forma de depósito de agua y de casa inundada. La casa, como es obvio, se encontraba en un estado lamentable, pero el depósito aguantaba bien, salvo por ciertos daños en sus pilares producto de la erosión del agua y de la corrosión del forjado de su hormigón. Así pues, acabamos llegando a la estación de Gérgal.
El edificio de la estación responde al clásico diseño de los edificios de ferrocarril de finales del siglo XIX. En este caso se trataba de un edificio de dos plantas donde la vegetación y el tiempo habían hecho estragos, pero cuya fachada aún se conservaba en pie. Encontramos fogatas y otros restos del paso reciente de personas, entre las que destacaban las huellas de una motocicleta que seguían aguas abajo. No necesitaba mucho más para decidirme a continuar.
Así pues, dejamos atrás la estación, con la idea de ver hasta dónde podíamos llegar.Y así, un kilómetros después de salir de la estación, llegamos al impresionante arco de ferrocarril. Nos encontrábamos ya en una zona claramente inundada. La bajada del pantano había dejado a la vista un trozo de la plataforma en forma de arco, que surgía entre las aguas del pantano, aislando a su derecha una zona embalsada. La vista desde la parte superior del Tramo Restringido era magnífica, pero incomparable a lo que teníamos por delante a pie de agua.
Una vez pasado el arco, observamos que era cada vez más complicado seguir avanzando. Ese tramo de la vía se encontraba casi permanentemente bajo las aguas, y al surgir de nuevo a la luz tenía abundantes depósitos de arena, y zonas de tierra cuarteada, que dificultaban enormemente el rodar. Además, para facilitarnos la vida, los depósitos de tierra tendían ligeramente a inclinarse hacia el pantano, lo que nos hacía correr el riesgo de patinar y acabar dándonos un chapuzón inesperado. Y dado el calor que empezaba a hacer no es que fuera especialmente desagradable, pero tampoco era plan de acabar de cabeza en las aguas. De todas maneras, nuestro non plus ultra no se encontraba demasiado alejado. Concretamente a 715 metros después de pasar el arco. A partir de ese punto la vieja vía del tren se adentraba en las aguas del pantano de Gérgal, haciendo impracticable seguir nuestra marcha… salvo quizás en un hidropedal.
Estudiamos nuestras posibilidades de salir de allí. La primera y más obvia, que era trepar por la ladera hasta alcanzar la Ruta del Agua era inviable en ese punto, por lo abrupto del terreno y lo cerrado de la vegetación.
La segunda era volver hasta la estación y buscar una pista que había visto en Google Maps que subía desde ella. Lo malo es que la había buscado a la ida y no había sido capaz de encontrarla. La tercera era volver al arco, y remontar el cauce seco de un arroyo hasta encontrar una estación de bombeo, y un camino para volver a la Ruta del Agua. Optamos -para nuestra desgracia- por esta tercera opción.
Y es que aunque pronto dimos con el cauce del arroyo, éste resultó ser impracticable no mucho después. Así que no nos quedó más remedio que seguir una senda de cazadores a través de la maleza, que iba ascendiendo poco a poco en dirección a la ruta del agua.
Una senda lo suficientemente ancha como para dejar pasar a una persona, pero ten estrecha como para no permitir el paso de una bicicleta. Así que nos tocó hacer de sherpas. Casi media hora nos costó alcanzar la estación de bombeo, y el camino que llevaba a la ruta del agua. Media hora en la que salimos cubiertos de arañazos, rasguños, algún que otro -en mi caso- agujero en la pierna gracias a un tocón seco e… infestados de garrapatas. Suerte que las localizamos rápidamente y pudimos deshacernos de ellas, pero no recuerdo una situación más repelente en mucho tiempo.
De nuevo en el Tramo Restringido, emprendimos la vuelta a Las Pajanosas. Teníamos por delante unos 6 kilómetros de marcha hasta salir del Tramo, y 5 más hasta el punto de partida. Sergio, a esas alturas de la mañana, empezaba a estar algo tocado, pero aún así aguantaba razonablemente bien. Salimos a las 13:35h del Tramo, y cruzamos el Cordel en dirección a las Pajanosas. Lo que teníamos por delante era un rato más de sube y baja hasta salir a la carretera, y luego la subida final a Las Pajanosas. Ahí Sergio se desfondó, a resultas de las subidas acumuladas, el tramo trialero del ferrocarril derrumbado, y la subida demencial campo a través. Pero aun así, a su ritmo, finalizó la etapa como un campeón. Cerramos el chiringito a las 14:00h, tras 40 kilómetros de interesantísima etapa.
No pudimos obviar detenernos un rato en un bar cercano a reponer fuerzas, antes de recogernos cada uno a su casa. Un buen final de etapa, a la altura del recorrido.
Los datos de la etapa son los siguientes:
Y aquí está el enlace al recorrido de la etapa: Las Pajanosas – La Cantina – Estación de Gérgal
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El viernes 22 de julio realizamos la primera etapa nocturna de la temporada en Córdoba, que espero sea la primera de muchas. Quedamos a las 20:45h en casa de Ángel el propio Ángel, Mané, Javi Balaguer, Marcos, José Anta y yo. Javi Aljama, que también tenía intención de venir sufrió los días previos a la salida un esguince de tobillo, por lo que por desgracia se tuvo que caer del cartel. Teníamos un claro objetivo para esta etapa, que no era otro que pasar por dentro del tubo que pasa por debajo de la N-432 a la altura de la Carrera del Caballo. Dicho y hecho, iba a ser divertido.
Salimos a las 21:55h de casa de Ángel, y nos encaminamos hacia Puente de Hierro, a realizar una breve bajada que Mané había experimentado en salidas precedentes. Así pues, cruzamos el Parque de la Asomadilla y el Barrio Naranjo, y no tardamos en salir a la antigua vía del tren de Almorchón. Llegamos justo hasta el Puente de Hierro, y allí Mané nos mostró la bajada: una escalofriante torrentera que se abre justo a la izquierda del pretil del puente, y que se despeña -o más bien hace que te despeñes- hasta alcanzar el arroyo Pedroches. Era descenso de bajar el sillín al tope. Mané y Ángel lo bajaron perfectos. Marcos y yo lo hicimos, a continuación, como pudimos. En mi caso, con el culo completamente apoyado en la rueda trasera. Tanto, que tenía mis dudas si en realidad estaba frenando con los frenos de disco o con el trasero. Jose y Javi, por su parte, también bajaron con precaución y sin demasiados problemas. En resumen, una bajada que era una buena manera de llegar sin dientes a casa a poco que te descuidaras.
Y la cosa no iba a hacer sino mejorar. Cruzamos el arroyo Pedroche y trepamos por una horrenda subida para alcanzar de nuevo la vieja vía. No pongo en duda que hacia abajo esa cuesta tiene que ser la bomba, pero hacia arriba es peor que un dolor de muelas. Aunque tengo que admitir que como reto no está nada mal. A esas alturas de la feria ya llevábamos las luces encendidas. Mané había sufrido un percance con su Lupichin de estreno (el bloque de baterías se había descargado sin razón aparente para ello), por lo que no le había quedado más remedio que llevar una luz del Lidl que dejaba bastante que desear, pero por suerte en ese tramo de la etapa nos apañábamos bien con el resto de luces.
Una vez en la Carrera del Caballo cruzamos al otro lado de la Nacional por el grupo de rotondas, y a la altura de la gasolinera de Repsol abandonamos la carretera, y retomamos el trazado de la vía… si bien con algún que otro problema, porque no dábamos con el sendero. Avanzamos en paralelo a la N-432, hasta llegar a la bajada que lleva hasta el tubo. En este tramo, en una pequeña subida sufrí un tirón en el gemelo derecho. Malas sensaciones que llevaban acompañándome desde hace algunas semanas habían hecho acto de presencia. No me quedaba más remedio que contemporizar un poco… o eso pensaba yo. Realizamos la bajada hasta el tubo sin más percance que una caída de Javi, afortunadamente sin mayor consecuencia. Y allí estábamos: el tubo.
110 metros de longitud, 1’8 metros de diametro, y 50 metros de tierra por encima. ¡Era la bomba! Sólo lo había cruzado una vez con anterioridad, en el año 2009, de día, en solitario, y sin luces. Esta vez éramos seis, de noche y con luces. ¿Cuál fue el resultado? Pues el que se puede imaginar:
Una vez pasado el tubo, y a diferencia de lo que hice en el 2009, bordeamos el arroyo Pedroche por su margen izquierda, hasta alcanzar el camino de la cantera de Santo Domingo. Estábamos ya al filo de las 23:00h, y teníamos aún que llegar hasta Santo Domingo, donde nos esperaban Enrique, Juan, Carlos, Inma y algunos amigos más. Íbamos tarde, muy tarde. Por ello subimos la cuesta de la cantera hasta el cortijo de Los Velascos a toda velocidad, lo que hizo que el propio Jose, aún novato en estas lides las pasara canutas. Pasado el cortijo, bajamos hasta el arroyo Santo Domingo y seguimos avanzando hasta la cantera.
Decidimos sacrificar parte del recorrido (subida por la cantera, para luego ir a la ermita y bajar hasta el lago desde ella), y enfilar directamente hasta Santo Domingo, y desde allí al bar donde nos esperaban. Y así, sin detenernos apenas, afrontamos la escalofriante subida de grava que antecede al monasterio, con sus rampas del 19%. Y con un calor de 31ºC. Llegamos a las 23:25h. Había sido duro, muy duro. Pero mereció la pena.
Y es que nos pegamos un magnífico homenaje a base de morcilla, flamenquines, ensaladilla, japuta, croquetas, y por supuesto, jarras y jarras de cerveza. Valga decir que una parada que habíamos previsto de media hora, a lo sumo, se prolongó hasta la hora y media larga. Así que creo que no es necesario decir que cuando nos decidimos a volver a montar en las bicis nos encontrábamos algo perjudicados. Habíamos decidido subir el 14%, y desde allí enlazar con la bajada de Los Morales… y ya se vería desde allí. Jose a esas alturas se vio obligado a abandonarnos, merced a obligaciones familiares. Así que el quinteto restante afrontamos una nueva subida, desde el restaurante hasta la antena de comunicaciones del 14%. Habida cuenta del objetivo que teníamos por delante, y de lo alegres que íbamos, no tardamos en bautizar la subida como “Los Morares”.
No recuerdo haber hecho una subida más divertida en mucho tiempo. Divertida pese a que cada 50 metros me iba metiendo directo contra un arbusto, y dejándome las piernas hechas un cristo. Para apenas 400 metros de subida lo estábamos pasando como enanos… hasta que sobrevino la debacle: la luz del Lidl de Mané dijo basta, y dejó de alumbrar. Vista la situación, llegamos hasta la antena, y decidimos qué hacer.
Tras evaluar las circunstancias, optamos por lo más sensato -lo cual, dicho sea de paso, es sorprendente-: recoger bártulos y volver a casa. Realizar un descenso como Los Morales a oscuras no es algo especialmente recomendable. Bajamos por la carretera del 14%, hasta tomar un enlace a mano derecha que lleva hasta el Cerrillo. Pese a que habíamos optado por lo más razonable, no íbamos a hacer todo lo razonable. Al menos el tramo final de Los Morales, el correspondiente a la Huerta de Hierro, íbamos a hacerlo. Y así fue. Conseguimos apañarnos con las cuatro luces que nos quedaban para hacer el descenso. Y ya una vez en la civilización, la vuelta a casa por Sansueña no fue más que un puro trámite. Llegamos a casa de Mané a las 1:35h, habiendo recorrido tan sólo 17 kilómetros. 17 kilómetros, eso sí, a un ritmo frenético, que nos depararon enormes dosis de diversión, sangre, sudor… y birra. ¡Ah! Y un grito de guerra:
¡¡¡Espartinas!!!
Los datos de la etapa son los siguientes:
Y aquí está el enlace al recorrido de la etapa: Nocturna Carrera del Caballo – Tubo N-432 – Santo Domingo – Huerta de Hierro
Etiquetas: 14%, carrera del caballo, córdoba, los morales, mtb, n-432, puente de hierro, santo domingo, tubo
Hoy he vuelto salir a rodar con mis compañeros de trabajo de Sevilla, pero con una interesante novedad: hemos tenido dos nuevas incorporaciones, Sergio y Fran Pérez. En realidad, estrictamente hablando no son una novedad, ya que en semanas anteriores salieron con Miguel y Rafa a dar pedales, pero como es la primera vez que salen conmigo, lo considero una novedad en mi haber. Por ello escogimos una etapa algo más convencional, para que vayan rodando un poco y haciendo piernas, antes de llevarlos a rodar por lugares algo más exigentes. Así pues, escogimos repetir la etapa circular del Aljarafe que hicimos Rafa, Miguel y yo el pasado abril.
Empezamos a dar pedales un poco antes de las 9:15h, y salimos de Mairena realizando una pequeña variación sobre el recorrido: en vez de tomar el camino de la Venta del Río Pudio, que nos hace atravesar Mairena pubelo, optamos por tomar desde Ciudad Expo el Cordel de Triana a Villamanrique, que lo bordea por el norte, y que igualmente lleva hasta el puente romano sobre el río Pudio. Aparte de esta variación, el recorrido siguió las directrices habituales. Pasado el puente tomamos la Cañada Real de las Islas, que nos llevó hasta las cercanías de Saltera y Valencina. Llevamos un ritmo bastante relajado, sobre todo porque el día estaba siendo caluroso, y no era plan reventar a las primeras de cambio.
Hicimos una pequeña parada bajo el puente que salva la vía den tren entre Salteras y Valencina. La verdad, era una de las pocas sombras que íbamos a tener en todo el recorrido, y no resultaba conveniente desaprovecharla. Reemprendimos la marcha a las 10:15h, bajando por la Cañada hasta el cruce con el GR-41, que tomamos en dirección a los carambolos de Camas. Cruzamos la carretera entre Santiponce y Valencina, y seguimos bordeando los cerros. Al llegar a Cerro Blanco nos dividimos: Rafa y yo subimos el cerro, con la idea de hacer la posterior bajada. Miguel, Sergio y Fran, por su parte, prefirieron bordearlo, y esperarnos al otro lado. Realizamos bastante bien la subida, pero la bajada fue algo más problemática, ya que el terreno se encontraba completamente seco, con abundante tierra suelta y sumamente resbaladizo. De hecho, Rafa sufrió una caída, si bien sin más consecuencias que algunos raspones. Yo, por mi parte, no tuve otro remedio que realizar parte de la bajada apoyando un pie, y con el culotte tocando la cubierta trasera en otras partes. En fin. Arriesgado, muy arriesgado.
Superado el percance subimos al mirador de Santa Brígida, que nos proporcionó una excelentes vistas de la zona, como de costumbre:
Para bajar del cerro volvimos sobre nuestros pasos, y realizamos el descenso hasta el polígono industrial de Camas. Desde allí tomamos la vía verde hasta llegar al río, cruzando Camas y pasando junto a su vieja estación de ferrocarril. Una vez en el río, el resto de la etapa fue puro trámite. Bordeamos el río hasta llegar a San Juan de Aznalfarache, y desde allí tomamos la calle que sube hasta Mairena. Fue una subida a un buen ritmo, en la que incluso nos permitimos lanzar un pequeño sprint que nos llevó a marcar la velocidad punta de la jornada: 40 km/h. Y como colofón de la jornada, disfrutamos de un magnífico tercer tiempo en uno de los bares de la zona de Cavaleri.
Los datos de la etapa son los siguientes:
Y aquí está el enlace al recorrido de la etapa: Circular del Aljarafe (II)
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El domingo 10 de junio volví a salir a rodar por Córdoba con Javi Aljama. Hacía al menos un par de meses que no salía a dar pedales con él -es más, que el propio Javi no salía a rodar-, por lo que agradecí bastante dar de nuevo pedales en tan buena compañía. Lamentablemente -como en las últimas jornadas- fue tan sólo una etapa de dos participantes, pero aun así, fue una gran jornada.
Empezamos a dar pedales a las 8:45h desde mi casa, y nos dirigimos hacia Los Morales para realizar de esta manera el primer ascenso del día. Pronto me di cuenta de que estaba volviendo a rodar -como suele pasarme- demasiado fuerte al inicio, por lo que tuve que bajar el ritmo, so pena de que Los Morales -como también acostumbra- me pase factura a las primeras de cambio. Además, esa jornada el calor se dejaba notar desde primera hora de la mañana, a diferencia del sábado anterior, que el día estuvo bastante fresco hasta bien entrada la tarde. Estaba claro que cuando algo puede salir mal, saldrá mal.
Realizamos la subida de Los Morales en unos aceptables 66 minutos. Íbamos con idea de parar a tomar algo en el Lagar, pero nos encontramos con el establecimiento cerrado. Y es que no en balde apenas eran las 9:55h, y aún no habían abierto. Por ello, no nos quedó más remedio que dirigirnos directamente hacia la siguiente escala de nuestra etapa: Los Villares. Bordeamos el cerro donde se yerguen las torres de telecomunicaciones, y no tardamos excesivo tiempo en llegar hasta el área de recepción de visitantes. Esto fue una pequeña variación con respecto a lo acostumbrado, ya que por lo general solemos tomar un desvío que lleva hasta el cruce del 14%. En esta ocasión, llegamos directamente al centro de visitantes. Ya que estábamos allí, entramos con la esperanza de poder encontrar algún bar o máquina donde comprar bebida isotónica, pero nos quedamos con las ganas.
Así pues, continuamos avanzando hacia el Club de Golf, ya que para ese día íbamos a realizar el descenso de la Vereda de la Pasada del Pino. Entramos en el club de golf por carretera, y pensamos en probar suerte en el edificio de recepción. Pero una vez allí, vimos que no había máquina o cafetería a la vista, y que nuestro atuendo no era demasiado adecuado como para que no nos echaran de allí a patadas. Así que nos dejamos de bebidas isotónicas, y atacamos directamente la Vereda. Bordeamos el club de golf por el norte, y realizamos el trepidante descenso por pista que antecede al enlace con la vereda. Desde allí observamos algo bastante llamativo: la torre de Gemasolar de Fuentes de Andalucía era perfectamente visible. No pudimos menos que detenernos a echar unas fotos:
…como bien señala Javi:
Sin embargo, nos vimos forzados a detenernos una segunda vez: otro grupo de ciclistas había sufrido un pinchazo, y al pararnos a ofrecer ayuda, nos hicieron ver que yo llevaba mi rueda delantera floja. En efecto, había sufrido un pinchazo. Así que nos encontramos ambos grupos solucionando idéntico problema. Acabamos simultáneamente, y reanudamos nuestra marcha en conjunto. Sin embargo, no tardamos mucho en separarnos, ya que Javi y yo seguimos fielmente la trazada de la Vereda, mientras el otro grupo tomó el desvío de la casa en ruinas.
De nuevo en solitario, Javi y yo realizamos rápidamente el descenso de la vereda. Una bajada ciertamente interesante, pero que se torna algo arriesgada al llegar al tramo del granito vivo, ya que hay arena de granito sobre la piedra, lo que lo hace tremendamente resbaladizo. Aun así, es una gran bajada, que hay que incorporar al catálogo.
Llegamos a Las Jaras a las 11:00h. Nos paramos a tomar un refrigerio en el bar, y aprovechamos para avisar a Carlos de que íbamos a pasar por su casa, ya que ninguno de los dos la había visto. Media hora después reemprendimos la marcha, camino por segunda vez en el día del Lagar de la Cruz. Esta vez subimos por el GR-48, bordeando la carretera, y cruzándola en un par de ocasiones. Una vez en el Lagar, cruzamos las Siete Fincas hasta casa de Carlos, quien nos recibió amablemente con unas cervezas bien frescas. Posteriormente Mané haría acto de presencia, así como los padres de Carlos.
Javi y yo, por nuestra parte, nos pusimos de nuevo en marcha a las 13:00h. El calor apretaba y tocaba volver a casa rápidamente, a fin de no morir achicharrados en la Sierra. Desandamos nuestros pasos hasta el Lagar de la Cruz, y tomamos la vereda de las Ermitas, que tiene por mal nombre Los Salchichones, donde hicimos un rápido descenso hasta Las Ermitas. Y desde allí, como no podía ser menos, bajamos el Reventón, donde advertí de nuevo los problemas en el freno delantero que ya había sufrido en la etapa del Tubo. Así que, para mi desgracia, no pudimos hacer la bajada de La Milla.
El resto de la etapa fue bastante convencional. Bajamos por la carretera de las Ermitas hasta el Parador, y allí nos desviamos en dirección a la rotonda del Tablero, punto en donde Javi y yo nos separamos. Desde allí volví a casa por El Tablero, dando por finalizada la etapa a las 13:50h.
Y aquí está el enlace al recorrido de la etapa: Los Morales – Pasada del Pino – Reventón
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